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capitalismo

Así, con la mirada puesta en un futuro mejor, el Perú se prepara para un cambio histórico, un cambio que no solo transformará la economía, sino que también transformará la sociedad y las relaciones de poder. Un cambio que llevará al país hacia la verdadera libertad y la verdadera justicia, y que pondrá fin a siglos de inequidad y opresión.

Ojalá surja un candidato que haga suyas estas banderas y rompa la inercia de una clase política carente de ideas, pero, sobre todo, de aliento histórico. No es hora de decadencia del capitalismo. En el Perú, en particular, es una apuesta nunca jugada a plenitud y que cambiaría de raíz el orden social vigente, para bienestar de los más pobres y para el fortalecimiento de la democracia, que sin libertad económica deviene en un corsé institucional cada vez más desacreditado.

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capitalismo, Perú

Educación elitista

Gaymer aborda el tema de la educación impartida en los establecimientos ligados al OPUS DEI y señala que su principal diferencia radica en el tipo de educación que imparten según la clase social de sus alumnos: de tipo profesional para las clases altas y de tipo técnico (por ejemplo, escuelas de formación de empleadas domésticas) para las clases desfavorecidas. Existiría además una transmisión selectiva de ciertos valores específicos de cada clase social, tendientes al mantenimiento y legitimación de las diferencias sociales.

Una mención particular, en el tema de la educación, merecen las escuelas de negocios de la Obra establecidas en Latinoamérica siguiendo el modelo de la Universidad de Navarra. Estas escuelas, que no han hecho ningún aporte significativo en teoría económica, se han centrado más bien en la formación en materia de gestión. En ellas, según Moreton, se viene formando un estrato social de economistas profesionales, expertos técnicos, burócratas y administradores en la esfera pública, en los negocios y las finanzas, con una ética profesional totalmente desligada de los temas sociales y con una notable afinidad por líderes autoritarios, como lo ha mostrado la historia del neoliberalismo en nuestro subcontinente. Dentro de este grupo, existiría un círculo aún más exclusivo, conformado por opusdeístas numerarios y supernumerarios que desempeñan un importantísimo papel en la expansión hegemónica de los principios morales, éticos, sociales y económicos de la Obra, gestores altamente eficaces que han seguido, y siguen un “plan de vida” -privaciones y automortificación incluidas- que les permite potenciar su disciplina y productividad. Esta es la verdadera guardia pretoriana del neoliberalismo latinoamericano, de una doctrina socialcristiana con una “opción preferencial por los ricos”, que se organiza en partidos de una derecha autoritaria caracterizada por la coherencia de sus planteamientos y sus íntimas relaciones con los poderes fácticos civiles y militares. A esta derecha, debe enfrentársele una izquierda moderna de profundas raíces democráticas, con probada solvencia moral y técnica, capaz de recoger y representar fielmente los intereses de las clases menos favorecidas. Una izquierda en suma que, en nuestro país, aún está por construirse.

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capitalismo, Opus Dei

La reacción política a esta terrible situación fue la implementación del estado de bienestar en EE.UU. y Europa, desarrollándose varias políticas de protección, como el aseguramiento medico universal, el sistema de pensiones, el seguro de desempleo, la semana de trabajo de 40 horas, prohibición del trabajo infantil, el reconocimiento de los sindicatos, tributación progresiva, leyes anti monopolio, regulación bancaria, inversión en infraestructura educativa y de salud, así como políticas económicas que favorecían el pleno empleo.

Sabemos que en una sociedad capitalista los dueños de los recursos, es decir los capitalistas, reciben mayores beneficios que los que no son dueños. Este es uno de los incentivos que permite que el capitalismo sea es el modelo más eficiente de desarrollo económico, pero eso no quita que sea injusto que simplemente por nacer adinerado tengas derecho a mayores beneficios que el que no nació con esa suerte.

Las políticas del estado de bienestar buscaron equilibrar en algo esta injusticia, protegiendo a las clases trabajadoras de los vaivenes económicos del capitalismo y también tratando de darles igualdad de oportunidades. Que alguien nacido en una familia de bajos recursos tenga las mismas oportunidades de éxito que alguien nacido en una familia acomodada.

Pero aun en un escenario de igualdad de oportunidades, las habilidades innatas de las personas siguen siendo un factor clave en sus posibilidades de éxito. En una economía de mercado, los precios se determinan por la oferta y la demanda, y dado que las habilidades son escasas, estas son bien remuneradas.

¿Es justo que los que tengan mayores habilidades reciban mayores beneficios que los que no las tienen? Es útil para la sociedad que haya adecuados incentivos para que las habilidades sean contratadas donde puedan lograr su máxima productividad. Pero, dado que la meritocracia y el capitalismo recompensan a los más hábiles y relegan a los menos, esto también puede generar diferencias sociales injustas.

Para que haya un equilibrio, las rentas que los dueños del talento y los dueños del capital generan en la sociedad tiene que servir no solo para remunerarlos apropiadamente sino también para que todos en la sociedad puedan tener una vida próspera y digna, independientemente de sus habilidades y de los recursos económicos con los que nacieron.

Esto se logra con un Estado capaz de utilizar parte importante de las rentas que la sociedad genera en bienes públicos de primera necesidad como salud, educación, seguridad, espacios públicos, infraestructura de transporte y vivienda y debida protección social para todos.

La meritocracia y el capitalismo son útiles para el desarrollo, pero para mitigar de manera importante las diferencias sociales injustas que producen es también necesario una política redistributiva que permita calidad de vida para todos.

El gran reto es encontrar el equilibrio entre incentivos apropiados y la redistribución necesaria.

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capitalismo, meritocracia

Si queremos que el Perú deje de ser una sociedad tan conservadora en temas como el respeto a los derechos sexuales y reproductivos (aborto, por ejemplo), despenalización de las drogas, matrimonio gay, equidad de género, debemos construir una sociedad capitalista liberal, el mejor poder disolvente del statu quo mercantilista, autoritario y conservador que nos rige.

Capitalismo es libertad y contestación. Está en su código genético revolucionarse desde dentro, si los Estados no lo coactan y le permiten explosionar sin ataduras, como no sean -las únicas aceptables- las que precisamente eviten que se distorsione su espíritu competitivo e igualitario de origen.

La del estribo: vale la pena visitar la experiencia “Beyond Van Gogh, The Inmersive Experience”, que se exhibe en la Videna. Ilustrativa, llamativa, propiciadora de interés por el genial artista, siempre es bienvenida cualquier brizna de globalización cultural en una ciudad al respecto tan provinciana como Lima. Entradas en Teleticket.

 

 

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capitalismo, Liberalismo, sociedad

Hoy, 12 de octubre, se cumplen 529 años de la colonización europea y el establecimiento de un sistema económico blanco supremacista de apropiación de tierras, explotación laboral y políticas de exterminio contra los pueblos originarios y sus culturas. Surge también la resiliencia de los pueblos originarios, al que se suman las luchas de otras comunidades secuestradas desde África y Asia por el régimen colonial. Estas luchas continúan hasta hoy resistiendo el modelo capitalista que se ha perpetuado en el poder e intenta imponer sus privilegios hasta los extremos del continente.

Las más de 200 mil muertes por Covid-19 en el Perú, los millones de empleos perdidos, una mayoría de población sin acceso a servicios sanitarios mínimos, expuesta en la trágica subida de los balones de oxígeno, son ejemplos de la terrible realidad del capitalismo en el Perú y la confirmación de que su único compromiso es con las ganancias y no con la vida. Desde la invasión europea a los tiempos del Covid-19, el capitalismo ha matado por ganancias y ha fracasado como sistema socioeconómico en asegurar el sostenimiento y reproducción de la propia vida. Los altos niveles de desigualdad, pobreza, discriminación racial y de género, y la crisis ecológica, demuestran el desvanecimiento de una ilusión que se transforma en pesadilla. Esa crisis sistémica no puede ser reformada. El capitalismo está en crisis y no es nuestro deber salvarlo.

Con el triunfo de Pedro Castillo y Perú Libre parecía que se iba formando una izquierda capaz de enfrentarse a las demandas ideológicas y políticas dentro un sistema capitalista en crisis. Se abría la posibilidad de un proceso constituyente popular y plurinacional apoyado por la clase trabajadora urbana y rural. La composición de un gabinete multicultural y con posiciones claramente de izquierda podía afianzar ese nuevo camino por la justicia e igualdad, sin embargo, el retroceso permanente y los cambios en el gabinete marcan un nuevo rumbo que algunos llaman “responsable” o “moderado” en nombre de la gobernabilidad.

Desde la salida del ex-canciller Béjar, se iba cimentando el camino de la derrota frente a los poderes fácticos. Ahora el gobierno cuenta con la venía de la CONFIEP, que saluda de manera entusiasta al nuevo gabinete. Se perdona el racismo y terruqueo de la derecha y la prensa, y se premia con un ministerio a una congresista de Perú Libre por acuñar el término derogatorio de “izquierda bruta y achorada» contra quienes se enfrentan de manera frontal a la derecha fascista y golpista.

Esta tendencia viene desde Alejandro Toledo y pasa por Ollanta Humala con su promesa de la gran transformación. Se claudica frente una clase dominante que ha afianzado su poder en las últimas décadas gracias a la constitución del ‘93, diseñada para la acumulación de más poder económico. Este proceso neoliberal también terminó de afianzar la derechización y corrupción de las fuerzas armadas y policiales, actuales peones de los ricos en el Perú. 

La utopía capitalista

Se le acusa al socialismo de ser utópico, pero ¿quien está siendo realmente utópico? ¿Cuántos siglos más vamos a esperar por “justicia e igualdad” de un sistema capitalista que se enfrenta con todos sus recursos contra un cambio mínimo? Esperar que la clase empresarial actúe con humanidad y respeto a la clase trabajadora es utópico. El poder empresarial se bajó al exministro Maraví, con el apoyo de la mayoría del gabinete, con excepción de Bellido, Ceballos, Maraví y Sánchez, el resto no estaba dispuesto a enfrentar a la derecha. ¿Tendrá el nuevo gabinete la convicción y fuerza para la defensa de los intereses de las mayorías excluidas en la repartición de la torta neoliberal? 

Es utópico creer que el capitalismo va a eliminar el racismo en el Perú. Cedric Robinson, teórico y activista político negro, decía que el “capitalismo y el racismo no rompieron con el feudalismo, sino que evolucionaron a partir de él para producir un sistema mundial de capitalismo racial dependiente económicamente de la esclavitud africana, robo tierras de naciones indígenas, genocidio y violencia. El sistema capitalista no va a eliminar el racismo porque es parte de su propia naturaleza.

También es utópico creer que la economía se va a recuperar para la clase trabajadora porque no se ha recuperado desde la crisis financiera del 2008 ni desde los 30s, 80s y 90s. Las mayorías que reciben las migajas de este sistema siguen siendo descendientes de los que resistieron a los invasores 529 años atrás. Según algunos expertos no habrá boom económico después de la pandemia porque la crisis de la pandemia es la crisis del capitalismo. Una posición moderada no va a solucionar las contradicciones de un capitalismo en declive. No seamos utópicos.

El capitalismo está en extinción y solo lo sostiene un sistema de explotación y el uso de la violencia. No debemos focalizarnos en gestionar el fracaso del capitalismo sino demandar un cambio de rumbo. No más maquillaje al capitalismo con un “rostro humano”. El trabajo de la izquierda no es salvar el capitalismo, sino trabajar en la construcción de un proyecto político desde las bases de oposición a un estado corporativo y al capitalismo colonial y hetero-patriarcal. 

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capitalismo, hetero-patriarcal, Pedro Castillo

Hoy se conmemoran doscientos años de independencia de la corona española y el nacimiento de la República. No hay mucho motivo de celebración. El sueño republicano sigue siendo una utopía y en esa perspectiva han sido escasos los momentos positivos de nuestra historia nacional en los dos siglos acontecidos.

Mientras no logremos consolidar el capitalismo liberal y lo acompañemos de la construcción de un Estado moderno y eficiente, el republicanismo será una utopía, una impostura, una ficción precaria.

Apenas se ha rozado ese círculo virtuoso en algunas fases de nuestra historia, quizás cuando la República Aristocrática o con el fujimorismo económico y la transición democrática de los últimos 30 años. Y no son, siquiera, momentos ejemplares de construcción de un ideario liberal sino a lo sumo momentos de entronización de modelos proempresariales.

Que aún así se haya logrado cifras importantes de crecimiento económico, reducción de la pobreza y de las desigualdades solo nos debería llevar a soñar lo que podría haber ocurrido si detrás de tales proyectos hubiese existido una voluntad económica y política realmente liberal.

Por eso, el país nos acaba de dar un cachetazo antiestablishment en esta elección bicentenaria. Por eso, a pesar de que nunca antes en nuestra historia republicana las regiones del país han gozado de tantos recursos, han sido las provincias andinas las que han desplegado un voto antilimeño potente y casi absoluto.

Una economía cabal de mercado liberal competitivo, sin prebendas ni argollas clasistas, una democracia republicana igualitaria y participativa más allá de los procesos electorales, y un Estado ecualizador de las oportunidades ciudadanas a través de unas dignas salud y educación pública, y provisión decente de seguridad y justicia, son las condiciones pendientes de realizar para el tercer siglo de nuestra vida como nación independiente.

Solo la conjunción de esos tres criterios (liberalismo, democracia republicana y buen Estado) hará factible sintonizar la sociedad nacida de la proclama libertadora de San Martín, con la herencia milenaria de los pueblos originarios, que han sido, por lo general, los grandes olvidados de todo proyecto republicano (para empezar, la Independencia no fue conquistada a plenitud por quienes sufrían la mayor opresión).

Al parecer, afrontaremos el inicio del tercer siglo transitando un paréntesis en esa gran apuesta pendiente y con el riesgo de retroceder globalmente si se plasma un proyecto antiliberal, autoritario y conservador. Hacemos votos porque el gobernante en funciones adquiera lucidez y su paso por Palacio no produzca una parálisis estructural y más bien, correctamente encaminado, contribuya a expresar y darle reconocimiento al pueblo que su origen humilde representa.

En todo caso, la fuerza de los hechos hará, confiamos en ello, que más temprano que tarde el país se vuelva a encontrar frente a la posibilidad de retomar el desafío pendiente de nuestra larga historia. Ojalá estemos a la altura de las exigencias cuando ello vuelva a ocurrir.

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Bicentenario, capitalismo
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