covid

Se quedaron en casa donde se juegan relaciones incondicionales, con ejes fijos, jerarquías inmutables, que tienen el sello de la supervivencia, que no se rigen por reglamentos, en las que hay estabilidad laboral absoluta y casi nunca causales de despido. En esa matriz que solo los ilusos pueden calificar de nido colmado de amor y solidaridad pero que, no es casual, es la fuente de cuentos de hadas crueles, tragedias griegas, telenovelas truculentas y dramas bíblicos, los jóvenes quedaron prisioneros. Fue algo así como vivir permanentemente en un estadio donde solo se juegan partidos de final mundialista, sin posibilidad de pichanguitas.

Recién estamos calibrando el impacto negativo de lo anterior y las dificultades del regreso a lo presencial, tanto en los centros educativos como en los espacios laborales. Es como volver a conectar con una serie habiéndose perdido un par de temporadas sin tener ni un resumen de lo que ocurrido desde el último capítulo visto, como aplicar a  una visa ante burocracias consulares abrumadas por miles de solicitudes, o lo ocurrido en los hospitales cuando hubo que recuperar todos los diagnósticos e intervenciones quirúrgicas pospuestas por la emergencia sanitaria del COVID.  

Recuperar un buen nivel de resistencia inmunológica, tanto en el nivel orgánico como relacional va a tomar tiempo.

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Minsa quita ola

Según los especialistas, la estrategia se debe enfocar en completar la vacunación de mayores de sesenta.

Sobre lo que vendrá en el futuro, Mayta-Tristán explica que el virus seguirá mutando y no cree posible un escenario en que el Covid 19 deje de existir. ”El Covid cero es una ilusión y nadie lo ha logrado. Sólo lo intentaron en países donde había una mirada dictatorial y extremo control de la población y los otros eran islas que podían aislarse del mundo”, dice el especialista. 

El panorama parece alentador ante una ola menos severa de las que afrontó el país en los últimos tres años que no afectaría el regreso de la normalidad. Sin embargo, el Ministerio de Salud, uno de los más cuestionados a raíz de la crisis sanitaria, todavía tiene tareas pendientes con la vacunación.

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“Lo que ha pasado debilita la confianza de la población en la vacunación. Esto no es un problema de seguridad de vacunas, sino en la decisión de cómo aplicar las dosis. Me preocupa que esto sea aprovechado por los antivacunas para irse en contra de la campaña de vacunación. La vacunación era una de las pocas islas de excelencias dentro del Minsa. Desde que entró Condori, ha venido cuesta abajo” opina al respecto Percy Mayta Tristán.

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¿Tiene suficientes méritos para desempeñar un determinado trabajo?, ¿le corresponde un reconocimiento de cualquier tipo?, ¿dado el error cometido es pertinente un castigo?, ¿la clara transgresión de una norma debe llevarlo a la autoridad para que se inicie el procedimiento legal de rigor?

Preguntas que enfrentamos con bastante frecuencia. Aunque nosotros no estemos en una posición que obligue a tomar decisiones, como espectadores de la vida social, tenemos respuestas y juicios. ¿La respuesta natural en los grupos humanos, la que fue estándar durante miles de años?: depende.

¿De qué?, ¿no es acaso un asunto evidente? Las habilidades, los logros que producen, las metidas de pata y las de mano en arcas abiertas o cerradas, son hechos incontrovertibles. Claro, hay lugar para la subjetividad, debemos tomar en cuenta el contexto, la historia, los atenuantes y la acción afirmativa de ciertas categorías de personas. Pero no debería haber tanto margen de maniobra. Manejaste borracho, pierdes tu licencia de conducir.

¿Entonces, de qué dependía?

Si se trata de tu primo hermano, compañero de colegio, correligionario, paisano, comparte contigo la barra brava, por ejemplo, la cosa cambia. El nivel de severidad disminuye, el deseo de componer un entuerto, dando un testimonio, digamos, se va al suelo. Silbar y mirar hacia otro lado, encontrar todo tipo de explicaciones exculpatorias, realzar esfuerzos e intenciones, se vuelve frecuente.

Al contrario de cuando el protagonista no comparte con nosotros códigos ni historias vividas conjuntamente, ni relatos escuchados de referentes comunes. No es de nuestra tribu, pues.

Aunque sociedad y cultura producen protocolos de premiación y castigo, parejos, incluso si la ley no ve a todos como iguales ante sí, en buena parte de las eras y latitudes, la pertenencia e identidad hacen una enorme diferencia a la hora de juzgar a nuestros semejantes.

No es casual que los términos que identifican vínculos de sangre o políticos —tío, cuñado, primo, ¡hermanito!— son maneras de acercar y, también, prometer un trato privilegiado en la repartición de recursos sociales, que se trate de dinero, trámites, contrataciones, licitaciones, sentencias, penas y penalidades. Ni que los grupos que tuercen —a punta de violencia y monopolio de la ilegalidad— de manera sistemática la lógica colectiva —las mafias— se reconocen como familias.

Costó trabajo que la pertenencia o no a la tribu fuera irrelevante o, por lo menos, no decisiva.

Es posible que la obsesión de la Iglesia con prohibir el matrimonio entre familiares cada vez más lejanos, la vigencia de órdenes religiosas meritocráticas independientes de lazos de sangre y herencia, el surgimiento de gremios especializados, la alfabetización derivada de la imprenta y discusión de ideas sin intermediarios producto de la Reforma, una mano de obra móvil desligada de la tierra —producto, en parte, de una pandemia, la Peste Negra— y la construcción de una objetividad científica, fueron todos factores en la construcción de un rasero homogéneo a la hora de tomar decisiones como las mencionadas en el primer párrafo.

El Perú es de una tribalidad extrema, pesada y sofocante. Las desgracias, las victorias, el ejercicio del poder, la captación y distribución de recursos, dependen casi exclusivamente de pertenencias e identidades, de lealtades construidas en experiencias locales que no pueden proyectarse en un espacio común. Lo que hay, o es mío y de los míos y me lo apropio hasta que me lo expropia otro grupo para usarlo de la misma manera; o lo trato como ajeno y lo malogro, lo ensucio, lo agoto.

La perversión de la pertenencia que —salvo en la gastronomía y, últimamente, en la vacunación contra el COVID— se ha venido acentuando en nuestro país, explica, mucho más que la ideología política, religiosa o económica —puro pretexto—polarizaciones, vacancias, disoluciones, nombramientos folclóricos, leyes esperpénticas, investigaciones judiciales y otros hechos de nuestra vida colectiva.

Un territorio plagado de tribus y mentes tribales no es un país. Independientemente de cuánta riqueza haya en sus entrañas, quienes lo habitan serán siempre pobres.

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