leyes

Abog. Miguel Ángel Ferreyra 

La dictadura apareció en la Roma republicana como una institución de carácter excepcional, mediante la cual se entregaba transitoriamente el poder absoluto a un ciudadano, para salvar a la república de sus enemigos. Una vez alcanzado el objetivo el ciudadano devolvía el poder y regresaba a sus anteriores ocupaciones. La dictadura entonces, en aquellos tiempos plasmaba una ética política y un ideal de civismo en momentos críticos para la supervivencia de la sociedad y del Estado. Aunque el investido como dictador poseía el derecho de vida y muerte sobre sus semejantes, su ejercicio se vinculaba a la clara conciencia de un fin estrictamente necesario para el bien común. Posteriormente, esta figura fue instrumentalizada para el logro de objetivos ajenos a la defensa de la república, y evolucionó hacia la órbita del autoritarismo y tiranía, y durante el siglo XX se consolidó su vinculación con el militarismo, de modo tal que prácticamente casi todas las dictaduras fueron implantadas con la iniciativa y/o apoyo del sector militar. 

En la actualidad encontramos en la política peruana la última fase de evolución de la dictadura. El acoso y ataques a los vocales de la Corte Suprema, a los magistrados del JNE, integrantes de la ONPE y de la JNJ; así como el restablecimiento del senado y la reelección de congresistas a pesar del rechazo del pueblo a dichas medidas, la destrucción del equilibrio de poderes mediante la desactivación de la cuestión de confianza, la renuencia a acatar las resoluciones judiciales que suspenden las medidas congresales por vulneración de derechos y principios constitucionales, la destrucción de la reforma universitaria, la eliminación de las elecciones primarias para la selección de candidatos, la anulación del derecho del pueblo a participar en la vida política mediante el referéndum, etc., demuestran que el Perú se encuentra bajo una dictadura, implantada no por el sector castrense sino por una coalición parlamentaria perniciosa en el Congreso. 

El Congreso pretende que sus decisiones no sean objeto de revisión ni control por el poder judicial, ha desbordado los límites impuestos por la Constitución, aprueba y modifica leyes por su solo arbitrio y sin razón alguna. Ha empleado sus facultades y atribuciones para destruir la separación de poderes y el control político, y someter a las instituciones y entes constitucionales cuya presencia y actuación independiente son cruciales para la preservación y defensa del principio democrático. Estos grupos parlamentarios del Congreso peruano han cometido traición contra la nación peruana y su derecho a vivir en Democracia. 

Tags:

Congreso, Constitución, leyes

Hace 77 años el ejército de la Unión Soviética liberó Auschwitz. El horror —que muchos intuían y no pocos sabían— para siempre vinculado con el lugar y su nombre, fue desvelado ante los ojos del mundo.

La conciencia universal despertó, entumecida y luego asqueada, ante un emprendimiento macabro: eliminar a todos aquellos definidos —algunos, no pocos, sin saberlo o quererlo— como judíos. Fue una empresa. Con todos los ingredientes de industriosidad, planeamiento, contabilidad, tecnología y marketing asociados al término. Llevada a cabo con una crueldad radical. Apañada por la complicidad, por lo menos pasiva e indiferente, de países y organizaciones; y  opiniones públicas, comenzando por la de los ciudadanos alemanes de la época. 

Los testimonios aúllan todos los grados de salvajismo y ausencia de empatía y compasión: miradas inescrutables de niños con las manos en alto ante ametralladoras en ristre, cenizas de lo que fueron cadáveres gaseados, montañas de dientes con coronas de oro, monstruosos resultados de experimentos biológicos. La lista es interminable. Están los museos que nos pasean por el horror que no se debe repetir. 

En circunstancias como las actuales, con muchos componentes que abonaron el terreno en el que prosperó lo anterior, debemos, sin embargo, ir más allá del estremecimiento. Hay algo que no debe escapar a nuestra comprensión. Tiene que ver con la naturaleza de la especie humana —que nunca me ha despertado demasiado optimismo— y las derivas de las que son capaces las sociedades donde se desenvuelve. 

Los judíos, sin duda, hemos sido blanco privilegiado de la vocación desterradora y exterminadora, pero no tenemos derechos de exclusividad, ni en ese momento —recuerden a gitanos, homosexuales, comunistas— ni en otros muchos, demasiados. Y en lo que se refiere a crueldad, bueno, la competencia por infligir daño creativa y eficientemente a los semejantes es dura. 

Es otra cosa. 

Lo que hace absolutamente único y satánico al holocausto es que mucho antes de que funcionaran los campos de concentración, previamente a que las fauces asesinas en toda su variedad se pusieran en marcha, cuando Hitler era un gobernante observado con curiosidad y admiración, cubierto por un manto de origen democrático, cuando el régimen nazi cosechaba el equivalente de nuestros likes en mucha gente, mucho antes de que las divisiones alemanas invadieran Polonia, y de que Goering le diera luz verde a Heydrich para delinear la solución final… 

Mucho antes, desde 1933, hubo leyes. 

Sí, en el principio fue el verbo en versión legal: ya no puedes ejercer como médico, espera ahora tampoco como abogado, y, bueno, hay demasiados estudiantes así que de los tuyos solo unos cuantos, por si acaso, tampoco puedes ser oficial del ejército ni ser parte de la administración tributaria, ni curar animales, ni enseñar a escolares, ni tus hijos ser escolares, ni poseer pasaporte (ya, ya, tenlo pero con una letra J bien visible en todas las páginas), ni disponer de tu nombre o el de tu empresa (espera, mejor no puedes ser propietario de una), ni tener palomas mensajeras (digamos que no puedes usar WhatsApp), ni siquiera —no le vas a quitar la buena suerte a otro— puedes comprar un billete de la lotería. Todo lo anterior y mucho más, debidamente formulado como normativa y publicado en el periódico oficial. 

Lo anterior, queridos lectores, las disposiciones legales, se dio antes de 1939, cuando aún Auschwitz estaba en planos, el Zyklon B no entraba en contacto con el aire y los hornos no tenían lo que cremar. 

La legalidad fue inoculando la exclusión de un grupo palpitante de la comunidad nacional. Una secuencia de incrementos graduales desplegados con sentido dramático y práctico, fue convirtiendo un órgano del cuerpo en irrelevante, sobrante, dañino. La amputación se dio en la mente colectiva, respetuosa de las reglas, y su realidad física sobrevino luego como un trámite banal, trivial. La maldad eficaz que se hace invisible porque ha sido previamente legalizada es lo más atroz del holocausto. Cuando llegaron las torturas y ejecuciones, las matanzas y otros actos perversos, ya era muy tarde. La oposición sin concesiones, la insurgencia decidida eran imperativas frente a las leyes. Ante las cámaras de gas solo queda el espíritu de resignación suicida y corajuda del Gueto de Varsovia o la fortaleza de Masada. 

Si se deja que las leyes se establezcan, aceptando convivir con ellas, la maquinaria sádica y cruel solo será un sello burocrático que, podría decirse, no matará a nadie.  Solo procesará cadáveres producidos por leyes. Los holocaustos, los atentados más groseros contra la humanidad, siempre comienzan con leyes. 

Tags:

Ex URSS, guerras, leyes
x