Día Internacional de la Mujer

[Música Maestro] Hace unos días, en esta misma página digital de noticias, apareció una columna en que se decía que, en líneas generales y resumiendo, «Shakira es una mujer influyente«. Palabras más, palabras menos, la autora -tan desconocida como yo- aseguró con genuina emoción que la megaestrella colombiana de 48 años, promotora del aprovechamiento monetario de la vida privada y, junto a J-Lo, Karol Gy muchas otras, responsable de reducir el concepto mujer latina a un homogeneizado subproducto porno-soft para públicos masculinos anglosajones, «une» a las mujeres. 

Aunque es respetable, una visión tan superficial puede entenderse en ciudadanos sin mayores horizontes que los impuestos por la supervivencia, que llenan sus vacíos emocionales con toda clase de entretenimientos baratos, ilusionándose con los oropeles brillantes y sin contenido de vidas ajenas que jamás serán las suyas. O en profesionales, insertados exitosamente en el mercado laboral cuyas apreciaciones no tienen mayor alcance, más allá de sus propias conversaciones amicales o familiares, las mismas que pueden darse en forma presencial y a través de sus perfiles en redes sociales, de las que no surgirá jamás ninguna corriente de opinión.

Pero esa misma visión fanatizada, vertida en un medio como este que aun apuesta por el periodismo digital escrito en plena era de Streamers/YouTubers, sirve como muestra de cuánto daño han hecho Shakira y afines a la autoestima femenina latinoamericana, al punto que adolescentes y adultas jóvenes siguen y defienden con una pasión digna de otras causas los engreimientos, disfuerzos y fingidasactitudes de una artista que, en tres décadas de carrera, pasó de ser ella misma una joven idealista que escribía canciones simples e inteligentes, dirigidas a la reflexión sin caer en lo panfletario o la moralina, a convertirse en prototipo del lado más abyecto y materialista -la capacidad de “facturar”- de lo que actualmente se conoce como “empoderamiento femenino”. O sea, no está mal que les guste su música pero de ahí a rendirse a sus pies, rendirle culto y darle categoría de líder, el trecho hacia abajo es bastante largo.

En esos mismos días, marcados por la Shakiramanía y su intoxicación supuestamente acebichada, vimos en casa -en el YouTube- alrededor de media hora de videos de Lita Pezo, una joven cantante peruana dueña de una muy buena voz y auténtico carisma, características que le han permitido hacerse conocida en el medio local. Sin gritar ni abusar de odiosos melismas, Pezo ha construido una imagen pública como intérprete de baladas y boleros clásicos, los cuales adorna y revitaliza con su estilo que aspira a la fineza, la intensidad emocionaly la sobriedad como marcas registradas, evocando con ello a cantantes como Rocío Dúrcal, Celine Dion o Isabel Pantoja -a quien imitaba desde niña-, en la orilla opuesta del celebrado y simplón exhibicionismo que hoy es más vigente y rentable que nunca.

Y, como buena hija de su tiempo, Lita Pezo también incluye en su repertorio canciones más modernas, desde baladas como Tormento de amor (Marcela Morelo, 2000) hasta trova boliviana como el himno Ave de cristal, una canción de Los Kjarkas originalmente grabada en 1995 que adquirió renovada popularidad en el 2012 en la versión del Grupo Pacha, proyecto paralelo ideado por varios integrantes de los famosísimos intérpretes de Llorando se fue y Wayayay. Hasta los insoportables reggaetones suenan bien en la voz de Lita y su grupo de músicos, jóvenes y peruanos como ella, a veces apoyados por gente de más experiencia en la escena local como el percusionista Williams «Makarito» Nicasio o el guitarrista acústico, experto en música criolla y flamenca, Ernesto Hermoza.

Esta contraposición arbitraria -Shakira versus Lita Pezo- me sirve como punto de partida para lanzar unas cuantas ideas relacionadas al Día Internacional de la Mujer Trabajadora, le añaden algunos, para respetar el nombre original de esta efeméride surgida en EE.UU. y Europa a comienzos del siglo XX en entornos, digamos, más proletarios- y la precarización actual de las luchas femeninas reflejadas en distintas expresiones musicales de aquí y de allá. Por ejemplo, Beyoncé y Nicky Minaj son más populares y admiradas entre masivos públicos femeninos, en el país que en estos días dejan en ridículo Donald Trump y Elon Musk, que Samara Joy y St. Vincent, dejándonos claro que el exhibicionismo y la cosificación, antes combatidas, son ahora fuentes de inspiración para las juventudes norteamericanas.

Esa precarización también se manifiesta, por supuesto, en otros ámbitos como la política –Keiko Fujimori o Dina Boluarte, en el ámbito nacional; la argentina Cristina Fernández o la italiana Giorgia Meloni, en el internacional, son solo botones de muestra-, el cine, la publicidad o las redes sociales y sus ofertas de enriquecimiento económico a partir de una de las distorsiones más agresivas del uso online del cuerpo -la prostitución del OnlyFans, tan conocida por nuestro Congreso. Pero en la música popular podemos identificar señales más claras de ese empobrecimiento canalla que, a lo largo de la historia, también ha ido cayendo cada vez más bajo.

Desde que se produjo, en Occidente, la explosión de la industria del entretenimiento, el público se ha visto expuesto siempre a la presencia saludable de mujeres que, por su inteligencia, creatividad, irreverencia y extraversión, han sido capaces de destacar en una industria generalmente dominada por hombres. Pienso, solo por mencionar a dos importantes cantantes de la era dorada del pop-rock, en personajes tan disímiles como Joan Baez (de 84 años recién cumplidos en enero)y Tina Turner (1939-2023), quienes demostraron, armadas de guitarras acústicas o zapatos de taco aguja que no necesitaban quitarse la ropa para hacerse notar.

Así, podríamos recorrer -como ya lo hicimos en esta columna el año pasado– el amplio y colorido abanico global en el que entran Ella Fitzgerald, Susana Baca, Maria Callas, Grace Slick, Alicia Maguiña, Miriam Makeba, Björk, Celia Cruz, H.E.R., Lana del Rey y un larguísimo etcétera y descubrir que, aunque el consumismo ligero y las modas se impongan, hubo y sigue habiendo artistas mujeres que, en las diferentes épocas de la música popular, durante sus años de juventud, demostraron e impusieron su talento sin dejar de lado su femineidad y, sobre todo, esa sensibilidad que las hace diferentes y superiores, en muchos aspectos, a nosotros.

En paralelo, comenzó el proceso lento de descomposición y tendenciosa confusión de mensajes que generó la idea de que la mujer“se empoderaba” si permitía ser usada como símbolo sexual, aun cuando se convertía voluntariamente en producto, pues tenía la supuesta capacidad de decidir sobre su destino y el uso de su imagen, germen de todo lo que vino después.

En la década siguiente, los siete años iniciales de la trayectoria de Madonna (1983-1989) se volvieron símbolo de esa postura, jugando con los clichés del glamour y la sensualidad, extraído de las “chicas pin-up” del cine clásico, que tiene representantes desde los años cincuenta y sesenta como Betty Page (1923-2008) o Marilyn Monroe (1926-1962), máscaras ficticias detrás de las cuales se escondían mujeres sometidas a toda clase de abusos, una constante en muchos de estos casos. En ese contexto, cabe preguntarse: ¿En qué espejo deben mirarse las mujeres peruanas de hoy? ¿En el de Shakira o en el de Lita Pezo?

La pregunta puede parecer antojadiza y hasta inútil -ya imagino las reacciones en contra- pero es irreverente y necesaria porque involucra aspectos de preocupante actualidad que se desprenden de esta clase de preferencias masivas, desde las múltiples formas de acoso virtual -ciberbullying, sexting- hasta el abuso doméstico de naturaleza física, psicológica y sexual, pasando por los elevados índices de embarazos no deseados en niñas y adolescentes, la presencia cada vez mayor de mujeres en bandas delincuenciales y la irracional admiración que prodigan chicas de edades que oscilan entre los 8 y los 18 años a una señora que, pudiendo ser su madre o su abuela, sale a dictar cátedras rapeadas sobre cómo insultar a otra mujer, normaliza la hipersexualización de su imagen y lanza canciones en las que cuenta sus pataletas por el final de una relación fallida exponiendo, en el camino, a sus propios hijos, en un papelón continuo y voluntario porel cual recibe millones de dólares.  

El origen de la comparación fue escuchar a la simpática Lita Pezointerpretando a dúo con otro talentoso joven nacional, Sebastián Landa, imitador de José Feliciano, una balada de los años ochenta que describe una situación adulta y emocionalmente grave, similar a lasque Shakira banaliza con sus mensajes callejoneros, esos que balbucea en clave de reggaetón. Me refiero a Para decir adiós, composición del portorriqueño Roberto Figueroa que grabaron la ítala-norteamericana Eydie Gormé (1928-2013) y el boricua Danny Rivera grabaron originalmente en 1977 pero que llegó a nuestros oídos en la versión de José Feliciano y la norteamericana Ann Kelley, incluida en un LP del extraordinario cantante y guitarrista invidente, orgullo de Puerto Rico y de América Latina, titulado Escenas de amor (1982). Pezo y Landa la cantaron juntos en un concurso televisivo de Chile y los jurados quedaron boquiabiertos y emocionados por ambas voces. En especial por la de Lita.

La terna de jueces de ese capítulo chileno de la franquicia Mi nombre es… se deshizo en halagos para la joven de 25 años con adjetivos como “elegante”, “maravillosa”, “fina”. Nuestra compatriota, vestida de impecable vestido largo, maquillada/peinada sobriamente y ejecutando un paseo por el escenario que podemos describir a un tiempo como delicado y atractivo, hizo suya la historia de una mujer que comprende, con dolor, la decisión de su pareja de concluir una relación que los mantuvo unidos mucho tiempo. Sin disfuerzos ni revanchas, la letra de esta canción narra la reacción digna y responsable, madura y coherente, que una mujer -o un hombre- debe mostrar ante una de esas vueltas que a veces –muchas más de las que quisiéramos creer- da la vida. Con elegancia y clase, con tristeza y resignación, la voz de Lita Pezo expresa esos sentimientos y convence por su don artístico.

¿Por qué entonces las niñas y adolescentes deliran, a nivel mundial,por ser como Shakira, grotesca y estruendosa, de aspecto más cercano a las estrellas de la industria porno-soft de Instagram y cosas peores? ¿Por qué se identifican con la agresividad, los andares simiescos, los pelos revueltos, el sobajeo farsante? ¿Por qué relegan la formalidad, la sensualidad misteriosa y pausada, el respeto al público?

Por un lado, la colombiana representa un papel, independientemente de que lo haga bien o mal. Aquello de la mujer poderosa que ya no se amilana ante los hombres abusivos o tontos con los que se cruza, es una construcción social posmoderna que, alguna vez, tuvo sentido. Pero hoy está más contaminada que nunca por esa mescolanza nacida a partir de la independencia económica que brinda ser “una mujer deseada” combinada con aquello de que, para desquitar siglos de opresión y abuso, las mujeres hayan decretado que tienen el derecho a portarse tan mal como los hombres, en una dinámica de igualamiento hacia abajo que ha demostrado ser nociva y sumamente tóxica para el desarrollo de las sociedades y la vida en convivencia.

Por su parte, la peruana interpreta el papel de la artista que engalana un escenario con su presencia, con su porte y, sobre todas las cosas, con su voz. Porque, al final de cuentas, estamos hablando de cantantes aquí. De calidades vocales. Y las diferencias saltan contundentes al oído. Y no es que Pezo descuide su imagen, todo lo contrario. Pero, lamentablemente, las preguntas siguen en el aire. ¿Por qué las niñas y adolescentes abrazan lo exagerado y reniegan de lo discreto? ¿Por qué prefieren tomar como modelo de éxito y poder femenino la imagen de una bailarina de club nocturno y no la de una cantante de telúrica fuerza interior?

La mala y manipulada interpretación de la subcultura de “lo fashion” es una propuesta que genera graves distorsiones en la mentalidad de millones de niñas, adolescentes y adultas jóvenes que aspiran a alcanzar ese mismo brillo superfluo (y vacío), esa misma cuenta bancaria (y llena), aun cuando así vayan en contra de más de un siglo de luchas de sus congéneres que, poco a poco, fueron logrando con esfuerzo y no pocas mártires espacios para la mujer, reivindicándola y arrancándola del tradicional, execrable y, durante siglos, socialmente aceptado maltrato masculino. Qué lejos los tiempos en que la colombiana componía sobre problemáticas juveniles, como lo hizo en su tercer y cuarto álbumes Pies descalzos (1995) y ¿Dónde están los ladrones? (1998).

En Instagram, Shakira tiene casi 92 millones de seguidores. Lita Pezo, alrededor de 185 mil (500 veces menos, aproximadamente). Y no es solo por la diferencia de edad -la colombiana tiene 48, la peruana 25- o de recorrido discográfico. Para hacerse más popular entre sus propios compatriotas, Lita Pezo aceptó de buen grado participar en un reality de cocina en el que terminó entremezclada con las hijas de un personaje vinculado a lo peor de la política, la corrupción y la farándula y otro que celebra con carcajadas las intenciones de un periodista de Willax que quiere pegarle a una colega mujer, cuando el talento que tiene basta y sobra para que se aleje de esas miasmas de consumo masivo.

Las respuestas a todas estas cuestiones no son definitivas, por supuesto, pero siempre es positivo ensayar teorías. Podemos señalar, pensando en las niñas y adolescentes del Perú, al fracaso de la educación que no estimula una comprensión abierta de la evolución de la música, la industria del entretenimiento y sus conexiones con los cambios sociales, como las gestas por los derechos de la mujer -si no estimula los aprendizajes fundamentales, menos va a estimular esas cosas ¿no? También podemos responsabilizar a los medios de comunicación, guiados por la ganancia y la popularidad fácil, prestos siempre a entronizar aquellas opciones que cumplan con los requisitos mínimos para provocar escándalo y movilizar a la gente a partir de sus urgencias primarias (exhibicionismo, procacidades sutiles o manifiestas, deseos de fama, sexualización).

O, finalmente, al mismo público que convierte en diosas a artistas que, en lugar de darles cosas de valor, les ofrecen actitudes que van en sentido contrario y terminan siendo influencias. Malas influencias.

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Cosificación, Día de la mujer, Día Internacional de la Mujer, Exhibicionismo, Lita Pezo, Shakira

A principios de este año, la Policía Nacional del Perú (PNP) designó a la coronel PNP Shirley Asto Vargas como la jefa de la División de Tránsito y Seguridad Vial marcando un hito en la institución, al ser ella la primera mujer en ocupar un cargo de tal envergadura. 

Y pese al importante logro que esta designación implica para el proceso de cierre de brechas institucionales, la mayoría todavía persiste.

Del total de aproximadamente 134 000 mil policías en la PNP, solo alrededor de 23 000 son mujeres (entre oficiales y suboficiales) alcanzado un 17 % del total. A nivel de comisarías, podemos ver que este patrón es similar: de los casi 50 000 efectivos que laburan en esas dependencias a nivel nacional, solo cerca del 13 % de este personal consiste de mujeres.

Ahora bien, cabe destacar que las brechas a las que nos referimos no solo se limitan a la disparidad numérica entre hombres y mujeres dentro de la institución. Desde el ingreso de las primeras mujeres policías a la PNP en 1956, muchas veces se han reproducido roles de género en las labores que estas cumplen. Es así que todavía persiste un sentido común colectivo que determina los espacios, papeles y labores concretas que ellas realizan dentro de la institución policial. 

Existen determinados espacios y puestos dentro del esquema organizacional de la PNP que han sido históricamente feminizados. Las Oficinas de Participación Ciudadana (OPCs), que existen en cada comisaría a nivel nacional para fortalecer el vínculo entre la ciudadana y la Policía, por ejemplo, son muchas veces espacios ocupados por mujeres suboficiales porque se les atribuye una sensibilidad “femenina” propia del trabajo que “supuestamente” realizan estas dependencias. Lo mismo sucede con la representación del personal policial femenino en las denominadas especialidades funcionales vinculadas a la salud dentro de la PNP, como las auxiliares en enfermería y odontología que ocupan una proporción más equitativa a los efectivos masculinos.

Sin dejar de lado las brechas salariales y laborales, también existen otras brechas que son transversales a la presencia de mujeres en la fuerza laboral, incluyendo la PNP. La denominada “penalidad por maternidad”, término acuñado para referirse a la proporción de trabajadoras que al convertirse en madres inmediatamente dejan sus empleos para cuidar a sus hijos y asumir tareas domésticas alcanza el 40 % en el Perú; esta cifra asciende a un 41 %, para aquellas mujeres trabajadoras que luego de tener su primer hijo no logran reincorporarse a sus labores según un estudio realizado por la Universidad de Princeton y la Escuela de Economía de Londres. 

¿Cómo afectan las situaciones descritas arriba la posibilidad de que más mujeres policías mantengan constante su desarrollo profesional, logren ascensos, y así alcancen mayores grados y posiciones dentro de la institución? 

Sin duda, la respuesta a esta interrogante tiene múltiples aristas e intersecciones. 

Nuestras instituciones son, finalmente, un reflejo de quienes somos. Por lo tanto, no debería extrañarnos entonces que, conforme se vayan solucionando algunos de los puntos mencionados, se hagan más visibles también cambios necesarios en nuestra sociedad. 

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8M, Día Internacional de la Mujer, igualdad de género, Policía Nacional del Perú

Quemar el miedo, del Colectivo Lastesis – Daffne Valdés, Lea Cáceres, Paula Stange y Sibila Sotomayor

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Nos robaron todo, menos la rabia. Y la culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía. El violador eres tú. Tenemos rabia. Rabia ante la invisibilización constante de nuestros abusos. Rabia y miedo de ser agredidas, asesinadas, olvidadas. Nos tocaron muchas veces en la calle y vivimos en carne propia el acoso impune. Nos denigraron.

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8 de marzo, 8M, Día Internacional de la Mujer, Libros empoderamiento femenino

Violencia de género [1]

  • En el mundo, alrededor de 81,000 mujeres y niñas fueron asesinadas en el 2020. El 58% a manos de sus parejas o familiares. Esto equivale a una mujer o niña asesinada cada 11 minutos por personas que conocen.
  • Aproximadamente 736 millones de mujeres -alrededor de una de cada tres- ha experimentado alguna vez en su vida violencia física o sexual.
  • La mayor parte de la violencia contra las mujeres es cometida por sus maridos o parejas íntimas actuales o pasados. Más de 640 millones de mujeres de 15 años o más han sido objeto de violencia de pareja (el 26% de las mujeres de 15 años o más).
  • Aún más, una de cada siete mujeres ha experimentado violencia física y/o sexual por parte de su pareja o marido en los últimos 12 meses (el 13% de las mujeres de 15 a 49 años). Estas cifras de 2018 no reflejan el impacto de la pandemia de COVID-19, que ha aumentado los factores de riesgo de violencia contra las mujeres.
  • Los datos anteriores no incluyen el acoso sexual -en cuyo caso la proporción puede llegar al 70 por ciento de las mujeres-.
  • A nivel mundial, la violencia contra las mujeres afecta de forma desproporcionada a los países y regiones de ingresos bajos y medios-bajos. El 22% de las mujeres que viven en los «países menos desarrollados» han sido objeto de violencia de pareja intima en los últimos 12 meses, un porcentaje sustancialmente superior a la media mundial del 13%.
  • Menos del 40% de las mujeres que experimentan violencia buscan algún tipo de ayuda. Entre quienes buscan ayuda, la mayoría acude a familiares y amistades. Menos del 10 por ciento de quienes buscan ayuda acuden a la policía.
  • En EE. UU., dos de cada diez mujeres jóvenes de entre 18 y 29 años han experimentado acoso sexual en línea y una de cada dos ha recibido imágenes explícitas improcedentes.

 

En la pandemia, la situación empeoró[2]:

  • 4 de cada 10 mujeres se sienten más inseguras en lugares públicos y 1 de cada 5 se siente insegura de caminar sola durante el día. De noche esta proporción aumenta a 1 de cada 2.
  • 3 de cada 10 mujeres considera que la violencia contra la mujer se ha incrementado. 56% conoce a alguna mujer víctima de violencia desde que inició la pandemia y el 58% sienten mayor inseguridad en los hogares desde ese momento.
  • Durante la pandemia, si bien tanto las mujeres como los hombres dedicaron el doble de tiempo al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, las mujeres dedicaron unas dos horas más al día que los hombres a estas actividades.

Se ve, en cifras tan simples como desoladoras por qué la necesidad y urgencia de contar con políticas e instituciones que promuevan, regulen y se orienten a la igualdad. Hemos tocado apenas algunos números a nivel global. Se pueden revisar las fuentes y lograr entender de mejor manera esto.

En el Perú, los investigadores Josefina Miró Quesada y Hugo Ñopo han lanzado recientemente Ser mujer en el Perú. Un fascinante y valiente compendio de la situación de la mujer en el país, que debería ser bibliografía obligada en centros educativos por la trascendencia de lo que muestra. Animo a que lo adquieran por la potencia y rigurosidad de sus cifras y solo los dejo con algunas, para complementar esta mirada[3]:

  • En el país, cada mes 13 mujeres son asesinadas por ser mujeres.
  • Los estereotipos de género están muy presentes en el mundo de las creencias peruanas: más de la mitad de la población considera que las mujeres deben cumplir su rol de madres y esposas y luego sus sueños. Un tercio considera que si es infiel debe ser castigada por la pareja.
  • Hombres y mujeres ascienden en el mundo laboral de forma diferenciada.

Es muy importante acceder a esta información. Repetirla. Cansarse. De nada servirá que el 8 de marzo usemos la tarjeta de crédito en un regalo a una pareja, a una familiar, a una amiga, si ese regalo solo tiene como fin un impulso comercial y no la reflexión por una sociedad más inclusiva.  Tal vez que las brechas comiencen a cerrarse cuando entendamos la dimensión de estas. Cuando evaluamos la información que existe. Tal vez.

[1] Fuente: Naciones Unidas. Hechos y cifras: Poner fin a la violencia contra las mujeres. En: https://www.unwomen.org/es/what-we-do/ending-violence-against-women/facts-and-figures

[2] Fuente: Women Count (2021). VIOLENCE AGAINST WOMEN DURING COVID-19. En: https://data.unwomen.org/sites/default/files/documents/Publications/Measuring-shadow-pandemic.pdf

[3] Fuente: Miro Quesada, Josefina y Ñopo, Hugo (2022): Ser Mujer en el Perú. Dónde estamos y a dónde vamos. Editorial Planeta.

 

 

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