[Migrante al paso] Salíamos de una discoteca. Celulares en la mano. Distraídos. Un poco borrachos. No más de 21 años. Caminando entre los callejones que rodean la Plaza Butters de Barranco. Se acercan dos piltrafas, con gorritas. Cada uno pesaba máximo 50 kilos. No intimidaban ni a un perro. “Sus celulares o les hago hueco”, decían. Procedimos a guardar nuestros celulares en el bolsillo y a prepararnos para pelear. Se fueron corriendo, con la cola entre las patas. Han pasado menos de 10 años. En la actualidad, probablemente estaríamos muertos. Porque vivimos en un país donde la vida ya no tiene valor. Matan gente por 50 soles o menos. Más de 200 bandas criminales operan abiertamente. La policía, cómplice. Con un servicio de inteligencia que ya vendió su cerebro o tiene el coeficiente intelectual de una mosca, ninguna de las dos opciones me sorprendería. ¿Qué se puede esperar de un país de cobardes, violadores y llorones? No soy un fanático de la justicia, pero si no se toman medidas con urgencia, vamos a regresar a la ley de la selva. Estamos en tierra de nadie. ¿Qué vale un lugar donde las personas no pueden vivir sin temor a morir al salir a la calle, donde poder cumplir un sueño jamás va a pasar de ser una fantasía? A eso ha llegado el Perú.
Teníamos 15 años, íbamos en taxi. El carro se desvió y comenzó a meterse entre calles desconocidas de Barranco viejo. Nosotros, pequeños, pero valientes, ya sabíamos qué hacer en esos casos. Lo habíamos conversado. El que estaba atrás lo ahorcaba por atrás y quien iba de copiloto movía el timón hasta chocar y poder llamar la atención o salir disparados. Fantasías infantiles que, felizmente, no se cumplieron. Nos dejamos llevar y apenas reconocimos una avenida. Lo obligamos, a la fuerza, a que vaya hasta allá. Nosotros, preparados para golpear y morder si era necesario. Nos bajamos y comenzamos a burlarnos del ladrón poco experimentado. Nuevamente, en la actualidad, probablemente nos hubieran matado porque en este país ya ni la infancia tiene valor. ¿Quién quiere vivir en un lugar donde sus hijos no pueden jugar en la calle, ir a pasear al parque o salir a montar bicicleta como solíamos hacer nosotros? Esos recuerdos de ir sobre ruedas a toda velocidad por la ciudad, varios pequeños riendo y haciendo travesuras. Meternos a casas abandonadas como aventura. Era como tener alas, unas que han sido extirpadas de nuestros imaginarios de vida. Todo por unos delincuentes que se aprovechan de quienes solo quieren vivir y mejorar. A eso hemos llegado. ¿Qué se preguntaría un día como hoy Zavalita, si el Perú ya está jodido desde esa época? Ahora, ¿en qué categoría entramos?
Es triste ver a tu propio país en estas circunstancias. Lamentablemente, mi recomendación para todos quienes quieran mejorar su calidad de vida o a quienes tienen pequeños que cuidar es que se vayan, para nunca más regresar. Por el momento, el Perú no tiene futuro. Estamos gobernados por criminales, desde los que te apuntan con una pistola hasta los que están sentados en sus sillas de poder. Para todos ellos, deberían recordar que el poder no es lo mismo que la fuerza. El poder es diminuto al costado de lo otro. Llegó el momento de que todos unamos fuerzas, ya no hay tiempo para peleas ideológicas ni soluciones a medias. Se tiene que establecer un servicio de inteligencia que no tiemble, que no tenga miedo de enfrentar las consecuencias de sus propias acciones. Con las leyes actuales, las autoridades insignificantes, periodistas rastreros y policías cómplices no vamos a lograr ningún cambio.
Está en nuestras manos adultas el proteger a los jóvenes que vienen, implique lo que implique. Ante problemas radicales, lamentablemente, estoy de acuerdo con respuestas radicales. A este paso, el próximo año nos enfrentaremos a unas elecciones en las que tendremos que votar entre potenciales dictadores. Sea un Bukele o una izquierda radical. Cualquiera de los dos me da asco. Pero estamos cumpliendo todos los requisitos para que esta predicción sea una realidad. Para los que creen que estamos viviendo en una dictadura, sujétense bien, porque lo que viene va a ser mucho peor. Es lo que pasa cuando una sociedad se deja llevar por el miedo, siempre ha sucedido así. Llegará el momento en que vamos a recibir con aplausos el fin definitivo de nuestra libertad.
Solo me queda desearle a todos estos parásitos políticos que sean perseguidos de por vida y que no tengan ni una noche de paz en lo que les queda de vida. Y a todos estos extorsionadores que tienen más cualidad de insectos que de humanos, ya no hay marcha atrás con el daño que han hecho. La cantidad de vidas que han arrebatado, los sueños que han destruido, las lágrimas inocentes que han derramado, no tienen perdón de nadie. Espero que sueñen con las miradas decepcionadas y mojadas de sus propias madres, que los niños que una vez fueron los torturen con palabras internas. Ya aparecerá alguien peor que los haga pagar, cuando llegue ese momento, espero que nadie los consuele al verlos llorar como los cobardes que son. Ya llegará el momento, los monstruos nacen de estas circunstancias, y espero de todo corazón que aparezca uno cuyo rencor esté dirigido a estos seres despreciables. Eventualmente, van a caer, tienen que hacerlo.
Nosotros lo único que podemos hacer es mantenernos fuertes, no podemos titubear, es el único rol que tenemos como adultos. Si nos conformamos, tan solo unos segundos, la debilidad se va a infiltrar como un virus y perderemos esta batalla contra la criminalidad que solo aumenta. Mi corazón se quiebra al desear estas cosas, pero no podemos quedarnos con los brazos cruzados y hacer la vista gorda cuando nuestras madres quedan desamparadas por sus hijos muertos. No suelo creer que el cambio viene de marchas o movimientos masivos, pero como bien me dijo un amigo, se tienen que aprovechar todas las oportunidades para prender la chispa, en este caso, de la llamarada de la venganza de un pueblo cansado de ser atropellado.