Discurso presidencial

Desde su llegada al poder, Dina Boluarte ha ofrecido discursos que carecen de profundidad y contenido sustancial. Sus intervenciones suelen percibirse como vagas y generales, sin abordar los problemas reales y urgentes que enfrenta el país. El discurso del 28 de julio no fue la excepción: resultó ser un mensaje frívolo, cínico y engañoso.

La frivolidad se hizo evidente en la extensión del discurso, que duró un récord de cinco horas. Su lectura, cansina y monótona, careció de la profundidad y la concisión que se esperarían de un mensaje presidencial. Muchos asistentes, incluidos congresistas y ministros, se durmieron o bostezaban sin ningún rubor, lo que refleja una desconexión con los problemas reales que enfrentan los ciudadanos cotidianamente.

A lo largo de su alocución, Boluarte evitó reconocer los errores y fracasos de su gobierno. Esta incapacidad para admitir problemas o fallos pone de manifiesto una preocupante falta de seriedad y responsabilidad. Además, su atención desmedida a temas y datos irrelevantes parecía ser un recurso para distraer a la audiencia de los asuntos verdaderamente importantes, intentando sumergirla en un mar de cifras que desdibujaban la realidad. De igual manera, la repetición de promesas, como la creación de hospitales, se presentaba como un intento de desviar la atención de la ausencia de resultados concretos. 

Asimismo, hizo anuncios superficiales, como el cambio de nombre del Ministerio del Interior, la creación de un Ministerio de Infraestructura y “la fusión de dos pares de ministerios”. Estas medidas son poco probables que tengan un impacto real en la mejora de la prestación de los servicios públicos, en la lucha contra la corrupción y la inseguridad ciudadana. 

Las contradicciones en el discurso presidencial son motivo de seria preocupación. Existen discrepancias entre su postura durante el proceso electoral, en la que se oponía al proyecto Tía María e incluso estampó su firma en señal de compromiso, y su actual promoción de dicho proyecto. Este cambio drástico en su posición política puede interpretarse como oportunista, evidenciando una falta de coherencia y transparencia en su liderazgo.

Además, la ausencia de explicaciones sobre las acusaciones de corrupción que la involucran a ella y a su entorno más cercano refuerza la percepción de falta de sinceridad en su compromiso con la lucha contra la corrupción. Esta falta de transparencia no solo mina la confianza pública, sino que también sugiere una gestión marcada por la hipocresía y la deshonestidad.

En conclusión, el discurso presidencial de Dina Boluarte no solo refleja una falta de profundidad y contenido sustancial, sino que también exhibe una desconexión preocupante con las realidades y urgencias del país. La incapacidad para reconocer los errores y fracasos de su gobierno, sumada a la atención desmedida a temas irrelevantes y a la repetición de promesas vacías, subraya una gestión caracterizada por la frivolidad y el cinismo.

La ausencia de transparencia respecto a las acusaciones de corrupción, junto con las mentiras y contradicciones, deteriora aún más la confianza pública y revela un liderazgo carente de seriedad y responsabilidad. En lugar de proporcionar soluciones concretas dentro de un marco claramente definido, el discurso presidencial se percibe como un intento fallido de desviar la atención de los problemas reales, debilitando así la credibilidad del gobierno y su capacidad para enfrentar los desafíos nacionales.

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¿Alguien en su sano juicio puede creer que con el gabinete actual, el gobierno va a ser capaz de pergeñar un programa ambicioso de reformas tendientes a dar un giro copernicano a la gestión pública en lo que vendría a ser su penúltimo año de mandato?

¿Puede uno esperarlo de una mandataria de mirada corta, visión nula y proyección política inexistente, más pendiente de sobrevivir a costa de concederle todo al Congreso?

¿Puede aspirarse a que desde el Parlamento se olviden de distribuciones oportunistas de cuotas de poder para mantener el statu quo en la Mesa Directiva o que se dispongan a iniciar reformas o desandar las contrarreformas nefastas que han perpetrado en el último periodo, que han debilitado el Estado de Derecho impunemente, sin que les importe, al parecer, el bajísimo nivel de aprobación que exhiben?

Si algo va a cambiar a partir del 28 de julio, fecha política que antes marcaba un parteaguas gestor de la administración pública, va a ser para peor. La política en el Perú se ha degradado a pasos agigantados. Ha ocurrido en el último año un condensado intensivo de lo que nos viene sucediendo desde el 2016.

Y lo grave es que es el último año en el que algo importante se podría hacer, porque ya el periodo 2025-2026, el gobierno de salida no arriesga nada, no tiene perspectiva para iniciar nada significativo y, además, la atmósfera política ya estará impregnada de vientos electorales que catalizarán todas las expectativas ciudadanas.

Ya van dos lustros perdidos en el Perú por culpa de la crisis política incubada en los dieciséis años de bonanza económica precedentes, pero huérfanos de reformas básicas (salud, educación, seguridad ciudadana, regionalización, reforma del Estado, etc.) que hubieran permitido construir cimientos poderosos que hubieran hecho imposible el zigzagueo mediocre en el que estamos embarcados hace diez años.

El 28 de julio asistiremos a un espectáculo que de republicano solo tendrá la parafernalia, pero que solo será un peldaño más de descenso en la calidad democrática del país, que se asoma, justamente por ese deterioro, a un escenario electoral impredecible, inédito por la cantidad de candidaturas, y que no promete nada nuevo. La desgracia de hoy puede ser solo el preámbulo de un desastre mayor.

 

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28 de julio, Discurso presidencial

Un mensaje técnicamente correcto, pero que no albergó el carácter extraordinario que se requería para atisbar una salida a la crisis política (desaprobación del gobierno) ni a la crisis económica (shock de inversiones privadas) por las que transita el país.

Lamentablemente, seguiremos instalados en el statu quo de estabilidad mediocre que nos signa desde la caída de Pedro Castillo. En ese sentido, ha sido una oportunidad desperdiciada.

Un mensaje largo, tedioso, ya anticipaba la esencia de su contenido. Plagado de anuncios de obras realizadas y por realizar, pero sin el cuerpo político necesario para movilizar conciencias ni acciones.

Si de alguno de los mensajes dados y por dar de la presidenta Boluarte se esperaba una dosis extraordinaria de disrupción era, precisamente, de éste. No lo fue. Satisfizo lo básico (pedido de perdón, énfasis en seguridad ciudadana, aunque con una pizca de xenofobia, medianos anuncios proinversión privada -no se ve a ningún inversionista metiendo la mano al bolsillo luego del discurso presidencial-, nula referencia a la posibilidad de un recorte del mandato, propuesta de bicameralidad -quizás lo mejor del discurso-, etc.), pero de novedad política llamativa, poco o nada.

Era, en verdad, una ilusión pensar que de un liderazgo político tan mediano y ligero, podía salir un mensaje potente e innovador. El Ejecutivo carece de cuadros técnicos y políticos que le permitan a la presidenta leer correctamente la realidad y actuar en consecuencia (cómo no escuchó la homilía del cardenal Castillo antes de elaborar su mensaje).

Ya es hora, por cierto, de que la derecha congresal empiece a tomar distancia de un régimen que afectará sus posibilidades electorales para el 2026. Constatada hasta la saciedad la incapacidad del gobierno de trascender de la medianía, haría mal el sector ideológico mayoritario del país con identificarse con ese proceso político sin brillos ni resplandores.

La mediocridad gubernativa, puesta una vez más de manifiesto en el gris mensaje de Fiestas Patrias, ya merece oposición frontal y recia, que, sin necesidad de generar inestabilidad política, le haga saber a la ciudadanía que no estamos ante una mímesis letal entre ambos poderes del Estado o, lo que es peor, entre la derecha política y un gobierno que se identifica como tal, pero cuya levedad lo hace indefendible.

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Crisis económica, Crisis política, Discurso presidencial, Estabilidad mediocre, Mensaje Fiestas Patrias, Presidenta Boluarte
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