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Para terminar mí recorrido, como alguien que tiene tatuado el árbol blanco de Góndor, tenía como objetivo los stands de fantasía. Siempre es divertido ver nuevas ediciones de Harry Potter y del Señor de los Anillos. Le dieron magia al mundo cuando estaba al borde de perderla. Y en este infinito mundo de libros, Albus Dumbledore coincide en que el lenguaje es el hechizo más poderoso. Ahora era un hobbit que asistía a Hogwarts.
Resguardado por Gandalf, el mago gris, emprendí la última caminata entre el laberinto de textos. Mi otra obsesión, el anime y los mangas, que en muchos casos son altamente discriminados, son una fuente de poder, reflexión y autosuperación que no muchos se atreven a beber. Ya casi no quedaban tomos completos. One Piece de Eichiro Oda, el más famoso y exitoso de todos los tiempos, se encontraba agotado.
No pude evitar comprar la novela ligera de Hatake Kakashi, sensei de Naruto, quien siempre está en mi interior dándome calor. Masashi Kishimoto dio vida al mundo de Naruto y a las naciones shinobi que me rescataron en mi infancia. Lo más preciado era la colección completa de Berserk del ya fallecido Kentaro Miura, quien no pudo culminar la aventura de Guts, su protagonista.
Dirigiéndome a la salida, estaba imbuido de una metamorfosis de personajes y etapas de mi vida. El laberinto despertó un frenesí e ímpetu por regresar aún más a tiempos marcados por historias. Casi corriendo fui a las editoriales más grandes e hice mi última compra. Felizmente, al comprar las entradas te dan un descuento según el tipo de entrada que tengas. Encontré mi primer libro, mi introducción a millones de mundos: El diario de Ana Frank.