[EN EL PUNTO DE MIRA] Efectivamente, Sol Carreño trató de justificar prácticas políticas poco saludables para nuestra vida democrática. Evidenció un desconocimiento profundo sobre lo que implica militar en un partido político, el cual engloba disciplina partidaria y disidencia.
Obvio que no se le pide militancia política para poder comprenderlo a cabalidad, pero sí un mínimo de rigor sobre lo que representan los partidos políticos para la joven democracia de nuestro país. Porque si no sabemos la real dimensión que representan, seguiremos teniendo –como viene sucediendo desde los años noventa- piratas de la política o políticos ambiciosos, que están más allá de nuestro precario sistema de partidos.
Desde analistas políticos hasta constitucionalistas sostienen que debe ser permisiva la norma para la supervivencia política de personas, más que de instituciones. ¿Paradójico no? Estos académicos que con tanto esmero en un aula universitaria instruyen a futuros sociólogos, politólogos y abogados que todo poder del Estado debe tener un contrapeso político (o una norma que sancione el transfuguismo), pues en la práctica no hacen más que desdecirse lo que enseñan.
Los partidos políticos pueden –actualmente– tener innumerables errores, pero no se ha encontrado otra fórmula política que pueda reemplazarlos. No la hay. Por lo tanto, en vez de seguir apostando por el cambio de camiseta política, debería pensarse en las restricciones (o sanciones) para fortalecer nuestros precarios partidos, sobre los políticos ambiciosos.
En suma, tratemos de buscar una agenda mínima en la que se sancione el transfuguismo y se regule la vida partidaria postelecciones. Una regulación tipo presupuesto por resultados en la que el Jurado Nacional de Elecciones (junto a la ONPE y el Reniec) otorgue incentivos y castigos al desempeño partidario postelecciones. Actualmente, es muy débil este tipo de regulación.
Como reza el viejo dicho: quien tiene oídos que oiga, quien tiene ojos que vea.