¿Cómo podría fluir la inversión privada, tan importante para reactivar la economía y así aumentar el empleo, si no evitamos que en el camino funcionarios corruptos encarezcan el proceso buscando intereses personales a cambio de una coima? ¿O es que no se puede hacer nada y que debemos caer en la corrupción para poder funcionar? ¿Cómo aumentamos la inversión pública si los gobiernos locales, regionales y central no tienen capacidad de gestión? ¿Cómo sostenemos un país en el que la formalidad solo funciona para 22% de los trabajadores y la mitad de las empresas? ¿Cómo podemos avanzar en un país en el que nadie cree en nadie y reina la intolerancia y desconfianza?
Mal y muy lejos de su potencial. Note, estimado lector, que se trata de factores que en apariencia no están relacionados con la economía. Sin embargo, lo están y mucho. Imagine usted, cuánto tiene que invertir una empresa en seguridad, cuántos días pierde en trámites con el Estado, las dificultades que enfrenta cuando pretende que el Poder Judicial le resuelva un problema. Los funcionarios parecen no seguir las reglas establecidas, sino que favorecen a unos sobre otros.
Mientras no tengamos mejores instituciones, mientras no cambiemos las personas, resulta muy difícil que seamos un país competitivo, capaz de brindar a sus ciudadanos servicios básicos de calidad. El debate institucional está más allá de la izquierda y la derecha, y es anterior a ellas. Miremos el mundo y veamos por qué algunos países funcionan mejor que otros. Encontraremos que son sociedades con altos niveles de confianza interpersonal, que, además, tienen muy bajos niveles de corrupción y Estados que están al servicio de los ciudadanos con eficiencia y eficacia.
*Fotografía perteneciente a terceros
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