Economía

Todos los días de lunes a viernes «Si el Río suena» con Patricia del Río, entrevistas exclusivas. Este es nuestro episodio número 12.

Luego que varios jóvenes fueron criticados por viajar a Chincha para vacunarse con una dosis de Pfizer, la Defensoría del Pueblo indicó que el MINSA debe mejorar la comunicación con los ciudadanos para que entiendan que Sinopharm y Pfizer son efectivas. Además conversamos con el economista Diego Macera quien indicó que según el ritmo que tiene el país, el próximo año podríamos tener una inversión negativa.

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Lima – Perú

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Economía, Minsa, Pfizer, Sinopharm, vacunas

Estamos atravesando un período de turbulencia política que no le hace bien a la economía. La incertidumbre genera postergaciones de compras e inversiones que desaceleran la reactivación y el aumento del empleo.

Hoy más que nunca está claro que la política influye en la economía; no voy a caer en el deporte nacional de buscar culpables como si eso arreglara algo. Aquí no se trata de culpar a unos o a otros; el problema es que no confiamos en nadie ni en nada y en ese contexto es imposible que progresemos como sociedad.

Veamos a los países exitosos, entendiendo por exitosos aquellos que brindan altos niveles de bienestar a todos sus habitantes. Son países con alto nivel de confianza interpersonal. Entonces todo fluye. El gran reto que tenemos como sociedad es volver a confiar, si es que alguna vez lo hicimos.

Lo que pasa es que la economía no funciona en un vacío, sino en una realidad concreta. Y esa realidad se caracteriza por una desconfianza casi total. Entonces nos dedicamos a insultar y agredir a todos aquellos que piensan diferente. No somos una sociedad deliberante, en la que el debate alturado y basado en evidencia empírica nos lleve a lo más cercano a la verdad. La mitad quiere convencer a la otra mitad y si no lo logra, entonces la insulta.  No nos damos cuenta que así nos alejamos más unos de otros.

La cooperación puede hacer en economía que 2 más 2 sea 5. El conflicto hace que la misma suma sea 3. Vean como funcionan las sociedades con alta calidad de vida. Funcionan tanto el mercado como el estado, tanto el sector privado como el público. ¿Cómo así? Pues el mercado produce riqueza y beneficia directamente a través de buenos empleos a aquellos que tuvieron la suerte de estudiar, entre otras ventajas que les brindó la lotería de la vida. El estado cobra impuestos y con el dinero invierte en aquellos que no se pueden integrar tan fácilmente al mercado, a través de una educación de calidad, salud de primer nivel, seguridad ciudadana, acceso a agua potable y desagüe, etc. Son sociedades libres de corrupción. No se busca lograr cosas con trampa, sino se espera el turno. Son estados que usan bien el dinero que tienen en beneficio de todos.

Nuestra pregunta creo que tendría que ser, ¿cómo hacemos para que el entorno dentro del cual funciona la economía sea conducente a elevar el bienestar? Cada cinco años creemos que lo logramos en una en elección, para luego desilusionarnos. Los mismos que apoyaron a la persona que ganó se le voltean. Es historia vieja. Para desarrollar debemos crecer y reformar, pero por encima de todo, volver a confiar.

Lo que rodea a la economía es tan importante como la economía misma. Necesitamos mejores instituciones y aumentar el capital social, que simplemente se refiere a la confianza, tanto interpersonal como a aquella que tenemos en nuestras instituciones. Es urgente volver a creer para volver a crecer.

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bienestar, Carlos Parodi, Credibilidad, Economía, Entendiendo de Economía

El dinero es para la economía como la sangre lo es para el cuerpo humano. La sangre llega a todas las partes del cuerpo para que este pueda seguir funcionando. Sin sangre los órganos colapsan y el cuerpo muere.

De la misma manera el dinero tiene que llegar a todas las partes de la economía. Si los agentes económicos (empresas y personas) no tienen dinero colapsan económicamente y quiebran.

El sistema circulatorio, corazón incluido, es el que se encarga de que la sangre llegue a todas las partes del cuerpo en las cantidades y momentos necesarios.

El sistema bancario, incluido el BCRP, es el que se encarga de que el dinero llegue a toda la economía. El BCRP es el corazón del sistema que provee el dinero a los agentes económicos en las cantidades y momentos necesarios.

Si el dinero que provee el BCRP es muy poco la actividad económica se estanca. Los agentes económicos (órganos) que no reciben dinero colapsan, se rompe la cadena de pagos y la economía también colapsa.

 Eso es lo que hubiera pasado con la economía durante la pandemia si el BCRP, en coordinación con el MEF, no desarrolla el programa de emergencia conocido como Reactiva.

Si el dinero que provee el BCRP es demasiado se produce una hemorragia descontrolada. Ese exceso de dinero no le sirve al cuerpo y se convierte en dañino y se genera inflación.

Eso es lo que sucedió en el Perú a finales de la década de los 80 que terminamos en la peor crisis económica de los últimos 150 años (solo comparable con la crisis económica generada durante la guerra con Chile).

Para evitar que ello se repita  a partir de la década del 90 se estableció una ley del BCRP que tiene por objetivo que las autoridades políticas escojan a los profesionales más experimentados y capacitados para encargarse del BCRP con total autonomía por períodos de 5 años.

Gracias a esa ley el BCRP viene funcionando de manera óptima desde entonces. Si se compara la estabilidad y el valor adquisitivo de nuestra moneda contra cualquier otra moneda del mundo en los últimos 30 años veremos que la nuestra es de las más sólidas, sino la más sólida.

En momentos de graves crisis políticas como las caídas de los gobiernos de Fujimori, PPK y Vizcarra la moneda se mantuvo bastante estable.

En momentos muy críticos de crisis económica como en el 2008 o con la reciente pandemia también la moneda se mantuvo estable.

Ello se debe a que el corazón del sistema, el BCRP, está muy fuerte y sano. No en vano el actual presidente del BCRP ha sido considerado el mejor banquero del mundo gracias a su trabajo y al de su equipo.

Con el corazón no se juega, exponerlo a prácticas no saludables puede tener consecuencias, sino irreversibles, que afecten y modifiquen la salud de la persona por mucho tiempo. 

Una mala elección del presidente del BCRP y su directorio puede tener consecuencias gravísimas e irreversibles para la economía de todos los peruanos. Ya el solo hecho de jugar irresponsablemente con la designación de Velarde nos está costando que él dólar esté mas de 10 % encima de su valor real. 

Este incremento, totalmente innecesario, generado directamente por la falta de seriedad que demuestra el gobierno al no cumplir su palabra de ratificar a Velarde, está afectando los bolsillos de todos los peruanos a través de mayores precios de los productos importados de primera necesidad como los alimentos y combustibles.

Las crisis económicas afectan con mayor intensidad a los más pobres. Cualquiera que tenga edad para recordar o voluntad para informarse, sabrá que la hiperinflación generada por la falta de responsabilidad en el manejo del BCRP en el primer gobierno de García, tuvo efectos terribles y dramáticos en los sectores más populares.

Un mal manejo de la política monetaria que lleva a cabo el BCRP nos puede costar 30 años de atraso.

Si al actual gobierno de verdad le interesa el bienestar económico del pueblo debiera terminar con este castigo innecesario y ratificar de inmediato a Velarde con los 3 directores propuestos por él, tal que le permitan continuar con su excelente labor en defensa de nuestra moneda y por ende de la economía popular.

Con el corazón no se juega, con el bolsillo de la gente tampoco.

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Bcrp, Economía

La turbulencia política parece ser una de las características de los últimos tiempos en el Perú. Al margen de las razones, los problemas políticos son una marca registrada en la evolución del país. Nos estamos acostumbrando a los pedidos de vacancia, renuncias, conflictos entre el Ejecutivo y el Legislativo, etc. Y así solo se genera inestabilidad. El ruido político tiene un impacto negativo sobre la recuperación de la economía.

Existen varias razones. En primer lugar, cualquier decisión de inversión supone incertidumbre (nadie puede saber qué pasará en el futuro), pero también es cierto que vivimos en una incertidumbre aumentada debido a la turbulencia política. Como consecuencia, los inversionistas postergan decisiones y los consumidores hacen lo mismo, pues el temor a no saber qué puede pasar genera que prefieran esperar antes de endeudarse o realizar ciertas compras. La incertidumbre obliga a tener cautela y eso hace que la recuperación sea más lenta.

En segundo lugar, los estudios empíricos muestran que, desde el momento en que alguien invierte, pasan, en promedio, dos años para recuperar lo invertido y tres o cuatro años, dependiendo del sector, para obtener ganancias. Y aquí hay otro ruido. Usted, estimado lector, ¿se atrevería a decir qué medidas tomará el gobierno en los siguientes meses? Si lo vemos con ese horizonte temporal, es natural invertir lo menos posible y esperar.

En tercer lugar, ¿no ha sido así en todos los gobiernos previos, en el sentido de que, luego de elegido, mantuvo las líneas básicas de la estrategia económica? La respuesta es afirmativa. Los ciudadanos tenían altas expectativas al inicio del de PPK, del cual Vizcarra fue parte. No sé por qué razón, si se sabía que el Congreso estaba dominado por la oposición y que el entorno económico externo no era favorable, se creyó que la sola presencia del presidente cambiaría las cosas como por arte de magia. La economía no es un acto de fe, ni tampoco es magia. Luego vendría Vizcarra, quien cerró el congreso, pero no planteó reformas. Y ahora un gobierno lleno de contradicciones, con un presidente del partido que suelta ideas que solo aumentan la incertidumbre.

En cuarto lugar, la historia muestra que, si un gobierno no tiene el apoyo mayoritario del congreso, entonces tiene que ganarse a la población para poder gobernar. O tiene a la población y/o al Congreso. Lo que no se puede hacer es tener gobernabilidad sin alguno de ellos. ¿A quién tiene Castillo? Lo más notorio de su estilo de gobernar es que no aparece; eso no necesariamente está mal, sino que requiere de un primer ministro concertador y con muñeca política y tampoco lo tiene.

La economía requiere estabilidad política en democracia para poder progresar. Aunque suene trillado, se requiere confianza y actuar en varios frentes. Solo quienes han invertido y arriesgado entienden a qué me refiero con confianza y credibilidad.

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Carlos Parodi, Economía, Entendiendo de Economía, Ruido político

La turbulencia política parece ser una de las características de los últimos tiempos en el Perú. Hoy el Perú parece un país sin rumbo. Ya ni siquiera hay debate. Solo se espera claridad del gobierno de Castillo y ver cómo hace para recuperar la credibilidad perdida en solo horas de inaugurado su gobierno.  No soy nadie para juzgar a nadie ni para decir que tengo la razón. Mi opinión es tan válida como la de cualquier ciudadano.

Lo que sí es cierto es el impacto negativo que el ruido político causa sobre la economía. Existen varias razones. En primer lugar, si bien es cierto cualquier decisión de inversión supone incertidumbre (nadie puede saber qué pasará en el futuro), también lo es el hecho de que vivimos una incertidumbre aumentada debido a la turbulencia política. La credibilidad del gobierno es casi nula.

Como consecuencia, los inversionistas postergan decisiones y los consumidores hacen lo mismo, pues el temor a no saber qué puede pasar genera que prefieran esperar antes de endeudarse o realizar ciertas compras. La incertidumbre obliga a la cautela. No solo eso, sino que el tipo de cambio muestra una tendencia hacia el alza, fruto de la misma situación de no saber qué pasará. La última vez que se vio algo así fue a fines de los ochenta.

En segundo lugar, los estudios empíricos muestran que desde el momento en que alguien invierte, pasan, en promedio, dos años para recuperar lo invertido y tres o cuatro años, dependiendo del sector, para obtener ganancias. Por lo tanto, cualquier emprendedor o inversionista necesita conocer las reglas de juego para evaluar si vale o no la pena hacer la inversión.

El problema es que aquí hay otro ruido. Usted, estimado lector, ¿se atrevería a afirmar que las reglas de juego se mantendrán o si cambiarán y en qué dirección lo harán? Es natural invertir lo menos posible y esperar. Y con ello el empleo no aumentará.

La economía requiere estabilidad política para poder progresar. Aunque suene trillado, se requiere confianza y actuar en varios frentes. Solo quienes han invertido y arriesgado su propio dinero, entienden a qué me refiero con confianza y credibilidad. A veces olvidamos que solo la inversión genera crecimiento y empleo, pues este último no se crea por decreto.

En el Perú, las mypes son las que más empleo generan. Las medianas y grandes explican la recaudación tributaria, que es indispensable para que el nuevo gobierno ponga en marcha sus planes en favor de la igualdad de oportunidades.

¿Cómo se combate la incertidumbre? Con información. No podemos seguir así, sin saber qué pasará. La improvisación es veneno para la economía El gran reto para las nuevas autoridades es buscar puntos en común con el objetivo de superar la polarización y crear el entorno adecuado para el crecimiento económico y en especial para implementar las reformas que conecten el crecimiento con el bienestar. Eso depende mucho de los nombres, pues en un país sin instituciones, las personas pasan a ser claves.

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Carlos Parodi, Credibilidad, Déficit de credibilidad, Economía, Entendiendo de Economía

Con frecuencia se señala que los economistas somos malos haciendo proyecciones respecto de variables claves, como el tipo de cambio, la tasa de interés, etc. Parece que no acertamos una. Tanto es así que si usted revisa las proyecciones realizadas hace solo seis meses verá como fallaron. Y por ello muchos descalifican a la ciencia económica. Sin embargo, podríamos decir que la sismología también falla en sus proyecciones respecto de cuándo será el siguiente terremoto y no por eso deja de ser una ciencia. Veamos algunos puntos.

En primer lugar, la economía proyecta, no predice ni adivina. Esta diferencia es clave. La proyección se realiza asumiendo ciertos comportamientos esperados de otras variables. Es lo que los economistas llaman supuestos. Me explico. Supongamos que se desea proyectar el precio del dólar durante lo que queda de 2021. Para hacerlo el economista lo plantea así: si China sigue creciendo poco, el nuevo presidente asume una postura moderada y nuestro banco central mantiene sus objetivos de política monetaria y cambiaria, entonces podría esperarse determinada tendencia en el tipo de cambio. Demás está decir que si alguna de las suposiciones se altera en el camino, pues la proyección del tipo de cambio será otra. Nótese que el economista primero seleccionó aquellas variables que considera claves para la proyección y luego la realiza.

En segundo lugar, nadie conoce el futuro y por lo tanto no es posible saber con 100% de certeza qué es lo que va a ocurrir. Y eso es válido para cualquier ciencia. Entonces ¿qué hacemos? Pues ser conscientes que por muchas matemáticas y métodos de proyección que usemos no podemos ver el futuro. Ello no quita que las proyecciones sean útiles y esa es la clave. El problema no está en las proyecciones, sino en la forma como las usamos. Ellas deben tomarse como una referencia de ciertas tendencias, que en caso se mantengan ciertos escenarios de las que dependen, entonces aumenta la probabilidad de que efectivamente se cumplan.

Por esa razón, si usted junta a un grupo de economistas y les pregunta qué pasará con el precio del dólar, recibirá tantas respuestas como personas preguntadas. Y es que cada uno plantea suposiciones diferentes respecto de China, Estados Unidos, la situación política interna, etc.

De aquí no se sigue que las proyecciones no sirvan. Después de todo, todas las instituciones hacen planes estratégicos pensando en el futuro. Y los tienen que hacer porque deben tomar decisiones. Lo mejor es no aferrarse a una proyección determinada, sino referirse a rangos. Por ejemplo, en lugar de decir que el precio del dólar estará en 4.00 soles a finales de 2021, referirse a un rango y señalar algo así: “si la situación económica internacional se mantiene como se encuentra hoy y el presidente es moderado, entonces es más probable que el dólar fluctúe entre tanto y tanto”. También podría plantearse el asunto del siguiente modo: “desde mi punto de vista la guerra comercial entre Estados Unidos y China va a empeorar; ante eso China comprará menos metales a Perú y por ende entrarán menos dólares; el resultado será un tipo de cambio más alto”. Por eso cuánto más conozca cómo se proyectan otros aspectos que están fuera de la economía, entonces mejor será la proyección.

A veces olvidamos que la economía es una ciencia social y los enfoques multidisciplinarios tienden a brindar mejores resultados. La economía no tiene un laboratorio para experimentar, por lo que en muchos casos, estudiar la historia se convierte en la mejor alternativa.

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Carlos Parodi, Economía, Entendiendo de Economía, Proyección

Estamos atravesando un período de turbulencia política que no le hace bien a la economía. La incertidumbre genera postergaciones de compras e inversiones que desaceleran la reactivación y el aumento del empleo. Mientras tanto en regiones como Arequipa, se encuentran en una ola devastadora de contagios, por la que todos deberíamos estar preocupados.

Hoy más que nunca está claro que la política influye en la economía; no voy a caer en el deporte nacional de buscar culpables como si eso arreglara algo. Aquí no se trata de culpar a unos o a otros; el problema es que no confiamos en nadie ni en nada y en ese contexto es imposible que progresemos como sociedad.

Veamos a los países exitosos, entendiendo por exitosos aquellos que brindan altos niveles de bienestar a todos sus habitantes. Son países con alto nivel de confianza interpersonal. Entonces todo fluye. El gran reto que tenemos como sociedad es volver a confiar, si es que alguna vez lo hicimos.

Lo que pasa es que la economía no funciona en un vacío, sino en una realidad concreta. Y esa realidad se caracteriza por una desconfianza casi total. Entonces nos dedicamos a insultar y agredir a todos aquellos que piensan diferente. No somos una sociedad deliberante, en la que el debate alturado y basado en evidencia empírica nos lleve a lo más cercano a la verdad. La mitad quiere convencer a la otra mitad y si no lo logra, entonces la insulta.  No nos damos cuenta que así nos alejamos más unos de otros.

La cooperación puede hacer en economía que 2 más 2 sea 5. El conflicto hace que la misma suma sea 3. Vean como funcionan las sociedades con alta calidad de vida. Funcionan tanto el mercado como el estado, tanto el sector privado como el público. ¿Cómo así? Pues el mercado produce riqueza y beneficia directamente a través de buenos empleos a aquellos que tuvieron la suerte de estudiar, entre otras ventajas que les brindó la lotería de la vida. El estado cobra impuestos y con el dinero invierte en aquellos que no se pueden integrar tan fácilmente al mercado, a través de una educación de calidad, salud de primer nivel, seguridad ciudadana, acceso a agua potable y desagüe, etc. Son sociedades libres de corrupción. No se busca lograr cosas con trampa, sino se espera el turno. Son estados que usan bien el dinero que tienen en beneficio de todos.

Nuestra pregunta creo que tendría que ser, ¿cómo hacemos para que el entorno dentro del cual funciona la economía sea conducente a elevar el bienestar? Cada cinco años creemos que lo logramos en una en elección, para luego desilusionarnos. Los mismos que apoyaron a la persona que ganó se le voltean. Es historia vieja. Para desarrollar debemos crecer y reformar, pero por encima de todo, volver a confiar.

Lo que rodea a la economía es tan importante como la economía misma. Necesitamos mejores instituciones y aumentar el capital social, que simplemente se refiere a la confianza, tanto interpersonal como a aquella que tenemos en nuestras instituciones. Es urgente volver a creer para volver a crecer.

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Carlos Parodi, Desconfianza, Economía, Entendiendo de Economía, Incertidumbre

Corresponde al gobierno de Pedro Castillo empezar a revertir lo que llamo la degeneratividad de la economía peruana, que se origina, como la mayoría de nuestros males históricos, en la el proceso colonial, cuando lograron hacernos sentir inferiores, y por ello añorar el destino material ajeno sin considerar nuestro territorio y demografía. Degenerativo, en medicina, es aquella situación en la que un cuerpo empeora constante e incrementalmente – en algún momento de modo irreversible – a causa de exponerlo a contextos y hábitos reiterativos que violentan su sistema inmunológico, que son sus capacidades adaptativas frente a los peligros virales y ambientales del entorno, las fuerzas que lo regresan al equilibrio vital. El cáncer, la diabetes, el lupus, y muchas otras, son padecimientos de este tipo.

El sistema inmunológico de toda economía es su matriz y capacidad productiva, porque de ella depende su nivel del empleo y su interacción con el mundo. En el equilibrio más adecuado, tendremos cantidad y calidad suficientes de puestos de trabajo, de modo sostenible en el tiempo y según el patrón cultural de cada contexto.

Nuestra economía republicana es degenerativa porque siempre hemos pretendido un capitalismo occidental para el que no tenemos las condiciones territoriales e insumos necesarios. No sólo fracasamos en todos los intentos, sino que deterioramos – cada vez más – lo más importante de nuestra inmunología, lo único que puede aspirar a buen, cuantioso y sostenido empleo: la manufactura y la economía rural. A la primera se le deja a su suerte en un mercado que la aniquila, o se le quiere poner en una velocidad competitiva que le resulta inviable. A la segunda siempre se le ha visto como atraso disfuncional o geografía para grandes negocios, y codiciado como mano de obra barata. Nuestro equilibrio óptimo de bienestar depende de cuánto logremos revalorar y desarrollar estos dos sectores, no de descollar en exportación de materias primas, construcción o servicios de telecomunicaciones, que son negocios multimillonarios pero dan empleo de calidad a muy pocos. La historia es bastante elocuente, incluso cuando en este espacio no se pueda ser muy prolijo.

La economía que éramos, entre 1821 y 1850, da cuenta de lo lejos que andábamos de un capitalismo básico, con industria localizada en el Perú y trabajadores civiles asalariados. Y también hace notar cómo malentendíamos nuestro territorio y subestimábamos nuestra economía rural. En ambos está el germen de la futura degeneratividad. Tras 20 años de guerra y en crisis de  comercio exterior debido al nuevo protagonismo exportador del virreinato del Río de La Plata, éramos un país pobre, en general deteriorado, y con muchos de sus grandes comerciantes recién expulsados. No hay instituciones económicas para entonces: el sistema monetario es caótico e insuficiente, y no tenemos bancos sino prestamistas informales. El Estado recauda muy poco y el sistema judicial está abandonado y sin normativa vigente. El territorio nacional tiene aglomeraciones muy pequeñas y bastante desintegradas, porque en la costa hay dificultades para el uso de la rueda en tramos largos, el transporte marino es mínimo y hay un solo puerto. Pese a ser el 80% de la población (1.6 millones), la sierra está casi desvinculada del llano costero, debido a las dificultades de su geografía para el acceso y el transporte no animal. La selva no pasa del 4% y está casi absolutamente aislada. La costa es el resto.

Sobre esta evidente insuficiencia, se forman dos economías: un mercado urbano (comercial y primario-exportador), y las actividades agropecuarias de las comunidades rurales, que son el 61% de habitantes del país. El primero es una reducida red de medio millón de peruanos, cuya élite social – de consumo importado – alcanza a 160 mil personas (el 10% blanco de la población). El resto urbano es pobre y apenas posee de monedas, por lo que vive del trueque. No hay dinero ni conocimientos para la inversión industrial, ni hay volumen poblacional para una buena demanda demanda. Tampoco capacidades: no más del 20% de la población es alfabeta. Tres circuitos desconectados conforman esta dinámica: el de Lima – Costa Norte de entonces débil agro-exportación (tenemos permanente déficit en balanza de pagos) y sistema hacendario; el de Lima – Cerro de Pasco de minería argéntea y comercios de comida, ganado, lana y aguardiente, y el de la sierra sur, que interactúa con Bolivia e incluye a Puno, Cusco y Arequipa, vinculados por los negocios de lana, ganado, obrajes textiles y sastrerías. En estos dos últimos circuitos participan algunos latifundios poco productivos, abandonados en la guerra previa. La mano de obra es esclava o yanacona (sirviente) en todos los casos. La segunda y mayoritaria economía de nuestra post-independencia es la de las comunidades rurales, que son auto-suficientes, sólo comercian para conseguir monedas y poder tributar (algunas lo hacen con fines de acumulación), y se abastecen en ferias del trueque. Estas,  desde el principio, son vistas como una rémora para el progreso y un desperdicio frente a las necesidades urbanas de mano de obra. Y como el orden criollo no puede tomar sus territorios (casi siempre en lejanas y escarpadas alturas) o traerlos, decide olvidarlos. Todos asumieron – y asumen – rezago e irracionalidad ahí, porque no entienden que la riqueza de ellos era – y es – la sostenibilidad y la calidad de vida a partir de la cooperación, el naturalismo y el genio tecnológico.

Tan lejos estábamos de lo que se añoraba (capitalismo industrial), que debieron pasar 100 años para que empezáramos a cerrar el último de nuestros pendientes frente al anhelo de un mercado industrial a la manera europea: dejar las semi-esclavitudes y consolidar una clase obrera asalariada y con mínimos derechos. Lo empezábamos a hacer en 1930, luego de un largo siglo XIX, donde aumenta la población pero casi no se mueven los porcentajes demográfico-territoriales, incluido el de las comunidades rurales, que siguen aisladas en lo fundamental, sin interés alguno en romper dicha insularidad. La aproximación conservadora al tema y los lamentos racistas por falta de mano de obra (resuelta con esclavitud extranjera) seguirán en pie y promoverán tres décadas de decididas políticas de expansión poblacional. La estatalidad y la infraestructura habrán dado grandes saltos a partir de la falaz prosperidad guanera, así como habrán avanzado la institucionalidad económica y financiera, lo que facilita que la consolidación, a finales del siglo XIX, de un mercado industrial textil y de alimentos (con obreros muy explotados), estimulado por una importante diversificación primario-exportadora que potencia nuestra oferta a la región y dinamiza el mercado peruano a través del consumo de los sectores empresariales entonces favorecidos. Así, este crecimiento manufacturero tendrá una caída a inicios del siglo XX, y se recompondrá para crecer significativamente hasta 1929, año del crack y de un nuevo declive exportador. En adelante, todos nuestros esforzados procesos de industrialización se apoyarán en los ciclos exportadores y se harán dependientes de ellos. Es la dependencia de las materias primas, que siempre son cíclicas.

En los próximos veinte años – hasta 1950 – pasarán tres cosas muy determinantes, que le cambiarán el rostro al país: aumenta la población significativamente (por primera vez pasamos los 6 millones que éramos en 1535) y ya no se puede hablar de escasez de mano de obra. Se consolidan un conjunto de derechos laborales que los obreros venían disputando desde inicios de siglo, lo que es altamente difundido en el sector industrial (no así en las haciendas o minas). Y se inicia el gran progreso migratorio sierra-costa de mediados del siglo XX, producto de una severa escasez de tierras cultivables por aumento demográfico, y a la publicidad cultural de occidente que ahora llega a través de los medios masivos (primero la radio y luego la televisión). Así, el país entró a lo que Matos Mar llamó desborde popular, y nuestro pequeño mercado industrial, que siempre quiso al campesino como masa obrera, tuvo lo que tanto buscó, pero en incontrolable exceso.

La estadística oficial de esos años ya permite observar su precariedad industrial, que luego será degenerativa. No hubo mejoras salariales entre 1930 y 1940. Entre dichos años, la industria produce el 17% del consumo interno y conforma el 14.5% de la PEA, que era de 4 millones y tiene un desempleo de 38.5%. Dado el contexto, es razonable esperar un considerable sub-empleo obrero y general. Estos porcentajes productivos y laborales no cambian para 1950, aunque la población y la PEA se elevan, por lo que ya puede verse degeneratividad en la economía peruana, al menos a nivel de calidad laboral (algunos calculan un subempleo de 10%, otros de 25%). No puede asegurarse que sin explosión migratoria igual habría llegado el proceso regresivo a nuestra economía, pero tampoco puede descartarse, porque hasta antes de 1930 nuestro modesto mercado urbano estaba muy lejos de penetrar siquiera su propio territorio, cada vez más poblado. Y aunque faltan datos para observar el aumento de las brechas productivas y tecnológicas con respecto a las economías desarrolladas, sí se puede deducir la dimensión de éstas, muy fácilmente: mientras el Perú sigue arrastrando – y ve cada vez más lejos – el pendiente de formar un mercado industrial mínimamente inclusivo (así sea con empresarios extranjeros y productos de poco valor agregado), Estados Unidos produce el 27% de los bienes de consumo y el 52% de la maquinaria que utiliza el mundo industrial. Ni el capitalismo exportador es de todos por naturaleza (al contrario), ni estamos hechos para competirles en su reino. Nuestra riqueza es otra. Mientras tanto, hasta 1950, la economía de las comunidades rurales entra sigue abandonada por el Estado y se reduce por la crisis de tierras, pero está a leguas de desaparecer y sigue ocupando la mayor parte del suelo andino. Hasta hoy.

A partir de 1952, y producto de un nuevo auge primario-exportador, empezará el más importante ciclo de crecimiento de industrial de nuestra economía, que extenderá e intensificará hasta 1975, gracias a las gestiones desarrollistas de Fernando Belaunde y, sobre todo, de Juan Velasco Alvarado, quienes reciben la influencia del cepalismo latinoamericano y ponen en marcha un proceso de sustitución de importaciones, fomento y protección arancelaria en favor nuestro desarrollo industrial. El segundo, además, llevó a cabo la reforma agraria, luego de siglo y medio de negación e infamia. Por primera vez en la historia un gobierno peruano razona con la suficiente autonomía y nacionalismo, considerando nuestra realidad histórica y territorial: es evidente que nuestras carencias como economía capitalista nos obligan a unirnos, y es claro que debemos dar al mundo rural y agropecuario el auspicioso lugar que le corresponde en nuestro desarrollo. Sin embargo, no basta con ello para detener la degeneratividad.

Los muy buenos resultados del proceso industrializador son innegables: de 1954 a 1975, la manufactura pasa del 12.8% al 21.4% como generador del PBI, siendo el sector de mayor crecimiento en la economía peruana y elevando considerablemente la ocupación obrera de calidad. Sin embargo, en 1972 nuestro mercado laboral tiene un sub-empleo de 44.2%, cerca del doble de lo que teníamos 20 años atrás. El rezago de partida y nuestra demografía dificultan detener la degeneratividad, con mayor razón en breves 16 años.

Pese a sus logros, el modelo sustitutivo hace crisis porque, una vez más, se pretende lo que no tenemos, esta vez en grado y velocidad: no sólo se fomenta y protege la manufactura nacional, sino que se incentiva la demanda en exceso y con montos insostenibles –  que provienen de la siempre cíclica bonanza primario-exportadora -, así como se esperan saltos tecnológicos imposibles en nuestros cortos plazos de alto comercio exterior. Se apunta a cosechar grandes resultados y casi de inmediato, sin sacrificio ofrecer de ninguna de las partes. Se pacta un beneficio mutuo entre el Estado, los empresarios y los trabajadores, sin ver que  ese paraíso cuesta mucho más que lo que puede cubrir cualquiera de nuestros periodos de altos ingresos exportadores, que nos resulta impagable. Al punto de agotar rápidamente la capacidad productiva del país, lo que implica escasez e inflación.

La realidad habla, nos aterriza: sí debemos unirnos y protegernos para industrializarnos, pero no debemos incentivar excesivamente nuestra velocidad buscando niveles productivos y progresos tecnológicos tan distantes que nos descompensan estructuralmente, lo que a larga eleva nuestra degeneratividad. Para que nuestra manufactura crezca y genere empleo suficiente y sostenible, los empresarios deben apostar por el mercado industrial y nacional aunque ganen menos, y los peruanos debemos consumir los productos que somos capaces de producir. Y desde ese inevitable esfuerzo colectivo debemos crecer con músculo. No hay duda de que nuestras brechas tecnológicas, con respecto al mundo capitalista desarrollado, siguieron ensanchándose: mientras en el Perú la industrialización velasquista es políticamente derrotada, y no logra mejorar-elevar su  producción de maquinarias fordistas (la clásica fábrica de tecnología pesada), Estados Unidos y otros pocos están dejando ese mercado e ingresando a la revolución informática, propia del siglo XXI. Hoy son, para nosotros, literalmente inalcanzables, salvo escenarios teóricos. Y varios estudios indican que las diferencias no han parado de crecer desde la década de 1970. La reforma agraria, por su parte, fue justiciera, pero tuvo un esquema de cooperativismo capitalista occidental que nunca logró sus resultados, y nunca pudo dialogar con las comunidades rurales, dejándolas en última prioridad operativa.

La manifactura local tendrá un estancamiento hasta 1990. A la mitad, en 1980, la economía seguirá degenerando, con un subempleo que llega al 51.2%. Cabe destacar que todas las gestiones de este lapso – con idas y venidas, ortodoxias y heterodoxias – enfrentaron sus crisis macro-económicas evitando, en lo posible, desmantelar el aparato industrial y la políticas progresistas que las sostenían. Se sabía que había ahí empleo de calidad y posibilidad de hacerlo crecer. Nuestro trato de gobierno con la sierra sí vuelve a su ánimo habitual: las comunidades rurales son el grupo social peruano que recibe la mayor violencia terrorista de esos años, subversiva y de Estado.

El descalabro del gobierno pro-mercado interno de Alan García, más irresponsable que ninguno en cuanto a velocidad, permitió al régimen autoritario de Alberto Fujimori (hoy preso) vendernos el cuento de la globalización y el emprendimiento, y desmantelar la industria nacional, eliminando toda posibilidad de fomento en su favor, y quitando todo el apoyo arancelario que pudo. Esto, sumado a la flexibilidad laboral, es el escenario ideal para el mundo desarrollado al que importamos todo, y la riqueza segura del empresariado nacional-internacional que no nos conviene, porque no es intensivo en empleo de calidad, además de ser históricamente abusivo, predatorio y ladrón. Nadie ha cambiado ese esquema durante dos décadas. Antes de la crisis, nuestro sub-empleo era de 72%, hoy debe haber un 80% de peruanos dispuestos a ser sobre-explotados cuando termine la pandemia, y a ganar menos de sueldo mínimo. Nuestra  manufactura actual produce alrededor del 13% del PBI, cifra similar a la del periodo previo al auge industrial velasquista. Nuevamente no es necesario ponerle cifras exactas al aumento de las brechas productivas y tecnológicas frente al primer mundo, basta observar que mientras el 65% de nuestras unidades productivas son micro-empresas de subsistencia (muy precarias y de vida breve), y que nuestra mejor manufactura apenas vende al mundo productos de escaso valor agregado, las economías avanzadas exportan nano-tecnología, meteóricas unidades de transporte o productos muy baratos que boicotean a nuestros débiles manufactureros. ¿Hasta dónde debemos degenerar para darnos cuenta de nuestra enfermedad y cortar sus causas?

Las comunidades rurales, que hoy son el 35% de la población y ocupan la mitad del territorio nacional, no sólo están abandonadas por el Estado, sino que permanentemente se les busca debilitar en términos legales, con fines de facilitar inversiones millonarias cuyos tipos de producción las extinguen. No son pocas las voces del mundo avanzado que vienen diciendo que ahí está la sostenibilidad del planeta, lo que implicará ventaja geopolítica a nuestro favor, alta calidad de vida y soberanía, siempre que reconozcamos, protejamos e incorporemos dichos espacios a nuestros proyectos de desarrollo económico. Es posible, pero es imperativo hacerlo respetando sus patrones productivos y velocidades. No necesitamos competir con el mundo, menos crecer con vértigo e insalubridad social. Necesitamos avanzar en calidad de vida y empleo digno, para todos.

Hay un velo que no nos deja ver nuestra degeneratividad, que ha sido tejido durante siglos por quienes lo usufructúan. Por eso la mitad del país votó el domingo por Keiko Fujimori, cuando es manifiesto que Pedro Castillo se acerca mucho más a lo que necesita nuestra historia y nuestro territorio. Pero él no está solo, ni conviene que así sea, porque sólo la convicción mayoritaria logrará verdaderos y duraderos cambios. Es momento de plantear y discutir nuevos valores, y de aspirar a los modelos que de ahí se deriven.

** Los datos y hechos fácticos, hasta la década de 1950, han sido tomados de la bibliografía de Carlos Contreras, escrita o editada (varios autores) por él. Un par de cifras provienen de estudios de la CEPAL. Entre 1960 y hoy, las referencias son Félix Jiménez, Francisco Verdera y Jan Lust.

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Economía, Elecciones 2021, Pedro Castillo

En las últimas semanas se discute mucho el modelo, pero, ¿todos tenemos claro qué es un modelo? Imagine usted que observa una maqueta de un edificio que se va a construir. Observamos cómo se verá el edificio y sus aspectos generales, pero no vemos las cañerías, los cables de energía eléctrica, etc.

Supongamos ahora que quiere realizar un viaje de Cusco a Apurímac. Tiene un plano para no perderse. Lo que no ve en el modelo son los detalles, como los restaurantes que hay en el camino, ni aquellas partes en los que la pista está en mal estado. Por lo tanto, un modelo es una simplificación de la realidad. ¿Qué pasaría si se construye el edificio, pero se hace mal el cableado?; ¿significa eso que tiene que derrumbar el edificio para hacer una nueva maqueta y construirlo otra vez? No, solo tendrá que arreglar el cableado. Tampoco va a descartar el plano de su viaje porque no aparecen los huecos en la carretera.

Igual pasa con la economía. Nadie duda de que todos los modelos se pueden mejorar. La disyuntiva hoy es la siguiente: ¿derrumbamos toda la economía para construirla otra vez o corregimos lo que está mal? El primer camino es la solución radical que, por ejemplo, se aplicó en Venezuela desde 1998; el segundo es reformar lo que está mal.

Todos los modelos económicos tienen cimientos e implicancias. Los cimientos son dos: la estabilidad monetaria con un Banco Central independiente y que mantenga a raya la inflación y el manejo responsable de las finanzas públicas. Esto último es clave. Manejar los ingresos y gastos del gobierno es igual a cómo usted maneja sus ingresos y gastos. Trata de hacer todo lo posible para que los gastos se ajusten a los ingresos. Los que no lo hacen y gastan mucho por encima de los ingresos y mantienen este comportamiento de manera indefinida entran en problemas. Ser responsable es evitarlos.

Los cimientos son una parte, pues sobre ellos aplicamos el modelo. Si el edificio que queremos construir no tiene buenos cimientos, no tiene sentido hacerlo. Por lo tanto, los cimientos tienen que quedarse al margen de lo que haga después. En las últimas décadas, el gran problema ha sido que se ha intentado aplicar en un contexto de altos niveles de corrupción y baja calidad de gasto del Estado. Sin ninguna duda que eso hay que corregirlo. Esto pasa porque los modelos económicos tienen dos componentes: mercado y Estado.

¿Cuánto dinero se ha desviado en las últimas décadas por corrupción? Tomen el ejemplo de Odebrecht. ¿Cuántas películas hemos visto en las que por ahorrar se usan cables no adecuados y se producen incendios que hacen mucho daño? Perú tiene buenos cimientos. El problema es que no se han reflejado en el bienestar de todos. Y eso hay que corregirlo a través de reformas. Considero que destruir la maqueta o decir que no sirve porque el constructor fue un corrupto o porque no pensó en que sin un buen sistema de cañerías no llegaría agua a todos es un error.

Sin un Estado que cumpla con su función de igualar oportunidades para todos y que coloque a todos en el mismo punto de partida y sin un mercado que privilegie solo a aquellos que tienen contactos con funcionarios, nada funcionará. Si no lo creen, miren en qué se parecen los países con mayor calidad de vida.

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Carlos Parodi, Economía, Entendiendo de Economía
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