Daniel Ortega

Pocos días atrás, el heroico sandinista Daniel Ortega, que regresó de su autoexilio en Costa Rica para gobernar su país en los años ochenta, ganó por cuarta vez consecutiva el gobierno de Nicaragua. Son catorce años en el poder y a la espera de cinco años más. Los pronunciamientos en contra de los resultados quedaron en manos de las cancillerías de los países de la OEA y trataron acerca de la transparencia de las elecciones y el encarcelamiento de sus opositores.  En el Perú Vladimir Cerrón de Perú Libre cuestionó duramente la decisión del gobierno peruano, resaltando que Ortega era víctima de los mismos cuestionamientos a los resultados electorales que vivió Castillo. 

Es preocupante la postura de Cerrón porque está apostando por un gobernante que si bien fue de izquierda en su primer gobierno tras el triunfo contra la dinastía de Somoza, el Daniel Ortega que retornó al poder el año 2007 para combatir la corrupción desfachatada de Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, optó por establecer un claro pacto con la iglesia conservadora y los empresarios nicaragüenses. Contra todo lo esperado, su gobierno ayudó a impulsar una de las legislaciones más retrógradas en Latinoamérica sobre el aborto, pues criminaliza hasta el terapéutico, cuando este había sido un derecho protegido por la Revolución Sandinista e incluso antes, desde la dictadura de los Somoza. Económicamente, Ortega no solo no cambió el modelo neoliberal, sino que estableció una alianza con la gran empresa y el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP). Pero como en estas elecciones, algunos empresarios decidieron oponerse y postular sin formar un bloque opositor de defensa de la democracia, varios de ellos terminaron encarcelados por el gobierno. Nada más lejos del discurso de un auténtico gobierno democrático de izquierda. Leonardo Boff, desde la Teología de la liberación y muchos sandinistas, sinceros socialistas, han levantado reclamos desde la represión del año 2018 que dejó más de 300 muertos, de acuerdo con la CIDH por las protestas contra la reforma del Instituto Nicaragüense de Seguridad Social, otra de las entidades del estado que Ortega manipula a su antojo. 

Que la izquierda peruana y latinoamericana no zanje con él de una vez y pueda considerar que Ortega ha traicionado el compromiso con su pueblo, también lo hemos podido observar en la lentitud con la que han aceptado que Nicolás Maduro lidera una dura e injusta dictadura en Venezuela o en el silencio acerca de Miguel Díaz-Cabel, el presidente de Cuba. Sin duda, uno de los malos síntomas claros que muestra la izquierda latinoamericana es no haber conseguido adaptarse plenamente al sistema democrático e incorporado principios que parecen desdecir el heroico método revolucionario de llegar al poder y luego tener que mantenerlo. Que el modelo soviético cayera hace ya más de treinta años, cuando ya se sabe que sus héroes terminaron convertidos en abusivos dictadores al llegar al gobierno, no ha impedido que siga en pie el principio revolucionario de que el pueblo primero debe tomar el gobierno con las armas, aprender a vivir el socialismo dictado por el líder gobernante para que una vez interiorizado, habiendo renacido bajo un modelo justo y amenazante para el capitalismo, pueda liberarse en un utópico futuro comunista. 

De esa manera, el principio que cree que la marcha de la historia sigue un orden que debe cumplirse, continúa siendo la razón por la que el partido que toma el poder debe quedarse hasta asegurar que ese orden lo puedan alcanzar las próximas generaciones. El partido Comunista de Cuba, el Partido Socialista Unido de Venezuela, el Frente Sandinista de Liberación Nacional no tienen ninguna otra justificación (como si lo fuera). 

Y a veces ni siquiera alcanza la vida para lograr la verdadera transformación de los pueblos, así que la cabeza de cada uno de estos partidos debe dejar preparado a un seguidor para que tome su lugar cuando la muerte (y solo la muerte) lo obligue a abandonar a su pueblo. Raúl Castro dejó a Miguel Díaz-Canel, Hugo Chávez a Nicolás Maduro (hay un pajarito que dio fe) y Daniel Ortega, preparado ante el inevitable destino, ya cuenta con su esposa, Rosario Murillo, como vicepresidenta en caso la muerte (y solo la muerte) lo sorprenda. 

 

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Daniel Ortega, Pedro Castillo, Vladimir Cerrón
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