cuento

Los lectores hispanos, en especial los que leemos devotamente el cuento, debemos a Juan Casamayor la revitalización del género, gracias al trabajo que desempeña al mando de su editorial, Páginas de Espuma, que este año está celebrando bodas de plata y ha publicado, entre otros, un nuevo libro de relatos de la peruana Katya Adaui, Un nombre para tu isla. 

Su amplio catálogo da cuenta de la vitalidad y versatilidad que posee el cuento en nuestra lengua, desde exploraciones de carácter realista hasta la construcción de universos cuyos bordes anuncian umbrales hacia lo fantástico, lo extraño, lo grotesco, lo pesadillesco y, más de una vez, lo mítico. Visiones que se aproximan a la vida cotidiana en sus costados más terribles y menos visibles, para alimentar un hecho indiscutible: la maravillosa diversidad del cuento escrito hoy en nuestra lengua. 

Durante mis pesquisas encontré algo interesante y, como se verá luego, no menor: que Juan Casamayor se doctoró en Filología Hispánica con una tesis sobre la poesía española del XVIII, sobre Cadalso, el de las célebres Cartas marruecas. De ahí a ser uno de los editores más importantes de nuestra lengua, hay otra historia, que empieza aquí.

Dice Javier Cercas: “Un escritor es un editor frustrado porque solo publica lo que escribe, mientras que el editor publica lo que le hubiera gustado escribir”.  ¿De alguna forma esta frase te describe?

–No estoy muy de acuerdo con Javier. Eso implicaría que el editor tiene un escritor dentro, un escritor latente o fracasado que se esconde tras la careta de un editor. Yo creo que un editor es ante todo un lector, esa es la base de cualquier proyecto editorial. Yo no llegué a la edición por un deseo de escritura, es más, mientras más edito, más respeto le tengo a la escritura y más le temo a la remota posibilidad de convertirme en escritor. No nací editor ni moriré editor, el editor vive en el gerundio: siempre está aprendiendo. 

¿Cuál ha sido en todo caso el aprendizaje principal de todos estos años?

–Descubrir los secretos de un texto. Gracias a este oficio he ido descubriendo cómo pulir un texto, cómo ajustar sus tuercas, cómo leer finamente para detectar errores o fallas, no digo para perfeccionarlo, no me sobra soberbia. Esa agudeza es un aprendizaje valioso, sin duda. Hasta ahí llegan las ínfulas del escritor que no soy ni quiero ser. 

¿Qué tan determinante es el gusto para un editor?

–El gusto y el buen gusto son conceptos muy de mi formación filológica, tengo que decirlo. Dentro de la extrañeza que son siempre las elecciones que he hecho en mi vida, pues, monto una editorial en torno al cuento, algo que sonaba a misión imposible. Yo me había especializado en la poesía española del siglo XVIII y ahora estoy en este punto: editor de cuentos. Páginas de Espuma, que trabaja con narrativas breves, siendo esto un campo muy flexible, trabaja contra la corriente. El gusto solo se forma en la lectura. Y un editor es fundamentalmente un lector.

¿Hay algún momento o hecho de tu vida que sirva para explicar tu vocación de editor? 

–Vocación es una palabra que la he vivido en la piel. Fíjate, mi familia está vinculada al mundo médico, y no es un detalle menor, creo. Tengo un gran cuidado por la editorial, por los autores con los que trabajo, es casi una analogía de la relación de un médico con su paciente, ¿no? hay un cuidado, un celo, un esmero, muy grandes. Páginas de Espuma tiene un aire de familia, ese es un rasgo definitorio de la editorial. 

Otra figura que podríamos asociar al editor es la de cirujano…

–Y mira que mi padre era neurocirujano (risas). El editor es muchas cosas, es un ser que de vez en cuando cambia de sombrero, que un día sonríe y otro día tiene algo de fenicio. Te confieso una cosa: a los editores nos gusta comer al menos un par de veces al día. Algo que se exige al editor no es solamente que lea bien un manuscrito, porque los autores no escriben libros, escriben manuscritos. Y de ahí nacerá un libro. 

En síntesis, lo que podríamos llamar el método Casamayor tendría una de sus claves en la proximidad con el autor.

–Estoy convencido de que es así. Involucrarse con el autor es clave.

Mencionaste hace poco a Herralde, de Anagrama. ¿Dirías que hay un aire de familia entre ustedes?

–Sí. Yo siento un aire de familia, un parentesco con Herralde, nosotros nos comprometemos con la obra de un escritor, no somos meros editores de un libro. Eso sí, nunca diría Páginas de Espuma C’est moi (risas).

Hay una frase que usamos peyorativamente, “vivir del cuento”. En tu caso adquiere un sentido productivo, positivo. ¿Cómo decides fundar una editorial para, precisamente, vivir del cuento?

–La primera vez que dije esa frase fue hace varios años en una entrevista para El País, y quizá no fue el mejor lugar para decirla (risas). Luego titulé así un discurso para recibir un premio en la Feria de Guadalajara. No es que vivir del cuento sea peyorativo, lo que era peyorativo era el concepto que se había formado la industria editorial respecto a un género. Páginas de Espuma, viene de una idea un tanto arriesgada, un tanto lúdica también. El siglo XXI, gracias al avance tecnológico, ha hecho más accesibles las formas breves y eso beneficia al cuento, que ha generado un espacio comercial del que antes carecía. 

¿Piensas que el cuento latinoamericano tiene alguna singularidad? En tu catálogo hay una presencia femenina muy visible. Y esas escritoras han elegido una escritura cercana a lo extraño, lo grotesco, lo fantástico, entre otros asuntos. ¿Cómo leerías esta recurrencia temática?

–Me cuesta mucho pensar en esa singularidad porque no dejan de ser diecinueve o veinte literaturas de por sí muy distintas, ¿cierto? Esa escritura se da bajo condiciones económicas, sociales y culturales diferentes. La singularidad debe andar por ahí, colándose entre las palabras de cada autor. Una de esas singularidades ha sido la aparición e incorporación de muchas escritoras. Se ha roto el círculo de su invisibilidad. Pero existe el peligro de etiquetar las cosas, desde lo insólito de Samanta Schweblin a lo oscuro de Mariana Enríquez. ¿Dónde situamos entonces a Pilar Quintana o a Guadalupe Nettel, a Gabriela Cabezón o a Katya Adaui? Esa singularidad es flexible.  

Katia Adaui

La recurrencia al fantástico o a lo insólito se vincula con aspectos de lo real.

–Lo fantástico, o mejor, lo insólito, hace ver cosas que están en el entorno, en la realidad de cada escritora. Permite abordar distintas temáticas, distintas militancias, distintas maternidades, abordar una escritura del cuerpo y de la sexualidad, enfrentar los distintos machismos, en fin. Por eso pienso que la etiqueta de estas escrituras sería injusta, limitante. Los reduccionismos no juegan en este partido. Esas escritoras constituyen hoy en día una auténtica vanguardia creativa. 

Eres especialista en literatura española del siglo XVIII. En mi paso por la universidad, se esparcía el mito de que la literatura española de esos tiempos era muy aburrida (risas). Autores como Cadalso podrían contradecir esa idea…

–Estoy de acuerdo en que hubo tiempos más brillantes en la literatura española, eso sí. Yo trabajé la poesía de Cadalso y puedo decir que nunca podemos afirmar que en un periodo de tiempo determinado no hubo textos que valiera la pena leer o estudiar. Lo que se pone a prueba es el rigor de la lectura, una dedicación obrera a esa lectura. Eso me dio la filología. Cadalso fue una elección. No es un tema menor para mí.

Quisiera conocer tu opinión sobre la actualidad de las Humanidades. Se clausuran materias como filosofía o lenguas clásicas en diversas partes del mundo, por ejemplo. También el avance grosero de una reducción de la educación a la formación para el mercado laboral, olvidando a la persona ¿Qué ves en todo esto?

–Venimos de un largo proceso en el que las materias de letras paulatinamente pierden espacio. Es curioso porque al mismo tiempo parece que entendemos cada vez menos este mundo. No soy agorero, pero siento que nos tendremos que alejar de ese día. Tengo un hijo que es arqueólogo, sus amigos son uno actor y el otro artista plástico. ¿Están acaso perdidos para la causa? No. Soy un optimista, es decir, un pesimista bien informado. Y sí, iremos hacia algo mejor. 

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Al llegar a caja, demolido psicológicamente y exhausto por la espera, ni hablar de David que estaba famélico. No era para menos, eran las 2:41 pm. La cajera, una blonda veinteañera, que no estaba nada mal, me miró y con toda la alegría del mundo preguntó.

-Necesita factura señor

-No, gracias, contesté

Seguía pasando los productos y me volvió a preguntar lo mismo. Le volví a responder que no.

En tanto, la cuenta crecía invariablemente en la pantalla de su ordenador. Al terminar, el monto alcanzó la suma de todos los fines de semana y realice el pago respectivo. No sin antes, volverme a preguntar si necesitaba factura.

-¡No, carajo!

Había traído a David para que cargue las bolsas. Así se lo dije.

-¿Yo por qué? reclamó.

-¿Te di una buena propina el sábado pasado, te olvidas? Una con otra. Además, no me gustan los quejones, vamos.

Mientras el muchacho, encargado de llevar las bolsas, viendo que se quedaba sin nada, me mentó la madre con los ojos.

TRES

Al llegar a casa, nuevamente en taxi, introduje la mano en mi bolsillo derecho y no encontré la llave de la casa. Súbitamente, recordé que lo había dejado en el velador.

-Tócale el timbre a tu mamá

-No está, se fue temprano donde su amiga Lorena, contestó el flaco

-Carajo, no es mi día

Mientras mi hijo se sentaba, resignadamente en la vereda, esperando una solución al tema. Yo elucubraba.

Y aconteció algo, que me sucede generalmente 2 veces al año, se me encendió el foquito de 20 watts que tengo,

-Ya sé cómo entrar a la casa, hijo

-¿Cómo? preguntó.

En ese momento me desperté.

 

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Tampoco este año voy a pecar de hipócrita ni trataré de poner, misma guía telefónica, cuanto libro se haya publicado por autores peruanos. Necesitaría varias semanas para acercarme a un panorama exhaustivo. No. Aquí se trata de hacer una selección según mis criterios, por lo que forzosamente quedarán fuera muchos títulos que para otros lectores podrían ser interesantes.

Debo añadir que, pese a la pandemia y el relativo distanciamiento (lo que supuso menos actividades presenciales o algunas magras de público), el año fue fecundo en publicaciones literarias, lo que se evidenció en numerosas ferias, presentaciones de libros y festivales virtuales, como los organizados por el Proyecto de La Huaca es Poesía, que dirige el poeta Rafael Hidalgo.

Aquí va lo que me entusiasmó del 2021 y ahora recomiendo:

Novela

¡Kutimuy, Garcilaso!, de Eduardo González Viaña, es la última entrega del prolífico narrador liberteño, construida entre la ficción y la historia de un personaje sumamente importante para nosotros los peruanos, sobre todo en este contexto que acabamos de vivir, nuestro Bicentenario de la Independencia y la fundación de la república. En esta ocasión, la novela se centra en la gran figura del primer mestizo fundacional, el Inca Garcilaso de la Vega, con rasgos de realismo mágico y a la vez reconstrucción de la historia colonial. Nos propone un Inca con raíces andinas, reinterpreta el Taki Onqoy y lo usa como analogía de nuestra reciente historia política en una prosa ágil que ya antes ha sido reconocida por su musicalidad y colorido. 

¡Bésala, idiota!, de Jorge Irribarren, es una novela que entreteje historias y toca temas muy actuales que hacen reflexionar al lector sobre la existencia, el tiempo, el fetichismo y el amor, aparte de mencionar e indagar en otros tan importantes como la migración, el trabajo, las relaciones y la cultura en general. Con gran dominio narrativo, Irribarren nos lleva de una cultura a otra, es decir, de vivir lo peruano a experimentar lo alemán (él vive en ese país), insertando términos de ambas lenguas. De pronto estamos tomando un pisco sour o un chilcano y de repente nos encontramos en un bar disfrutando de una cerveza alemana. El gran acierto de Irribarren es utilizar estos giros y cambios de ambiente a medida que avanza la trama para hacernos sentir el bilingüismo y la biculturalidad que uno obtiene cuando es ciudadano de dos mundos.

Revolución caliente (una historia del Perú) es una de las nuevas novelas del polifacético Rodolfo Ybarra –poeta, novelista, ensayista y cuentista–, quien siempre destaca en el ámbito cultural. Se trata de una novela que nos lleva a las décadas de los ochenta y noventa y nos recuerda lo difícil que era vivir en esos años en el Perú.

 

También Otras caricias, de Alonso Cueto, una interesante incursión por los recuerdos de la música criolla; El carnaval de los espíritus, de Mario Suárez Símich; Historia, de Julián Pérez; El amor es un perro que ruge desde los abismos, novela del promisorio J. J. Maldonado; y, entre los novelistas más recientes, Huella de tigre, Maica Guerrero, y Caen los colibríes, de Carlos Fuller.

Cuento

La irrealidad y sus escombros, de Rocio Uchofen (autora afincada en los Estados Unidos), contiene catorce cuentos, con grandes innovaciones en cuanto a la forma y al contenido, ya que tenemos finales totalmente abiertos donde los protagonistas son capaces de decidir y tomar decisiones imprevistas.

La ciudad en que no estás, de Margarita Saona (también parte de nuestro Quinto Suyo literario), recoge más de cincuenta relatos breves donde la voz narrativa mantiene una actitud nostálgica hacia vivencias que en sí son los protagonistas de estas secuencias narrativas, donde la narradora se desenvuelve en inesperadas situaciones.

Libros de cuentistas jóvenes que han destacado el 2021: El último color, de Manuel Nieves; Mañana nunca llega, de Tadeo Palacios Valverde; y Mis últimas palabras, de Rómulo Reaño. 

Como antologías notables, tenemos 21. Relatos sobre mujeres que lucharon por la Independencia del Perú, con selección y prólogo del crítico José Donayre Hoefken y grandes evidencias del talento y la pasión que tienen nuestras cuentistas contemporáneas. También, Cuentos peruanos de la pandemia, del reconocido crítico y poeta Ricardo González Vigil. 

En literatura infantil, sobresalen Animales peruanos y Navegar por los aires, los dos últimos libros y proyectos que presenta Micael Chiriff, la autora más activa de este género muchas veces ninguneado, y La vaquita, de Samuel Cárdich.  

Poesía

Dos recopilaciones de poetas consagrados descollaron el 2021, confirmando la calidad y variedad de sus respectivas trayectorias. En primer lugar, la antología Castillos en el aire: antología poética 2013-2019, de Marco Martos, que incluye avances de su nuevo libro Mar del Perú, en el tono sereno y depurado que caracteriza a este importante poeta de la Generación del 60. También El Zorro y la Luna. Poemas reunidos 1981-2021, que incluye el nuevo libro de José Antonio Mazzotti Poemas posthumanos, un sentido homenaje en clave transbarroca a César Vallejo y las víctimas de la actual pandemia.

Por su lado, Vanesssa Martínez Rivero publicó ARTE-FACTA, con textos de sus distintos poemarios, desde La hija del carnicero (2007), Coraza (2009), Carne (2012) y Redondo (2015), hasta Un tercer ojo para la tristeza (2019), lo que la consagra como una de las voces dosmileras más interesantes. 

Otros títulos destacables son Los sicarios del tiempo, de Domingo de Ramos; Parábola de las ideas impuras, de Enrique Sánchez Hernani; Amazona, de Susan Lobato; Calaveras retóricas, de Diego Lazarte; Manantiales, de Willy Gómez Migliaro; Comentarios irreales, de Miguel Ildefonso; Migratorio, de Miguel Lescano; Extensas legiones, libro tri-autorial de Evgueni Bezzubikoff, Miguel Ildefonso y Juan José Soto; El califato de Lima, de Diego Otero; Epitafios del desierto, de Ricardo Josadth; Tapir tapir, de Renato Pita; Cam Girl, de Fiorella Terrazas; y Fiesta, de Denisse Vega Farfán.

Entre las revelaciones jóvenes, siendo todas voces femeninas, me impresionaron Canción y vuelo de Santosa, de Gloria Alvitres Aliaga; El Apu descalzo, de Maggie Velarde; y Alguna vez esto dolió, de María Alejandra López.

También debe subrayarse la importancia de la poesía en lenguas originarias, como se ve en Sanchiu, de Dina Ananco, poeta que proviene de la tradición awajún y wampís. Esta es una tradición que poco a poco empieza a merecer mayor visibilidad y que sin duda cobrará mayor presencia según se vayan democratizando nuestras instituciones y medios de comunicación, tradicionalmente criollos y limeñocéntricos.

Otras publicaciones dignas de mención son las antologías que compone la poeta Karina Medina de Poesía joven ultimísima para poetas varones y mujeres, un esfuerzo que merece reconocimiento.

El resto, más o menos deleznable, oscila entre la brichería y el feminismo de feria.

A rascarse rico.

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