La elección de Mirtha Vásquez en reemplazo de Guido Bellido plantea un nuevo escenario para los actores políticos y posibles recomposiciones en la izquierda y la derecha,  las que manteniendo sus estrategias primordiales podrían redefinir sus ubicaciones en el actual juego político. La tensión de fondo sigue siendo entre el proyecto de cambio y la conservación del estatus quo, pero están a la orden del día modificaciones tácticas que pueden tener consecuencias en el mediano y largo plazo.

Purga en la oreja

Así, la coalición vacadora mantiene su proyecto estratégico. A la espera de nuevas oportunidades, renueva su táctica principal de proponer censuras ministro por ministro, apuntando ahora a los titulares de las carteras de Interior, Educación y Cultura. Además, se insiste en la ley que acota la cuestión de confianza. Ambas tácticas bajo el paraguas polarizador de  un discurso hiperideologizado, macartista y terruqueador.

Lo que llama la atención, sin embargo, es que estas tácticas y narrativas sean asumidas también por sectores más amplios, desde el centro derecha hasta cierto progresismo liberal. Particularmente, sobresale aquella que apunta -incluso desde la segunda vuelta-, tanto a la exclusión de Perú Libre de la coalición de gobierno, como al abandono de las propuestas de campaña expresadas en el “plan de bicentenario” y en la apuesta por una nueva constitución.

Tenemos al frente un guión más o menos conocido, que con actores distintos repetía el mismo drama cada temporada. El régimen político instalado en el presente siglo combinó, en tiempos no electorales, el bloqueo de cualquier reforma distributiva significativa -vía terruqueo y criminalización de la protesta-con la cooptación del candidato reformista, el que terminaba abandonando su propuesta de cambio y su equipo original de gobierno. 

Sn embargo, lo que se suele omitir en estas posturas es que las elecciones no solo son respecto al presidente y su fórmula, sino también respecto de un programa de gobierno y una determinada conformación política para sostenerlo e implementarlo. Por ello, es profundamente antidemocrático la exclusión tanto del partido político –¡más aun cuando se trata del partido que ganó las elecciones!-, como también la exigencia de excluir propuestas que fueron parte de la oferta de gobierno de cara al electorado; Pedro Castillo ganó ofreciendo, entre otras cosas, una nueva constitución. 

Otro asunto es que la oposición exija a las fuerzas oficialistas que dicho objetivo se desarrolle en el marco de la legalidad democrática. Algo sobre lo cual el Presidente también ha insistido, anunciando que enviará un proyecto de ley que permita la convocatoria a una Asamblea Constituyente.  

Fuego amigo

El guion, sin embargo, ha dado un giro novedoso -y suicida- por izquierda: la misma fuerza política que los poderes fácticos quieren excluir, es la que amenaza con separarse y pasar a una inédita oposición. Los altisonantes términos que han proferido los liderazgos principales de Perú Libre hacia el gobierno y su nuevos conformantes contrastan con sus trayectorias y los hechos: no se ha podido ver ninguna política abandonada, ni ninguna tendencia que pueda señalarse como humalización o “caviarización” (con todos los amplísimos significados que eso supone). Salvo que se entienda que luchar por la memoria de las victimas del terrorismo de Estado y la defensa ambiental en confrontación con Yanacocha sea una señal de centroderechización. En efecto, la constitución no está en la agenda gubernamental -como no lo estuvo con Bellido-, aunque como lo ha señalado Castillo y otras fuerzas políticas del gobierno sigue siendo un objetivo político de mediano plazo. 

Hay obvias diferencias, de estilos y trayectorias, pero que principalmente expresan  formas distinta para llegar a un objetivo compartido. Si el Plan Bicentenario y el discurso del Presidente el 28 de julio son los que marcan los objetivos estratégicos  -y que ni es el “comunismo” ni “caviarización”-, entonces se debería reconocer que lo que existe  son diferencias menores o –apelando al manual leninista más rústico- de orden táctico. 

Las diferencias corren, entonces, por otro cauce o causa. Como ya lo dijimos anteriormente -y más allá de los pendientes judiciales-, la dirección de PL pretende perfilarse como una fuerza “verdadera” de la izquierda de cara a las elecciones regionales y municipales y, con un pie adentro  o sin eso, agitar la inconsecuencia del gobierno,  construyendo un perfil diferenciado -pero sin ofrecer alternativas programáticas viables-, intentando alejarse de los pasivos que suele cargar todo gobierno, más aun cuando hay un proyecto de vacancia al acecho.

El siempre difícil proyecto unitario choca aquí con una lógica más bien sinuosa que debe pasar a consideración. Y es que, paradójicamente, un distanciamiento permanente y radical de PL debilitaría por izquierda al gobierno, haciéndolo más dependiente de los votos siempre preciados del centro liberal y la centroderecha, con lo que el discurso de la derechización terminaría siendo una profecía autocumplida. 

Lo que está en juego hoy es la tantas veces burlada promesa de cambio que la democracia peruana le debe a millones de peruanos. En perspectiva, en términos narrativos, la coalición de gobierno debería insistir en que hay suficiente espacio para un proyecto que se coloque entre un continuismo mediocre y una política de agitación y consigna sin programa alternativo, que además alimenta la paranoia ultraderechista. El diálogo y el consenso tiene que apuntar no solo a avanzar en políticas que legitimen cambios más de fondo, sino también en una materia pendiente: el diálogo y consenso abajo, en la sociedad, mediante la activación de los sectores sociales beneficiados o por beneficiarse. Una ruta democrática y constituyente.

 

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gabinete Vásquez, Guido bellido, Mirtha Vasquez, Pedro Castillo

Son solo 2 meses y pocos días del Gobierno de Pedro Castillo, pero parecen más. Un tiempo político acelerado, donde pasamos sin tregua ni pausa, de una segunda vuelta con el fraude de las denuncias de fraude, el asedio a las instituciones electorales  y una transferencia al límite,  a un nuevo periodo de gobierno con sobresaltos y crisis constantes (y hay que decirlo, porque no es un dato irrelevante, una crisis dentro de la crisis permanente, múltiple, estructural, profundizada además por la pandemia). 

 

La danza inmóvil

Desde el inicio los principales actores mostraron rápidamente sus cartas -marcadas- definiendo las condiciones del juego. De un lado, la derecha dura, en modo “tercera vuelta”, que no se resigna a ser gobernada por sectores subalternos, con el plan de vacancia (plan V) como objetivo estratégico y que no deja de agitarlo cada vez que puede –como en la reciente coyuntura-, exhibiendo además una oposición hiperideologizada, propio de la guerra fría. Del otro, también un gobierno que decidió formar un gabinete que limitaba su base política de apoyo y con una creciente imagen de debilidad, habitualmente  errático, a la defensiva y con poca claridad estratégica.

Ambos, la coalición vacadora, y la coalición de gobierno, especialmente los sectores más dinámicos y a la iniciativa al interior de estos dos bloques,  comparten una  tendencia hacia el aislamiento y el despropósito constante, una suerte de vocación antihegemónica, que los lleva a la permanente autoafirmación y a convocar solo a –sus- convencidos, pero que son incapaces de hablarles –y movilizar- a sectores más amplios del país. Es verdad que este aparente empate –catastrófico-, a cada uno le sirve para objetivos mínimos de corto plazo: a unos, para estar a la iniciativa, y consolidar un relato macartista y terruqueador en sectores medios y altos, mientras espera la oportunidad para dar el golpe definitivo; a otros para mantenerse y avanzar con algunas políticas en medio del fuego cruzado –y el fuego amigo-.

El problema aquí es que, al que menos favorece dicho escenario es a un gobierno cuyo proyecto de cambio, para sostenerse y avanzar, requiere fortalecer su legitimidad, alinear a sus propias fuerzas y tener más claridad en el corto y mediano plazo.  El nudo problemático aquí, en la coalición de gobierno, es que sus actuales componentes son necesarios (por razones de principios y prácticas: mandato electoral, correlación congresal) pero la relación y disposición de estos tienden al entrampamiento y el inmovilismo.

 

No todo lo que brilla es rojo.

Uno de los factores principales de entrampamiento y crisis en el gobierno es que el socio principal Perú Libre -o su conducción-, ha ejercido una permanente presión sobre el gobierno desde un relato de sí mismo como vanguardia imprescindible, de garante izquierdista, cuando en la mayoría de casos -a contrapelo de lo que agitan los medios y la oposición de derecha -, las diferencias no han sido planteadas sobre aspectos programáticos de fondo, de políticas u orientaciones, como se puede comprobar en las actas del consejo de ministros, o la omisión de la asamblea constituyente en presentación del plan de trabajo del primer ministro Bellido en el congreso. Más allá del exhibicionismo radical, de cierta arrogancia doctrinaria, e incontinencia y decisionismo tuitero, las disputas de PL y sus lideres se han dirigido principalmente a defender o alcanzar espacios de poder, un típico juego de la silla, pero con música de protesta y frases de manual de marxismo soviético de los 70. 

Desde Maquiavelo se sabe que la política es una compleja proyección de apariencias o, más cerca, desde juego de tronos, que el poder está donde se cree que está el poder. Así, el radicalismo vacío de Vladimir Cerrón le ha dado cuerda a una política performativa –irónicamente posmoderna- alimentando la histeria anticomunista de la derecha, lo que le permitió a su vez un posicionamiento central en el objetivo –legitimo por cierto- de colocarse como la principal fuerza de izquierda para las elecciones regionales y municipales del próximo año. Mientras tanto las otras fuerzas de la coalición, buscan retomar la iniciativa construyendo un perfil propio desde el soporte programático al gobierno, mientras justifican ante un sector de su electores y la opinión pública sus actuales compromisos que vienen de la segunda vuelta.

En ese marco, hay distorsiones adicionales que alimentan la crisis. Tenemos un  primer ministro que, lejos de blindar al presidente, tiene que ser blindado, en vez de apagar incendios los provoca, en vez de avanzar en la políticas de gobierno genera condiciones de inviabilidad e inestabilidad para estas. Pasa lo mismo con el ministro Maraví, al margen de las verdades y mentiras en su interpelación –cargado de miedos y hechos que no guardan relación con la realidad política actual- lo que se espera es que se pondere es el objetivo político de avanzar en un proyecto de cambio sostenido. 

 

Ponte el sombrero

En ese sentido, el gobierno que en sus primeros días se orientó a atender con urgencia a los eslabones más vulnerables de la sociedad vía bono Yanapay,  o la aceleración de la vacunación, entre otras medidas, sino cierra sus flancos más evidentes y no resuelve sus contradicciones, alineando a su coalición alrededor de objetivos tácticos y estratégicos claros, tendrá aun más dificultades para implementar reformas de mayor envergadura como la reforma tributaria, o la segunda reforma agraria, la renegociación del gas del Camisea o, más aun, la posibilidad de una asamblea constituyente

De continuar la tormenta política, derivando cada vez más en enfrentamiento abierto de poderes, el riesgo ya no sería caer en una normalización mediocre, sino en la posibilidad –bombardeo mediático de por medio- que avance la sensación de estancamiento e ingobernabilidad, lo que puede transformar una expectativa positiva de amplios sectores de la sociedad en malestar y desaprobación en el mediano plazo, abonando así a la emergencia de un proyecto de carácter conservador o, peor aun, reaccionario. 

Por ello, se espera del Presidente que, manteniendo la base de su coalición y su programa de gobierno, tome decisiones urgentes, convoque a más fuerzas sociales y ciudadanas, poniendo por delante el viabilizar política, técnica y comunicacionalmente los cambios que ha prometido y por el que votaron una mayoría de peruanos.

 

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Pedro Castillo, Vladimir Cerrón

Si la captura de Guzmán por parte del GEIN supuso el desmoronamiento del PCP-SL y el final de su guerra cruenta, la muerte debería significar la extinción definitiva de SL como actor de la política peruana,

La noche quedó atrás

La historia de terror y violencia política, como tal, quedó en siglo XX. Lo que hubo luego, fueron actividades de su remanente, frente generado MOVADEF, continuidad política cierto, pero claramente limitado a la memoria selectiva, la apología insensata y, en sus términos, a “resolver los problemas derivados de la guerra”, es decir a la liberación de sus presos vía una amnistía general. Algo que ningún actor político y la sociedad estaría dispuesto a aceptar.  Aquí obviamente excluimos al Sendero narcotizado que opera en el VRAEM que, como se sabe, rompió con Guzmán a fines de los 90, que por su naturaleza merece otro tratamiento.

Memoria histérica

Recientemente, en el marco de una disputa electoral hiperpolarizada, atizada además por la pandemia y de la mano del guión trumpista, se generó una histeria colectiva de dimensiones inéditas en nuestra historia. Ni en la época cuando existía una poderosa Izquierda Unida, el MRTA, Sindicatos fuertes, la URSS y Sendero Luminoso (quien odiaba con profundo odio de clase a todos los anteriores), hubo tamaño anticomunismo. Ni el cruzado Mario Vargas LLosa del 87-90 llego a tanto. 

Este clima, como señalaba Lilian Hellman en “tiempos de canallas” -cuando denunciaba “la caza de brujas Hollywood de los años 50-, busca producir una cultura paranoica de la sospecha, autocensura e inhibición política, además de proteger determinados intereses económicos específicos (en el caso norteamericano se trataba de “arrasar el new deal de Roosvelt”). 

Es por ahí donde encontramos la explicación de un fenómeno que ha marcado y distorsionado la política en nuestra democracia del siglo XXI: agitar la anti subversión cuando no hay subversión, el terruqueo cuando no hay terrorismo y, añadiría, el anticomunismo cuando no hay comunismo (comunismo el de mis tiempos!). De este paquete, el terruqueo es el que ha funcionado de manera más sistemática y sistémica para desactivar movilizaciones sociales, bloquear una agenda distributiva y liderazgos sociales y políticos. Fue un mecanismo casi perfecto para blindar un régimen político-económico incapaz de reformarse y de abrirse a legitimas demandas sociales. Pero como se sabe, lo reprimido emerge de maneras inesperadas y no precisamente en su mejor versión, y eso lo podemos ver hoy.

Creepshow. 

En ese marco, no causa mucha sorpresa que casi todos los medios limeños y sectores políticos -y no solo la llamada DBA- partan de un supuesto donde, actualmente y en las dos últimas décadas, hubieran actos, hechos políticos violentistas o terroristas. También esa es la base desde donde sale el tratamiento –con el forzado tono grave de la música de los programas dominicales- de atribuirle simpatías, alianzas, o incluso filiación senderista, sin contrastarlo con  orientaciones o políticas que puedan siquiera ser cercanas al prosenderismo. Todo ello, por supuesto, al margen que el actual ministro en cuestión tenga que aclarar sobre su pasado.

Tal vez el caso más extremo de la instrumentaliza paradójica de SL que hacen estos sectores, fue el titular de un diario limeño (Expreso), donde dice que “Sendero sigue vivo”,  algo que fácilmente podría ser suscrito por cualquier senderista. Acabamos de ver también como pasan del relato conspiranoico del fraude a la sospecha de conspiración del  gobierno, la INPE, la Fiscalía, y la propia Marina de Guerra!, exigiéndoles mostrar el cadáver de Guzmán, cuando es justamente esa  imagen la que buscan sus seguidores para que sea objeto de culto.

La mano derecha de la oscuridad

Digámoslo con claridad, el principal interesado en mantener la supuesta amenaza senderista,  ha sido y es una derecha que hoy no quiere reconocer su derrota y/o que  no acepta que las condiciones para gobernar el país han cambiado de manera sustancial. 

Ciertamente, no se debe permitir que los restos de Guzmán se conviertan en centros de peregrinación y homenaje, más aun considerando la naturaleza mesiánica de su liderazgo para sus seguidores. Pero para eso el Estado cuenta con amplios recursos legales y políticos que garanticen que no haya afrentas a la memoria de las víctimas del terror. No se necesita para ello coquetear con la barbarie. El Presidente, arrinconado en este, como en otros temas, decidió no decidir y terminó firmando la ley que permite la cremación de sus restos. Pero el tema aquí no es que Guzmán siga preso en una urna, ya que su culto a la personalidad post mortem puede expresarse de varias otras formas. El tema es que, el show morboso que se montó, expresaba una inseguridad y un miedo que no guarda relación ni con el tiempo histórico ni con los peligros reales del senderismo actual. 

Por ello, si hay un peligro real para la democracia no está en los fantasmas derridianos, ni en algún retorno senderista. Con un gobierno entrampado, sin consistencia táctica y estratégica para avanzar en lo que se ha propuesto (0 comunismo), está latente una salida autoritaria, amenaza real de la ultraderecha que ya ensayó usurpar el poder en noviembre del año pasado. Su soporte es una creciente agresiva narrativa Trumpista, Bolsonarista (Mileinarista?), con apoyo mediático y empresarial, que activa resortes que vienen de lo más reaccionario y oscuro de la sociedad peruana, algo que –otra paradoja- también hacía el senderismo. 

 

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muerte de Abimael Guzmán, prosenderismo, Terrorismo
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