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[Agenda País] La encuesta de Ipsos, a un año de las elecciones generales peruanas publicada el domingo último por Perú21, ha arrojado un punto de partida previsible, tanto de los candidatos con opciones, como de lo que la ciudadanía busca en el perfil presidencial.

Con 42% entre indecisos, blancos y nulos, la derecha conservadora ha tomado la ventaja con Keiko Fujimori liderando el podio con 11%, seguida de Rafael López-Aliaga con 6% y Carlos Alvarez con el mismo porcentaje.

Luego sigue un grupo grande que obtienen entre 2% y 3%, desde los conocidos De Soto y Acuña al centro, Verónica Mendoza, Vladimir Cerrón y Guillermo Bermejo de la izquierda radical, “caviarones” como Rafael Belaúnde, Lopez-Chau y Susel Paredes ( quien no puede postular a la presidencia ) y nuevamente algunos de derecha conservadora como Philip Butters y Alfredo Barnechea.

A nivel ideológico, podemos extrapolar que la derecha, entre conservadora y liberal, puede estar aglutinando un 30%/35% del electorado, los radicales de izquierda alrededor del 25%/30%, los “no sé qué soy” un 15%/20%, al igual que la izquierda caviar.

Esta foto actual nos encaminaría al mismo escenario del 2021, con un candidato de derecha conservadora enfrentando a uno de izquierda radical. Y el final de la historia, ya la conocemos.

Pero otra parte importante de la encuesta de Ipsos es que la ciudadanía, preocupada por el aumento de la inseguridad y un deterioro de su economía, quiere un presidente con agallas que luche de manera decidida contra la delincuencia y que tenga propuestas claras (y simples) de cómo va a mejorar el bienestar de todos los peruanos.

Nadie ha tomado la bandera del liberalismo como plataforma político-ideológica y los llamados a hacerlo, como Rafael Belaúnde y Carlos Anderson, más paran criticando a la derecha conservadora, posible aliada de gobierno, por lo que automáticamente son tildados de “caviares” y no aprovechan ese espacio vacío del “Milei” peruano que les podría dar la oportunidad de aglutinar una importante porción electoral.

La figura del outsider que Milei pudo encarnar con la bandera del liberalismo libertario y su efusiva crítica a la casta gobernante (los caviares peruanos) no la está tomando nadie y ms bien es Carlos Alvarez, con una alocución disruptiva y fuerte en contra de la inseguridad y el crimen, quien se está aprovechando de la tibieza de la mayoría de candidatos.

Imaginemos un candidato que, no solamente tenga un discurso a lo “Bukele”, sino también, que enarbole los principios del liberalismo económico y social.

Sí, aquel donde la iniciativa privada es el motor fundamental de la economía, donde se priorice al individuo como eje de la sociedadrespetando sus decisiones personales de vida, incluso la de amar a quien le de la gana y que propugne un estado eficiente donde prime la seguridad ciudadana, el estado de derecho y los servicios públicos de calidad en educación y salud.

El espacio político está allí. Solo se tiene que mirar el bosque desde afuera otra vez para que algún candidato tome la bandera del liberalismo bajo el lema de “Seguridad con Bienestar” y se meta de lleno en la contienda electoral. Lo necesitamos.

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La expectante ubicación de Francisco Sagasti en la encuesta de Ipsos sobre preferencias electorales, revela que el centro político en el país, si logra consolidar una buena candidatura, puede aspirar a un rol protagónico.

Sagasti ha dicho que no va a postular, pero hay varios otros en el candelero que bien podrían reemplazarlo en las simpatías ciudadanas. De hecho, se parte además de una realidad estadística: en todas las encuestas el centro supera a la derecha y a la izquierda en autoidentificación ideológica.

Es verdad que buena parte de ese resultado se debe a que la gente responde “centro” cuando alberga indefinición, en lugar de indicar una opción ideológica específica, pero, de todas maneras, revela que hay un espacio para quienes no quieren los extremos polarizados.

El desafío es conformar una opción de centro disruptiva, algo que parece una contradicción en los términos. Sin embargo, en medio de la izquierda radical, el fujimorismo y las derechas ultras, un paquete político que combine políticas económicas liberales con una defensa de la institucionalidad democrática -tan menoscabada hoy por los desmanes congresales- bien podría consolidar una propuesta disidente del establishment.

Ya tan solo poner especial énfasis en la construcción de una educación y salud públicas dignas y eficaces, puede marcar una diferencia respecto del resto de contrincantes. La ciudadanía resiente ambas falencias como un déficit democrático y lo percibe como una exclusión indignante del mundo normal de los peruanos de primer nivel, como deberíamos ser todos.

Al Perú de hoy le conviene la consolidación de opciones de centro y derecha potentes y políticamente viables. La izquierda, cada vez más radicalizada, es carta de garantía hacia el fracaso y destruiría los islotes de republicanismo democrático supervivientes, que el pacto infame del Congreso y el Ejecutivo se están tirando abajo con fruición sin pausa.

Lo peor que le podría pasar al Perú es que el 2026, la fragmentación del centro y la derecha produzca un triunfo de la izquierda radical. Eso pasa por consolidar ambos sectores ideológicos, y, particularmente, en medio de la polarización mundial, que reaparezca un centro democrático y liberal en el país es una noticia a celebrar.

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Encuestas, Francisco Sagasti, IPSOS

Tomo conocimiento de una más reciente encuesta de Ipsos sobre identidades ideológicas de la población. Fue realizada a pedido de IDEA Internacional entre el 18 de enero y el 5 de febrero de este año.

Allí los resultados son los siguientes: 10% se define de izquierda, 37% de centro y 12% de derecha, corroborando de alguna manera el perfil ideológico que otras encuestas señalaban. Pero lo más relevante es el dato de que un enorme 42% no precisa ninguna identificación.

Razón adicional para confirmar el temor de que el 2026 aflore un candidato radical antiestablishment, sea de izquierda o de derecha, que rompa la inercia de los partidos ya tradicionales e, inclusive, de los nuevos que se asoman al horizonte, pero que no se caracterizan precisamente por ser disruptivos.

Es una incógnita el pensamiento de ese 42%. Pueden ser peruanos hartos de la política, pueden ser indiferentes anómicos, o simplemente desinformados o desinteresados. Del perfil precedente que tengan dependerá, en gran media, el pronóstico que pueda hacerse respecto de cuál será su inclinación final para las elecciones presidenciales venideras.

Lo que sí queda claro, sin embargo, es que hay mucho terreno por desbrozar de acá al 2026. La mayoría de la ciudadanía no tiene una idea precisa de qué va a hacer el día de la elección y ni siquiera tiene en claro cuál es su preferencia ideológica. Es un público por el momento amorfo, llano a ser conquistado por los candidatos, si se animan, claro está, a salir de su tour mediático formal, que a nada los conduce, y empiezan a recorrer las calles con mayor énfasis.

Hay nuevas tecnologías de campaña, que apuntan a la microsegmentación ciudadana, que trascienden la ya manida fórmula de las radios regionales y las redes sociales, estrategia en base a la que algunos candidatos pretenden basar su campaña, creyendo que lo que fue bueno antaño va a volver a funcionar.

Por allí va a ir el desenlace de una estrategia que debe partir de que un inmenso bolsón ciudadano no anda pendiente de las discusiones ideológicas y lo tiene sin cuidado. Definirse de centro radical, izquierda democrática o derecha liberal, importará poco a la hora de la conquista de las voluntades particulares. Habrá que hilar muy fino para capturar esas mentes hoy no clasificables.

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elecciones 2026, IPSOS

[PIE DERECHO] Gran parte del desasosiego generalizado de la ciudadanía, puesto de manifiesto en la encuesta de Ipsos que revela que el 75% de peruanos considera que estamos empeorando, se debe a razones psicológicas, como señalamos en nuestra columna de ayer.

Correspondería a los “jefes de familia”, la clase dirigente, enrumbar el camino. En esa línea interpretativa, se debe exigir de nuestras élites y dirigencias, la recuperación de una perspectiva futura, de una mirada país, que aliente las expectativas de que la cosa no viene para peor, aun cuando, si no se desalinean los astros políticos, todo apunta a que el hoyo se haga más grande.

Por lo pronto, queda claro que la única manera de que el Perú recupere la senda del desarrollo y de una relativa estabilidad política pasa por asegurar que el 2026 gane una opción de centroderecha o de derecha monda y lironda. Que sea capaz de remontar la pendiente, de atender los problemas de inseguridad, crisis económica y crisis política.

Que nuevamente gane la izquierda supondría un retroceso grave para el país y nos llevaría al caos, como ya sucedió con Pedro Castillo a nivel nacional o, como ya ocurrió, a nivel regional y municipal, cuando administraciones de ese perfil ideológico han tomado el poder.

Ello pasa, sin embargo, en primerísimo lugar, porque los partidos que van del centro a la derecha se aglomeren y no que haya más de veinte candidaturas, como hasta ahora todo hace suponer. Si eso termina ocurriendo, lo más probable no es solo que pase a la jornada definitoria un candidato radical de izquierda sino que, de repente, lo hagan dos.

El Perú sigue siendo un país mayoritariamente centrista y derechista, más que izquierdista, como corroboran las regulares mediciones que efectúan Ipsos y el IEP. Debería haber, pues, terreno fértil para el sembrío de planteamientos ideológicos de ese perfil. Pero si la derecha se aconchaba con el establishment, como viene sucediendo respecto del régimen de Dina Boluarte, a la par, se desperfila ideológicamente (parece tener miedo de decir lo que piensa) y, lo que es peor, presenta una baraja tugurizada de candidatos, le tenderá la cama a quienes nunca más deberían ocupar el poder, mientras no se modernicen y no reculen de ideas autoritarias y populistas.

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Crísis, elecciones 2026, Estabilidad Política, IPSOS, Pesimismo

[PIE DERECHO] La última medición de Ipsos respecto del optimismo/pesimismo de la ciudadanía es pavorosa, pero al mismo tiempo sorprendente. Hoy, el 75% de peruanos considera que el Perú está retrocediendo, una cifra superior al 73% que lo consideraba así en junio del 91, hasta ahora la cifra más alta, históricamente hablando, de pesimismo colectivo.

Objetivamente hablando, a inicios de los 90, cuando aún no cedía la hiperinflación heredada del primer alanismo, y Abimael Guzmán todavía no había sido capturado, la situación del país era peor, y por ello la fuga al exterior de casi dos millones de peruanos.

¿Por qué hoy existe tamaña desesperanza, cuando también objetivamente hablando, estamos mejor que hace un año, cuando nos gobernaba Castillo, o que hace tres, cuando nos azotaba la pandemia y sufríamos el peor manejo político del mundo de la misma? Entre el 2022 y el 2023, ya se deben haber ido del país millón y medio de peruanos. El 2022 se entiende, de alguna manera, ¿pero el 2023?

Según la misma encuestadora, los principales problemas del país son la delincuencia/inseguridad, el costo de vida, la corrupción y la falta de empleo. Pero igual, reiteramos, no hay punto de comparación entre esa conjunción de males con la que había en los 80.

Lo que está sucediendo, al parecer, es un fenómeno más psicológico que sociológico. Venimos de casi treinta y cinco años de crecimiento económico, de reducción de la pobreza, de disminución de las inequidades, y ya varias generaciones de peruanos no habían sufrido una crisis como la que hoy transitamos (aunque la encuesta señala que es entre los peruanos mayores de 43 años que cunde la mayoritaria percepción de que su situación económica ha empeorado este año).

Es el equivalente a la comparación de expectativas de alguien que viene del mundo de la pobreza respecto de las de alguien que, habiendo vivido en bonanza durante su infancia y niñez, de pronto ve a su familia caer en la miseria. La sensación de catástrofe es mayor.

Algo así parece estar ocurriendo en el país. La desesperanza se amplifica porque muchos peruanos, la mayoría, nunca han vivido una crisis y recién ahora sienten que se derrumba su castillo de expectativas.

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“Un partido nuevo” responde la gran mayoría de la ciudadanía, respecto de por quién votaría en una nueva elección congresal, de acuerdo a la última encuesta de Ipsos publicada en Perú21.

Un 28% responde así, por un partido nuevo, 11% por Fuerza Popular, 6% por Perú Libre, 5% por Acción Popular (¡increíble!), 4% por Avanza País, 3% por Alianza por el Progreso, 3% por Renovación Popular, 3% por el Partido Morado, 2% por Somos Perú, 2% por Juntos por el Perú y 1% por Podemos.

La encuesta no lo plantea, pero no sería excesivo atribuir que semejantes resultados ocurrirían también si se preguntase por la elección presidencial. La gente está harta de la partidocracia vigente, aquella instalada principalmente en un Congreso absolutamente desprestigiado.

Es un mensaje para los actores políticos de centro y de derecha que pretenden encaramarse en el poder en las próximas elecciones. Los del statu quo, que se unan, para evitar la dispersión. Por el lado de la derecha, que vayan juntos Renovación Popular, Avanza País, el Apra y Fuerza Popular. Por el centro, que se alíen Alianza para el Progreso, Somos Perú, los morados y Podemos.

Y los nuevos partidos, liberales la mayoría de ellos (en este segmento del espectro ideológico), deberían repensar cuidadosamente si les corresponde ir como parte de un gran frente centroderechista o, más bien, ir por la libre. Por lo que señalan las encuestas, no les conviene en absoluto unirse al statu quo sino, más bien, marcar su propia agenda. Eventualmente, pueden unirse entre partidos nuevos (no se entendería que Rafael Belaunde no converse con Carlos Espá, por ejemplo, o inclusive con Jorge Nieto, tres precandidatos absolutamente nuevos como tales, si al final todos logran la inscripción, cosa que hasta el momento solo ha conseguido Libertad Popular).

A todos convendría que las elecciones fueran el 2026, porque les daría más tiempo para instalarse en el imaginario popular y adquirir cierta vigencia, y en general, ello ayudaría a fijar cierta estabilidad  política en la agitada vida nacional, pero lamentablemente, los errores del gobierno y del Congreso, contribuyen a pensar que puede llegar un momento de ruptura del orden establecido y forzar a elecciones adelantadas (escenario deseable si efectivamente nada cambia en los dos poderes del Estado). Los partidos nuevos, en todo caso, deben actuar también en función de ese eventual desenlace.

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Carlos Espá, centroderechista, IPSOS, Jorge Nieto, partidocracia, Rafael Belaunde

[TIEMPO DE MILLENIALS] El sábado se desarrolló la Marcha del Orgullo, y fue un éxito rotundo. Hace tiempo no se veía en Lima una marcha tan multitudinaria, después de unos años de apatía política, donde ni las marchas del «fraude», vacancia, o en protesta por la vacancia de Pedro Castillo tuvieron este poder de convocatoria en la capital.

La jornada se vivió como una verdadera celebración, llena de carros alegóricos, performances, y incluso conciertos en vivo de diversos artistas. Se pudo ver a muchas familias con niños participar en la marcha y celebrar el mes del orgullo, además de exigir avances en temas de derechos para los individuos de la comunidad.

No existe causa más liberal que la que aboga por que todos los ciudadanos de un país tengan igualdad ante la ley. Hoy, la comunidad LGTBQI+ en el Perú está muy lejos de gozar de dicha igualdad. Las parejas del mismo sexo en el Perú no pueden casarse, ni afiliar a su pareja como derechohabiente en su seguro de salud, tienen dificultades para dejar una herencia, abrir una cuenta en el banco, pedir un crédito hipotecario, entre otras cosas. Su proyecto de vida se encuentra totalmente limitado en nuestro país.

Lo más desesperanzador es que pasan los años, y las movilizaciones, pero no se ven avances en materia legislativa. El actual Congreso no ha podido ponerse de acuerdo ni siquiera para la ley de Unión Civil, ya ni hablar del matrimonio igualitario.

Durante la marcha, diversas personalidades políticas pertenecientes al progresismo se hicieron presentes e incluso salieron a hablar. Congresistas de izquierda como Ruth Luque, Susel Paredes, o la progresista Flor Pablo Medina. ¿Y los liberales? No se supo mucho de ellos.

A pesar de ser la igualdad ante la ley, y las libertades sociales tanto como las económicas banderas del liberalismo clásico, en el Perú los pocos liberales que hay les dejan el terreno vacío a las voces de izquierda, para que estas de adueñen de las libertades sociales. Así la derecha pierde la oportunidad de mostrar una cara moderna, que empatice con los jóvenes que buscan voces que apoyen causas como esta. Según la más reciente encuesta de Ipsos, el 44% de los jóvenes de entre 18 y 25% años apoyan el matrimonio entre personas del mismo sexo, siendo este el grupo etario donde más aceptación tiene dicha propuesta.

Ya vimos el sábado que la cantidad de gente que asistió a la Marcha del Orgullo no fue menor, e incluso logró movilizar más gente que la mayoría de las marchas convocadas por el conservadurismo. En regiones poco a poco el movimiento LGTBQI+ comienza a manifestarse. Y los liberales, ¿les van a regalar las causas de libertades sociales a la izquierda?

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Congreso, Flor Pablo Medina, IPSOS, LGTBQI+, Marcha del Orgullo, Pedro Castillo, Ruth Luque, Susel Paredes

Mal pronóstico para el país, las libertades políticas y económicas. Las élites son un desastre y conducen al país al descalabro sin que las fuerzas vivas pensantes reaccionen y den la voz de alerta o le pongan un estáte quieto a la morralla que nos impregna. Habrá que esperar un milagro político de acá al 2026, para que el país recupere la cordura y las mayorías silenciosas del Perú se impongan sobre la radicalidad obtusa y el extremismo autoritario.

 

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Pero eso no debe significar connivencia con los desaguisados que el gobierno de Boluarte y el premier Otárola vienen cometiendo con fruición digna de encomio. Hace falta que, de parte del centro y la derecha, se tome distancia de ello y se pase eventualmente a una labor opositora responsable. Ser enemigos de la izquierda que quiere bajarse como sea a Boluarte, no debería hacer que se pase por agua tibia todos los errores que el gobierno viene cometiendo.

En particular, esa es una ubicación ideológica que deberían ocupar los nuevos candidatos liberales que están surgiendo y no sumarse al espíritu de la mayoría congresal, de apoyo incondicional. Como se ve en las encuestas, se necesita un liderazgo de derecha que claramente rompa palitos con el desastre de Castillo, pero también con la mala gestión del régimen de Boluarte, que ya merece más de un zamaquón político.

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