[EN LA ARENA] En las últimas marchas que se han convocado contra el Congreso, la Fiscal de la Nación, la Presidenta de la República y el indulto a Alberto Fujimori, se ha sentido la poca participación de jóvenes y adolescentes. Varias explicaciones puede haber al respecto. Una, por ejemplo, se vincula a haberlo vivido, haber estado ahí. Si no se estuvo, ¿se sentirá lo mismo? Por ejemplo, tener 18 años cuando Fujimori comenzó su primer gobierno, implicó haber crecido con apagones, con bombas, espionaje, relatos de torturas y familiares desaparecidos. Tener 28 al terminar su gobierno, cuando se reveló la información sobre la corrupción, el tráfico de armas y drogas, las masacres, supuso salir a marchar y, con la evidencia de los vladivideos, exigir la verdad, enardecidos.
Hoy, una persona de 18 años ha crecido con violencia, robos, extorsiones y asesinatos. Los medios de comunicación de alcance nacional les han mostrado interminables documentales sobre un terrorismo que ya no existe y que solo puede ser vencido por Alberto Fujimori y familia, la razón por la que hay que liberarlo y devolverles el poder. O también puede ser que sus profesores vivieron la toma de sus escuelas por parte de Sendero, y no han querido mencionar el tema en las aulas por temor a la reacción familiar. No vayan a ser denunciados. Y con el sistema judicial que tenemos, quizá sus profesores hayan preferido callar.
Hoy, el Congreso está compuesto en gran medida por parlamentarios que encabezan mafias y diversos grupos de poder informal, como el de los dueños de universidades sin licencia para titular. También en 1990 el Congreso peruano estaba muy mal. Y Fujimori se recuerda como aquel presidente que tuvo el coraje suficiente como para dar un golpe de Estado y frenarlo. (Gesto que quizá pensó Castillo iba a funcionarle a él también.) Ese pragmatismo deja de lado que luego Fujimori convocó a una constituyente, que copada por su partido, consiguió hacer una Constitución adaptable a los intereses del Poder Legislativo (hoy no queda la menor duda) y velada por el Tribunal Constitucional.
Ese “dejar de lado” quiere decir ocultar información. Siguiendo esta argumentación, el silencio político juvenil respecto del indulto podría entonces estar ligado a carecer de referencias que los indignen. ¿Cómo saber que me están contando la historia de manera tergiversada? Más aún, si el mismo Congreso y sus aliados, como el alcalde de Lima, se dedican a satanizar, a caviarizar, a las personas que sí recuerdan los crímenes cometidos. Si los acusan de mentir, de sólo hablar “ideología”, nada mejor que dejar de pensar en temas vendidos como alerta de pobreza socialista.
Esta vieja falacia siempre será efectiva porque un tema doloroso como la verdad ocurrida cuando hay crímenes de lesa humanidad, tan angustiante como la violencia y la corrupción, nos obliga a vivir en un mundo centrado en la desconfianza y ningún joven quiere sentirse así. Es el momento de enamorarse, de construir, de poder proyectarse hacia el futuro. Y para eso se necesita confiar. Suficiente desconfianza hay con las mafias y delincuentes que salen todos los días en televisión. Que quedan libres y de los que tienes que escapar diariamente.
Contra eso tampoco salen a las calles a protestar. ¿Será porque las mafias les son tan naturales como a los mayores de cincuenta un apagón? La marcha contra Merino hizo pensar a todo el país en una generación comprometida a defender su futuro en las calles, y de pronto, ¿dónde está la generación de Inti y Brian? ¿Dónde están aquellos jóvenes de la UNI y San Marcos que apoyaron al Perú que vino a reclamar a Lima las masacres de Boluarte? ¿Será un efecto de la pandemia? ¿Qué tendrían que haber hecho la Fiscal de la Nación y su mafia parlamentaria para conseguir indignarlos y sacarlos a protestar? O si se indignan, ¿se ha agotado el poder de la marcha?, ¿creerán que carecen del poder para logarlo? O será que está naciendo una nueva forma que aún nos resulta invisible.
Qué será, como dice la canción, será.