Por lo general, en matemáticas las pruebas son definitivas. Si un matemático muestra que una afirmación se deduce perfectamente de un conjunto de afirmaciones fundamentales (axiomas), la afirmación se acepta como verdadera y no hay más vueltas que darle. (Algunas pruebas computacionales no se ajustan a este esquema simplificado, pero dejemos eso de lado por el momento).
En ciencia esto no es así. El tribunal máximo en ciencia es la experiencia empírica, y no existe principio, ley, o teoría que mantenga su aceptación en la comunidad científica si no se ajusta a este tipo de experiencia. Por esa razón, algunos centros de investigación llegan a invertir miles de millones de dólares en construir aparatos y sistemas para poder recopilar esta evidencia, tales como los grandes aceleradores de partículas, la estación espacial internacional, o el proyecto del genoma humano. Cuanto más sofisticados los aparatos para recopilar evidencia, más probable que esta haga tambalear las preconcepciones de los científicos.
En ese sentido, la ciencia siempre está abierta a sorpresas y nuevas teorías, y nada está probado nunca con certeza matemática. Por esa razón, casi siempre van a haber voces discordantes dentro de la misma comunidad científica, pero eso no significa que los científicos no puedan llegar a consensos. Por ejemplo, en el caso del cambio climático, la evidencia llega no solamente por parte de climatólogos, sino también por parte de biólogos, oceanólogos, geólogos, astrónomos, etc. muchas veces trabajando con metodologías independientes. El filósofo Michael Shermer, en un artículo en Scientific American, cita un metaestudio del 2013 que analiza casi 12 mil artículos científicos sobre el clima, y muestra que, el 97% de aquellos que hablan sobre el calentamiento global coinciden en que este es causado por la actividad humana. Es más, el 3% restante no coincide en una única teoría alternativa, sino que afirma diferentes cosas. No tiene que haber, necesariamente, nada sospechoso con ese 3%. La propia naturaleza de la ciencia da pie a que los estudios de fenómenos empíricos complejos no sean unánimes.
A mucha gente le incomoda esta incertidumbre, y la toma como si fuera equivalente a que “todo vale” o “nada está dicho”, pero este es un error de interpretación. Las personas lidiamos con incertidumbre en casi todos los aspectos de nuestra vida, tanto cuando tomamos un vaso con agua, como cuando arriesgamos nuestra vida al girar el timón en una curva en la carretera. Nuestra confianza en la ciencia se debe basar en parte en un razonamiento similar. A mayor cantidad de evidencia independiente, más probable que una afirmación dada sea verdadera. (Otras razones para confiar en la ciencia tienen que ver con su estructura social, la cual genera procesos de auto revisión constante). Es probable, sin embargo, que por ahí haya un estudio relativamente serio que vaya contra el consenso, por ejemplo, que muestre que las vacunas contra el Covid-19 no son ni efectivas ni seguras. Pero actualmente el consenso abrumador en este caso es que sí lo son.
Casi siempre van a haber estudios, incluso bien hechos, que muestren resultados que divergen del consenso. Citar esos estudios no nos convierte en perspicaces; no es que ya vimos algo que nadie más vio y que el establishment quiere ocultar. Es simplemente un estudio entre varios. Un enorme número de personas está tratando de averiguar, de manera independiente, cómo funcionan las cosas, muchas veces usando modelos o metodologías diferentes. Algunos van a divergir, y nadie nos va a poder brindar certeza absoluta. Eso no significa que no tengamos guías de acción. En principio, tomar agua limpia te podría caer mal, y tomar agua del inodoro podría no afectarte. Pero si pensamos con claridad probabilística, tanto en este caso como en el de las vacunas o el calentamiento global, la opción es obvia.
* Manuel Barrantes es profesor de filosofía en California State University Sacramento. Su área de especialización es la filosofía de la ciencia, y sus áreas de competencia incluyen la ética de la tecnología y la filosofía de las matemáticas. Obtuvo su doctorado y maestría en filosofía en la Universidad de Virginia, y su bachillerato y licenciatura en la PUCP.