autobiografía

[EN UN LUGAR DE LA MANCHA] Los diversos géneros que componen el campo autobiográfico son hasta hoy motivo de discusión crítica. Algunas preguntas que surgen frente a ellos, por ejemplo, interpelan a los textos en su calidad de “garantes” del discurso, pues pretenden ofrecer un relato cargado de valor referencial. En otros casos se cuestiona si el relato compromete una reconstrucción más o menos fidedigna del pasado del sujeto o es, más bien, una interpretación de dicho arco temporal. Por último, la sospecha recae en la idea de que en estos textos el autor construye deliberadamente o no una imagen autoral, una persona que podría no corresponder con exactitud al escribiente de existencia material.

Destino vagabunda, de la poeta peruana Carmen Ollé (1947) se suma ahora al corpus autobiográfico peruano. Se presenta como un libro de memorias. En la portada, la palabra memorias es el humo de un cigarrillo, gesto sin duda cargado de ironía: ¿  serán esas memorias volátiles como el humo, responden a una condición de fragilidad que pone en riesgo la intención del texto de ser veraz, o sugiere acaso la imposibilidad de que el lenguaje pueda reconstruir la experiencia?

Resulta sintomático que la propia Ollé inicie sus memorias con una reflexión puntillosa sobre estas preguntas. Dice: “Contar mis memorias me resulta, hasta cierto punto, un acto de pedantería. Hay una dosis de vanidad en juego, a lo que se suma el pudor de ir desvistiéndose –como en la canción «Déshabillez moi», de Juliette Gréco. No soy fan de Gréco, y la cito porque, al crear la obra, una escritora expone su mundo interior. Pero una escritora es capaz también de poner minas en su trama para hacer explotar al desprevenido lector” (p.9).

Esta advertencia precede, justamente, a un asunto que pone al discurso autobiográfico entre la espada y la pared, porque si la autora se convierte en una “asesina” y destruye, desfigura o acomoda hechos que son comprobables o cuya existencia es respaldada por algún tipo de fuente documental, eso quiere decir que se ha entrado en el terreno de la reinvención personal y de la resignificación del relato sobre su pasado, algo que podría debilitar el rigor de la reconstrucción.

Entonces será posible pensar que más allá de las revelaciones sobre la propia persona –algo que mueve a los lectores hacia este tipo de textos– el lenguaje, la estrategia de composición, el deseo de construir una imagen autoral, adquieren también una importancia que no podremos desdeñar. El deseo legitima no una mentira, sino la proyección de una figura que encarna valores e ideas que la autora suscribe. La verdad no es solo un asunto documental, puede ser igualmente un anhelo que se define en la subjetividad de la persona, aun cuando esto resulta riesgoso.

Muchas veces los textos autobiográficos ponen en escena una intensa lucha entre decir y reprimir. En ese sentido, la autocensura no sería un tema menor, tiene los visos de una necesidad. Ollé menciona que hay cosas “a las que tengo que ponerles mascarilla para estar a tono con la época, porque no puedo decirlas abiertamente” y se refiere luego a a la disputa que ella misma termina “librando entre decir, silenciar, mentir, tergiversar a la hora de hablar de mí o de mi familia” (p.20).

El texto invita a un recorrido pautado por la temporalidad. Se inicia en la infancia, naturalmente y se erige allí un retrato genealógico y familiar, que culmina con el final de la secundaria y el descubrimiento (la lectura, cuándo no) de Simone de Beauvoir, un hito personal en todo el sentido de la palabra. Le siguen el descubrimiento y afianzamiento de la vocación literaria, la militancia poética, el matrimonio con Verástegui y los viajes; luego el retorno al Perú y la vivencia del horror senderista desde la docencia en La Cantuta y el inicio de un intenso activismo feminista. Sigue una apretada memoria de viajes literarios (ferias, congresos, lecturas), la explicación de su relación con la literatura, el amor y la maternidad.

Todo delata, pues, la construcción de una imagen, la representación de fragmentos de experiencia. La autora de Noches de adrenalina (1981), un libro que definiría el perfil de la poesía escrita por mujeres en nuestro país, acomete en Destino vagabunda una aventura que cada lector compartirá a su modo: una aventura en la que ni los posibles silencios ni las probables deformaciones de la memoria estarán en condiciones de restar fascinación a este retrato vital.

Carmen Ollé. Destino vagabunda. Memorias. Lima: Peisa, 2023.

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Y aunque los temas que desfilan por esta especie de cuaderno de escritor son variados: la amistad, el cine, el jazz, el recuerdo de personajes de diversas épocas, la remembranza de lecturas y autores, son sin duda los momentos dedicados al oficio de escribir los que cobran mayor relevancia, en la medida en que esos apuntes podrían representar una proyección del autor en relación con su propia escritura, es decir, hablando de otros o preguntando a los otros, posiblemente encuentra respuestas para sí mismo.

En ese sentido, uno de los pasajes más reveladores es una pregunta hecha por Niño de Guzmán a Ray Bardbury. Cito: “La única vez que tuve la oportunidad de hablar con Ray Bradbury (…) le pregunté si sentía placer cuando escribía. Su primera reacción fue estallar carcajadas, lo que hizo que me diera cuenta de mi desatino. ¿Cómo diablos le preguntaba eso a un narrador al que parecían adorar las musas, quienes le susurraban en el oído una historia tras otra apenas despertaba cada mañana? Luego, al percatarse de mi incomodidad, el autor de Remedio para melancólicos se puso serio y me dijo, muy rotundo: ´Si no fuera así, pues simplemente no lo haría´” (p.197).

La pregunta pro el placer de escribir, siempre presente. En un mundo que se cae a pedazos, víctima de la estupidez, el odio y la incongruencia, preguntarse por el placer de escribir podría parecer ofensivo e incluso contradictorio. Por más que el ejercicio literario sea hecho en condiciones adversas debe haber, intuyo, momentos de iluminación y liberación que permiten al escritor seguir escuchando sus latidos. Me resisto a creer que no hubo nunca placer en estos apuntes de Niño de Guzmán, apuntes que son, sin duda, la mejor invitación a su universo personal y narrativo.

Guillermo Niño de Guzmán. Hasta perder el aliento. Cuaderno de letraherido 1. Lima: Tusquets, 2022.Guillermo Núñez de Guzman

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