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El Fascismo nuestro de cada día

"Un recurso muy útil para “fascistizar” una sociedad, es la exhibición y ostentación de fuerza y poder, como la que se dio en el inusitado desfile policial frente al Palacio de Justicia, y, sobre todo, el empleo de una violencia, que busca contar con aceptación social, mediante la estigmatización y deshumanización de las personas contra las cuales se ejerce, las mismas que han sido señaladas previamente, sin pruebas, como enemigos del país (terroristas, comunistas, narcotraficantes)."

Con motivo de los 100 años de “La Marcha sobre Roma”, y del acceso al poder de Benito Mussolini en la Italia de los años veinte del siglo pasado, mucho se ha discutido sobre el Fascismo, su origen, su significado histórico y, quizás lo más importante, su vigencia política, tanto en Europa como en el resto del mundo, la cual se habría hecho patente con la llegada al poder de personajes como Donald Trump, Jair Bolsonaro, Víctor Orbán y Giorgia Meloni, entre otros. En lo que concierne a nuestro país, tanto el gobierno de Dina Boluarte, como los grupos parlamentarios que lo sostienen, han sido tildados de gobierno cívico-militar y fascista, principalmente desde el espectro político de izquierda ¿Son tales apelativos únicamente descalificaciones sin sustento, propios de la confrontación política, o estaríamos asistiendo, realmente, a una peligrosa y progresiva “fascistización” de la política nacional?          

Enzo Traverso, historiador y reconocido especialista en Fascismo, ha propuesto clasificar este fenómeno bajo tres denominaciones: Fascismo histórico, para el que tuvo lugar en la Europa de entreguerras del siglo XX, principalmente en Italia, Alemania y España; Neofascismo, aplicado a los grupos de la postguerra, que se reclamaban, y reclaman aún, orgullosos herederos ideológicos del Fascismo histórico; y Posfacismo, calificativo atribuido a los movimientos de ultraderecha que, compartiendo algunos importantes postulados ideológicos y programáticos del Fascismo y del Neofascismo, no se reclaman como tales, sea por táctica o simple ignorancia. Otros autores, como el sociólogo Ugo Palheta, sostienen que, para identificar al Fascismo, que siempre retorna (utilizando la expresión de Umberto Eco), no es necesaria la presencia de camisas pardas, esvásticas, ni saludos romanos, sino que basta su caracterización como un movimiento reaccionario, autoritario, discriminador, racista, xenófobo, promotor de violencia represiva impune, siempre listo a criminalizar a la oposición política y defensor del neoliberalismo. Cada quien calificará según sus sensibilidades, así, por ejemplo, para el caso peruano, los autores españoles Javier Rodrigo y Maximiliano Fuentes, en su muy reciente libro “Ellos, los fascistas” califican a Keiko Fujimori como “posfascista”.

A las investigaciones del semanario de César Hildebrandt y de IDL-Reporteros, sobre las presumibles ejecuciones extrajudiciales en Ayacucho, se suma ahora el informe de Amnistía Internacional, un documento abrumador y vergonzante, incluso para un país como el nuestro, secularmente violento y racista. Uso ilegítimo, excesivo y letal de la fuerza como única respuesta del gobierno ante el clamor social, especialmente dirigida contra personas indígenas y campesinas; posibles ejecuciones extrajudiciales; muerte de transeúntes y socorristas; trato deshumanizado a detenidos y heridos civiles; graves falencias en las investigaciones fiscales sobre violaciones de derechos humanos, son algunos de los hechos presentados, por este informe, a la comunidad internacional y que justifica plenamente la calificación de régimen híbrido, que nos ha sido atribuida recientemente. Un recurso muy útil para “fascistizar” una sociedad, es la exhibición y ostentación de fuerza y poder, como la que se dio en el inusitado desfile policial frente al Palacio de Justicia, y, sobre todo, el empleo de una violencia, que busca contar con aceptación social, mediante la estigmatización y deshumanización de las personas contra las cuales se ejerce, las mismas que han sido señaladas previamente, sin pruebas, como enemigos del país (terroristas, comunistas, narcotraficantes). La violencia fascista, no es defensiva, ni fruto de desafortunados incidentes, sino un método dirigido a suprimir la representatividad de las protestas sociales y descalificar cualquier alternativa política concurrente. Esta violencia represiva, desde la óptica posfascista, debe además quedar impune, como ocurrió en Brasil, con la “Ley de Amnistía Nº 6.683” de 1979, y en Uruguay, con la “Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado” de 1985. Aunque en la actualidad tales leyes no son procedentes, Avanza País no se ha inhibido de solicitar a la Jefa de Estado una “amnistía para policías y militares en todo este tiempo que ha habido manifestaciones” que les evite “persecuciones judiciales” y que les permita “continuar teniendo una carrera ejemplar como la que han tenido hasta el momento.” Huelgan comentarios.                                                   

Según el manual del perfecto fascista, a los enemigos internos, deben sumarse enemigos externos, así los movimientos sociales contestarios, son en realidad grupos quintacolumnistas al servicio de intereses foráneos – RUNASUR, el MAS, Grupo de Puebla, Foro de São Paulo Gustavo Petro, López Obrador, Evo Morales, Venezuela- que deben generar convenientes reacciones xenofóbicas. Como estamos presenciando, las organizaciones supranacionales de derechos humanos, como Amnistía Internacional, son los enemigos jurados del Posfacismo, pero un paso suplementario, ha sido dado en la emisión 4D del diario “La República” titulada “Perú bajo ataque”, en ella, Mirko Lauer afirma sin rodeos, que ya no el gobierno de Dina Boluarte, sino el Perú entero, está bajo ataque de países extranjeros enemigos (México, Colombia, Venezuela, Bolivia) que nos serruchan por los costados, mientras que sus agentes peruanos, o “forúnculo antinacional” lo hacen desde abajo. De forma irresponsable, Lauer señala que estos países podrían pasar, de su ofensiva diplomática, a algún “incidente fronterizo”, por lo que el gobierno de Boluarte debería variar “sus ejes” de Defensa Nacional, según una nueva idea de “peligro externo”, mientras que todos nosotros, deberíamos ir mutando nuestro sentido de patriotismo acorde con estos nuevos ejes. Este periodista/poeta ha pasado, sin transición, de escribir mala poesía política progobiernista, a componer peligrosos himnos de batalla fascistas. Por su parte Álvarez Rodrich, en uno de sus exabruptos adjetivadores, calificó al expresidente Castillo como el “pongo” (indígena que sirve en una finca a cambio del permiso del propietario para sembrar una porción de tierra) “puesto acá para servir a AMLO y Petro”. No tenemos ninguna duda, de las enormes insuficiencias políticas y morales de Pedro Castillo, así como del daño que su corta permanencia en la Presidencia ha ocasionado al país, pero rechazamos firmemente tales expresiones con tufo racista y clasista, que no hacen sino profundizar nuestros desencuentros nacionales.

Otra de las tácticas habituales del Posfacismo, es presentarse bajo un disfraz populista y antielitista, destinado a ganarse el apoyo de las clases medias y de los ciudadanos más necesitados. Tal ha sido la práctica de personajes como Trump, Bolsonaro y últimamente Santiago Abascal, fundador y líder de Vox, el ascendente partido español ultraderechista, ultranacionalista y ultraliberal, que sirve como modelo y guía al Posfacismo hispanoamericano, a través de la “Fundación Disenso” y el “Foro Madrid”. No pueden sorprendernos entonces, bajo esta perspectiva, las recientes declaraciones de López Aliaga, quien ha predicado a favor de la intervención del Estado en la economía, como buen socialcristiano que dice ser (compartimos la sonrisa descreída de Rosa María Palacios ante tal revelación), y ha despotricado contra la derecha peruana “aliada de la delincuencia de los capecos y confieps”, y de los grandes corruptos como Graña Miroquesada. De estar vivos, Carlos Malpica y Javier Diez Canseco lo habrían levantado en hombros. No señor Vladimir Cerrón, usted debe profundizar en sus estudios sobre el fascismo, el barco de “Porky” no se hunde, solo está cambiando de aparejos para navegar mejor. Tampoco nos sorprenden los dichos de Keiko Fujimori (invitada habitual de VOX) y de Miguel Torres, buscando desmarcarse de la “extrema derecha” encarnada en Renovación Popular y Avanza País. Sin duda, en Fuerza Popular cuentan con que, deshaciéndose de tales lastres, sumado a la ostensible pérdida de peso de su lideresa, el globo partidario alcanzará grandes alturas. No, estimado Juan Carlos Tafur, la ultraderecha no ha migrado ni un milímetro hacia su izquierda, y no habrá ningún bloque político sólido de centro derecha que los incluya. El Posfacismo peruano no se presentará bajo una única candidatura, porque sus intereses, proyectos y prácticas no son totalmente coincidentes, y por añadidura, los egos de sus líderes son tan grandes como el de Benito Mussolini.

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Facismo, Perú

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