Prog-Rock

[Música Maestro] A la memoria de Lucho Andrade Luján, gran amigo, respetado melómano y vecino barranquino, amante del buen rock clásico. Y del karaoke. Q.E.P.D.

La semana pasada falleció, a los 80, Peter Sinfield, poeta británico que, en 1969, escribió esto: “Alambres de púas para derramar sangre / piras funerarias de los políticos / inocentes violadas con fuego de napalm / hombre esquizoide del siglo XXI”. Es la primera estrofa de 21st century schizoid man, tema inicial del álbum debut de King Crimson, In the court of the Crimson King. Sinfield tenía solo 26 años cuando puso letra al primer aquelarre sonoro del Rey Carmesí. Da vergüenza ajena comparar las prioridades que tenían los jóvenes veinteañeros de hace 55 años para escribir canciones con las de actuales ídolos populares de la misma edad como Post Malone, Dua Lipa o alias Bizarrap.

La canción, reconocida como una de las columnas vertebrales de lo que después se llamaría comúnmente “rock progresivo” -un rótulo que Robert Fripp, líder del grupo, siempre despreció-, es un manifiesto que combina, con agresividad sonora y lírica, la desesperación generada por eventos de su tiempo -la guerra de Vietnam- con una visión apocalíptica del futuro. En la tercera y última estrofa, Sinfield escribe: “La semilla de la muerte ciega la codicia del hombre / los hijos hambrientos de los poetas sangran / nada de lo que tiene necesita realmente / el hombre esquizoide del siglo XXI”. Proféticas y precisas, las palabras de Sinfield describen descarnadamente el mundo actual. 

Como (casi todos) sabemos, King Crimson es una institución dentro de la música popular contemporánea por la complejidad de su sonido, con esas atmósferas cambiantes que van de la desolación al frenesí y esa propuesta marginal y a la vez desafiante que imprimió Fripp desde el minuto uno, rodeándose siempre de instrumentistas extremadamente talentosos y versátiles, capaces de plasmar sus estrambóticas ideas y de seguirle el paso a su incansable guitarra, creando una personalidad única que ha influido a todos, desde Nirvana hasta Primus, desde Tool hasta Porcupine Tree, desde Dream Theater hasta The Flaming Lips. 

Pero si bien es cierto lo de Crimson es más acerca de la música, en un comienzo las letras también jugaron un importante rol en la conformación de esa personalidad, de esa presencia escénica que los despegó de todas las tendencias vigentes en aquel entonces, como la psicodelia o el jazz-rock, que por supuesto nutrieron el desarrollo compositivo de Fripp y compañía. 

Entre 1969 y 1972, la banda lanzó cuatro álbumes y, en todos ellos, junto con los densos riffs de guitarra y las melancólicas capas de mellotrones tocadas por Fripp e Ian McDonald (que se fue después del primer disco), los versos de Peter Sinfield -a quien sus amigos llamaban simplemente Pete, nombre con el que aparece en algunos de los créditos de los LP originales- permitieron que esas canciones cargadas de simbolismos auditivos, impactantes en sí mismas, adquirieran una dimensión más conmovedora y cautivante, por sus mensajes crípticos y profundos.

In the court of the Crimson King, el álbum de la famosa carátula con la ilustración de un rostro retorcido por el dolor, que fácilmente funciona como expresión de lo que sentimos en este 2024 -el horror cuando uno ve las fotografías de lo que ocurre ahora mismo en Gaza, el asco que produce el cinismo de los políticos peruanos y sus allegados, la indignación ante los mundos paralelos creados por autoridades sin sangre en la cara y medios lobotomizados, que por un lado muestran una brillante APEC en San Borja y por otro, una cadena de impunes sicariatos y descuartizamientos macabros en Comas, la desesperanza por los resultados de la selección de fútbol, las declaraciones del ministro de Educación, las canciones de moda- será siempre recordado por 21st century schizoid man, esa distópica obra de arte que, en siete minutos y medio de intenso jazz-rock, no deja respirar con sus ritmos endemoniados, cambios vertiginosos y ese final en el que los cuatro músicos involucrados -Greg Lake (voz, bajo), Ian McDonald (saxos), Michael Giles (batería) y Robert Fripp (guitarras)- se unen en una cacofonía larga y agónica, contraparte musical para las frases lapidarias de la letra.

Sin embargo, lo que sigue en ese LP es un remanso tenso que genera emociones diferentes, entre celestes y grises, con letras que Sinfield escribió para la banda, a la cual llegó por su amistad con el saxofonista y tecladista Ian McDonald (1946-2022). Temas como In the court of the Crimson King, compuesto precisamente por McDonald, futuro integrante fundador de Foreigner, que posee una narrativa entre lo cortesano y medieval, combinando palabras suaves para crear escenas de adulación y esclavitud, de reinados hegemónicos y comparsas serviles. 

Otra composición de McDonald, I talk to the wind -en la que brillan sus flautas y la suave voz y bajo de Greg Lake (1947-2016), nos habla de la soledad y el desamparo –“el viento no escucha / el viento no puede escuchar”, mientras que Epitaph, de brillante tristeza, refleja la misma rebeldía de 21st century schizoid man, concluyendo que “el conocimiento es un amigo moribundo / cuando nadie pone reglas / me temo que el destino de la humanidad / está en manos de tontos”, aplicable perfectamente a nuestros tiempos. Esa premisa fue, años más tarde, usada por los también británicos The Alan Parsons Project para su exitazo de 1982, Eye in the sky, aunque de manera mucho más amigable, desde luego.

Sinfield, además, fue co-productor, manager, asistente de iluminación, diseñador y hasta relacionista público de la banda en esos años fundacionales. De hecho, fue él quien le puso el nombre, a pedido de su buen amigo Robert Fripp, con quien venía trabajando desde aquel alucinante e injustamente olvidado LP de la era pre-Crimson, The cheerful insanity of Giles, Giles and Fripp (Deram Records, 1968). Como alguna vez recordó, en una entrevista que le hicieron para la revista Prog Magazine: “Me convertí en su mascota y su principal “groupie” y hasta les decía a qué tiendas ir para comprar las prendas que los hicieran ver como estrellas de rock”. Pero lo más importante fueron siempre sus versos.

En canciones como la bluesera Cat food (In the wake of Poseidon, 1970), Sinfield arremete contra la industria de productos alimenticios, siempre con su estilo arcano y afilado, mientras que Pictures of a city, del mismo disco, parece casi una segunda parte de 21st century schizoid man, con sonido entrecortado y pesado, frases cortas y duras. En ese segundo disco, Crimson vuelve a ofrecer una excelente muestra de su bifrontismo emocional -la calma sensible de la trilogía Peace (A beginning, el instrumental A theme y la coda An end) frente a las tormentas mellotrónicas de The devil’s triangle, con su referencia al Bolero de Maurice Ravel (1875-1937), la mencionada Pictures of a city e In the wake of Poseidon, con letras de desconexión personal y angustia por el futuro.

Pero es en los dos siguientes discos que la poesía de Sinfield adquiere una tonalidad más colorida, con historias y personajes que se mueven en escenografías góticas y mitológicas, probablemente influenciado por lo que venía haciendo Peter Gabriel con Genesis. Curiosamente, esos dos discos -Lizard (1970) y Islands (1971)-, en los que King Crimson comienza a separarse del estilo oscuro de sus discos anteriores para ingresar a terrenos más cercanos al jazz, la improvisación y la música clásica, aunque siempre dentro del plan sonoro de Fripp, son de los menos mencionados incluso entre los seguidores del grupo, a pesar de su innegable calidad musical y lírica.

Ladies of the road (Islands, 1971) es un blues asincopado en que Sinfield homenajea, a su estilo, a las groupies, un ejercicio que ya había desarrollado en la balada acústica Cadence and Cascade del álbum previo. La voz/bajo de Boz Burrell y los saxos descontrolados de Mel Collins convirtieron este tema en un clásico del primer periodo crimsoniano. En Lizard, el vocalista de Yes, Jon Anderson, pone voz a los versos de Sinfield en el tema-título, una suite de 23 minutos y medio dividida en cuatro partes, que extiende las estampas dieciochescas de In the court of the Crimson King con un cuento musicalizado de castillos, príncipes, ágapes y reverencias, de interpretaciones múltiples. Para 1972, Peter Sinfield se apartó del grupo, aunque sus caminos siguieron cercanos de una u otra manera.

Al año siguiente, Sinfield lanzó su único disco en solitario, titulado Still (Manticore Records, 1973). Con un sonido que va del primer King Crimson a Nick Drake, Sinfield intentó abrirse espacio en el competitivo microcosmos del prog-rock, contando para ello con algunas notables colaboraciones del universo crimsoniano como Ian McDonald, Mel Collins (saxos, flautas), Ian Wallace (batería), Boz Burrell (bajo) y Keith Tippett (piano). Greg Lake, también de esa primera época, grabó las guitarras y voces en la canción Still, que bien podría hacer sido parte de la discografía del Rey Carmesí. 

Por momentos, la voz de Sinfield hace recordar a Barry Gibb (Will it be you) y, en otras, al glam rock de David Bowie y T-Rex, como en Wholefood boogie, The night people y A house of hopes and dreams, con fuerte presencia de la sección de metales y bases rítmicas cercanas al soul. El tema central, sin embargo, es la enigmática The song of the sea goat, que utiliza como base la melodía de un concierto para laúd del italiano Antonio Vivaldi (1678-1741). En YouTube puede encontrarse la actuación de Sinfield y su banda en el icónico programa de la BBC The Old Grey Whistle Test, en 1973, interpretando A house of hopes and dreams y The song of the sea goat, donde podemos ver a Mel Collins en el saxo y un jovencísimo John Wetton (1947-2017), poco antes de unirse a King Crimson, tocando el bajo.

En esos años, Sinfield se había hecho muy amigo de Greg Lake, quien luego se unió al tecladista Keith Emerson (1944-2016) y el baterista Carl Palmer (74) para armar una de las principales bandas del prog-rock de los setenta, Emerson, Lake & Palmer. Sinfield comenzó sus colaboraciones con ELP con las letras de dos temas de su cuarto álbum, Brain salad surgery (1973), la saltarina Benny the bouncer y el tercer movimiento de la suite Karn evil 9: 3rd impression, de sonoridades galácticas y triunfales. Luego, para el álbum doble Works Volume 1 (1977), en que cada músico recibió un lado para grabar sus propias composiciones, Lake coescribió con Sinfield las cinco baladas electroacústicas del capítulo que le corresponde -en la versión original en vinilo, vendría a ser el Lado B del primer disco-, entre las que destacan, por supuesto, Lend your love to me tonight y la mágica C’est la vie. Mientras que, en el cuarto lado, que contiene la famosísima adaptación que hiciera Keith Emerson de Fanfare for the common man, composición de 1942 del norteamericano Aaron Copland (1900-1990), Sinfield escribió la letra de Pirates, una composición grupal de corte sinfónico que supera los trece minutos.

Durante una gira por Europa con ELP, Greg Lake escuchó en Italia a Premiata Forneria Marconi, un sexteto de rock progresivo y jazz-rock. Lake quedó tan impresionado por su destreza que los contrató para el sello Manticore Records, que acababa de fundar con Emerson y Palmer. Para promover internacionalmente a la banda -que ya para ese momento había lanzado dos discos en su país- Lake conectó a los PFM con Peter Sinfield para que adaptara las letras. Como resultado, los milaneses publicaron dos álbumes, Photos of ghosts (1973) y The world became the world (1974), con varios temas de sus álbumes Storia di un minuto, Per un amico (1972) y L’isola di niente (1974), convirtiéndose en la primera banda italiana de éxito masivo fuera de su país en ámbitos rockeros globales, dominados por grupos norteamericanos y británicos. Las versiones en inglés de clásicos de los liderados por los cantantes y multi-instrumentistas Franco Mussida y Franz Di Cioccio, como L’isola di niente (The mountain), Dolcissima Maria (Just look away), Per un amico (Photos of ghosts), Via Lumiere (Have your cake and beat it) o É festa (Celebration), llegaron así a los oídos del público anglosajón y abrieron el camino de otras bandas italianas del mismo estilo como Goblin o Banco del Mutuo Soccorso.

Ambos siguieron escribiendo juntos hasta fines de los años setenta, con el punto más alto de estas colaboraciones en una canción titulada I believe in father Christmas, presentada inicialmente en 1975 como un single solista de Greg Lake. Esta primera versión -considerada hoy un clásico de la temporada navideña en Gran Bretaña- fue un éxito de ventas y no llegó al #1 de las listas porque fue desplazada nada menos que por Bohemian rhapsody de Queen. I believe in father Christmas, definida por Sinfield como “una bonita tarjeta de Navidad con bordes ligeramente sarcásticos” fue regrabada por Emerson, Lake & Palmer para su sexta producción en estudio, Works Volume 2 (1977), que además contiene otras composiciones de Lake/Sinfield como la balada Watching over you y la rockera Tiger in a spotlight. Un año después, ELP viajaron a las Bahamas para grabar Love beach, su último disco antes de separarse, con letras escritas por Sinfield en medio de una situación extremadamente tensa entre los integrantes del grupo. Aunque el álbum tiene algunos momentos estimables es, por consenso, el punto más bajo de la discografía del trío autor de clásicos setenteros como From the beginning y Lucky man.

Durante las décadas siguientes, Peter Sinfield buscó reconectarse con su principal pasión, la poesía y trabajó esporádicamente con una diversa gama de artistas. Produjo, en 1972, el álbum debut de Roxy Music y, posteriormente, desapareció de los radares de la música popular, exilio que rompía de vez en cuando, escribiendo letras para canciones de estrellas pop como Leo Sayer, Cher, Celine Dion, entre otras. En los ochenta se asoció, como productor y escritor, a una banda de pop juvenil absolutamente desconocida en nuestro medio, Bucks Fizz, surgida de las canteras del prestigioso concurso de talentos Eurovision, de donde surgieron nombres como Abba (Suecia), Olivia Newton-John (Inglaterra), Nana Mouskouri (Grecia) o Françoise Hardy (Francia).

Peter Sinfield, el poeta del prog-rock, un completo desconocido para las masas que gozan con las abyectas canciones de moda de hoy, deja detrás de sí un catálogo de letras creativas, irónicas, oscuras y sensibles que es ampliamente reconocido y admirado por los amantes del rock progresivo, una de las vertientes de la era dorada del rock que aun mantiene una leal comunidad de seguidores en el mundo entero. 

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King Crimson, Peter Sinfield, Prog-Rock, rock clásico

[Música Maestro] Hace años, cuando las únicas redes sociales eran Facebook, Twitter y YouTube -en tiempos sin Instagram, WhatsApp o IA- y que nadie escuchaba podcasts ni veía Netflix, creo que fue en el 2008 o 2009, apareció un comercial de radio -seguro algunos de ustedes lo recuerdan- en el que una chica «cantaba» en español algunas líneas de una cancioncita muy conocida y tontona, My humps, incluida en el CD Monkey business (2005), cuarta producción discográfica de ese insufrible pero megamillonario vendedor grupo mixto de pop y hip hop llamado Black Eyed Peas.

El tema central del comercial -aunque no logro recordar qué marca o producto anunciaba- era hacer notar, en tono de chacota, lo extraña que puede llegar a escucharse la letra en inglés de una canción muy conocida traducida a nuestro idioma. En el caso de My humps, mostraba lo ridícula que era, tan ridícula como las letras cantadas originalmente en español por personajes del reggaetón como Daddy Yankee, Karol G, Bad Bunny y ese larguísimo etcétera de clones que padecemos a diario. Paradójicamente, las mismas radios que propalaban el comercial repitieron y repitieron ese tema de Fergie, wii.i.am y compañía hasta convertirlo en superéxito, influidas desde luego por las coordenadas lanzadas desde los EE.UU. con esos artistasque venden montañas de discos cantando tonterías.

En esa línea, seguro también han jugado más de una vez a probar cómo suenan algunos nombres de bandas traducidas al español, como cuando Gerardo Manuel anunciaba a “la pequeña banda del río” (Little River Band, Australia), “la orquesta de la luz eléctrica” (Electric Light Orchestra, Inglaterra) o “tierra, viento y fuego” (Earth, Wind & Fire, Estados Unidos). O las clásicas malas traducciones, como ocurrió con la canción del recientemente la banda del fallecido Greg Kihn (1949-2024), The breakup song, incluida en su sexto LP, Rockihnroll (1981) que literalmente significa “La canción de la separación”) pero que era presentada por todos los disc-jockeys de la época como “la canción incompleta”.

Bueno, hago esta larga y tal vez innecesaria introducción porque, a pesar de haber escuchado el disco al cual me voy a referir cientos de veces y saber inconscientemente desde hace tiempo qué significa su título, no puedo ocultar que me sorprendió ponerme a pensar en su traducción literal: Madre de corazón atómico. Atom heart mother es el cuarto álbum del cuarteto británico Pink Floyd, lanzado en 1970 (inmediatamente después de ese experimento psicodélico titulado Ummagumma, de 1969, uno de los empaques más creativos de su tiempo y que supo adaptarse muy bien al formato CD) y el segundo de la banda sin el influjo lunático de Syd Barrett (1946-2006).

El título surgió a raíz de un artículo que la banda leyó en un periódico londinense acerca de una mujer embarazada a quien le habían colocado un marcapasos. Nada que ver… ¿no? La idea en sí misma no significa absolutamente nada, y no tiene ninguna relación ni con las canciones del disco ni con su carátula enigmáticamente sencilla: la foto de una vaca en medio de una pradera, en un día super claro. Ninguno de estos elementos tiene que ver entre sí ni con la banda en especial. Es más, como aseguró Storm Thorgerson (1944-2013), el diseñador oficial de las carátulas floydianas, esta desconexión es deliberada, hecha a propósito. Pero en la época calzó a la perfección con la onda psicodélica, esa onda de la cual Pink Floyd fue siempre uno de los más grandes representantes.

Este álbum, lanzado originalmente bajo el sello Harvest Records, divide a la fanaticada de Floyd entre los que lo consideran una de sus obras maestras y quienes piensan que es demasiado pomposo. El tema inicial, que tiene el mismo título, se denominó en un principio The amazing pudding (El postre sorprendente). O sea, nada que ver tampoco. Contiene algunas de las piezas fundamentales del sonido del grupo en esa época: If, Fat old sun, Summer 68 y Alan’s psychedelic breakfast -mini suite de trece minutos en tres partes- son canciones que uno espera escuchar de una banda como Pink Floyd en ese momento de su carrera, ni más ni menos.

Pero el tema central, que ocupa todo el Lado A de la versión original en vinilo y tiene una duración exacta de 23 minutos con 45 segundos, es simple y llanamente una de esas composiciones musicales que trascienden los límites de los territorios de rock and roll en los que fueron concebidas para convertirse en una entidad con vida propia, una cinemática obra musical con distintos niveles de emotividad, significado e interpretaciones múltiples capaz de colocar al oyente, tanto al iniciado como al experto, frente a un lienzo de distintas capas que merece más de una pasada para terminar de asimilarlo.

Años luz antes de que el término «fusión» se hiciera parte del vocabulario cotidiano de los cultores de ese nuevo rótulo llamado «Sonidos del Mundo» y que se pusieran de moda los acústicos-sinfónicos promocionados por la MTV hubo, en los años setenta del siglo pasado, gran cantidad de músicos aventureros y preocupados por llevar las cosas hacia adelante en cuanto a rock se refiere, gente como Deep Purple, The Mothers Of Invention, Procol Harum, los Beatles, entre otros, que comenzaron a incorporar en sus producciones discográficas el sonido de orquestas tradicionalmente asociadas a la música clásica para enriquecer sus composiciones básicamente rockeras, y así ampliar el panorama sonoro de un género que, posteriormente, demostró no tener fronteras al momento de la creación.

Pink Floyd, una de las bandas más arriesgadas y vanguardistas de su época, no se quedó atrás y lanzó, en esa línea, este Atom heart mother. Aunque sin muchas ideas conceptuales de por medio, las intenciones de Waters, Gilmour, Wright y Mason estaban dirigidas a conseguir un sonido épico y grandioso, sin alejarse del aura de misterio y psicodelia que ya habían exhibido en sus tres anteriores entregas. Sin embargo, posteriores análisis y apreciaciones acerca del álbum han deslizado conexiones con la mitología, vinculando a la «madre de corazón atómico» y la vaca de la carátula con la Vía Láctea, en su representación egipcia como un gran contenedor de leche nutricia como fuente de vida.

Conscientes de sus escasas posibilidades como orquestadores, convocaron a Ron Geesin, un pianista, arreglista y compositor que tenía una relación de amistad con Waters, a quien ayudó en la armazón del extraño collage de ruidos y efectos de sonido llamado Several species of small furry animals gathered together in a cave and grooving with a pict del LP anterior, y posteriormente trabajaría con él sampleando sonidos del cuerpo humano en la banda sonora de documental Music from the body, también de 1970. Esta colaboración entre Pink Floyd y Geesin fue perfecta para lograr los objetivos sonoros de la banda. Lo épico y grandioso, lo dramático y misterioso, lo psicodélico y espacial, todo confluye a lo largo de la suite, que en vivo fue pocas veces interpretada, algunas sobrepasando la media hora de duración.

De hecho, uno de los pocos registros en audio y video que existen de Atom heart mother en concierto están incluidos en un boxset de tres DVD titulado Pink Floyd: Video anthology 1966-1983, que no figura en la relación oficial de videos de la banda. En el disco 2 de esa colección, puede verse una presentación completa del tema en el Hakone Open Air Festival realizado en Japón, los días 6 y 7 de agosto de 1971. En esos quince minutos de metraje podemos ver también al grupo durante su llegada a la Tierra del Sol Naciente, en ela aeropuerto o recorriendo tiendas en la calle, como anónimos turistas.

El tema se grabó en los famosos estudios Abbey Road de Londres entre marzo y agosto de 1970 y para las partes orquestadas la banda contó con la Abbey Road Session Pops Orchestra, el Philip Jones Brass Ensemble y el Coro de John Aldiss. Además, a lo largo de la canción hay una serie de sonidos pregrabados, voces y diálogos que le dan esos matices de sonido que el grupo estableció como propio en aquella etapa auroral de su carrera.

Y aunque hoy en día los mismos miembros de la banda se dividen cuando opinan sobre qué significó este álbum para ellos -mientras Gilmour asegura que ni siquiera lo escucha y que le parece malísimo, Mason dice que sentó las bases para muchas de las cosas que hicieron después- no cabe duda que Atom heart mother es uno de los temas fundamentales para el desarrollo del rock progresivo, del rock sinfónico, del art-rock, de la fusión o de cualquier otro nombrecillo que se les ocurra. En suma, es una página importante dentro de la rica historia de la música contemporánea, una interesante y bien lograda combinación entre lo popular y lo académico. Pomposo para algunos, iconoclasta para otros, la verdad es que al escuchar Atom heart mother con audífonos y suma concentración, vuelo.

Las sensaciones producidas por los metales al principio de la suite, en la sección denominada Father’s shout (El grito del padre, para continuar con lo de la traducción de títulos) parecen sacadas de la Sinfonía fantástica (1830) del francés Hector Berlioz (1803-1869) y cuando el tema central, que hace recordar otros temas de ese periodo como Careful with that axe, Eugene o A saucerful of secrets, donde escuchamos la voz de Gilmour cumpliendo el mismo del que aquí cumple el coro polifónico, rompe con la presencia de la banda en pleno uno experimenta la fusión de estilos sin sentir que se estén forzando situaciones o calculando efectos. Es música hecha con el único propósito de estimular a los sentidos.

El teclado de Richard Wright (1943-2008) suena armoniosamente acompañado por unos cellos celestiales que van acercándose, junto a Mason y sus metronómicos tambores, a una brisa suave lanzada desde los amplificadores por un inspiradísimo Gilmour, mientras que Waters hace fondo con arpegios agudos y notas colocadas para marcar el ritmo del tema. Mientras tanto los sonidos se sobreponen unos a otros: pianos, violines, metales, baterías, bajos, todos creando el fondo ideal para que el maestro guitarrista se explaye.

Tras el solo se inicia la segunda parte: Breast milky (algo así como Senos lácteos) donde se empieza a oír al monumental coro por detrás de la artillería de teclados. Poco a poco, las voces se van sobreponiendo hasta alcanzar brillo propio y darle renovada energía a la melodía, que discurre entre calmada y tensa, creando una sensación de expectativa ante cada acorde. Ese remanso coral nos conecta con la parte bluesera del tema: Mother four/Funky dung (Madre cuatro/Basura funky… más títulos raros…) en donde la banda hace un jam en medio de algunos cánticos alocados del coro. Al final de esta sección, Gilmour cambia su amplificada guitarra eléctrica por sutiles toques acústicos.

La guitarra y el teclado son los grandes protagonistas de esta sección, siempre con ese apoyo alucinante de los metales y la orquesta en pleno, que entra con todo para retornar a la línea melódica principal y luego dar paso a una serie de sonidos raros y cacofonías orquestales, propias del estilo compositivo de músicos concretos, seriales, exponentes de la música instrumental contemporánea/moderna -que algunos insisten en denominar “música clásica contemporánea”, como Arnold Schoenberg (1874-1951), Édouard Lalo (1823-1892), entre otros. Uno tras otro, los elementos surgen y no atiborran al oído -al oído entrenado, quiero decir- y nos convencen de que es una buena mezcla, hecha por músicos que saben lo que están haciendo.

Finalmente, las dos últimas partes de la suite -Mind your throats please/Remergence (Mentalicen sus gargantas por favor/Resurgimiento)- cierran el tema con un violín que repite el primer solo de Gilmour, acompañado otra vez por los teclados de Wright y luego un nuevo ataque, esta vez con slide, del guitarrista en una serie de overdubs alucinantemente floydianos. Muchos opinan que este es el segmento que hace de Atom heart mother un clásico del grupo.

Para mí toda la composición merece estar considerada como una de las piedras angulares del catálogo Pink Floyd. Cada vez que escucho este disco siento inevitablemente que otras obras maestras de la banda como The dark side of the moon (1973), Wish you were here (1975) o The wall (1979) han opacado injustamente el valor de este disco, y en especial del tema, que resume en poco menos de media hora lo que significa una buena combinación de estilos musicales. Al final todo lo épico-dramático se condensa en la última nota del coro y la orquesta en unísono, como cuando el cielo se abre para dar paso a un nuevo día, luminoso, lleno de esperanza a pesar de las tensionesprevias, un abrazo de la vida ante la adversidad.

 

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[Música Maestro] Los conciertos de Phish suelen durar un mínimo de cuatro horas, divididas en dos sets de hora y media con intermedio, como solían hacer los Grateful Dead. También como el legendario grupo liderado por Jerry García (1942-1995), el cuarteto tiene legiones de seguidores que recorren las carreteras interestatales para asistir a varios puntos de una misma gira, por su férrea costumbre de nunca tocar las mismas canciones y esa capacidad para extender sus jams hasta duraciones inimaginables. Por ejemplo, hace poco, hicieron una versión en vivo de Chalk dust torture -de su cuarto disco A picture of Nectar (1992)- que sobrepasó los cuarenta minutos (¡¡¡!!!), a diferencia de esta, más comprimida y similar a la grabación en estudio, tocada en el show de David Letterman, en su primera aparición en televisión. Después era común verlos en los programas de Conan O’Brien, Jimmy Fallon o Saturday Night Live.

Los conciertos de Phish son una verdadera fiesta. En una entrevista para Rolling Stone, publicada un par de meses antes de llegar a los 60 años -su cumpleaños fue hace unos días, el 30 de septiembre-, Trey Anastasio, guitarrista, cantante y líder del grupo, cuenta que Ed O’Brien, consumado fanático de Phish, le dijo que una vez se la pasó mirando hacia atrás, a las tribunas más alejadas, para ver si encontraba alguien distraído pero solo comprobó que hasta el último de los asistentes bailaba y coreaba las canciones, mientras que en los shows de su banda, Radiohead, es común ver, entremezcladas con los seguidores, a personas que no prestan atención, miran sus teléfonos o conversan. Que están allí solo porque “es cool”.

Los conciertos de Phish son espectaculares puestas en escena, con extremo cuidado en las proyecciones, sistemas de luces, pantallas, sonido y participación de actores. Por ejemplo, en el concierto de Año Nuevo que hicieron en el Madison Square Garden en diciembre del 2023, la banda interpretó su ciclo de canciones Gamehendge, historia conceptual que tiene sus raíces en una tesis musical titulada The man who stepped into yesterday, compuesta por Anastasio en 1988 para graduarse, y que nunca han plasmado en estudio. 

Por cierto, la banda realiza conciertos por Año Nuevo en el legendario recinto neoyorquino, a casa llena, casi todos los años desde 1994. Para esta temporada, ya se están anunciando en redes sociales las tocadas para los días 28, 29, 30 y 31 de diciembre. Como el espectáculo de vaudeville de The Rockettes en el Radio City Music Hall o las temporadas de Billy Joel, los conciertos de Phish en el Madison Square Garden son, más que un hecho aislado que ahora puede conseguir cualquiera -como, por ejemplo, un par de chacoteros de esquina, vulgarones con zapatillas de marca y suficiente plata para alquilar el local- una tradición que congrega, desde hace décadas, a comunidades multitudinarias que comparten, en cada show, una experiencia única.

Los conciertos de Phish son eso y mucho más. Y lo son desde 1983, en que estos cuatro compañeros de la Universidad Goddard en Vermont, al noreste de los Estados Unidos, se juntaron cuando apenas tenían veinte años para hacer lo que más les gustaba, tocar. Y una vez que empezaron, jamás se detuvieron. Veinte álbumes en estudio, más de 250 lanzamientos en vivo, entre oficiales y no oficiales, box sets (como la serie Live Phish de 27 volúmenes, hasta ahora) e innumerables grabaciones hechas por fanáticos y autorizadas por la banda -otra vez, las referencias de Grateful Dead- son testimonio de una energía incansable. 

Y cuando Phish se separaba, por alguna razón de salud o conflictos personales, lo más común era verlos en múltiples proyectos individuales, como el supergrupo que, en el año 2000, juntó a Trey Anastasio con Les Claypool (Primus, bajo) y Stewart Copeland (The Police, batería) para unas apariciones exclusivas en el Festival de Bonnaroo que se repitieron en varias ocasiones hasta el 2019, tras el lanzamiento de su único CD en estudio, el alucinante The grand pecking order (2001); o colaborando los unos con los otros en sus lanzamientos como solistas. 

Pero ¿qué música toca Phish? Podríamos definirla como una mezcla de rock clásico con psicodelia, prog-rock con jazz, blues, funk, reggae y música alternativa -hasta un disco de space-rock sacaron, el psicótico The Siket disc (1999). Digamos que Phish llevó al extremo el concepto de “jam band”, creado a fines de los sesenta e inicios de los setenta por combos como The Allman Brothers Band o los ya mencionados Grateful Dead y sus decenas de derivados. Junto a sus colegas Widespread Panic, The Dave Matthews Band, Blues Traveler y Gov’t Mule, Phish encabezó el resurgimiento de esta propuesta artística.

Trey Anastasio (60) es un guitarrista extremadamente versátil, capaz de desarrollar creativos fraseos y solos cada vez que se monta en uno de sus viajes instrumentales, en los que parece desconectarse de la realidad. Esto, que suena bastante etéreo, es una ciencia rigurosa que requiere harto trabajo y ensayo. Y a su lado tiene a tres monstruos -Mike Gordon (voz, bajo, 59), Page O’Connell (voz, teclados, 61) y Jon Fishman (voz, batería, 59)- que, cada uno en su instrumento, poseen la misma habilidad para seguirle el paso. En la conversa con la Rolling Stone, Anastasio asevera que “si un integrante de Phish se va o fallece, la banda se acaba”.

Ese sentido comunitario y esa mística que rodea a la banda es una extensión de la amistad irrompible cultivada por Anastasio, O’Connell, Gordon y Fishman a lo largo del tiempo, una que ha superado divorcios, adicciones y ocasionales desacuerdos. Otros tres personajes notables en la entidad familiar de Phish son el letrista Tom Marshall, también compañero de Goddard College, que le ha puesto textos a la gran mayoría de exploraciones musicales del pelirrojo guitarrista; el lutier e ingeniero de sonido Paul Languedoc, quien ha construido guitarras y bajos de modelos exclusivos para Anastasio y Gordon a lo largo de los años; y Chris Kuroda, su director de luces desde los años noventa.

Si hablamos de la discografía de Phish, todo comienza en 1989 con su álbum debut, Junta, un lanzamiento independiente que, en años posteriores, fue reeditado primero por Elektra Records y luego por la escudería independiente JEMP, fundada por ellos mismos en el 2005. Junta incluye una canción que, hasta hoy, es considerada como la más popular en su particular universo paralelo, You enjoy myself. El tema tiene solo una línea de letra, una extraña frase que cantan los cuatro integrantes usando armonías en falsete, en tono juguetón, que dice así: “Watch Uffizi drives me to Firenze” que podemos traducir como “ver Uffizi me llevó a Florencia”, precedida por cuatro palabras –“Boy! Man! God! Shit!”, exclamadas por Anastasio tras cinco minutos y medio de introducción instrumental que tiene de Yes, Genesis, Steely Dan, Gentle Giant y, por supuesto, Grateful Dead. Tanto título como letra de la canción se relacionan a una anécdota que solo conocen los fans más antiguos y conocedores.

Otra de las características que hacen especial a Phish es su dinámica en escena. Generalmente estáticos, cada músico se mantiene concentrado cuando está haciendo algún solo o improvisación, pero cambia si Anastasio realiza alguno de sus monólogos introductorios o cuando Fishman, el baterista, salta a la primera línea, con sus atuendos de colores inspirados en poblaciones hawaianas, a interpretar temas conocidos de otros artistas. Y, hablando de saltar, en You enjoy myself Anastasio y Gordon ejecutan un coordinado segmento de saltos mientras tocan sus instrumentos, ayudados por mini trampolines. Anastasio considera este tema como el último que le gustaría tocar en el último concierto de Phish que, según sus cálculos, será cuando los cuatro cumplan 90 años.

El primer álbum que escuché de Phish fue Billy breathes (1996), el sexto en estudio -séptimo si consideramos en la cuenta The white tape (1986), un demo que grabaron en medio de sus primeras giras-, un CD que encontré tirado en una vieja caja de ofertas en el local que la desaparecida cadena de tiendas Disco Centro tenía en la cuadra 4 del Jirón de la Unión. De inmediato me atrapó la destreza instrumental, el nexo con el rock clásico y esa libertad que, aun sin verlos, se deja sentir en canciones como el tema-título -dedicado a su hija, Eliza- y otras piezas como Character zero, Free o los instrumentales Bliss y Cars trucks buses.

Sin difusión en las radios y sin videos en MTV, Phish fue construyendo su fama y mitología propia gracias a su creatividad, autenticidad y esa conexión tan especial con su público, los “Phishheads” -nombre inspirado, cómo no, en los “Deadheads”, una nueva asociación con la banda que lideró la psicodelia de la Costa Oeste en los tiempos de Woodstock-, una de las fanaticadas más leales en la historia de la música popular contemporánea. A pesar de los intentos de Anastasio por desligarse de su imagen como sucesores de Grateful Dead, a estas alturas es innegable la relación entre ambos, por sus trayectorias y formas de entender la industria discográfica. De hecho, Anastasio ocupó el lugar de García en los cinco conciertos Fare thee well: Celebrating 50 years of the Grateful Dead, realizados entre junio y julio del 2015, que hicieron los miembros sobrevivientes del grupo. 

Entre 1989 y 2004 Phish lanzó doce álbumes en estudio, algunos de ellos realmente notables como Hoist (1994, con invitados como el intérprete de banjo Béla Fleck y la legendaria sección de vientos Tower of Power-, The story of the ghost (1998) o Farmhouse (2000) mientras que, en paralelo, realizaba infatigables giras, llegando a registrar más de 300 conciertos por año entre 1988 y 2004, en que tuvieron su primera y única separación formal. En ese hiato, mientras Anastasio ingresaba a una clínica de rehabilitación, Page McConnell lanzó su primer y único álbum en estudio como solista; el bajista Mike Gordon comenzó colaboraciones con el guitarrista Leo Kottke; y Jon Fishman se dedicó a otros emprendimientos musicales y artísticos. El cuarteto regresó, triunfalmente, con dos extraordinarios álbumes de material original, Joy y Party time (2009).

Además de giras convencionales, Phish organiza festivales a campo abierto, con ellos como única banda del cartel en la mayoría de los casos, de dos o tres días en que las caravanas de seguidores acampan en extensos terrenos de estados como New York, California, Vermont, entre otros. Entre 1996 y 2015 la banda realizó diez de estos festivales, con audiencias entre 65,000 y 80,000 personas, haciendo hasta siete conciertos durante tres días, estrenando canciones o tocando clásicos de su repertorio que tocan en vivo desde sus inicios pero nunca han grabado en estudio, como Mike’s song o AC/DC bag o Possum.

Por ejemplo, los días 30 y 31 de diciembre de 1999, más de 85,000 asistieron a la reserva nacional de Big Cypress en Florida. El festival, denominado simplemente Big Cypress, fue el concierto de Año Nuevo con la mayor asistencia de ese año, por encima de otros artistas de primera como Barbra Streisand, Metallica, Billy Joel o Eric Clapton. Por su parte The Great Went (16 y 17 de agosto de 1997) fue considerado el concierto con mayor cantidad de público en aquel verano en los Estados Unidos, más de 75,000 personas congregadas en Maine, en una base aérea ubicada cerca de la frontera con Canadá. 

Por si fuera poco, a los Phish les encanta tocar covers, como si no les bastara con las más de 500 canciones que han compuesto en 40 años de carrera. Mientras en algunos sectores de la crítica especializada aun se rasgan las vestiduras frente a aquellas bandas que deciden interpretar material ajeno, Anastasio, Gordon, Fishman y McConnell disfrutan muchísimo al homenajear a sus referentes musicales. En sus largos instrumentales, no es extraño que incorporen clásicos del rock, blues, jazz, country, bluegrass R&B y funk, con la mayor naturalidad. 

De hecho, cada cierto tiempo organizan conciertos en los que tocan, de principio a fin, algún disco clásico. Estas tocadas, denominadas “Musical Costumes” las vienen haciendo desde 1994, casi siempre para Halloween. Algunos de los discos que han tocado en su integridad, son The white album (1968) de The Beatles, en 1994; Quadrophenia (1973) de The Who, en 1995; Exile on Main Street (1972) de The Rolling Stones, en 2009; Remain in light (1980) de Talking Heads, en 1996; Loaded (1970) de The Velvet Underground, en 1998, The dark side of the moon (1973), de Pink Floyd, en el 2000; entre otros. 

El año 2010, Trey Anastasio fue invitado a presentar la inducción de Genesis, una de sus bandas favoritas, en el Salón de la Fama del Rock and Roll. Y Phish hizo tributo a las dos etapas del grupo tocando No reply at all (Abacab, 1981) y Watcher of the skies (Foxtrot, 1972). Mientras que la primera no les quedó muy bien por falta de ensayo, la segunda -una de las composiciones más complejas de Gabriel, Collins, Banks, Hackett y Rutherford- es de los mejores covers que han hecho. 

Desde ese año en adelante, la banda retomó su apretada agenda de conciertos y, en el camino, ha lanzado varios discos en estudio ampliando su ya abultado catálogo, con títulos como Fuego (2014), Big boat (2016) y Sigma oasis (2020). En 2019 se estrenó Between my mind and me, el más reciente documental sobre la banda. Y recientemente, retomaron también los campamentos musicales con Mondegreen, su décimo primer festival, realizado durante cuatro días, del 15 al 18 de agosto en una amplia explanada de Dover, capital de Delaware. Y hace apenas tres meses lanzaron su vigésima producción en estudio, Evolve (JEMP Records, 2024), la cual celebraron con una aparición especial en la serie de NPR Tiny Desk de la radio nacional de Washington, interpretando cinco canciones, entre ellas sus clásicos Sample in a jar (Hoist, 1994), Chalk dust torture (A picture of Nectar, 1992) y You enjoy myself (Junta, 1989), con trampolines y todo. El video ya tiene más de 750 mil reproducciones. 

Como vemos Phish, esta banda que teloneó en sus inicios a Violent Femmes y Santana, que donó un carro alegórico gigante con forma de hot dog al Salón de la Fama del Rock and Roll en 1998 y ha vendido más de 8 millones de zcd y DVD solo en Estados Unidos, tiene cuerdas para rato. Sus coloridas páginas https://phish.com/ y https://phish.net/ son más que elocuentes.

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[Música Maestro] A sus 78 años, cumplidos hace apenas tres meses, al bajista y compositor norteamericano Tony Levin no le faltan energías para seguir trabajando, a un nivel de exigencia física y excelencia artística que muy pocas personas apreciarían en un país como este, que suele regalar su admiración a personajes mediocres, corruptos y/e improvisados. Levin no solo acaba de lanzar, el 13 de septiembre último, su séptima producción discográfica como solista -la primera en quince años- titulada Bringing it down to the bass (Flatiron Recordings), sino que se encuentra en estos precisos momentos recorriendo Estados Unidos y Canadá con la gira Beat, interpretando canciones del periodo 1981-1984 de King Crimson, junto a otros tres extraordinarios colegas, Steve Vai, Danny Carey y Adrian Belew.

La gira, considerada por muchos expertos y fanáticos -entre los que me cuento con afiebrado entusiasmo- como el evento musical del año, arrancó el 12 de septiembre en San José, California. A juzgar por los videos compartidos por los asistentes a esta primera fecha y todas las posteriores hasta ayer, los resultados son más que satisfactorios, tanto para los cuatro instrumentistas como para sus públicos. De aquí al 18 de diciembre, en que será el último concierto del Beat Tour, restan 57 fechas. Estamos hablando de shows que duran entre una hora y media y dos horas, con traslados por carretera entre ciudad y ciudad, pruebas de sonido, entrevistas, firmas de autógrafos y demás. Todo un reto.

Y con respecto al disco, cuyo primer anticipo apareció en el canal de YouTube del artista, en la forma de un colorido y simpático video del elegante tema-título, es una fiesta para todo admirador del bajo como instrumento principal, entre lo rítmico y lo armónico, en contextos de pop-rock, jazz y todas las variantes en medio. Son catorce fantásticos temas que tienen de todo, desde funk-rock agresivo hasta jazz fusión con toques de big band y smooth, pasando por alucinantes vuelos instrumentales que tienen tanto de pop-rock como de progresivo y experimentaciones etéreas, casi colindantes con la new age. 

Para el disco, grabado en un periodo aproximado de seis meses -con trabajos finales de mezcla y edición en medio de los extenuantes ensayos para la gira Beat-, Levin reunió a un elenco de lujo, todos ellos músicos con los que ha trabajado en más de una ocasión: Manu Katché, Jerry Marotta, Vinnie Colaiuta, Mike Portnoy, Steve Gadd, Pat Mastelotto (bateristas); Dominic Miller, Steve Hunter, Earl Slick, Markus Reuter, David Torn, Robert Fripp (guitarras); Larry Fast y su hermano Pete Levin (teclados). Bringing it down to the bass se integra así a una discografía sofisticada que incluye títulos como World diary (1995), Double espresso (2002) o Waters of Eden (2003), al margen de las preferencias de las masas.

Nacido en Boston, EE.UU. en 1946, Tony Levin se hizo conocido como músico de sesión a inicios de la década de los años setenta, colaborando con una amplia gama de artistas que va desde el ex Beatle John Lennon (1940-1980) y el líder de The Velvet Underground, Lou Reed (1942-2013) hasta la big band del baterista y director de orquestas, Buddy Rich (1917-1987) o la banda del flautista Herbie Mann (1930-2003).

Desde niño, Anthony Frederick Levin estudió tuba, cello, piano y contrabajo, para dar sus primeros pasos como músico en ensambles académicos, en la Orquesta Filarmónica de Rochester. En la escuela de música Eastman de esa ciudad ubicada al noroeste de New York, Levin coincidió con otra futura estrella de las sesiones y amigo personal, el baterista Steve Gadd; y con el pianista de jazz Gaspar “Gap” Mangione -hermano del trompetista Chuck Mangione, estrella de smooth jazz-, con quien debutó en los estudios de grabación. Aquí podemos ver a Tony Levin, en 1972, junto a Steve Gadd en la banda de Chuck Mangione.

Establecido en New York, Levin decidió especializarse en el bajo eléctrico, debido a que sus preferencias iban definiéndose hacia el jazz y el rock progresivo, géneros que comenzó a cultivar en 1970 con un proyecto de corta vida denominado The Attack Of The Green Slime Beast, junto a Don Preston, por aquel entonces tecladista de The Mothers Of Invention. Lamentablemente, el grupo no dejó nada grabado, pero de solo imaginar cómo debe haber sonado este combo, con dos de los músicos más talentosos surgidos en esos años, hasta escalofríos dan.

Tony Levin debe estar, junto con Leland Sklar (77) y Carol Kaye (89), entre los bajistas con la mayor cantidad de sesiones de grabación de todos los tiempos. En un cálculo más o menos conservador, se estima que su nombre aparece en los créditos de más de 500 álbumes, trabajando para un listado de artistas que incluye, además de los mencionados, a estrellas del pop, rock y jazz como Paul Simon, Pink Floyd, Yes, David Bowie, Tom Waits, Todd Rundgren, Steven Wilson, Bryan Ferry, Laurie Anderson, Chuck Mangione, The California Guitar Trio y muchísimos otros. 

Sin embargo, el salto a la fama lo dio como miembro estable, tanto en estudios como en giras mundiales, de la banda que formó Peter Gabriel inmediatamente después de renunciar a Genesis. Levin y Gabriel se conocieron por intermedio de un amigo en común, Bob Ezrin, productor de álbumes históricos como Berlin (1973) de Lou Reed y Welcome to my nightmare (1975) de Alice Cooper, en los que Levin había tocado. Algunos años antes de su primer encuentro con Gabriel, Levin rechazó una invitación del guitarrista británico John McLaughlin para unirse a la primera formación de The Mahavishnu Orchestra, debido a que estaba cumpliendo una agenda de conciertos acompañando al vibrafonista Gary Burton.

Tony Levin ha participado en todos los discos oficiales de Peter Gabriel, desde la tetralogía epónima lanzada entre 1977 y 1982 hasta su más reciente lanzamiento, el enigmático i/o (2023) y ha sido su colaborador más estable en concierto. Su sonido y peso rítmico pueden sentirse en clásicos del catálogo gabrieliano como I don’t remember (Peter Gabriel III, 1980), On the air (Peter Gabriel II, 1978, aquí en vivo) y en los exitosos temas del cuarto álbum So (1986), In your eyes, Don’t give up, Big time y Sledgehammer. La fuerte presencia escénica de Tony Levin se aprecia mejor en sus actuaciones en vivo, como en esta espectacular versión de Red rain (So, 1986), del DVD en concierto Growing up live (2003).

Levin se convirtió, además, en el camarógrafo/fotógrafo oficial del grupo, afición que hasta hoy difunde a través de su página web. Durante las sesiones del primer disco de Gabriel, Levin conoció a Robert Fripp quien, años después, lo invitó a grabar con él en un par de proyectos independientes, entre ellos su primer LP en solitario, Exposure (1979) para luego reclutarlo para la nueva alineación de King Crimson. Entre los años 1981 y 1984, Levin grabó con King Crimson la tríada Discipline (1981), Beat (1982) y Three of a perfect pair (1984), al lado de Robert Fripp (guitarra), Adrian Belew (guitarra, voz) y Bill Bruford (batería). Sus líneas de bajo y Chapman Stick son centrales en temas como Sleepless (Three of a perfect pair, 1984), Elephant talk (Discipline, 1981, cuyo inicio en Chapman Stick inspiró el clásico noventero de Primus, Jerry was a race car driver) o Waiting man (Beat, 1982), en el que además hace los coros. Esta formación del Rey Carmesí publicó además varios discos en vivo, como el doble Absent lovers: Live in Montreal (1984) y otros que fueron editados posteriormente en DVD y CD.

Durante los noventa, Levin volvió a King Crimson durante el breve pero prolífico periodo 1994-1996. En esos tres años, el sexteto publicó los álbumes en estudio Vrooom (EP, 1994), THRAK (1995) y varias producciones en vivo. La asociación de Tony Levin con King Crimson se ha mantenido inalterable durante todo el Siglo XXI, convirtiéndolo en el músico que más tiempo ha trabajado al lado de Robert Fripp. Algunas de sus producciones básicas en los últimos 25 años incluyen The ProjeKcts (1999, resumidos en la excelente compilación The deception of the thrush: A beginners’ guide to ProjeKcts); las giras de los años 2008-2009 y 2018-2019 por los aniversarios 40 y 50 de la banda, que han generado infinidad de lanzamientos en vivo, y el álbum A scarcity of miracles (2011), un proyecto alternativo en que Fripp reunió a algunos de los músicos que han participado en las últimas versiones de King Crimson. 

Como todo músico virtuoso y aventurero, Levin siempre ha dado rienda suelta a sus propias inquietudes musicales, como solista y como miembro de interesantes proyectos, manteniéndose todo el tiempo ocupado. Una de sus primeras sociedades con otros eximios instrumentistas se produjo a finales de los noventa, junto al guitarrista Steve Stevens (conocido por todos nosotros a través de los videos de Billy Idol) y el baterista Terry Bozzio (Frank Zappa, Steve Vai, Missing Persons y un largo etcétera), con quienes grabó dos discos, publicados por el sello independiente Magna Carta, en los que explora géneros que van desde el heavy metal hasta el flamenco. Muy recomendable de este power trío es su debut, Black light syndrome (1997).

En paralelo, se unió a tres integrantes de la banda de metal progresivo Dream Theater, John Petrucci (guitarra), Jordan Rudess (teclados) y Mike Portnoy (batería) para formar Liquid Tension Experiment, vertiginoso cuarteto de pura música instrumental, no apta para amantes del minimalismo y el rock amateur. Estos discos son adrenalina a la vena para quienes disfrutan del virtuosismo, el shredding y las mil notas por minuto. Después de dos contundentes CD, Liquid Tension Experiment (1998) y LIquid Tension Experiment 2 (1999), pasaron veinte años antes de que decidieran grabar la tercera parte, Liquid Tension Experiment 3 (2021). En medio de eso, en el 2007, Levin, Portnoy y Rudesss, sin Petrucci, se juntaron bajo el imaginativo nombre de… Liquid Trio Experiment para un disco igual de desafiante, en términos de virtuosismo y fogosidad instrumental, Spontaneous combustion. 

Además, en la misma época, se unió a Bill Bruford, su compañero en King Crimson, para conformar el supergupo Bruford Levin Upper Extremities junto al conocido trompetista Chris Botti y al guitarrista David Torn. Y más adelante, entre el 2008 y el 2010, coincidió con el guitarrista Allan Holdsworth (1946-2017) y los bateristas Terry Bozzio y Pat Mastelotto en una banda ocasional que se hizo llamar HoBoLeMa -las dos primeras letras de los apellidos de cada uno- que se especializó en dar recitales de improvisaciones, sin composiciones planificadas o escritas con anticipación. En YouTube circulan varios videos de estos conciertos, pero no existen lanzamientos formales de sus tocadas. 

Como lugarteniente de dos de las figuras más influyentes del rock progresivo y el art-rock (Peter Gabriel y Robert Fripp), el prestigio de Tony Levin subió como la espuma. Para 1989, siguió alternando sus trabajos con ambas bandas y los contratos para participar en grabaciones de terceros. Por ejemplo, en 1989 se unió a cuatro integrantes de Yes para grabar el álbum Anderson Bruford Wakeman Howe, ocupando el lugar del legendario Chris Squire (1948-2015). En 1980 fue convocado por John Lennon para grabar el que sería su último disco en vida, Double fantasy. Eso significa que, cada vez que escuchas en la radio temas como Woman, (Just like) Starting over, Watching the wheels o el single Nobody told medel álbum póstumo Milk and honey (1984)-, estás escuchando el bajo de Tony Levin, quien tuvo una cercana amistad con John, hecho que acaba de reflejar en uno de los temas de su último disco, Fire cross the sky, en que se hace fondo con su extraño instrumento, el Chapman Stick. 

Tony Levin es el principal responsable de la popularidad del Chapman Stick, instrumento multicorde (los hay de 8, 10 y hasta 12 cuerdas) que cumple funciones de bajo y guitarra al mismo tiempo, y se ejecuta haciendo tapping con ambas manos. Este extraño instrumento, inventado por el músico norteamericano Emmett Chapman (1936-2021) en los años setenta, permite la creación de atmósferas líquidas y entrecruzadas, combinando líneas de bajo y guitarra. A partir del Chapman Stick se creó toda una familia de guitarras llamadas Warr y Touch, que funcionan bajo el mismo principio. 

El trabajo de Levin como promotor e intérprete del Chapman Stick ha inspirado a músicos como Trey Gunn -también miembro noventero de King Crimson- o Nicky Beggs (Kajagoogoo, The Steven Wilson Band). En 2010 Levin formó el trío Stick Men, junto al alemán Mark Reuter y el baterista Pat Mastelotto, su compañero en King Crimson desde 1995. Con ellos lleva grabados ya siete álbumes de estudio y cinco en concierto. Por cierto, Levin y los Stick Men visitaron nuestro país en el 2018. Aquí podemos verlos en acción, tocando Red, clásico de King Crimson de 1974. Previamente, el bajista ya había estado en Lima con Peter Gabriel, en el año 2009.

Además, Levin es el creador y difusor de los «funk fingers», pequeñas baquetas de silicona que el bajista se coloca en los dedos índice y medio de la mano derecha, para golpear las cuerdas del instrumento, creando un efecto similar a la técnica del slapping, típica del sonido funk de músicos como Stanley Clarke, Bootsy Collins o Larry Graham. La textura del sonido es parecida al que se obtiene con el slapping, pero el volumen es más fuerte, distorsionado y redondo. El músico ha declarado que el verdadero creador de este artilugio fue Andy Moore, uno de sus ingenieros de sonido, a partir de una idea genérica que se le ocurrió a Peter Gabriel.

Hiperactivo, talentoso, innovador y polifacético, Tony Levin es además un artista humilde, desprovisto de poses pretensiosas, una actitud que también le ha permitido mantenerse activo. Cuánta diferencia con personajes locales que nunca han hecho nada bueno y, sin embargo, se comportan como si fueran magnates y príncipes de la farándula, con disfuerzos avalados por masas incapaces de distinguir entre la verdadera calidad y los vínculos con la delincuencia que asegura una fama hueca, sin sustancia. Así como el de Levin, hay muchísimos casos de músicos que impulsan el arte de la música popular a elevadas alturas, casi en las sombras. Esos son los mejores.

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Hace algunas semanas, diversas páginas web musicales lanzaron, a través de sus redes sociales, una noticia que ha generado gran expectativa entre los amantes del rock clásico en general -y del progresivo en particular-, que se viene viralizando y actualizando constantemente. Se trata de la conformación de un supergrupo integrado por cuatro extraordinarios instrumentistas para traer al siglo XXI unos discos que, entre 1981 y 1984, representaron la vuelta al ruedo de una de las bandas más respetadas e influyentes de los setenta, después de siete años de ausencia.  

Adrian Belew (74), Tony Levin (77), Danny Carey (62) y Steve Vai (63) son músicos consagrados, de largas trayectorias impulsadas por la creatividad y la innovación, de innegable vocación vanguardista pero sin alejarse de manera radical del mainstream y de uno que otro coqueteo con los gustos populares. Cruzando géneros y expandiendo las posibilidades de sus respectivos instrumentos, esos cuatro nombres se consolidaron como garantía de autenticidad, talento y mucho virtuosismo, ubicándose por encima del espectro común y corriente de lo que consideramos pop-rock para, desde allí, contribuir individualmente a su evolución y permanencia en el espectro sonoro, ajenos a las tendencias y modas masivas. A estas alturas, sin nada qué demostrarle a nadie, estos señores pueden hacer lo que quieran.

Y lo que han decidido hacer es rendirle tributo al periodo 1981-1984 de King Crimson, reinterpretando las canciones de la trilogía Discipline (1981), Beat (1982) y Three of a perfect pair (1984), un retorno que consiguió unir las brillantes sonoridades del pop ochentero más arriesgado y experimental con las características que los hicieron mundialmente famosos durante la década anterior, sin perder prestigio ni generar división entre sus seguidores más fieles, algo que sí ocurrió con varios de sus contemporáneos como por ejemplo Yes, Genesis o Pink Floyd y sus intentos por adaptarse a las tendencias sonoras de esa década, dominadas por la new wave y el pop-rock de estadios. 

La idea de ver al incontenible Steve Vai, considerado uno de los mejores guitarristas de todos los tiempos, replicando los crispados, arácnidos y complejos solos de Robert Fripp y a Danny Carey, dinámico y explosivo baterista de Tool, traducir la polirritmia electroacústica de Bill Bruford, pone a los fans del Rey Carmesí al borde del delirio, de solo imaginar cómo sonará eso. Por otro lado, será ocasión de ver en concierto, otra vez juntos, a Adrian Belew y Tony Levin, quienes junto a otro integrante de King Crimson, el baterista Pat Mastelotto, crearon en 2013 el campamento musical Three Of A Perfect Pair, un evento anual de cuatro días en el que interactúan con sus fans de una manera más cercana y personal. Pero verlos sobre el escenario, tocando de nuevo el material que construyeron junto a Fripp y Bruford hace cuatro décadas, simplemente no tendrá pierde. 

La noticia está tan fresca que, como es común en esta era del tráfico de información en tiempo real, a diario aparecen nuevos datos sobre cómo y desde cuándo surgió la idea, qué expectativas tiene el público, los músicos y demás detalles. De hecho, se acaba de confirmar hace poco que el cuarteto hará una gira de 44 fechas por Estados Unidos y Canadá, que arrancará el 12 de septiembre en San José, California y terminará el 8 de noviembre, en Las Vegas, Nevada. La semana pasada, los cuatro se reunieron con el reconocido YouTuber, productor musical y guitarrista Rick Beato, en Los Angeles, para una conversa exclusiva de una hora que ya superó las 350 mil reproducciones. 

Fripp, conocido por su férrea manera de proteger todo lo relacionado a la emblemática banda que fundó en 1969, aprobó el proyecto -fue Belew quien se lo planteó, hace algunos años, antes de pandemia- e incluso ha declarado que Vai es el único guitarrista capaz de tocar sus partes. El líder absoluto de King Crimson hasta le puso nombre a la nueva creatura. El supergrupo se llama Beat, como el segundo volumen de aquel alucinante tríptico de símbolos arcanos y carátulas monocromáticas. 

Entre 1969 y 1974, King Crimson produjo siete álbumes en estudio y dos en vivo, con Robert Fripp como único miembro estable y un total de dieciséis músicos que entraron y salieron, en ese quinquenio, de acuerdo con las decisiones estrictas del capitán de aquel buque sonoro experto en mellotrónicas atmósferas oscuras, entre lo sublime y lo tétrico, cargadas de patrones armónicos difíciles de digerir a la primera, en los que coincidían jazz, rock, fusiones étnicas, música concreta y proto heavy metal. 

Ese último año, 1974, el guitarrista británico de gesto imperturbable y gustos eclécticos -lo inspiran por igual Jimi Hendrix (1942-1970) y Béla Bartók (1881-1945)- decidió dar fin a esta primera etapa de la banda para tomarse un año sabático. En 1976 retomó sus actividades musicales y se involucró con varios artistas destacados, entre ellos Peter Gabriel, con quien trabajó como músico y productor en sus primeros álbumes en solitario tras separarse de Genesis.

Para cuando estaba por llegar la década de los ochenta, Fripp ya se había reinsertado plenamente en su mundo: en 1977 grabó, a instancias de su buen amigo Brian Eno, el icónico riff de “Heroes”, tema central del décimo segundo álbum de David Bowie del mismo nombre; en 1979 lanzó su debut como solista, Exposure, resultado de diversas exploraciones previas; y, en 1980, armó The League Of Gentlemen, un breve e interesante intento de orientarse hacia la estética sonora de la new wave, un aprendizaje que sería fundamental para su siguiente paso.

En ese momento se embarcó en la formación de un nuevo conjunto que sirviera de vehículo para algunas de sus nuevas composiciones. Para ello llamó a su compatriota Bill Bruford, baterista que estuvo en la última encarnación de King Crimson (1973-1974) y a dos músicos norteamericanos: el guitarrista y cantante Adrian Belew -que venía de trabajar con Frank Zappa, David Bowie y Talking Heads- y el bajista Tony Levin, a quien conoció durante las sesiones de los dos primeros álbumes de Peter Gabriel. 

King Crimson ingresó así, con todo el peso de su bien ganado estatus, a la década de los ochenta. Era la primera vez que Fripp interactuaba con otro guitarrista y, para aprovechar al máximo el toque afilado, poco convencional y lleno de extraños efectos de Belew, lo entrenó durante seis semanas para implementar un estilo fluido de arpegios, en tiempos extraños como 5/4 o 17/8 que se repiten de manera cíclica, se entrelazan y contraponen, creando un sonido continuo de resultados hipnóticos, basado en la música tradicional de Indonesia que, por entonces, interesaba profundamente a Fripp para desarrollar su arquetípico estilo en la guitarra eléctrica. 

Levin, bajista de enorme versatilidad y recursos técnicos, trajo consigo el Chapman Stick, instrumento de diez cuerdas que es bajo/guitarra a la vez y se toca con ambas manos aplicando la técnica del tapping, inventado por el músico norteamericano Emmett Chapman (1936-2021) en la década de los setenta. Con ese instrumento se integró, casi como un tercer guitarrista en la sombra mientras que, a la vez, mantenía las notas graves de su bajo para cimentar, en combinación con Bruford, una sección rítmica impredecible y asincopada, ideal para las cascadas de notas, efectos sonoros y riffs cargados de distorsión que disparaban Fripp y Belew. 

De fondo, los Frippertronics, ráfagas de ruido electrónico que Robert Fripp estrenó en el disco que hizo en 1973 con Brian Eno, el pionero (No pussyfooting), en combinación con los experimentos que él y Belew hicieron con un nuevo sintetizador para guitarras eléctricas, el Roland GR-300; reemplazaron al omnipresente mellotron de lanzamientos clásicos como In the court of the Crimson King (1969), In the wake of Poseidon (1970) o Red (1974). Todos estos elementos, más el arsenal de percusiones electrónicas Simmons de Bruford y la pureza vocal de Belew, fueron la base de esta nueva etapa.

La trilogía se inicia con Discipline (1981), el disco de la portada roja. Del caos controlado de Indiscipline -que alguna vez fuera usado por Canal N como cortina para uno de sus noticieros- al plácido arrullo cósmico de Matte kudasai -«espérame, por favor» en japonés-; del funk enfermizo de Thela Hun Ginjeet -anagrama de Heat in the jungle, en referencia a las peligrosas calles de New York- a la enigmática calma del instrumental The sheltering sky; el debut del nuevo cuarteto fue reluciente y, a la vez, recogió el sonido de King Crimson del lugar en que había quedado encapsulado desde 1974. Discipline -otro instrumental- y Frame by frame son buenos ejemplos de las secuencias circulares de arpegios que Fripp y Belew llevaron a un nivel magistral, sobre todo en vivo. Y Elephant talk, con ese inicio de Levin en el Chapman Stick y la guitarra de Belew simulando el barritar de un elefante, es un modelo de cómo ser sarcástico sin decir nada concreto.

Beat (1982) es un homenaje a la literatura norteamericana de los cincuenta y sesenta, base ideológica e intelectual del hippismo. Belew, quien escribe todas las letras en los tres discos, ha contado que durante esos primeros años en King Crimson, sus escritores de cabecera fueron Jack Kerouac, Neal Cassady y Allen Ginsberg. Precisamente, el tema que abre el disco azul se llama Neal and Jack and me, en clara referencia a Cassady y Keroauc. El instrumental Sartori in Tangier, por ejemplo, toma parte del título de una obra de Ginsberg -Satori in Paris (1966)- y menciona a la ciudad marroquí donde la Generación Beat solía reunirse. Neurotica -uno de los temas más robustos del álbum- toma el nombre de una revista asociada al movimiento Beat. Y Heartbeat, brillante tema pop que tuvo incluso un videoclip que muchos recordarán haber visto en Disco Club, está inspirado en el libro del mismo nombre escrito por la esposa de Neal Cassady. Por otro lado, el misterio de The howler y la suavidad de Two hands son prueba de la versatilidad del cuarteto. Musicalmente, Beat incorpora ritmos africanos a todo el aquelarre crimsoniano, que le permiten brillar a Bill Bruford -las muestras más claras de ello son Waiting man y Sartori in Tangier-, que aportan frescura a los arrebatos disonantes de Robert Fripp y los conecta con otros artistas interesados en estas fusiones, como Peter Gabriel y Talking Heads.

Cierra el tríptico Three of a perfect pair (1984), el de portada amarilla, con canciones como el tema-título, Man with an open heart y Model man, piezas de creativo pop-rock progresivo que suenan accesibles si las comparamos con temas más desafiantes, guiados por la improvisación, como las instrumentales Industry, Nuages (That which passes, passes like clouds) o Larks tongues in aspic III, vínculo conceptual con el King Crimson clásico -las dos primeras partes están en el quinto disco de 1973, del mismo título- que son, junto a los convulsos requiebros de Requiem, del álbum anterior, los extremos de una banda que no conoce límites cuando se trata de innovar y sorprender al oyente. En Sleepless, Levin ataca su bajo de cuatro cuerdas con solvencia, algunos años antes de que hiciera lo mismo, para públicos más grandes, en el recordado éxito de Peter Gabriel, Sledgehammer (álbum So, 1986). Mención aparte para Dig me, canción que en solo tres minutos combina la oscura experimentación con un intermedio rockero luminoso.

Después de una gira que los llevó hasta Japón, la banda se separó, de acuerdo con los planes originales de Fripp -tres años, tres giras, tres discos-, cerrando un ciclo brillante en la trayectoria del grupo. En 1998 apareció el doble en vivo Absent lovers: Live in Montreal, que recoge un concierto de 1984 y, años más tarde, en el 2016, Fripp lanzó al mercado una gigantesca joya para coleccionistas, en edición limitada. Se trata de On (and off) The Road (1981–1984), una caja que contiene 11 CDs, 2 DVDs y 5 discos Blue-Ray de audio y video, con prácticamente todo lo que hizo el cuarteto, desde versiones remasterizadas de los álbumes originales hasta conciertos, tomas alternas y un largo etcétera de grabaciones inéditas (aquí un video del “unboxing” del masivo compendio). 

Este legado adquirió vida propia en la trayectoria artística de King Crimson, a pesar de la densa sombra que le hacia su propio pasado. De hecho, Discipline iba a ser el nombre original para el cuarteto y, luego, en los noventa, Fripp usó nuevamente el término para bautizar su primer sello discográfico, Discipline Global Mobile Records, desde donde se han realizado todas las producciones de King Crimson desde el inicio de su tercera etapa, en 1995.

Esas 24 canciones y, probablemente algunas otras sorpresas del catálogo anterior y posterior de King Crimson, formarán parte del repertorio de Beat, como viene deslizándose en redes sociales. Las conjeturas van desde las más serias -¿estarán registrando en video los ensayos? ¿insertarán fragmentos de 21st Century schizoid man en medio de Indiscipline, Dinosaur a la mitad de Elephant talk?- hasta las bromas que alucinan a Steve Vai tocando sentado, como Fripp, o a Danny Carey negándose a tocar de espaldas al público los paneles hexagonales de la batería electrónica de Bruford. Pero una cosa sí es segura: Beat será el acontecimiento musical del año. Faltan solo unos cuantos meses para comprobarlo. 

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La columna vertebral del sonido de Yes, en todas sus etapas, fue el bajista Chris Squire, como puede uno notar desde sus primeras grabaciones -por ejemplo, el inicio de Survival (Yes, 1969) o a la sorprendente línea de bajo del cover de No opportunity necessary, no experience needed (Time and a word, 1970), tema original del trovador negro Richie Havens. Squire, lamentablemente fallecido en el año 2015, a los 67 años, de una extraña forma de leucemia, tenía una presencia sónica y escénica capaz de sostener cada canción del grupo, dando unidad a los desenfrenos instrumentales de Wakeman y Howe, con un sentido de la improvisación y las síncopas poco comunes en esta era del rock. El rotundo tono, medidamente distorsionado, de su bajo Rickenbacker de cuatro cuerdas, y esa increíble habilidad para pasar de notas aisladas, espaciadas, a cascadas de escalas que recorren todo su diapasón sin descanso y sin perder un solo tiempo -por ejemplo en Roundabout– o el contraste de veloces fraseos y pausas que realiza en Heart of the sunrise -escuchar aquí el bajo aislado de Chris Squire, para mayor detalle- basta para dar cuenta de su enorme talento y la importancia de su estilo en la personalidad musical de Yes.

El álbum no es, como pudiera parecer de primera mano, un único concierto registrado de principio a fin. Se trata más bien de una combinación de dos giras diferentes. Las canciones Perpetual change, Long distance runaround y The Fish (Schindleria Praematurus) pertenecen a la gira del disco Fragile, desarrollada entre septiembre de 1971 y marzo de 1972, cuando el baterista del grupo todavía era Bill Bruford. Unos meses después, faltando semanas para comenzar la nueva gira, esta vez para presentar el siguiente disco -Close to the edge-, Bruford renunció a Yes para unirse a King Crimson, la banda liderada por el guitarrista Robert Fripp. En su reemplazo llegó Alan White, de estilo más rudo e intuitivo, quien tuvo que aprenderse tan complicado repertorio en solo tres días. El resto de Yessongs es con White sentado detrás de los tambores, lugar que no abandonaría hasta un año antes de su muerte, ocurrida el año pasado, a los 72 años.

Como ocurre en prácticamente toda su discografía desde 1971, la carátula de Yessongs es una obra del diseñador y artista plástico Roger Dean, creador de mundos fantásticos en los que confluyen formaciones rocosas, volcanes, manantiales de agua clara, cielos limpios, floras espaciales y criaturas de todo tipo, una traducción en imágenes cósmicas de los universos sonoros de Yes. Escuchando temas como Heart of the sunrise o Starship trooper -cuya sección Würm es usada en los créditos finales de Yessongs, la película- es posible dar movimiento a las formas que componen uno de los empaques “más complejos y elaborados que me ha tocado hacer”, en palabras del diseñador. Debido a que se editó como disco triple, Dean decidió armar un cuadríptico que diera continuidad a las carátulas de los dos álbumes previos con cada elemento – Escape, Arrival, Awakening y Pathways- representando la evolución de este ecosistema planetario musicalizado.

Después del Yessongs -que fue un éxito comercial para la banda tanto en Europa como en Estados Unidos, donde fue certificado como Disco de Platino a finales de los noventa por alcanzar el millón de copias vendidas solo en ese país- vino un periodo difícil para la banda, tras la publicación del doble Tales from topographic oceans que, en su momento, ocasionó la indignada renuncia de Rick Wakeman y el primer quiebre de esta formación que volvería a reunirse en dos oportunidades, en el periodo 1977-1979 -que generó los álbumes Going for the one (1977) y Tormato (1978)- y, posteriormente, en 1995-1996, para producir el álbum doble, mitad en vivo y mitad en estudio, Keys to ascension.

Bajo la producción del “sexto integrante” de Yes durante el periodo 1970-1974, Eddie Offord, Yessongs constituye un registro único de lo que estos cinco músicos, entonces por debajo de los treinta años de edad, pudieron lograr en su mejor momento. En el año 2015, el sello Rhino -parte de Warner Music Group, casa matriz de Atlantic Records- lanzó un boxset de catorce discos compactos y vinilos titulado Progeny: Seven shows from Seventy-Two (aquí una sesión de desempacado o “unboxing” de esta colección), que consiste en siete conciertos completos -dos discos por cada uno- realizados entre octubre y noviembre de 1972, de donde se extrajeron las canciones de Yessongs, un álbum que llega a nuestros tiempos con su integridad musical intacta, tan sorprendente como cuando fuera puesto a girar por primera vez en el tornamesa de algún barrio hippie de Londres o New York, hace cincuenta años.

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A mitad de camino entre el art-rock y el pop, Collins lanzó sus primeros álbumes –Face value (1981) y Hello! I must be going (1982)- en simultáneo a excelentes discos de Genesis como Duke (1980), Abacab (1981) y Genesis (1983), que siguieron dividiendo a su vieja hinchada, en algunos casos de manera irreconciliable. Canciones como In the air tonight, I don’t care anymore o Thru these walls, inspiradas por el derrumbe de su primer matrimonio, tenían aires oscuros; mientras que I missed again, I cannot believe it’s true o It don’t matter to me exhibían ritmos más festivos, adornados por los vientos de The Phenix Horns, sección de metales de Earth Wind & Fire. Collins alcanzó el megaestrellato con su tercer disco, No jacket required (1985), con canciones como Sussudio, Take me home o Don’t lose my number, cuyos videoclips tuvieron intensa rotación en el mundo entero. Posteriormente, sus álbumes … But seriously (1989), Both sides (1993) y Dance into the light (1996) produjeron más éxitos como Another day in paradise, I wish it would rain down (con Eric Clapton como invitado), Both sides of the story, Everyday o It’s in your eyes. Su estilo como solista se orientó, desde el principio, al pop-rock con fuertes dosis de soul y R&B, que le permitió construir un sonido propio de gran aceptación masiva. Cada álbum, entre 1981 y 2002, tuvo como carátula una foto en primer plano de su rostro. En 2016, cuando relanzó toda su discografía en estudio, actualizó la fotografía para mostrar el inevitable paso del tiempo en sus facciones.

La balada Against all odds (Take a look at me now), tema central de una olvidada película del mismo nombre de 1984, nominada al Oscar por Mejor Canción Original, es una de las más representativas de esa década. Otras canciones como Do you remember? (1989) o One more night (1985) siguieron esa línea romántica. Separate lives, dúo con Marilyn Martin, fue parte de la banda sonora de White nights (Taylor Hackford, 1985), film protagonizado por los bailarines Mikhail Barishnikov, Gregory Hines, y la actriz Helen Mirren. Su primer #1 llegó en 1982 con el cover de You can’t hurry love, canción de 1966 de The Supremes. El video, un homenaje a los grupos vocales de esa época, fue todo un éxito en MTV. En 1988 escribió Two hearts, otro tributo al sonido Motown, para la banda sonora de Buster, película protagonizada por él mismo. Este disco contiene otra famosa canción de amor, A groovy kind of love, cover de 1965. En sus conciertos -con Genesis o solo- Collins solía introducir fragmentos de clásicos del soul como In the midnight hour o Reach out I’ll be there. En el 2010, la pasión del cantante por este género alcanzó otro nivel con el álbum Going back, su última grabación oficial, donde interpreta prolijamente clásicos de The Temptations, The Four Tops, Martha & The Vandellas, Stevie Wonder y Smokey Robinson.

En 1996 armó The Phil Collins Big Band y dirigió, desde su querida batería, esta orquesta de veinte músicos para interpretar arreglos especiales, en clave de jazz, de sus canciones más conocidas, algunos temas de Genesis y clásicos del funk como Pick up the pieces. El álbum A hot night in Paris (1999) fue testimonio de este proyecto musical. En 1997 participó en el concierto benéfico Music For Montserrat, junto a superestrellas como Eric Clapton, Mark Knopfler, Sting, Elton John y Paul McCartney (aquí los vemos en Golden slumbers, clasicazo de los Beatles de 1969). Por esos años también compuso y grabó la banda sonora de dos películas animadas de los estudios Disney, Tarzan (1999, por la que recibió un Oscar por la balada You’ll be in my heart) y Brother Bear (2003), expandiendo aún más su lenguaje con percusiones tribales africanas de profunda sonoridad. Lamentablemente, debido a sus problemas de salud, que incluyen una operación a la espalda y dolencias nerviosas en las manos, Phil Collins dejó definitivamente de tocar la batería el año 2014. Sin embargo, sus aportes al instrumento siguen siendo valorados por las nuevas generaciones de bateros, que lo analizan permanentemente, como en este video de YouTube, del canal Drumeo.

Phil Collins, quien realizó su primer concierto en Lima en abril de 1995, comenzó a anunciar su retiro durante la primera década del siglo XXI con giras mundiales de despedida. Diversos problemas de salud fueron reduciendo sus apariciones públicas hasta el 2016, en que anunció el Not Dead Yet Tour, título de su autobiografía publicada ese mismo año. Esta gira lo trajo de vuelta al Perú, con extraordinarios músicos como Daryl Stuermer (guitarra), Lee Sklar (bajo), Luis Conte (percusión), Brad Cole (teclados), quienes lo acompañan desde hace más de dos décadas. Aunque visiblemente disminuido, Collins dio una demostración de resistencia y compromiso con su público, interpretando sus canciones dos octavas por debajo de su registro habitual y haciéndolo sentado en una silla. Cuando se anunciaron, en el 2021, las fechas de The Last Domino? Tour, esta vez con Genesis, pocos pensaron que las fuera a concluir. Pero la gira fue todo un éxito, haciendo de esta despedida una de las más emotivas de la historia del rock mundial.

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El compositor disloca el concepto de lo panóptico –“todo lo que se ve”- con fines positivos, altruistas. Proteger la tierra para ser capaces de esparcir la medicina que esta necesita dice Gabriel en uno de sus versos. En ese sentido, Panopticom está en la misma línea conservacionista de clásicos de su discografía como Red rain (álbum So, 1986), Here comes the flood (Peter Gabriel 1, 1977) o su éxito radial Shock the monkey (Peter Gabriel 4, 1982) aunque con un tono mucho más optimista. También ha abordado este asunto, desde diferentes enfoques, a través de sus colaboraciones con Deep Forest -la canción While the Earth sleeps de 1995- o aquella divertida melodía que coescribió junto a Thomas Newman para la película animada Wall-E (Disney/Pixar, 2008), Down to Earth que inclusive fue nominada ese año al Oscar por Mejor Canción Original.

Por supuesto que el medioambiente no es la única preocupación de Peter Gabriel. Desde sus inicios como solista, el ex líder de Genesis se definió como un artista capaz de abarcar un amplio espectro de causas humanitarias y políticas, las mismas que musicalizó desde sus obvias raíces en el prog-rock matizadas con pop, soul y música electrónica -siempre rodeado de colaboradores de fuste como Robert Fripp, Daniel Lanois y Brian Eno- a lo cual incorporó un profundo interés por conocer y dominar las expresiones musicales de África, el Sudeste Asiático y el Medio Oriente, con ayuda de los mejores artistas de estas zonas, adelantándose por lo menos una década al concepto “world music”. Sus grabaciones, durante los ochenta y noventa, junto a artistas como Youssou N’Dour (Senegal), Angelique Kidjo (Benin), Nusrat Fateh Ali Khan (Pakistán) o Hossam Ramzy (Egipto), entre otros, impulsaron sus carreras hasta convertirlas en globales. In your eyes, uno de los temas de su aclamado quinto disco So (1986), es una clara muestra de este aprendizaje.

En este campo Peter Gabriel es un verdadero pionero, capaz de arriesgar incluso su estabilidad económica con tal de conseguir que el mundo occidental abriera sus oídos a las músicas diferentes y exóticas de otras latitudes. En 1980, por ejemplo, organizó un festival llamado Mundo de Música, Arte y Danza -WOMAD por sus siglas en inglés (World Of Music, Arts and Dance)- para dar vitrina a artistas de países como India, Camerún, Burundi, Nigeria, Turquía, entre otros. En aquella primera edición, el WOMAD Festival generó unas inmensas pérdidas y deudas para Gabriel y su equipo organizador. 

Ante la posibilidad de caer en bancarrota, su amigo y productor Tony Stratton-Smith le sugirió reunirse con sus ex compañeros de Genesis para un único concierto, el mismo que se realizó el 2 de octubre de 1982. El histórico reencuentro de Peter Gabriel con Phil Collins, Mike Rutherford, Tony Banks y Steve Hackett, acompañados por Chester Thompson y Daryl Stuermer, se llamó Six Of The Best y generó enorme expectativa entre los fans del grupo, que asistieron masivamente a esta cita irrepetible (de hecho, esta formación de Genesis no volvió nunca a tocar en vivo, solo se juntaron nuevamente en 1999, para grabar una nueva versión de The carpet crawlers, clásico de 1975. Lo recaudado en aquel concierto sirvió para superar el fracaso financiero del WOMAD y le permitió continuar. Del 28 al 31 de julio del año pasado, para celebrar la edición 40 del festival, Peter Gabriel reunió a una constelación de artistas africanos y asiáticos, entre los que destacaron Angelique Kidjo y la legendaria banda de afro-beat Osibisa (Ghana). También estuvieron los norteamericanos The Flaming Lips y el brasileño Gilberto Gil.

El activismo integracionista, político y medioambiental de Peter Gabriel lo motivó también a fundar un moderno y extremadamente bien equipado complejo de estudios de grabación y sello discográfico, Real World. Construidos en la hermosa e histórica ciudad de Bath, al sur de Inglaterra, los Real World Studios son, desde 1989, de los más solicitados por importantes artistas de todo el mundo y, por supuesto, los cuarteles generales de todo lo relacionado a Peter Gabriel y sus colaboradores más cercanos. Uno de los primeros discos que allí se grabó fue Passion, la extraordinaria banda sonora del film The last temptation of Christ de Martin Scorsese, compuesta por Gabriel y por la que recibió un Grammy como Mejor Álbum de New Age en 1990.

Pero en su obra musical también hay espacio para el humor relajado y la ironía, por si están pensando que se trata de un artista dedicado en exclusiva a fruncir el ceño y poner el dedo en las llagas de múltiples injusticias y vicios sociales. Canciones como The Barry Williams Show (Up, 2002) o Big time (So, 1986) muestran ese lado más lúdico que potencia con una muy interesante propuesta audiovisual, tanto en sus videoclips como en sus shows en vivo, en que ofrece un amplio despliegue técnico y creativo -como en esta versión de Growing up de su gira mundial 2002-2003. Sea desde la seriedad de Biko (Peter Gabriel 3, 1980) o Don’t give up (So, 1986, a dúo con Kate Bush); o desde la diversión de Steam (Us, 1992) o la popular Sledgehammer (So, 1986), la coherencia de Peter Gabriel está asegurada.  

Panopticom también se grabó, por supuesto, en los estudios Real World, entre enero y febrero del 2022 y tiene un sonido luminoso, entre lo acústico y lo eléctrico que recuerda ligeramente a su primer single como solista, Solsbury Hill, de 1977. Junto a Peter Gabriel en voz, bouzouki y teclados, sus eternos compañeros de ruta Tony Levin (bajos), David Rhoades (guitarras), Manu Katché (batería) y un invitado especial, Brian Eno (teclados, efectos). Cada ciclo lunar, como decíamos al principio, traerá consigo una nueva canción de i/o acompañada de una pieza de arte que representará al tema. En el caso de Panopticom, el artista plástico David Briggs ofrece una hipnotizante composición de lo que asemeja ser un torbellino rojo sobre fondo negro, hecha a base de transparencias. La creatividad e integridad artística de Peter Gabriel está de regreso. Una buena noticia. 

POST-DATA: Una nueva pérdida para el ecosistema sonoro se produjo mientras cerraba este texto. David Crosby, legendario integrante de The Byrds y Crosby, Stills, Nash & Young, una de las principales voces de la contracultura musical de los sesenta en adelante, dejó de existir el 18 de enero, rumbo a los 82 años. Aquí lo homenajeamos cuando llegó a los 80. Ver nota.

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