Música

[MÚSICA MAESTRO]  La subcultura “fitness” existe desde hace muchos años y siempre ha estado asociada a una combinación de conceptos que van desde los más positivos e incuestionables -salud corporal, buena alimentación, actitud ganadora, actividad física para combatir el sedentarismo y los males que eso trae- hasta otros que, en determinados niveles, pueden volverse coartadas o bases para múltiples vicios sociales -vanidad excesiva, obsesión con la imagen, consumo de “suplementos” para potenciar resultados, hipersexualización de relaciones sociales-, sus múltiples ramificaciones y consecuencias.

Se trata de un tema con tantas aristas socioculturales que sorprende ver la ausencia de estudios medianamente profundos y serios al respecto. Por lo menos en el ciberespacio, más allá de opiniones salpicadas por aquí y por allá, hay muy poca información sobre los entresijos de una actividad deportiva socialmente aceptada y comercialmente rentable en la que se cuelan, de contrabando, muchas otras que van por caminos diferentes.

Una de esas aristas socioculturales es la que pretendo abordar aquí, relacionada a la música que suele escucharse en las grandes cadenas de gimnasios de Lima que, dicho sea de paso, han comenzado el 2024 enfrascadas en una mini guerra publicitaria de captación de clientes por el reciente cierre de un par de sedes de BodyTech, una de las más conocidas. La música que escogen estos negocios para ambientar sus concurridos locales a la vez que entretienen y estimulan a sus usuarios puede parecer un tema superficial, más allá de ser una decisión propia a la que tienen pleno derecho, pero también es la cara más visible de una estrategia de marketing que refleja mucho los usos y costumbres de ese universo de ciudadanos, sus expectativas, ideologías y formas de ver la vida.

¿Y cuál es mi motivación para tocar ese tema? Ocurre que, siendo el melómano empedernido que soy, cada visita al gimnasio es una auténtica tortura auditiva. De hecho, cuando pensaba en el nombre de esta columna, mi primera opción fue “La horrible música que ponen…” Pero, como entiendo que eso de “horrible”, al ser mi percepción personal, puede generar reacciones destempladas y fascistoides que me manden a callar la boca con la cantaleta esa del “si no te gusta tal cosa entonces no te ocupes de ella”, preferí omitir el adjetivo en el titular para no causar resquemores a primera vista. Pero sí, la música que ponen en las grandes cadenas de gimnasios de Lima me parece absolutamente horrorosa.

Dicho sea de paso y solo para dar contexto debo decir que, en esto de los gimnasios, soy un outsider total. Desde que comencé a asistir, hace ya más de una década -me tuvieron que convencer y casi llevar a rastras al principio-, mi única intención fue y sigue siendo mantener cierto nivel de actividad física que me pusiera a salvo de las consecuencias de un trabajo sedentario y un estilo de vida bastante alejado del deporte.

Si bien fui un jugador compulsivo de “fulbito” entre los 8 y los 16 años, la verdad es que, durante las dos décadas siguientes, mi mayor ejercicio consistió en las largas caminatas que solía hacer, yendo de un lugar a otro buscando trabajo o cumpliendo funciones diversas en mis primeras experiencias laborales. Y sigo pensando que entrenar la mente y el espíritu -con libros, películas y música- es tan reconfortante y vital que entrenar el cuerpo. Respeto mucho a aquellas personas que tienen la tenacidad, constancia y tiempo para programar su semana según los músculos que les toca ejercitar, pesan sus porciones de alimentos y pasan seis de siete días a la semana en los gimnasios, pero no es mi objetivo al buscar una suscripción. En todo caso, asumir la necesidad e importancia de mantener actividad física -así no sea a nivel “pro”- es una decisión inteligente y responsable, sobre todo si uno está a punto de cumplir cincuenta años.

Como decía al principio, la subcultura de lo “fitness” no es novedad ni mucho menos. Sin necesidad de remontarnos a los gimnasios grecorromanos en los albores de la historia occidental, la búsqueda de cuerpos atléticos ha sido siempre una oferta apetecible como herramienta de ascenso y popularidad social, además de sus obvios efectos positivos en términos de salud anímica y corporal. En ese sentido, las técnicas para mantenerse en buen estado físico con posibilidades de alcanzar el nivel de deportistas de élite, sin llegar a serlo necesariamente, demostraron su potencial comercial desde hace décadas.

En los tiempos de mis padres y abuelos ya se hablaba, por ejemplo, de Charles Atlas (1892-1972), el físico culturista ítalo-norteamericano que comenzó a vender métodos de ejercicios por correspondencia, para ser ejecutados en casa. En los ochenta, la reconocida actriz y activista norteamericana Jane Fonda (86), fue pionera de la comercialización de videos para hacer aeróbicos, incorporando al público femenino en un rubro que, inicialmente, se concentró en los hombres, los únicos que iban tradicionalmente a los gimnasios para cargar pesas, saltar sogas, definir abdominales y redoblar el tamaño de brazos, pectorales, espaldas y piernas.

Esa combinación de salud y vanidad fue evolucionando hasta convertirse en lo que es ahora, un inmenso negocio de cadenas y franquicias internacionales con maquinarias cada vez más sofisticadas y espacios donde hombres y mujeres bailan, se agitan, cargan todo tipo de objetos, se ponen en manos de expertos (los famosos “personal trainers”) y se miran compulsivamente al espejo -muchos de ellos, no todos por supuesto, porque no son buenas las generalizaciones-, desde todos los ángulos posibles, mientras sus SmartWatches les dicen cuántos pasos dieron y cuántas calorías no deberán consumir el lunes por los desarreglos del fin de semana.

Toda esta parafernalia de lo que algunos comentaristas en internet llaman “Subcultura Fitster”, neologismo provocador que une lo “fit” con lo “hipster” para demarcar el perfil socioeconómico de los usuarios de gimnasios modernos -millennials, profesionales jóvenes con buenos ingresos, hombres y mujeres de mediana edad preocupados por su imagen, pero también por sus triglicéridos y sus articulaciones- tiene, desde luego, una banda sonora.

La música es, por definición general, motivadora y estimulante desde el punto de vista emocional, independientemente del género o estilo, puesto que los gustos musicales son diferentes y multiformes según personas o grupos de personas. Desde que se comenzó a extender la asistencia a los gimnasios con fines que no fueran necesariamente la participación en competencias tradicionales -olimpiadas, juegos panamericanos, torneos de físico culturismo, halterofilia y afines-, las sesiones de ejercicios en estos locales cerrados o en videos usaban canciones de fondo muy rítmicas y rápidas, para seguir el paso si uno estaba corriendo, pedaleando en una bicicleta estacionaria, etc.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte parece que los gimnasios en Lima se asumen a sí mismos como sucursales de discotecas y radios populares en las que reinan géneros como reggaetón, latin-pop, cumbia y todas las canciones de moda, como esas espantosas versiones en salsa/merengue de baladas antiguas como Otro ocupa mi lugar (Miguel Gallardo, 1977) o La gata bajo la lluvia (Rocío Dúrcal, 1981) que, más que al deporte parecen remitir a la escena farandulesca local con esas letras de despecho y engaño que cantan y bailan a toda velocidad, como exorcizando sus demonios internos. Además, gracias a la tecnología que permite manipular los archivos de audio, los DJ pueden aumentar o disminuir de velocidad estas pistas musicales -algo bastante irritante- para marcar el ritmo de las rutinas de ejercicios o bailes grupales que más parecen castings para programas de espectáculos. Y todo a un volumen tan alto que puede llegar a causarme náuseas. Claro, eso me pasa a mí, pero a los “fitsters” sí les encanta. Y mucho.

¿Por qué pasa esto? Es decir, ¿quién decretó que solo escuchando a Bad Bunny, Shakira, Bruno Mars, Agua Bella o Daniela Darcourt es posible entrenar o, en todo caso, se entrena más a gusto? ¿Debo irme a mi casa a entrenar si no me gusta la música que ponen? La asociación de ideas que existe entre realizar cualquier actividad dentro de un gimnasio -caminar o correr en una banda, hacer pasos de escalera, flexiones, abdominales, bicicletas, sala de máquinas y pesas, cámaras de sauna- y escuchar esa insoportable sucesión de éxitos discotequeros y farandulescos, es la única razón por la cual abandonaría el gimnasio para siempre.

En otras épocas, solía atorar los buzones de sugerencias pidiéndoles que, por lo menos, le den algo más de variedad a las canciones. Después de todo, hay muchísima y muy energética música electrónica, rock clásico, rock en español, salsa, merengue y demás géneros de otras épocas que podrían servir como fondo estimulante para deportistas comprometidos o, como yo, aspirantes a moverse un poco, simplemente. Nunca acusaron recibo de mis solicitudes. Y ni siquiera los audífonos sirven porque los decibeles son tan invasivos que terminan por saturar el espacio cerrado, haciendo que las paredes retumben. A estas alturas, ya tiré la toalla.

Es la metáfora perfecta del poder que tienen la moda y los gustos de las masas, desde luego. Es un asunto de marketing, pero también de validación de prejuicios, nuevamente, mezclando la salud con las tendencias orientadas a lo “fashion”, a lo “cool”. ¿Eres joven y tienes una intensa vida social los fines de semana? Ven y síguela en nuestro gimnasio. Es, para bien o para mal, el criterio imperante en esta actividad comercial y altamente rentable. Por otro lado, para nadie es un secreto que los gimnasios son -también desde hace mucho- un espacio para toda clase de socializaciones y cruces de miradas. Pero, como no es mi intención entrar en arenas movedizas, pues no es el espacio para hacerlo, aplico la sabiduría popular de mis admirados Sumo: “Mejor no hablar de ciertas cosas”.

Si el objetivo principal de una cadena de gimnasios es vender la promesa de mantenerse en buena forma física -por salud, porque estamos en verano-, más allá de la edad que se tenga, ¿por qué circunscribir su música de fondo a aquello que solo disfrutan los más jóvenes o los más fiesteros? Claro, no espero que musicalicen sus clases de cycling con What a wonderful world de Louis Armstrong, la Cabalgata de las Valquirias de Richard Wagner, A night in Tunisia (Dizzy Gillespie) o alguna selección de canciones de King Crimson (aunque yo no me opondría en absoluto). Pero hay cientos, acaso miles, de canciones de todos los géneros imaginables, que le irían muy bien a una sala de máquinas, a un espacio repleto de bicicletas estacionarias o a una fila de corredores, en frenesí “cardio”.

Recuerdo, por ejemplo, el video de Physical (1981), éxito del álbum del mismo nombre de Olivia Newton-John (1948-2022). O las ganas de salir a correr cada vez que escucho canciones como The trooper (Iron Maiden, 1982), Don’t stop me now (Queen, 1978) o Gonna fly now (Bill Conti, 1976), tema central de la primera parte de la saga del boxeador Rocky Balboa, que es una especie de pop-rock sinfónico con tintes de soul, el sueño logrado de todo amante de “hacer steps” -en alusión, por supuesto, a la escena de los 72 escalones que sube, triunfal, el legendario personaje interpretado por Sylvester Stallone. Pero también entiendo que es, en definitiva, una cuestión de idiosincrasias, estudios de mercado y preconceptos. Siguiendo los dictados del recordado Augusto Ferrando (1919-1999), los gerentes de marketing de los gimnasios actuales aplican su máxima absoluta al momento de programar a todo volumen las majaderías de Maluma, Taylor Swift o Ñengo Flow: “eso es lo que le gusta a la gente”.

Pero las cosas podrían ser distintas si se atrevieran a ir más allá, incorporando todas las opciones musicales que dejan de lado por aquello de ir siempre a la segura. Modded, una revista norteamericana online especializada en deportes abre una nota titulada Seven best workout music genres (Siete mejores géneros musicales para entrenar) así: “Las personas escuchan toda clase de música en los gimnasios locales. Definitivamente no podemos asegurar que un género musical sea más beneficioso que otro, porque la música es altamente subjetiva. Todos tenemos gustos diferentes y únicos. Pero, sin importar nuestras preferencias musicales específicas, la mayoría de nosotros busca las siguientes características cuando prepara una playlist para entrenar: canciones rápidas, bajos fuertes, letras apasionadas y estimulantes, ritmos marcados”. Y a continuación menciona los siete mejores ritmos para entrenar, según su punto de vista: 1) Rap, 2) Música electrónica (EDM), 3) Pop, 4) Hard-Rock, 5) Rock Clásico, 6) Heavy Metal y 7) R&B. No reggaetón. No timba. No canciones de farándula.

Por mi parte, prefiero imaginar mi propia lista de reproducción para las breves sesiones de ejercicio y desintoxicantes visitas a las cámaras de sauna que hago de vez en cuando: ¿Quién dice que uno no puede correr escuchando Close to the edge (Yes), Wake up dead (Megadeth), Should I stay or should I go (The Clash) o el Bitches brew de Miles Davis de principio a fin? ¿No sería bacán ir a un gimnasio en el que, en lugar de escuchar a Marisol dando de gritos, como si nos encontráramos en una combi, uno pudiera oír, a todo volumen, Highway star (Deep Purple)?

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Gimnasios, Lima, Música, Subcultura Fitness

[CASITA DE CARTÓN]  Esta casita de cartón abre sus puertas un nuevo año, viendo el amanecer en Santiago de Chile, con su sol fulguroso traspasando las ventanas y provocando emociones encontradas. Este año que se fue, probablemente sea el año más difícil que haya transitado, donde entendí que la ‘vida solo vale un segundo’. Y con esto que se entienda con lo singular y caprichoso que tiende ser. Y al perderme por lugares recónditas, como suelo hacer en cada ciudad que voy,  veo en pleno corazón de esta capital, un mural del inmenso cantautor, Víctor Jara,  con la frase de una de sus memorables piezas musicales, ‘El derecho de vivir en paz’. Y que va muy en consonancia con el año que ha pasado, que viene acarreando miserables guerras y derramamientos de sangres, donde los grandes perdedores como siempre somos nosotros, la población. Pero también se me viene a la mente, ‘Te recuerdo Amanda’, canción del cual en parte adopté el, Manuel, para mi álter ego en mi novela Generación Equivocada, ‘Manuel Esponja’. Me quedo perplejo ante su mirada del vate al cielo, lugar donde debe estar, en el parnaso sagrado de las letras. De pronto me pregunto, ¿cuándo volverá Manuel? En referencia a la canción. Y lo pongo en el celular, y me reencuentro por un momento con aquella persona retratada y su sentir, con la sencilla osadía de percibir sus sensaciones, y como años atrás, profundamente me conmueve, al punto de botar lagrimitas, en aquellas épocas cuando suspiraba sobre la esperanza de un mundo mejor o cuando dedicaba canciones de amor a mi compañera de vida por aquel entonces, de otros extraordinarios hermosos locos como Silvio Rodríguez o Joaquín Sabina. Qué serán de esas canciones como de ella, y como de aquel joven soñador, Manuel Esponja. Eran buenos tiempos más allá de toda tristeza, porque al final quedaba la frase de Miguel Abuelo: ‘Más allá de toda pena, siento que la vida es buena’. Y eso fue, aquellos tiempos de ensueño en un cambio social y en el amor. Con eso cumplí, así que tranquilamente ya puedo caminar por los círculos dantescos en el infierno. Y cada año que pasa, es un año menos de vida, como apuntalara el genio argentino, Charly García, o un año nuevo, un nuevo amanecer, como normalmente la gente profesa, dentro de la esperanza de que cambiarán su vida para mejor. Y ahora estoy en ese timón, por más que el surco de la cotidianidad muchas veces sea agobiante o desesperanzada, o ‘la luna una explosión’ ante la trágica y reiterativa historia del hombre y las guerras.

Creo que este año me ha acercado a definirme, de alguna manera, en lo esencial, por más que el dandi de la poesía, el vino y la elegancia, Oscar Wilde, señalara que ‘definirse es limitarse’. Pero es que hay cosas con las que uno nace y  que no se podrán diluir, por más que la corriente de los hechos traten de endurecernos o hasta fulminarnos, y es que no podemos ir contra natura, y sí, soy trágicamente sensible, pero eso no me imposibilita de ver la vida con los ojos de la neutralidad, o por lo menos lo intento. Y ahora, en esta etapa, después de quemar las cortinas de la noche, aceptando mis sombras. Y es que como señalaría Nietzsche: ‘Debes estar preparado para arder en tú propio fuego: ¿Cómo podrías renacer sin haberte convertido en cenizas? Y aquí seguimos, la historia del loco y el suicida todavía escribe su historia de vida en este año en qué aprendió a vivir. Para cuando me lleve la parca, me iré tranquilo, ya viví lo suficiente. O como cantaría al viento, el encantador de los lirios y los versos, Pablo Neruda, ‘Confieso que he vivido’. Ya no es ‘Me olvidé de vivir’, de Julio Iglesias, ya no. Así que la función debe continuar, hasta que el destino diga basta.

Esta casita de cartón cierra sus puertas agradeciendo a los que se toman el tiempo de leer estas líneas. Y a los que me escriben por eso. Buen año para todos esos hermosos locos lectores.

 

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Aceptación, Música, poesía, Vivencias

[MÚSICA MAESTRO] Cada vez que uso el transporte público termino agotado. Y no por las acrobacias que uno debe ejecutar, a veces, para no caerse al subir con el vehículo en movimiento, las apreturas en asientos incómodos y micros reventando de gente o los repetitivos discursos de vendedores que, en todos los tonos, se ganan la vida contando sus historias -algunas graciosas, otras trágicas- y ofreciendo desde caramelos hasta fórmulas para ser feliz.

El agotamiento -cerebral y físico- me lo ocasionan las canciones que el chofer pone a todo volumen y que se funden, en insoportable contaminación sonora, con el distorsionado zumbido de varios celulares activados a la vez por pasajeros que, sin audífonos, nos obligan prepotentemente a sufrir el monocorde catálogo de éxitos del momento y las estupideces que ven/escuchan, hipnotizados, en Tik Tok.

Me pregunto, ¿acaso no se cansan nunca del repetitivo tundete reggaetonero (o, como diría el productor panameño Rodney Clark Donalds, alias «El Chombo», el tumpa-tumpa), la guitarrita chillona y la voz de pajarito de los intérpretes de bachatas, los gritos de cumbiamberos que van desde las irritantes notas agudas y artificialmente entonadas del Grupo 5 hasta los alaridos destemplados de Tony Rosado? La respuesta es obvia, ellos no se cansan. Nunca se cansan.

Entonces, comencé a preguntarme qué canciones no me canso yo de escuchar y, luego de una larga preselección, terminé con tres listados enormes. Uno de música en inglés -pop-rock clásico-, uno segundo de música en español -un batido de baladas, trovas, pop-rock, criolla, salsa y latinoamericana- y un tercero de música instrumental, clásica y jazz. Quiero empezar esta serie de indulgencias personales con esta primera selección arbitraria, dedicada a canciones en inglés (aquí mi Playlist de YouTube). Siendo una persona obsesionada con casi todas las formas musicales -excepto el reggaetón y todo el latin-pop de los últimos veinte años, géneros que me cuesta considerar “formas musicales” pues las veo más como productos armados con una multiplicidad de elementos, entre ellos, sonidos y ritmos tomados de aquí y allá- me fue difícil hacer estos recuentos. Literalmente, puedo escuchar estas veinte canciones una y otra vez sin cansarme. Allá les van:

ACES HIGH – IRON MAIDEN (Powerslave, 1984): Este vertiginoso tema abre, con palabras de Winston Churchill, el quinto disco de Iron Maiden y sirvió para empezar los conciertos reunidos en el portentoso doble en directo Live after death (1985). La letra, entonada por Bruce Dickinson y escrita por el bajista Steve Harris, evoca a la Royal Air Force durante la Segunda Guerra Mundial. Los solos de Adrian Smith y Dave Murray aun me escarapelan la piel. Y ese final, lento y dramático, es inolvidable (verla en vivo, aquí).

AND YOU AND I – YES (Close to the edge, 1972): De todas las suites que hizo el quinteto británico, esta es la que más emociones me suscita. Los armónicos acústicos de Steve Howe al inicio, misteriosos y tensos (que retornan a la mitad); el celestial solo liberador de Rick Wakeman en la segunda parte; el omnipresente bajo Rickenbacker de Chris Squire y las letras místicas, con cierta carga política, escritas y cantadas por Jon Anderson; redondean la quintaesencia de lo que fue Yes entre 1969 y 1974: impresionismo musical, destreza y mucha imaginación. Sus primeras versiones en vivo son espectaculares.

AND YOUR BIRD CAN SING – THE BEATLES (Revolver, 1966): Puedo decir que no me canso nunca de escuchar a los Beatles. Pero escogí esta canción porque ese brillante sonido de las guitarras de Harrison y Lennon la hacen especial en el repertorio que elaboraron para este álbum de transición hacia experimentaciones menos convencionales. Me imagino a Roger McGuinn y Tom Petty reproduciendo el intrincado riff de este clásico que ha tenido muchas interpretaciones, entre ellas un ataque mordaz a Frank Sinatra. De niño, fue uno de mis capítulos favoritos de la serie animada que pasaban en Canal 5.

BACHELORETTE/JÓGA – BJÖRK (Homogenic, 1997): Me permito esta pequeña trampa al poner dos canciones de “mi marciana favorita”, la cantante y compositora Björk. Las dos aparecen en su tercer álbum y comparten elementos sinfónicos de belleza surrealista y profundidad electrónica. Mientras que la islandesa elabora, en Bachelorette, un cuento sobre un personaje ficticio, Jóga está dedicada a una persona real, su mejor amiga. El uso combinado de cuerdas -violines, cellos-, sintetizadores y efectos de sonido son como un lienzo de sonidos cautivantes y adictivos (las dos juntas, en vivo, en este video).

BLACK HOLE SUN – SOUNDGARDEN (Superunknown, 1994): Una canción para estos tiempos de ladrones pistoleros, agresores de perros, congresistas/ministros impresentables, farándulas chabacanas y pederastas cibernéticos. Eso es esta pesada oda a la extinción humana que Chris Cornell escribió en 15 minutos e incluye un lacerante solo de Kim Thayil. El pesadillesco video es lo que quiero para mi país cada vez que veo un noticiero. Un dato aparte, el crooner canadiense Paul Anka la grabó en versión jazz para su disco Rock swings (2005).

BLASPHEMOUS RUMOURS – DEPECHE MODE (Some great reward, 1984): Los sonidos industriales -martillos sobre placas de metal- y cornos franceses simulados en sintetizadores del principio le dan el aura oscura que necesita este tema, un cuestionamiento muy serio a la divinidad a partir de la historia de una atribulada adolescente que intenta suicidarse. El “enfermizo sentido del humor que debe tener Dios” al que alude el coro -en medio de un luminoso tecnopop- casi le cuesta unas cuantas censuras a su autor, Martin Gore, incluso al interior de su propio grupo.

BOHEMIAN RHAPSODY – QUEEN (A night at the opera, 1975): La guitarra de Brian May hace, en apenas 28 segundos, uno de los solos más electrizantes de la historia del rock para después dar paso a una extravagancia sin precedentes en aquel entonces. Más de 180 pistas vocales grabadas por Freddie Mercury, Brian May y Roger Taylor fueron montadas para simular un coro grandioso y polifónico. El cuento trágico que empieza como balada, tiene intermedio operístico y termina con un poderoso hard-rock posee tantos detalles que necesitaría dedicarle una columna entera.

CAN´T FIGHT THIS FEELING – REO SPEEDWAGON (Wheels are turnin’, 1984): Por razones personalísimas, esta canción me viene acompañando desde hace tres décadas y lo seguirá haciendo hasta el día de mi muerte. Las armonías vocales que arman Bruce Hall (bajo) y Alan Gratzer (batería) le dan gran emotividad al coro principal. Gary Richrath, por su parte, le mete fuego a su Gibson Les Paul para hacer de esta una de las mejores power ballads de los años ochenta. Fue escrita por el vocalista/pianista Kevin Cronin (aquí, en Live Aid).

COSMIK DEBRIS – FRANK ZAPPA (Apostrophe, 1974): Este blues encuentra a Zappa -otro de quien no me canso de escuchar nada de lo que dejó grabado- al frente de la que quizás fue su mejor banda que incluyó, entre otros, a George Duke (teclados), Ruth Underwood (vibráfono) y Chester Thompson (futuro baterista de Genesis). Es una mofa a los “vendedores de sebo de culebra”, falsos gurúes y charlatanes de toda laya. En los coros, las Ikettes, coristas de Ike y Tina. La versión en vivo, publicada en el boxset The Roxy Performances, es imperdible por la atmósfera relajada de los músicos.

GOODBYE STRANGER – SUPERTRAMP (Breakfast in America, 1979): Aunque su imagen es bastante hippie -túnicas, pelos y barbas largas- la elegancia de su sonido es indiscutible. En Goodbye stranger, escrita y cantada por Rick Davies, al piano Wurlitzer, se condensan todos los elementos que hicieron única a este quinteto inglés. Los falsetes, silbidos, panderetas y ese solo de guitarra de Roger Hodgson en el minuto final, apoyado por la apretada base rítmica de Dougie Thompson (bajo) y Bob Siebenberg (batería), son una maravilla.

LA VILLA STRANGIATO – RUSH (Hemispheres, 1978): La primera vez que oí este instrumental, en un recopilatorio doble llamado Chronicles, lo que más llamó mi atención fue reconocer una melodía que había escuchado de niño, en un capítulo de Looney Tunes. Powerhouse (Raymond Scott, 1937) es incluida en la sección denominada Monsters/Monsters reprise. Por supuesto que el tema, con el que el trío cerró la década de los setenta, muestra las extraordinarias habilidades de sus integrantes, Geddy Lee (bajo), Neil Peart (batería) y Alex Lifeson (guitarra).

MASTER OF PUPPETS – METALLICA (Master of puppets, 1986): El tema-título del tercer LP de Metallica -la canción que más han tocado en sus cuatro décadas de carrera- es un torbellino de ocho minutos y medio con un oasis de paz al medio, creado por las guitarras de Kirk Hammett y James Hetfield. La críptica metáfora sobre cómo las drogas pueden destruir tu vida no aburre nunca por sus cambios, solos y ese bajo de Cliff Burton que se aprecia mejor en versiones remasterizadas (aquí, en vivo en el 2019).

MORNING DEW – GRATEFUL DEAD (The Grateful Dead, 1967): “Despiértame en el rocío de la mañana” dice el primer verso de esta tonada canadiense de los años treinta, situada en un contexto post-apocalipsis. Jerry García y su corte de gitanos psicodélicos la grabaron en su disco debut. Pero es la versión en vivo de 1974, en el legendario auditorio de Winterland, la que me obsesionó. El sentimiento en la voz y guitarra de García es conmovedor. Casi a los seis minutos, el tema despega y su Gibson SG hace magia pura.

STARLESS – KING CRIMSON (Red, 1974): La pieza de casi trece minutos que cierra el último LP de la primera etapa de King Crimson es de una intensidad melancólica y oscura. El mellotrón y guitarra iniciales de Robert Fripp, los saxos de Ian McDonald y Mel Collins y la letra etérea son quebradas con un interludio en que guitarras y percusiones dispersas siembran la incertidumbre mientras el bajo de John Wetton va creciendo, junto con la batería de Bill Bruford, hasta explotar en un aquelarre de turbulento y ácido jazz-rock.

SUPPER’S READY – GENESIS (Foxtrot, 1972): Con sus casi 23 minutos de duración, esta historia en la que Peter Gabriel juguetea con conceptos bíblicos, fantasmagóricos y románticos/filosóficos, junta varias canciones en una sola, pieza central de su cuarto LP y de sus conciertos hasta 1974. A lo largo del cuento, Gabriel adopta varias caracterizaciones vocales mientras la banda realiza complejos pasajes de alto nivel. En la versión original de Foxtrot, Supper’s ready ocupa prácticamente todo el Lado B, precedida por una corta viñeta acústica de Steve Hackett, Horizons.

THAT’S THE WAY OF THE WORLD – EARTH WIND & FIRE (That’s the way of the world, 1975): Si hay un tema que resume la filosofía que movía a la formación original de este sensacional combo de soul, R&B y funk es este, que le da título a su sexto álbum. El solo de guitarra de Johnny Graham le da un toque distintivo a esta canción que sirve, en los actuales conciertos de EWF, para recordar la figura de su líder espiritual, motor creativo y fundador, el cantante y percusionista Maurice White, fallecido en el año 2016.

TOMMY THE CAT – PRIMUS (Sailing the seas of cheese, 1991): Para muchos entusiastas del rock de los noventa, el bajista definitivo de esa década fue Flea (Michael Balzary) de los Red Hot Chili Peppers. Probablemente no conocieron a Les Claypool. En este tema participa el genial Tom Waits, poniéndole voz aguardentosa al protagonista de la historia, Tommy, un gato callejero (en vivo Les alterna su narración en megáfono con la de su personaje gatuno). Los solos disonantes de Larry Lalonde y la batería funky de Tim “Herb” Alexander hacen del trío una versión pasada de vueltas de Rush.

TRUE FAITH – NEW ORDER (Substance, 1987): Este tema, estrenado en una recopilación doble de singles y lados B, se convirtió en un clásico inmediato, no solo por la letra que resulta retorcidamente positiva y el ritmo intenso marcado por Peter Hook (bajo) y Stephen Morris (batería), enmarcado en los envolventes teclados de Gillian Gilbert y la intermitente guitarra de Bernard Sumner. El video, una especie de sueño/videojuego, colorido y dinámico, hace contraste con las imágenes sugeridas del grupo en vivo, bañados en una melancólica y fascinante luz azul oscuro.

VOICES – CHEAP TRICK (Dream police, 1979): A este cuarteto de Illinois se les conoció en el Japón como “los Beatles americanos” por el impacto que tuvieron desde sus inicios en la tierra del sol naciente. Esta canción, escrita por el excéntrico guitarrista Rick Nielsen, decorada por voces superpuestas de Robin Zander y el rotundo bajo de doce cuerdas de Tom Petersson, parece una versión lenta de I want to hold your hand. El afilado solo de guitarra lo toca un invitado, Steve Lukather de Toto.

WHY DON’T YOU LIKE ME? – FRANK ZAPPA (Broadway the hard way, 1988): Sobre la base de una composición suya de 1970, Zappa construye esta burla sobre Michael Jackson, sus excentricidades y la psiquiátrica relación con su raza y familia –“I hate my mother… I hate my father… I am my sister… and Jermaine is a negro!”. En la última parte, la banda toca una versión acelerada del riff de Billie Jean, para luego retomar el tema original. La parodia del fallecido “Rey del Pop” la ejecuta el cantante/tecladista/saxofonista Bobby Martin. Previamente, esta adaptación de Tell me you love me (del álbum Chunga’s revenge) se llamó Don’t be a lawyer, un ataque feroz a políticos y abogados de la administración Reagan, con la cual cerraba sus conciertos en 1984.

BONUS TRACK:

IN BETWEEN DAYS – THE CURE (The head on the door, 1985): Varias cosas fascinantes en este clásico de la formación definitiva de The Cure -Robert Smith, Porl Thompson, Lawrence Tolhurst, Simon Gallup y Boris Williams-: el video con esa cámara que vuela y los colores surreales, la brillantez de guitarras y teclados y la letra, que deja espacio a múltiples lecturas (¿es un triángulo amoroso, es una fantasía, es una relación abierta?). así la tocaron en Lima hace diez años.

Para el próximo sábado, veinte canciones en español que no me canso nunca de escuchar. Hasta entonces.

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#Rock, canciones, Música, rock clásico

[MÚSICA MAESTRO]  Cuando pensamos en la historia y evolución de la música, se dan dos clases de categorizaciones. La primera de ellas tiene que ver con los géneros y/o estilos. Ya sea por razones cronológicas, corrientes artísticas, ubicaciones geográficas -entre otras variables-, nos encontramos con una lista interminable de nombres y cada una de estas etiquetas contiene, a su vez, otra lista, aun más larga y en constante incremento, de derivados o subgéneros, como nos referimos a ellos quienes ejercemos el columnismo sobre este fascinante arte mayor, uno de los vehículos de expresión de sentires y opiniones más completos creado por la especie humana.

Así tenemos, solo por dar algunos ejemplos, música barroca -referencia a la época en que surgió, entre los siglos XVI y XVII-, música peruana -referencia geográfica que, en este caso, alude a un país-, música para niños -referencia al público al cual está dirigida-, música rock -contracción de “rock and roll”, nombre original de lo que salió a finales de la década de los años cuarenta, a partir de la fusión de varias formas musicales populares norteamericanas como el jazz, el blues, el country y el gospel. Y así podríamos continuar hasta llenar páginas enteras solo mencionando el frondoso árbol de géneros y subgéneros que han ido apareciendo a lo largo del tiempo. Cada una de estas ramificaciones tiene, además, una intención, un tipo de mensaje, un propósito.

Y allí es donde surge la segunda clase de categorización, más subjetiva, relacionada a las motivaciones que tienen los artistas para componer o interpretar. Hay música para enamorar(se) -música romántica-, para bailar y divertirse -música bailable-, para serenarse -música fácil de escuchar- y así por el estilo. Aunque menos concreta, esta clasificación también tiene matices asociados con las emociones, pretensiones artísticas e historias individuales de cada músico, aspectos que pueden ser de todo menos estáticos o invariables en el tiempo. Y esto último también aplica para el público consumidor/oyente, pues las categorías también son susceptibles de modificarse y cruzarse de acuerdo con qué sentimientos puedan llegar a identificarse más con una música u otra.

En ese sentido, la evolución -o, en algunos casos, involución- del largo catálogo de géneros y subgéneros existentes nos permiten contar con un amplio abanico de opciones, según nuestras edades, gustos y preferencias. Así, un grupo de personas que tengan entre 65 y 75 años bailarán hasta el cansancio con las elegantes y alegres rumbas de La Sonora Matancera o El Gran Combo mientras que sus nietos harán lo mismo escuchando las babosadas de Shakira, Rosalía o Bad Bunny, sin perder de vista que, gracias a la impredictibilidad de la naturaleza y el aprendizaje humanos, puede haber tanto adolescentes que prefieran la salsa clásica como ancianos reggaetoneros.

El problema aparece cuando pensamos en cómo los públicos han tenido acceso a las diferentes clases de música popular, desde la invención de las transmisiones radiales y los inicios de la industria discográfica. Para nadie es un secreto que el music business se rige por las leyes del mercado, por lo que siempre han predominado aquellos estilos y artistas que aseguren ganancias más rápidas y voluminosas.

En épocas pasadas, sin internet, TV por cable ni redes sociales, la radio y la televisión abierta eran los únicos canales a disposición de los artistas populares para dar a conocer sus producciones musicales, además por supuesto de los conciertos. Y, en virtud de las leyes del mercado mencionadas, estos medios de comunicación tradicionales se concentraban en difundir canciones que no causaran ninguna incomodidad, ya sea en términos de percepción sonora -ritmos fáciles de seguir, voces acompasadas, instrumentos reconocibles- como en aspectos líricos -letras cuyas temáticas no cruzaran la línea de lo social y políticamente correcto, con enfoques muy delimitados: relaciones interpersonales, rebeldía adolescente, fiestas y entretenimientos diversos. Podía ser pop, balada, rock, salsa o merengue pero, en líneas generales, las canciones solo podían ponerse de moda si trataban de alguno de esos ejes temáticos o posibles combinaciones de los mismos, que no contuvieran reflexiones muy profundas o cuestionadoras al statu quo.

Sin embargo, también han existido otros artistas, capaces de tocar de manera concreta o metafórica aquellos temas que el establishment preferiría desaparecer de toda agenda pública, tratando siempre de reprimirlos y, si estaba en sus posibilidades, hasta de anularlos con sofisticadas estrategias de censura -a través del ninguneo, la invisibilización, el desprestigio, que ahora se conocen como “cancelaciones”- y, en el caso de regímenes dictatoriales, con abiertas amenazas que incluyeron campañas de persecución y exilios. Y si dejaba pasar algún tema disonante era porque tenía ciertos matices que la hacían más ligera. Por eso, por ejemplo, en el Perú de 1986 era más fácil escuchar en radios un tema como Puedes ser tú de Miki González que Destruir de Narcosis, porque la primera suena más rítmica, graciosa y chacotera que la segunda, más amargada y oscura.

Hace treinta o cuarenta años, movimientos como el de la Nueva Canción Chilena -artistas afines a las ideas de izquierda que llevaron al poder a Salvador Allende en 1973 como Víctor Jara o Inti Illimani-, la segunda generación del folk-rock norteamericano -que abarca toda la década de los sesenta en plena era de la lucha por los derechos civiles, que tiene a Joan Baez y Bob Dylan como sus principales figuras- o la Nueva Trova Cubana -hijos del espíritu inicial de la revolución de Fidel Castro, con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés a la cabeza- fueron componiendo un bloque alternativo de canciones que encontraba su camino en patios de universidades, salas pequeñas de conciertos, publicaciones/programas culturales y una que otra aparición en medios masivos.

Aunque la internet ha solucionado en gran parte esta desigual distribución de oportunidades para la difusión musical con canales como YouTube o Spotify, el poder sigue teniéndole miedo y rabia a aquellos géneros musicales que busquen hacer pensar al público. Cuando la corrupción, el cinismo y la desvergüenza campea entre políticos y clases dirigentes, como lo que estamos viviendo hoy en el Perú, canciones grabadas y estrenadas hace tantas décadas se vuelven himnos modernos por la vibrante actualidad y contundencia de sus mensajes. Mientras, la fiesta interminable y la dicotomía amor/ desamor de géneros convencionales como el pop-rock, la salsa y el latin-pop sigue, aumentada por la chabacanería barata y exhibicionista del reggaetón, la cumbia y la bachata, dispuestos a hacer creer a las masas que la indignación no existe y solo tenemos tiempo para divertirnos, comer parrilla y comprar carros. Pero sí hay, para su disgusto, canciones para pueblos indignados. Y son muy buenas.

“Don’t you know? /They’re talking about a revolution and it sounds / like a whisper…” (¿No lo sabes? Ellos están hablando de una revolución y suena / como un suspiro”) cantaba en 1988 la trovadora afroamericana Tracy Chapman en Talkin’ ‘bout a revolution, que abre su sensacional álbum debut. El tema, de intenso mensaje político, tuvo cierta rotación en los programas de videoclips de la televisión local en su momento, en una versión en vivo extraída del concierto de Amnistía Internacional en donde la debutante cantautora interactuó con pesos pesados como Sting y Peter Gabriel, hoy brilla por su ausencia en las programaciones de las radios “rock and pop”, a diferencia de la suave (y excelente) balada Baby can I hold you? del mismo LP.

Chapman apareció como una rara avis entre Debbie Gibson y los New Kids on the Block, como heredera de un legado que incluía, por partes iguales, a Bob Dylan -que acuñó clásicos de la canción indignada pero a la vez esperanzadora como Blowin’ in the wind (The Freewheelin’ Bob Dylan, 1963) o The times they are a-changin (1964)- y a Marvin Gaye, autor del clásico What’s going on, himno en contra de la guerra y la brutalidad policial. Por cierto, el emblemático tema-título de la décima primera producción del recordado vocalista de soul, fue reactualizada en 1986 por Cyndi Lauper, una de las estrellas más exitosas del pop-rock ochentero, en su segundo LP True colors.

¿Podría una obra cargada de mensajes de genuina y justa protesta ciudadana como la Cantata de Santa María de Iquique del septeto chileno Quilapayún hacerse conocida en estos tiempos y generar empatía, como lo hizo en 1978, entre las masas actuales de jovencitos, de todas las clases socioeconómicas de Lima, que viven idiotizados por las redes sociales? Sus duras y patéticas palabras, descripciones de una masacre que perpetró el ejército chileno contra miles de obreros en Iquique a inicios del siglo XX, podrían usarse para recordar lo que ocurrió aquí, en Juliaca y Ayacucho, a comienzos de este 2023.

Durante sus casi cuarenta minutos, el conjunto de los ponchos negros resume con sus roncas voces, guitarras, charangos y bombos, una historia que es común a la historia de Latinoamérica, en frases como esta: “… es mejor que se vayan sin protestar / que aunque pidan y pidan nada obtendrán. / Vayan saliendo entonces de ese lugar / que si no acatan órdenes lo sentirán…”. Lo mismo ocurre con la conmovedora Te recuerdo Amanda de otro chileno, Víctor Jara (Pongo en tus manos abiertas, 1969) que en su momento fue himno para jóvenes idealistas y hoy sería imposible encontrarla en el playlist de un universitario promedio (salvo contadas excepciones, siempre pequeñas si las comparamos con las hordas de fans del TikTok).

Rubén Blades, el cantautor, actor y abogado panameño, es el ejemplo definitivo de las múltiples combinaciones que pueden darse en esto de los géneros y las intenciones de los artistas. Reconocido como uno de los salseros más importantes, se caracterizó por sus letras inteligentes y destacó en un género que es básicamente para bailar y no para la reflexión. En su tercer disco como solista, una vez terminada su con el sello Fania Records, titulado Buscando América (1984) incluye un reggae llamado Desapariciones, una crónica ficticia de cinco casos de ciudadanos inocentes secuestrados por abusivas “fuerzas del orden”. Los Fabulosos Cadillacs, popular combo argentino de latin-rock que usa géneros caribeños como el ska y el reggae, versionó esta canción en su sexto álbum El León (1992).

Y, siguiendo con los desaparecidos, el ícono del rock argentino Charly García colocó, en clave más metafórica, la luminosa Los dinosaurios, en su segundo álbum como solista, el extraordinario Clics modernos (1983). Otros músicos argentinos han contribuido a este catálogo de melodías comprometidas como, por ejemplo, León Gieco que estrenó en 1978 un himno a la esperanza frente a la corrupción y el abuso, Solo le pido a Dios o la cantautora María Elena Walsh que escribió en 1973 un poema musicalizado, Como la cigarra, hermosa alegoría dedicada a los luchadores sociales y víctimas de todo tipo de opresión política. Mercedes Sosa se apropió de ambas con sus telúricas interpretaciones registradas en el legendario concierto en Argentina tras su exilio (1982). Este recuento no puede terminar sin Get up, stand up, composición de Bob Marley y Peter Tosh que apareció en el sexto álbum de The Wailers, Burnin’ (1973).

Casi todos los artistas considerados aquí han cruzado, en más de una ocasión, la línea entre lo marginado y lo socialmente aceptable, con canciones que hasta hoy suenan en emisoras locales -Decisiones de Blades, El león de los Cadillacs, Three Little birds de Marley o Nos siguen pegando debajo de Charly. Un caso más contemporáneo es el de Calle 13, banda portorriqueña de hip-hop y ovejas negras del reggaetón, de quienes podemos seguir escuchando Atrévete-te-te, de su álbum debut (Calle 13, 2005), repleta de rimas divertidas y vulgares pero no Latinoamérica (Entren los que quieran, 2012), con líneas mucho más directas y transcendentes, ni siquiera porque cuenta allí con la colaboración de nuestra compatriota Susana Baca. Todo esto no hace más que confirmar la clásica estrategia de control social de los medios y los círculos de poder a través de la distracción y el embotamiento de los sentidos porque, como decía el compositor y docente universitario Gil Scott-Heron, la revolución no será televisada (1970).

 

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[MÚSICA MAESTRO] Susana Baca de la Colina nació un 24 de mayo de 1944 en Lima, en el seno de una familia de escasos recursos económicos pero mucho corazón y mucha música. Sus padres provenían de San Luis de Cañete, uno de los enclaves de poblaciones afroperuanas que cultivaban ritmos típicos como festejo, landó, zamacueca, marinera y el zapateo. Los recordados Carlos “Caitro” Soto (1934-2004), Pepe Vásquez (1961-2014) y Ronaldo Campos (1927-2021), fundador de Perú Negro, fueron sus primos por vía materna.

Como cuenta en sus memorias tituladas Yo vengo a ofrecer mi corazón (Penguin Random House, 2021), como la canción de Fito Páez, su madre le dio las herramientas básicas para sobreponerse a las apreturas económicas y los prejuicios de una sociedad limeña que la postergaban, además, por ser mujer y por ser negra. El libro es un relato abierto, sensible y sincero en el que la artista nos cuenta, con una calidez idéntica a la que despliega sobre los escenarios, las distintas etapas de su vida, usando una suave y entretenida prosa, actividad que no le es ajena pues ya lleva publicadas varias de sus investigaciones como Del fuego y del agua (1992) o El amargo camino de la caña dulce (2013), junto a Francisco Basili y al sociólogo boliviano Ricardo Pereira (su esposo, manager y productor desde 1984). Con ellos publicó también un libro para niños, El bautizo de la cometa (2020).

Antes de ser una ciudadana del mundo, Susana vivió en los distritos limeños de Lince, Chorrillos, Barranco y Miraflores. Una vez acabado el colegio, tuvo que decidir qué estudiar. Y, aunque la música anduvo rondándola desde muy temprana edad, eligió ser maestra y para ello postuló a la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle. Allí, en La Cantuta, bajo el auspicio académico del reconocido intelectual Juan José Vega Bello (1932-2003), Susana Baca se introdujo en la poesía y la investigación. A finales de los sesenta inició una estrecha relación con la cantautora criolla Chabuca Granda, quien sería su más grande influencia personal y artística. También fue en Chosica donde la futura estrella tuvo sus primeros contactos con la realidad del país, compartiendo vivencias con estudiantes de la sierra y la selva que abrieron su mundo, hasta entonces marcado por las costumbres y problemáticas propias de su familia.

Susana Baca concluyó su formación universitaria entre recitales de poesía, archivadores y esporádicas actuaciones, en los que llamaba la atención por su intensa sensibilidad para interpretar valses, marineras y ritmos afroperuanos. Después de algunas experiencias musicales al frente del grupo Tiahuanaco 2000, decidió dedicarse a la docencia. Se tituló y consiguió una plaza como maestra en una institución educativa unidocente en Ochonga, “un pueblo que no aparecía en el mapa”, distrito de Palcamayo, provincia de Tarma (Junín) y, posteriormente, en un colegio de un pueblo joven de El Agustino (Lima), marcado por la marginalidad y la violencia urbana. En ambos casos, la artista dejó una huella imborrable en sus alumnos, quienes veían en ella a una compañera que los ayudaba a descubrir sus talentos y canalizar sus energías a través del deporte, la pintura, el baile y la música.

En ese tiempo, trabó amistad con destacados personajes de la movida cultural peruana de la época como los poetas Alejandro Romualdo (1926-2008) y Juan Gonzalo Rose (1927-1983), los fundadores del colectivo poético contracultural Hora Zero o el grupo de folk-rock El Polen, a quienes invitó como su acompañamiento a un festival realizado en Alemania Occidental en 1973 e incluso llegó a grabar dos canciones con ellos, El mundo revivido y Ahijada de la luna, redescubiertas en el siglo 21 por el sello independiente Repsychled Records.

A partir de su trabajo como asistente de Juan José Vega, Susana Baca se acercó a las ideas de izquierda, las mismas que abrazó con convicción y alegría, pensando en el bien común. Asimismo, tuvo contacto con la filosofía hippie de sus amigos poetas y músicos, disfrutando de la libertad y el vuelo creativo de esa forma de pensar. Fue amiga de Alfonso Barrantes (1927-2000), ex alcalde de Lima y líder histórico de Izquierda Unida, partido del que fue militante desde su fundación.

En el 2011, Ollanta Humala la invitó a su gabinete como Ministra de Cultura (entre julio y diciembre de ese año), convirtiéndose en la primera mujer negra en llegar a tan alto cargo, aunque se retiró desencantada de los cálculos y acomodos de la política formal. En febrero de este año, tras las lamentables muertes generadas por la represión policial en varios puntos del país, Susana Baca lanzó en sus redes sociales un poderoso mensaje contra la actual Presidenta de la República Dina Boluarte, una muestra de consecuencia e indignación ante los sucesos que ocasionaron la muerte de nuestros compatriotas, y que fue ignorado por la prensa concentrada.

Su amistad con Chabuca Granda la llevó a conectarse con el intenso ambiente de jaranas y peñas pero, debido a sus convicciones artísticas y sociales, no tuvo una carrera convencional como sus colegas. “Las letras de la música criolla no me gustan” llegó a decir. En lugar de eso, se dedicó a musicalizar poesías de Romualdo (Si me quitaran…), Rose, Vallejo (Heces), Neruda (Los marineros), entre otros. Los siguientes años los pasó viajando por varios países de Latinoamérica (Argentina, Chile, Brasil, Cuba) y Europa (Unión Soviética, Alemania, Suiza), con músicos peruanos como Juan Medrano Cotito, Roberto Arguedas, Arturo Ruiz del Pozo, Félix Casaverde. Ya en los ochenta, la artista comenzó a producir sus primeras grabaciones en cassettes (Poesía y canto negro, 1987).

Susana Baca se distinguió siempre por tener un estilo etéreo, volátil y emocional. Sobre los escenarios luce como una aparición, una especie de alma de ébano con voz sutil e intensa, siempre con trajes coloridos y largos, siempre descalza. Esa personalidad la complementaba con su decisión de incluir en su repertorio cantos negros y andinos aprendidos o recuperados a través de investigaciones en sus viajes por el interior, además de sus admirados poetas y, por supuesto, las canciones de Chabuca Granda, cuya muerte en 1983 la afectó profundamente. Ese mismo año tuvo una pequeña experiencia como actriz, en la película Ojos de perro del director Alberto “Chicho” Durant. En 1986 compartió escenario con grandes artistas como los cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, los argentinos Alberto Cortez y León Gieco, los chilenos Isabel Parra e Inti Illimani, entre otros, en Semana de Integración Cultural Latinoamericana-SICLA, un histórico y polémico festival realizado en varias zonas de Lima, entre ellas Villa El Salvador.

Tras casi dos décadas de una carrera al margen de las modas y las radios, paseando su arte en Latinoamérica y Europa, un hecho fortuito le daría un nuevo giro a su carrera. Susana Baca llamó la atención del norteamericano David Byrne, famoso cantante, guitarrista y compositor principal de Talking Heads, quien había integrado al pop-rock de su banda las sonoridades del África y Latinoamérica. Como solista hizo lo propio, desde inicios de los noventa y hasta fundó un sello discográfico, Luaka Bop Records, especializado en lanzar recopilaciones de músicos brasileños y cubanos. En 1994, mientras estudiaba español en New York, su profesor le alcanzó una grabación de María Landó -poema de César Calvo musicalizado por Chabuca-, cantada por Susana Baca. De inmediato, Byrne quedó impactado por la interpretación y pidió que lo contactaran con ella, lo cual terminó con una visita del rockero a Lima, para encontrarse con ella en su casa de Miraflores. Ese mismo año, María Landó fue incluida en una de las recopilaciones de Luaka Bop, titulada Afro-Peruvian Classics: The Soul of Black Peru (1995).

Desde entonces, Susana Baca ingresó por la puerta grande al mundo de la llamada “world music”, un rótulo creado para contener a todos los estilos y fusiones que no provenían de Estados Unidos o Europa. Así, nuestra compatriota se convirtió en la representante sudamericana de una nueva generación de vocalistas internacionales como Cesaria Evora (Cabo Verde), Miriam Makeba (Sudáfrica), Omara Portuondo (Cuba), entre otras, con largas carreras en sus respectivos países pero que recién eran descubiertas por el público occidental-anglosajón. Entre 1997 y 2011 lanzó seis álbumes para Luaka Bop –Susana Baca (1997), Eco de sombras (2000), Espíritu vivo (2002), Travesías (2005), Seis poemas (2009) y Afrodiáspora (2011)-, realizó extensas giras por todo el mundo y su nombre se hizo conocido a lo largo y ancho de la aldea global.

Sus interpretaciones de autores tan diversos como Andrés Soto, Caetano Veloso, Björk, Mongo Santamaría, Chabuca Granda o Tite Curet Alonso son una integración sonora de finas instrumentaciones, cargadas de percusiones y guitarras acústicas, y un repertorio que recoge toda la experiencia ganada en más de dos décadas de investigaciones acerca del acervo musical de los pueblos afroperuanos. En su última producción discográfica, Palabras urgentes (Real World, 2021), la vocalista redondea un nuevo triunfo artístico con estilos como vals, salsa, huayno, tango y festejo. Aquí podemos apreciar su actuación en el programa argentino Encuentro en el estudio (2013), conducido por el periodista Lalo Mir, quien la describe como “una artista independiente hasta los dientes”.

El 2011 colaboró, junto a María Rita (Brasil) y Totó La Momposina (Colombia) en el tema Latinoamérica del dúo de hip hop Calle 13, por el cual recibió su segundo Grammy Latino -el primero había sido una década atrás por el álbum Lamento negro (Tumi Music, 2001). El 2016 fue invitada por el prestigioso colectivo de jazz Snarky Puppy, para participar en un disco en vivo titulado Family dinner Vol. 2, cantando Molino Molero y Fuego y agua.

En el año 2020, en plena pandemia, Susana Baca grabó un disco en su casa, un hermoso y retirado reducto en Santa Bárbara, apacible barrio de San Luis de Cañete que colinda con el océano. Esta producción, titulada A capella, le trajo su tercer Premio Grammy Latino como Mejor Álbum Folklórico. Ese mismo año, en diciembre, realizó el concierto Maestra Vida, transmitido gratuitamente por su canal de YouTube, desde la elegante Casa Paz Soldán, cuadra 10 del Jirón de la Unión, en pleno Centro Histórico de Lima.

Para celebrar el Bicentenario, Susana Baca y su banda se unieron al escritor Alonso Cueto para el concierto online que se llamó Decires y Cantares: Un siglo en la música peruana (1921-2021), realizado en los ambientes de la barranquina galería de arte Dédalo. Y, en octubre del 2022, fue invitada a participar de la serie de conciertos Tiny Desk, organizados por la National Public Radio (NPR Music), de Washington DC, en la que también han actuado artistas como Café Tacuba (México), Angélique Kidjo (Benin), U2 (Irlanda) y muchos otros. Hace poco estrenó un nuevo recital online, Epifanías, grabado en el histórico Convento de los Descalzos del Rímac.

Como vemos, Susana Baca se acerca a los 80 años en la plenitud de su talento. Maestra de profesión e ícono del canto global, la celebrada artista peruana continúa actuando por el mundo, planificando proyectos y ampliando una trayectoria continua y brillante que ha sido reconocida a nivel internacional para orgullo de nuestro país y los melómanos del mundo entero.

 

 

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En el panorama artístico actual, la existencia de las Tunas Universitarias es algo que merece destacarse, más allá de aquellas características que me alejaron de sus ambiguos y autoindulgentes sistemas de creencias. La historia y evolución de estas agrupaciones permite resaltar su voluntad de ser un vehículo que conecte el arte con los estudios universitarios. La conservación de un repertorio constituido por géneros inactuales –pasodobles, jotas, canciones de ronda, romanzas zarzueleras- que hoy no significan absolutamente nada para las juventudes modernas, idiotizadas por Shakira, Romeo Santos, Maluma, Karol G y su larguísimo etcétera de afines, posee una carga innegable de romanticismo que encaja a la perfección con otras manifestaciones que rescatan, desde la nostalgia, el valor de aquellos tiempos en que la música de consumo popular no tenía por qué ser de mal gusto para ser masivamente aceptada. Hoy en día, prefiero mil veces cruzarme con una Tuna Universitaria en las plazas de Lima, Madrid, Lisboa, México D.F. o Santiago, saltarinas, coloridas y musicales, que con émulos de Ozuna o Bad Bunny.

Quienes más o menos me conocen, saben que mi forma de ser estuvo y está en las antípodas de la personalidad del tuno promedio. Sin embargo, mis jóvenes ansias de hacer música en esa época me unieron por un breve lapso a esta extraña cofradía en la que, entre botas de vino y trajes que parecen sacados de las páginas del Quijote o alguna comedia de Quevedo, entre zalamerías y trasnochadas, entre guitarras, panderetas y bandurrias, se cultivan -como en la vida misma- toda clase de amistades, desde las ocasionales hasta las eternas, desde las sinceras hasta las hipócritas, desde las tranquilas hasta las accidentadas, desde las valiosas hasta las superficiales.

Aunque no logré adaptarme a su lógica -jamás superé la etapa de noviciado o “pardillaje”-, conocí durante unos cuantos meses las luces y sombras de la tradición de las Tunas Universitarias. Me retiré discretamente y seguí mi propio camino, atesorando únicamente los mejores recuerdos: los ensayos, las actuaciones, las comilonas, los bordones bien colocados, al estilo Ayacucho, de un tuno moderado de hablar pausado, sonrisa abierta y carácter bonachón que me enseñó a tocar el guitarrón y que con gusto habría sido -como alguna vez me dijo- mi “padrino de ordenación”. Un tuno que, de cuando en cuando y sin dejar de observar “sus tradiciones”, mostró su vocación por cambiar aquellas cosas que otros defendían y que, por ello, contó siempre con mi aprecio y agradecimiento.

A la memoria de Óscar “Osquín” Vidal Linares (1971-2023)

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A mediados de 1976, tras un grave episodio de abuso físico en Dallas, Tina escapó de Ike con lo que llevaba puesto y unos cuantos dólares, para luego esconderse, primero, en un hotel de carretera y, posteriormente, en casas de amigos, como ella misma relata en su primera autobiografía titulada I, Tina: My Life Story (1986). Dos años después, en 1978, se divorciaron. En el juicio, Tina retuvo su derecho a usar el nombre artístico que la hizo conocida, las regalías por sus composiciones, sus joyas, vestuarios y dos automóviles. Aunque hubo varios lanzamientos más, producto de sesiones previamente terminadas y obligaciones contractuales con los sellos discográficos, la sociedad ya se había terminado de manera oficial y definitiva.

Luego de lanzar un par de álbumes más sin mayor resonancia -Rough (1978) y Love explosion (1979), apareció su quinta producción en solitario, titulada Private dancer (1984), el primero para la gigante discográfica Capitol Records. Con un sonido más orientado al pop-rock vigente en esos años, Tina Turner actualizó su propuesta integrándola a su prestigio como cantante y energética show woman, logrando colocarse por encima de las tendencias. Así, la intérprete de Proud Mary moderó sus frenéticos ataques para interpretar sofisticadas melodías como What’s love got to do with it, Private dancer -compuesta por Mark Knopfler, guitarrista y líder de Dire Straits- o el cover de Let’s stay together, clásico de 1972 de la estrella del soul Al Green.

A partir de ese momento, Tina Turner se integró, con sus vestidos cortos, sus tacones altos y una aleonada cabellera, a los ochenta casi como si su carrera recién hubiera comenzado en esa década, con apariciones en películas de ciencia ficción como Mad Max beyond thunderdome (George Miller, 1985) -donde compartió pantalla con Mel Gibson y salió el éxito radial We don’t need another hero; en proyectos colectivos como USA For Africa -fue una de las 21 superestrellas que grabaron voces solistas para el single benéfico We are the world-; y como parte del concierto que organizó en 1986 la Casa Real de Inglaterra (The Prince’s Trust) junto a grandes músicos como Paul McCartney, Elton John, Phil Collins, entre otros. Asimismo, grabó dúos junto a rockeros como Eric Clapton (Tearing us apart, 1987), Bryan Adams (It’s only love, 1985), It takes two (Rod Stewart, 1990), así como con sus amigos de toda la vida David Bowie y Mick Jagger, de quien alguna vez confesó haber estado profundamente enamorada.

En cuanto a su discografía, cosechó éxitos con sus siguientes dos álbumes, lo cual también consolidó su perfil como imbatible reina del rock and roll en aquella inolvidable década ochentera. Temas como Typical male, What you get is what you see (Break every rule, 1986), Steamy windows, I don’t wanna lose you, The best (Foreign affairs, 1989), tuvieron fuerte rotación en los programas de videoclips más populares. Mientras tanto, su agenda mundial de conciertos incluía un show sofisticado de luces, cuerpos de baile y, por encima de todo, su calidad interpretativa, que conservó intacta a pesar de los excesos de su accidentada primera etapa durante todos los años noventa. En 1997 grabó junto a Eros Ramazzotti, una nueva versión de su éxito Cosas de la vida, cantada en italiano e inglés bajo el título Cose della vita (Can’t stop thinking of you). El tema apareció en Eros, el primer recopilatorio oficial del reconocido cantautor italiano.

A pesar de su resurgimiento, Tina Turner no pudo alejar del todo la tragedia de su vida. Sus dos hijos naturales, Craig -con aquel saxofonista de The Kings of Rhythm- y Ronnie -el único que tuvo con Ike-, fallecieron antes que ella. El primero se suicidó en el 2018 y el segundo falleció en diciembre del año pasado, de cáncer. Convertida al budismo y unida al productor alemán Erwin Bach, con quien se casó en el 2013 después de casi tres décadas de relación -se conocieron en 1986- la enfermedad le trajo serios problemas: un infarto, un cáncer intestinal y un trasplante de riñón.

Finalmente, la leyenda del rock y del soul, sobreviviente de mil y un batallas, falleció pacíficamente a los 83 años, en su residencia en Suiza, país del cual adquirió la nacionalidad en el año 2013. Nos quedan para recordarla sus canciones y videos, una película sobre su vida, estrenada en 1993 -que hizo famosa a la actriz Angela Bassett-, un musical de Broadway (del año 2018) y un documental titulado simplemente Tina, estrenado en HBO en el 2021, que muchos consideraron como una despedida por las intensas revelaciones que contiene.

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Y, por supuesto, están las colaboraciones de las que se rodeó Fito Páez, una selección de nombres notables que representan, con su participación, esa atmósfera de camaradería, de hermandad, que siempre ha caracterizado a la música en Argentina (que también está presente entre músicos del Brasil, dispuestos siempre a trabajar unos con otros todo el tiempo). Allí están, por ejemplo, Luis Alberto Spinetta en Pétalo de sal, balada con entrada y salida de tango; Mercedes Sosa y nuestro compatriota, el guitarrista Lucho González en Detrás del muro de los lamentos, marinera peruana con cajón y todo; Andrés Calamaro en Brillante sobre el mic, una de las mejores y menos difundidas del álbum; Celeste Carballo y Fabiana Cantilo en Dos días en la vida, una celebración de la libertad y de escaparse un rato sin dar explicaciones –“dos días en la vida nunca vienen nada mal, de alguna forma de eso se trata vivir”-; Charly García y Andrés Calamaro en La rueda mágica, un homenaje a la decisión de volverse músico (“me fui de casa a tocar rock and roll y no volví nunca más”).

El espíritu positivo con el que Páez desplaza a las oscuridades que lo cercaron durante sus años formativos -muchas de las cuales son retratadas de manera efectiva en la serie, como quedar huérfano de madre siendo muy pequeño, enterarse de la muerte de su padre mientras estaba en otro país, el trágico asesinato de sus abuelas, sus desencuentros con el alcohol y las drogas- se luce en canciones como Brillante sobre el mic -usada en los créditos finales con una polémica detrás, el borrado digital de León Gieco de una foto histórica tomada en 1986 por la fotógrafa Andy Cherniavsky, que hasta ahora nadie explica-; la inspiracional Creo; o el rock de fiesta A rodar mi vida, ideal para saltar y sacudir la mano al estilo de las barras bravas.

Por otro lado, las letras surrealistas en temas como La Verónica, Tráfico por Katmandú o bizarras como en Sasha, Sissí y el círculo de baba y Balada de Donna Helena, que navegan entre música árabe, funk, electropop y hard-rock, nos ponen frente a una creatividad multiforme, cuya onda expansiva alcanzó para sus tres siguientes producciones -Circo Beat (1994), Enemigos íntimos (1988, con Joaquín Sabina) y Abre (1999)-, tras lo cual Fito Páez iniciaría un voluminoso aunque menos impactante camino discográfico que ya lleva acumulados, hasta el momento, más de veinte títulos en lo que va del siglo XXI.

Sus seguidores saben de sobra que, en toda su obra, el elemento autobiográfico es fundamental, con menciones directas al año de su nacimiento –Del 63 (Del 63, 1983)-, a su largo e intenso romance con la Cantilo –Fue amor (Tercer mundo, 1990)-, sus recuerdos de infancia –Mariposa teknicolor, Tema de Piluso (Circo Beat, 1994)-, dedicada a Olmedo y que fuera estrenada, precisamente, en la gira de presentación de El amor después del amor-, sus reflexiones tras la mediática pelea con Joaquín Sabina –Al lado del camino (Abre, 1999)- y tantas otras.

En ese sentido, El amor después del amor contiene tres joyas, referidas a su entonces naciente relación con la actriz Cecilia Roth. Un vestido y un amor es una balada de corte sinfónico en la que relata lo que sintió al conocerla, desde un punto de vista sublimado, que incluso fuera grabada por su amigo y colega, Caetano Veloso. En Tumbas de la gloria hace lo mismo, pero apelando a una melodía densa y lenguaje más ambiguo, con guitarras atmosféricas de Gustavo Cerati en el fondo.

Y está, por supuesto, el tema-título, con su inconfundible introducción y el intenso final con voces y metales en trance de soul, que nos invoca a creer en el amor pero no de forma etérea o imprecisa sino remitiéndonos a su propia experiencia, una interpretación a la que, por cierto, se arriba fácilmente luego de ver la serie, borrando de un plumazo la asociación al mundo homosexual que se le dio en nuestro país tras ser usada como tema central de una película nacional basada en el primer libro de Jaime Bayly (No se lo digas a nadie, Francisco Lombardi, 1998).

Como era de esperarse, la serie ha generado un renovado interés por Fito Páez y su larga trayectoria. Tanto los conocedores del rock argentino como los recién llegados logran conectarse, a través de entrañables canciones -de Charly, de Baglietto, de Spinetta, de Fito- con esa historia de rebeldía, descubrimiento y superación de adversidades que es coronada con un final feliz predecible y genuino a la vez. El artista celebrará los 30 años de lanzamiento de El amor después del amor con una gira que llegará al Perú en septiembre.

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A este periodo pertenecen clásicos del rock brasileño como Agora só falta você, Esse tal de Roque Enrow (Fruto proibido, 1975) -que inspiró al grupo femenino de rock argentino Viuda e Hijas de Roque Enroll-, Mamãe natureza (Atrás do Porto tem uma cidade, 1974), Corista do rock y Ovelha negra (Entradas e bandeiras, 1976), uno de sus temas emblemáticos. En 1976 ingresó el guitarrista y compositor Roberto de Carvalho, que se convertiría en su segundo esposo y un año después editaron el histórico álbum en vivo Refestança, a dúo con Gilberto Gil y su banda. En el álbum Babilonia (1978), el último como Tutti Frutti, Rita Lee estrenó Miss Brasil 2000, una abierta crítica en clave de sarcasmo a los concursos de belleza. Aquí la vemos interpretando esta canción en la primera edición del festival Rock In Rio, del cual fue una de las principales animadoras.

A partir de 1979, Rita Lee inició una estrecha colaboración musical con Carvalho que se extendió hasta sus últimas producciones discográficas. Dos álbumes titulados simplemente Rita Lee -en 1979 y 1980- confirmaron su estatus como intérprete de pop-rock y MPB, con temas como Papai me empresta ou carro, la balada Mania de você -aquí una versión para MTV en acústico, a dúo con Milton Nascimento, grabada en 1998-, Orra meu y tres canciones que la harían muy famosa en Latinoamérica, Lança perfume, Banho de espuma y Baila comigo -no confundir con el éxito de 1981 de Miami Sound Machine que es, en realidad, una adaptación al español de Lança perfume.

De hecho, estos tres hits fueron lanzados en versiones en español, como parte de un LP titulado Rita Lee y Roberto y alcanzaron alta rotación en las radios de la época. Álbumes de ese periodo como Bombom (1983) o Flerte fatal (1987) tuvieron resonancia en Brasil. Una buena puerta de ingreso a la musicalidad de Rita Lee es a través de su álbum en vivo Rita Lee em Bossa ‘n’ Roll (1991), una elegante gala acústica en la que recorre su amplio catálogo y rinde también homenaje a algunas de sus principales referencias musicales.

En 1993, Rita Lee tuvo un espectacular retorno con su tercer disco epónimo, de sonido más contemporáneo, sin dejar atrás sus raíces. El álbum -también conocido como Todas as mulheres del mundo-, incluye Maria Ninguém, un tema de 1959 escrito por Carlos Lyra y grabado por primera vez por João Gilberto -y que fuera un éxito en nuestro idioma, en 1977, en la voz del crooner español Manolo Otero (1942-2011). En esta renovada versión, Lee la combina con Do you want to know a secret? de sus amados Beatles. En el año 2016-2017 publicó sus memorias, Rita Lee: Uma Autobiografía, el libro de no ficción más vendido ese año en su país.

A inicios del siglo XXI, Rita Lee lanzó un celebrado tributo a los Beatles -una de sus obsesiones desde sus tiempos con Os Mutantes-, llamado Aqui, ali, em qualquer lugar -traducción al portugués del título de una preciosa balada compuesta por Paul McCartney Here, there and everywhere, incluida en el séptimo álbum del cuarteto de Liverpool, Revolver (1966)-, en el que registra once clásicos beatlescos con arreglos de bossa nova. Para el mercado no brasileño el CD fue lanzado bajo el título Bossa ‘n’ Beatles.

Desde entonces, sus apariciones públicas se hicieron más espaciadas y, tras rechazar aquella invitación de sus antiguos compañeros de Os Mutantes -que la reemplazaron con una joven llamada Zélia Duncan-, siguió produciendo discos y haciendo giras, convertida en ícono cultural del Brasil, al mismo nivel que sus colegas Caetano, Gil, Chico Buarque, Maria Bethania y Gal Costa. En el 2021 se dio la noticia de que la creativa artista estaba luchando contra el cáncer. Fiel a su estilo, salió a los medios a anunciar que le había puesto nombre a su tumor. Lo llamó “Jair”, como Jair Bolsonaro. Rita Lee falleció, víctima de esa maldita enfermedad, el pasado lunes 8 de mayo, a los 75 años. Fue despedida en redes sociales por reconocidas personalidades de la música como Roberto Carlos, Fito Páez, Carlinhos Brown, entre otros, quienes celebran su vitalidad e independencia. Transgresora y rebelde como siempre, dejó escrito su epitafio: “Nunca fue un buen ejemplo, pero fue una buena persona”.

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