elecciones 2026

La gente no es tonta. Bastó que la izquierda, encabezada por Verónika Mendoza, se sumara a la movilización convocada para este 19 de julio en contra del gobierno, y la misma derivó en un fracaso rotundo. Ni siquiera se pudo llenar una cuadra de manifestantes.

Mendoza no solo es una mala candidata sino que, además, es pésima política. Jugó sus cartas de apoyo al nefasto régimen de Castillo y solo se distanció de él, oportunistamente, cuando sus cuadros fueron retirados del gobierno.

Pudo ser la izquierda moderna que el Perú necesita a gritos que se conforme, pero prefirió las migajas del poder y se alineó incondicionalmente con un gobierno radical, estatista, corrupto y finalmente golpista.

En la última encuesta de Ipsos, publicada hoy en Perú21, aparece con 3% de intención de voto -que no está mal-, pero tiene la mitad de Antauro Humala, quien alcanza un 6% de respaldo electoral. Una vez más, si las tendencias se mantienen, va a ser desbordada por los radicalismos izquierdistas, dada su ambigüedad y modosería ideológica, valga el término.

Esta vez debe haber calculado que si el gobierno y el Congreso tienen una altísima desaprobación, convocar una protesta contra ambos, era, pues, políticamente, muy rentable, pero a pesar de jugar con esa ventaja, demostró que no tiene capacidad de convocatoria popular alguna (como tampoco la tiene Martín Vizcarra, quien también se sumó al coche).

Le haría mucho bien al país que el espectro de la izquierda moderada sea ocupado por otra persona que no sea Verónika Mendoza. Ojalá Alfonso López Chau, quien hoy no aparece en las mediciones, pueda ocupar ese espacio y así consolidar un nicho ideológico vacío de un buen liderazgo.

Que no se confunda, por cierto, moderación con tibieza. Una izquierda democrática bien puede ser disruptiva con el statu quo. Así lo va a demandar una campaña polarizada, donde el centro aguachento no va a tener cabida. Verónika Mendoza no merece seguir teniendo espacio en el proscenio electoral peruano. Por lo que se ha visto, es una radical disfrazada de moderada, que solo busca oportunistamente el poder a como dé lugar. La izquierda misma haría bien en marcar sus distancias de ella en cualquier alianza futura posible.

-La del estribo: un placer enorme leer al entrañable Julio Ramón Ribeyro. La publicación de cinco cuentos, bajo el título Invitación al viaje y otros cuentos inéditos, contiene relatos hallados en el archivo personal del autor, en la residencia de su viuda en Paris, escritos al parecer en la década del 70. El primer libro que leí, fuera de las obligaciones escolares, fue La palabra del mudo y a partir de ello recorrí su obra completa No me cabe si no inmenso gozo por redescubrir la magnífica prosa del mejor cuentista peruano.

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El 49% de la población considera que Keiko Fujimori es aliada del gobierno. Un 48% lo estima así con César Acuña y 42% con López Aliaga. ¿Mellará en algo su desempeño electoral, considerando que la presidenta Boluarte tiene un respaldo de apenas 6% según Ipsos y 5% según IEP?

La pregunta viene a colación de la próxima elección de la Mesa Directiva del Congreso y si acaso, los partidos mayoritarios estrenarían el año legislativo entrante una actitud más beligerante respecto del gobierno, al extremo inclusive -señalan algunos analistas- de evaluar una vacancia presidencial.

Me parece poco probable. Primero porque el escenario extremo de la vacancia los colocaría en la peor situación, la de tener que asumir los costos de manejar el poder Ejecutivo, una moledora de carne en estos momentos. Y, segundo, porque la verdad es que a la ciudadanía le importará poco si un candidato estuvo o no cerca del gobierno. Ya vemos que la izquierda, presuntamente incinerada por su apoyo a Pedro Castillo, hoy se presenta renovada y con reactivados bríos sin que le haya afectado semejante apoyo.

Hay que tener en cuenta, además, el corrosivo y significativo dato de la última encuesta del IEP, que señala que al 68% del país le importa poco o nada la política. ¿Qué le va a importar, pues, si debe decidirse por un candidato a quien se le identificaba años antes con un gobierno impopular? No será ese el factor decisivo a la hora de votar.

Por lo tanto, se prevé que la situación de la Mesa Directiva será políticamente poco incidente en el devenir del poder en el país, a menos que la ocupe una lista de izquierda opositora, lo cual es bastante improbable, dada la alianza fáctica mayoritaria del autodenominado “Bloque Democrático”.

No se avizoran cambios significativos en la relación Ejecutivo-Legislativo el periodo político venidero. Se mantendrá la alianza de hecho que hoy nos gobierna, con un Ejecutivo allanado a los deseos parlamentarios y un Congreso que protegerá al Ejecutivo en los asuntos más álgidos.

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Será bueno que los candidatos de la centroderecha democrática vayan perfilando sus propuestas de manera de empaquetarlas y venderlas de un modo enérgico, radical y frontal en la venidera campaña electoral.

La tremenda insatisfacción con la democracia y el basamento autoritario de las mayorías poblacionales van a hacerlas proclives a discursos radicales. Ya los hay desde la izquierda y la derecha. A Antauro y Bellido les corresponden Butters o López Aliaga. Si la centroderecha se perfila aguachenta y acomedida será desbordada por los discursos de estos sectores.

Las encuestas que arrojan una preferencia electoral por el centro son engañosas. Detrás de esa preferencia en el fondo anida la incertidumbre respecto de por quién votar, que es mayoritaria, sumada al desinterés por la política revelado por la mayor cantidad de ciudadanos. Ese sector responde seguramente “centro” cuando le piden una autodefinición ideológica, pero no quiere decir que sean pasibles de ser conquistados por discursos tibios, moderados o no confrontacionales.

En materia económica -la principal preocupación según la encuesta del IEP-, en corrupción y en seguridad ciudadana hay un enorme filón para elaborar propuestas audaces, disruptivas, sin salirse del eje democrático que debe contener a la centroderecha.

Cuando se terminen de conformar los partidos, las alianzas, los equipos técnicos y los comandos de campaña deberán poner especial énfasis en el marketing electoral. No es tiempo de tibiezas. La crisis política e institucional es tan honda que un discurso “políticamente correcto” no calará en la ciudadanía irritada ya no solo con el modelo económico sino también con el modelo político, es decir la democracia.

Ello se acentúa con la inmensa cantidad de candidatos que va a haber. Es necesario distinguirse entre, probablemente, cuarenta candidatos, si no más, que disputarán las elecciones del 2026. Así sea solo por este hecho, queda claro que los lugares comunes o los discursos “normales” no atraerán los reflectores ciudadanos. Está será una campaña para disruptivos y se lo puede ser sin necesidad de caer en las tentaciones autoritarias de los extremos.

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Ya hay inscritos 30 partidos, de los cuales 20 son de centroderecha. Están en lista de espera veinte más, de los cuales por lo menos 10 también pertenecen a ese sector ideológico. En suma, lo más probable es que para el 2026 haya treinta candidatos de la centroderecha aspirando a llegar al poder.

Una vana ilusión. La fragmentación del voto, ante la ausencia de un líder aglutinador o superlativo respecto del resto, hará que el voto se divida. ¿A quién beneficia ello? A dos grupos políticos puntuales: la izquierda radical y el fujimorismo.

El autoritarismo que se vislumbra en las encuestas hará carne en estas elecciones gracias a la supina irresponsabilidad de quienes estaban llamados a armar frentes y coaligarse para presentar opciones sólidas, potentes, con capacidad de atracción popular lo suficientemente grande para asegurar, primero, el pase a la segunda vuelta con una buena representación parlamentaria y luego ganar las elecciones en la segunda vuelta, asegurando un lustro de estabilidad política.

Hoy se frotan las manos los desquiciados políticos de la izquierda (los Antauro, los Bellido y demás) y el entorno de Keiko Fujimori. Podrán repetir la fatalidad del 2021: el fujimorismo versus el radical antisistema, solo que esta vez pretenden que sea el padre, Alberto Fujimori -de dudosa posibilidad legal de poder hacerlo- quien sea el candidato y ya no la tres veces derrotada Keiko.

Quienes esperan que el 2026 se dé vuelta a la página a la crisis democrática que sufrimos desde el 2016, con mayor intensidad, se darán de bruces con la realidad: la derecha liberal o moderada ha cometido suicidio advertido al hacer que primen los egos individuales por encima de los intereses colectivos.

Es posible aún que se armen alianzas, pero las leyes desaniman ese propósito al exigir una valla más alta a tales agrupamientos, y, además, por lo que se ha visto, no hay el menor interés en casi ninguno de los candidatos de este sector en ceder a sus propias aspiraciones presidenciales.

A este paso, el país se encamina a un mayor debilitamiento de la democracia. Lo que hoy vemos con un Congreso destructor desatado será cosa de juegos respecto de lo que, en principio, se viene.

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candidatos 2026, elecciones 2026, Partidos políticos

Es tan enrevesado el camino que les quedaría por delante a Keiko Fujimori y su padre Alberto, que se torna difícil imaginarlos de protagonistas de una campaña electoral normal. A ellos solo les convendría el escenario de una centroderecha hiperfragmentada y uno o dos candidatos radicales que metan miedo a la mitad del país.

Inclusive, podría uno pensar que la estrategia de Keiko es levantar la figura del padre para volver a cosechar del albertismo, como lo hizo el 2021, a sabiendas de que el panorama judicial de su progenitor es más complicado que el suyo (el caso cocteles se va a caer en primera instancia judicial, no tiene ni pies ni cabeza). En cambio, el de su padre, con el caso Pativilca y la reciente ampliación de la extradición, además de los problemas de salud propios de su edad, navega cuesta arriba.

El fujimorismo tiene un núcleo duro de 8 o 9%, que normalmente debiera colocarlo fuera de la carrera por la segunda vuelta, pero si ya el 2021, con cinco candidatos de centroderecha, le alcanzó para pasar a la jornada definitoria, en ésta, del 2026, con veinte, le sobraría para poder hacerlo.

Ello sería una desgracia política para el país. El fujimorismo es un monstruo del pasado que no dio el paso de convertirse en un movimiento liberal popular; Keiko Fujimori conservadurizó el movimiento y generó una antipatía mayor que la de su propio padre, que ya es y era bastante grande.

Lo más probable es que una segunda vuelta entre Keiko Fujimori y Antauro Humala o Guido Bellido, conduzca al triunfo de la opción radical. Con tamaño antivoto keikista, la lideresa de Fuerza Popular debería repensar su candidatura y optar, más bien, por sumarse a alguno de los esfuerzos de integración multipartidaria que se están cocinando (como parte de un frente, el antikeikismo se diluiría).

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elecciones 2026, Fujimori

La necesidad de un gran frente democrático, republicano y liberal para las elecciones del 2026 no solo es una necesidad electoral para derrotar a la fuerza telúrica que va a acompañar a algún candidato radical de izquierda, sostenido por el sur andino, el resto del mundo rural y los bolsones de pobreza de la costa y la selva.

Es también, una fórmula de gobierno, la única capaz de generar los consensos necesarios para poder afrontar los enormes, gigantescos desafíos sociales, políticos y económicos que el país tiene frente a sí: reactivación capitalista, construcción de infraestructura, reforma político-electoral, reforma de la salud y la educación públicas, regionalización, reforma del sistema de justicia en su conjunto, etc.

Se debe tratar de un frente que, además, no solo comprometa partidos políticos, sino gremios populares representativos (véase con atención la gigantesca movilización que el Sutep ha podido convocar a mediados de esta semana).

Señalaba en columna reciente la paradoja de que las grandes reformas democratizadoras del último siglo y pico habían sido llevadas a cabo en dictaduras (Leguía, Odría, Velasco y Fujimori). Es hora de que sea un gobierno democrático el que corresponda a esa tarea. El último gran esfuerzo por plantearse algo así fue el Fredemo que presidió Mario Vargas Llosa en 1990 y que lamentablemente fracasó en las urnas.

En base a los consensos básicos que un frente como el propuesto ya de por sí implica, sí es posible pensar en un gobierno democrático reformista de la envergadura que se requiere. Sería el colofón salvador de la fallida transición democrática que hemos tenido después del fujimorismo y que nos ha llevado a una de las peores crisis republicanas de la historia nacional (solo es equiparable, para hablar de los últimos tiempos, con la debacle de fines de los 90).

Mucha coordinación, sapiencia política, desprendimiento y tolerancia serán necesarias para que este gran frente no aborte en medio de apetitos minúsculos de poder o celos partidarios inconducentes. La magnitud de la tarea por llevar a cabo debería bastar para convencer a todos los que se están animando a pensar en el 2026, en su urgente necesidad.

La del estribo: buena puesta en escena de Una hazaña nacional, la historia de Fray Calixto de San José Túpac Inca, escrita y dirigida por Alfonso Santistevan, con las actuaciones de Daniela Trucíos, Pold Gastelo, Ricardo Bromley, entre otros, en el entrañable teatro Blume. Va hasta fines de junio. Entradas en Teleticket.

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elecciones 2026, frente democrático

Muchos ingenuos le quitan peligrosidad al escenario del 2026, asumiendo que aun si ganara un radical extremista, al final terminaría gobernando, en el peor de los casos, como Pedro Castillo. Se equivocan groseramente y revelan una miopía política extrema.

Si el 2026 gana Antauro Humala, Guido Bellido o Aníbal Torres, lo harán con el voto aluvional del sur andino, que les va a permitir de arranque tener una holgada bancada parlamentaria. Y esta vez perfeccionarán el método de reclutamiento de un imberbe Castillo. Lo más probable es que logren amasar una mayoría congresal.

Con ese telón de fondo, y con la armazón ideológica de cualquiera de los mencionados, queda claro que esta vez sí, a diferencia de Castillo, van a arrasar con la economía de mercado parcialmente vigente hoy en día, que nos vamos a conducir al estatismo de los 70, y que la catástrofe económica va a ser brutal.

La democracia será una pelotudez. Harán tabla rasa de ella. La separación de poderes será vulnerada desde el primer día e instituciones como la prensa libre serán demolidas (ya Antauro anuncia la expropiación de todos los canales de televisión de señal abierta).

La oposición, en esa medida, carecerá de potencia para evitar la pendiente que se produciría si tal escenario se concreta en el país. Sería un apocalipsis para la economía libre y la democracia.

Eso es lo que está en juego. Y la centroderecha actúa con una irresponsabilidad punible al respecto, no dando los pasos necesarios para consolidar una apuesta sólida, plural, coaligada entre varias agrupaciones, etc., que impida que el país se deslice por la misma pendiente que han recorrido países como Venezuela o Nicaragua. Como bien se dice en el libro Memorias de África, de Isak Dinesen, la burguesía suele no reconocer la tragedia, no la tolera y no la vislumbra.

De esa no salimos así nomás. Nos costaría décadas de sufrimiento social, económico y político, lograr revertir esa caída en el autoritarismo populista radical que la izquierda expone, por medio de sus principales voceros, para una contienda que ya está a la vuelta de la esquina.

La del estribo: extraordinario libro La llamada, de la fenomenal cronista Leila Guerriero. Versa sobre la vida de una exmontonera que estuvo detenida en la ESMA, en Argentina, sometida a torturas y que logró sobrevivir. El libro es palpitante de principio a fin.

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elecciones 2026, izquierda peruana

Tomo conocimiento de una más reciente encuesta de Ipsos sobre identidades ideológicas de la población. Fue realizada a pedido de IDEA Internacional entre el 18 de enero y el 5 de febrero de este año.

Allí los resultados son los siguientes: 10% se define de izquierda, 37% de centro y 12% de derecha, corroborando de alguna manera el perfil ideológico que otras encuestas señalaban. Pero lo más relevante es el dato de que un enorme 42% no precisa ninguna identificación.

Razón adicional para confirmar el temor de que el 2026 aflore un candidato radical antiestablishment, sea de izquierda o de derecha, que rompa la inercia de los partidos ya tradicionales e, inclusive, de los nuevos que se asoman al horizonte, pero que no se caracterizan precisamente por ser disruptivos.

Es una incógnita el pensamiento de ese 42%. Pueden ser peruanos hartos de la política, pueden ser indiferentes anómicos, o simplemente desinformados o desinteresados. Del perfil precedente que tengan dependerá, en gran media, el pronóstico que pueda hacerse respecto de cuál será su inclinación final para las elecciones presidenciales venideras.

Lo que sí queda claro, sin embargo, es que hay mucho terreno por desbrozar de acá al 2026. La mayoría de la ciudadanía no tiene una idea precisa de qué va a hacer el día de la elección y ni siquiera tiene en claro cuál es su preferencia ideológica. Es un público por el momento amorfo, llano a ser conquistado por los candidatos, si se animan, claro está, a salir de su tour mediático formal, que a nada los conduce, y empiezan a recorrer las calles con mayor énfasis.

Hay nuevas tecnologías de campaña, que apuntan a la microsegmentación ciudadana, que trascienden la ya manida fórmula de las radios regionales y las redes sociales, estrategia en base a la que algunos candidatos pretenden basar su campaña, creyendo que lo que fue bueno antaño va a volver a funcionar.

Por allí va a ir el desenlace de una estrategia que debe partir de que un inmenso bolsón ciudadano no anda pendiente de las discusiones ideológicas y lo tiene sin cuidado. Definirse de centro radical, izquierda democrática o derecha liberal, importará poco a la hora de la conquista de las voluntades particulares. Habrá que hilar muy fino para capturar esas mentes hoy no clasificables.

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elecciones 2026, IPSOS

Hay dos probables escenarios en el horizonte político del régimen de Boluarte, en principio legalmente sostenido hasta el 2026. La pregunta que cabe hacerse es si ello es lo que más le conviene el país o no.

Escenario A:

-Escándalo Rolex decrece.

-Resuelve crisis ministerial.

-Mejora manejo económico

-No reaparece el conflicto social (cambio de estrategia represiva, diálogo, gestos políticos).

-No acontece Niño grave.

-Si no reaparecen conflictos y no hay escándalo de corrupción, podría durar con relativa tranquilidad.

Escenario B:

-Escándalo Rolex crece.

-Eventual sospecha de corrupción.

-Riesgo de que se incremente convulsión social.

-Niño severo.

-Nivel bajo de aprobación (popularidad) se acrecienta y la vuelve más vulnerable.

-Gestión ineficiente del aparato estatal.

-Sin bancada, hay riesgo de vacancia o eventual nivel de confrontación entre el Ejecutivo y el Legislativo.

Hace un mes la probabilidad era 80% escenario A, 20% escenario B; hoy es 50-50%, debido a la torpe gestión presidencial, el factor más determinante del cambio de probabilidades.

El problema es que ello se agrega a las incertidumbres que ya existen respecto del escenario electoral del 2026 -que ya retrae inversiones de largo plazo- y dificulta que la presunta “estabilidad” que algunos gremios empresariales y un sector importante de la derecha torpemente alientan, sea lo mejor que le pueda pasar al país en el corto plazo.

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