paro nacional

La próxima semana, a partir del 21 de octubre, empieza la huelga general indefinida del Sutep, que, sin proponérselo, puede ser el catalizador que integre las protestas y paros que han empezado con los transportistas y que amenazan con escalar.

La protesta social alcanza niveles de intensidad política, es capaz de mover la aguja del tablero gubernativo, cuando abarca diversos sectores, es efectivamente nacional, y no tiene final previsto. Eso puede ocurrir a partir del 21 y harían bien los gremios sociales en buscar ponerse de acuerdo para ampliar las plataformas y no solo hablar de las extorsiones o del incumplimiento del régimen de ciertos acuerdos educativos.

Si a ello se le suman inteligentemente los actores principales de la clase política opositora, el resultado puede ser sísmico para el régimen, haciéndole sentir que su basamento en Fuerza Popular y Alianza para el Progreso solo le sirve para tener paz con el Congreso.

Aunque resulte sorprendente, la centroderecha debería sumarse a la protesta y apoyar el paro. Así sea por conveniencia política, este sector debiera tener claro ya hace rato que mientras más perdure Dina Boluarte mejor les va a ir a los candidatos radicales populistas, tanto de izquierda como de derecha, y ellos, por el contrario, serán subsumidos por la vorágine polarizante que el ahondamiento de la crisis va a generar.

No pinta bien la cosa para el 2026. No surge hasta ahora un líder convocante, que se encarame sobre el resto, convoque la unidad nacional y aglutine fuerzas dispares en favor de una refundación republicana y liberal. Quizás esta coyuntura de protesta social sirva para medir la talla de quienes aspiran a ocupar ese lugar, aunque hasta el momento el mutis es total (hasta la Confiep se ha pronunciado y no los partidos ni los líderes de la centroderecha).

Quien se ponga de perfil en esta coyuntura, en la que el pueblo se pronuncia en las calles, perderá toda capacidad de convocatoria futura. A ver si lo piensan un poco y se ponen las pilas.

La del estribo: una vez más gratitud a Alonso Cueto, quien en su club del libro nos manda a leer obras extraordinarias. Este mes tocó en suerte Eugenia Grandet, de Honoré de Balzac. Y en el teatro, vamos con expectativa a ver Brotherhood, obra argentina de la dramaturga y directora Anahí Ribeiro. Va en la Alianza Francesa desde el 15 de octubre hasta el 1 de noviembre. Entradas en Joinnus.

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La pregunta que suelen hacerme en las charlas de análisis de coyuntura que brindo regularmente, sobre todo, a directorios empresariales o gremiales, es si Dina Boluarte dura o no hasta el 28 de julio del 2026.

Hasta hace una semana señalaba que por el lado del Congreso no veía ninguna posibilidad de vacancia por iniciativa propia (no sé qué tiene que ver julio del 2025 y que el Ejecutivo ya no los pueda disolver para que los congresistas recién se animen a evaluar esa posibilidad), y que la calle sí era una opción política potente, capaz de tumbársela, pero que inexplicablemente andaba silente y resignada, al parecer, al desastre gubernativo vigente.

Parecía como si la explosión violenta de finales del 2021 e inicios del 2022 hubiese generado una suerte de trauma colectivo, que inhibía toda protesta y cohibía a la población de reiniciar esa vía, dada la violencia que esa protesta expuso, tanto desde la población protestante como de las fuerzas represivas.

Inesperadamente, un hecho vinculado a la inseguridad ciudadana ha despertado al pueblo. Y sumado a la tozudez patológica del Congreso, se puede encender la chispa -si no lo ha hecho ya- de protestas mayores, ya no solo vinculadas a la derogatoria de determinada ley sino de rechazo al establishment conformado por el pacto lesivo del Ejecutivo y el Congreso.

Hay algunos analistas que señalan que la protesta se ha pervertido porque la izquierda se ha querido aupar. Por el contrario, la izquierda ha hecho lo que corresponde, encaramarse en el sentimiento popular y si lo logra habrá ganado una gran batalla política.

Lo que sorprende, más bien, es el silencio de los diversos líderes de la centroderecha liberal, a quienes la protesta y la plebe parecen repelerles y ni siquiera se han pronunciado en estos días sobre los hechos que ahora sí amenazan con escalar hasta un grado impensado.

La centroderecha le tiene fobia al desorden social (por eso muchos gremios empresariales toleraban a Dina Boluarte en la medida que había cierta paz social), pero si quiere hacer política va a tener que aprender que no se puede hacerla lejos de los sentimientos populares, callejeros, más aún si son espontáneos y sin agenda política ideológica. Es allí donde se debe estar.

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Más allá del balance contable que se haga respecto del acatamiento del paro o la magnitud de las marchas, lo cierto es que la protesta convocada hoy contra el gobierno posee una tremenda potencia política.

Rompe el dique de contención que inexplicablemente nos mostraba un país silente y sumiso frente a las tropelías de un Ejecutivo y un Congreso que no cesan en demoler la separación de poderes y el orden institucional democrático, pero que -y ese es el motivo de la protesta- no acompañaba su diligencia destructora en acciones efectivas contra los problemas reales que aquejan a los ciudadanos, como la inseguridad ciudadana y la corrupción.

Y es el punto de partida de una serie de protestas ya convocadas, entre ellas una que amenaza con ser contundente como es la huelga general indefinida del Sutep, y que podría significar un parteaguas político en el país.

Llamaba la atención que un Ejecutivo y un Congreso con tasas de desaprobación históricas no merecieran agitación callejera. Pues ya empezó y de ahora en adelante solo cabe esperar una espiral de crecimiento de la protesta. Enhorabuena, ante la apatía de la clase política opositora o los gremios formales más reconocidos.

Si no es el Congreso -cuestión casi imposible de que ocurra- solo la calle puede tumbarse a este régimen. Y ojalá crezca la protesta al punto de lograr la vacancia o renuncia presidencial y el adelanto de elecciones. El daño que le está produciendo al país la alianza ladina del Ejecutivo y el Legislativo es inmenso y va a tener un impacto electoral gigantesco si no se hace nada o no se le pone coto.

Es más, no importa si no se logra el objetivo (cabe mencionar que no es parte de la plataforma de hoy que se vayan todos); ya es bastante que la ciudadanía se movilice espontáneamente y exprese políticamente su malestar respecto del statu quo. Le hace bien al país, a la sociedad, a la democracia, al devenir electoral. La calle hace lo correcto en pronunciarse por fin respecto de un régimen mediocre, inoperante y antidemocrático.

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El gobierno sale fortalecido de la asonada, no hecho flecos, como pretendía la izquierda. Se va viendo cada vez más claro que lo más probable es que Dina Boluarte dure hasta julio del 2024, quizás con focos de resistencia en Puno y algunas regiones aledañas, pero con el resto del país funcionando, y, sobre todo, con la transición democrático constitucional incólume.

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