Guerra

[La columna deca(n)dente] ¿Dina Boluarte decidió esto? Bueno, digamos que alguien ha considerado que al Perú le hace falta un pequeño retoque armamentístico. No estamos hablando de hospitales mejor equipados, ni de escuelas donde los niños no tengan que rezar para que el techo no se les caiga encima. No, estamos hablando de algo mucho más urgente para el país: 24 aviones de guerra, ni más ni menos, por la módica suma de 15 mil millones de soles. ¡15 mil millones de soles!

Como dice la canción: «Mambrú se fue a la guerra, qué dolor, qué dolor, qué pena». Qué dolor y qué pena que no hayamos visto antes esta gran oportunidad para «protegernos». ¿De quién? Buena pregunta, porque no está muy claro quién es ese enemigo tan temible y poderoso que justifique semejante inversión. Pero no importa, el hecho es que Mambrú (o Dina, en este caso) ya está en camino, y su partida cuesta lo que un país con un sistema de salud en condiciones óptimas podría valer. Pero… qué dolor, qué pena que no tengamos uno así.

«Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá». O, en este caso, no sé cuándo llegarán esos hospitales mejorados, esas escuelas públicas con agua y desagüe, o esas carreteras asfaltadas. Ni hablar de poder trabajar sin el miedo constante de ser asesinado por los extorsionadores de turno. Pero lo que sí sabemos con certeza es que los aviones vendrán. Y cuando lleguen, ¡por fin podremos dormir tranquilos! Porque, claro, ahuyentarán a los extorsionadores y espantarán a las organizaciones criminales.

«Si vendrá para la Pascua, o para la Trinidad…». Nadie lo sabe con certeza. Lo que sí sabemos es que este gobierno de Boluarte tendrá la dicha de ser recordado por algo tan significativo como llenar el cielo peruano de aviones de guerra. De paso, el viento de las turbinas podrá barrer las ilusiones de los ciudadanos que esperaban soluciones a problemas más mundanos, como el acceso a agua potable o la reducción de la pobreza o la mejora de la educación pública. Pero claro, esas cosas no vuelan, ni hacen ruido, y mucho menos brindan una foto impresionante durante un desfile militar.

«Mambrú murió en la guerra, lo llevan a enterrar…». Esperemos que no sea la esperanza de los ciudadanos la que esté siendo enterrada en esta operación millonaria. En un país donde cada céntimo cuenta y las necesidades básicas parecen un lujo, alguien decidió apostar por un gasto digno de cualquier potencia militar. Con suerte, cuando entremos en la inevitable fase de austeridad y recortes en sectores como salud o educación, al menos podremos mirar al cielo y ver esos 24 aviones de guerra, cortesía de Dina Boluarte, recordándonos que, aunque no tengamos medicinas ni escuelas, al menos tenemos aviones.

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[EN LA ARENA] La guerra ha sido la herramienta con la que Israel decidió hacerse del territorio cedido por el gobierno británico y ampliarlo en la medida de todo lo posible, provocando que la migración se haya prolongado dolorosamente en el territorio del Levante (Siria, Líbano, Palestina). En estos días, la población de Gaza huye hacia las fronteras y gobiernos y organizaciones internacionales demandan que se abran corredores hacia países que los puedan recibir. Cómo no huir de la crueldad con la que el gobierno Israelí está vengando el ataque de Hamas, duplicando las cifras de personas muertas y heridas en guerras anteriores, lanzando misiles contra hospitales… Y esta guerra recién empieza.

¿Cómo es posible que judíos que sufrieron persecuciones, víctimas de genocidio, que pasaron de una diáspora a otra, no puedan comprender en el recuerdo de ese sentir la dimensión del daño que están causando? ¿Cómo es posible que palestinos que sufrieron cacerías religiosas, que se saben de armamentismo precario, puedan regir y asesinar en nombre de su fanatismo islámico? Lo cierto es que es en esos contextos cuando sólo queda migrar.

Así fue como llegaron a nuestro continente. Los judíos expulsados por los Reyes Católicos al finalizar el siglo XV y perseguidos por la Inquisición creada para combatirlos con saña, llegaron para refugiarse en México, Brasil y Surinam. Cuando el zar Alejandro III dio rienda suelta al antisemitismo y los pogromos de fines del siglo XIX, llegaron hasta Argentina. Los palestinos vinieron cuando las autoridades turcas del Imperio otomano, al comenzar el siglo XX, empezaron a restarle derechos a los palestinos cristianos y a utilizarlos como carne de cañón en su ejército. Llegaron a Argentina, al nuevo mundo, con pasaportes turcos, pero decidieron trasladarse a Chile y algunos a Perú. Cuando en 1948 se creó el Estado de Israel el 80% de palestinos que ocupaban el territorio, 800 mil personas, tuvieron que ser forzadas a migrar, algunos consiguieron venir hasta aquí y reunirse.

Tanto en Perú como en Chile, los palestinos, por ser cristianos ortodoxos y al haber perdido un territorio a donde regresar, se integraron rápidamente a nuestras culturas. Por eso no fueron asociados a una cultura “oriental”. Por el contrario, rápidamente desarrollaron el comercio y la producción textil, destacando, como en todo el continente, en política, arte y deportes. En Chile, donde se encuentra la comunidad palestina más grande, de más de 150 mil, tienen un importante club de fútbol, el Deportivo Palestino.

Perú, por su catolicismo colonial, no acogió muchos judíos sino hasta finales del siglo XIX. Y aunque la comunidad judía tuvo un pequeño apogeo en los años 40, tras el gobierno de Fujimori y el enfrentamiento con Baruch Ivcher, su población, ya con claros destinos, se redujo a un poco más de mil personas. Por el contrario, los árabes en Perú han crecido y son hoy más de 10 mil. Mientras tanto, la migración peruana también ha crecido exponencialmente y fue por una guerra que empezamos a salir.

Más de tres millones de peruanos empezaron a migrar con la crisis económica que (irónicamente) provocó el alza del precio del petróleo que pusieron los países árabes para detener a Israel en la década de 1970. Pero el real impacto en Perú se produjo cuando los gobiernos de Belaúnde y Alan García se vieron sobrepasados por la deuda externa y Sendero Luminoso desató una cruenta guerra interna. Hombres y por primera vez, mujeres empezaron a migrar masivamente, cambiando los países de destino. Dejaron de ser la entonces exitosa Venezuela, Estados Unidos y España y se sumaron países como Italia, Argentina, Chile y Japón. Hoy, aunque hace una década parecía haber descendido la ola, tras la pandemia y el abandono del Estado en manos de mafias durante la celebración del bicentenario ya han migrado casi medio millón. En América Latina no son las guerras, sino el huir de la delincuencia y la pobreza la razón principal para escapar.

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