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Unos minutos antes de ponerse a desmoldar las chocotejas que le han pedido para esta semana, Renato Gordillo el joven fundador de las chocotejas “Renacer” se toma unos minutos para explicar cómo ha hecho para darle sabores, colores y texturas novedosas a la típica cápsula de chocolate que tanto disfrutamos los peruanos.

El joven chef, egresado de la carrera de gastronomía de la Universidad Le Cordon Bleu, recuerda que al inicio su equipo de trabajo era su familia, pero conforme se fueron regularizando las actividades presenciales, logró formar un equipo de ocho personas que ahora son responsables de atender los pedidos que les llegan a diario a través de sus cuentas de Instagram y Facebook.

“Cada semana vamos sumando cosas, sabores nuevos y algo que también me pareció difícil fue el equipo. Al principio era solo yo apoyado por mi familia pero fui sumando a un repartidor, una persona que se encargue de la logística, de las reservas y poco a poco se fueron sumando más. Luego, con todas las medidas y protocolos, pude contactarme con gente cercana a mí con la que quería iniciar este proyecto”, recuerda.

La pandemia y el nuevo inicio

Si bien su negocio empezó a funcionar oficialmente el año pasado, durante la pandemia, su relación con las chocotejas es más antigua. Cuando todavía era estudiante, en el 2012, se le ocurrió preparar y vender estos dulces para costearse un examen que había reprobado. En aquella oportunidad, no solo consiguió el dinero para el sustitutorio y aprobó el curso, además le quedó la experiencia de un emprendimiento al que bautizó como “Renatejas”.

Aunque no continuó con el negocio por seguir sus estudios de chocolatería, que lo llevaron a viajar por distintos países, la idea de hacer algo más con ese dulce se mantuvo firme. “Yo pensé ¿por qué no revalorizar más la chocoteja? ¿por qué no verlo como un lujo? Y así fue que se me ocurrió la idea de reinventarla, revalorizarla y darle el lugar que se merece”, precisa.

En el 2020, cuando se había propuesto retomar el proyecto, vino la pandemia y tuvo que replantearse algunas cosas. A pesar de todo, decidió seguir y lo lanzó con el nombre “Renacer” porque lo considera que es un renacimiento de la marca, de la chocoteja peruana y también un renacer personal.

“Queríamos darle una experiencia a la gente que estaba en casa, preocupada porque no se podía ver con sus familiares, darles una experiencia como una dosis de felicidad, de buena onda, de optimismo en estos tiempos”, comenta.

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El valor del proceso artesanal

Es así que entre sus creaciones se puede encontrar a la chocoteja “Motivación” con sabor a torta de chocolate o la chocoteja “Memoria” con sabor a pie de limón, además de una línea vegana con insumos como el aguaymanto o las avellanas.

“Para nosotros, la chocoteja es nuestro lienzo. Entonces, si tenemos un mensaje que queremos transmitir, lo hacemos a través de la chocoteja. Cada temporada cambiamos de menú, como si fuese un restaurante. Cada menú tiene una historia”, refiere.

Los ‘packs’ de seis y de doce chocotejas van acompañados también de un mensaje ilustrado, personalizado y que puede ser encargado a pedido. Eso sí, ensamblar todos estos detalles toma su tiempo y por ello los pedidos requieren de cierta anticipación.

“Es una producción semanal y nos demoramos entre tres y cuatro días. Por ejemplo, el lunes pintamos, el martes rellenamos, el miércoles templamos el chocolate y lo vertemos. El jueves desmoldamos y lo empaquetamos con el nombre respectivo de cada persona. En un fin de semana ya tenemos las reservas para empezar el día lunes. Entonces, se van creando producciones nuevas cada semana”, asegura.

Pese al ritmo de trabajo que han adoptado, su laboratorio de creación es todavía un espacio de su casa. Renato espera en algún momento tener un taller propio y más puntos de venta que le permitan, en el futuro, realizar envíos también fuera de Lima.

“Por el momento no hemos podido hacerlo porque el producto es frágil y no queremos que le suceda algo malo y el cliente tenga una mala experiencia. Lo que tampoco quisiera es industrializarlo porque todo el trabajo es artesanal, hecho a mano. Es el valor agregado que queremos darle”, señala.

En su opinión, la clave para que un negocio marche bien es creer firmemente en las ideas que se tienen y hacer las cosas con amor. “Es el ingrediente secreto”, agrega.

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Puedes saber más de Renacer en su página de Facebook e Instagram 

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Chocotejas, Renacer, Renato Gordillo

Alejandro ‘Jano’ Hermoza tiene 20 años y en el 2019 inició un negocio que inspira: El Taller de Jano, un emprendimiento gastronómico que vende -a través de las redes sociales- alfajores, kekes de zanahoria, pie de limón y dos tipos de cheesecakes: de caramelo salado y de fresa. Es un negocio que endulza y que trasluce una virtud tan preciada en estos tiempos: Jano es un joven con síndrome de down que trabaja en equipo, pues involucra a su familia en su negocio; tiene una gran capacidad creativa, y se pone retos a largo plazo: anhela abrir un restaurante en homenaje a su abuelo. Un lugar cálido donde se venda comida rápida como hamburguesas y sus ya famosos postres. Su propósito: demostrar que todo se puede.

¿Cómo nace tu afición por la cocina?, le preguntamos a Jano, en compañía de su hermana Anité Hermoza. “Yo veía a mi mamá preparar postres en la cocina y desde ahí me gustó. Ella me empezó a enseñar y lo primero que aprendí a hacer fue milkshake de plátano que me encantaba”, cuenta. En aquel tiempo Jano tenía 9 años, todavía no se imaginaba que tiempo más tarde, egresaría del colegio Champagnat, estudiaría Alta Cocina en el Instituto Columbia y que sus postres serían un boom que conquistarían las redes sociales. En Instagram tiene más de dos mil seguidores. Ahí recibe los pedidos de sus clientes, quienes le escriben al inbox solicitando sus dulces, pero también interactúa con ellos al recibir comentarios sobre su trabajo. Otras veces, incluso, se anima a realizar “en vivos” para sus seguidores y hace sorteos para promocionar El Taller de Jano.

En una foto publicada en su cuenta de Instagram, se le ve a Jano batiendo sobre una olla un espeso y dulce manjar hecho por él mismo. Los clientes le comentan: “delicioso”, “uffffff”, “Espectacular”. Al lado el producto final: un alfajor con manjar blanco de olla, como para ocho personas. Por semana -afirma – puede hacer unos 20 de estos pedidos. Dulces precisos, para este invierto húmedo y frío.

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Todos para uno

Pero este trabajo, como mencionamos líneas arriba, es una chamba de equipo. “Toda mi familia me apoya en el negocio”, cuenta Jano. “Mi mamá en la cocina, mi hermana Anité con el Instagram y los pedidos, y mi papá y mi hermana Rafaela con las coordinaciones y costos de los ingredientes que uso”, detalla.

Sus postres los envía por delivery. A Jano le gusta la personalización de sus productos. Por ello, cuando el cliente recibe su pedido, este lleva la firma de Jano impresa con plumón negro. Con ese detalle, dice, es una muestra de respeto al cliente. Pero también, para nosotros, es como recibir el autógrafo de un maestro pastelero en la puerta de tu hogar.

“Confíen en sus sueños, así como hago yo. Que los logros son poco a poco y hay que tener paciencia”, responde cuando le preguntamos sobre los retos que ha tenido que superar para sacar adelante El Taller de Jano.

¿Qué ha sido lo más valioso que has aprendido al momento de emprender?, le consultamos. “A trabajar en equipo y luchar para tener lo que quiero. No solo en la cocina, también en toda mi vida”, señala, vestido de chef y quien de momento ha tenido que detener sus estudios por la pandemia. “Lo retomaré cuando sea seguro para mi salud”, comenta, este admirador de Gastón Acurio.

¿Quieres tener tu propio restaurante? “Sí, ya tengo el nombre. Se llamará: Alejandro Hermoza Moya, como mi abuelo que se fue al cielo. Lo extraño mucho».

Pero el restaurante es un objetivo a largo plazo. De momento quiere consolidar su marca de repostería en el mercado local, siempre con ayuda de su familia, en especial de Anité, hermana mayor de Alejandro y quien resulta un pilar fundamental en la vida de este joven emprendedor.

“Jano empezó en el 2019 vendiéndole a la familia y amigos. Luego crea su Instagram que es El taller de Jano donde el responde a los pedidos con mensajes de voz y a veces yo lo apoyo respondiendo con mensajes de texto”, cuenta. Y agrega: “Jano se cuida muchísimo cumpliendo todas las medidas de bioseguridad. Con el uso de la mascarilla, el uso del alcohol. Cuida mucho el protocolo sanitario a la hora de la preparación y a la hora del delivery, para que no haya ningún problema”, detalla Anité.

Y deja un mensaje sobre el trabajo de Jano, que bien sirve de lección para todos, en especial para los emprendedores: “Lo que inspira Alejandro con el Taller de Jano son las ganas que él le pone a lo que hace. A cumplir con sus responsabilidades y demostrar que se puede romper estereotipos. Que con ganas se puede sacar cualquier emprendimiento adelante”. Mientras tanto, Jano, alista sus utensilios para preparar un nuevo alfajor. Le tomará algunas horas y bastante esfuerzo. Pero lo vale. Además, un dulce  nunca cae mal… sobre todo en estos tiempos.

Dato:

Puedes contactar a Jano en su cuenta de Instagram El Taller de Jano

Fotoportada: Leyla López.

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Alejandro Hermoza, alfajores, Taller de Jano

Como muchos jóvenes que llegan a Lima para estudiar, Anyela Gómez salió de su natal Huancayo para seguir la carrera de Comunicación e Imagen Empresarial. En la universidad le tocó plantear soluciones empresariales para reducir la contaminación ambiental y tuvo la fortuna de cruzarse con compañeros que, al igual que ella, apuntaban a que la solución sea de origen natural y, concretamente, del Valle del Mantaro, zona que todos conocían bien.

A más de 3 mil metros sobre el nivel del mar, se dieron cuenta que había plantas con tallos que podían ser fácilmente utilizados como sorbetes, pero que los agricultores solían desechar de los campos de cultivo considerándolos como “mala hierba”.

“Una práctica bastante común es que estas plantas se quemen, como un simbolismo de cierre de la actividad agrícola. Los que hemos viajado a la sierra recordaremos más esa planta quemada que viva. Ha sido todo un proceso conseguir las semillas y establecer lineamientos de siembra y cosecha para garantizar que el producto salga de la calidad que necesitamos”, explica.

Cultivar y crecer pese a las dificultades

Es así que, en el 2018, nació el proyecto Ayru, que significa “planta” en un idioma nativo de las zonas donde crece la gramínea que utilizan. El nombre también evoca al trabajo comunitario o “ayni”, que significa la colaboración de todas las personas para una meta común, que en este caso sería construir un futuro en base al desarrollo sostenible.

Esta iniciativa ha beneficiado a más de 20 familias incrementando sus ingresos hasta en 316% respecto a una campaña agrícola normal, y en el 2020 le valió el reconocimiento del premio ConectaRSE para Crecer, organizado por Movistar, en la categoría de Mujer Emprendedora, que ganó con solo 23 años.

“Como mujer que ha vivido en la sierra conozco mucho de la desigualdad de género, que se ve también en el mundo de los negocios. Me ha traído complicaciones porque a veces no me han tomado en serio, pero lo veo de la manera más resiliente, por ser una persona que representa también a las mujeres rurales y que demuestra que nada es imposible”, asegura.

Actualmente, tienen un portafolio de sorbetes orgánicos con distintos grosores, lo que permite que puedan utilizarse tanto para bebidas frías o calientes, con total salubridad.

Si bien estos cultivos tienen múltiples ventajas, también conllevan algunas dificultades. Su periodo de siembra regular va desde el mes de julio hasta setiembre, con las características de altura, viento y lluvia adecuadas. La cosecha se produce entre marzo y los meses de junio o julio. “Hacer proyecciones con esa temporalidad es un reto que estamos trabajando”, anota.

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La pandemia y la exportación como alternativa

A pesar de estas condiciones, durante los dos primeros años, Ayru logró tener una amplia cartera de clientes entre los restaurantes y servicios de comida más exclusivos en Lima, que veían en este producto una solución a la preferencia de sus consumidores por productos ecoamigables. Sin embargo, el cierre de todos estos locales -por la pandemia- generó que tengan que pensar en nuevos mercados.

“El 2019 fue el año de full ventas, en esos meses hemos podido poner 300 mil sorbetes en el mercado y la pandemia sí nos afectó bastante porque nuestros principales clientes son los negocios. Al cerrarse restaurantes, bares y discotecas, nos afectó un montón. El siguiente paso que teníamos en mente era la exportación. Dadas las circunstancias, estamos optando ya por enfocarnos en mercados internacionales”, señala.

Además de preparar todos los trámites respectivos, exportar los está obligando a adquirir maquinaria para la producción, que hasta ahora era un proceso casi manual. Anyela considera que haber obtenido el premio ConectaRSE para Crecer les está permitiendo industrializar sus procesos y comercializar en escala.

“La primera exportación tenemos planeado sacarla máximo en la segunda semana de agosto. No será una cantidad tan grande, pero es el primer paso para entrar a otros mercados. Las conversaciones más cerradas están con Italia, pero también desde 2019 tenemos ofertas de más de 10 países como Corea del Sur, Estados Unidos, Argentina, Centroamérica y Europa”, precisa.

A los que estén por lanzar un proyecto de negocio les recomienda perder el miedo al fracaso. “El fracaso es un gran maestro del cual aprendes mucho, aprendes las cosas que serán más importantes en tu vida. En el emprendimiento nunca se pierde, siempre se gana algo, sea dinero o aprendizaje”, refiere.

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Pueden seguir a Ayru en su cuenta de Facebook e Instagram.

Fotomontaje: Leyla López.
Imágenes: Desafío Kunan 2019/ AYRU

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Anyela Gómez, Ayru, sorbetes ecoamigables

El teatro ha sido uno de los más afectados durante esta pandemia. Las luces se apagaron y las salas cerraron sus puertas, esperando un día regresar -con un aforo total y con fuerza- para seguir regalando historias a un público que busca disfrutar del eterno presente sobre las tablas. En medio de ello, diversos artistas han visto la forma de continuar resistiendo y eso es lo que María Jóse Spigno, o simplemente Jóse, y Carolina Silvestre, han conseguido mediante la consolidación de una comunidad que continúa autogestionándose: Las Teatreras

Jóse y Silvestre se consideran un par de románticas y están a puertas de lanzar su octava colección de prendas con motivos alusivos a la labor artística sobre las tablas. “Soy puro teatro”, “Tamales y teatro” y “William Shakespeare estaría orgulloso de tus dramas” son sólo algunas de las frases características que acompañan sus prendas y accesorios cuidadosamente trabajados en serigrafía.

Ellas también son actrices y maestras especializadas en el desarrollo artístico de niños y niñas. Las amigas y socias cuentan que con Las Teatreras empezaron todo al revés. “Normalmente dictas talleres y una vez que te haces conocida ya puedes sacar tu merch, pero nosotras lo hicimos al revés. Lanzamos primero nuestra línea de polos, bolsos y tazas, y una vez que se pudo volver a hacer actividades al aire libre durante la pandemia, pudimos dictar”, cuenta Jóse.

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Creación teatral

Las Teatreras nació en septiembre de 2018, cuando ambas culminaron su proceso formativo como actrices en el Taller de Formación Actoral de David Carrillo, y buscaban seguir generando un sentido de comunidad entre sus pares. “Yo crecí con la palabra ‘teatrera’ con una mala connotación, pero después de años me di cuenta que sí, soy una teatrera. Suena muy cursi pero queríamos que la gente se ponga uno de nuestros polos y se sientan orgullosos de serlo”, anota Jóse.

Silvestre, es directora de arte y nació en Brasil. Se empezó a interesar por todo aquello que se encuentra detrás del escenario, y uniendo fuerzas con los conocimientos de Jóse en indumentaria y su gran espíritu emprendedor, nació la marca y colectivo teatral. Una vez que el proyecto se consolidó, empezaron las gestiones de confección y diseño con proveedores del emporio comercial de Gamarra.

Sus colecciones ​​se caracterizan por ser de volumen pequeño pues buscan hacer piezas únicas que logren tener valor emocional para quienes las vistan. Cada temporada lanzan un máximo de ocho prendas de un mismo diseño y en promedio son tres los diseños por colección.

Como muchos emprendimientos, Las Teatreras empezaron a asistir a ferias para ofrecer sus prendas que tuvieron gran recibimiento. “Fue muy bonito, porque veías otras marcas independientes que también se dedicaban al teatro, conocimos a mucha gente de arte y podías sentir el espíritu de comunidad”, comenta Silvestre. Acto seguido, David Carillo, su maestro, les propuso usar un área de Yestoquelotro Estudio Teatro para que puedan mostrar sus productos. “Fue lindo, como regresar a casa”, recuerda Jóse.

Con la llegada de la pandemia, Las Teatreras se tomaron una pausa y rápidamente retomaron sus actividades al ver que otros compañeros escénicos empezaban a crear desde la virtualidad. “Nos daba mucha ilusión ver eso”, recuerdan. Su rápido despertar se dio con el lanzamiento de mascarillas con la frase: “Siempre teatrere”, con evidente lenguaje inclusivo.

Bajo la premisa de seguir generando comunidad, Jóse y Silvestre decidieron que todas las ganancias recaudadas por las ventas de las mascarillas serían donadas para artistas independientes, específicamente del teatro, que estuvieron autogestionándose durante el Estado de Emergencia pero aún no lograban alguna estabilidad económica debido a la crisis.

Ante la pregunta “¿hasta dónde les gustaría llegar con Las Teatreras?”, responden “¡a Japón!”, con el ánimo y buen humor que las caracteriza. A solo tres semanas de lanzar la nueva colección, Jóse y Silvestre buscan continuar con la docencia a niños y niñas para seguir sembrando la semilla del arte. “Yo creo que mientras sigamos haciendo y acompañándonos, todo va a estar bien”, finaliza Jóse.

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Pueden seguir a Las Teatreras en sus cuentas de Facebook e Instagram,

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Claudia Silvestre, Jóse Spigno, Las Teatreras

Libertad es lo que siente Verónica Rubiños cada vez que usa su bicicleta y recorre los alrededores del Parque Ramón Castilla, en Lince. No solo utiliza ese vehículo para movilizarse, pasear o hacer ejercicios. También ha convertido su pasión por la bicicleta en un fructífero negocio: Hace siete años fundó Bike Lover Perú, una tienda (primero online y desde octubre del año pasado también es una tienda física) donde vende bicicletas, accesorios, herramientas, repuestos y brinda servicios de mantenimiento a este vehículo de dos ruedas. ¿Su fin como negocio? “Promover este maravilloso deporte en el Perú”.

Pero vayamos por partes. Antes de convertirse en una emprendedora de la bicicleta, Verónica recorrió diversos países junto a su bici. “Una de las cosas que más me gusta es conocer un país nuevo o lugar nuevo en bicicleta”, cuenta.

Así Verónica viajó y paseó con una bicicleta en Japón, Tailanda, París y Buenos Aires. Y en Perú, llegó a parajes alucinantes de la selva de Iquitos. De aquellos periplos conoció otras experiencias que le sirvieron para idear y crear Bike Lover Perú.

“Este emprendimiento nació en el 2013. Comencé vendiendo algunos accesorios entre mis amigos y ante la ausencia de tiendas y variedad de productos”, cuenta, al entender que existía una necesidad entre la comunidad de ciclistas en el país. Así que se aventuró a crear su negocio digital, sin tener la menor idea de las satisfacciones que le traería.

¿Cuáles han sido los retos más difíciles que tuviste que superar como emprendedora que promueve la bicicleta?

Algo importante que resaltar como reto es que muchos de los emprendedores balanceamos nuestros trabajos profesionales con nuestros emprendimientos. Entonces hay que ser muy perseverantes y organizados para sobresalir en ambas facetas, además de contar con un buen equipo para tener éxito. Un punto importante para Bike Lover Perú fue mantener buenos proveedores que aseguren la calidad que buscamos en los productos que ofrecemos.

Antes de la llegada del Covid-19, la tienda de Verónica tenía un proyecto donde le enseñaba a los pequeños a montar bicicleta. Esto iba acompañado de clases de educación vial donde se le indicaba al más pequeño de la casa cómo movilizarse por la ciudad respetando las señales, al prójimo y al entorno. Además de cultivar el respeto hacia el ciclista y el peatón.

¿Cómo es la experiencia tanto con el ecommerce y la tienda física? ¿Cómo se complementan ambas formas de negocio?, le preguntamos.

Estuvimos más de 7 años como tienda virtual, con un showroom a puerta cerrada. En octubre del 2020 abrimos nuestra tienda y taller en medio de la pandemia. Es otro ritmo y mucho más demandante. Tanto la tienda virtual como la física se complementan muy bien ya que ahora todo el mundo anda pegado al celular, por lo que es una ventana para obtener nuevos clientes. De todas maneras, en la virtualidad siempre debemos seguir mejorando la experiencia con nuestros clientes y fortaleciendo nuestros canales de comunicación y pago.

Verónica reconoce que la tienda física les da mucha confianza a sus clientes porque varios prefieren ver y probar los productos antes de comprarlos. Combinar su ecommerce y su tienda física ha significado un crecimiento exponencial en sus ventas: solo en el 2020 creció 300%.

Según un estudio realizado por el portal Mercado Libre, la búsqueda en línea de bicicletas se incrementó en 282% en el 2020 respecto al 2019, debido a la búsqueda de alternativas al transporte público considerado como un foco de contagio. Recordemos que la bicicleta, en tiempos de pandemia, se ha convertido en un vehículo seguro (permite el distanciamiento social) y es saludable (permite hacer ejercicio)

¿Cómo hiciste para hacer crecer tu negocio durante la pandemia?

Creo que el rubro del ciclismo fue uno de los pocos sectores que creció con la pandemia. Es bonito acompañar a todos los nuevos ciclistas que han empezado a usar la ‘bici’ como medio de transporte.

Pero más allá de promover el uso de este vehículo sostenible, Verónica entendió que para emprender en el Perú, debes enfrentar ciertos retos. “Para emprender uno tiene que conocer al detalle lo que vas a vender y el sector en el que vas a moverte. Para mí, como ciclista, es fácil reconocer productos buenos, así como accesorios innovadores para mis clientes. Creo que lo que más valoran nuestros clientes es que, además de venderles productos, podemos asesorarlos en rutas, consejos de ‘bicis’ así como información útil al momento de pedalear”, cuenta. Eso -afirma- es un buen diferencial que le permite no solo fidelizar clientes, sino formar una comunidad de ciclistas que promueven su uso.

“Otro consejo importante es fortalecer sus conocimientos en herramientas digitales para ventas y marketing, se pueden tener muchas oportunidades de negocio con poca inversión en infraestructura que te puede permitir escalar rápidamente”, dice, a modo de consejo para aquellos peruanos que buscan emprender y que su negocio -como una bicicleta- marche sobre ruedas.

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Bicicleta, Bike Lover Perú, Verónica Rubiños

Cada familia guarda en su memoria varios lazos de unión hacia sus antepasados, pero en el Cusco, esos lazos se vuelven tangibles a través del arte textil, con técnicas que los mayores le enseñan a la siguiente generación. Durante un tiempo, esta práctica estuvo en riesgo de perderse, pero Nilda Callañaupa, tejedora nacida en Chinchero, se propuso rescatar estas técnicas ancestrales y al mismo tiempo, mejorar la calidad de vida de los tejedores a través de un comercio justo.

Junto a un grupo de tejedoras de Chinchero, en la década de 1970, empezó a hilvanarse lo que más adelante sería el Centro de Textiles Tradicionales del Cusco (CTTC), una organización sin fines de lucro que trabaja con diez comunidades de tejedores de la región Cusco. Tanto en la sede de la ciudad de imperial como en Chinchero, se pueden encontrar en venta piezas de fina confección provenientes de las diez comunidades y que llevan en la etiqueta el nombre y fecha de nacimiento del tejedor.

“Es el reconocimiento al artista. Por eso ponemos su nombre y su fecha de nacimiento”, indica Callañaupa, que además de fundadora y directora del CTTC, es licenciada en Administración Turística y ha recibido distinciones por parte del Ministerio de Cultura y el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables. En 2018, el gobierno peruano le entregó la Orden al Mérito de la Mujer, por su trabajo en la promoción y aporte en la educación, el arte y la cultura.

El golpe de la pandemia

Por ahora, los tejidos permanecen en los locales que tuvieron que dejar de atender al público por la pandemia y los tejedores se están dedicando al campo u otras faenas que les permitan conseguir los ingresos que el turismo ya no puede proporcionar.

Sin embargo, varios han continuado trabajando sus textiles desde casa y con participación de los niños, que tampoco tuvieron clases presenciales, han logrado confeccionar algunas piezas que esperan poder compartir con los otros tejedores en cuanto puedan volver a reunirse.

Para Callañaupa, este periodo ha sido muy duro porque los viajeros conocedores de la calidad de estos productos son sus principales clientes y eso hace que el presupuesto con el que cuentan se reduzca. “Trabajamos lo que podemos. Si hay pedidos, sí lo hacemos. Necesitamos realizar ventas. Si no las hay, el inventario se estanca y todos los problemas suceden”, comenta.

A pesar de las dificultades, el local de Chinchero -donde hoy solo se siente el sonido de las inquietas alpacas- empezará a funcionar la próxima semana. Con los cuidados respectivos y al aire libre, los tejedores confían en poder retomar algunas actividades. Con ellos acudirán jóvenes y niños que están empezando a relacionarse con estas técnicas ancestrales.

“Los jóvenes y los niños, no significa que no vayan a ser profesionales, pero ahora tienen más orgullo y están retomando las clases de tejer porque es patrimonio de nuestros antepasados. Lo que enorgullece es que el tejido ha sido transmitido de generación en generación. Ojalá que volvamos poco a poco a eso”, refiere.

El enfoque educativo

A simple vista, una manta con motivos andinos vendida en un mercado de artesanías podría pasar por una pieza tradicional del Cusco, pero bien podría tratarse de una imitación hecha con fibras sintéticas que se vende a un bajo precio.

Por ello, en el CTTC se preocupan también de dar a conocer entre sus visitantes la calidad que diferencia a estos productos de los tejidos elaborados por las comunidades con las que trabajan, y que así se valore más el tiempo, la mano de obra, el acabado del tejido, entre otras características.

“Todo es manual y requiere de mucho tiempo. Por ende, el costo va subiendo porque hay una labor humana. El tinte es natural, requiere de tiempo y para su adquisición, muchos de los clientes no están localmente. Si se trae de lugares lejanos, el costo es alto. En colores muy intensos, se hace el teñido (de las fibras) dos o tres veces”, explica.

Estos pasos son detallados a todos los turistas que se animan a visitar el taller de Chinchero, donde además se puede aprender de distintas técnicas y vivir la experiencia de hilar y tejer con estas fibras naturales.

Callañaupa considera que todas estas acciones hacen del CTTC un proyecto integral que se aleja de cualquier medida de corto plazo. “Esta es una oportunidad que se le da al lugareño de tener acceso al desarrollo económico a través de su trabajo y además de eso, el reconocimiento y dominio del arte textil, que ahora se presenta con orgullo”, sostiene.

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Para conocer más sobre el trabajo de Nilda Callañaupa y la CTTC pueden ingresar a su web y tienda online: www.textilescusco.org

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Centro de Textiles Tradicionales del Cusco, CTTC, Nilda Callañaupa

Muchas veces, el amor es lo que nos da la fuerza para avanzar y seguir adelante. Para Claudia Bermúdez, periodista y maestra chocolatera, el amor es la razón de todo. “Migré por amor y me quedé por amor”, cuenta Claudia, quien en 2011 se mudó a Chile y años después formaría una familia en ese país que la recibió con los brazos abiertos.

Chocoletto, la chocolatería de Claudia, nace después de una dura crisis económica que enfrentaron como familia. “Ya me había casado, tenía a Facundo de 1 año 8 meses y Paula que venía en camino. David, mi esposo, no encontraba trabajo y nuestros ahorros se estaban terminando. Al estar acostumbrada a mi independencia económica tuve que ingeniármelas y empecé a hacer trufas de chocolate para venderlas”, cuenta Claudia.

La periodista ya había hecho un curso de chocolatería por hobby algunos años atrás en Lima. Las trufas fueron tan bien recibidas, que la idea de dedicarse por completo a los chocolates empezó a dar vueltas, hasta que en 2017 finalmente se concretó. “Mis hijos iban creciendo y con ellos naciendo Chocoletto”, recuerda la chocolatera quien tuvo que renunciar a su trabajo como periodista para dedicarse por completo a su emprendimiento.

La primera vez que hizo chocolate fue con cacao de Huánuco que su madre le envió. “Había que honrar las raíces y ese fue el primer origen que usamos. Recuerdo pasar horas con el molino de café moliendo pasta de cacao. Fue agotador pero el resultado glorioso. Recuerdo nuestra primera venta en el Mall Plaza aquí en Iquique. Fue todo un éxito. A la gente le gustó mucho”, cuenta Claudia.

Chocoletto empezó con tabletas de chocolate con almendras usando moldes para cupcakes. Luego, Claudia elaboró saquitos de arpillera para presentar los chocolates. De ese punto en adelante, la propuesta de valor de la marca fue tomando forma, hasta lograr comprar refinadoras y conchadoras del proceso “Bean to bar” o “del grano a la barra” para la producción.

 Chocoletto     

Chocolate peruano

Chocoletto usa dos tipos de cacao: Chuncho nativo proveniente del Cusco y cacao de origen criollo de Tingo María, Huánuco. “La idea es más adelante probar con diversos orígenes ya que hay tanta variedad en Perú que queremos aprovechar. Nosotros compramos el grano como nibs de cacao. Gracias a la relación directa y precio justo que tenemos con los cacaoteros, ellos procesan el grano a la temperatura y requerimiento que pedimos”, cuenta Bermúdez.

La marca de chocolates cree en la multiculturalidad y honrar las raíces. David, esposo de Claudia y de origen chileno, se encarga de la logística. Aurea y Claudia, ambas peruanas, trabajan los chocolates. El equipo completo también tiene integrantes en Venezuela con la Comunity Manager, Geraldine y Ely Montaño la chocolatier asesora que vive en Miami. Además están sus proveedores cacaoteros en Cusco: la familia Laura. “Sin ellos y el gran trabajo que hacen en su fundo Nueva Esperanza en el Vraem, Chocoletto no existiría”, cuenta.

Superar las crisis

El punto más crítico para la empresa se dio durante el estallido de protestas en Chile en 2019. Chocoletto lo perdió todo pues el carrito de ventas, exhibidores, y productos fueron quemados por manifestantes que – por entonces- habían radicalizado sus protestas que tuvieron como origen el alza de los pasajes del metro y que derivó en toques de queda, evasión del metro, marchas históricas y abuso policial.

“Yo estaba destrozada porque cada cosa que teníamos lo habíamos comprado de a poco. Lloré un día entero de la rabia y la tristeza. Me sentía realmente muy afectada. Pero a veces las cosas malas traen bendiciones. Al ser nosotros pyme, nuestro caso se visibilizó en varios medios. Emprendedores y amigos alzaron su voz de protesta ‘A las Pymes no se toca’ y recibimos ayuda de todos lados”, recuerda Claudia.

Incluso, recuerda que una minera muy conocida en Iquique la ayudó económicamente. “Así logramos mejorar mil veces todo lo que perdimos. Resurgimos de las cenizas literalmente. La desgracia permitió que todo el mundo nos conociera. La vida hace lo suyo, sin duda”, dice.

Ahora, y tras recuperarse, abrió nuevas sucursales de Chocoletto. Además de Iquique tiene puntos de venta en otras regiones de Chile como Arica, Antofagasta, Copiapó y Santiago. “Estamos a punto de abrir un punto pick up para retiro de productos en nuestro laboratorio de chocolates. Con la pandemia nos tuvimos que adaptar. Abrimos nuestra tienda on line y participamos en todas las plataformas de market place a nivel nacional”, explica y -asegura que viene planificando su ingreso a mercados extranjeros como Estados Unidos, o Europa.

“Desde aquí queremos dar a conocer el duro trabajo de los cacaoteros y sobre todo valorar su esfuerzo pagando lo justo. Perú es mi patria y siempre voy a volver a mis orígenes esté donde esté”, finaliza la orgullosa chocolatera peruana.

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Chile, Chocoletto, Claudia Bermúdez, Iquique

“Estamos en un tiempo donde todos debemos tener respeto, cuidado y cariño hacia el otro. Todos debemos ser escuchadas y escuchados. He aprendido a que no importa lo que digan de mí, con tal de pintar lo que yo considero es lo justo”.

Venuca Evanán es una artista autodidacta. Tiene 33 años y dibuja y pinta sobre madera, las cosas cotidianas de la vida. Su arte lo plasma en las tablas de Sarhua, aquel arte ayacuchano declarado Patrimonio Cultural de la Nación un 29 de octubre de 2018.

Pero Venuca lo hace rompiendo esquemas: suelen ser los hombres quienes pintan estas tablas; y es ella, una de las primeras mujeres en hacerlo. En ellas plasma la vida del migrante, del hombre y la mujer del campo, pero sobre todo visibiliza y empodera a la mujer.

“El arte debe hacerte reflexionar e incomodar. Debe hacerte pensar. Yo aprendí a llevar así la vida”, dice Venuca, en su casa-taller ubicado en Las Delicias de Villa, en el distrito de Chorrillos.

Con su trabajo Venuca Asunción Evanán Vivanco captura momentos. Reflexiona sobre nuestro entorno y muestra lo que a muchos les molesta. A mediados del año 2020 creó la primera tabla de Sarhua donde narraba el amor entre dos personas del mismo sexo.

“Una amiga me contó su historia con su novia. Me dijo que le gustaría regalarle una tabla de Sarhua donde se cuente sus viajes y su historia de amor. Ella me preguntó si había algún problema en hacerla. Le dije que no. Que yo era libre de pintar”. Entonces Venuca cogió lápiz, pincel, pintura y dibujó la historia de amor de estas dos jóvenes.

En la primera tabla con temática LGTBIQ+ se ve a la pareja viajando por los andes peruanos. En el cielo celeste aparece un arco iris y el sol las ilumina. Como un simbolismo: dos ríos se juntan debajo de una montaña, como su amor.

Venuca dibuja sobre tablas de madera reciclada. Lo hace para cuidar el medio ambiente. “Una tabla de Sarhua original mide entre dos y cuatro metros de largo y se trabaja sobre troncos silvestres. La tradición indica que en ellas se dibuja la genealogía de una familia”, detalla.

Estas famosas tablas nacen en Sarhua, comunidad ayacuchana abatida por el terrorismo. Tradicionalmente se obsequia durante el techado de una casa y la tabla se coloca en la viga principal del nuevo hogar. Luego se celebra con fiesta, banda de música y chicha.

Pero la tradición migró y se extendió a todos los rincones del país y ahora las personas buscan a Venuca para que le hagan trabajos personalizados. Hace tablas de Sarhua de diferentes tamaños y precios. Una puede medir entre 70 centímetros de alto y 13 de ancho. La idea es contarle la historia que se quiere plasmar y ella, con su arte, lo traduce en la tabla con dibujos hechos a manos y con la estética sarhuína.

 

con primitivo evanan             arte sarhua

La hija de Primitivo Evanán

Venuca Evanán es hija de Valeriana Vivanco, quien sería la primera mujer en pintar las famosas tablas de Sarhua; y su padre es el amauta Primitivo Evanán Poma. Gran impulsor de este arte ayacuchano. Al punto que lo conocen como el padre de las tablas de Sarhua.

“Estas tablas consolidan al ayllu, a la familia, y crea reciprocidad. Une a la gente, solidariza y consolida el cariño y amor a la familia”, dice don Primitivo, quien en 1982 fundó la Asociación de Artistas Populares de Sarhua – ADAPS.

“¿Mi consejo para Venuca? Que persevere mucho más”, dice don Primitivo, quien por estos días se encuentra delicado de salud, por lo que -esperamos- se recupere pronto por su propio bien y el de todos.

Y es que don primitivo es el gran maestro de Venuca. Ha sido su inspiración. Él le enseñó su arte y ella lo potenció a niveles alucinantes. Un reconocimiento suyo, en especial por esta fecha: previo al Día del Padre.

Su trabajo caló tanto que desde hace unas semanas, Venuca es el rostro de la campaña Mujeres para inspirarte de Saga Falabella y Agarracamote, que buscan empoderar a las mujeres peruanas a través del arte.

El proceso creativo

Crear una tabla de Sarhua puede tomarle a Venuca dos semanas. Su proceso creativo así lo demuestra: Es una de las pocas en mantener la antigua tradición de pintar con plumas de aves sobre la madera recién pulida. Lo hace con pintura natural, tal como aprendió de don Primitivo.

“Soy una hija de sarhuina que nació en la ciudad, pero a pesar de estar en la ciudad no olvido mis raíces y trato de unir estas dos culturas para mostrar mi pintura”, dice esta emprendedora del arte que en el periodo más crudo de la pandemia y en la etapa más estricta de la cuarentena sobrevivió pintando mascarillas con motivos sarhuinos. Las ahora famosas mascarillas de Sarhua.

Con su trabajo, Venuca crítica al machismo que se ampara en el silencio. Ha hecho propio su camino y su voz, que la hizo ganadora del Premio ICPNA de Arte Contemporáneo 2020. Su trabajo lo ha llevado a Brasil, Florida e incluso lo ha expuesto su trabajo en la Universidad de Yale.

Sus tablas tienen nuevas lecturas y posibilidades. Su arte desprende una luz propia que nos hace reaccionar, reflexionar e interpelar nuestra realidad. Es una emprendedora del arte.

 

Datos:

Venuca realiza tablas de Sarhua a pedido.

Pueden comunicarse con ella al teléfono:  970866453

También pueden hacerlo a su Facebook o a su cuenta de Instagram

 

Foto de portada: una colaboración de la fotoperiodista Tatiana Gamarra.

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Primitivo Evanán, Tablas de Sarhua, Venuca Evanán

Las piezas elaboradas de forma artesanal siempre tienen un valor especial, pues implican un trabajo detallado, cuidadoso, e incluso cierto nivel de personalización. Esto además del importante conocimiento y herencias que se transmiten y plasman en tales piezas. El trabajo artesanal en cuero, por ejemplo, es un arte que asegura piezas únicas y una historia de identidad. Esta es una de las grandes premisas de Q’ara Handmade & Leather, una marca cusqueña que busca reivindicar la identidad andina, mediante un trabajo artesanal 100% en cuero con fibras naturales.

José Luis y Miguel Ángel Farfán, padre e hijo, son los autores de esta marca, cuya relación con el cuero empezó años atrás, sin imaginar que un día emprenderían juntos. “Mi papá se dedicó a la zapatería durante la primera parte de su adultez, ya que su papá también era zapatero. A mi, de joven, no me gustaba usar los zapatos que él me hacía, pero poco antes de llegar a los 30 años empieza a cambiar mi percepción del mundo y de las cosas, y empiezo a darle más atención a lo artesanal y lo andino”, explica Miguel Ángel Farfán.

En 2017, tras años de haber dejado de practicar el oficio, José Luis se animó a crear desde cero, una mochila para Miguel Ángel. Como muchos de los emprendimientos, la chispa por el negocio la trajo el grato recibimiento de un producto elaborado con el fin de ser entregado como muestra de cariño.

“Varios amigos me decían que querían una mochila también. Entonces se lo comenté a mi papá, y empecé a ver cómo se hacían, cuáles eran las técnicas. También por mi mismo interés, por el conocimiento sobre las prácticas artesanales, del bordado y del tejido”, recuerda el emprendedor y periodista comprometido con la diversificación de las lenguas originarias. Este trabajo fue empezando a distancia, pues Miguel Ángel residía en Lima y José Luis en Huancayo. Mediante llamadas y fotos vía WhatsApp lograron coordinar la elaboración de las primeras mochilas y zapatos que se convertirían en el inicio de Q’ara.

               

Identidad andina

Cada elemento en los productos de Q’ara tiene una razón de ser, y esto parte del deseo de respetar y honrar los insumos y símbolos de la cultura andina. “Uno de los símbolos que más usamos es el Loraypu, una flor que crece sobre todo en Chinchero. Si colocamos eso, por ejemplo, en una prenda de hombre, es porque consideramos que hay una reivindicación, porque el Loraypu es un símbolo que se usaba sobre todo en prendas de mujer. Buscamos romper estos esquemas tradicionales, pero darle un lugar adecuado a la simbología y también tratar de comunicar, tratar de generar una narrativa de lo andino”, explica Miguel Ángel.

A ello se suma el uso del quechua para nombrar cada uno de sus productos, pues esta es también una forma de comunicar y acercar a las personas a conocer más sobre las lenguas originarias y la cultura andina. Parte de la valoración del trabajo de las comunidades andinas es el ser justos con las personas con las que trabajan. “Entendemos el trabajo de las artesanas. No regateamos. Si les compramos telares para usarlos en los productos, no esperamos a que se vendan para recién pagarles. Respetamos sus tiempos y procesos también”, indica Farfán hijo.

Durante la última semana electoral se generaron algunos comentarios desafortunados que invitaban a dejar de visitar y consumir en ciudades como Cusco en las que haya ganado el candidato Pedro Castillo. Ante ello, Miguel Ángel reacciona con calma, pues siente que se trata no de una cuestión coyuntural, sino histórica. “Los artesanos y artesanas funcionamos bien dentro del esquema de la foto para el turista, pero no podemos ser iguales. Podemos ser proveedores, brindar un servicio o un producto y ser subalternos”, indica. Momentos así le recuerdan al equipo de Q’ara por qué es que deben seguir trabajando por reforzar su identidad.

“Buscamos, desde este pequeño espacio de consumo, dar un mensaje de diversidad. Y que la diversidad no sea una cuestión de eternizar a las personas que son diferentes, sino de poder aceptarlos, entenderlos, conocerlos y que eso también genere tolerancia”, finaliza.

Dato:

Si deseas conocer los productos de Q’ara Handmade & Leather, puedes visitar su cuenta de Instagram o contactarlos al 989178401.

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cuero, José Luis Farfán, Miguel Ángel Farfán, Q’ara
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