En aquella pequeña ciudad llegaban gentes de todas partes del Perú con enfermedades graves porque había un hospital alemán (allegada a una religión), que solo cobraba 4 soles la consulta y las operaciones y tratamientos a un precio de ensueño. ¡Era milagroso! El hospital, según me dijo, es Diospi Suyana. Allí él aprendería a conocer el Perú real, me contaría alguna vez, al oír y ver tantas carencias y necesidades de muchas personas que tenían que viajar miles de kilómetros para poder ser atendidos con calidad y a un precio que se ajusten a los bolsillos. Luego de ese periplo, irían a Lima a vivir otro año. Y como el amor no conoce de geografía, por ende no hay frontera que lo imposibilite, viajarían para vivir su locura de amor a México 4 años llenos de mucha ternura, aprendizajes, tristezas, luchas, vida, sí, vida, porque de eso se trata el vivir, el de descubrir nuevos comienzos como horizontes. Al final de todo, solo serían dos en la ciudad, y él la inmortalizara en un libro, y ella, seguramente, entre sus más entrañables recuerdos.Como alguna vez dijera Pablo Neruda: “si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”. Ellos en su momento parecieron aferrarse a esa máxima para emprender su loca y bella historia de amor.
Para dar una definición personal sobre el amor, este es como un verano descalzo y rubio, descalzo por lo desinteresado que es y rubio porque ilumina transparentemente al punto de dar esperanzas únicas y raras a nuestro existir. Pero a su vez, tal como alguna vez escribí al final de mi libro ante mi experiencia personal, hasta el amor para toda la vida es un “say hello wave goodbye”. Y de eso también se trata vivir. Cada alcohol tiene una pena. Y eso lo sabe bien un viejo aventurero de la noche y los bares como Sabina: “No hay ni una historia de amor que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz”.
Termino esta columna oyendo la canción que le hiciera Leonard Cohen a su eterna musa Marianne, “So long, Marianne”, mientras leo su última carta de despedida que le hiciera justamente al enterarse de su deceso, y no puedo dejar caer unas lagrimitas, será el día, la ocasión, la soledad o porque todavía soy un soñador, todavía soy un romántico decadente. De qué hablamos cuando hablamos de amor, tal vez a esto se defina con estas letras y recuerdos: “Bueno, Marianne, hemos llegado al momento en que somos realmente viejos y nuestros cuerpos se están rompiendo en pedazos. Creo que te seguiré muy pronto. Quiero que sepas que estoy tan cerca, justo detrás de ti, que si estiras la mano, podrás alcanzar la mía. Sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría, pero no hace falta que diga nada más porque tú ya lo sabes todo. Ahora, solo quiero desearte un muy buen viaje. Adiós, vieja amiga. Amor eterno. Te veo por el camino”. En esta casita de cartón aún se sueña con el amor.