Hacer que la nave del Estado navegue hacia un puerto seguro con un gobierno y un parlamento con cerca de un 2% de aprobación -según la encuesta del IEP publicada hoy en La República- es una lucha interminable. Es una perspectiva sombría, donde la legitimidad del poder se evapora y la autoridad se siente como un espejismo más que una realidad tangible.
La política peruana, especialmente, se encuentra en un torbellino de desconfianza, divisiones y corrupción sistémica que impide cualquier posibilidad de reforma seria.
Parece una tarea irredimible al principio, pero nada es definitivo en política, como en la vida. Lo que el Perú requiere es una redefinición del pacto social, un esfuerzo titánico para recuperar la confianza, una tarea que no se puede lograr con discursos llenos de buenas intenciones y promesas vacías. Lo que necesita, en su lugar, es un esfuerzo determinado para recuperar el terreno que la democracia ha perdido.
El poder debe ser consciente de que su propósito no es preservarse a toda costa, sino devolver al pueblo la sensación de que tiene el control de su destino. La legitimidad no proviene de la arrogancia de quienes creen poseer la verdad, sino de escuchar, ceder y reconstruir consensos rotos.
Se requiere una transformación radical en el comportamiento de la clase política, que es incapaz de entender que no se gobierna mediante la manipulación, el clientelismo o el interés personal. Se necesita un pacto de gobernabilidad para elevarse por encima de la lucha de egos y asegurar reformas estructurales que aborden las raíces de la corrupción, la desigualdad y el clientelismo.
–La del estribo: Mario Vargas Llosa acaba de cumplir 89 años. Peruano universal, personaje admirable, nuestro Nobel ha vivido varias vidas en una y será tarea de los historiadores irla descifrando. Por lo pronto, a empezar a hacerlo con dos libros que prometen: Vargas Llosa, su otra gran pasión, de Pedro Cateriano y Mario Vargas Llosa: palabras en el mundo, de Alonso Cueto.