Medio oriente

Irán ha logrado su objetivo: ya Arabia saudita anunció que suspende toda negociación con Israel para entablar relaciones diplomáticas. El ataque terrorista de Hamás tiene muchas lecturas -entre otras la impresionante pasmosidad de los servicios de inteligencia israelíes-, pero lo que resulta obvio es que la política de mano dura de Netanyahu contra los palestinos iba a tener repercusiones indeseadas y una de ellas la acabamos de espectar.

Comparto la tesis de David Leonhardt, en The New York Times: todo esto es resultado del fin del mundo unipolar controlado por los Estados Unidos y el ingreso a una multipolaridad en la que suceden conflictos larvados, animosidades contenidas y el planeta empieza a ser un escenario de estallidos de violencia desperdigados y descontrolados, fuera de los ejes geopolíticos de Washington o a contrapelo de ellos.

“La explicación más sencilla para esto es que el mundo se encuentra en una transición a un nuevo orden que los expertos describen como multipolar. Estados Unidos ya no es la potencia dominante que fue y no ha surgido otra para reemplazarlo. Como consecuencia, los líderes políticos de muchos lugares se sienten envalentonados para reivindicar sus intereses, con la creencia de que una acción agresiva tendrá más beneficios que costos. Estos líderes piensan que ejercen en su región más influencia que Estados Unidos”, señala Leonhardt con acierto.

Así, agrega, Rusia ha lanzado la mayor guerra en Europa desde la Segunda Guerra Mundial; China se ha puesto más belicosa hacia Taiwán; India ha adoptado un nacionalismo virulento; Israel ha conformado el gobierno más extremo de su historia; y la mañana del sábado, Hamás atacó con descaro a Israel; lanzó miles de misiles y de manera pública secuestró y mató a civiles.

No duró mucho la unipolaridad, apenas 30 años desde la implosión de la Unión Soviética. Noah Smith, bloguero norteamericano, experto en temas económicos y políticos, escribió en su boletín Substack sobre la nueva guerra en Medio Oriente:

“En las últimas dos décadas se ha vuelto popular arremeter contra la hegemonía estadounidense, hablar con sorna del “excepcionalismo estadounidense”, ridiculizar la actuación de Estados Unidos como “policía mundial” y anhelar un mundo multipolar. Bueno, felicidades. Ahora tenemos ese mundo. A ver si les gusta más”.

Lo cierto es que la multipolaridad es irreversible y habrá que acostumbrarse al surgimiento, como islotes, de conflictos impensados hace dos décadas, frente a los cuales Estados Unidos nada hará o podrá hacer.

Hay que estar alertas, inclusive, de que una región pacífica como América Latina, empiece a mostrar fricciones larvadas entre naciones que hoy conviven sin sobresaltos. Sería bueno que nuestra Cancillería empiece a trazar estrategias geopolíticas de larga perspectiva al respecto.

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A la luz del desastre social ocasionado en las naciones europeas respecto de los procesos migratorios acontecidos en sus lares (particularmente de población de origen africano y recientemente del Medio Oriente), que ha sido nuevamente puesto en evidencia con los descontrolados estallidos de violencia en Paris luego de un incidente policial, no se puede dejar de reconocer la sabiduría esencial de nuestro país para acoger este tipo de procesos.

En Francia, la colusión del racismo derechista con el buenismo izquierdista, terminaron por construir inmensos ghettos urbanos, de contingentes poblacionales auxiliados por la beneficencia, pero marginados del orden establecido, materia prima propicia para la marginalidad permanente (pobreza, delincuencia, disidencia). Y lo mismo sucede en Gran Bretaña, Países Bajos (acaba de renunciar su primer ministro por un desatino migratorio), países escandinavos, Alemania en menor medida, etc.

El Perú ha recibido un influjo masivo de casi millón y medio de venezolanos, y si bien ha cometido errores en el proceso (no extender inmediato permiso de trabajo a nuestros compatriotas venezolanos o no cribar legalmente a los que cruzaban nuestras fronteras), no ha ocurrido acá lo que en Europa.

La población venezolana está desperdigada por todo el territorio nacional, en su mayoría trabaja honestamente, se ha adaptado perfectamente -cuando tiene sus papeles en regla- y, salvo excepciones delictivas muy minoritarias, no ha generado un problema social y político. Por el contrario, ha generado un enorme beneficio económico al Perú, ya que, además, no se cometió el error de destinar recursos fiscales a “ayudar” a los migrantes y condenarlos a una pobreza inducida.

El Perú, en ese sentido, goza de una tradición histórica que ha sabido acoger fenómenos de migración, aunque algunas de ellas hayan sido originalmente procesos de esclavitud (población afro y oriental), y paulatinamente se va tomando consciencia de la necesidad de una mayor equidad social respecto de estas minorías que, en buena medida, forman parte del paisaje demográfico nacional sin ninguna fricción particular.

La del estribo: muy recomendable el documental El dorado, que describe la proliferación de locales queer en los años 20, en la Berlín anterior al ascenso de los nazis, reflejando la atmósfera de libertades y modernidades que luego el totalitarismo aplastó. Un documental que no deja de ser una alerta de lo que puede ocurrir si predominan en el planeta las fuerzas ultraconservadoras que han venido creciendo en las últimas décadas. Va en Netflix y también con su proveedor favorito.

 

 

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