Manejar en Lima es aprender todo un sistema aparte del evidente que cuenta con reglas de tránsito, etc. Todos los conductores de la ciudad han desarrollado el tercer ojo, uno en la nuca y tal vez más. Si no es imposible, puedes terminar consumido por el flujo automovilístico y quedarte, literalmente, estancado. Nunca aprendí a manejar mecánico, de frente automático cuando me llevaban el primer año a la universidad, que aún tenía 17 años. John, mi maestro al volante, me dio una primera lección que hasta ahora no la olvido y la tengo en mente cuando manejo. Estar detrás del timón es como tener un arma me decía. Lo único que impide que te vuelvas loco y atropelles a la gente sin cesar es tu propio control, más allá de querer hacerlo o no. Si pierdes ese control o manejas desmedidamente, efectivamente puede ser letal. Felizmente no me ha pasado nada grave salvo uno que otro choque sin mayores consecuencias. Tal vez, lo peor que recuerdo fue chocar el carro de mi mamá con el de mi papá. Nervios de principiante.
John me recogía de la Universidad de Lima, cuando estudiaba ahí, y esas fueron mis pruebas de fuego para manejar luego ya solo. Para regresar tenía que entrar a la Javier Prado y cruzar al otro extremo en menos de 100 metros para dar la vuelta en u y entrar al otro sentido de la avenida. Después de varios meses de hacer eso lo logré Aun no experimentaba el temible road rage, furia al volante, por la emoción de las primeras semanas manejando. Iba feliz, con lentes de sol, rock y reggae a todo volumen y una mano salida por la ventana con un cigarro. En ese momento no sabía lo ridículo que me veía, pero no me importaba tampoco. Disfrutaba mi propia ilusión por mi primer carro.
La segunda prueba para manejar en Lima la tuve en la carretera y Huaylas, la avenida más caótica que conozco. Igual hay un truco para aligerar su tránsito y es ir por el carril del medio. La primera vez, luego de pasar por Huaylas me fui hasta Cerro Azul en el kilómetro 140, mi playa favorita, pero está bien lejos. Me moría de miedo cuando los autobuses gigantes pasaban por el costado a 80 o 100 kilómetros por hora que hacían que mi pequeño carro se sacuda. Como tenía amigos en el carro mi única meta era llegar seguro sin cometer negligencias. Agarré el timón con las dos manos y sin darme cuenta tensé todo el cuerpo. Cuando llegamos me dolía la espalda, parecía que me había quedado en la misma posición. En fin, si puedes manejar en todas las situaciones que he mencionado ya estás preparado para Lima, aunque en esta ciudad no se puede estar ciento por ciento seguro al volante. Ya que para que la viabilidad funcione tienes que contar con los otros pilotos y eso se sale de tu control.
Cada vez más autos; mayor contaminación y gasto económico improductivo, retrasos en cargas; la segunda ciudad con más tráfico del mundo; se pierden 68 horas extras al año; renovación de vías fuera de la vista; el tiempo medio en hora punta es de 30-60 minutos; según la pérdida de productividad el tráfico genera un costo de 2 mil millones de soles anuales; San Juan de Lurigancho y Ate tienen los peores resultados de contaminación por autos; mal empleo de semáforos y vías mal comunicadas y un paupérrimo trabajo de la PNP en el área de tránsito.
Esta semana salí en San Valentín por el cumpleaños de un amigo y el regreso fue espantoso. Sumado a que vivo en Barranco y se ha vuelto un infierno por su mala viabilidad. Miraflores estuvo pesado, pero avanzaba. Tranquilo en el carro enano de mi madre, un Fiat 500 de hace 10 años, escuchando Oasis y cantando. Llegando al límite con Barranco hasta bajé el volumen para pensar bien qué hacer. Era una estampida de carros que quería ingresar al distrito
Me puse nervioso porque hace dos años que no manejaba en estas circunstancias. Entré en modo tráfico: preparado para unas cuantas mandadas de mierda, meter carro y no dejarse intimidar por los micros de los que vale la pena recalcar su salvajismo. El diminuto carro no es una buena herramienta para las circunstancias, nadie te respeta y se meten como si fueras un triciclo. Antes sí caía en la tentación de pelearme sin límites. Ahora ya soy más relajado felizmente. Si quieres conocer la verdadera cara de un peruano míralo manejar. Muestran lo peor de cada uno. Simplemente no hay respeto y es la ley de la jungla. Por alguna razón la gente cree que se trata de competir y en el caso de los hombres parecen jugar a ver quién la tiene más grande. Bueno, qué se puede esperar de un país con la masculinidad frágil.
Las parejas de mis costados comenzaban felices, parecían coquetearse. Bastaron 20 minutos y ya se estaban peleando. Las motos locas se meten entre los carriles. Los típicos falsos bravucones que creen que pueden hacer lo que quieran por tener camionetas gigantes que no sirven para nada acá. Yo los cerraba a propósito con mi carro de un metro. Me molesta cuando se meten en partes de la ciclovía o se creen vivos por adelantar por donde no se debe. Unas 5 peleas de carro a carro. Nunca llegan a nada, pero es divertido verlas. Lima está mal de la cabeza, pero tiene su gracia.
Cuento dos anécdotas para entender un poco como se rige la psique colectiva del tráfico. Estaba bajo el sol y puse mi carro para que un camión no pueda adelantarnos en contra. Ojo que mi comportamiento infantil también entra dentro del análisis. Se puso a mi lado de alguna forma y me comenzó a insultar. Le expliqué y me contestó: ¿acá dónde está la autoridad? Me quedé pensando y es cierto, en las calles la policía y quienes deben regular están ausentes, en la propia capital. Me quedé sin palabras e igual me quedé ahí, sin moverme. Era conflictivo
La otra se dio cuando vi cómo un policía estaba manejando borracho, su compañero con una cerveza y prendían la alarma para hacer lo que quisieran. Ya todos vimos el video viral de un policía persiguiendo a otro para multarlo. En eso se basa nuestro tráfico. En una carrera sin reglas sin la noción de mi primer aprendizaje: manejar es como tener un arma. Lo olvidaba, me demoré 1 hora y 20 en llegar a mi casa.
¡Ya estamos en el túnel de árboles!, decía cuando de niño me emocionaba al saber que ya estábamos cerca de casa. Me refería a la corta calle de Pedro de Osma que se encuentra acompañada por árboles centenarios que se yerguen en los laterales, cuyas copas unidas le dan sombra a la vieja avenida. El ferrocarril que empapa el entorno de antigüedad y los rezagos de carriles metálicos cubiertos por cemento mal puesto fueron piso para mis aventuras y travesuras infantiles. Entre el OJO, PARE, CRUCE, TREN y el acantilado, aún sin mallas, fueron mi terreno imaginario. Ahí se encontraba mi pista de carrera para patines y skate, la mejor canchita de futbol con las veredas como límite y un par de palos de arco, ni había carros en esa época salvo uno que fue víctima de numerosos pelotazos.
El distrito es conocido por su vida bohemia y artística, grandes esplendores como Chabuca Granda, el poeta José María Eguren y uno de mis escritores favoritos, Abraham Valdelomar. Fue un centro de vanguardia en las artes de su tiempo. El famoso colegio Los Reyes Rojos lleva el nombre de un poema de Eguren. Barranco esta elegido entre los distritos más bonitos del mundo y National Geographic lo describe como el barrio más indispensable de Lima, para mí es una extensión de mi hogar. No solo yo crecí acá, también por el lado de mi madre han sido burranquinos desde que mi abuela era joven. Es por eso que no me imagino viviendo en otro distrito.
Mi madre fue al colegio San José de Cluny, que se fundó en el distrito en 1918, mi tío estudio en el colegio San Luis de Barranco, de 1926. Yo estudié en el Colegio Trener, excelente lugar, mis únicas quejas no rebaten la excelencia de ese colegio. Tal vez algo que no me gustaba es que me alejaba de mi querido distrito. Antes de los 10 explorábamos el barrio y al ser uno de los más antiguos permite que la imaginación de un niño vuele casi sin límite. La Bajada de Baños era nuestro camino a la playa y caminar por ahí daba la impresión de regresar a los años 30, sumado a la casi leyenda del funicular que bajaba a los bañistas.Cruzábamos el Puente de los Suspiros aguantando la respiración sin conocer la hermosa canción que Chabuca Granda le dedica. Llegábamos a la Ermita de Barranco, de 1874, y la admirábamos sin saber qué significaba ermita. Fantaseábamos con su interior porque se encontraba en ruinas, contábamos historias de terror sobre ella, como que un sacerdote se había ahorcado dentro. Después, ese lugar se volvió nuestro primer escondite para fumar cigarros sin que nuestros padres sepan. En todos estos años la belleza no ha disminuido y sigue emanando un aura de misticismo.
Uno de mis lugares más recorridos era la emblemática cantina Piselli que estaba en la esquina de mi casa, antes que se muden. Era mi lugar de abastecimiento para helados, coca colas y chocolates. Siempre estaban los mismos viejos borrachitos, lo digo con cariño porque siempre me trataron bien e incluso cuidado. Entraba escurriéndome entre ellos hasta llegar a la barra para pedir mis adicciones infantiles. Éramos los pequeños de la cuadra. Ahí conocimos al Zorro que en ese momento habrá tenido 20 años y sigue trabajando ahí.
Establecimos una amistad barrial con él y me sigue saludando cada vez que nos cruzamos: Cómo está mi gordito me dice, mientras me abraza. Hasta ahora recuerdo cómo en el boulevard de Barranco, uno de los antros de la ciudad, cuando recién salíamos a tomar nos comenzó a seguir un grupo de malandros que no ocultaban su amenaza, apareció el Zorro y les dijo: con estos no se metan, desde ese momento no he tenido ningún problema como ese.
Si bien solo he contado experiencias bonitas, no se salva de la inseguridad y pobreza que acecha a todo nuestro país. Es común escuchar de mal manejo policial y de robos a la luz del día. De hecho, a mi hermano le robaron con pistolas literalmente en mi calle. También es un centro de vida nocturna desmedida y la cocaína fluye como ríos en el boulevard. En esa calle de unos 100 metros es probable que te ofrezcan blanco, en sus palabras, unas 5 veces.
Para dar a conocer el trabajo abusivo, holgado y poco efectivo de la policía del distrito, les contaré una anécdota de la que no estoy orgulloso.A los 16 años, iniciando las tentaciones nocturnas, tuvimos una pelea porque un carro aceleró como para chancarnos y luego se bajó buscando pleito. Te cruzas a muchos tipos así en el barrio. Se fue a los golpes con un amigo en mitad de la pista y aparecieron primero 3 policías. Recalco que no estoy orgulloso y se lo atribuyo a mi conducta adolescente y desaforada de esos tiempos.De pronto aparecieron otros 3 policías y nos empotraron contra la pared, las caras pegadas al cemento, éramos 3. Nosotros decíamos que la pelea había sido por culpa de la otra persona y que nosotros éramos menores de edad. No les importaba y presionaban con más fuerza. Debido a mi explosividad del momento pude zafarme a empujones gritando que ya basta y que le estaban pegando a menores. Esta vez aparecieron 5 policías más.
Estábamos rodeados totalmente, el ambiente ya se había llenado de luces por los carros de los oficiales, la gente había salido de los bares en nuestra ayuda, suelten a los chibolos gritaban. Como es de esperar, nadie intervino. Todos sacaron sus palos y comenzaron con la golpiza, parecen inofensivos, pero es de los dolores más fuertes que he sentido. A ese punto mis instintos de defensa ya estaban acostumbrados y tuve que tomar una opción más ofensiva por los palazos y la humillación consecuente. Saqué mi celular para pedir ayuda, pero uno de los golpes lo hizo volar para no volverlo a encontrar. Me impactaron dos veces y ya en posición de defensa, con mis habilidades aun afiladas en ese momento, pude esquivar unos cuantos y golpear, tenía miedo de que nos maten. Al final eran como 15 policías, uno incluso sacó pistola, nosotros fuimos reducidos a un círculo abrazado recibiendo golpes. Algo mágico sucedió, una pareja de ancianos apareció en la escena y detuvieron el conflicto sólo con su presencia tranquila y abogacía por nosotros. Cuando nos vimos sueltos regresamos rápidamente a mi casa entre asustados y adrenalínicos. Luego descubrimos que hubo dos robos por la zona, pero que toda la fuerza policial se encontraba pegándole a tres chiquillos.
Este es mi querido distrito que, aunque ha sido plagado de tráfico tiene mi cariño intacto. No puedo dejar de comentar cómo la mala implementación del Metropolitano dividió el distrito en dos. El Metropolitano se vuelve una muralla diferencial. Donde lo que está del lado del mar es más adinerado y el otro lado lo contrario. Espero que se tome una medida para aplacar esa diferencia y unificar el distrito. A pesar de todo, muchas gracias, Barranco por verme crecer.
El complejo de restaurantes ‘Bordemar’ se ha enfrascado en una guerra judicial contra la municipalidad de Barranco. Desde que José Rodríguez asumió la alcaldía distrital, ha buscado la manera de desalojar a los inquilinos de este terreno, ubicado frente a la playa Las Cascadas, que fue concesionado en los 90 a una compañía de Gustavo Delgado Cafferata. Se trata del hijo del desaparecido broadcaster Genaro Delgado Parker.
Bordemar no cuenta con la zonificación correspondiente, no tiene el permiso de la Autoridad del Proyecto Costa Verde y, según la comuna, el concesionario debe más de US$7,5 millones de soles por la explotación del terreno. “Para nosotros el contrato ya está anulado y estamos en la fase de requerimiento de devolución del inmueble”, dice el alcalde Rodríguez a Sudaca.
A las deudas se suma una denuncia del año pasado por falsificar documentos ante la Marina de Guerra del Perú, en su afán por ampliar el negocio. La compañía niega las acusaciones, dice que las deudas son producto de los cierres que ha padecido y se aferra al contrato de concesión que le fue otorgado en los 90, protegido desde hace siete años por medidas cautelares.
La Autoridad del Proyecto Costa Verde (APVC), que maneja un plan de desarrollo para esa franja costera y está adscrita a la Municipalidad Metropolitana de Lima, también se opone a las autorizaciones obtenidas por Bordemar. “Es importante mencionar que este caso se encuentra judicializado, por lo que la comuna limeña espera un fallo justo que permita revertir lo autorizado, por cuanto en su momento no obtuvo opinión favorable por parte de la APCV”, dice en un escueto comunicado Fátima Gomero Denegri, gerenta de esta entidad.
La funcionaria no quiso emitir más comentarios a pesar de tener un rol clave en todo este asunto.
CONCESIÓN SIN ZONIFICACIÓN
Gustavo Delgado Cafferata era presidente del directorio de la desaparecida empresa GD Group cuando, el 6 de julio de 1994, la Municipalidad de Barranco le dio en concesión un terreno de 10.000 metros cuadrados frente a la playa Las Cascadas. El contrato tenía una vigencia de 20 años y el objetivo de desarrollar allí un centro turístico, con restaurantes e incluso un casino.
Pero la zonificación no le permitía llevar a cabo esas obras. En abril de ese año, además, se había publicado la Ley 26306, que señala expresamente que las autorizaciones que se den “deben respetar las zonificaciones y ser compatibles con el Plan Maestro de Desarrollo [de la Costa Verde]». En la norma se lee, además, que ”dichas autorizaciones deberán ser ratificadas por la Autoridad del proyecto Costa Verde (…) la encargada de ratificar toda propuesta municipal o privada”.
El espacio pasó una década sin explotarse, hasta que el 2005 la municipalidad firmó un contrato de alquiler con otra empresa de Delgado Cafferata: World Entertainment & Communications (WEC). Fue por un área que está justo al costado del primer terreno. Y ese mismo año, GD Group le cedió a WEC la concesión de 1994. Todo quedaba en casa: ambas compañías tenían detrás al mismo empresario.
Así que, en la práctica, el hijo de Genaro empezó a administrar un área total de casi 15.000 metros cuadrados. Luego de ese 2005, construyó un complejo deportivo al que denominó Sport Point, un negocio que sí estaba permitido por la zonificación.
Hasta que llegó el 2010. Ese año, el concejo municipal acordó cambiar la zonificación del área de “zona servicios” a “zona turística”, lo que permitía la operación de restaurantes en la zona. La empresa de Delgado Cafferata tuvo entonces vía libre para volver a su idea inicial cuando firmó el contrato de concesión en 1994. El negocio iba bien hasta que el hijo de Genaro se cruzó con José Rodríguez, hoy alcalde de Barranco.
UN ALCALDE CONOCIDO
El 2011, la Autoridad del Proyecto Costa Verde era encabezada por Rodríguez, quien consideraba un escándalo el cambio de zonificación de las playas de Barranco. La comuna se había saltado olímpicamente a la autoridad que él representaba, encargada de dar luz verde a estas modificaciones.
Rápidamente, Rodríguez envió una carta a la municipalidad distrital manifestando su preocupación por los nuevos locales construidos en Bordemar. En mayo, solicitó que se anule el cambio de zonificación. El consejo municipal tuvo que acatar.
Pero el 2014 WEC denunció a la municipalidad por incumplimiento de contrato. El monto que pedían era de US$20 millones, según dicen en un comunicado enviado a este medio. Ese mismo año, los restaurantes pudieron reabrir gracias a una medida cautelar que pedía cumplir el convenio firmado en 1994 hasta que se resuelva el proceso judicial. Gracias a ello, el negocio siguió viento en popa y llamó la atención de varios emprendedores gastronómicos. Uno es el excongresista y exministro de Vivienda, Carlos Bruce.
El 2016, Afe Gourmet SAC, la empresa de Bruce, inauguró La Trastienda. Y dos años después, el 2018, llegó al vecindario Arnold’s, de Damian Ode. Ambas obtuvieron sus licencias de funcionamiento en la anterior gestión municipal barranquina.
Los empresarios estuvieron tranquilos hasta que José Rodríguez llegó a la municipalidad en el 2019. Desde que empezó su gestión en Barranco, él ha puesto en la mira el complejo Bordemar por lo ya explicado: no opera en una zonificación adecuada ni con autorización de Autoridad del Proyecto Costa Verde.
¿Por qué no fiscaliza de la misma manera a restaurantes vecinos como Cala o Rústica? En la comuna responden que ambas construcciones están sobre una zonificación que permite el comercio y adjuntan el mapa.
El gran escollo que tenía la gestión de Rodríguez, sin embargo, era la medida cautelar que le habían dejado como herencia. Pero el alcalde señala: “Ese recurso de amparo dice claramente que la municipalidad no pierde su capacidad de fiscalización. Es decir, que el contrato se tiene que cumplir. Pero si estos señores tienen la cocina sucia, tenemos que fiscalizar”. Y así lo hizo.
OBJETIVO: DESALOJO
En el 2020 la pandemia obligó a los locales de Bordemar a cerrar temporalmente. Y cuando vino la reactivación económica, hacia setiembre, la municipalidad puso en marcha un plan de fiscalización.
“Nosotros hemos clausurado locales sin licencia ni defensa civil [al interior de Bordemar]. Y quedaron Arnold’s y La Trastienda, que son los únicos con licencia obtenida el 2016 y 2018. Pero no tienen el permiso de la Autoridad del Proyecto Costa Verde. Por tanto, esas licencias tampoco han sido bien dadas”, explica el alcalde José Rodríguez, que dice que la clausura es parte de las medidas de fiscalización que la cautelar le reconoce al municipio.
En setiembre del 2020, la comuna cerró todo el complejo “por permitir el ingreso de personas para actividades no permitidas por la zonificación vigente”. En mayo de este año, una nueva medida cautelar dictaminó que la municipalidad debía dejar explotar la concesión, respetando el contrato de 1994. Pero la municipalidad insiste en que el Poder Judicial no les recortó su capacidad fiscalizadora.
Así, de acuerdo a un acta de la subgerencia de fiscalización, en octubre pasado la comuna volvió a usar los mismos argumentos para clausurar La Trastienda y Arnold’s: no contaban con la autorización del Proyecto Costa Verde.
Carlos Bruce, dueño de La Trastienda, se defiende. Dice que la mentada autorización no está contemplada en la Ley de Licencias de Funcionamiento del 2007, que exige a los municipios adecuar sus procedimientos a esa norma para emitir los permisos.
‘Techito’ también acusa a la municipalidad de sacar una ordenanza previa a la clausura de su local en la que incluían como razón de cierre precisamente eso: no tener la autorización de la Autoridad del Proyecto Costa Verde. En la municipalidad responden que lo único que hicieron fue ingresar aquello como causal de multa y que se siguen amparando en la ley de 1994.
“La ley existe y eso ya implica una obligación de parte de quienes van a sacar un permiso. Lo que nosotros no teníamos establecido en nuestro cuadro de infracciones es una sanción para quien incumpla esa medida. Simplemente le hemos puesto una multa a eso que ya tenían que cumplir”, dice Rodríguez.
De acuerdo a los planos de la Municipalidad Metropolitana de Lima, además, La Trastienda está en el área alquilada. Como señalamos al inicio de este reportaje, desde el 2005 WEC -la dueña de Bordemar- tiene un terreno alquilado al lado de la concesión de 1994. Ahí se ubica el local de Bruce.
Aquel contrato es uno de alquiler, no de concesión, y señala que la empresa no podía subarrendar el terreno a menos que se cuente “con el asentimiento expreso de la municipalidad”. En WEC le sacaron la vuelta al asunto y aseguran -en un comunicado enviado a Sudaca- que no tienen un contrato de arrendamiento con la compañía de Bruce, sino uno de “asociación”. Dicen que AFE Gourmet es socio de la concesionaria. “No son mis socios, para nada”, había dicho Bruce a Sudaca días antes de tener la versión de la empresa de Delgado Cafferata.
En la municipalidad agregan que aquel contrato de alquiler ya caducó. Carlos Bruce, sin embargo, prefiere volver a poner como escudo la cautelar: “La cautelar es vigente para World Entertainment y para todos los locales con los que ellos tengan contrato. Al darme licencia, se me incorpora a la concesión”.
LA FALSIFICACIÓN
Hay más vacíos. El terreno donde se ubica el restaurante de Bruce está registrado a nombre de la Superintendencia Nacional de Bienes Estatales (SNBE). De acuerdo a los planos municipales, el 70% de toda esa área está inscrita a favor de dicha entidad pública. Esto, según el municipio de Barranco, porque se considera una franja de protección acuática.
“Nuestra propiedad ahora se reduce al 30% de lo que teníamos antes [el resto es del SNBE]. Significa que esos locales están ahora en un lugar que debía ser libre, donde no debería haber nada porque ahora eso es una playa”, dice Rodríguez.
Pero Bruce no le reconoce ni siquiera ese 30% a la comuna. Por eso, dice que Bordemar ha empezado a tratar los asuntos empresariales con La Marina. Parece que no empezó con el pie derecho.
El 26 de agosto del 2020, la Dirección General de Capitanías y Guardacostas (Dicapi) emitió una resolución sancionando a WEC porque había “presentado documentación fraudulenta e información falsa” ante la Marina. El documento señala que la empresa de Delgado Cafferata solicitó un permiso para ampliar el proyecto Bordemar hacia el área acuática y colocar ahí un embarcadero. La resolución dice que WEC entregó dos oficios supuestamente elaborados por la Autoridad del Proyecto Costa Verde (APCV) que le daban al proyecto “la compatibilidad de uso” y una “certificación definitiva” para permitir su instalación.
Parecía que el imperio Bordemar crecería hasta que, en julio de ese año, la APCV le dijo a la Marina que no reconocía como suyos los documentos que presentó la empresa. La Dicapi dispuso sancionar a la empresa con 10 UIT (S/43.000) y remitir la resolución a la Procuraduría de la institución “a fin de que interponga la acción penal correspondiente”.
En WEC rechazan las acusaciones. “Quien realiza la falsificación es un trabajador del gobierno regional de Lima, por ende mi representada tomó acciones legales y denunció ante la fiscalía de corrupción de funcionarios”, dice la abogada de la empresa, Magaly Salvador. Eso no es lo que dice la Marina de Guerra en su resolución.
Bordemar, que enfrenta ahora a su posible desaparición, ha exigido al juez que le brindó la medida cautelar que ordene a las fuerzas del orden reabrir el complejo. Pero José Rodríguez tiene un plan B para clausurarlo.
El alcalde ha apuntado a las deudas de la concesionaria para resolver el contrato de manera definitiva. Según cálculos de la comuna, desde el 2007 la empresa ha dejado de pagar en rentas más de U$943.000. Con intereses, el monto ha llegado hasta los US$7,5 millones, asegura un informe.
En agosto de este año, el concejo municipal decidió que esto era una causal para resolver el contrato inmediatamente. WEC alega que el inicio de pagos debió empezar el 2009, dos años después de obtener sus licencias, y que “la municipalidad sigue cobrando sobre el año que nos han cerrado”.
Pero no es la única arruga de la empresa dueña del complejo. Según los registros de la Sunat, la compañía debe S/211.503 al Tesoro Público y a EsSalud. La empresa de Delgado Cafferata dice que no pudieron pagar los años en los que fueron clausurados.
EL PROBLEMA COSTA VERDE
El problema de la Costa Verde, sin embargo, excede a Bordemar. Es el producto de una serie de autoridades locales que dieron permisos sin apegarse al Plan Maestro de la franja costera. “La Costa Verde ha sido un espacio vulnerado en las últimas décadas en sus características geográficas y paisajísticas, y también en sus características de uso. Ya en el Plan Maestro, la Costa Verde estaba destinada a usos deportivos y de recreación, y esto se ha ido desvirtuando a raíz de las malas prácticas de ciertos alcaldes”, señala Oscar Apaza, arquitecto de UDEAL, organización que agrupa a profesionales y estudiantes de temas urbanos.
Para el especialista las autoridades han hecho con la Costa Verde lo mismo que con otros espacios públicos de nuestra ciudad “Concesionarlos, privatizarlos y desnaturalizarlos en su uso, generando en muchos casos espacios que funcionan alrededor del consumo. Consumo que, dicho sea de paso, sólo es accesible para algunas personas. Porque no estamos hablando de restaurantes al paso, sino de locales para clase media y alta”, apunta.
Aldo Facho Dede, cofundador de la Red Latinoamericana de Urbanistas, profundiza en el caos. “El problema de fondo no es si tiene que haber comercio o no en la Costa Verde. La manera más natural de que este espacio sea nutrido y concurrido es que tenga actividad urbana y comercial. Eso debería responder a un análisis mayor de qué es lo que queremos que sea la Costa Verde y qué hacemos para que eso sea así”, opina.
El fondo, dice, está en la gobernanza: “Es una sumatoria de actos individuales de corto plazo o con una intención política más que colectiva. Y tiene un problema de gobernanza, porque la Autoridad del Proyecto Costa Verde no es ni autoridad ni autónoma. Quienes tienen la responsabilidad sobre los terrenos y los recursos son los distritos. Y el distrito no piensa en la metrópoli, sino que tiene una mirada distrital”. Urge el liderazgo en la Municipalidad Metropolitana de Lima, que lamentablemente no existe.