Barcelona

Los tres puntos que se llevó el Barcelona del Estadio de la Cerámica son claves en la lucha por el título de LaLiga. Son reflejo, también, de su despegue futbolístico, en el que incluso su dibujo táctico puede verse favorecido con jugadores actuando fuera de su posiciones habituales, como en el caso de Gavi de extremo izquierdo. La sensación final es que el club catalán llega bien, en óptima forma para enfrentar al Manchester United —un duro pero atractivo desafío— por los octavos de final de la Champions League.

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*Fotografía perteneciente a terceros

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Es momento de decirlo. No se ha jugado ningún partido con el argentino en la cancha. Aún no hace pared con Neymar ni con Mbappé, que lo mira de reojo. Tampoco un pase a profundidad para Icardi. Menos recibir de frente al arco un balón largo de Di María. Ni siquiera un panel o un tiro libre pateado. Messi aún no la toca, pero existe la posibilidad de que sea la peor decisión del siglo. 

Como negocio, es un éxito redondo. El PSG ha vendido en camisetas de Messi el precio de los dos años de contrato que deben pagarle al capitán argentino. En apenas días. Eso hace más inentendible la hipótesis de como el Barcelona perdió a su máxima estrella por razones económicas. ¿Cómo no puede ser posible mantener en el club a un jugador que paga su costo solo con venta de camiseta?

Pero el negocio está cerrado. Hay que ver con objetividad a lo que se enfrente este PSG en términos de logro deportivo. La temporada pasada, los parisinos perdieron la liga francesa contra un modesto Lille. La diferencia entre ambos equipos estuvo en la defensa. De hecho, el PSG anotó 26 goles más. Pero el Lille encajó cinco goles menos, y perdió cinco partidos menos también. 

En la Champions League le pasó algo parecido. Los goles no fueron un problema contra el Bayern Munich en cuartos de finales, hizo tres. Pero el equipo alemán anotó la misma cantidad y fue definido por el gol de visita. Ante el Manchester City en semifinales, se vio la mayor versión de errores defensivos. Un equipo mal parado atrás perdió ante un Guardiola que encontré cuatro goles. 

Como lo ha dicho Thierry Henry, el equilibrio es lo más importante en un equipo. El PSG mantiene a los tres centrales de hace cuatro temporadas: Marquinhos, Kehrer y Kimpembe. Dejaron ir al veterano Thiago Silva que los llevó a la final de la Champions League en el 2020, para traer ahora a Sergio Ramos, otro defensa veterano, que viene sacudido por lesiones. 

Una defensa que no se refuerza bien, pero un mediocampo defensivo que no se refuerza en absoluto. Verrati es el volante defensivo del equipo, el único. No hay competencia en ese ámbito. Y de hecho sus fuertes, son la distribución del balón, el pase y el dribleo. Incluso, en Italia es considerado un mediocampista mixto, y el jugador defensivo en la mitad es Jorginho.  

Pasa lo mismo con Leandro Paredes. En Argentina la gran discusión es cómo va a marcar la volante cada vez que Paredes es el defensivo, lo que abre la posibilidad que Guido Rodríguez alterne el puesto cuando hay un rival de mayor exigencia. De hecho, el argentino fue reconstruido en volante defensivo en el Empoli de Italia para poder jugar, equipo al que había llegado como enganche. 

Las otras opciones en esa parte de la cancha son el portugués Danilo Pereira y el senegalés Idrissa Gueye, dos volantes de menor prestancia. A ellos se ha sumado esta temporada Georgino Wijnaldum, un volante mixto cuyas principales talentos también se encuentran en la distribución del juego, como Verrati.

Es decir, en una lectura desde el ojo de un futbolero peruano, el PSG en la mediacancha está plagado de Yotún y no tiene nada de Tapia. De esto se quejaba el histórico defensa italiano Giorgio Chiellini cuando decía que el estilo Guardiola había arruinado a los defensas. El defensor central y el volante defensivo han ganado habilidades de pase y distribución, pero sacrifican habilidades de marca.

Todos los últimos campeones de Europa han tenido un volante ancla, defensivo. Kanté y Jorginho en el Chelsea. Kimmich, Goretzka y Thiago en el Bayern. Henderson y Fabinho en el Liverpool. Y Casemiro en toda las versiones del Real Madrid campeón. Busquets antes en Barcelona. Es una posición fundamental que trae una vieja frase futbolera a la conversación: dime cómo juega tu volante de primera línea, y te diré como juega tu equipo. 

Y qué tiene todo esto que ver con Messi, entonces. Pues, el énfasis de ataque que adquiere un jugador como ese en un equipo es inmenso. En sus incontables temporadas en el Barcelona, Messi ha jugado mejor y ha metido más goles cuando el equipo lograba recuperar el balón antes de la mitad de la cancha y empezaba a distribuirla para entregársela a él en tres cuartos para que defina.

Nunca ha funcionado con Messi que él sea un distribuidor del gol. Así que ponerlo detrás de dos puntas, o incluso colocarlo en la volante y poniendo tres delanteros por delante suyo, le resta protagonismo. Messi es el personaje principal de todas sus películas. Entonces hay tres lugares donde puede jugar. Como 9 con dos delanteros más a los lados, tirado hacia la derecha en una línea de tres, o siendo el segundo delantero de una dupla en ataque. 

Mbappé y Neymar, a menos que estén lesionados, van a jugar. No ponerlos es un shock emocional en la tranquilidad del equipo. Di María e Icardi serán los sacrificados e irán a la banca. En los decisivos, serán las tres estrellas adelante. Y ese esquema favorece a Messi, siempre que haya recuperación de balón para distribuir y el equipo no conviva únicamente del pase largo y el contragolpe. 

Algo que en sus mejores épocas era garantizado para Messi por defensores efectivos de alta jerarquía como Mascherano, Piqué, Puyol o Busquets. Y siempre que ellos no han estado, que ha sido muy poco, la frustración del argentino se ha visto evidente. De hecho, los últimos años de recuerdos de Messi en el Barcelona era la de un jugador solitario, disfuncional. O como en la peor Argentina.

El otro rol que Messi no va a cumplir es el de retornar a la marca. Nunca lo ha hecho. Neymar, gordo y ya entrado en los treinta, no está acostumbrado que sea su función de sacrificio en el club donde hasta ahora es rey. El príncipe Mbappé sería el sacrificado, pero tampoco es una función de la que sea muy ducho.

Con los tres arriba, o incluso si el técnico se anima a poner a cuatro galácticos, el PSG pierde retorno. Y va a requerir de mucho tiempo para elaborar. Se habla de que con Messi en París ya no hay excusas para ganar la Champions, pero en realidad hoy el Barcelona se percibe como un equipo más equilibrado. 

No solo el protagonismo ha quedado más distribuido en Cataluña. El Barça hoy, sin el diez, puede modificar el ataque para privilegiar otras formas de llegar al gol, como se vio contra la Real Sociedad. En centro al área tras jugadas por la banda, la profundización hasta la última línea, el contragolpe en un sistema más defensivo. Ya no solo la triangulación o la pelota al diez para la diagonal. 

¿Y si el Barcelona es más candidato a la Champions que el PSG?

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Barcelona es una tumba y París es una fiesta. Las dos ciudades son el centro de la noticia mundial. Un solo jugador de fútbol es capaz de conmocionar al mundo entero. Una sola persona carga en su mochila todo un mundo futbolístico, que se soporta casi a través suyo. Hace quince años. Y ha sido azulgrana, pero a partir de ahora será solo azul. Y bailará, de seguro, el mismo ritmo con el balón.

Pero Barcelona no es una tumba porque París haya podido más. Barcelona se hundió sola. Chocaron el proyecto futbolístico más grande de la historia del deporte, uno que supieron labrar de a pocos, desde muy pequeño. A un proyecto al que tuvieron que hacer crecer, literalmente. Porque a ese jugador estrella le faltaba estatura y alimentación para explotar su talento. Y lo hicieron triunfar.

Lionel Messi es el más grande de la historia, sin dudas, en tanto a números se refiere. El único trofeo que ha competido y no ha ganado es el Mundial, aunque ha sido subcampeón, nada menos, y mejor jugador del mismo. Messi personifica el triunfo, el logro, la cima deportiva. Rompió todos los récords. Es, además, según dicen, una buena persona, un buen compañero. Se abraza con todos y sonríe.

Pero Messi tenía, sobre todo, un costo. Como todo jugador, en realidad. El fútbol es un deporte y un mercado. Los jugadores son valorizados y comercializados entre clubes, que son realmente empresas. Algunas súper privadas, corporaciones enteras o partes de conglomerados económicos. Otros son organizaciones comunales pequeñas, pero que participan en el mismo juego, el de la compra y venta.

En el 2016, Lionel Messi tenía un valor de 180 millones de euros. Su ficha comercial tenía ese costo, el valor más alto en el deporte, si querías adquirírselo al Barcelona. El mismo valor que tenía Neymar en el mismo equipo y en el mismo año. La otra gran figura, Luis Suárez, costaba 90 millones. Hacía poco que el equipo había ganado su última Champions y se encontraba, aún, en la cima del mundo futbolístico.

Imagínese entonces usted que Messi concluía su carrera siempre jugando para el club de sus amores, compitiendo hasta el final con ellos al más alto nivel. Era la consecuencia lógica de una carrera brillante, en una sola casa, en una relación de amor inquebrantable. Además alzaba la mística del Barcelona por todo lo alto: más que un club, una casa. Ningún hincha del fútbol podría imaginarse otro desenlace. 

Cómo así entonces este equipo en la cima del éxito, pierde hoy algunos años después a su más grande figura, el multi campeón de todo, el goleador que pudo hacer más de cuarenta goles por temporada sostenidamente, por una transferencia que equivale a cero euros, y sin mayor capacidad de retención. Incluso a pesar de que el jugador aceptó bajar el 50% de su sueldo, y estaba dispuesto a cooperar con todas las negociaciones.

Y cómo así, además, el Barcelona, a pocos días de empezar la temporada, no puede inscribir en la plantilla por un problema de sueldos a sus dos nuevas contrataciones que deben llenar el vacío de Messi: Agüero y Depay. O como así el equipo no logra un título hace varías temporadas, no compite en las instancias finales de la Champions, y no brinda nuevas figuras hace varias temporadas.

Pues, la respuesta está en el dinero mismo. El fútbol es un deporte donde las decisiones financieras pesan tanto o más que las deportivas. En el mejor de los casos, deben estar siempre alineadas. Antes de la pandemia, Barcelona metió otro récord: superó mil millones de dólares en ganancias. Pero la deuda actual asciende a mil cuatrocientos millones de dólares. Y ya no tienen la mega estrella que aseguraba un despunte económico altísimo.

Todo ello tiene cola. Precisamente, en el 2016, todavía en la cumbre, Barcelona ganó su cuarta Champions en diez ediciones. Era el rey absoluto de Europa. Y lo hacía sin gastar demasiado, porque venía de años generando futbolistas desde sus propias canteras. Como Messi, Alba, Xavi, Iniesta, Busquets, y tantos otros que servían como suplentes útiles permitiendo comprar a los mejores jugadores del mundo.. Hasta que llegó Bartomeu y las compras compulsivas de una nueva dirigencia. La época oscura del club. 

Poco después, Neymar fue vendido al PSG y Mbappé fue ignorado por el club, habiendo sido ofrecido primero a ellos. Y en cambio ficharon a Ousmane Dembelé por 105 millones (la mitad de lo recaudado por Neymar en un solo jugador). Desde esa época, Mbappé ha anotado 81 goles en 108 partidos con su club, además de ser titular de Francia campeona del mundo. Dembelé, su suplente en Francia, ha anotado 27 goles en 81 partidos, la mayoría de suplente. 

Seis meses después llegó Coutinho por 160 millones, un volante que ha pasado desapercibido en Barcelona y tuvo que ser cedido al Bayern Munich una temporada. Poco juego y lesiones. También se compró a Frenkie de Jong por 78 millones, cuando su representante dijo que el Ajax hubiera aceptado la mitad. La dirigencia gastó en tres años mil millones de euros en fichajes. Pero “cada año éramos un poco peores”, diría Gerard Piqué.

Todo esto sin contar haber dejado ir a Suárez gratis a un rival directo que ganó La Liga con él la última temporada. Hoy, Barcelona no puede vender a sus mayores gastos en plantilla: Griezmann, Dembelé, Coutinho y Umtiti. Jugadores que ya han demostrado no poder darle logros al club. Y los gastos en plantilla superan lo permitido por una Liga que no ha cedido ante la precisión y ha respetado sus barreras. Así, el azulgrana se alista para una temporada que parece garantizar tocar el fondo de la tabla.

Messi jugará en el rival francés en un precio de regalo, y se mueve con todo su arsenal de popularidad a una liga menor que puede despegar con su presencia. Todo ese mundo futbolístico detrás suyo. Y con Neymar, Di María, Mbappé, Icardi, Paredes, Draxler, Donnarumma, Verrati, Sergio Ramos, Wijnaldum, Marquinhos, Kimpembe, Hakimi y Kurzawa… Parece ya un rival invencible. Y parece poder darle la bienvenida, por fín, a la orejona en Paris. 

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