beat

[Música Maestro]

BEAT: Relevancia artística 

La semana pasada, cuatro músicos extraordinarios ofrecieron uno de los conciertos de mayor relevancia artística de los últimos tiempos. Hay artistas que, a estas alturas, trascienden todas las discusiones sobre géneros, épocas o niveles de popularidad/ventas pues lo que ofrecen es de una calidad incuestionable. Salvo para los necios, que nunca faltan. 

Dicho de otra forma, importa muy poco si a las grandes mayorías no les gusta el rock progresivo, si creen que es un estilo caduco, desfasado, que nadie escucha ya. Lo que ofreció BEAT hace ocho días en la legendaria Concha Acústica del Campo de Marte fue una clase magistral de irreverencia sonora, atemporalidad y brillo instrumental. Una tocada cuyo valor no se puede medir por cuánta gente fue o cuánto dinero recaudó.

Tampoco sirve, para calibrar la importancia de un espectáculo de este tipo, si la empresa organizadora tuvo que abrir una fecha extra o que haya publicado en redes sociales, a las pocas horas de haberse iniciado la venta de entradas, el afiche oficial con sellito rojo de «sold out». El éxito, en estos casos, no depende de factores externos. Hay talentos que, como el buen vino, simplemente añejan bien. Se cuidan y permanecen en el tiempo, son clásicos y omnipresentes, se ubican por encima de los demás. Pero lo hacen sin arrogancia, sin proponérselo siquiera, sin invasivas campañas de marketing ni disfuerzos exagerados para convencer a las masas de que son lo máximo. 

El resultado de lo que BEAT es capaz de hacer sobre los escenarios tiene mucho de espectacular pero también de esfuerzo, disciplina, creatividad y destreza. No es algo que se consigue de la noche a la mañana, por una presentación vulgarona, un hecho escandaloso, una millonaria publicidad o un golpe de suerte. Si la meritocracia existiera, Bad Bunny balbucearía frente a 2,000 personas y grupos como estos llenarían el Estadio Nacional. Es, desde luego, al revés. 

Lo anunciamos primero

Sudaca fue, a través de esta humilde columna semanal, el primer y único medio local que tomó contacto con este excelente proyecto musical, seis meses antes de que arrancaran una gira que, al principio, solo iba a abarcar un puñado de sesenta ciudades en Estados Unidos y Canadá. Me enteré por las redes sociales de Prog Rock Magazine, impecable revista mensual británica. En una columna titulada A propósito de BEAT, el acontecimiento musical del año, publicada el 13 de abril del 2024, ofrecí detalles de cómo nació la idea y qué alcances pretendía tener, incluso antes de que comenzaran a ensayar. En noviembre del 2024, me inscribí en la plataforma Veeps para ver la transmisión en vivo de un concierto que dieron en Los Angeles. Jamás imaginé que llegarían a Sudamérica. Y menos que incluyeran al Perú en ese periplo.

En esos días y durante todos los meses siguientes, las páginas web y redes sociales especializadas explotaron de emoción con la noticia. Rick Beato, el productor y guitarrista que mantiene un canal de YouTube ampliamente sintonizado entre músicos y melómanos de todo el mundo, los tuvo a los cuatro juntos y les dedicó un programa de una hora, solo para hablar de la gira, sus detalles, motivaciones y expectativas. En la entrevista fluyeron las anécdotas y las personalidades de los cuatro. 

Steve Vai, analítico y detallista, desmenuza casi científicamente su experiencia como fan de King Crimson desde sus años como alumno en Berklee y su emoción de tocar junto a Adrian Belew, uno de sus héroes, con quien comparte origen común. Ambos fueron descubiertos por Frank Zappa y tocaron con él -Belew de 1977 a 1979 y Vai de 1980 a 1982-. Carey, probablemente el mejor baterista de su generación, cuenta en las previas que saltó como un niño en piscina de pelotas cuando recibió la invitación para reemplazar a Bill Bruford, a quien admiraba desde su más temprana juventud. 

La sencillez es una de las principales características de los cuatro integrantes de BEAT, a pesar de que podríamos llenar páginas enteras detallando sus trayectorias y describiendo sus aportes a la evolución de la música popular contemporánea, al margen de las modas pasajeras y las imposiciones del mercado. Recuerdo haber visto publicaciones de Steve Vai, en sus redes, narrando lo nervioso que se ponía con solo mirar las transcripciones de todas las líneas para guitarra -riffs, acompañamientos y solos- escritas por Robert Fripp que tenía que aprenderse para The BEAT-Tour. 

Por su parte, Levin y Belew, integrantes originales del periodo de King Crimson que BEAT está reactualizando, no cabían en su felicidad por volver a tocar juntos. Lecciones de humildad, cuando llegan de talentos superlativos, contrastan con los irritantes delirios de grandeza que suelen presentar en programas como Sonidos del Mundo o Noches de Espectáculo, desde los principiantes que nos cuentan cómo se sorprenden con sus propias genialidades hasta gastados personajes locales que, en cuarenta años de carrera, siguen tocando una sola canción y eso les basta para ser considerados “leyendas”.  

La importancia de King Crimson

Para entender el valor de BEAT como acontecimiento artístico, es necesario también tener más o menos clara la dimensión de King Crimson en el desarrollo del rock como fenómeno cultural. Estamos hablando de una de las entidades musicales con más personalidad y peso de las últimas seis décadas, ni más ni menos. Para cuando Robert Fripp -quien acaba de superar un infarto, sufrido pocos días antes de cumplir 79 años- decidió retornar de su autoexilio en el bienio 1979-1981, la sola mención del nombre de su banda generaba devoción y respeto entre los amantes del rock clásico, sus derivados y cruces con otros géneros (jazz, música concreta, experimentación y fusiones múltiples).

En su primera etapa (1969-1974), Fripp construyó uno de los cuerpos de trabajo más complejos, idiosincráticos e influyentes, conservando inalterables su independencia con respecto a la industria discográfica y esa visión que parecía siempre adelantada a lo que hacían los demás. Como Frank Zappa o Miles Davis, Robert Fripp no aceptaba otros dictados que no fueran los de su propia creatividad y su férrea mano guio los destinos de las distintas formaciones que tuvo durante ese periodo inicial. El anuncio de una nueva alineación fue una de las noticias musicales más aplaudidas de inicios de los ochenta.

Los tres discos que King Crimson produjo en esa década -Discipline (1981), Beat (1982) y Three of a perfect pair (1984)- conservaron el sonido esquizofrénico -a veces calmo, a veces frenético-, distorsionado y caótico de la banda, actualizándolo con una estética cercana a los extremos más pesados de la new wave, con mucho uso de herramientas electrónicas, y añadiendo dos elementos particulares, extraídos de las nuevas obsesiones del enigmático guitarrista: la creación de oleadas de arpegios discontinuos que había conocido escuchando música tradicional de Indonesia y una declarada ambición por explorar los límites de la polirrimia africana. 

Para lo primero, contó con la compañía de Adrian Belew, un guitarrista y compositor inquieto por naturaleza. Y para lo segundo, enlistó a una base rítmica de polendas, Tony Levin (bajo/Chapman Stick) y Bill Bruford (batería), el único rescatado de la anterior formación del Rey Carmesí. El resultado fue un bloque de 24 canciones que contienen, en partes equilibradas, ecos inconfundibles del King Crimson primigenio -el vértigo de Red (1974), la tensa calma de Epitaph (1969), la deconstrucción sonora de Fracture (1971) o Starless (1974)- con elementos cargados de funk, afrobeat y electropop de artistas como David Bowie, Peter Gabriel y Talking Heads.

BEAT: El concierto

Las afueras de la Concha Acústica del Campo de Marte en Jesús María comenzaron a llenarse de gente una hora antes de pactado el show de BEAT. Como la metalera, la comunidad de amantes del prog-rock es leal y comprometida, siempre dispuesta a congregarse ante “la llamada de la tribu” como diría Vargas Llosa. Las mismas caras, los mismos desconocidos que uno solo se encuentra en estas ocasiones especiales, que intercambian miradas de complicidad porque saben y, sobre todo, conocen lo que se viene.

Cuando salieron, los aplausos y rugidos de los casi dos mil que allí estuvimos calentaron la fría noche del lunes 12 de mayo. Para quienes hemos seguido el desarrollo de The BEAT-Tour a través de los medios especializados, internet y las redes sociales del cuarteto, la emoción fue desbordante. Perú es uno de los dos países incluidos en esta minigira sudamericana que nunca había recibido la visita de King Crimson -el otro es Colombia-, de modo que era un momento especial. De todos los pesos pesados de la etapa dorada del rock progresivo británico, el Rey Carmesí era el único que nos faltaba ver en vivo y en directo. 

De hecho, el King Crimson oficial es actualmente un monstruo de siete cabezas que nadie se ha atrevido aun a traer a nuestras costas. Sin embargo, BEAT es prácticamente lo mismo, con un 50% de la formación original del periodo 1981-1984 -Adrian Belew y Tony Levin- acompañados por Danny Carey y Steve Vai reemplazando a Bill Bruford y a Robert Fripp. Eso, y los Frippertronics que usaron para los minutos de espera, bastaron para redondear la experiencia. Después de todo, esta sucursal de King Crimson había sido autorizada y certificada por el mismísimo Fripp.

Desde el inicio con Neurotica y Neal and Jack and me, ambas del LP Beat (1982), hasta los intercambiose impredecibles de guitarras en Industry, una de las más difíciles del Three of a perfect pair (1984), o la tercera parte de Larks tongues in aspic; la banda ofreció lo mejor de sus capacidades para la sorpresa y esa sensación de caos controlado que caracterizó siempre a King Crimson. Tony Levin, en las accesibles Man with an open heart o Heartbeat, o en Sartori in Tangier, ese instrumental de atmósfera medio oriental, se robó la atención del público con sus movimientos y recursos, tanto con el bajo convencional como con el Chapman Stick, ese extraño instrumento que domina a la perfección. Y esa solo fue la primera parte.

Luego de quince minutos de intermedio, en que escuchamos un segmento de la obra de Steve Reich, Music for 18 musicians (1976), en una versión grabada en los ochenta si no me equivoco, vino uno de los momentos más esperados del concierto. Carey, frente a un set electrónico de batería portátil, comenzó a recrear la base polirrítmica que da comienzo a Waiting man, a la que se unió Belew con sus propias baquetas y esa sonrisa de satisfacción que sostiene hasta cuando se agacha frente a sus amplificadores para extraer sonidos extraterrestres de su clásica guitarra Twang Bar -una Fender Mustang que tenía guardada, como mencionó antes de tocar Dig me, desde 1984- para luego recibir a Levin y Vai, desde el fondo, replicando la coreografía que seguían en las giras originales con Fripp y Bruford en los ochenta.

Steve Vai, conocido en el mundo entero por su arrebatada forma de tocar y comportarse sobre los escenarios, parece contenido en su rol ocupando el lugar de Mr. Robert. Cumplió a cabalidad con todas las líneas arácnidas y los paquidérmicos riffs de los arreglos originales. Y cuando le tocó brillar -especialmente en The sheltering sky y en los segmentos instrumentales de todas las demás-, se desató para lanzar su arsenal de solos frenéticos, tappings enloquecidos y manejo de efectos, mientras finge estar caminando entre nubes, moviendo sus piernas en cámara lenta o intercambiando miradas cómplices con Belew, armando esos arpegios enredados que terminan en perfecta sincronización, reinventando de forma respetuosa y personal uno de los repertorios más admirados por los guitarristas alrededor del mundo.

Tony Levin usó el Chapman Stick durante casi toda la segunda mitad, generando ritmos y fondos imposibles en temas como Waiting man, Frame by frame, la etérea Matte kudasai -brillante Belew en la slide- y Elephant talk, con el elefantiásico logo de BEAT, creación del fotógrafo, diseñador y artista visual Dan Ermey cobrando vida delante de nuestros ojos. Para Sleepless, Levin desenvainó sus alucinantes “funk fingers”, extensiones de sus dedos con los que golpea las cuerdas para lograr más contundencia.

El momento para Danny Carey, el único que tocaba por primera vez en Lima, llegó casi al final del show en Indiscipline. Durante un minuto y medio, el genial baterista de Tool entregó un solo con toda la potencia de la que es capaz, dejando sin aliento a la gente. En esa caótica y tensa composición, Adrian Belew desarrolla un monólogo hablado de naturaleza obsesiva -¿será realmente sobre un cuadro de su esposa pintora o sobre las composiciones de Fripp?- que es siempre celebrado por el público. Recuerdo haber escuchado la versión de King Crimson del 2019, cantada por Jakko Jakszyk en vivo y no consigue el efecto de Belew y sus demenciales interjecciones y gritos. 

Para finalizar, la gente bailó al ritmo enfermizo del funk de Thela Hun Ginjeet, antes de tener que aceptar a la única desilusión de la noche, la banda no pudo tocar Red por “problemas de tiempo”, convirtiendo a Lima en la primera ciudad del mundo en la que no tocaron este clásico de 1974. No bastó para empañar este extraordinario concierto, después del cuál BEAT entra en receso hasta septiembre, en qué visitarán Japón. En el entretiempo, cada uno se dedicará a cosas no menos interesantes: Belew de gira con su amigo Jerry Harrison para rendir tributo al icónico LP Remain in light (1980) de Talking Heads. Levin reactiva la banda de jazz The Levin Brothers, con su hermano Pete. Carey regresa a Tool, su casa matriz. Y Vai retoma su reunión con su colega, profesor y amigo Joe Satriani, en el proyecto SatchVai.

Tags:

Adrian Belew, beat, Concierto en Lima, Danny Carey, King Crimson, Steve Vai, Tony Levin

Hace algunas semanas, diversas páginas web musicales lanzaron, a través de sus redes sociales, una noticia que ha generado gran expectativa entre los amantes del rock clásico en general -y del progresivo en particular-, que se viene viralizando y actualizando constantemente. Se trata de la conformación de un supergrupo integrado por cuatro extraordinarios instrumentistas para traer al siglo XXI unos discos que, entre 1981 y 1984, representaron la vuelta al ruedo de una de las bandas más respetadas e influyentes de los setenta, después de siete años de ausencia.  

Adrian Belew (74), Tony Levin (77), Danny Carey (62) y Steve Vai (63) son músicos consagrados, de largas trayectorias impulsadas por la creatividad y la innovación, de innegable vocación vanguardista pero sin alejarse de manera radical del mainstream y de uno que otro coqueteo con los gustos populares. Cruzando géneros y expandiendo las posibilidades de sus respectivos instrumentos, esos cuatro nombres se consolidaron como garantía de autenticidad, talento y mucho virtuosismo, ubicándose por encima del espectro común y corriente de lo que consideramos pop-rock para, desde allí, contribuir individualmente a su evolución y permanencia en el espectro sonoro, ajenos a las tendencias y modas masivas. A estas alturas, sin nada qué demostrarle a nadie, estos señores pueden hacer lo que quieran.

Y lo que han decidido hacer es rendirle tributo al periodo 1981-1984 de King Crimson, reinterpretando las canciones de la trilogía Discipline (1981), Beat (1982) y Three of a perfect pair (1984), un retorno que consiguió unir las brillantes sonoridades del pop ochentero más arriesgado y experimental con las características que los hicieron mundialmente famosos durante la década anterior, sin perder prestigio ni generar división entre sus seguidores más fieles, algo que sí ocurrió con varios de sus contemporáneos como por ejemplo Yes, Genesis o Pink Floyd y sus intentos por adaptarse a las tendencias sonoras de esa década, dominadas por la new wave y el pop-rock de estadios. 

La idea de ver al incontenible Steve Vai, considerado uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, replicando los crispados, arácnidos y complejos solos de Robert Fripp y a Danny Carey, dinámico y explosivo baterista de Tool, traducir la polirritmia electroacústica de Bill Bruford, pone a los fans del Rey Carmesí al borde del delirio, de solo imaginar cómo sonará eso. Por otro lado, será ocasión de ver en concierto, otra vez juntos, a Adrian Belew y Tony Levin, quienes junto a otro integrante de King Crimson, el baterista Pat Mastelotto, crearon en 2013 el campamento musical Three Of A Perfect Pair, un evento anual de cuatro días en el que interactúan con sus fans de una manera más cercana y personal. Pero verlos sobre el escenario, tocando de nuevo el material que construyeron junto a Fripp y Bruford hace cuatro décadas, simplemente no tendrá pierde. 

La noticia está tan fresca que, como es común en esta era del tráfico de información en tiempo real, a diario aparecen nuevos datos sobre cómo y desde cuándo surgió la idea, qué expectativas tiene el público, los músicos y demás detalles. De hecho, se acaba de confirmar hace poco que el cuarteto hará una gira de 44 fechas por Estados Unidos y Canadá, que arrancará el 12 de septiembre en San José, California y terminará el 8 de noviembre, en Las Vegas, Nevada. La semana pasada, los cuatro se reunieron con el reconocido YouTuber, productor musical y guitarrista Rick Beato, en Los Angeles, para una conversa exclusiva de una hora que ya superó las 350 mil reproducciones. 

Fripp, conocido por su férrea manera de proteger todo lo relacionado a la emblemática banda que fundó en 1969, aprobó el proyecto -fue Belew quien se lo planteó, hace algunos años, antes de pandemia- e incluso ha declarado que Vai es el único guitarrista capaz de tocar sus partes. El líder absoluto de King Crimson hasta le puso nombre a la nueva creatura. El supergrupo se llama Beat, como el segundo volumen de aquel alucinante tríptico de símbolos arcanos y carátulas monocromáticas. 

Entre 1969 y 1974, King Crimson produjo siete álbumes en estudio y dos en vivo, con Robert Fripp como único miembro estable y un total de dieciséis músicos que entraron y salieron, en ese quinquenio, de acuerdo con las decisiones estrictas del capitán de aquel buque sonoro experto en mellotrónicas atmósferas oscuras, entre lo sublime y lo tétrico, cargadas de patrones armónicos difíciles de digerir a la primera, en los que coincidían jazz, rock, fusiones étnicas, música concreta y proto heavy metal. 

Ese último año, 1974, el guitarrista británico de gesto imperturbable y gustos eclécticos -lo inspiran por igual Jimi Hendrix (1942-1970) y Béla Bartók (1881-1945)- decidió dar fin a esta primera etapa de la banda para tomarse un año sabático. En 1976 retomó sus actividades musicales y se involucró con varios artistas destacados, entre ellos Peter Gabriel, con quien trabajó como músico y productor en sus primeros álbumes en solitario tras separarse de Genesis.

Para cuando estaba por llegar la década de los ochenta, Fripp ya se había reinsertado plenamente en su mundo: en 1977 grabó, a instancias de su buen amigo Brian Eno, el icónico riff de “Heroes”, tema central del décimo segundo álbum de David Bowie del mismo nombre; en 1979 lanzó su debut como solista, Exposure, resultado de diversas exploraciones previas; y, en 1980, armó The League Of Gentlemen, un breve e interesante intento de orientarse hacia la estética sonora de la new wave, un aprendizaje que sería fundamental para su siguiente paso.

En ese momento se embarcó en la formación de un nuevo conjunto que sirviera de vehículo para algunas de sus nuevas composiciones. Para ello llamó a su compatriota Bill Bruford, baterista que estuvo en la última encarnación de King Crimson (1973-1974) y a dos músicos norteamericanos: el guitarrista y cantante Adrian Belew -que venía de trabajar con Frank Zappa, David Bowie y Talking Heads- y el bajista Tony Levin, a quien conoció durante las sesiones de los dos primeros álbumes de Peter Gabriel. 

King Crimson ingresó así, con todo el peso de su bien ganado estatus, a la década de los ochenta. Era la primera vez que Fripp interactuaba con otro guitarrista y, para aprovechar al máximo el toque afilado, poco convencional y lleno de extraños efectos de Belew, lo entrenó durante seis semanas para implementar un estilo fluido de arpegios, en tiempos extraños como 5/4 o 17/8 que se repiten de manera cíclica, se entrelazan y contraponen, creando un sonido continuo de resultados hipnóticos, basado en la música tradicional de Indonesia que, por entonces, interesaba profundamente a Fripp para desarrollar su arquetípico estilo en la guitarra eléctrica. 

Levin, bajista de enorme versatilidad y recursos técnicos, trajo consigo el Chapman Stick, instrumento de diez cuerdas que es bajo/guitarra a la vez y se toca con ambas manos aplicando la técnica del tapping, inventado por el músico norteamericano Emmett Chapman (1936-2021) en la década de los setenta. Con ese instrumento se integró, casi como un tercer guitarrista en la sombra mientras que, a la vez, mantenía las notas graves de su bajo para cimentar, en combinación con Bruford, una sección rítmica impredecible y asincopada, ideal para las cascadas de notas, efectos sonoros y riffs cargados de distorsión que disparaban Fripp y Belew. 

De fondo, los Frippertronics, ráfagas de ruido electrónico que Robert Fripp estrenó en el disco que hizo en 1973 con Brian Eno, el pionero (No pussyfooting), en combinación con los experimentos que él y Belew hicieron con un nuevo sintetizador para guitarras eléctricas, el Roland GR-300; reemplazaron al omnipresente mellotron de lanzamientos clásicos como In the court of the Crimson King (1969), In the wake of Poseidon (1970) o Red (1974). Todos estos elementos, más el arsenal de percusiones electrónicas Simmons de Bruford y la pureza vocal de Belew, fueron la base de esta nueva etapa.

La trilogía se inicia con Discipline (1981), el disco de la portada roja. Del caos controlado de Indiscipline -que alguna vez fuera usado por Canal N como cortina para uno de sus noticieros- al plácido arrullo cósmico de Matte kudasai -«espérame, por favor» en japonés-; del funk enfermizo de Thela Hun Ginjeet -anagrama de Heat in the jungle, en referencia a las peligrosas calles de New York- a la enigmática calma del instrumental The sheltering sky; el debut del nuevo cuarteto fue reluciente y, a la vez, recogió el sonido de King Crimson del lugar en que había quedado encapsulado desde 1974. Discipline -otro instrumental- y Frame by frame son buenos ejemplos de las secuencias circulares de arpegios que Fripp y Belew llevaron a un nivel magistral, sobre todo en vivo. Y Elephant talk, con ese inicio de Levin en el Chapman Stick y la guitarra de Belew simulando el barritar de un elefante, es un modelo de cómo ser sarcástico sin decir nada concreto.

Beat (1982) es un homenaje a la literatura norteamericana de los cincuenta y sesenta, base ideológica e intelectual del hippismo. Belew, quien escribe todas las letras en los tres discos, ha contado que durante esos primeros años en King Crimson, sus escritores de cabecera fueron Jack Kerouac, Neal Cassady y Allen Ginsberg. Precisamente, el tema que abre el disco azul se llama Neal and Jack and me, en clara referencia a Cassady y Keroauc. El instrumental Sartori in Tangier, por ejemplo, toma parte del título de una obra de Ginsberg -Satori in Paris (1966)- y menciona a la ciudad marroquí donde la Generación Beat solía reunirse. Neurotica -uno de los temas más robustos del álbum- toma el nombre de una revista asociada al movimiento Beat. Y Heartbeat, brillante tema pop que tuvo incluso un videoclip que muchos recordarán haber visto en Disco Club, está inspirado en el libro del mismo nombre escrito por la esposa de Neal Cassady. Por otro lado, el misterio de The howler y la suavidad de Two hands son prueba de la versatilidad del cuarteto. Musicalmente, Beat incorpora ritmos africanos a todo el aquelarre crimsoniano, que le permiten brillar a Bill Bruford -las muestras más claras de ello son Waiting man y Sartori in Tangier-, que aportan frescura a los arrebatos disonantes de Robert Fripp y los conecta con otros artistas interesados en estas fusiones, como Peter Gabriel y Talking Heads.

Cierra el tríptico Three of a perfect pair (1984), el de portada amarilla, con canciones como el tema-título, Man with an open heart y Model man, piezas de creativo pop-rock progresivo que suenan accesibles si las comparamos con temas más desafiantes, guiados por la improvisación, como las instrumentales Industry, Nuages (That which passes, passes like clouds) o Larks tongues in aspic III, vínculo conceptual con el King Crimson clásico -las dos primeras partes están en el quinto disco de 1973, del mismo título- que son, junto a los convulsos requiebros de Requiem, del álbum anterior, los extremos de una banda que no conoce límites cuando se trata de innovar y sorprender al oyente. En Sleepless, Levin ataca su bajo de cuatro cuerdas con solvencia, algunos años antes de que hiciera lo mismo, para públicos más grandes, en el recordado éxito de Peter Gabriel, Sledgehammer (álbum So, 1986). Mención aparte para Dig me, canción que en solo tres minutos combina la oscura experimentación con un intermedio rockero luminoso.

Después de una gira que los llevó hasta Japón, la banda se separó, de acuerdo con los planes originales de Fripp -tres años, tres giras, tres discos-, cerrando un ciclo brillante en la trayectoria del grupo. En 1998 apareció el doble en vivo Absent lovers: Live in Montreal, que recoge un concierto de 1984 y, años más tarde, en el 2016, Fripp lanzó al mercado una gigantesca joya para coleccionistas, en edición limitada. Se trata de On (and off) The Road (1981–1984), una caja que contiene 11 CDs, 2 DVDs y 5 discos Blue-Ray de audio y video, con prácticamente todo lo que hizo el cuarteto, desde versiones remasterizadas de los álbumes originales hasta conciertos, tomas alternas y un largo etcétera de grabaciones inéditas (aquí un video del “unboxing” del masivo compendio). 

Este legado adquirió vida propia en la trayectoria artística de King Crimson, a pesar de la densa sombra que le hacia su propio pasado. De hecho, Discipline iba a ser el nombre original para el cuarteto y, luego, en los noventa, Fripp usó nuevamente el término para bautizar su primer sello discográfico, Discipline Global Mobile Records, desde donde se han realizado todas las producciones de King Crimson desde el inicio de su tercera etapa, en 1995.

Esas 24 canciones y, probablemente algunas otras sorpresas del catálogo anterior y posterior de King Crimson, formarán parte del repertorio de Beat, como viene deslizándose en redes sociales. Las conjeturas van desde las más serias -¿estarán registrando en video los ensayos? ¿insertarán fragmentos de 21st Century schizoid man en medio de Indiscipline, Dinosaur a la mitad de Elephant talk?- hasta las bromas que alucinan a Steve Vai tocando sentado, como Fripp, o a Danny Carey negándose a tocar de espaldas al público los paneles hexagonales de la batería electrónica de Bruford. Pero una cosa sí es segura: Beat será el acontecimiento musical del año. Faltan solo unos cuantos meses para comprobarlo. 

Tags:

beat, King Crimson 1981-1984, Prog-Rock, Steve Vai, Supergrupo

La imputación no era menor: Beat condicionaba el uso de su servicio a la aceptación de transferir datos personales para fines publicitarios. “A los pasajeros y conductores no se les ofrece la opción de negarse a que se realice tratamiento ajeno a la ejecución de la relación contractual como recibir propaganda propia o de terceros, compartir datos con adquirentes de carteras crediticias, aliados comerciales, entre otros”, acusaba la DFI en la resolución de primera instancia de enero del 2021. 

Para defenderse, Beat aseguró que, una vez que los titulares de los datos aceptaban esa transferencia, podían “revocar dicho consentimiento” escribiendo al correo colombiano de la empresa o acercándose a su local en Miraflores. Además que, para permitirlo, los usuarios marcaban un recuadro –conocido como checkbox– que decía explícitamente “autorizo el envío de comunicaciones referidas a promociones” al registrarse en la app. 

Esto no convenció a la ANPD que, por lo contrario, fue durísima contra la empresa en su resolución. “Se ha evidenciado beneficio ilícito resultante de la comisión de las infracciones a sancionar” y “no se ha evidenciado la intención de la administrada por adecuar su conducta a la normativa de protección de datos personales” son algunas de las afirmaciones que el organismo utilizó para sancionar finalmente a Beat con 4.5 UIT.

La empresa de taxi por aplicativo apeló en febrero del año pasado utilizando el mismo argumento que usó Pacífico: el PAS había caducado. También reclamaron el aumento de la sanción, que en 2019 fue de 3 UIT, por la misma infracción. Estos argumentos fueron desestimados por la ANPD, que también en este caso dijo que debido a la pandemia se extendieron los plazos.

beat app tratamiento de datos
El interfaz de la app Beat. Para acceder a su servicio, hay que aceptar el tratamiento de datos personales primero.

Sobre el aumento de la sanción, la ANPD no solo destaca la reincidencia de Beat en la falta, sino su poco interés por subsanar la infracción. “No se ha evidenciado la intención de la administrada por adecuar su conducta a la normativa de protección de datos personales, es más, a través del recurso de apelación reafirma sus argumentos referidos a que no es necesario un checkbox para un consentimiento libre”, dice la sentencia que confirma la multa.

En respuesta a Sudaca, la empresa solamente señaló, sin mayor mea culpa: “Queremos comentar que el día 26 de julio de 2022 hemos realizado el pago correspondiente, por lo cual desestimamos continuar con el proceso legalmente”.

A diferencia de Pacífico, Beat registra menos amonestaciones en Indecopi. El ranking de proveedores sancionados marca que solo tiene tres sanciones. Sin embargo, llama la atención que dos de ellas son bastante altas. Ambas se dieron en 2019: la primera es de 83.20 UIT por incumplimiento de servicio y la segunda de 23.80, UIT por falta de idoneidad en transporte de pasajeros. Eso, al valor de ese año, representaba S/ 449,400. Mucho más de lo que abonaron a la ANPD.

Así es cómo ciertas empresas hacen negocio con tus datos. Sin avisarte, condicionando sus servicios y cubriéndose con el grupo empresarial al que pertenecen. Tal vez no sean las únicas. La ANPD tiene procesos abiertos contra otras empresas, como Renzo Costa. Habrá que ver cómo terminan. 

**Fotoportada por Darlen Leonardo

Tags:

beat, datos personales, informe, ministerio de justicia, pacífico seguros
x