[MIGRANTE DE PASO] Crecí entre perros y recuerdo a cada uno de ellos como si siguieran a mi lado. Fueron parte de mi desarrollo y sus apariciones en sueños son algo normal. Siempre protegiéndome. De niño sólo podía ir al parque de la esquina si me acompañaba Max. Era un pastor alemán gigante y con un hocico más grande que mi cabeza. En mi memoria está como un personaje mayor que cuidaba de mí. A diferencia de los perros que tuve después donde el rol estaba invertido.
Teníamos alrededor de 10 años, mi primer amigo y yo, cuando vivimos uno de los recuerdos que más atesoro y está implantado en mí. Hasta el día de hoy recordamos esta historia con cariño. Al igual que mi hermano y yo, él también tenía alma canina, de hecho, su apodo es “cachorro”.
Después de largas noches de videojuegos compartía cama con Max. Miles de historias, peleas en la calle y consuelos convierten una amistad en hermandad y dura para toda la vida. Tengo la bendición de estar rodeado de amigos de ese nivel. Hay muchas personas que nunca llegan a conocer la verdadera naturaleza de estos vínculos. No suelo llevarme bien con ellos.
Fuimos al parque con Max, nuestras cabezas lo superaban en altura por pocos centímetros. Un borracho que habrá tenido 20 años, en ese momento lo vimos cómo alguien adulto en su totalidad, nos gritó: ¡Ese es el perro que ladra todas las mañanas! (era mentira porque nunca lo paseábamos tan temprano). Después del grito abusivo le dio una patada en la cabeza. Inmediatamente el pastor alemán se puso frente a nosotros y parecía convertirse en lobo, dejando su domesticidad atrás. Su pelaje dorado se erizo, retrajo las encías y mostró los enormes colmillos que lo caracterizaban. Nosotros, los de alma canina, no solemos tenerle miedo al conflicto, pero éramos niños y no podíamos defendernos efectivamente. Soltamos la correa sin pensarlo dos veces. La enorme bestia saltó hacia el tipo desagradable y lo tumbó al piso sin morderlo. Solo lo sometió con su peso y presencia amenazante que lo mantenía en el suelo.
-¡Max! -Bastó una llamada para que regrese a su estado natural y deje al borracho levantarse. El susto lo obligó al tipo a alejarse, como con la cola entre las patas.
Como todo buen perro, él tenía en el ADN el deber de proteger a los niños. Hay algo heroico detrás de toda gran mascota. El adorable e imponente pastor se aseguraba que mi hermano y padres estén bien antes de irse a dormir a los pies de mi cama. Aun cuando envejeció y sus patas traseras se habían debilitado, ponía todo su esfuerzo para subir las escaleras y cumplir con su rutina protectora. Por más que insistiéramos en que durmiese en el primer piso no lo iba a hacer. En sus últimos meses teníamos que cargarlo.
Un día, al regresar del colegio, su enorme figura no estaba esperándonos en la puerta. Algo iba mal. Encontramos que un mantón cubría el cuerpo lobezno al costado de un hueco que habían hecho en el jardín. Hasta hoy su cuerpo descansa ahí. Aun de niño imaginaba cómo seguía protegiéndonos. El típico apetito voraz post colegio había desaparecido. Comía con lágrimas silenciosas. Intenté hacerme el fuerte sin lograrlo. Todavía puedo escuchar el sonido de un golpe desesperanzado de mi hermano a una madera en la pared. Por más que era algo invariable, éramos muy chicos para aceptar la muerte de un ser querido. Vinieron unas semanas con los pies fríos, sin ladridos bulliciosos y con pensamientos que por primera vez eran invadidos por la muerte. Al final seguimos viviendo con la fiereza que nos había contagiado Max.
Las personas caninas tienen esta característica. Nunca olvidaremos las lecciones que nuestras queridas mascotas nos dieron. Mi hermano y yo compartimos, ahora mayores, la idea de que los niños se tienen que defender con un cuchillo entre los dientes, como lo hacía Max. No sólo por ficciones que ponen a la infancia como el verdadero rey de la sociedad (Naruto) y una educación excelente de mis padres y abuela, que nos sigue defendiendo. Más importante que las notas y el colegio estaba nuestro bienestar junto con siempre defendernos de quien sea y de ayudar a quienes no pueden hacerlo. Actualmente existe una obsesión por logros académicos, por medir el éxito en dinero y determinar el valor de una persona según esos factores. Yo le atribuyo a esa visión repugnante la culpa de ser una sociedad sin sabiduría, ensimismada y poca empática.
Se subestiman los beneficios de crecer con uno o varios perros. Son fundamentales para contrarrestar lo mencionado antes. Está comprobado que es beneficioso para el desarrollo emocional ya que cuentas con una fuente de apoyo y amor incondicional. También aumenta el sentido de responsabilidad al darse uno cuenta de que todo animal doméstico requiere de cuidados. Para los pequeños también fomenta el desarrollo cognitivo como las habilidades de comunicación, trabajo en equipo y la empatía. Por último, tiene beneficios fisiológicos, como mejorar el sistema inmune.
Está claro que si tienes una mascota es para que sea parte de la familia. Existe un sinfín de personas que las tiene para estar encerradas, para cuidar la casa y peor aún para pelear. Un sinfín de gente que no merece el cariño de un animal. Seres humanos despreciables. Estas acciones llenan a los perros de ansiedad y miedo. Los convierte en animales incontrolables y peligrosos. Siempre es culpa del dueño y no del animal.
Después de meses sin mascotas la casa se sentía vacía. Los ánimos familiares habían disminuido y mis padres tomaron la decisión de tener nuevamente perros. Lo mejor que pudieron hacer para que sus hijos recuperen el ímpetu diario, no había desaparecido, pero fue un impulso anímico. Esta vez fueron dos. Primero llegó Apu, un boxer marrón. Unas semanas después Quipu, un siberiano husky que enamoraba, por su belleza, a quien sea que se lo cruce.
Junto con ellos también hubo gran aprendizaje. Ver cómo se van estableciendo las dinámicas de comportamiento entre ellos te enseña mucho. Incluso desarrollas una visión “científica” al analizar cómo funcionan en grupo. Ya de adolescente las noches de videojuegos continuaban, pero también había fiestas y visitas de personas que no eran parte de mi círculo cercano. Desarrollé la particular costumbre de tener una primera impresión de las personas según su trato a los perros. Aprendí a diferenciar entre miedo y antipatía. Las personas que juegan con los perros y sonríen al verlos suelen tener una visión de la vida optimista y lúdica. Los perros responden a esto dando cariño y cercanía.
Nunca se llegó a establecer una jerarquía entre Apu y Quipu. Lamentablemente nuestro boxer tenía una enfermedad genética no detectada que lo llevó a una muerte prematura. Esta vez el bajón emocional también afectó al otro perro. Los siberianos tienen una naturaleza de manada y de cuidado. Se domesticaron prácticamente solos porque se metían instintivamente a las casas acechadas por heladas intensas y calentaban a los bebes y niños. De esa manera, se creó un vínculo estrecho entre ellos y los humanos.
Quipu ya no quería comer porque había perdido a su compañero. Recibimos una lección sobre la mente animal. Los perros no sólo tienen sentimientos, sino que muestran sistemas de emociones complejas. En parte por ser mamíferos y contar con estructuras cerebrales similares a nosotros. Acudimos al veterinario para buscar una solución a la depresión canina. Efectivamente existe y los síntomas son similares a la de los humanos. La respuesta estaba en tener más perros.
Mi hermano y yo queríamos otro pastor alemán y mi madre quería un perro pequeño. Ante las discusiones optamos por tener dos perros más. Brego, por el caballo de Aragorn en El Señor de los Anillos, fue el pastor alemán. El otro, Gruñón, por su carácter, un Jack Russell. Quipu recuperó el apetito y desde un inicio se estableció como el perro alfa de la manada. Hubo una diferencia en él, esta vez mantuvo una postura dominante y de líder. Es increíble notar los intercambios de energía que ocurren diariamente entre los perros. Extrañamente los tres comían del mismo plato sin pelearse, cuando hay varios perros estas conductas son establecidas por el alfa.
Gruñón creció más de lo normal y se volvió un Jack Russell enorme. Eso lo ayudó a mantener su posición entre los otros dos, que eran significativamente más grandes. El y Quipu siguen viviendo, ya viejos, en la casa de mis padres. Gruñón está canoso y gordo, incluso tuvo que tomar pastillas para el colesterol en un momento. Quipu de 14 años ahorra energía durmiendo constantemente y se mantiene gracias a un tratamiento de rayos láser y acupuntura. Siguen felices bajo el cuidado de mis padres.
Luego de años llegó un cuarto perro. Maui que supuestamente era un pitbull normal, pero llegó a crecer hasta pesar 55 kilos, claramente no era normal para la raza. Con él noté los prejuicios que existe hacia este tipo de perros. Cuando lo paseaba la gente cruzaba la vereda e incluso cuando otros perros lo han atacado y él se ha mantenido tranquilo he escuchado a personas gritar “que maten a ese perro”. Yo respondía sin asco a los ataques. Entre mis perros y esta gente desagradable los prefiero a ellos.
Brego, el pastor alemán, estaba un poco loco, pero no era violento. A veces parecía desconectarse y ladraba descontroladamente. Durmió conmigo hasta su ultimo día. Vivió largos años y por fin entendí lo que habían vivido mis padres con Max. Pedí permiso en mi trabajo para estar con él en el momento que lo harían dormir para siempre. A pesar del sufrimiento de su enfermedad no se iba a quedar tranquilo sin que estemos ahí. Con mi mano acariciándolo se fue quedando dormido. Cerró los ojos para no abrirlos de nuevo. Ya adulto quería quedarme con él y salir del lugar donde estaba ha sido de las cosas más difíciles que he vivido. Supongo que la edad no importa ante eventos tristes. La reacción fue distinta, pero la emoción similar.
Ser conocidos como el mejor amigo del humano no es casualidad. Los lobos, antepasados de todos los perros, se unieron naturalmente a los humanos para comer de las sobras. Al final terminaron trabajando juntos. La historia entre las dos especies se remonta a más de 40 mil años. Ahora nos acompañan cotidianamente. Todos deberíamos cuidar de ellos y es importante fomentar el desarrollo de los niños trabajando con perros y otros animales. En algún momento, la crueldad animal se va a detener. La clave está en pensar en los animales de alta inteligencia como personas no humanas.