En segundo lugar, azuzar y mantener el miedo resulta también efectivo para la práctica política. La sociología ha investigado muy bien el miedo como un instrumento de control social. Una población temerosa es capaz de otorgar mayor poder a quien aparentemente le garantice seguridad. Por ello la venia con los estados de emergencia, la militarización de la seguridad pública y un mayor retorno de poder dirimente de las Fuerzas Armadas y la Policía. Es un silencioso retorno a las prácticas autoritarias, el abuso del decretismo y con ello el resquebrajamiento de la democracia. Mientras tanto, una ciudadanía pasiva, temerosa y delegativa deja que poco a poco vayan ganando mayores espacios y cediendo derechos a los sectores más antidemocráticos del sistema político.
Por el panorama que se puede apreciar, parece que estas elecciones municipales en Lima serán nuevamente cuatro años perdidos de gestión. El premio consuelo de la alcaldía, para quienes están dispuestos a dejar el cargo si se convocara a elecciones generales, no nos trae la mejor de las expectativas. Y en este proceso, las garantías de una ciudad sin miedos ni inseguridades, ¿qué tan favorable les resulta verdaderamente a nuestros políticos? ¿Es rentable que la inseguridad deje de ser uno de los principales problemas del país? Por lo visto, por el momento no.