Salvador Allende

Los golpes de Estado nunca tienen causas

[EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS] Hace unos días fui entrevistado por un medio local respecto de la conmemoración de los 50 años del golpe militar del general Augusto Pinochet en contra del presidente socialista, y democráticamente electo, Salvador Allende. Me preguntaron, en primer lugar, por los motivos del golpe de Estado. Yo señalé que nunca indicaba causas o motivos de los quiebres del orden constitucional, porque ello implicaba justificarlos. Los problemas de los regímenes democráticos deben resolverse siempre dentro de su propio marco a través del sufragio o los diversos mecanismos constitucionales existentes.  Inclusive a través de la protesta, muchas veces necesaria para enmendar rumbos cuando un gobierno se siente tentado a traspasar las fronteras republicanas del contrato social y de la división e independencia entre los poderes del Estado.

Indiqué, al respecto, que era una lástima que, en el Perú, resulte un lugar común de la educación escolar y superior señalar a Augusto B. Leguía y a Manuel A. Odría, como los mejores presidentes del siglo XX. Ambos, por cierto, disfrutaron de bonanzas provenientes de coyunturas internacionales favorables e invirtieron los dividendos en prolíficas obras públicas, así como cayeron en cuanto dichas bonanzas se convirtieron en crisis económica.

Lo cierto es que Leguía y Odría se cuentan entre los dictadores más represivos de la historia del Perú Republicano. Es por ello que el recuerdo de las deportaciones, las persecuciones a quienes se situaron en la oposición, las prisiones políticas, la tortura como método de interrogatorio y el alevoso crimen político permanecen hasta hoy en el imaginario y la memoria de nuestra sociedad.

Creo entonces oportuno reiterar lo que he señalado en otras oportunidades: que las continuas interrupciones del orden constitucional son la principal razón que explica la precariedad actual de nuestra democracia y que carezcamos de una cultura política democrática. Esto quiere decir que la ciudadanía no tiene interiorizados los valores del republicanismo, ni siquiera los derechos fundamentales de los que goza cuando rige la Constitución.

El contexto internacional

Volviendo al caso de Chile, señalé al entrevistador que, si un contexto internacional rodeaba el golpe de Augusto Pinochet, este fue el de la Guerra Fría, enfrentamiento mundial entre las superpotencias Estados Unidos (Capitalista) y la URSS (Socialista). En tal sentido, para Estados Unidos representaba un riesgo inminente la presencia de un gobierno socialista-democrático en un país importante de la región.

Ya la revolución cubana y la instauración de la dictadura proletaria en la isla– que desde una postura republicana también debemos condenar- habían significado una dura derrota para los intereses norteamericanos en la región, de manera que el riesgo de que Chile eventualmente siguiese los pasos de Fidel Castro les resultaba inadmisible. De allí el prolongado sabotaje al gobierno de la Unidad Popular, la subvención de la huelga de los transportistas en Chile para generar el caos político y finalmente, la supuesta participación de la Central de Inteligencia Americana (CIA) en el golpe del 11 de septiembre de 1973.

Todo lo señalado, no supone mi adhesión a las políticas estatistas aplicadas por Salvador Allende, ni al gobierno democrático de la Unidad Popular (1970 – 1973). A lo que adhiero es a la legitimidad de un gobierno electo a través del sufragio popular, constitucional y que, en el peor de los casos, pudo ser reemplazado un año después, a través de ese mismo sufragio, en elecciones generales.

Las heridas que deja la violencia: una sociedad dividida

Me preguntaron luego por qué dicho golpe de Estado aún dividía a la sociedad chilena y si las conmemoraciones organizadas por el presidente de Chile, Gabriel Boric, constituyen un uso político del pasado. Cabe resaltar que entre las medidas adoptadas por Boric destaca el importante compromiso titulado Por La Democracia, Siempre, el que ha sido firmado por el mandatario y todos los expresidentes democráticos de Chile que gobernaron el país tras la transición democrática de 1989, incluido Sebastián Piñera, opositor derechista de Boric, y con la excepción de Patricio Aylwin, fallecido en 2016.

Al respecto respondí que las heridas del pasado sanan recordándolas, trayéndolas al presente, convirtiéndolas en lugares de la Memoria y no pretendiendo su olvido, pues los traumas del pretérito no pueden olvidarse a la fuerza. Señalé que el golpe de Augusto Pinochet y la represión posterior a este se recordaban en América Latina por su carácter en extremo violento, el que incluye el dramático bombardeo de la Casa de la Moneda, acto en el falleciera el Presidente Allende por negarse a abandonarla. Le sigue a este hecho, como otra imborrable y trágica imagen, el ajusticiamiento del cantautor Víctor Jara en el Estadio Nacional de Chile, el que contiene, en tanto que evento simbólico, a las miles de víctimas civiles de la represión militar, las que fueron torturadas y ejecutadas en circunstancias similares a las del admirado cantante.

A todo esto, se suma el reciente descubrimiento de que la dictadura de Pinochet habría autorizado la adopción ilegal de miles de niños, la mayoría recién nacidos, arrebatados a sus padres. Al respecto, hace unas semanas, se produjo el emotivo reencuentro entre María Angélica González y Jimmy Lippert Thyden, madre e hijo.  A ella le dijeron que su vástago nació prematuro, que murió y que descartaron su cuerpo, cuando, en realidad, se lo arrebataron y fue vendido a una familia norteamericana.

En tal sentido, para América Latina, el golpe y régimen de Augusto Pinochet constituyen una de las expresiones más palpables del permanente asedio del militarismo a las repúblicas democráticas que instauramos en tiempos de las Independencias. Como he señalado para el caso peruano, cuyo ejemplo se extiende a toda la región, la constante interrupción del orden constitucional por parte de caudillos militares en el siglo XIX y de dictadores en el siglo XX es la principal causa de que hasta ahora nuestras democracias se caractericen por su precariedad.

Memoria y búsqueda de la verdad

Finalmente, indiqué que el uso político del pasado es parte de la política en general, que es inevitable, pero al mismo tiempo afirmé que Gabriel Boric está haciendo lo correcto y razonable; y que lo llamativo sería que un presidente, no solo de izquierda, sino democrático, no condenase un golpe de Estado que le legó a América Latina las escenas más desgarradoras de lo que sucede cuando se atenta contra la República y el orden constitucional. En ese mismo sentido, El Plan Nacional de Búsqueda, Verdad y Justicia, recién lanzado por el mandatario chileno nos parece una medida más que adecuada pues, como este ha señalado, el futuro solo puede construirse conociendo toda la verdad acerca del pasado y porque al Estado le corresponde hacerse cargo de sus propias víctimas.

Por eso, el 11 de septiembre de 1973 debe constituirse en un Lugar de la Memoria continental que nos recuerde la necesidad de consolidar nuestra institucionalidad democrática y, dentro de ella, la irrestricta e irrenunciable vigencia de los derechos fundamentales, y que sirva, asimismo, para condenar en toda y cualquier circunstancias, la opción autoritaria y la intervención militar, “justificadas” bajo la espuria premisa de que la represión y la fuerza -y el horror- podrán resolver lo que no puede el gobierno civil.

Nuestro camino hacia la modernidad política tiene que transitarse dentro de las pautas republicanas de nuestras Cartas Magnas. Dentro de ellas, se abre un amplio espacio para la deliberación y la confrontación de ideas entre derechas, centros e izquierdas, pero fuera de ellas reinan el terror, la represión y la oscuridad, cuya evocación, permanecerá para siempre en la memoria colectiva.  Tengámoslo presente pues la dictadura no solo está a la vuelta de la esquina, sino que viene entusiasta hacia nosotros. 

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[TIEMPO DE MILLENIALS]  Existen muchas conversaciones e interés alrededor de lo que es el cambio climático y la necesidad de hacer algo al respecto. Principalmente porque este año hemos experimentado las consecuencias con un verano mucho más caluroso y largo. Sin embargo, ¿realmente sabemos de qué se trata el cambio climático?

En primer lugar, aclaremos los conceptos básicos:

  1. El clima: se define como el conjunto de las condiciones atmosféricas típicas de una región específica durante un período de tiempo de mínimo 20-30 años. Por ejemplo, podemos decir que el clima de la sierra es frío.
  2. Cambio climático: es el cambio en el estado del clima que es identificado por la variabilidad en sus propiedades, que persiste por un período prolongado. El cambio climático puede ser causado de forma natural o por las acciones del ser humano. Por ejemplo, las olas de calor.
  3. Calentamiento global: resulta del aumento de temperatura de la tierra como consecuencia de la intensificación del efecto invernadero.

Así, es importante entender que el calentamiento global es la causa del cambio climático. Es decir, el aumento de la temperatura del planeta provocado por las emisiones a la atmósfera de gases de efecto invernadero derivadas de la actividad del ser humano que están provocando variaciones en el clima que de manera natural no se producirían.

Ahora entendamos:

  1. Gases de efecto invernadero: componente gaseoso de la atmósfera, que puede ser natural o por las acciones humanos y que sus propiedades causan el efecto invernadero. El aumento de estos gases se ha dado principalmente por la quema de combustibles fósiles (carbón, petróleo y gas) para la generación de electricidad, el transporte, la calefacción, la industria y la edificación. También provocados por la ganadería, la agricultura (principalmente el cultivo del arroz), el tratamiento de aguas residuales y los vertederos entre otros.

¿Cómo nos afecta el cambio climático?

Este aumento global de la temperatura trae consecuencias que ponen en peligro la supervivencia de la flora y la fauna de la tierra, incluido el ser humano. Entre los impactos del cambio climático están, el derretimiento de la masa de hielo en los polos, que a su vez provoca el aumento del nivel del mar, lo que produce inundaciones y amenaza los litorales costeros.

El cambio climático también aumenta la aparición de fenómenos meteorológicos más violentos, sequías, incendios, la muerte de especies animales y vegetales, los desbordamientos de ríos y lagos, la aparición de refugiados climáticos y la destrucción de los medios de subsistencia y de los recursos económicos, especialmente en países en desarrollo.

Ahora que sabemos las consecuencias es necesario involucrarnos en las soluciones:

  1. Mitigación: acciones humanas que buscan reducir las emisiones de gases de efecto invernadero o que buscan mejorar a los sumideros de gases de efecto invernadero. Por ejemplo, segregar correctamente los residuos.
  2. Adaptación: proceso de ajuste de los sistemas humanos al clima real o proyectado. Los sistemas naturales también pueden adaptarse y la intervención humana puede facilitar ese proceso. Por ejemplo, nuevas variedades vegetales que resistan las sequías y el calor.

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[DETECTIVE SALVAJE] La obra y vida de Roberto Bolaño late en cada rincón de su prosa. El ojo Silva, un cuento del libro Putas asesinas, comienza con las siguientes líneas: “Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia, aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.” Bolaño nació en el 53. Veinte años después Salvador Allende se quitaba la vida antes de que los militares, comandados por Pinochet, entraran a la casa de gobierno.

Esas líneas casi son un resumen de la obra de Bolaño, que no se puede resumir, por ser tan vasta y tener un lado oculto que crece con cada releída. La violencia está en sus cuentos y novelas, pero muchas veces es difícil señalarla, determinar su fuente o su propósito; es como un dedo que baja del cielo y se entretiene forjando el caos, para luego desaparecer sin dar explicaciones.

El ojo Silva se vuelve cada vez más representativo. El narrador es chileno, pero se mudó a México, como hizo la familia del autor cuando él tenía quince años. Bolaño conoció la dictadura de Pinochet porque visitaba Chile cuando se dio el golpe. El régimen, que en un acto de venganza ejecutó a poetas y artistas de izquierda como Víctor Jara, lo encarceló por ocho días. Bolaño, que también vivió en España, se considera a sí mismo ciudadano de una patria inventada, o, mejor dicho, una que abarca todas las que han sido su patria: extrangilandia. Es difícil situarlo en chile, pues ha escrito tanto sobre Mexico y España; es difícil situarlo en México porque es chileno y es imposible imaginarlo español, porque es latino como el Boom, que lo precedió, como las dictaduras y como la incertidumbre de la que escribe.

En México, el narrador del cuento conoce al Ojo, cuya migración ha sido la misma, con escala en Argentina, que fraguaba su propia dictadura. El Ojo trabajaba en la redacción de un periódico, el narrador no recuerda cual, y se sospechaba que era homosexual. “En los círculos de exiliados chilenos corría ese rumor, en parte como manifestación de maledicencia, y en parte como un nuevo chisme que alimentaba la vida más bien aburrida de los exiliados, gente de izquierda que pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile.” Así dice el cuento, y no es la única vez que Bolaño critica a la izquierda, por la que simpatizaba sin fanatismo ciego. Cuando el Ojo finalmente le confiesa al narrador su homosexualidad, añade que “había llevado con ¿pesar?, ¿discreción?, su inclinación sexual, sobre todo porque él se consideraba de izquierdas y los compañeros veían con cierto prejuicio a los homosexuales.”

El Ojo se marchó de México. Lo habían contratado en una agencia de fotógrafos en París. Se fue sin despedirse y el narrador pasó años sin verlo. Esos años se resumen en pocas líneas, pero en la vida de Bolaño, los sucesos abundan desde que fue un joven poeta infrarrealista en México hasta ser un escritor hecho y derecho en Europa, a donde llegó por primera vez en 1997. Antes de llegar a Barcelona, la describió como una mugre de ciudad, pero al conocerla quedó encantado. Ahí se reunían los autores del Boom, Vargas Llosa, García Márquez, y el ambiente tras el fin del franquismo era esperanzador. En Cataluña fue pobre, pero aprendió a no avergonzarse por eso. “Poeta y vago”, se describía a sí mismo, aunque trabajaba como loco para sobrevivir.

A la madre de sus hijos la conoció en Gerona. Cuando llegó a Blanes, su situación no mejoró. Su pobreza era tal y su higiene tan precaria, que empezó a perder los dientes. En todo ese proceso, en su tiempo en España, tan cerca de los libros, de las editoriales y de los futuros nóbeles, aguantó rechazo tras rechazo. Su poema Mi carrera literaria, de 1990, comienza así: “Rechazos de Anagrama, Grijalbo, Planeta, con toda seguridad también de Alfaguara, Mondadori. Un no de Muchnik, Seix Barral, Destino… Todas las editoriales… Todos los lectores”. Tan imposible parecía ser un escritor reconocido, que cuando finalmente alcanzó la distinción, le dijo a su amigo Rodrigo Fresán que todo lo que había ocurrido en los últimos años era un sueño. Fresán protestó, pues si eso era cierto, entonces él no era real, sino un personaje de Roberto Bolaño. Bolaño contestó: “Podría ser peor. Podrías ser un personaje de Isabel Allende”.

Al Ojo volvió a verlo en Berlín. El narrador visitaba la ciudad para dar una conferencia y vio a su viejo amigo sentado en la banca de una plaza. No lo reconoció hasta que se introdujo: “Soy yo, Mauricio Silva, dijo. ¿El Ojo Silva de Chile?, dije yo. Él asintió y sólo entonces lo vi sonreír”.

El Ojo se había mudado a Berlín y conocía los bares que abrían la noche entera. Ahí conversaron hasta el amanecer. Entonces aparece la firma que Bolaño garabatea en el rincón de toda obra suya: en un plano de absoluto realismo y cotidianidad se abre una grieta. El Ojo Silva empieza a contarle al narrador sobre un viaje que hizo a la India. Lo habían contratado para fotografiar un “barrio de las putas de una ciudad de la India cuyo nombre no conoceré nunca”.

Al comienzo, el reportaje parecía uno más sobre un tema exótico. El Ojo visitaba los burdeles, tomaba fotos, conversaba con las prostitutas, “algunas jovencísimas y muy hermosas, otras un poco mayores o más estropeadas”.

Una tarde, uno de los chulos lo invitó a “tener relación carnal con una de las putas”. El Ojo declinó y su homosexualidad quedó en evidencia. La noche siguiente, el chulo “lo llevó a un burdel de jóvenes maricas”. El Ojo volvió a rechazar el ofrecimiento y el chulo lo llevó a un tercer local, “una casa cuya fachada era pequeña pero cuyo interior era un laberinto de pasillos, habitaciones minúsculas y sombras de las que sobresalía, tanto en tanto, un altar o un oratorio.”

Entonces el Ojo se salió, aparentemente, de su historia, y se puso a contar una historia paralela. “Es costumbre en algunas partes de la India, me dijo el Ojo mirando al suelo, ofrecer un niño a una deidad cuyo nombre no recuerdo”. En resumen, el ritual es así: eligen a un niño, lo castran, y por la duración de las fiestas encarna al dios. Es colmado de regalos, que la familia recibe. Pero cuando la celebración ha acabado, el niño vuelve a la pobreza de la que vino. Peor aún: los padres ya no lo aceptan por estar castrado. Entonces, la mayoría de los niños que, por semanas, meses, quizás un año, fueron dioses, son enviados a burdeles.

Ahí lo llevaron al Ojo Silva, a uno de esos burdeles. Él hablaba y el narrador escuchaba, solos en una plaza berlinesa, pero el Ojo parecía aún ver al niño castrado que le trajeron. La ironía es evidente: el Ojo estaba en lo más alto de su carrera, era suyo el trabajo soñado de ser un fotógrafo afincado en París, y de la nada, del puro azar, todo se quiebra. Lo mismo pasó con Bolaño: cuando empezaba a conocer el éxito literario fue diagnosticado con una enfermedad hepática que lo mataría en once años.

Tener el tiempo contado lo motivó a escribir empedernidamente y a toda velocidad. Entre 1993 y 2002 escribió ocho novelas, entre las que destaca Los detectives salvajes, que ganó el premio Herralde y el Rómulo Gallegos. Póstumamente, en el 2004, publicaría 2666, otra obra de gran magnitud. Los dos libros de cuentos que publicó en vida fueron Llamadas telefónicas y Putas asesinas.

El Ojo Silva tiene un final triste. Trágico, escalofriante, de alguna forma reivindicador, pero por encima de todo, triste. Lo fue también la muerte del autor que, después del Boom, dio un repunte a la literatura Latinoamericana; el que comenzó una ola que hasta hoy muchos montan. En abril de este año se cumplieron 70 años de su nacimiento, y en julio, 20 de su muerte. Si no alcanzaba el éxito, Bolaño hubiera seguido escribiendo hasta que terminaran de caérsele los dientes. Si estuviera vivo hoy, si viviera para siempre, hasta el final escribiría. El poema Mi carrera literaria continúa así:

Bajo el puente, mientras llueve, una oportunidad de oro

para verme a mí mismo:

como una culebra en el Polo Norte, pero escribiendo.

Escribiendo poesía en el país de los imbéciles.

Escribiendo con mi hijo en las rodillas.

Escribiendo hasta que cae la noche

con un estruendo de los mil demonios.

Los demonios que han de llevarme al infierno,

pero escribiendo.

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