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[PIE DERECHO]  Como lo venimos sosteniendo desde hace años -y lo seguiremos haciendo hasta el hartazgo-, los riesgos de la democracia peruana y su proyección económica, no provienen solamente de una izquierda que, como la peruana, no tiene nada que aportar al país, como no sea autoritarismo y destrucción de la economía, sino también de una ultraderecha populista, que felizmente no ha agarrado cuerpo y difícilmente lo hará luego del fiasco gubernativo de Rafael López Aliaga.

Con mayor razón la urgencia de que se consolide un frente de centroderecha, cuya centralidad transite por la necesaria reconstrucción de instituciones como el Ministerio Público (hoy absolutamente degradado), el Poder Judicial, la Policía y las Fuerzas Armadas, la reforma política, la construcción de un eficaz sistema de salud y educación públicas, etc., pero que no descuide un ápice la urgente e imperativa apuesta por una vigorosa economía de mercado, capaz, solo ella, de hacernos recuperar la senda del crecimiento económico, única vía de reducción de la pobreza y de reinstalación en la pendiente progresiva que habíamos logrado entre mediados de los 90 y la primera década de este siglo.

En el Perú reciente no se ha hecho casi reforma alguna en los últimos lustros, ni siquiera en los tiempos de vacas gordas, y ese déficit nos estalló en la cara con el triunfo de Pedro Castillo. Lamentablemente, nos ha tocado en suerte un gobierno cargado de medianía como el de Dina Boluarte, del cual sería iluso esperar reformas de algún tipo, y esa estabilidad mediocre abona en favor de los candidatos que ofrecen patear el tablero del statu quo el 2026.

Con mayor razón se impone una urgente coalición democrática que no solo aumente las posibilidades de un triunfo electoral, sino que el mismo vaya acompañado de un respaldo parlamentario que la libre de las recurrentes crisis políticas que han hecho que en los últimos siete años tengamos cinco mandatarios.

Desde la sociedad civil sería saludable que haya presión hacia la clase política ubicada del centro hacia la derecha liberal, para que constituya un gran frente electoral, que sirva de contención a la izquierda en su conjunto (ni la versión moderada se salva) y a la ultraderecha conservadora y autoritaria que insiste en alcanzar protagonismo impulsado por la ola regional.

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[PIE DERECHO] Ayer comentábamos la encuesta del IEP, la misma que revelaba que en términos electorales, la inmensa mayoría del electorado no se siente representado por el establishment.

Luego de escribir ello nos enteramos de que se produjo una recentísima actividad que convoca a la élite empresarial y financiera, a la que fue invitado el comediante Carlos Álvarez, quien no ha ocultado su interés en participar en la vida política del país y en las elecciones venideras, y que en ese evento se expuso una encuesta reconocida, que mostraba que el candidato con mayor potencial electoral de la centroderecha era precisamente Álvarez, superando a Keiko Fujimori y a Rafael López Aliaga (después venían pigmeos, entre ellos, Carlos Añaños, la “esperanza blanca” de muchos despistados empresarios).

Carlos Álvarez tiene muchos activos: es popular, tiene años haciendo obras sociales, es querido por las fuerzas armadas, tiene un buen discurso y es elocuente, sabe manejarse en el mundo de la televisión, recorre el país de cabo a rabo. Pero también tiene pasivos: no tiene partido, tendrá que ir con alguno otro y no sabemos si logrará que no le impongan impresentables en la conformación de la lista parlamentaria, debe prepararse en algunos temas que le son ajenos, no se sabe con cuánta inteligencia estratégica manejará los temas de su vida privada, algunos de los cuales pueden ser polémicos en un país conservador como el nuestro, etc.

Pero está dando sus primeros pasos con enorme éxito, según la encuesta aludida, y dado el descrédito de la clase política, sus competidores eventuales provendrían también del espectro de los nuevos candidatos que emerjan, y, además, claro está, habrá que ver cuánto empaque alberga respecto de la pugna que deberá sostener con los disruptivos radicales de la izquierda que se asoman con gran expectativa (Aníbal Torres, Guido Bellido, Antauro Humala, etc.).

Hay mucho tiempo por delante para las elecciones del 2026. Sería suicida que Álvarez exponga sus cartas tan pronto, pero queda claro que ya está haciendo política en el cabal sentido del término (debe haber visitado el país diez veces más que el resto de contendores) y que ha elegido, con astucia, el tema que más preocupa a la población, el de la inseguridad ciudadana, como lema de identidad política. Tonto no es. Habrá que seguirlo apreciando en el andar.

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[PIE DERECHO] La ausencia de una narrativa opositora de centro o de derecha respecto del statu quo, es alucinante. Las encuestas señalan que los principales problemas que afectan a los ciudadanos son la inseguridad ciudadana, la corrupción y la crisis económica, materias caras a dicho sector ideológico, pero, más allá de algunos intentos de capturar esa narrativa, no hay mucha carne en el asador opositor (aunque el problema mayor es que el centro y la derecha no sean percibidos como oposición).

Es curioso que los únicos candidatos que hasta ahora tratan de imponer un discurso proseguridad ciudadana sean dos outsiders, como Antauro Humala y Carlos Álvarez. El resto no dice ni pío respecto del tema. Sobre la corrupción, corre solo el líder etnocacerista y sobre alternativas económicas hay una ausencia notable de propuestas, salvo, en alguna medida, las que pergeña, el hoy congresista Carlos Anderson, quien también busca ingresar a las lides presidenciales.

No transitamos por una crisis como la argentina (más bien, es muy parecida a la chilena), y en esa medida se acota la posibilidad de que un discurso como el de Javier Milei, prenda en el Perú, más allá de la influencia que pueda tener sobre algunos círculos libertarios en el país, la eventual repercusión que tendría si le va bien y la clara influencia respecto de la viabilidad de decir las cosas claras, sin tapujos, en dicha materia y cosechar electoralmente sin sobresaltos.

Es, más bien, la figura de alguien como Nayib Bukele quien asoma como referente que la ciudadanía podría atender. El impacto de su política de seguridad ciudadana trasciende los eventuales riesgos autoritarios que su gestión anticipa. Lo más probable es que su intento de reelección llegue a niveles altísimos de votación.

No es casual que en el Latinobarómetro, El Salvador sea el país con mayor satisfacción por la democracia (64% versus 8% del Perú) o que ante la pregunta de si se gobierna para beneficio de unos pocos, en el país centroamericano apenas el 20% lo considere así, mientras que en el caso peruano ese porcentaje llegue a un impresionante 90%.

Puede haber una mezcla de bukelización o mileización de la política peruana en los próximos años. Ambas narrativas propicias para la centroderecha y la derecha peruanas, pero lamentablemente, andan fungiendo de comparsas de un gobierno mediocre como el de Dina Boluarte, lo cual les va a pasar enorme factura el 2026.

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No se entiende que haya partidos como Alianza para el Progreso o Renovación Popular que se opongan a la realización de elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO). A la centroderecha, en general, le conviene que se haga realidad ese filtro que disminuya el número de candidatos de ese sector del espectro ideológico (en estos momentos, entre inscritos y por inscribirse, hay más de veinte postulantes de este tenor).

Otra lógica puede guiar a Fuerza Popular, interesada en la dispersión y proliferación de candidaturas de dicho perfil, porque sabe que tiene un núcleo duro de votantes que, dado el caso, le permitirán, con un pequeño empujón, volver a pasar a las lides definitorias, pero el resto de partidos centroderechistas debería estar en la primera línea de batalla para que las PASO se lleven a cabo.

Hay un gran riesgo de que, dada la consolidación de un poderoso ánimo antiestablishment en el país, y particularmente en las zonas andinas, haya dos candidatos de la izquierda radical en la segunda vuelta. Existe también una dispersión de candidatos de la izquierda (hay, al menos, ocho ya en carrera), pero no es comparable a la de la centroderecha, con lo cual, este escenario hipotético es altamente probable si no se produce un aglutinamiento del sector creyente, relativamente, en las bondades del modelo económico.

La mejor forma de evitar esa dispersión es aprobando la realización de las PASO, que además del beneficio señalado, incorporan la democrática transición hacia un sistema de designación de candidatos al Congreso por vía de la elección popular previa, restándole poder de discreción a los caciques partidarios que abundan en el endeble sistema de partidos del país.

El Perú no puede caer en manos de la izquierda el 2026. Sería calamitoso y podría llegar a ser terminal para la economía y la democracia peruanas. Evitar ese riesgo está en manos de la centroderecha, que, a pesar de todo, sigue siendo mayoría en el mapa ideológico peruano, pero parece encaminada a hacer todo lo necesario para favorecer las expectativas de este radicalismo de izquierda.

Se juega mucho en las elecciones venideras -las que, se espera, se produzcan el 2026, salvo que ocurra algún percance que se tumbe al gobierno de Dina Boluarte- como para que la centroderecha congresal actúe con cálculos mezquinos e irresponsables e irracionales decisiones.

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Existe el mito político en el Perú de que las campañas deben ser cortísimas, que no se necesitan sino pocos meses para tentar suerte, y que hacer una campaña larga es exponerse al zarandeo y concomitante perjuicio que dicha exposición conllevaría.

Ni siquiera en circunstancias normales eso es cierto. Keiko Fujimori tuvo que hacer dos o tres años de campaña, con “escuelas naranja”, visitas a provincias y demás, durante buena cantidad de tiempo, para poder compensar el enorme daño que le había producido el comportamiento de su bancada con Pedro Pablo Kuczynski. Y así, logró obtener el 13.4% que le permitió pasar, contra todos los pronósticos, a la segunda vuelta el 2021 y disputarla con el nefasto Pedro Castillo (por cierto, otro sería el país si ella hubiera ganado).

Hoy la situación exige algo similar o de mayor intensidad, porque la cancha está inclinada a favor de la izquierda radical. El 80% de los que desaprueban a Dina Boluarte identifica a su gobierno como uno de derecha y hay, además, regiones enteras (el sur andino) con un ánimo antiestablishment que, salvo un milagro político, no se inclinarán por un candidato de la derecha identificado con el statu quo.

Si en circunstancias normales, es necesario que los candidatos hagan política de largo aliento, en las circunstancias actuales es imperativo. Y eso pasa, obviamente, no por limitarse a escribir tuits o a dar entrevistas en los canales de televisión o radios nacionales, que en provincias no ve ni escucha nadie. Lima no es el objetivo principal sino las otras regiones nacionales.

Y hay que visitarlas, a costa de sufrir eventuales desplantes o manifestaciones contrarias, lo que ocurrirá con mayor intensidad al inicio, pero que luego irá bajando. La presencia física es vital si candidatos como Roberto Chiabra, Carlos Anderson, Rafael Belaunde, Carlos Espá, entre otros, quieren llegar al 2026 (o eventualmente antes, al paso que va este gobierno) con posibilidad de disputarle el terreno a los radicales disruptivos (Antauro, Bellido, etc.) que ya parten con ventaja.

Los candidatos de la centroderecha que no forman parte del establishment tienen que hacer política en serio desde ya. Inclusive, es hasta tarde para que no hayan empezado a hacerla. Tienen que recorrer el Perú palmo a palmo, soplarse amanecidas y desaliento, pero tolerar ello mirando el país con la promesa manifiesta de transformarlo y transmitir ese mensaje a los pueblos olvidados que hoy abjuran de un Estado que no les ha dado atención durante las mejores décadas de crecimiento del país en siglos. Contra eso deben luchar, pero si no lo hacen, mejor que abandonen la contienda y no le resten puntos a la centroderecha, que los va a necesitar a gritos para que siquiera uno de los suyos pueda pasar a la segunda vuelta venidera.

 

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Que no se confundan quienes aprecien hoy el espectáculo de una derecha congresal abusiva con la realidad política del país, que marcha en sentido contrario.

La centroderecha, para englobar también a candidatos del centro, la tiene cuesta arriba para el próximo proceso electoral (programado para el 2026, pero que bien podría ser adelantado para el 2025 cuando este sector se percate que el régimen de Boluarte, lejos de ayudarlos, afecta sus intereses electorales).

El inmenso grado de desaprobación y rechazo activo de la ciudadanía respecto del que consideran un gobierno derechista surgido del pacto con un Congreso también derechista, pero aun más desprestigiado que el Ejecutivo, hará que la población se incline por buscar fórmulas antiestablishment, que, como es natural, no afincarán en la centroderecha sino en la izquierda, la cual, por arte del destino, ha salido bien librada del achicharramiento en el que se encontraba por su complicidad punible con el nefasto y corrupto gobierno de Pedro Castillo.

Si, como todo hace prever, la población andina vota en la primera vuelta del 2026 o 2025 como votó en la segunda vuelta del 2021, habrá no solo uno sino dos candidatos de izquierda disputando la jornada definitoria. Y mientras tanto, la derecha anda en babas. O conspirando para capturar autoritariamente todas las entidades del Estado, desde el Congreso, o desde afuera, haciendo campaña en base a tuits, entrevista en canales de cable y declaraciones a medios escritos que ya nadie lee.

En lugar de tomar estratégica distancia del régimen, la derecha se mimetiza con aquél, en lo que debe ser una más de las “brillantes” jugadas políticas concebidas en el entorno naranja. El resultado final de ello va a ser fatal. Al paso que andamos, vamos a perder el país, el mismo que se embarcará en una aventura autoritaria, populista y estatista de la que habrá difícil retorno, por obra y gracia de una centroderecha frívola, con poderes fácticos torpes y miopes, que le sirven en bandeja el triunfo a la que debe ser una de las izquierdas más anacrónicas de la región.

La del estribo: brillante la novela Fortuna, del escritor argentino Hernán Díaz, escrita en inglés y ganadora del Premio Pulitzer de ficción 2023. Es una sinfonía narrativa, sorprendente, inteligente y sutil, que enriquece sobremanera al lector. Publica Editorial Anagrama.

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En cuanto a su carácter disruptivo, como el que exhibe el candidato argentino Javier Milei, sí hay posibilidades de que surja algún símil peruano. Es más, ya ha ocurrido antes en nuestra historia, empezando con Alberto Fujimori y terminando con Pedro Castillo.

Lo que resulta improbable es que sea uno libertario conservador como el economista bonaerense, porque acá hay mucho por andar en materia de reformas económicas, pero no estamos, ni por asomo, cerca del desastre ocasionado por los peronistas en Argentina. Un discurso radical centrado en lo económico solo podría pegar si rompiese los cánones del mercantilismo imperante y se atreviese a proponer ideas contra el statu quo vigente, pero es difícil porque no tiene mucha capacidad de enganche con las preocupaciones ciudadanas.

Más bien, lamentablemente, la narrativa que sí podría tener arraigo disruptivo es aquella que va contra el sistema económico vigente. Lo demostraron las elecciones del 2021 y el fenómeno podría repetirse el 2026, sobre todo si la centroderecha y el gobierno no hacen algo relevante para impulsar la economía y, por ende, asentar positivamente las actitudes hacia la inversión privada y el libre mercado.

Según la encuesta de Ipsos que hemos referido en varias ocasiones, las principales inquietudes cívicas van por el lado de la inseguridad ciudadana y la corrupción. En base a ello, es más probable que surja un Bukele antes que un Milei. Y si lo combina con un discurso económico izquierdista, puede explicar, por ese lado, la aparición de un antiestablishment (siendo, hasta el momento, alguien como Antauro Humala el que más tramo ha recorrido en esa perspectiva).

Lo cierto es que un Milei o un Bukele de izquierda (el mandatario salvadoreño ya lo es) es el escenario más probable en el futuro electoral peruano. Y mientras avanzamos hacia ello, la prensa mayoritaria, la clase empresarial y los políticos de derecha, creen que la estabilidad mediocre de Dina Boluarte, merece contemplaciones y espíritu acrítico, dejándole servida a la mesa a quienes construyen su narrativa en base a la hipótesis de que Boluarte-Otárola y la derecha son lo mismo y es el orden establecido al que hay que derrotar en el siguiente proceso en las urnas.

 

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Al paso que anda la centroderecha en el Perú, no es improbable que el 2026 o antes (no está descartado un proceso de vacancia de Dina Boluarte), la definición de la segunda vuelta se produzca entre dos candidatos de la izquierda.

La centroderecha va a presentar alrededor de veinte candidatos, ninguno hace campaña con tiempo, esperan a la última hora electoral para activarse, no recorren el país, no plantean propuestas atractivas y disruptivas.

La izquierda, si bien va a mostrar una baraja más amplia de lo normal (seis o siete candidatos), tiene algunas ventajas que corren a su favor. Lo más probable es que el sur andino vote en primera vuelta como votó en la segunda vuelta del 2021, es decir 80% o más a favor de alguien de izquierda radical. Solo con eso ya tiene asegurado el pase a la segunda vuelta. Y alcanza para que sean dos los que lo hagan si sumamos el bolsón de votos del resto del país, que identifica la desaprobación altísima al gobierno actual con una descalificación de la derecha, la misma que no marca distancias del régimen, y anda feliz, e irresponsable, porque ello sirvió para que saliera Castillo del poder.

A la izquierda le cayó del cielo la salida abrupta del poder del nefasto Castillo, porque, tanto en su vertiente radical como moderada, se estaba achicharrando por su punible complicidad con los latrocinios administrativos, políticos, económicos y, sobre todo, corruptos que el régimen del Atila chotano estaba desplegando.

Hoy se viste de virginal oposición a Dina Boluarte, construye la narrativa de que se enfrenta a un gobierno genocida y autoritario de derecha, y lamentablemente no halla respuesta polémica de una derecha que también debería, pero desde otra perspectiva, marcar distancia de este gobierno mediocre y precario que nos ha tocado en suerte bajo el mando de la dupla Boluarte-Otárola.

Restan casi tres años para la campaña electoral, pero si la centroderecha no reacciona a tiempo, le dejará la mesa servida a la izquierda, que con gran injusticia histórica, saboreará nuevamente las mieles del poder y se abocará, como siempre ha ocurrido, a destruir el país.

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Se va a necesitar un líder político comprometido con un espíritu radicalmente reformista, desde las orillas de la derecha, si quiere competir con éxito con la baraja que ya asoma desde la izquierda con potencialidades electorales (Antauro, Bellido, Bermejo, quizás Cerrón, Mendoza en mucho menor medida, Huillca, etc.).

No se ve en el horizonte mucho de dónde escoger. De los partidos vigentes no se asoma ninguno. Ni de Acción Popular, ni de Alianza para el Progreso, ni de Somos Perú, ni de Renovación Popular, ni de Fuerza Popular, ni de Avanza país, ni del APRA. Tendrá que ser alguien nuevo.

Pero ese candidato debe reunir algunos requisitos. Primero, carisma suficiente, sin duda. Segundo, seducción por el poder, esos que se “sacrifican” por el país no sirven. Tercero, clara filiación ideológica, nada de centrismos aguachentos. Cuarto, profundo compromiso con un capitalismo liberal que no mire de costado las reformas institucionales requeridas (salud y educación públicas, reformas político-electorales, inseguridad ciudadana, descentralización, estrategias anticorrupción, etc.).

No hay hasta el momento, a menos de tres años del proceso electoral (suponiendo que se realiza el 2026), liderazgos semejantes. Asoman algunos: Carlos Anderson, Roberto Chiabra, Rafael Belaunde, Carlos Espá y quizás alguno otro por allí, pero aún les falta madurar las variables señaladas. Por lo pronto, hoy parten con desventaja respecto de los de la orilla izquierdista, que ya cuentan con el 15% o más del voto asegurado (solo con el sur andino ya tienen ese bolsón fijo).

Un trabajo persistente, visitas a todo el país, desmarque de la estabilidad mediocre del gobierno actual, propuestas disruptivas y mucho tesón, son elementos que deberán caracterizar a estos nuevos liderazgos de la centroderecha, si quieren ser protagonistas exitosos de la justa electoral venidera.

Ojalá les dé el cuero y el tiempo. Nos jugamos el país en las elecciones próximas. Podemos perder lo poco que tenemos democracia y lo mucho que tenemos de libertades económicas, y entrar, ahora sí, a la órbita autoritaria, radical y populista de los regímenes de izquierda que se enseñorean en la región y de la que felizmente nos libramos con la expectoración legítima del nefasto Pedro Castillo del poder, pero cuyas sombras perviven en el imaginario popular.

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