amor

¿De qué hablamos cuando hablamos de amor?

“Una pequeña historia real en respuesta al título dentro del amor en los tiempos del Tinder, Whatsapp y billetera mata galán”.

Este columnista, envuelto en estos días dentro de las burbujas tiernas y vanidosas del amor por el día de San Valentín, y ya con 4 años encima de soltería, trae a colación aquel título de aquella memorable colección de cuentos de uno de los maestros de un movimiento que en vez de floristerías, nos dejó crudeza y contundencia a la literatura. Hablo de la corriente del realismo sucio y un insigne exponente como Raymond Carver, para dar inicio a una pregunta ya casi existencial, cuya respuesta podía dejarnos en la misma incógnita de qué fue primero: ¿el huevo o la gallina? Sin una sola definición, y que de alguna forma ha perdido el valor sentimental que en otrora se tenía, pero que no por eso deja de ser importante como para muchos imprescindibles. Se dice que los latinoamericanos, al ser muy pasionales, le damos un valor más preponderante que otras partes del globo terráqueo. Que de tanto será verdad, eso solo los vientos lo saben. Lo cierto es que todavía nos desvivimos por telenovelas o películas cuyo tema principal gira en torno de ese cegante sentimiento. Aunque ya no son tiempos donde las cartitas o poemas encandilan corazones, sino más bien otros “intereses”. Los tiempos de los locos y los poetas han perdido su fulgor ante el materialismo del papel del dinero. Y ahora que se ha celebrado un día más de los enamorados, porque a decir verdad, el día de la amistad se celebra cada vez que se pueda o con cualquier excusa posible cada fin de semana, debo decir que por este escritor el agua del amor es cristal que solo recuerdos refleja, pero que igual, por más que haya tropezado varias veces con la misma piedra del desamor, su corazón aún late testarudamente y siempre que busca rememorarlo, lo hace entre páginas eternas de la poesía y de la literatura. Pero también de hechos reales, como esta historia que pasó con alguien muy cercano y que hace recordarnos que todavía resplandece esa luz esperanzadora en los tiempos posmodernos del Tinder.

De aquellos años duramente humanos, donde eran tan pobres pero a la vez tan felices. Hablo de Manolo, mi amigo, que esperaría a su amada cuando él tenía 17 años y ella 15, hasta que cumpliera la mayoría de edad y soltera. Ya que ella tenía una relación de escuelita. Pasado ese tiempo, él le preguntaría un día cualquiera al primo de ella, que era su amigo de escuela, si ya andaba soltera. La respuesta sería que sí, después de años entre las sombras mi amigo por fin hallaba la puertita semiabierta para vivir su más enternecedora historia. Él se encontraba ya dos años en México estudiando, pero al enterarse eso, no lo pensaría dos veces y regresaría a Lima. Pero ahora ella ya no estaba en la capital, sino en la mítica ciudadela incaica. No le importaría, suspendería sus estudios, vendería casi todas sus cosas, como un viejo ordenador donde escribía, puesto que es escritor, y endeudado y con una mochila de viajero, llegaría rebozando de alegría al aeropuerto, donde le esperaría. Mi intuición me diría que lo que viviría con ella sería algo especial en su vida. Y lo único que pude hacer es darle los mejores deseos y un libro, que, según me contaría lustros después, sería el símbolo y el mayor recuerdo de aquel amor. Aquel texto era, “Suave es la noche” de la prosa de de aquellos años entre jazz y ginebras, de los años locos en la ciudad de la luz, Scott Fitzgerald. Una vez en el interior del país apuntaría en su libretita todas sus increíbles aventuras. Era un escritor de la vieja escuela. Y así viviría allá un año y medio, donde de paso se establecería en el pueblito de su suegra.

En aquella pequeña ciudad llegaban gentes de todas partes del Perú con enfermedades graves porque había un hospital alemán (allegada a una religión), que solo cobraba 4 soles la consulta y las operaciones y tratamientos a un precio de ensueño. ¡Era milagroso! El hospital, según me dijo, es Diospi Suyana. Allí él aprendería a conocer el Perú real, me contaría alguna vez, al oír y ver tantas carencias y necesidades de muchas personas que tenían que viajar miles de kilómetros para poder ser atendidos con calidad y a un precio que se ajusten a los bolsillos. Luego de ese periplo, irían a Lima a vivir otro año. Y como el amor no conoce de geografía, por ende no hay frontera que lo imposibilite, viajarían para vivir su locura de amor a México 4 años llenos de mucha ternura, aprendizajes, tristezas, luchas, vida, sí, vida, porque de eso se trata el vivir, el de descubrir nuevos comienzos como horizontes. Al final de todo, solo serían dos en la ciudad, y él la inmortalizara en un libro, y ella, seguramente, entre sus más entrañables recuerdos.Como alguna vez dijera Pablo Neruda: “si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida”. Ellos en su momento parecieron aferrarse a esa máxima para emprender su loca y bella historia de amor. 

Para dar una definición personal sobre el amor, este es como un verano descalzo y rubio, descalzo por lo desinteresado que es y rubio porque ilumina transparentemente al punto de dar esperanzas únicas y raras a nuestro existir. Pero a su vez, tal como alguna vez escribí al final de mi libro ante mi experiencia personal, hasta el amor para toda la vida es un “say hello wave goodbye”. Y de eso también se trata vivir. Cada alcohol tiene una pena. Y eso lo sabe bien un viejo aventurero de la noche y los bares como Sabina: “No hay ni una historia de amor que tenga un final feliz. Si es amor, no tendrá final. Y si lo tiene, no será feliz”.

Termino esta columna oyendo la canción que le hiciera Leonard Cohen a su eterna musa Marianne, “So long, Marianne”, mientras leo su última carta de despedida que le hiciera justamente al enterarse de su deceso, y no puedo dejar caer unas lagrimitas, será el día, la ocasión, la soledad o porque todavía soy un soñador, todavía soy un romántico decadente. De qué hablamos cuando hablamos de amor, tal vez a esto se defina con estas letras y recuerdos: “Bueno, Marianne, hemos llegado al momento en que somos realmente viejos y nuestros cuerpos se están rompiendo en pedazos. Creo que te seguiré muy pronto. Quiero que sepas que estoy tan cerca, justo detrás de ti, que si estiras la mano, podrás alcanzar la mía. Sabes que siempre te he amado por tu belleza y tu sabiduría, pero no hace falta que diga nada más porque tú ya lo sabes todo. Ahora, solo quiero desearte un muy buen viaje. Adiós, vieja amiga. Amor eterno. Te veo por el camino”. En esta casita de cartón aún se sueña con el amor.

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