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El domingo 27 de octubre a las 9:10 de la noche se presentó en el Estado Nacional del Perú Paul McCartney dentro de lo que haya sido, posiblemente debido a su edad, sido su última gira mundial.

Lo singular de la banda más famosa de la historia es que no podemos seriamente afirmar que alguno de sus cuatro integrantes haya sido prescindible. Es cierto que ya en 1968 Ringo Starr se alejó del estudio por unos días y McCartney tuvo que tomar su lugar en “Dear Prudence” y “Birthday”. Pero fue de la hábil mente del baterista que surgió la rarísima percusión de “Ticket to Ride” que, como saben los músicos, fue compuesta en un compás de 4/4 y, por tanto, podía ser acompañada de manera muy estándar. Ringo compuso para esa canción un acompañamiento de batería singular, que suena a tropiezos, a pasos que no avanzan y retroceden. Esto tiene mucho sentido porque la canción toca un tema muy popular y nada original: la tristeza del muchacho que pierde el amor de su chica. Ese tema tiene mil y una versiones, pero hay al menos una de The Beatles que quedará en la memoria de las generaciones. 

Ringo Starr no era ni es el más excepcional de los bateristas. George Harrison no era el mejor primer guitarrista, como tampoco John Lennon era la mejor segunda guitarra ni Paul McCartney el más virtuoso de los bajistas. Lo que los hacía excepcionales era que cada uno de ellos encajaba y entendía que su aporte debía estar al servicio de la canción y no a la exhibición de virtuosismo. Por ello mismo, Ringo Starr hizo una sola excepción al hacer un solo de batería al final de Abbey Road, el álbum de despedida, después de que cada uno de sus compañeros demostrara sus habilidades con la guitarra. Componer melodías memorables y ensamblarlas en una ejecución imperfecta pero llena de efectos como modulaciones e instrumentaciones audaces los convirtió en la banda más icónica, el modelo de casi todas las demás. 

Quienes tuvimos la suerte de escuchar a McCartney ese domingo 27 pudimos ser testigos de su proverbial ética del trabajo, una pasión tan intensa por buscar la perfección y la innovación que se convirtió en uno de los varios motivos por los que la banda se disolvió en 1969. “Let it be”, su penúltimo álbum en ser grabado pero el último en ser publicado, fue un gran fracaso que desgastó a la banda, pero fue un fracaso de gigantes que se propusieron volver al espíritu de su primer disco y grabar uno con temas nuevos y en directo. Resultó imposible y terminó con amargas discusiones.

Paul McCartney es conocido por una pasión por el trabajo duro que lo ha llevado a ser considerado como un insoportable tirano en el estudio, como el tipo de compañero que no te va a soltar y te va a obligar a repetir tomas hasta que se llegue al resultado que tiene en su mente. Es además el tipo de persona que no puede estar tranquilo. Siempre está haciendo algo. La inactividad, el retiro, no parecen ser tolerables para un ánimo tan enérgico. No es perfecto. Ha cometido muchas, innumerables fallas. Pero es perfeccionista. No conoce otro mundo que no sea el del arte y un poco el de las finanzas. 

La ética del trabajo de McCartney nos enseña que no basta ser creadores e innovadores. Además, hay que buscar la perfección, aunque nunca la alcancemos. En todo equipo de trabajo debe haber un perfeccionista, alguien que reclame repetir la toma hasta que suene como se ha proyectado que debe sonar, alguien que pida rehacer el proyecto hasta que sea plasmado como fue soñado.

Su concierto fue un viaje en el tiempo. Nos llevó desde los inicios de la historia hasta el final. Nos transportó con su música a distintas edades y emociones. Los motivos fueron los de siempre: el amor, el desamor, la lucha social, el asombro, la nostalgia, el auto cuestionamiento, la hermandad de toda la humanidad. Pero la experiencia fue particular, intensa e irrepetible. Estábamos escuchando a un gigante y veíamos el mundo desde sus hombros.

Paul McCartney plasma en su vida aquella idea de Albert Camus de que debemos imaginar a Sísifo feliz. Se llega a la cima para volver a caer y volver a subir y volver a caer. Sí, es una referencia a “Helter Skelter”, canción que inauguró el heavy metal y que el domingo 27 de octubre de 2024 resonó en el Estado Nacional

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[Agenda País] Los peruanos estamos acostumbrados a vivir con mentiras, aquellas que lindan con el cinismo, y otras pequeñitas, cotidianas, casi inocuas, pero mentiras al fin.

Es decir, los ciudadanos vivimos en un constante fraude social (https://sudaca.pe/noticia/opinion/aldo-parodi-el-fraude-social/), desde aquellas habituales costumbres como ser impuntuales sin tener consideración al prójimo, manejar por izquierda en carretera a 60 km/h y que se jodan los de atrás, hasta la gran corrupción y el cinismo de personajes nefastos de nuestra política nacional.

Esta manera de engaño constante que ahonda la sensación de vivir en una selva sin ley, ha llegado, lamentablemente, a las esferas de los medios de comunicación que, sin ningún pudor ni ánimo de autocensura, dejan que periodistas e invitados se explayen diciendo cualquier falsedad.

Ya estamos cansados de escuchar que a Alberto Fujimori se le condenó por delitos de lesa humanidad cuando hasta el propio juez César San Martín aclaró que la mención de lesa humanidad no era referida a algún delito sino una referencia retórica. Sin embargo, algunos periodistas, académicos y políticos ideologizados, siguen con ese mismo relato, quizá, bajo instrucciones superiores.

Es aún más grave cuando líderes comunicacionales sobreponen su interés político a la verdad, por ejemplo, cuando el Dr. Elmer Huerta azuzó la marcha por RPP contra el presidente Merino en plena pandemia diciendo que, en ese tipo de multitud, la posibilidad de contagio era casi inexistente. 

El pasado 7 de octubre, día en que se conmemoró la masacre de cientos de israelíes ultrajados, decapitados, quemados vivos y secuestrados por los terroristas de Hamas, el reemplazante de Fernando Carvallo, casualmente también en RPP, su tocayo Fernando Vivas, se refería a Hamas como “organización política no convencional”. ¡Suavecito! como diría el recordado Alex Valle.

Esta indignante aseveración de Vivas no fue corregida por su colega Mávila Huertas, ni por la entrevistada y pasó así, desapercibida, como si los miles de oyentes de RPP tuvieran pues, que aceptar el dicho de Vivas como la santa palabra.

La búsqueda de la verdad es fundamental para cerrar las heridas, cualesquiera que hayan sido. Desde una infidelidad matrimonial hasta una cruenta guerra.

Pero con comunicadores que sobreponen su ideología a la verdad, apañados y protegidos por una línea editorial cómplice dictada por los propietarios del medio, nunca podremos los peruanos, entrar en una fase de reconciliación y paz.

Estamos camino a la autodestrucción como sociedad, incluso peor que con el terrorismo de los ‘80s ya que, al azuzamiento del caos causado por las mentiras constantes de sectores ideologizados, se une el sicariato y la extorsión expandidos a todo nivel económico y social, teniendo como perla, unas próximas elecciones presidenciales con cerca de 40 candidatos que solo incrementarán la angustia de sentirnos en un fango sin salida.

Solo hablando con la verdad y anteponiendo los hechos a la ideología, podremos encontrar no solamente esa luz al final del túnel, sino también, esa mano amiga que nos ayude a salir del fango de la decadencia.  

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[LA COLUMNA DECA(N)DENTE] El 30 de julio, la Casa de la Literatura Peruana preguntó a sus seguidores lo siguiente: “¿Un libro que recomiendes para entender a nuestro país?”. En mi opinión, es recomendable no uno sino dos libros para entenderlo. El primero, “El reconocimiento de los Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario” y, el segundo, “Aspectos legales en la responsabilidad médica en el Perú”, cuya autora, entre otros, es Dina Boluarte. Ambos fueron publicados en el 2004. Ambos depositados en la Biblioteca Nacional. Ambos escritos por la hoy Señora Presidenta de la República, al parecer, para dejar constancia de su necesidad de comunicar sus ideas y experiencias de manera estructurada y convincente; compartir sus conocimientos e información sobre tal temática; destacar como una experta en Derechos Humanos y en los asuntos legales que rodean la práctica médica y la responsabilidad del personal médico en el país; mejorar su reputación profesional y abrir oportunidades laborales.

Sin embargo, ambos libros fueron plagiados. El plagio del primero fue descubierto por los periodistas Christopher Acosta y Hernán Floríndez; y el del segundo por el programa “Al Estilo Juliana”. Como bien dice Acosta, en relación con el primero, “la obra se construye con retazos que se copian y pegan de trabajos académicos, tomando contenido ajeno que se hace pasar como propio. Un caso de plagio sistemático”. Al analizar el contenido del mismo con el Turnitin, un software antiplagio, el resultado es categórico. El 55% corresponde a fuentes bibliográficas no citadas. Es decir, plagiadas. En cuanto al segundo, abundan pasajes extraídos de autores no citados como Brenner Díaz, Ana Collado, Jiménez de Asua o de Internet. Al igual que el primero, no cuenta con bibliografía ni pies de página.

Ambos libros permiten entender, sobre todo, a tan dilecta escritora. En primer lugar, el plagio no es otra cosa que tomar ideas, palabras, obras o trabajos de otra persona y presentarlos como propios, sin dar crédito adecuado al autor original o sin obtener permiso para su uso. Una práctica antiética, la cual, todo indica, sistemática en nuestra novel escritora. En segundo término, evidencia que carece de creatividad o habilidades para generar contenido original y, por lo tanto, opta por copiar el trabajo ajeno. En tercer lugar, nula conciencia sobre el plagio. Muestra de una educación inadecuada sobre la ética y la propiedad intelectual pese a ser abogada. Por último, una absoluta despreocupación por las consecuencias del plagio. El mismo, al no tener consecuencias significativas, lo asume parece ser como una práctica aceptable.

Una vez descubiertas las copias de Dina Boluarte y ante contundentes evidencias, la respuesta gubernamental fue lamentable. Un poco más y su primer ministro Otárola repite la ya legendaria afirmación de otro plagiario serial: “no es plagio, es copia”. En esta ocasión fue algo más original y afirmó que, en cuanto al primer libro, “no es un libro, es un texto”. Es decir, “nunca tuvo la intención de ser un libro como malintencionadamente se dijo. Y prueba de ello que no se publicó, no se comercializó y no se ofreció al público” Boluarte dixit. A partir de hoy, cortesía de Boluarte y Otárola, el plagio no es plagio, ni la copia es copia. Basta con señalar que un libro plagiado es tan solo un texto y punto. Gracias por la licencia para plagiar.

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Análisis, Dina Boluarte, ética, Literatura, originalidad, plagio

En esas condiciones es que ha habido —según Martuccelli— una revolución de la sociabilidad que cuestiona las jerarquías sociales y culturales. Vale decir, desde hace cinco décadas, entre las clases sociales, culturales, de edad, de género, entre otros, existe una expectativa de tratamiento más horizontal. Dicho tratamiento (que es una cuestión más de expectativa que de realización) se da en un contexto fuerte de desigualdad económica, aún no superada en nuestro país, que —en ocasiones— genera cierto tipo de fricciones, sin lograrse —a través de las instituciones— un trato más equitativo.

Son estas nuevas formas aspiracionales y las pragmáticas también que han venido formando parte de la ética del limeño actual. Ética que —en un horizonte de mediano o largo plazo (quién sabe)— encontrará un rumbo más o menos definido.

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