MRTA

Se cumplen hoy 20 años de la entrega del informe de la Comisión de la Verdad al país y fue y sigue siendo un hecho fundamental que es menester destacar.

Primero, se dejó muy bien establecido que los principales responsables del baño de sangre fueron Sendero Luminoso y el MRTA, dos movimientos terroristas que emergieron en la década de los 80, y que en ese trance murieron cerca de 70 mil peruanos.

Segundo, se dejó muy en claro que la mayor parte de los muertos ocurrieron a manos de los terroristas y en menor medida, pero no menos importante, por las propias fuerzas armadas y policiales.

Tercero, se fijaron cifras que mostraron que, contrariamente a lo que Toledo quería utilizar como munición contra el fujimorismo al crear la CVR, la mayor cantidad de violaciones a los derechos humanos ocurrieron durante los gobiernos democráticos de Belaunde y García (por eso, de paso, no se explica el sesgo antifujimorista mayoritario de la muestra del Lugar de la Memoria).

Cuarto, se fijaron pautas de reparaciones y atribución de responsabilidades que luego han servido para acciones judiciales eficaces, aunque aún incompletas, a pesar del tiempo transcurrido.

El país maduró democráticamente con la dación del Informe y no se explica, honestamente, la reticencia de cierto sector de la derecha a administrarlo y apoyarlo, al amparo de tonterías como que se use el universal y legal término “conflicto armado interno” que no rebaja responsabilidad alguna a los terroristas y no les otorga rango jurídico de protección.

El Informe de la CVR es un hito liberal en la defensa de los derechos humanos y debe ser visto así, por ende, por los sectores pensantes de la derecha, sin que sorprenda ya la reacción cavernaria de los sectores conservadores que quizás hubieran querido que se eche tierra por encima de las violaciones ejecutadas por los institutos armados, como si ello fuera posible y saludable.

La verdad repara, la memoria es socialmente terapéutica y ayuda a que sucesos semejantes no se repitan. Y, por último, se trata de un acto de justicia histórica con las decenas de miles de deudos de las víctimas del terror originado en las demenciales tesis senderistas y las sanguinarias tácticas del “guevarismo” emerretista, grupo que no merece mejor consideración que los radicales maoístas de Sendero.

 

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Comisión de la Verdad, exsenderistas, Informe de la CVR, MRTA, sendero luminos, Terrorismo

Hay una afirmación realizada por el politólogo Martín Tanaka, quien sostiene que en el Perú lo que tenemos no es una derecha o centro derecha que disputa el sentido común en la competencia electoral o en el parlamento a las otras opciones políticas. Afirma que tenemos, ¿sin ideología de por medio en su análisis?, una “ultraderecha”. ¿Cuál es el sostén de esa idea transmitida? Pues el pedido de vacancia presidencial. 

El punto de partida no hace más que poner en cuestión su afirmación que la realidad en estudio. Existen evidentemente en el escenario político apuestas populistas de derecha, que invocan la necesidad de Estado para ciertos temas sociales con más mercado (como es el caso de López Aliaga), existe un anticomunismo en los espectros políticos vinculados al centro y a la derecha dada la experiencia vivida bajo la violencia terrorista ocasionada por Sendero luminoso y el MRTA, pero el pedido de vacancia no es sinónimo de ultraderecha. Revisando la data al respecto, esa ultraderecha al que hace referencia no son más que actitudes políticas vinculadas al fascismo o a estilos dictatoriales. Y eso no es lo que vemos en la oposición de forma general. Pedidos desmedidos sobre la injerencia del Ejercito no es la regla. Es intencional la producción de sentidos que quiere transmitir Martin Tanaka.  

Pero veamos si realmente el gobierno actual y sus aliados pertenecen a la ultraizquierda, que no quiere mencionar por ningún lado el politólogo. La realidad nos señala que el gobierno, dentro del discurso y prácticas gubernamentales, apuesta por medidas sociales sofocando al empresariado nacional. Apuesta por criticar a la minería, cerrar minas y aumentar impuestos a las existentes. No se dirige a los medios de comunicación abanderando la libertad de prensa, se reúne selectivamente con ciertos periodistas. No realiza independencia y transparencia en las licitaciones con el Estado, se reúne en Sarratea o en Palacio con postores que ganarán las licitaciones. No muestra transparencia allanándose a los procesos de investigación que le realizan fiscales, se reúne con la presidenta de la Fiscalía directamente, ¿para qué con ella? 

Ataques directamente a la inversión y a la independencia de poderes es lo que podemos apreciar en un gobierno de ultraizquierda, aupada por Nuevo Perú que no es más que otra organización que tiene ese estilo de liderazgo. Sino qué hacen en el gobierno sus militantes más conspicuos. 

Eso es lo que nos muestra la realidad. 

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Martín Tanaka, MRTA, ultraizquierda

Abimael o Guzmán debían ser más consensuales, pero desde el modo de llamarlos ya constituyen dos sujetos distintos. Debían ser consensuales porque agredieron a nuestra sociedad como nadie lo había hecho antes, e iniciaron, ellos solos, una guerra que duró más de una década y que nos costó 70 mil vidas humanas. 

Es cierto que hay causas estructurales como reza la CVR para que estos dos sujetos, que en sustancia son uno solo, armasen la grande en el Perú, pero pongamos las cosas en contexto. En 1980 recuperamos la democracia luego de 12 años de dictadura militar, y salimos de un fallido proceso de reformas radicales. A ello hay que añadirle la herencia de una inmensa e impagable deuda externa, esto es crisis económica, que toda América Latina había adquirido la década anterior desde que a los países de la OPEP, en 1973, se les ocurrió embargar el petróleo multiplicando cuatro veces su valor en pocas semanas. Por si fuera poco, el Perú atravesaba un vertiginoso cambio demográfico y una masiva migración del campo a la ciudad que el Estado, así, empobrecido como se encontraba, no estaba en capacidad de atender. 

El dato, en el que nadie repara, Constitución del 79 en mano, es que por primera vez en nuestra historia republicana teníamos algo parecido a una democracia gobernando el país, solo que a ese par de señores, que en realidad conforman una sola sustancia, no se les vino en gana regalarnos la oportunidad de construirla y lo petardearon todo, comenzando por la esperanza. ¿Y después vienen mis colegas a llamarla década pérdida?, podrá ser latinoamericano el mote, pero en el Perú se trata de una década petardeada por el terrorismo ¿por qué no llamar las cosas por su nombre?  

Y hablando de eso, los que me conocen saben lo lejos que estoy de la DBA, pero ¿por qué no puedo llamarle terrorismo al terrorismo? ¿cómo? ¿porque no incluye a las fuerzas armadas? ¿y porque tendría que ponerlas al mismo nivel que las bandas subversivas? Sé que las FFAA violaron derechos humanos, no hablo de errores o excesos, designo las cosas por su nombre, pero no por eso voy a caer en el maniqueísmo de plantear una guerra entre dos bandos en condiciones de igualdad, cuando de lo que debo hablar es de una sociedad atacada por bandas terroristas; a su turno, las FFAA deberán responder por sus crímenes, eso nadie lo discute, en todo caso, yo no lo discuto. 

Así veo las cosas y no voy a plantearlas de otra manera.  Y por favor que no me aplaudan las cruces de Borgoña, cuya mirada racialista del país, ya cumplido el Bicentenario de esta paradoja que llamamos república, contraviene, una vez más, el reloj de nuestro telúrico proceso histórico. ¿Velasco no les hizo comprender la sustancia del Perú? ¿Haría falta más o ya podemos sentarnos a construir un proyecto inclusivo para el país?

Termino hablando de la reconciliación que debe darse entre dos bandos, sí: las Fuerzas Armadas y los sectores sociales que fueron dañados por ellas. A este nivel, los voceros de aquellas deben tener la humildad (que hasta ahora no asoma) para reconocer que allí hay un gran trabajo por delante, desde dentro de las instituciones castrenses y proyectado hacia la sociedad. Pero ni Sendero, ni el MRTA tienen asiento en esta cena de paz.

Los dos sujetos, Abimael y Guzmán, han partido, junto a su única sustancia, la que debe esparcirse en sus cenizas, por los confines más remotos del planeta. Dudar en este punto es acuchillar, una vez más, la vieja herida que tanto le duele a nuestra sociedad y que aún no cicatriza.  

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En su sugerente columna diaria, Mirko Lauer ha observado la evolución y casi banalización en los usos de la palabra terrorismo.  Mientras hasta hace pocos años por terrorismo se tenía a las acciones violentas de SL y MRTA, hoy la categoría se extiende a cualquier izquierda, centro o hasta centro derecha que no concilie con la agenda de la derecha conservadora.

Aunque la narrativa se ha expandido a todo lo que se mueve a la izquierda de posiciones cercanas a las de Fuerza Popular o Renovación Popular, las opiniones por las cuales el excanciller y académico Héctor Béjar fue obligado a dejar Torre Tagle ha reabierto la polémica sobre el “terrorismo de estado” y las violaciones a los derechos humanos cometidas por las fuerzas armadas en las zonas de emergencias durante la guerra interna.

La controversia nos devuelve a lo que no ha resuelto la CVR y su museo, y menos por fallidos o sesgados, cuanto porque debieron y deben entenderse como el punto de partida para la ejecución de un proyecto de reconciliación nacional y no como el punto final de este proceso. El informe de la CVR, en este sentido, es la base de datos, desde la cual comenzar a trabajar y el Museo de la Memoria uno, no el único, de los medios de comunicación en el que deben exponerse los resultados de este trabajo con la finalidad de generar una narrativa más conciliadora acerca de la guerra interna.

A la reconciliación se llega a través de una serie de políticas, pero el gesto basal es el perdón, y el perdón que se le exige a los grupos terroristas no es, ni puede ser el mismo que se espera de las FF.AA. y policiales. En el primer caso se trata del perdón incondicional que tienen que pedirnos dos bandas armadas cuyos roles fueron los de ser violentos victimarios, además de únicos iniciadores y responsables directos del conflicto. En cambio, los roles de las FF. AA. fueron diversos: defensores de la sociedad y el Estado ante la amenaza terrorista, víctimas de la brutalidad de los grupos subversivos y victimarios cuando, en su lucha contra estos grupos, violaron derechos humanos y atentaron contra la población civil.

En tal sentido, una política de la reconciliación de las fuerzas armadas con la sociedad debe contemplar estos tres aspectos y no solo concentrarse en uno o dos de ellos. De hecho, esta es la razón que nos viene dividiendo como sociedad hace dos décadas: la derecha y sectores cercanos a las fuerzas armadas exigen que se reconozca el heroísmo y defensa de la sociedad por parte de estas, mientras que la izquierda enfatiza sus violaciones a los derechos humanos. Es por ello por lo que no hay acuerdo, porque no alcanzamos un consenso en el cual reconozcamos que ambas afirmaciones son básicamente correctas, y que pueden serlo simultáneamente y requerir políticas de reconocimiento y de reconciliación para cada premisa, o inclusive políticas conjuntas, que se cristalicen en los mismos actos y lugares de la memoria.

Yo he pensado mucho, para plantear una idea inicial, en reunir a las madres de las víctimas militares de la violencia terrorista, con las madres de las víctimas civiles de acciones militares. Esas mujeres tienen en común el mismo dolor del hijo arrancado por una guerra de la que solo son responsables SL y MRTA. Su abrazo podría comenzar a acercar a la familia militar, que también fue víctima de la violencia política, con aquellos sectores de la sociedad civil más dañados por la actuación castrense en esos tiempos.

La reconciliación siempre trata de gestos, pues busca reparar simbólicamente algo que se rompió en el pasado. La reconciliación nunca devuelve a los que partieron, pero cicatriza heridas abiertas y, si se hace bien, tiene la facultad de tranquilizar al pasado, logra que sus gritos cesen de perturbarnos en el presente para finalmente ocupar su lugar en la historia, dejándonos una enseñanza. El consenso de querer hacerlo es el primer paso para sanar aquel dolor que todavía vive entre nosotros.

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