Sátira.
Lima, sábado 5 de junio del 2021
Desde la puerta de El Comercio Jaime de Althaus mira el jirón Miró Quesada, sin amor: ronderos, periódicos iguales y asustados, el Tay Loy lleno de lápices, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los votantes antisistema merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Lampa voceando Castillo Presidente y él echa a andar, lloroso, hacia la Colmena. Las manos en los bolsillos, cabizbajo, va escoltado por terroristas que avanzan, también, hacia la Plaza San Martín. Él era como el Perú, Althausito, se había jodido en algún momento. Piensa: ¿en cuál? El Perú jodido, piensa, Keiko jodida, los Miró Quesada jodidos, los García Miró jodidos, todos jodidos. Piensa: no hay solución. Ve una larga cola en el paradero de los colectivos al aeropuerto, gente que escapará del país, cruza la Plaza y ahí está Federico Salazar, hola hermano, en una mesa del Hotel Bolívar, siéntate Althausito, manoseando un catedral y haciéndose lustrar los zapatos, le invitaba un trago. Jaime se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los zapatos a él. Ya vas a ver jefe, ahoritita será 28 de julio jefe, te vamos a cagar jefe.
-Siglos que no se te ve, señor editorialista -dice Federico Salazar-. ¿Estás más contento en El Comercio que en Canal N?
-Se piensa menos -alza los hombros, a lo mejor había sido ese día que Victoria Eugenia de los Milagros Miró Quesada Martens de Rodríguez Larraín lo llamó, ¿querías sumarte al directorio, Althausito?, él odiaba el comunismo y podría escribir editoriales ¿no, Althausito? Piensa: ahí me jodí.
-Yo no dejaría la tele ni por todo el oro del mundo -dice Federico-. Estás lejos de la influencia y la televisión es influencia, Althausito, convéncete. Me moriré en América, nomás. A propósito ¿se murió Manotas?
-Sigue en la clínica, pero le darán de alta pronto -dice Jaime -. Jura que no se va a cortar las venas esta vez.
-¿Cierto que después de las encuestas vio cucarachas y arañas? -dice Federico.
-Levantó la sábana y se le vinieron encima miles de tarántulas con sombrero -dice Jaime-. Salió calato a la calle dando gritos.
Federico se ríe y Jaime cierra los ojos. Estaba bien, Manotas, uno se defendía de la izquierda como podía.
-Mañana con el flash yo también me voy a encontrar a los bichitos -Federico contempla su catedral con curiosidad, llora a medias-. Pero no hay periodista imparcial, Althausito. La tele funciona, convéncete.
El lustrabotas ha terminado con Federico y ahora embetuna los zapatos de Jaime, maldiciendo, pronto me darán sus casas.
-Vente a almorzar conmigo, te invito -dice Federico-. Vamos a resucitar los buenos tiempos.
Crecimiento económico y balas de goma, los paros en Cajamarca reprimidos desde Lima por policías con traje color moco, el ceviche Martini de La Tiendecita Blanca, la timba en casa de Alan, la apoteosis de medianoche en el MEF con Carranza que conseguía exoneraciones tributarias, la repartición de utilidades y las deudas impagas con la SUNAT al amanecer. Los buenos tiempos, puede que ahí.
-Diego Macera ha hecho arroz con atún en el IPE y eso no me lo pierdo -dice Jaime-. Otro día, hermano.
-Le haces caso al IPE -dice Federico-. Uy, qué jodido estás, Althausito.
No por lo que tú creías, hermano. Federico se empeña en pagar la lustrada y se dan la mano. Más bien, Federico, me quedé sin batería, ¿me puedes pedir un Uber? Jaime regresa al paradero, el Uber tiene la radio encendida, mañana ganará Castillo y expropiarán esta emisora, después la veterana y llorona voz de Fernando Carvallo, era mi Perú. ¿Por qué los peruanos pobres serían tan, tan huevones? Piensa: golpe de Estado, esa es la solución. Paseo de la República ya, la Javier Prado, Rivera Navarrete, en el edificiote maestro. Baja, saluda a los guachimanes, seguro son lápices, ¿qué me pasa hoy? El cielo sigue nublado, la atmósfera es tan gris como el país y ha comenzado la garúa. Piensa: si por lo menos San Isidro fuese independiente. La puerta del IPE está abierta pero no aparece Diego Macera. ¿Por qué dejas abierto el IPE cuando vas a comprar a Wong? Pero no, ahí está Diego, qué te pasa, viene con los ojos hinchados y llorosos, despeinado: se lo habían llevado al modelo económico, Jaime.
-Nos lo arrancharon de las manos -solloza Diego-. Unos cholos asquerosos, Jaime, vestidos de lápiz. Se lo bajaron, se lo bajaron.
Le da agua de azahar, cálmate Diego, le muestra una silla, cómo había sido, lo lleva del hombro, no llores amigo.
-Estás sin batería. Te llamé a El Comercio y no estabas -Diego hace pucheros-. Unos ronderos, unos cholos con caras de forajidos. Yo lo llevaba con su cadena y todo, pero según IPSOS mañana gana Castillo. Nos lo arrancharon, lo metieron al camión, se lo bajaron.
-Almuerzo el atún Florida y voy a hablar con las Fuerzas Armadas -lo abraza Jaime-. No le va a pasar nada al modelo, no seas sonso.
-Se puso a patear, a mover su PBI -se limpia los ojos con el saco, suspira-. Parecía que entendía, Jaime. Pobrecito el modelo, pobrecito.
Estaba yendo a RPP a hablar de las bondades de la minería y de repente frenó a su lado una yegua y se bajaron dos cholos con caras de senderistas, de comunistas de lo peor, uno le dio un empujón, fuera blanco sanisidrino, y el otro le arranchó la cadena y antes de que se diera cuenta ya había convocado a una Asamblea Constituyente. Pobrecito, pobre modelo económico. Jaime se pone de pie: esos provincianos lo iban a oír. ¿Veía, veía? Diego solloza de nuevo, también el modelo tenía miedo de que lo cambiaran.
-No le harán nada -Jaime abraza a Diego Macera, un olor instantáneo a atún y aceite-. Lo salvo ahorita, vas a ver.
Trota hasta la Javier Prado, carajo, no tenía batería. Llama a El Comercio de un teléfono público. Contesta Juan Aurelio Enrique: qué carajo iba a saber dónde quedaba el Pentagonito, Althausito, ni siquiera conozco Lima.
Toma un taxi de la calle, ¿cuánto costaría la carrera hasta el Pentagonito?, en su billetera solo hay tarjetas de crédito, el chofer no aceptaba Diners, señor, pero lo llevaré porque me gusta ver sufrir a los blancos. Llega. Un gran edificio cercado por muros color caca -el color de los pobres, piensa, el color del futuro, el color del Perú-, flanqueado por dos soldaditos que lo miran, recelosos. Ingresa. Un hombre atlético de verde camuflaje está de pie junto a un escritorio lleno de papeles y Jaime de Althaus golpea la mesa: se habían bajado al modelo económico, necesitamos un golpe de Estado, carajo esto no se podía quedar así.
-Qué es eso de entrar al Cuartel General del Ejército echando carajos -el militar acaricia su fusil-. Más respeto.
-Si le pasa algo al modelo económico la cosa no se puede quedar así -saca la portada de El Comercio, muestra una foto de Vargas Llosa-. Y los tipos que agredieron a Diego Macera la deben de pagar.
-Cálmese un poco -revisa la portada, se ríe-. ¿Mañana se bajan al modelo económico? Entonces hable con el nuevo encargado.
El militar se va y Jaime de Althaus espera al lado del escritorio. Ve acercarse a otro hombre: bajo, rechoncho, calvo, blanquiñoso y con un sombrero chotano en la mano. El hombre da unos pasos hacia ellos y Jaime puede verle al fin la cara: ¿qué? No era él, todos los blancos pelados se parecían, no podía ser él. Piensa: ¿por qué no va a ser él? Era él, era él.
Está menos gordo, más sucio, pero ese es su andar cansado y paquidérmico, esas sus piernas de vaca.
-¿Hernando? -solloza, vacila, solloza-. ¿No eres Hernando de Soto?
No se echa a correr, no dice nada. Mira con expresión anonadada y estúpida.
-¿Te has olvidado de mí? -vacila, solloza, vacila-. Soy Jaime de Althaus.
Jaime, darling, claro que te reconozco, ahora sí. ¡Dónde venían a encontrarse, honey! Y después de tanto tiempo, goddammit.
-¿Pero qué haces acá, Hernando? -dice Jaime.
-Nada, honey, yo solo pasaba por aquí.
-¿Y ese sombrero chotano?
-Me lo regalaron en la puerta.
No debiste venir, no debiste hablarle, Althausito, no estás jodido sino loco. Piensa: la traición va a volver. Pobre Keiko, pobre Alberto.
-Por favor, Hernando, deja de hacerte el cojudo.
-About what, darling?
-Sabes de sobra de qué estoy hablando -dice Jaime.
-Qué te pasa, Jaime, por qué te pones así.
-Que dejes de hacerte el cojudo -cierra los ojos y toma aire-. Que hablemos con franqueza de Pedro Castillo. ¿Vas a colaborar con él? ¿Qué haces acá con un sombrero chotano? Desde abril te pedimos que digas algo y tú nada. Te fuiste a Máncora a comer helados y nunca más diste la cara. Keiko va a perder mañana por 50%. Ya no importa, Hernando, quiero saber. ¿De verdad vas a apoyar a Pedro Castillo?
-Me voy para que no te arrepientas de lo que estás diciendo, darling -ronca, la voz lastimada-. I don’t need a job, no te acepto ningún insulto. Sépanse que el modelo económico lo implanté yo y no Fujimori. Sépanse que todo es creación mía y yo lo puedo desmontar. Sépanse que no se merecían el modelo que tuvieron, sépansela. Fuck you, Jaime.
-Ya está, Hernando, ya está, no me importa -dice Jaime-. Ven, no te vayas, ven. Dime que vas a moderar a Castillo, por favor.
Hernando de Soto avanza sin mirar atrás. Se pone el sombrero e ingresa al Pentagonito.
-Ya está -solloza Jaime acariciando el suelo-. Ya te perdimos, modelito.
Jaime de Althaus regresa al IPE, borracho de la pena. Hernando de Soto siempre había soñado con el poder y no le importaba cómo conseguirlo: Fujimori, Gadafi, Barnechea, Pedro Castillo. Él era mejor que tú, Althausito. Se había vendido más, se había jodido más. Piensa: pobre Keiko.
Llega. Los guachimanes lo miran con sonrisas cachosas. Se acomoda el saco, la corbata, toma el ascensor, oye el grito desgarrado de Diego Macera, imagina su cara. Entra al IPE y le dice la verdad: no va a ser posible el golpe de Estado, Diego, hemos perdido al modelo Diego, qué asustado estoy Diego.
-Me encontré con Hernando de Soto. Tenía un sombrero chotano. No pude convencerlo.
-Nosotros aquí, locos de angustia, y Hernando traicionándonos con sus nuevos amigotes. ¿Por qué al menos no me llamaste para ir a pegarle?
-Sigo sin batería -lagrimeando, asustándose, mugiendo-. Me siento pésimo, me duele una barbaridad la cabeza.
-Vamos a la CONFIEP a ver si podemos hacer bolsa y comprar unos congresistas, pero prométeme que nunca más te vas a ir al Pentagonito sin avisarme -le dice Diego, cada vez más triste.
Piensa: te prometo. Es el fin. Veinte años al tacho. ¿Qué será de nosotros mañana? ¿Nos arriarán calatos por todo Canaval y Moreyra? ¿Estatizarán el Wong de Dos de Mayo y solo habrán rosquitas en sus anaqueles? ¿Me agarrarán a chicotazos porque tengo ojos azules? ¿Esta vez, de verdad, sí perdimos?
La cortina tiene una esquina plegada y Jaime puede ver un retazo de cielo casi oscuro, y adivinar, afuera, encima, cayendo sobre Rivera Navarrete, San Isidro, Lima, la miserable garúa de siempre.
Imagen: Luicdez (Expreso)
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