Se quedaron en casa donde se juegan relaciones incondicionales, con ejes fijos, jerarquías inmutables, que tienen el sello de la supervivencia, que no se rigen por reglamentos, en las que hay estabilidad laboral absoluta y casi nunca causales de despido. En esa matriz que solo los ilusos pueden calificar de nido colmado de amor y solidaridad pero que, no es casual, es la fuente de cuentos de hadas crueles, tragedias griegas, telenovelas truculentas y dramas bíblicos, los jóvenes quedaron prisioneros. Fue algo así como vivir permanentemente en un estadio donde solo se juegan partidos de final mundialista, sin posibilidad de pichanguitas.

Recién estamos calibrando el impacto negativo de lo anterior y las dificultades del regreso a lo presencial, tanto en los centros educativos como en los espacios laborales. Es como volver a conectar con una serie habiéndose perdido un par de temporadas sin tener ni un resumen de lo que ocurrido desde el último capítulo visto, como aplicar a  una visa ante burocracias consulares abrumadas por miles de solicitudes, o lo ocurrido en los hospitales cuando hubo que recuperar todos los diagnósticos e intervenciones quirúrgicas pospuestas por la emergencia sanitaria del COVID.  

Recuperar un buen nivel de resistencia inmunológica, tanto en el nivel orgánico como relacional va a tomar tiempo.

Tags:

covid, Pandemia, secuelas del COVID

El problema de nuestro país, de nuestra sociedad, es que no somos capaces de articular patrañas funcionales compartidas que integren a un suficiente número de peruanos y les hagan sentir que están forjando, cada uno a su manera, un destino razonablemente común. Hay demasiados grupos que se dedican solamente a demostrar que quien tienen al frente en la competencia por cualquiera de los poderes que definen la actividad humana, son la encarnación de la patraña, mientras que ellos ofrecen un relato que refleja la realidad y la razón.

La guerra continúa, mejor dicho, se renueva. Al final corremos el riesgo de que todo quede en un choque de patrañas disfuncionales que se cancelan en el caos o corren el riesgo de ser barridas por el reino de la patraña única impuesta por la fuerza.

“Tiene hambre de conocerte”, me dice otro chico, estudiante de artes escénicas. “No lo consumo en forma de esos videitos en los que alguien baila y hace fonomímica, no, eso no me interesa”. Se refiere a una plataforma inmensamente popular entre los menores de 24. “Me conoce, sabe lo que me puede gustar, sabe todo de mí y eso me encanta, no para de mostrarme partes de series y películas, mira”, me muestra un pedacito de Los locos Adams y luego de Los pájaros, ambas en blanco y negro, como para que no haya duda de que, independientemente de la tecnología, él sabe lo que es cultura en serio.

“Lo único que hago”, prosigue, emocionado, “es traducir mi placer, mi interés, mi aprobación con mi dedo y ya, en todo este tiempo se ha ido desarrollando una copia artificial de mi cerebro, una copia de mí, cada vez más igual a mí”, da fin a la descripción de su compañero más preciado, no el único, de ninguna manera —es pasablemente sociable y está en un lugar en el que la presencialidad ya no tiene sabor de regreso reciente sino de realidad consolidada—, pero sí, al parecer, el más confiable y, sobre todo, el más predecible.

Son los integrantes de esa generación de la última letra del abecedario, los que no vivieron la emoción del ingreso en un nuevo siglo y milenio, que abrieron los ojos en un mundo con menos ilusiones y se hicieron adultos encerrados protegiendo a sus padres y abuelos de la muerte, los que deben aprender una socialización que combina la fascinación por los espejos con el miedo a la compañía. No la tienen fácil.

Tags:

encierro, estudiantes remoto, Pandemia

Hay dos formas de administrar la identidad.

Por un lado, que se define inmutable: endiosa, rinde culto y agudiza la diferencia. En primer lugar entre los de adentro y los de afuera. Nosotros y los otros no tenemos nada en común: comemos, amamos, enterramos, creemos, en fin, vivimos, de manera radicalmente y esencialmente distinta. Somos la versión definitiva de lo humano. Además, hay una sola manera de ser nosotros. Si alguien no la abraza, pues, o se convierte en otros o, muchas veces, en peor que ellos. Es una identidad que se sustenta erigiendo barreras y acumulando tabúes.

Por otro lado, está la que se reconoce como una expresión de la variedad de lo humano, define lo que la diferencia de manera orgullosa e interactúa con otras identidades sin complejos, admitiendo que la propia es fluida y dinámica. Quienes la asumen no exigen ni buscan la pureza. Nosotros somos diferentes de los otros, pero nos unen no pocas cosas. Muchos son nosotros a su manera y eso no los convierte en otros.

Dos formas que han producido, ambas, resultados notables, convivencias productivas y tragedias sin nombre.

Tags:

Partidos políticos, psicología

Emerger de una turbulenta etapa donde todo es posible y pararse en la tabla cuando hay que correr una ola, esa ola, no cualquier potencial ola, es muy difícil. El miedo de ser el gato de Schrodinger en un estado particular —una identidad asentada— es real y potente. La conciencia de que nuestras acciones tienen consecuencias reales, aunque aún no asomen achaques articulares y divorcios incurables, es perturbadora. Sí, es verdad, nuestro yo futuro es un extraño. 

Definir las tareas propias de una etapa, las tareas de desarrollo, ponerles un nombre, establecer objetivos realistas, criterios para evaluar logros, así como anticipar riesgos y peligros, ayudar a descubrir recursos personales y colectivos, es lo que hicimos en la segunda parte del encuentro. Negar el pertubador curso de los acontecimientos, aquí en nuestro país y en el resto de coordenadas geográficas, es torpe; pero explicar todas las emociones en función de ese escenario es renunciar al poder de la educación.  

Tags:

adolescentes, Pandemia, traumas

Y lo más preocupante es que el gobierno de Castillo y el colapso del Estado que está produciendo, por su absoluta mediocridad, van a generar el 2026 –o cuando se produzcan las venideras elecciones presidenciales- que el fenómeno se repita. El pueblo está cada vez más subvertido por la inexistencia de servicios públicos, siquiera con cobertura mínima, para hacer de las suyas, unas vidas ciudadanas integradas al sistema, al llamado modelo.

La del estribo: con la dirección y dramaturgia de Mariana de Althaus –lo que asegura su calidad de antemano- está en escena Quemar el bosque contigo dentro, con un elenco de primera, encabezado por la mejor actriz peruana del momento, Alejandra Guerra, acompañada de Grapa Paola, Macla Yamada y el gran Lucho Cáceres (también, a mi juicio, entre los mejores actores peruanos). Va de jueves a sábado hasta el 10 de diciembre, en la Alianza Francesa.

Todos han llegado a la conclusión — los que no han decidido desconectarse de lo que va más allá de sus afanes inmediatos— que los actores en el escenario de lo social y político no tienen nada que ver con el bienestar común y el funcionamiento colectivo: solo buscan promover intereses subterráneos y trasladar sus culpas a otros, dentro de su propio equipo o a quienes se encuentran en el que, supuestamente, combaten. Son mercaderes de la duda: lo único que podemos comprarles son sospechas. Preferencias, no hay.    

Todos están confundidos. “Muere héroe o vive lo suficiente para convertirte en villano”, le dijo Harvey Dent a Bruce Wayne. Viniendo de un fiscal que alguna vez persiguió el delito y buscó la justicia, no deja de ser irónico en las actuales circunstancias. Pero lo cierto es que vivimos un festival en el que todos pretenden ser héroes y a la vuelta de una semana se gradúan de villanos. Ciudadanos y líderes, no hay.

Todos están aburridos. Tienen la sensación de estar condenados a asistir a un partido cuyo resultado tendrá consecuencias importantes. Los jugadores son malos, no hay árbitro, se agotó la banca de suplentes, se acabaron los alargues y ahora se está en una definición por penales que no tiene cuando acabar. Y ni siquiera se puede salir del estadio. Rabia, sí hay.   

Tags:

Marchas, movilizaciones, protestas

Obviamente, por definición, los profesionales de la salud mental entramos muchas veces en contacto con casos que están más cerca de los extremos que del promedio. El traslado del espíritu que predomina en el mundo extraescolar a los espacios educativos no es la norma, felizmente. Sin embargo, es inevitable que la vena inquisitorial en la que discurre nuestra vida colectiva, con su jerga, sus libretos y sus personajes no se quede en el mundo de la política.

En la sociedad en su conjunto se ha distorsionado y se han salido de control protocolos que permiten detectar corrupción y abuso, terminando en un fuego cruzado en el que todos terminan siendo al mismo tiempo culpables e inocentes, a la vez que muchos de los proyectos individuales y colectivos se bloquean y frustran. Ojalá que en las escuelas los alumnos no terminen aprendiendo mucho más sobre las artes de Maquiavelo o de la acusación y la defensa un poco de eso no hace dañoque sobre el resto de las materias.

Los coros de quedadores y botadores se agitan y agitan, pero no logran ilusionar a muchos fuera de grupos con intereses y obsesiones desconectados de las preocupaciones y esperanzas de los ciudadanos en general, que deben seguir su camino en medio del desorden y el ruido. Hasta el momento ni siquiera muestran la sofisticación y eficacia cuya falta se sacan en cara unos a otros, quedando en un empate de incapaces e impotentes. Tampoco ofrecen liderazgos inspiradores con propuestas coherentes —de derecha, izquierda o centro— que vayan más allá de ¡te vas!, ¡me quedo!, ¡te boto!

No me extraña la frecuencia con la que escucho a muchos, jóvenes, pero no solamente ellos, con tantas ganas rabiosas de irse a otro estadio o quemar el actual.  

Tags:

desesperanza, psicología
Página 1 de 7 1 2 3 4 5 6 7
x