Cine

William Hurt obtuvo el Oscar por ser Luis Molina, personaje que logró empatizar con una sociedad  indiferente frente a las minorías. Este precedente permitió a películas como Milk (2008) Brokeback Mountain (2015) Dallas Buyers Club (2014) alcanzar el reconocimiento también, con personajes LGTBIQ+ o el caso de  Moonlight (2017), Una mujer fantástica (2017) Call me by your name (2017) Bohemian Rhapsody (2018) o la reciente Green Book (2019).

Hurt nunca se consideró una estrella del cine, nunca destacó por hablar en público y se incomodaba frente a las entrevistas.

 

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Cine, Películas, William Hurt

Uno de los elementos destacados del universo gótico, es que los enemigos del superhéroe terminan siempre capturando al espectador, incluso más que el propio Batman. Como en la entrega de Burton con el Joker de Jack Nicholson. Esta última, no ha corrido igual suerte. Cada personaje tiene una consistencia tan sólida que difícilmente se diluye frente a la complejidad del otro,sorprendiendo además constantemente con sus revelaciones.

Mención aparte para Colin Farell y el Pingüino que nos presenta con la virtuosidad además de sus excelentes maquilladores. Porque si hay un personaje más siniestro que todos, es él. A pesar de que los Estudios le negaron la posibilidad de que este Pingüino pueda fumar, Farell se ha paseado como ha querido, en los misterios del villano con cada gesto, mirada e inflexión corporal que lo ha convertido en la propia esencia del film. Violento, sinuoso, despiadado y oportunista.

Acompañan a este poderoso elenco Jeffrey Wright como Gordon, Andy Serkins como Alfred y el gran John Turturro como Falcone.

La cinta ya está en cartelera, dura tres oportunas horas, que no desgastan su narrativa en ningún momento y es el producto de una combinación de elementos importantes, como la misma historieta, el guión a cargo de Matt Reeves y Peter Craig, un reparto elegido con cuidado, una producción artística que empodera aún más a la misma ciudad. Esta propuesta no solo muestra a un Batman más joven, sino que se atreve más que nunca a profundizar y desmitificar el origen familiar del mismo protagonista. Convirtiendo al superhéroe que ya conocíamos, en uno, con mayores cuestionamientos y por primera vez, incluso de tipo social.

 

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TRES

“Mantén a tus amigos cerca, y a tus enemigos más cerca” – Vito Corleone

La figura casi paternal que brinda Don Corleone es la que conecta con el espectador. Francis humaniza a la Mafia.

El genial actor John Turturro indicó una vez.

“En las películas de gánsters, que veíamos en los cincuenta y sesenta, no nos sentíamos identificados en absoluto. No había rastros de italoamericanos allí”. 

Coppola se encarga en la fiesta de casamiento, que tanto la música, los bailes, la comida y bebida, sean fiel al estilo de sus fiestas familiares. Incluso, en una escena, Clemenza enseña cómo hacer pastas con albóndigas, salchichas y su respectiva salsa.

Caravaggio fue fuente de inspiración para Gordon Willis, encargado de la iluminación y fotografía. El Tenebrismo o la casi total oscuridad de las escenas, que mantiene Don Vito, en su oficina, marca –como el cine noir- la dudosa moralidad de las personas. En antonimia perfecta, la luz del día, en su máxima expresión, ilumina la fiesta del casamiento de Connie Corleone. Como si se tratara del bien y del mal.

A Corleone, le basta un cuarto de hora, para enseñarle, a todos, como hacer negocios. Reprender, sin alzar la voz siquiera. O hacer que una persona, cambie de parecer, luego de una explicación razonable. Aplicaba la lógica, en cada una de sus decisiones. Incluso, saber tratar con un personaje, netamente combustible, como Luca Brasi.

El texto introductorio es una premisa, para cualquier CEO. Mantener a tus enemigos más cerca, significa conocerlos más. Esto es, saber de sus debilidades y fortalezas.

Muestra también, lo útil que es tener a tu servicio a políticos, jueces y abogados. Tal como ahora, ¿no? 

CUATRO

“Le haré una oferta que no podrá rechazar” – Vito Corleone

¿Cómo hacerle cambiar de opinión a un Dueño de un Estudio de Hollywood, multimillonario, pedófilo y de cuya vida dependen miles de personas? Simple, saber si ese alguien, es capaz de todo, o sea, si es “siciliano”. Este es, otro axioma que subsiste en los Círculos Empresariales y Políticos.

Con la música in crescendo, y distintas tomas del Palacio de Woltz, hasta llegar a su habitación. Quien se despierta y descubre, horrorizado, la cabeza de su caballo Karthoum, entre sus sabanas. Esa escena sola, vale toda una película. Era recién el minuto 34.

El Productor Hollywoodense, entiende que, a pesar de su gran poder, un oscuro importador de aceite de oliva puede matarlo, cuando quiera y donde sea.

Las escenas en Sicilia son impagables. El tono pastoril, la música de Nino Rota (una de las mejores de la historia), las costumbres, fiestas y la inocencia de Apollonia parecen sacadas de otra película. Dan un giro distinto a la acción. Todo termina violentamente. Ahí, se produce la mutación radical de Michael Corleone.

Otra escena para el recuerdo, es cuando van llevando el cuerpo de Santino, a la funeraria.

“Mira como masacraron a mi hijo”

El llanto contenido y los gestos de Don Vito, al hablar con Bonasera, son una muestra impagable de actuación.

Francis, inspirado por los realizadores europeos, hilvana varias historias al mismo tiempo. Como la del bautizo del hijo de Connie.

“Michael Francis Rizzi, ¿renuncias a Satanás?” pregunta el cura.

“Renuncio a él” contesta el nuevo Don.

En tanto, los siguientes fotogramas muestran como elimina a sus enemigos.

Como el Rey Lear, debió elegir un sucesor Don Vito Corleone. Su hijo Michael, que antes no quería involucrarse en los negocios de La Familia, trocaría en una persona, que más tarde, destruiría a todo lo que se opondría, incluso su propia familia.

Ese es El Poder. De ahí, que “El Padrino” continúe tan vigente, aun medio siglo después, tan actual.

Se gastó 6 millones de dólares (de la época) en su realización. Recaudó más de 230 millones de dólares.

La Paramount se salvó.

 

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Cooper Hoffman interpreta a Gary Valentine, joven enamorado de Alana que tiene el talento de reinventar su vida con diferentes proyectos. Lo que equivaldría a un emprendedor con talento para la actuación y los negocios. También es el debut de Cooper, quien además es el hijo del fallecido actor Philip Seymour Hoffman. Recordado por su participación en Boogie nights, Sydney, juego, prostitución y muerte, Magnolia y The Master. En donde Anderson demostró su preferencia por el desaparecido actor.

La cinta tiene mucho de personal y familiar, al punto que cuando la prensa le preguntó al director de donde surgió el nombre. Él respondió entre risas: “No lo sé, pero me hizo recordar a mi juventud”. Licorice pizza fue una cadena de discos en los 70s que asociaba el tamaño de las pizzas al de los LPS.

No es casual que el film lleve el nombre de una cadena de discos. El interés que Paul Thomas Anderson ha demostrado por la música ha sido un sello destacado en toda su cinematografía. En esta cinta en particular, el tráiler oficial está acompañado de la canción de David Bowie: Life on

Mars? Y coloca nuevamente a Jonny Greenwood como responsable de la banda sonora. El bajista de Radiohead, ya obtuvo una nominación al Oscar por El Hilo Fantasma, del mismo director. Hoy es uno de los productores musicales más reconocidos que podría regresar a casa esta vez, con una estatuilla en mano por su trabajo en El poder del perro. Cinta que le ha permitido obtener su segunda nominación.

El cine de Anderson, es un cine clásico, de época, con historias que revelan la complejidad de sus personajes y la fascinación que estos producen a pesar de sus perversidades. No podría haber ningún cuestionamiento hacia su dirección actoral, ya que, además de la propuesta visual, es parte de una manufactura hecha con cuidado y gran calidad. Sin embargo, su narrativa no simplifica tiempos y la duración termina siendo muy extensa.

Hace 5 años presentó la mejor de sus obras, El Hilo Fantasma, con incorrecciones que demuestran a un cineasta de espaldas a las transformaciones y luchas, como las de género y culturales. Un realizador destacado, con historias particulares que contar y que por encima de todo, añora el pasado y se resiste a cambiar.

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Cine, pelicula

 

West Side Story ha recibido siete nominaciones al Oscar, incluido Mejor Película y Director. Spielberg es el primer director en ser nominado al Oscar en seis décadas diferentes, y once de sus películas han sido nominadas al máximo premio.

Pero, como ha sucedido muchas veces, los Oscar no son sinónimo de calidad.  

La obra West Side Story es una historia de romance imposible a lo Romeo y Julieta. Él se encuentra con ella, se conquistan y llegan a amarse aunque pertenezcan a mundos opuestos y enfrentados. Se basa en la idea del amor sublime cuando excede a las banalidades de la sociedad. Una historia así solo funciona si se transmite de manera creíble y con firme convicción. 

Con esa hipotesis en mano, nada menos que Steven Spielberg levanta el telón de un clásico de Broadway y de Hollywood. Estamos en el Nueva York de mitad de siglo, sesenta años atrás. Lincoln Center aún no ha sido construido, viejos townhouses van a ser demolidos para dar terreno a futuros rascacielos y los autos aún no han copado todo con su mundanal ruido. 

Al ritmo conocido del chasquido de dedos, Spielberg nos presenta al primero de los dos mundos en conflicto, el de los hijos de migrantes europeos. Entre ellos está Riff, un joven mujeriego, vehemente y con ganas de defender su territorio en las calles. En el otro lado están los hijos de migrantes latinos. El líder es Bernardo, apasionado luchador, con ganas de hacerse respetar a puñetazos. 

Riff y Bernardo pelean durante toda la película por ver quien es el dueño del territorio habitado por ambos. Pelean por América. Y el protagonismo de ellos me hizo pensar por momentos que al guionista Tony Kushner se la había ocurrido hacer un West Side Story gay. Menudo giro plausible hubiera sido. Pero no. Tarde y desapercibido, hacen su aparición en escena María y Tony. 

A María su hermano Bernardo la quiere emparejar con su amigo Chino, por eso van a un baile. Y a Tony su hermano Riff lo quiere de vuelta en la batalla contra esos latinos mugrosos, por eso irán a arruinar el mismo baile. Pero María y Tony, quienes nunca antes se habían cruzado, apenas y se miran mientras todos bailan, y en dos minutos se aman y se besan. Es el amor fugaz inmediato sin necesidad de conquista, sin ningún esfuerzo. Es como una cita por Tinder o Bumble. Ni se han podido conocer bien entre ellos ni menos los conoce el público, pero ya se aman.

El West Side Story de Spielberg da por sentado el amor, único ingrediente vital para el éxito de su trama. Toda esa idea de Romeo y Julieta se cae pedazos cuando la bandera principal de la película no se trata de desarrollar el vínculo creíble e intenso entre María y Tony. No me creo sus motivaciones para estar juntos, la defensa de su supuesto amor, ni siquiera sus ganas de escapar para poder ser una pareja. 

Ella no es la mujer soñadora y aspiracional en búsqueda de un gran amor, sino parece una chica confundida y frustrada a la espera de una mejor vida para sí misma. Él no es menos egoista. Anhela para sí mismo para la salvación de su pasado y superar sus demonios personales. No es el chico inocente e idealista cuya habilidad para derretir corazones es suficiente pretexto para enamorarse de él. En el frenético juego de cámaras de Spielberg, no hay tiempo para entender su amor de una manera sublime, idealista y existencial. 

Lo empeora todo el error de casting de Rachel Zegler y Ansel Elgort. Hay una innecesaria diferencia de tamaños entre ambos. Ni siquiera se tocan hasta el final de la película y comparten poca pantalla. Ella tiene una mirada muy dura, parece preocupada siempre por algo, como si avisara todos los problemas. Nunca está feliz. Cómo se enamora uno sin alegría, siempre consternado por el siguiente paso desde el primer encuentro. Él tiene una mirada suspicaz y misteriosa, como un galán de película de mafiosos. Y entre los dos, no se construye química alguna. 

Descartada la construcción del amor, el guión se centra en los conflictos sociales. Intenta abanderar todas las causas del presente, aún cuando no se relaciona en nada a la trama. También hay un exceso de interés y pantalla en los personajes secundarios. El protagonismo de Bernardo, Riff, Anita, Valentina, Chino e incluso los policías es exagerado. Con ello, la atención del público se dispersa demasiado. 

Es admirable el tiempo y dedicación puesto a producir esta película. La factura técnica y la calidad de la producción son impecables. Cada detalle ha sido estudiado al milímetro. Y es precisamente ahí donde se identifica la falta de habilidad del director para rodar un musical. Las coreografías son excesivas y exageradas. Son cuerpos arrojados sin delicadeza a bailar en escenografías y planos hermosos, e impide a los personajes presentarse con naturalidad. 

Aplaudo la elección de los diálogos en español, aunque solo sirva para resaltar más el lío social. Pero han hecho algo con el montaje de sonido para exagerar las voces y no parecen salir de la boca de los actores. Sumado a la grandilocuencia de los diálogos, pegoteados sin cuidado de la obra original a pesar de estar a sesenta años de su debut en cines, es como asistir a una función atrapada en el tiempo.

Las películas de Spielberg siempre presentaron hombres ordinarios capaces de superar grandes retos. Y qué si esta versión del famoso musical hubiera dado más énfasis a Tony, su lucha interna por reformarse y la gesta imposible por conquistar el amor de María. Y que a ella también le cueste enamorarlo. Pero después de cuarenta años de carrera, donde el amor es totalmente ajeno al cine de este director, era de esperarse.

Spielberg ha estrellado un clásico al extirparle su esencia y alma. Con su ambición técnica le ha dado rigidez a su propuesta. Y decepciona al ser el cineasta más innovador del siglo pasado. No sorprende tampoco el fracaso en taquilla. Esta película errática no pudo competir jamás con el rezago de la pandemia, Spider-Man y Matrix. Pero tal vez sí, cómo no, ganar unos cuántos Oscar técnicos. Será la película enana de las salas vacías.

 

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La Luna va a estrellarse con la Tierra. El único satélite natural del planeta va a causar su inevitable colapso. Y con ello, claro, la extinción de la especie humana. La Luna va a caerse, o más precisamente, va a salirse de órbita. Y ese argumento es solo el pretexto de un carnaval de desastres. Tsunamis, terremotos, cataclismos, edificios derrumbándose, lo que fuera. 

Roland Emmerich mete treinta años de carrera haciendo películas de desastres en Hollywood en una misma película. Eso es Moonfall. Están todos los tipos de catástrofe vistos en The Day After Tomorrow o 2012, y también algunas dosis de mundo extraterrestre similar a Independence Day o Stargate. El resultado no termina de definirse por ninguno. Es en efecto un carnaval de lo todo.

La película empieza con un innecesario discurso científico. Pues, qué más da por qué la Luna se está cayendo. No importa si se trata de una coherente razón astronómica, o si son más bien teorías conspirativas, políticos estafadores o información clasificada. Igual se va a caer. Y poco importan las razones cuando hemos venido a presenciar su destrucción en pantalla grande. 

Entonces Emmerich demora en llegar al punto focal de la historia. Hay demasiada marea informativa nublando el rollo principal. Si salimos con vida de esos somníferos cuarenta minutos, la historia presenta un simple duo protagonista entre los astronautas Brian y Jo, dos antiguos colegas cuya gran duda es si serán el equipo capaz de salvar al mundo. A la pareja se suma el conspiracionista K.C. que está destinado a ser el gordo bufón subvalorado de la trama.

Mientras ellos tres se preparan interminablemente, en la Tierra quedan un sinnumero de personajes secundarios innecesarios. Los ex esposos de Brian y Jo, sus respectivos hijos (llegué a contar al menos cuatro niños), el hijo mayor de Brian recién salido de prisión, el nuevo esposo de la ex esposa de Brian, una joven mujer asiática que acompaña al grupo sin ningún motivo y unos aleatorios adolescentes merodeadores que han conquistado el mundo pre-apocalíptico. 

Y entonces al cumplirse una hora de película, Moonfall es un maremoto de datos y argumentos cruzados sin importancia. De hecho, todo parece muy estúpido. Hay una civilización mundial rendida a la catástrofe sin ningún liderazgo más que de tres renegados desconocidos. En todas las películas previas de Emmerich había cuando menos una figura política mundial para darle legitimidad.

De hecho, la misión central de la película queda reservada para el final. Antes de ello tendremos un enredo de imágenes extrañas donde se ha confundido la geografía norteamericana con Asia o el Polo Norte, una NASA sin ninguna infraestructura ni poder casi en absoluto que debe sacar naves espaciales de museos tomados por la delincuencia juvenil, y una explicación al argumento final futurista bastante original para ser honestos, pero arrojada al espectador sin ningún aviso previo para intentar ser creíble o verosimil.  

Si tan solo Emmerich se hubiera librado un poco de toda esa densidad de personajes, argumentos y variables informativas para entregarnos lo que vinimos a buscar. Eso que ha sido su inspiración personal y musa durante toda su carrera. Ese momento épico donde el planeta se acaba, o pende de un hilo, y entonces estamos satisfechos a pesar de uno que otro bochorno en el camino.

Pero no. Moonfall solo cuenta con algunos atisbos muy lejanos de genuina emoción. Vale la pena si extrañas grandes producciones fastuosas de catástrofes, estás bien descansado y quieres verla en pantalla grande. De lo contrario, The Day After Tomorrow es aún una mejor propuesta, incluso veinte años después. Y si no, pues, cualquier otra.

 

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