Educación elitista

Gaymer aborda el tema de la educación impartida en los establecimientos ligados al OPUS DEI y señala que su principal diferencia radica en el tipo de educación que imparten según la clase social de sus alumnos: de tipo profesional para las clases altas y de tipo técnico (por ejemplo, escuelas de formación de empleadas domésticas) para las clases desfavorecidas. Existiría además una transmisión selectiva de ciertos valores específicos de cada clase social, tendientes al mantenimiento y legitimación de las diferencias sociales.

Una mención particular, en el tema de la educación, merecen las escuelas de negocios de la Obra establecidas en Latinoamérica siguiendo el modelo de la Universidad de Navarra. Estas escuelas, que no han hecho ningún aporte significativo en teoría económica, se han centrado más bien en la formación en materia de gestión. En ellas, según Moreton, se viene formando un estrato social de economistas profesionales, expertos técnicos, burócratas y administradores en la esfera pública, en los negocios y las finanzas, con una ética profesional totalmente desligada de los temas sociales y con una notable afinidad por líderes autoritarios, como lo ha mostrado la historia del neoliberalismo en nuestro subcontinente. Dentro de este grupo, existiría un círculo aún más exclusivo, conformado por opusdeístas numerarios y supernumerarios que desempeñan un importantísimo papel en la expansión hegemónica de los principios morales, éticos, sociales y económicos de la Obra, gestores altamente eficaces que han seguido, y siguen un “plan de vida” -privaciones y automortificación incluidas- que les permite potenciar su disciplina y productividad. Esta es la verdadera guardia pretoriana del neoliberalismo latinoamericano, de una doctrina socialcristiana con una “opción preferencial por los ricos”, que se organiza en partidos de una derecha autoritaria caracterizada por la coherencia de sus planteamientos y sus íntimas relaciones con los poderes fácticos civiles y militares. A esta derecha, debe enfrentársele una izquierda moderna de profundas raíces democráticas, con probada solvencia moral y técnica, capaz de recoger y representar fielmente los intereses de las clases menos favorecidas. Una izquierda en suma que, en nuestro país, aún está por construirse.

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capitalismo, Opus Dei

Ricos con conciencia tranquila

Arturo Fontaine Talavera, reconocido escritor chileno, refiriéndose a la estructura económica de su país a principios de este siglo -y tan contestada en la actualidad- afirmó que la misma era el resultado de un “idilio” entre las élites empresariales y grupos católicos conservadores que, como el Opus Dei, lejos de criticarlos por sus éxitos financieros, los celebran e impulsan a través de seminarios empresariales, retiros y jornadas de oración; más aún, los legitiman al amparo de una cierta ética católica aplicada a los negocios y la generación de riquezas, totalmente opuesta a una Teología de la Liberación que critica al mundo capitalista. Otro aspecto importante que explica este idilio, es el fuerte énfasis que el OPUS DEI hace sobre el papel de la familia, tan importante para las élites de Latinoamérica, en donde importantes bufetes legales y grandes empresas tienen un carácter eminentemente familiar. Así, el Opus Dei ha logrado generar importantes e influyentes vínculos en todos los países de nuestro subcontinente, especialmente en México y Chile, desarrollando una intensa actividad doctrinaria e intelectual que explica muchas de las características del neoliberalismo que se practica en estas tierras y de las cuales trataremos en una próxima nota.

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Rafael Lopez Aliaga, socialcristianismo

Las causas

Mucho se ha señalado la carencia de liderazgos visibles en las protestas y la ausencia de representantes con quienes el gobierno hubiera podido sentarse a negociar para encontrar soluciones. Pero estas negociaciones, como el gobierno lo dejó muy en claro desde el primer momento, se habrían limitado a los habituales ofrecimientos económicos y a las bien publicitadas firmas de los eventuales acuerdos alcanzados, los que, en su mayoría y como de costumbre, nunca serían respetados. No es extraño en los países latinoamericanos, que los líderes sociales permanezcan en el anonimato, al menos durante algún tiempo, por temor a las posibles represalias, más aún en un país como el nuestro, en el que, durante mucho tiempo, fueron víctimas de la violencia senderista y de las fuerzas represivas del Estado.

También se ha criticado duramente, algunas de las acciones emprendidas por los manifestantes, tales como bloqueo de carreteras, intentos de ocupación de aeropuertos y de otros “activos estratégicos”, lo que, en el argot sociológico, se conoce como “acciones disruptivas”. A este respecto cabe señalar, que son los Estados mismos, quienes ejercen una influencia determinante en el tipo de organización y formas de acción de los movimientos sociales. Así, en los países de democracia consolidada, las protestas y movilizaciones populares que siguen al fracaso de negociaciones en un marco institucional, son toleradas como parte del juego democrático y la represión, de ser necesaria, no alcanza elevados niveles de violencia. Para el caso de países como el nuestro, importantes investigadores, como el ya mencionado Gamson y otros más (Cloward, Piven), han llegado a la conclusión de que los grupos excluidos, únicamente pueden lograr cambios sociales mediante acciones masivas disruptivas y de gran impacto mediático, tanto más si cuentan con el apoyo de la opinión pública. Hagamos notar que en el último Latinobarómetro, uno de los principales bancos de datos de opinión pública en América Latina y el Caribe, se señala que el 65% de la población de nuestro país, muestra un acuerdo general hacia las protestas sociales, solamente por detrás de Paraguay (84%) y Chile (71%) y que, en las encuestas del último mes de febrero, el 58% de los peruanos se sentía identificado con las movilizaciones, principalmente en el sur del país (71%).

La respuesta del ultraderechista y antidemocrático gobierno Boluarte/Otárola al movimiento social, es ya de todos conocida, tanto en el Perú como en la comunidad internacional, la que esencialmente ha consistido, en lo que el filósofo postmarxista argentino Ernesto Laclau, denominó “la denigración de las masas”, que vincula los movimientos sociales al quehacer de desquiciados, criminales, engañados y manipulados, y esto asociado a una brutal represión con numerosas ejecuciones extrajudiciales. A la vista de todo esto ¿podemos considerar que la lucha y la muerte de nuestros hermanos de las regiones, se ha saldado en un fracaso? Pretender responder a esta interrogante, tomando únicamente en cuenta los resultados inmediatos, es desconocer la propia naturaleza de los movimientos sociales y del impacto relevante que pueden tener en asuntos de gran importancia como ciudadanía, transformación social, participación política y democracia. De esto justamente, hablaremos en una próxima nota.

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movimiento social, Perú
  1. Los execrables ataques que sufrieron en sus domicilios, los reconocidos periodistas Rosa María Palacios Mc Bride y Gustavo Gorriti Ellenbogen, perpetrados por el grupo de desadaptados al servicio de la caverna, autodenominado “La Resistencia”. Gorriti es, desde hace años, objeto del odio irredento de la ultraderecha y de grupos de poder inmersos en casos de corrupción, que no toleran el trabajo de investigación de IDL-Reporteros, que pone al descubierto sus trapacerías. A los acostumbrados insultos y amenazas, en esta ocasión se agregó un “Gorriti no es peruano, es judío”, que dejó, bien en evidencia el negro fustán nazi-fascista de quienes están detrás de estos atropellos contra el “hombre más poderoso del Perú” (Rafael López-Aliaga dixit). El caso de Palacios es bastante interesante. Esta abogada y periodista, de evidente talante conservador y religioso, ha venido cometiendo el “pecado” de informar pormenorizadamente sobre las manifestaciones de protesta a nivel nacional y de los casos de violación de los derechos humanos por parte de la Policía y las Fuerzas Armadas. Además, ha criticado abiertamente las actitudes del Ejecutivo y del Congreso, principalmente en referencia al siempre postergado adelanto de elecciones generales. Por ello resulta sintomático que, además de los predecibles calificativos de terrorista y comunista con que la ultraderecha peruana estigmatiza a quienes les resultan incómodos, se haya proferido contra ella ofensas “fisonómicas” tales como “chancha de mierda”. Esto último, cuadra perfectamente con lo que Antonio Maestre, conocido periodista y escritor español, ha escrito: “La extrema derecha busca humillar, asustar, coaccionar y acomplejar con comentarios sobre el físico, que indiscriminadamente se usan de manera organizada, contra toda mujer que tenga voz en el espacio público. Si eres una mujer y has opinado contra VOX (partido posfascista español) sabes que esta definición no es retórica.” El que pueda entender, que entienda, reza la Biblia.

Como ciudadanos libres y demócratas del Perú no podemos permanecer indiferentes a los ataques que viene sufriendo nuestra sociedad por parte de una agresiva e insolente ultraderecha que piensa que ha llegado la hora de imponer nuevamente sus intereses por todos los medios, lícitos o no, a su alcance. Es tiempo de proclamar de manera orgullosa y libertaria: ¡TODOS SOMOS JUDÍOS Y CHANCHOS DE MIERDA!

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derecha peruana, Fascismo, Perú

Otra de las tácticas habituales del Posfacismo, es presentarse bajo un disfraz populista y antielitista, destinado a ganarse el apoyo de las clases medias y de los ciudadanos más necesitados. Tal ha sido la práctica de personajes como Trump, Bolsonaro y últimamente Santiago Abascal, fundador y líder de Vox, el ascendente partido español ultraderechista, ultranacionalista y ultraliberal, que sirve como modelo y guía al Posfacismo hispanoamericano, a través de la “Fundación Disenso” y el “Foro Madrid”. No pueden sorprendernos entonces, bajo esta perspectiva, las recientes declaraciones de López Aliaga, quien ha predicado a favor de la intervención del Estado en la economía, como buen socialcristiano que dice ser (compartimos la sonrisa descreída de Rosa María Palacios ante tal revelación), y ha despotricado contra la derecha peruana “aliada de la delincuencia de los capecos y confieps”, y de los grandes corruptos como Graña Miroquesada. De estar vivos, Carlos Malpica y Javier Diez Canseco lo habrían levantado en hombros. No señor Vladimir Cerrón, usted debe profundizar en sus estudios sobre el fascismo, el barco de “Porky” no se hunde, solo está cambiando de aparejos para navegar mejor. Tampoco nos sorprenden los dichos de Keiko Fujimori (invitada habitual de VOX) y de Miguel Torres, buscando desmarcarse de la “extrema derecha” encarnada en Renovación Popular y Avanza País. Sin duda, en Fuerza Popular cuentan con que, deshaciéndose de tales lastres, sumado a la ostensible pérdida de peso de su lideresa, el globo partidario alcanzará grandes alturas. No, estimado Juan Carlos Tafur, la ultraderecha no ha migrado ni un milímetro hacia su izquierda, y no habrá ningún bloque político sólido de centro derecha que los incluya. El Posfacismo peruano no se presentará bajo una única candidatura, porque sus intereses, proyectos y prácticas no son totalmente coincidentes, y por añadidura, los egos de sus líderes son tan grandes como el de Benito Mussolini.

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Facismo, Perú

En un país como el nuestro, que ha sufrido la violencia senderista y sus secuelas, resulta absolutamente indispensable definir, con la mayor claridad posible, cuál es la naturaleza del enemigo comunista al que la ultraderecha se siente en el deber de combatir, “subidos en el caballo de la lucha y con la Constitución en la mano” como proclama el mencionado Almirante (r),  pues es imposible aceptar en democracia, los patéticos argumentos que vienen siendo esgrimidos, para calificar las protestas sociales, tanto las violentas como las que no lo son, como acciones terroristas, en las que, por tanto, es posible justificar las decenas de muertes civiles ocurridas, como “hechos lamentables”, pero inevitables en una confrontación armada. 

La violencia se encuentra, casi invariablemente, presente en los conflictos sociales que ocurren en el mundo, sea por la acción directa de grupos minoritarios, con agendas particulares, o como una reacción a la represión coercitiva ejercida por las fuerzas estatales del orden. Para lo primero, como bien han señalado Rosa María Palacios y César Hildebrandt entre otros, se deben aplicar las medidas establecidas en el Código Penal, y para lo segundo, tener muy presente, que, salvo situaciones muy precisas, la policía debe utilizar medios de intervención no letales, dirigidos preferentemente a producir una agresión a los sentidos y no a la integridad física de los manifestantes.

Las protestas sociales, no solamente deben ser permitidas y toleradas, en tanto que contrapoderes de la sociedad, sino valoradas como oportunidades de generar, mediante la negociación y el consenso, reformas de contenido social. Como ha sido dicho: “El primer derecho de un ciudadano bajo un sistema democrático, es el derecho a tener un Estado que garantice los derechos de la ciudadanía” (Leguizamón), como el derecho a la protesta, sin que por ello se le califique como terrorista comunista sin pruebas válidas, y se ejerza sobre ella o él, una violencia estatal injustificada, propia de gobiernos dictatoriales.


*Fotografía perteneciente a un tercero

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protestas sociales, Sociedad peruana

Otros, bastante más diestros en el arte de la tauromaquia política, como Rosa María Palacios, admiten la necesidad de introducir “algunos cambios” -nunca por cierto en el Capítulo Económico- en la actual Carta del 93, para inmediatamente después, afirmar que ello es únicamente posible “a través de los mecanismos que la propia Constitución establece” en otras palabras, nada de Asambleas. Estos elitistas parecen, y solo parecen, olvidar como se procedió al cambio de Constitución en 1993, en contra de lo estipulado en el Artículo 306 de la Carta del 79, y de la advertencia de ilegalidad contra cualquier otro procedimiento en su Artículo 307. Conveniente memoria selectiva, como la que exhiben cuando insisten en el restablecimiento de una Cámara de Senadores, a pesar de que esta propuesta fue rechazada por una amplia mayoría de peruanos en el referéndum del 2018. La razón es simple, la famosa Cámara Alta, en un sistema bicameral, funciona como una institución “supramayoritaria” (Adam Przeworski) que aumenta sensiblemente la dificultad de realizar cualquier modificación del statu quo y que, unida a un Tribunal Constitucional en “buenas manos” conservadoras, lo hace prácticamente imposible. 

Hacen legión los elitistas que alegan que es impensable cambiar una sola letra del Capítulo Económico de la Constitución del 93, pues el Perú, gracias a él, ha conocido la más grande bonanza económica de su historia. Bueno, incluso sin ese dichoso Capítulo, nuestro país ha conocido varios periodos de prosperidad ligados a actividades extractivistas, como la del guano, el salitre, el caucho y la harina de pescado, todas ellas “prosperidades falaces”, como diría Basadre, pues fueron mucho más eficaces creando ricos, que riqueza nacional, algo muy parecido a lo que sucede en nuestros días, para comprobarlo, basta mirar nuestros índices de pobreza multidimensional y las tasas de anemia infantil. La ilusión del “chorreo económico”, ese espejismo de progreso popular, que al estilo del pobre Lázaro espera las migajas que caen de la mesa del rico Epulón, ya convence a muy pocos, de ahí el increíble éxito del célebre e igualmente falaz “no más pobres en un país rico”, que llevó a Castillo a la Presidencia.   

La ofensiva contra la Asamblea Constituyente aumentará en el corto plazo, echando mano de todo tipo de medias verdades, mentiras, cuando no de francos despropósitos. Vemos a un Primer Ministro, aprendiz de Goebbels, afirmar con total desparpajo, que el país está en contra de una Asamblea Constituyente, cuando la última encuesta del IEP muestra que el 69% de peruanos lo está, al abogado y periodista René Gastelumendi sugerir con una enorme dosis de cinismo e ignorancia interesada, que lo único que puede ofrecer una Asamblea Constituyente en nuestro país, es un papel impreso con un “idealismo tan o más imposible como el que ya está escrito.»        

Por cierto, y contrariamente a lo que afirman algunos, no todos los que estamos a favor de una Asamblea Constituyente somos comunistas, castillistas, ni menos aún terroristas, sino simplemente ciudadanos preocupados por el futuro de nuestro país. A quien escribe estas líneas le tocó dirigir, en un importante hospital del MINSA, conjuntamente con otros entregados colegas, los esfuerzos médicos por salvar la vida a nuestros hermanos más necesitados, en los peores momentos de la pandemia, y fue entonces, entre la tristeza y la rabia de ver morir a tanta gente, que pude apreciar, en toda su indigna dimensión, la injusticia consustancial de nuestro sistema político y económico. ¿Qué a la Constitución del 93 no se le puede culpar de nada? Las Constituciones no proveen directamente los bienes y servicios que necesita la sociedad, pero moldean la forma de hacerlo, las Constituciones condicionan las agendas públicas prioritarias, sus metas y las vías para alcanzarlas. No es lo mismo un Estado social de bienestar que uno neoliberal, ni es verdad que el segundo sea la única garantía de desarrollo.

Hay temas urgentes que requieren nuestra atención y demandan una amplia discusión nacional en el marco de una Asamblea Constituyente, como por ejemplo nuestro vergonzante sistema político, atomizado, inestable y con rasgos autoritarios, quizás sea el momento de considerar un régimen de Estado Parlamentarista, en donde no existirían nunca más Jefes de Gobierno sin mayorías congresales que lo respalden, ni necesidad alguna de recurrir a nebulosas “incapacidades morales” para poner fin a gobiernos disfuncionales como el de Pedro Castillo. Con una descentralización absolutamente deficiente como la que tenemos, deberíamos evaluar seriamente la conveniencia de una organización territorial de tipo federal (como la propuesta reciente de Virgilio Acuña). Al veneno del racismo rampante que se vive en nuestro país, deberíamos administrar un antídoto constitucional, introduciendo el tema de nuestras poblaciones originarias, como un asunto abiertamente político, un camino de democracia inclusiva y de construcción del Estado peruano, de esta manera, ya no habría nada que temer del cuco Evo Morales, su RUNASUR, sus ponchos rojos y sus supuestos proyectos geopolíticos. 

A pesar de las protestas y la opinión favorable de la gran mayoría de nuestros compatriotas, es casi imposible que se logre un referéndum para la convocatoria a una Asamblea Constituyente, al menos con este Gobierno y este Congreso, pero tarde o temprano habrá elecciones generales y quizás en ese momento, el electorado decida apoyar predominantemente a las opciones democráticas que defiendan tal planteamiento. Entre tanto debemos seguir argumentando a su favor, paciente y tercamente, pues tal como ha afirmado el constitucionalista Francisco Eguiguren, la Constitución del 93 “ya fue”, aunque esto le joda a don Augusto Álvarez Rodrich y a sus representados.

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Augusto Álvarez Rodrich

¡Santiago, los Evangelios por tierra! Al igual que Fray Vicente Valverde, en el episodio de la captura de Atahualpa en Cajamarca, apelar a sentimientos religiosos es extremadamente útil para arengar a las tropas. Honor y Gloria a nuestra Policía Nacional y Ejército Peruano, que como “inmaculados” cruzados, en una guerra santa y patriótica, cargan contra las fuerzas satánicas, encarnadas en los manifestantes. No hay tiempo para hacer distingos, para la Caverna, como para los antiguos anarquistas, no hay inocentes.          

Quien con nosotros no es, contra nosotros es. Si algún funcionario renuncia por motivos de conciencia, es un cobarde o un quintacolumnista, si la OEA, la ONU, la Unión Europea o cualquier otra instancia nacional o internacional, expresa preocupación por el número de manifestantes fallecidos, entonces, o no entienden la situación del Perú, o están manipulados por el castrochavismo. La línea divisoria está bien trazada en esta Isla del Gallo, de un lado, los que están con el modelo vigente, para ser prósperos y libres, del otro, los contestarios, para ser pobres y esclavos del comunismo del siglo XXI, no hay más alternativas.

Basten estos pocos ejemplos para reflexionar, y como suele decirse en situaciones como esta: todo parecido con la realidad es pura casualidad. Pero si alguien, por alguna razón, se siente aludido y preocupado por la situación, es bueno recordarle que aún hoy, siguen partiendo del Callao naves con destino a Panamá… y Miami.


*Fotografía perteneciente a tercero

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Asamble Constituyente, Nueva Constitución, Perú Libre

Posibles soluciones a la crisis actual

En democracias consolidadas, un recurso frecuente para enfrentar las crisis de cierta magnitud, es la convocatoria a elecciones generales al breve plazo, pues ellas, se erigen como la sola esperanza de que las cosas pueden mejorar, con nuevos actores y planteamientos políticos, permitiendo así, una salida pacífica a los conflictos. Desgraciadamente, como ha señalado Rosa María Palacios, nuestra representación nacional vive totalmente de espaldas a la realidad, y dedican todos sus esfuerzos a promover legislación que blinde al Congreso frente al ejecutivo. Nuestros parlamentarios abrigan la esperanza, no tan secreta, de permanecer en sus curules el mayor tiempo posible (inversión obliga) y establecer, además, las condiciones legales que permitan la reelección. No cabe duda de que los peruanos necesitamos a grandes patricios como ellos en nuestro Parlamento. Quizás Dina Boluarte tenga que tomar decisiones extremas (renuncia a la Presidencia) para liberarnos de semejante lastre y obligar a una inmediata convocatoria a Elecciones Generales, con o sin reformas. Mirko Lauer ha escrito, que acudir a elecciones sin reformas, nos conduciría a “opciones (que) parecen diseñadas en el laboratorio Castillo-Cerrón”.  Algunas veces, como en el caso del virus pandémico, nuestros peores problemas no son diseñados en laboratorio alguno, sino provienen de la naturaleza misma de las cosas. Inútil elaborar teorías conspirativas.

Las últimas encuestas muestran un aumento significativo de los peruanos que estarían de acuerdo con la convocatoria a una Asamblea Constituyente (69%). Es cierto que no se debe gobernar a base de encuestas y que, dada la seriedad y riesgos que implica elaborar un nuevo marco regulatorio de todo nuestro ordenamiento político, social, económico y jurídico, el asunto no debe tomarse a la ligera. En ese sentido, la Jefa de Estado, debería impulsar inmediatamente el llamado a una consulta popular no vinculante, con la finalidad de conocer la opinión del pueblo peruano sobre si hay o no necesidad de convocar tal Asamblea. Si bien no vinculante, dicha consulta permitirá, por una parte, calmar los ánimos, y por otra alinear a los actores políticos en una discusión fructífera de cara a las Elecciones Generales. De cualquier manera, como ha señalado Juan Carlos Tafur, el tema de la Constituyente será parte importantísima de la agenda electoral en el futuro inmediato y quienes pretendan soslayarlo, se encaminan a una estrepitosa derrota en las urnas.


*Fotografía perteneciente a terceros

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Asamblea Constituyente
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