Esta casita de cartón abre sus puertas hablando y leyendo el libro que tiempo atrás escribió, ‘Generación Equivocada’, rememorando, entre otras cosas, episodios vivenciales, ya que, como alguna vez refirió el maestro Jorge Luis Borges, con relación al ejercicio de la escritura, nada está deslindado de la realidad, de las experiencias que vivimos, y gran parte de esa obra tenía su influencia en acontecimientos que me marcaron, por más que aquel personaje travieso y soñador, Manuelito Esponja, no era yo o no del todo. Pero en la parte que retrata al niño sí, porque, aunque los años pasen soy todavía aquel niño de 4 años que se dijo cuando vio por primera vez el cielo, que ‘en esta vida le ha tocado ser Renzo Pariasca Mendoza’. Y todo eso, por la grata coincidencia de que se haya compartido en el canal de streaming, Literando & fútbol, con el profesor Guti, sobre mi libro.
De alguna manera, así ha pasado estos días, reflexionando en torno a lo que he sido y soy, y a dónde iré. Y doy con la conclusión, entre tanto, de que siempre seré un ser tristemente sentimental, como a su vez, un ser sensible, y, sobre todo, sensible a la insensibilidad. Muchas veces desprenderse de la máscara que llevamos puestos para afrontar nuestros días, nos permite redescubrirnos. Recuerdo una entrevista de Bukowski, refiere que fue su padre su gran maestro de la literatura, porque le enseñó el dolor. Es que sí, detrás de una gran prosa hay un río de llanto silencioso. Eso que la vida misma pareciera imponernos para descubrir para qué hemos venido. Sino la ya frase popular de

Nietzsche, tergiversada, desde luego, ‘lo que no te mata no te hace más fuerte’, no acontecería en nuestras existencias. Él, una de las mentes más brillantes que han pisado esta tierra, claramente al ver cómo la mujer que amaba, Lou Andreas-Salomé, se iba con su amigo, Paul Rée, lo entendió. Y sin ese acontecer, no hubiera escrito, muy probablemente dada la magnitud del hecho mencionado, su obra magna, Así habló Zaratustra, y el haber creado la mítica figura del ‘superhombre’. Dejando esta frase en ese mismo libro para la posterioridad: ‘Debes estar preparado para arder en tu propio fuego: ¿Como podrías renacer sin haberte convertido en cenizas?’.
Esta casita de cartón Cierra sus puertas, entendiendo que ante el destino el poeta nada puede. Y saludando por ‘¡un año menos!’, como diría el genio de Charly García, a mi primo, que en sí es una coincidencia denominativa llamarlo así, ya que para mí es un hermano. Ya que crecimos juntos y seguimos escribiendo nuestras vidas a la par, como lo que somos y siempre seremos: hermanos. Salud y esta casita cierra su puerta por hoy a tu nombre, Leonardo C. Pariasca.

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Esta Casita de Cartón abre sus puertas, pasado casi un mes desde que escribió su última columna en la cual dedicó al siempre y eterno periodista desde las sombras, Víctor Patiño, más conocido en la población como el ‘Búho’. Aún no asimilo su pérdida, probablemente nunca lo haga, sino que uno aprende o trata de aprender a sobrevivir con ese dolor y ausencia indescriptible. En la metáfora cotidiana de ‘la silla vacía en la mesa’. Y en mi caso, la persona que nos daba alegría a esta ‘tenebrosa tiendita’, como le llamaba, ‘la tiendita del horror’, se me fue. Con su imponente personalidad, carisma y locura que amenguaba las caras largas y taciturnas que parece velar siempre en esta familia, incluido en mí, por desgracia. Las calles donde ya no se recorren hablando sobre tantos aconteceres y acontecimientos de la historia y de la vida y las músicas que le daban las campanadas al viento, pasando por distintas décadas y géneros, el soundtrack del alma que uno siempre llevará ahora en silencio. 

Ahora estás solo, te das cuenta ante la orfandad de las almas que alrededor poco o nada entienden de compasión o empatía. Muchas veces pensé que lo más penoso de la ausencia de alguien es no volver a ver a la persona, pero no necesariamente es así, sino lo que muchas veces es superior a ese dolor, es tener a la persona al lado y brillar con tanto fulgor y esmero su ausencia hacia ti. Un muerto en vida, y qué penoso es serlo. Y lo digo yo, que también me estoy convirtiendo en eso. Una triste sombra que lo único que tiene es esto, su escritura, lastimosamente en tiempos de ágrafos y videntes, en tiempos de tik toks, que manejan y encauzan sus emociones y paradigmas desde sus vientres… Y dejando de lado el ideario romántico cristiano, no sé si estará en el cielo y me volveré a ver con él. Yo simplemente, siempre lo llevo en el presente y lo menciono cuando requieren saber quién soy, porque lo que soy es en gran parte por él, porque para mí fue la luna que siempre iluminó el camino del maestro y padre. Lo llevaré hasta el último día, hasta me toque llegar al silencio eterno.

Lo cierto que la columna tomará otro sendero. Por ejemplo, hasta en el común y cotidiano. Como un blog que sería en antaño, pero siempre añadiendo el arte y las vivencias reales. Muchas veces me han dicho que siempre tengo buena suerte con las mujeres en las victorias silenciosas que otorgan o que he tenido vivencias extraordinarias, como si fuera una película andante. Además de ideas que terminan en el ‘por qué’, dejando la del estribo. Y más allá del floro barato, que sería decir: es por mi labia o el hecho de comprar sentimientos efímeros con dinero, en realidad todo ha sido por la lectura, el acto descarriado de leer. Porque así como muchas veces vivo, otras veces la vida se me va entre libros o con lo que escribo. No soy un ratón de biblioteca, me gusta vivir hasta el último sudor, gramo o centímetro del límite y creo que muchos de ustedes lo saben, bueno, aquellos que han visto que no es mito sino realidad. Y es que creo más en las personas que mueren en su ley, en su leyenda, que en aquellos que crean su novela de vida, con el ‘éxito’ que la sociedad les vende como moneda corriente. Y todo esto lo he hecho para antes de irme a cantar las mañanitas con el de abajo decirle: ‘Confieso que he vivido’. Y tengo la seguridad que sí, con todo lo que he pasado y he vivido, tengo la plena certeza que es así. Y ahora solo dejo a los puntos suspensivos que se cansen y me den el último punto, el del final. Así que la columna toma una nota más personal, más íntima y sincera. Martín Adán, el poeta del cual me tomé la licencia en honor a su monumental obra, ‘La casa de Cartón’, para el título de esta columna, alguna vez escribió en una misiva que lo desnuda: ‘Si quieres saber de mi vida, vete a mirar al Mar’. 

Esta Casita de Cartón, cierra sus puertas en este caso diciendo que si quieren saber quién soy y quién fui, lean estas sinceras hojas que he decidido que solo salga una o dos veces al mes. Que la vida les sea grata y les acompañe amantes de la noche, el vino, el arte y las victorias silenciosas.

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Esta casita de cartón abre las puertas más tristes de su alma recordando el día que te conocí, Búho. Fue ‘Teo’, como llamabas a tu hermano, quien me dijera hace 10 años que te conocía personalmente. Por entonces yo vivía en Argentina. Y no podía creer tal confesión, pensé que era una pintoresca broma. El periodista más enigmática dentro de la selva de las letras periodísticas, quien llevaba el sobrenombre del animal más sabio, del que siempre padre me recalcaba en sus escritos cuando era un niño, leyendo frases que escribías, llegaría a conocerlo ni bien llegando. Y ese fue el mejor regalo que me ha dado nuestro país en estos casi 11 años lejos. Aquella vez llegaste y de la puerta llamaste: ‘Pariasca’. Tu voz denotaba los años de bohemia y sufrimiento. Y esto lo recordaría siempre cuando oíamos ‘More’ de Tom Jones o ‘I am not the one’ de The Cars, y lo recalco porque bien sabemos las personas más cercanas la pena en el alma con lo que lidiabas a menudo. Pero aquella vez, fue una velada memorable, no solamente por la música de Silvio y Pablo, que tanto nos unió, sino también por los Redondos, Virus, Fito,… pero sobre todo Charly, a quien tanto admirabas. De esta primera banda mencionada, que pocas personas conocen en nuestras latitudes, siempre recordaría la frase que me recalcabas: ‘la suerte del principiante no puede fallar. Y eso me sorprendió de grata manera la primera vez. De por sí ya sabía que hablaba ante una inminencia cultural, pero me sorprendía tanta sapiencia junta y de distintas corrientes artísticas, como cuando citaste ‘Las flores del mal’ y te respondí ‘Baudelaire’ y nos pasamos hablando horas de poesía. Yo por entonces daba mis primeros pasos de la adolescencia a la juventud, y poco o nada sabía de la vida, como el que no conociera a alguien que supiera de tantas cosas juntas, era admirable. Y sí, allí ya comencé a admirarte detrás del arte del periodismo. Aquella noche, cuando te despediste me dejarías por siempre estas palabras: ‘yo realmente creía que tu hijo era inteligente, pero no pensé que un genio. Es un gusto conocerte, sobrino’. Después de ese día y todas mis vacaciones en Lima estuvimos siempre hablando el mismo idioma: el de la genialidad, que decías. Hasta horas antes que perecieras, y las pocas cosas que decías pero con la mirada, más que todo, y era de agradecimiento genuino, pues te demostró lo que muchos otros no, lealtad y eso fue siempre lo que siempre tendré presente, pues soy aparte de amigo, tu discípulo y siempre lo tendré presente, hasta que toque decir basta.
Los que hemos crecido en barrios humildes, siempre veíamos un diario, ya sea en nuestra salita (la que era a su vez un dormitorio y cocina), bajando del cerro viendo a alguien llevar siempre un periódico o en el mercadito como en el bus. Ese diario que por entonces valía 0.50 centavos, era el Trome, el diario del Perú. Y del que entre sus páginas, estaba una columna que enaltecía con tanta brillantez la cultura, tanto como la mujer de al lado, una pequeña pero tan potente columna que hizo que muchos aprendiéramos a dar nuestros primeros pasos literarios, como el que ahora escribe. Quién no leía los sábados de cine o domingos de literatura infaltables, tus entrañables episodios en San Marcos, o al ‘Chato’ Matta, tu alter ego, con el ‘sinvergüenza’ y mujeriego de Pancholón y sus mil y un aventuras. Y es que han pasado los días y todavía no puedo aceptar que eres ya parte de lo eterno. Te veo entre lo sueños donde pareces decirme algo, tío. Del que no quieres que me gane los llantos cuando el silencio de la noche impera y trae a colación aquellos innumerables momentos mientras escribías tu columna y oíamos a Charly Garcia (el Unplugged por ejemplo), para luego corregirlo y seguir hablando de literatura, historia, política,

cine, arte… Con nadie he podido hablar sobre tantos temas como también de esta ‘dulce condena’, nuestra locura innata, que nos hiciéramos como padre e hijo caminando por la sórdida pero luminosa Lima. Podrías comprenderme, y hacías que no me sintiera tan solo. Por eso fuiste como el padre que la vida misma me dio, ‘de la familia que uno encuentra con los años’, como decías. Y ahora que te has ido, ¿con quién hablaré de todo esto?
Ahora me levanto y trato de llamarte o escribirte, pero nadie contesta. Veo a padre, quien iba a ser tu compadre si no hubiera sido por esa aciaga enfermedad, ya que también creías en su fidelidad como amigo. Y que fue así hasta último momento, ya que fue tu último amigo que te vio despedir, gritando un gol de nuestro querido River Plate, equipo al que pensabas visitar su cancha una vez más, ya no con Ramón el ‘Pelado’ Díaz en el banco sino el ‘muñeco diabólico’, como decías en broma a Gallardo. Creía y tenía fe en que todo pasaría e iríamos a Argentina o el proyecto de streaming se haría: ‘El tío y el sobrino’. Ya que como me dijiste semanas antes: ‘Ya que no haré mi libro. Estaría bueno hacer ese proyecto porque al igual que Neruda podría decir tranquilamente, ‘Confieso que he vivido’. Porque calle y cultura nos sobraba. O de nuevo ir donde Román el pescador o a Paracas a comer buenos ceviches. O ir a ver a ‘Del pueblo’, y recorrer nuestra órbita de la noche y la bohemia. Y tantas cosas más, tío… Que hasta el último momento tenías una fortaleza indescriptible, como hoy, esta noche, en que te despediste con un gran abrazo entre sueños del cual fue imposible no quebrarme y escribir esto. Has sido más que un amigo, un maestro y padre para mí . Me pregunto una vez más, quién me entenderá, con quién podré hablar de todo lo que hablábamos siempre. Me pregunto cuándo podré volver a verte. En qué lugar del tiempo o el universo estará presa esa ilusión de volver a encontrarnos y brindar por todo lo vivido… En qué lugar podré encontrarme con mi maestro… pues como me recordabas, yo era tu discípulo, quien seguiría tu legado. Y del cual me llenaba de tanto orgullo, pero del que bien sabía en mis adentros, de que ‘Búho’ es y será uno solo. El periodista más leído por este país, el que nos dio la posibilidad a personas como yo de soñar con el mundo infinito de las letras en aquel diario que repartía y vendía, que siempre leía y del que sería la pluma que me influenciaría para empezar a escribir. Cuánto extrañaré los domingos de literatura, cuánto pero cuánto lo extrañaré si por tus letras yo decidí escribir y hacer un libro del que inmortalizaste con tu prólogo. Te quiero y te amo padre de la vida. Te quiero y te amo, y alguna vez nos volveremos a ver y beberemos como dos bohemios hablando de lo que hablábamos, nos volveremos a ver porque no hay adiós cuando se ha amado, como un hijo a un padre y padre a hijo. Por eso hasta el último estuve, porque fuiste un padre para mí. Se apagó para siempre el televisor para brillar en el parnaso de las letras y de los cielos por los siglos de los siglos, maestro. Gracias por todo.

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Esta Casita de Cartón abre sus puertas con el título de una memorable canción del rock Argentino, escrita por el maestro Charly García, en el periodo musical de Sui Generis, ‘Confesiones de invierno’. Puesto que esta columna será, de alguna manera, íntima, recapitulando los días que pasaron, tras la Ventana del tiempo, como de los días venideros. Así que me dispongo a oír aquella pieza maestra en esta madrugada en la que escribo, enfermo y con la trastornada marea de pensamientos que retuercen las pocas estrellas en el cielo de esta noche invernal, que estuvieran iluminadas si es que las calles en las que camino tuvieran esperanzas. Pero no hay, y la carne se hace sombra y transcurre dentro de su cárcel redundante en las letras de esta canción.

En un principio, el rótulo iba a ser ‘Luz de agosto’, nombre de una novela del autor que escribí por última vez, William Faulkner. Y es que es agosto, el mes de mi nacimiento, un año menos, a lo que realmente lo siento así y que de alguna manera me tranquiliza. Sigue otra canción, ‘Agosto’ de HDS, es un cóctel de músicas que acompañaron mi juventud. Recordando a mi viejo amigo Gustavo, fanático de esa banda española como de otras de la movida madrileña. Cuando tomábamos vinos hablando de arte y de los amores fracasados que por entonces yo no había vivido, pero que en cada palabra entendía los suspiros de vientos que alguna vez llegarían a este pozo. Tenía 14 o 15 años, y desde muy joven siempre me gustó oír voces autorizadas por el tiempo. Me escribe Ana, una amiga, en este momento, y le envío una escena de ‘Her’, ya que minutos antes de sentarme al ordenador, hablábamos sobre la IA, que está muy en boga, y del amor y sus sacramentales palabras en otrora a diferencia de ahora. Cómo ha cambiado todo, y lo veo al ver a mi hermano echado en su cama abrazando su alivio, Tik Tok o un juego. Y no juzgo, son los campanarios de los ‘temps moderns’ y del futuro, que tanto espantaba a Baudelaire o al que satíricamente Chaplin con arte hacía ‘gruñir’. A veces pienso que la historia ya está escrita realmente y solo caminamos en la misma comparsa una y otra vez encaprichada por un Dios siniestro. Pienso, tantas veces pienso que la respuesta realmente tal vez lo tenga el viento.

Ahora, después de muchos años escribí un cuento para una revista, que lleva de título ‘Lo que ya no recuerdas’. Con el epígrafe siguiente: ‘Hay muchos tipos de amor en este mundo, pero nunca el mismo amor dos veces’, del autor que quizás como nadie entendería este palpito en estos minutos donde presiono los teclados, puesto que veía a la vida como yo, con el retrovisor del pasado, con los vientos tocando imperecederamente el acordeón de la nostalgia una y otra vez en el reloj de arena. Y quizás por eso es que me ‘enamoré’ de su obra. En sí, cada autor favorito que tenemos es un semblante de lo que somos, lo intrínseco, plasmado en sus artes, y en eso señalo a mis escritores predilectos, como Capote, Mishima, Fitzgerald, Dazai. El orden es aleatorio. Y al leer sobre sus vidas lo entendí, porque escribían con la pulsación del mismo sentimiento a través de la ventana de la imaginación y del sufrimiento. Quizás con ellos me gustaría compartir un velada en el infierno, creo que sería el sueño más allá de la vida que me haría muy feliz.

Y el cuento trata sobre una relación de esas obnubiladas. De los que cada vez se extinguen propiamente por las afluencias culturales. De una chica que dedica canciones de amor que alguna vez su ex amor le dedicaba: jazz, baladas francesas, y demás. Un knockout al polaroid que atesoraba el personaje dentro de las cosas que uno más ama. Al terminarlo, pensé: la única canción que nunca podría dedicar a nadie la personaje de la historia, sería ‘Don’t think twice, It’s all right’, de un genio de Minnesota, curiosamente como Fitzgerald, Bob Dylan. Del que harán una película, noticia que me alegró gratamente, y que espero que sea digna de lo fue, es y será el único músico premio Nobel de Literatura al día de hoy. Es la canción que considero más hermosamente decorosa para despedirse de alguien (así ésta haya sido ruin y desleal). Y pongo una interpretación del mejor Bob Dylan, a medios de los 60’s, exactamente en 1965 en Birmingham, Inglaterra. Esta historia es inspirada en el caso de la vida real (de un gran amigo) como todo. Trayendo a colación al maestro Jorge Luis Borges: ‘Todo lo que nos sucede, incluso nuestras humillaciones, nuestras desgracias, nuestras vergüenzas, todo nos es dado como materia prima, como barro, para que podamos dar forma a nuestro arte’. A su vez, llega el final de estas líneas, y resplandece esta sentencia de Neruda: ‘Me enamoré de la vida, es la única que no me dejará sin antes yo hacerlo’. Pasado, como todo lo que mi rostro ve ahora en el espejo. 

Esta casita de cartón cierra sus puertas con la última frase de una de las canciones mencionadas: ‘Una vez en la vida debo encontrar dentro de mí,­/ una noche de agosto/ mi alma perdida que arrojé al mar’. Y espero que sea en esta. 

Gracias a Julio Ramón Ribeyro por ‘Prosas apátridas’, Edward Hopper por ‘Domingo por la mañana’ y a John Lennon por [Just Like] Starting Over.

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Esta Casita de Cartón abre sus puertas escribiendo, a días de un año más de su fallecimiento, al extraordinario y notable exponente de las letras norteamericanas, y la mayor fuente de influencia e inspiración de los escritores del ‘realismo mágico’, William Faulkner. Y es que si alguna vez nuestras letras fueron estrellas luminosas de la literatura mundial, fue gracias a aquel movimiento que Alejo Carpentier lo ‘revistió’ en palabras como lo ‘real maravilloso’, y al legado literario que dejó para la posteridad el maestro del ‘gótico sureño’. Es que todo lo que acontece en los rinconcitos de aquel mundo perdido en el tiempo, que respira en cada espacio nostalgia, de Yoknapatawpha, es como un multiverso de otros mundos bañados también por lo fantástico, como el recordado Macondo o Comala (aunque este último existe en lo terrenal pero no con los bríos mágicos que nos dejó otro grande como Juan Rulfo). Y es que el Premio Nobel de 1949, fue una de las mentes más maravillosas como farol resplandeciente de mucho de esos muchachitos de esta parte del globo terráqueo, cuando eran ‘tan pobres pero tan felices’ por aquel entonces, cuando ‘devoraban’ sus impresionantes libros, como las que acompaña el título de esta columna, ’El ruido y la furia’. Y es que como señalaría nuestro Nobel en más de una ocasión: ‘sin la influencia de Faulkner no hubiera existido novela moderna en Latinoamérica’.

Aquella voluminosa edición que leería (y del que por primera vez en me enamoraría de un personaje de un libro, Caddy), según contaría el mismo Faulkner, lo escribiría de 5 maneras distintas antes de ser publicada. Novela que trascendió los tiempos y que tendría por título una de las parte más famosas de los versos de ‘Macbeth’, exactamente en el acto 5.º, escena 5: ‘La vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que nada significa”. Al comienzo, la historia es contada por una persona con discapacidad mental, Benjamín Thompson, o ‘Benji’, dejando a más de uno lelo, como también un poco confundido, para luego cambiar a las voces de sus hermanos. Al pasar de sus hojas, uno se daría con el retrato de la decadencia de una familia tradicionalmente sureña por 30 años, que es de donde proviene el linaje del autor y donde vivió la mayor parte de su vida. Ya que el maestro nació en Ripley, Misisipi, pero vivió en las cercanías de Oxford. No llegó a terminar la escuela, ni estudiar en alguna universidad. Más sí intentó participar en la guerra pero por su baja estatura no podría ser partícipe y eso lo frustraría. Es entonces donde se dedicaría a cualquier trabajo para sobrevivir y tener algo para ‘comer, como unos cigarrillos y unos whiskys’ como a la literatura, teniendo de ‘baluarte’ a Dostoievski, del que leería y releería cada libro de él por año como el ‘Quijote’, o al que consideraba como ‘el padre de la literatura norteamericana’, Mark Twain. Y sería por el brillante cuentista, amigo de él y que sería de los mayores eslabones para los escritores de esa época, Sherwood Anderson (‘el padre de los escritores de su generación’, afirmaría), quien le incentivaría a que vaya por el sendero de la narrativa en vez de la poesía, que era donde se veía talento. Después de tres semanas sin verlo, le iría a visitar a Faulkner por primera vez a su morada, preguntando si éste andaba molesto con él, ya que a diario se veían. ‘No, estoy escribiendo una novela’, le respondería. Harían un trato: le presentaría su novela a su editor, con la única condición que no le haga leer. Y así sería.

‘El pasado nunca se muere. Ni siquiera es pasado’, esta máxima de índole casi filosófica que expresara, pareciera ser parte del latido de su obra. Tomaría de ese innovadora narrativa del ‘monólogo interior’, que James Joyce había sabido tan magistralmente exponer tiempo atrás con ‘Ulises’. En sí Faulkner era un eterno decadente del sur, que después de la guerra de la secesión cambiaba, como su tradición, su expresión. Se podría decir que escribía desde la derrota de su pueblo, del territorio donde creció, del mundo que se había perdido. Debe ser por eso que en estas latitudes tantos autores se nutrieron y escribieron concibiendo la literatura con la misma mirada, de la derrota la magia intrínseca pueblerina. También vibraba sus textos dentro del tiempo circular, como el eterno retorno de Nietzsche. Diría sobre el ejercicio literario: ‘El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo’.

Mujeriego, alcohólico, como su enemigo número uno, otro ‘peso pesado’ pero desde la otra orilla en la forma de escritura, Ernest Hemingway (del que curiosamente al perecer ambos, encontrarían en sus bibliotecas todas las obras completas de cada uno, demostrando una especie de amor y odio silente). Alguna vez, el extrovertido Truman Capote lo describiría como un ‘obsesionado por las lolitas, habitualmente serio y elegante, bajo el doble de peso de una incierta gentileza y una resaca de Jack Daniel’s’. No viajaría mucho por el mundo. Harold Bloom diría que era el mejor escritor de su época, superando incluso a  Hemingway, Fitzgerald o Dos Passos. Aunque el creador de ‘Luz de agosto’, diría, a pesar de su rebosante orgulloso, que realmente el mejor fue Thomas Wolfe y él era el segundo. Moriría de alguna manera en su ley, cayéndose de un caballo para posteriormente sufrir un infarto. 

Esta Casita de Cartón cierra sus puertas ocultándose entre los follajes de los árboles y vientos de aquel mundo que sintió revivir al leer las páginas de este genio, en Yoknapatawpha, dentro de los mitos del sur asombroso y mustio, con el cual crecí con sus páginas y al volver a escribir sobre él, rememoro, en donde seguramente reposa sus restos y donde le darán una celebración como merece, con abundante whisky y cigarros. Reviviendo entre carcajadas el pasado eterno. Entre la nostalgia del tiempo y de los vientos venideros.

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Esta Casita de Cartón abre sus puertas gratamente sorprendido ante la serie que se estrenó recientemente por Star +, ‘Feud: Capote vs. The Swans’. Y es que alguna vez si Nueva York fue el centro de la moda y la cultura, fueron sin duda por personajes particulares como Truman Capote y sus ‘Cisnes’, como les llamaba a aquellas musas ‘hermosas y malditas’, que le confiaban sus secretos más íntimos erróneamente. Ya que como alguna vez él mismo plasmaría en esa obra donde las desnudaría, ‘Plegarias atendidas’: ‘La mayoría de los secretos jamás deberian ser contados, pero en especial los que son más amenazantes para quien los oye que para quien los dice’. Como le pasaría también al ‘Duque’, Marlon Brandon, quien le confesaría en una noche en Japón, donde el actor la pasaría tomando agua y el escritor vodka, ‘que su madre era una alcohólica’. A lo que Capote, con su mordaz y deslumbrante memoria, no lo dejaría pasar y lo inmortalizaría en The New Yorker, sin temor al revuelo, con otros ‘pesados’ secretos. Curiosamente, esto va a la par de un libro original que pude comprar por unos 4.500 pesos (que serian como 13 soles acá), antes de llegar a Lima, en Argentina, de Liliane Kerjan, y que retrata la vida de aquel hombre que tocó las puertas y a los ‘becerros de oro’ del primer mundo y luego verse en la ignominia plena. Este es un pequeño homenaje al niño terrible de las letras norteamericanas, que se describía así mismo como: ‘Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio’.

Es que desde hace unas semanas, estoy leyendo las biografias de mis escritores favoritos de cabecera, y empecé con la obra de Richard Lehan: ‘El Mundo de Scott Fitzgerald’, texto imprescindible para saber quien fue aquel hombre que hiciera la novela del sueño americano por excelencia, para en un santiamén, continuar con esta. Los libros son mis mejores compañeros cuando el imsonio asola en horas indescriptibles de la noche, y que mejor de aquellos que marcaron distintos periodos de mi vida, y ahora entiendo por qué. Y es por la razón que ellos escribían con el mismo palpito del que palpita mi corazón. Y dentro de su más de 200 páginas detalladas sobre este irreverente autor, creo que no hay mejor definición de él, como la que alguna vez hizo el poeta Jean Cocteau, cuando este le presentó a la dama de las letras francesas, Colette, a quien Capote admiraba profundamente: ‘no te engañes querida. tiene el aspecto de un angel de diez años, pero su edad es infinita y su alma maligna’. Pues Truman, quien nació con el nombre y apellido de Truman Streckfus Persons, nunca perdonaría haber crecido sin amor y ese resentimiento hacia la vida lo llevaría hasta el ultimo día, ahogado en pastillas, alcohol y cocaína. Pero sobre todo recalcando lo de su infancia, que consideraba la más infeliz. El que su madre alcohólica, Lillie Mae Faulk, lo escondiera en un ropero u hoteles mientras se deleitaba con amantes adinerados, o lo mandara a vivir con sus tías para ella poder ‘cazar’ a un multimillonario y darle la vida que consideraba que merecía tener, esa pretención y angurria adoptaría Truman y que sería con los años parte de su destrucción. Y es que como muchas veces sucede en las familias, los padres depositan al hijo el sueño inalcanzable que no pudieron llegar, el sueño frustrado que llevan dentro. Y Capote, buscaba romper eso, ser conocido y estar rodeado de riqueza y fama que nunca pudo tener su madre. Y a medida que alcanzaba esa meta, creía que sería amado. Su logro fue el sueño que no llegó su madre. Llegó a la meta pero a qué costo. Prácticamente el mismo: morirse suicidados en distintas consonancias y tiempo.

Y en ese derrotero desmedido de ambición, Lillie llegaría a conocer al que sería el padrastro de su retoño y su mina de oro, Joe Capote, y con eso el apellido que eternizaría el pequeño Truman: ‘Capote’. Con los años y ya con fama reconocida (todavía no publicaba ‘A sangre fría’), la mujer que botaria las cartas con dibujos que hiciera un enamorado jovencito que sería el mítico fundador de la ‘Factory’ y emblema del ‘Pop art’, Andy Warhol, terminaría suicidándose, cruz que llevaría por siempre Truman, quien se sentiría al ser su único hijo, responsable de aquel fatídico suceso. De alguna manera, se puede percibir de ella su influencia de la personaje más recordada de sus novelas, la lunática y rebelde, Holly Golightly, de ‘Desayuno en Tiffanys’. Librito que tendría un eterno recuerdo en mí, razón por la cual importaría una edición especial conmemorativa de Anagrama y que lo conservo entre mis ‘joyas’ literarias. Aquel personaje siempre me rememoría a una empalagosa canción de la banda española ‘La mode’, ‘Aquella chica’. Como si hubiera sido compuesto después de leer esa novela. Pero la personaje que más influencería en su creación sería la ‘bomba sexy’, Marilyn Monroe, su mejor amiga, a la que llamaba una ‘hermosa criatura’. Y a la que hiciera un enternecedor escrito de despedida en otra obra monumental, ‘Música para  Camaleones’. Justamente quería que ella fuera la actriz de la película que se hiciera de esa novela, pero al final no lo fue sino Audrey Hepburn, a pesar de las regañadientes del autor de brillantes cuentos como ‘Miriam’. La cuestión es que sería retratada en el séptimo arte con la interpretación majestuosa de la actriz, y por el maravilloso y sublime fondo musical de ‘Moon River’, en composición del maestro Henry Mancini. Que en noches como estas, misteriosas, que esperan cubrir las estrellas del cielo con 20 Rosas, la escucho hasta el amanecer y así abrigo mi alma con su entrañable recuerdo.

‘Las palabras siempre me han salvado de la tristeza’, escribiría alguna vez. Y es que ‘el Proust norteamericano’, nunca se desprendió del lugar ni los sentimientos donde diera sus primeros pasos, del Alabama o New Orleans, donde el rio misispipi ondula sus aguas, como los recuerdos que siempre llegaban, como cuando oía The Sunny Side of the Street’ en voz del ‘Buda negro’: «Para mí, la dulce furia de la trompeta de Armstrong, la ronca exuberancia de sus gestos, son en cierto modo como la magdalena de Proust: hacen que vuelvan a levantarse las lunas del Misisipi, evocan las luces fangosas de las ciudades ribereñas y el sonido de las sirenas en el río, que se parece al bostezo de un caimán. Oigo la embestida del agua mulata contra los flancos del barco. Sigo oyendo el compás marcado con el pie de ese Buda burlón al tocar The Sunny Side of the Street, para acompañar sus rugidos…”. Siempre latían los sonidos de aquellos bosquecitos donde los mitos eran contados como cuentos, la magia dentro de lo fantástico que llevaría a la posición de ser considerado el nuevo Hemingway o Faulkner, cuando publicara su ópera prima, ‘Otras voces, otros ámbitos’, obra con matices claramente autobiográfico, principalmente en la búsqueda del amor de su personaje principal a su padre.

Con los años llegaría la novela que los llevaría al panteón eterno de las letras, ‘A sangre fría’, con el género al que abría las puertas, de ‘no ficción’, aunque años atrás hiciera lo mismo por estas latitudes, Rodolfo Walsh, con ‘Operación Masacre’. Que tuviera también la oportunidad de leerlo en las aulas de la Universidad de Buenos Aires. Texto que tranquilamente podría haber acoplado aquel título del terrible caso de Kansas por lo desgarrador de sus páginas, en aquel sangriento periodo de la dictadura militar Argentina. Y para celebrar el éxito total de su novela, aunque con la excusa de conmemorar a Katherine Graham, dueña del Washington Post, el 28 de noviembre de 1966 haría la legendaria fiesta del siglo, ‘The Black and White Ball’. Donde estarían toda la élite mundial, pasando por multimillonarios, políticos, célebres personajes del arte y la cultura, y demás. En sus mismas palabras, quería que pareciera un cuadro, inspirado en la película ‘My Fair Lady’. Y así fue. Lo tenía todo. Había llegado a la cima pero del que luego caería estrepitosamente al confesar los ‘bajos instintos’ de sus ‘Swans’. El escritor más perfecto de su generación, según dijera su amigo y enemigo literario, el antisistema, beodo y mujeriego, Norman Mailer, terminaría sus días en el ostracismo.

Esta Casita de Cartón cierra sus puertas pidiendo perdón por esta rayuela de emociones como rememorando la sincera confesión que hiciera en su apoteósico prefacio de ‘Música para camaleones’: ‘Cuando Dios te da un regalo también te entrega un látigo, y la sola función de ese látigo es la autoflagelación’. Perspicaz, siniestro, pero tan brillante como sus epigramas: ‘Siempre hacen más ruido las latas vacías que las llenas. Lo mismo ocurre con los cerebros’. Estas palabras como otras que he escrito han sido, sin duda, gracias a sus obras. Este no es el mejor homenaje pero si uno muy sincero, de un escritor que empezó a escribir gracias a él, entre otras imperecederas plumas. Por el ‘Camaleón de las letras’, Truman Capote.

 

Esta Casita de Cartón abre sus puertas siendo partícipe de los 473 aniversario de la Universidad Mayor de San Marcos. Por eso, y porque siempre he sido un devoto seguidor de la literatura vivencial, aquella de la que escribe sobre lo vivido, como las brillantes plumas de antaño de Ernest Hemingway o Vallejo con sus crónicas en períodos de guerras o el mísmisimo Gabo con las extraordinarias peripecias de la vida. Por eso aquí, una crónica o un intento a mi llegada a la gran Universidad que alguna vez en sus aulas albergó a personajes de la talla de nuestro Nobel, MVLL, Daniel Alcides Carrión, Eielson, Sebastián Salazar Bondy, Fernando de Szyszlo, entre otros grandes. Es que ni bien dejado las maletas en casa, recibo la invitación de una vieja amiga, Yoryet, estudiante de economía de aquella universidad: ‘A que no sabes a quién le conseguí un carnet para que presencie la fiestaza de San Marcos como bienvenida’. Lo que a priori iba a ser una cena de reencuentro, terminó siendo una tremenda sorpresa, y es que era presenciar mi primera verbena en aquella emblemática institución más no la primera en una universidad peruana, ya que tuve la dicha de haber disfrutado tiempo atrás en la Uni en otra noche memorable, con ‘Deyvis Orozco’ o ‘La Primerísima del Perú’, con un amor de verano sanmarquina, pero eso merecen otros párrafos. Por esta razón empezaría esta linda travesía. Y es que muchas veces para disfrutar de ciertos placeres, las reglas y las formalidades no son buenas compañías. Por eso no dude en aceptar la invitación. Y llegado los albores del crepúsculo, me dirigí leyendo desde otro lado de la capital un libro sobre el niño terrible de las letras norteamericanas, Truman Capote, justamente en la parte cuando conoció a Andy Warhol y esas coincidencias raras que siempre la vida tiene deparada a las ‘almas solitarias’, como diría el texto, dentro de las notables coincidencias que uno atreviesa para ser quien es. Y es que necesitaba una salida así: el reencontrarme después de tiempo con el lugar donde nací y di mis primeros pasos como mi primeros goles en mi primeros partiditos de fútbol, mi Perú y qué mejor que San Marcos, lugar donde recibe a personas todas las partes de este país. 

Yoryet estaría esperándome con un amigo de ella en la Puerta 3, la puerta donde los foráneos entraban con sum falsos o con constancias de cachimbos truchos. Él llevaba una mochila de un tamaño prominente, como panza de una embarazada de seis o siete meses, y es que dentro llevaban los poderosos fourlokos, un six pack. Y digo poderosos, por el 12 % de alcohol, bebida que desde luego hace mucho lo probé. Pero debido a su alto contenido del alcohol, y más el dulce sabor, te pega unos grado más de lo normal, y hace que muchas veces en tempranas horas de la noche la gente ya esté cantando las ‘mañanitas’. Y así sería más adelante. Ni bien llegamos, la música de Río nos recibiría, veía por doquier a la gente extasiados por esos clásicos, y nosotros no nos quedaríamos atrás y romperíamos nuestras cuerdas vocales con el infaltable: ‘Estar en la Universidad es cosas de locos’. A pesar que era prematuro, siendo como las 7, una incongruencia, ya que este himno de todo universitario debería estar en horario estelar más en una fecha conmemorativa como ésta. Pero no podía quejarme, había entrado gratis y era un feliz espectador, apuntando todo en mi nota mental para luego escribir. Adentro ya me encontraría con amigos de viejas épocas de marchas,  mientras sonaba ‘La Bembe’, grupo que no había oído el nombre más si sus hit’s en alguna que otra reunión allá en Buenos Aires. Pero en sí, lo que más me motivó en aceptar la invitación en referencia a la música, era la banda del maestro Beto Cuestas, ‘Los Ecos’. A quien tuve la oportunidad de oírlos en vivo en un entrañable concierto que diera en Argentina meses atrás, con otros pesos pesados de la cumbia/chicha peruana como Chacal y Centella, y que también tendrá sus parráfos alguna vez escritos por lo memorable que fue. Y es que por muchas de estas travesías, siento que mi vida está predestinada, para escribir o para contar, pero está, y eso volví a sentir al unirnos con un manchón de estudiantes cuando sonaban los clásicos, ‘Paloma Ajena’ o ‘Tres cruces’, como un Déjà vu. Y cuando llegara ‘No se puede amar a dos’, allí ya todos seco y volteados le dimos a las latas por esos amores ingratos. Pero lo que me sorprendió de gran manera fue cuando tocaron las canciones de moda de ‘Chechito’. Al momento de iniciar ‘En el cielo yo te espero’, como concierto chicha, los tragos se dispararon por los cielos, y yo que fui con mi polo de River, no pudo evitar sacarlo y levantarlo, el escudo por delante, besándolo por el amor verdadero que dejé en Argentina. Rebosaba la algarabía, los cachimbos cómo la vivían, ya picados, y como si los cerros hablaran, donde muchos llegan, se cantaba aquella rica música, porque todos los que alguna vez hemos vivido allí o hemos presenciados las legendarias polladas o festividades de los barrios, o en los mismos micros en cada viaje por la estresante y caótica Lima, alguna vez oímos estos temas. Como al instante,  las de Papillón, ‘la del rico vacilón, y la clásica: ‘qué pasó entre tú y yo, si hasta ayer todo era bonito…’. 

Luego llegaría el momento de Afrodisiaco, y fue como si ingresaramos al túnel del tiempo’ o con sus ‘boom’ de Al Fondo hay sitio, como la nostálgica, ’Dónde está el amor’. Se cantaba efusivamente por un lado, despechados, como otros cargando o abrazando a sus enamoraditas universitarias. Para luego pasar a la última banda de la noche, ‘Zaperoko’, con la ‘Pantera Rosa’ encima del escenario. Lo cierto es que para esa hora, alrededor muchos ya se encontraban tirados, durmiendo abrazados a los fourlokos, o los más atrevidos por la huaca o los patios y parques teniendo sexo ante la atenta mirada de la luna. Trístemente, muchos al final ‘perdieron’ sus celulares y sus mochilas, ya que los inadaptados que nunca faltan se colaron lastimosamente. En lo que a mí corresponde fue un bálsamo al alma, el volver a reencontrarme con esta diversidad musical que acompañó mi noción de patria que es inevitablemente aquellas cosas que fueron parte mí, y que son parte invaluable de lo que soy ahora y del que me siento gratamente orgulloso. Esta Casita de Cartón cierra sus puertas con este inolvidable recuerdo por esta universidad, que si hubiera vivido en Perú, me hubiese gustado ingresar como estudiante. Ahora lo hice como un espectador, y me deja un recuerdo escrito para todos los tiempos. Feliz Aniversario, alma mater del Perú, porque por sus aulas y patios se encuentra el verdadero Perú, ese que hablaba el gran José María Arguedas: ‘el de todas las sangres’.

Esta Casita de Cartón abre sus puertas recorriendo las calles de Buenos Aires en pie de lucha y en otro hecho histórico que marca un precedente. Y enevitablemente se me vienen como ‘del horno’ las letras memorables de aquella canción de Violeta Parra pero que yo escuchara en versión de la también siempre recordada, Mercedes la ‘Negra’ Sosa: ‘Me gustan los estudiantes/ Porque son la levadura / Del pan que saldrá del horno / Con toda su sabrosura / Para la boca del pobre / Que come con amargura / Caramba y zamba la cosa / ¡Viva la literatura!’. Porque miles de jóvenes sin consignas políticas más solo con el legítimo derecho a reclamar algo que toda persona debería, la educación pública y gratuita, han hecho temblar a este ya infame gobierno. Y tomando los hechos recientes en países de la región en relación a levantamientos sociales, fue la rebelión de los jóvenes estudiantes por la subida del pasaje del metro, que hizo que detonara Santiago por históricas semanas, logrando derribar los esquemas prestablecidos lustros atrás por el llamado ‘neoliberalismo’. Lo cierto es que el gobierno de Milei no tiene horizonte fijo. Fijando posturas en guerras de otras latitudes del mundo que pueden causar más de una consecuencia. Como es sabido, Argentina ya fue víctima de dos atentados perpetrados a la AMIA. Dejando una herida aún hoy profunda en la sociedad.

Y es que la educación pública no se negocia. No hay futuro sin educación, y ante eso lo demostraron centeneras de jóvenes que salieron a las calles, desde distintas facultades, como de Medicina, Ciudad Universitaria, de Filosofía y Letras… Y es que la Universidad es el último tramo de la persona que será parte del rumbo de la historia, el último peldaño con el cual nos integramos a la sociedad. Y siendo consecuente con la realidad, tomando lo empírico, lo que se ve, las grandes naciones invierten tanto en esta área y por eso son lo que son, potencias.

Ya desde días atrás, ante las ofensas lanzadas a mansalva por Milei hacia la educación, provocaban indignación en todos nosotros, que de ‘rojos’ tenemos la sangre y de ‘lágrimas’ la tristeza social de la cual vemos a diario. Esto en relación al ‘tweet’ de que todos los jóvenes terminamos somos ‘lágrimas de rojos’, y afirmando que la UBA, una de las universidades más importantes del mundo, y entre las más importantes de latinoamericana, con la UNAM y la de São Paulo, según informes y mediciones internacionales, como centro lugar de ‘adoctrinamiento y de lavados de cerebro’. Nada más falso que la realidad, como la que pregona en sus ya caricaturezcos mensajes a la Nación, como esta última que lo hiciera un dia antes a la protesta, sobre una supuesta mejora económica. Es que pareciera dentro de la tendencia de estos gobiernos, bajo el argumento que no hay dinero, es que recortan el presupuesto en un área tan esencial como es esta. Ya semanas atrás lo hicieron con las personas con enfermedades oncológicas. Pero como dicen: ‘vienen por todo’. Pero si hay para comprar aviones de guerra en desuso, chatarras inservivibles para el ahora, pagando cantidades absurdas de dólares o como para subirse el sueldo de presidente. Es que el verso de la casta, vino revestido de ideales y personajes creados, y que han hecho un daño insondable a sus naciones en poco tiempo, como el cómico que llevó a su país a la decadencia y endeudamiento por incontables años con la nación del Norte, entre otros, en una guerra que no tenía horizonte victorioso, y ahora se ve en manifiesto.

Y es que Milei parece que olvida que la UBA tuvo a 17 presidentes que han caminado en sus patios como 5 premios Nobel. Milei olvida que Argentina ‘rajó’ a un presidente en un helicóptero sino lo incendiaban. Milei olvida que Argentina es un nación de patria, pasión y locura. Y justamente eso es lo que lo lleva a hacer ‘la nación donde las recetas no funcionan’. Milei parece olvidar que aquellos suelos pueden alimentar a 400 millones de personas. Milei parece olvidar que aquel país hizo morir al maldito dictador de Videla en la cárcel, y no con indultos miserables o como Pinochet, nunca pagando en una celda. Milei olvida tanto, que algún día se van a olvidar de él, cuando quede entre las hojas oscuras de la historia de aquel raro pero entrañable y admirable país hermano.

Este columnista que escribe en la Casita de Cartón estudia en la UBA. Y agradeceré eternamente eso porque sino no estaría escribiendo todo esto. Donde vaya mi alma mater siempre estará donde atesoro las cosas más bellas que me acaecieron. La educación no se negocia. La educación es para el pueblo, y el pueblo somos todos.

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Esta casita de cartón abre sus puertas despidiéndose de dos grandes amigos al que la vida puso en su camino y tuvo la suerte de conocerlos en mis años en la ‘Ciudad de la furia’, haciendo arte y cultura en una de las capitales justamente del arte de nuestro continente. Cada uno desde sus trincheras como la poesía, la narrativa, la pintura o la radio, pero siempre enalteciendo orgullosamente la bandera de dónde vinimos. Hablo de Germán Martínez Lizarzaburu y Juan Manuel Corbera.
Del primero, Germán, o ‘Yo Germán’ como se hacía llamar en su programa de Radio en la emisora Frecuencia Latina, es oriundo de la calurosa y afable ciudad de Pucallpa. Tuve la oportunidad de conocerlo por esas casualidades de la vida en la Feria del Libro de Buenos Aires, donde publiqué mi libro y tuve una participación sobre Narrativa Peruana contemporánea, entre uno de esos entrañables días fue que nos presentaron y a partir de allí mantuvimos una amistad sincera hasta hoy. Participando de dos entrevistas en su programa radial, entre ellas una conmevodora y grata, que fue la última de su programación. Según me contaría en nuestras largas caminatas por Once ( un distrito como ‘La rica Vicky’ en Perú), desde muy joven ya incursionaba entre el pantanoso y hermoso mundo de las artes donde decidiría estudiarlo a profundidad, obteniendo un título en esta área, a su vez en educación y periodismo, del cual tendría una maestría en Cuba y un doctorado en Perú. Amigo y compadre de otros ‘bravos’ de las letras como Domingo de Ramos u Oswaldo Reynoso, y de una especial admiración por el excelso pintor, Víctor Humareda. ‘Siempre fui también un fiel admirador de Marilyn Monroe, como Humareda. Y mírame, ahora vivo como él, por esas raras pero lindas coincidencias de la vida’. Y era así, viviría en un cuartito en Once, como el aclamado pintor ( aduciendo que está Marilyn a su lado) en La Victoria, en uno muy sencillo, con cuadros rodeándolo y dos camas y con una tv en blanco y negro, fiel estilo bohemio.
En el tiempo que estuvo, pudo tener su espacio radial, donde hablaría de la sociedad, actualidad, las artes, etc. Y estaría en diversos culturales, recitando sus atrapantes y arquitectuales poemas. Ahora se va dejando un poemario que retrata rincón a rincón esta ciudad de vientos tangueros, nacido por y para estas latitudes, ‘Old City’, una descripción poética de esta misteriosa ciudad. Y así dibuja en uno de sus versos: ‘la ciudad que tienen un río de plata / donde los barcos son libros con puertos de viejas bibliotecas/ las calles están llenas de árboles milenarios,/ y la gente quiere ser buena./ Hay un lugar donde los perros son felices,/ menos sus dueños / Hay un lugar de colectivos /menos de pasajeros / Hay un lugar que se bebe mate y se fuma/ menos se alimenta / Hay un lugar con nuevo soñador menos mal que aún no se dan cuenta.
Con ‘Juanma’, como así le dicen los amigos de Juan Manuel Corbera, también fue otro encuentro del destino. El vate, quien nació entre la sinérgica unión de la metrópoli y las playas limeñas, como señala, es también narrador y gestor cultural, a quien llegué a conocer en una de mis visitas a la inmensa Feria del libro de Buenos Aires, al cual cada año asistía religiosamente como miles de argentinos y turistas (siendo de la región de las más visitadas), donde trabajaba en un stand, vendiendo ‘joyitas’ literarias. Y del cual, ni bien no saludamos no paramos de hablar de arte, historia y literatura por horas. Como también de su gran proyecto conocido en Perú, como el ‘Anti fil’ con otras mentes brillantes de la cultura, como una respuesta sonora y ‘under’ a la podredumbre que muchas veces se viste de gala en los mainstream, y que es infaltable para muchos amantes del arte. A raiz de eso, teníamos conocidos en común. De otro lado, tuve la dicha de compartir escenario en algún que otro evento cultural con él, porque si de algo sobresalía tanto como su poesía, era en su gestión cultural. Sobre todo en ‘Ganesha’ (Paraguay 5519, CABA) epicentro y cuna de grandes artistas locales y extranjeros en Buenos Aires y donde se prepara de las más apetitosas pizzas, y donde pude ver en más de una ocasión sus puestas en escena de su poesía electrizante y frenética, vanguardista, no apto para pulsaciones suaves. Y gratamente, ante de decir adiós a esta ciudad, acaba de publicar la segunda edición de su ópera prima, ‘Reconfiguraciones’. De este, parte del poema que desnuda a muchos de los extranjeros que emigramos en busca de otros vientos, y que mejor de los ‘bueno aires’ que latían en esta ciudad y que fue parte naturalmente de nuestro crecimiento. He aquí a esta obra de arte: ‘Exige de la espera,/ viento fuerte/ y un camino pídele al destino/ que te sorprenda/ que a veces te evada/ que así te enseñe/ guarda silencio en cada cruz que te salude/ y algún pan para cuando nadie conteste la puerta / cree en los signos que desaparecen/ esos que solo tú ves, / recuerda que los dioses dibujan con arena y espuma / y a veces fallan con las estrellas/ hoy tu casa puede ser el cielo y el techo, las piedras de un altar; solo aquel que corta sus raíces es libre’.
Esta casita de cartón cierra sus puertas triste por sus idas pero a su vez esperanzado porque sabe que estos dos genios solo han puesto tres puntos sobre las tierras de esta ciudad, porque alguna vez inevitablemente tendrán que regresar. Porque todos los que vivimos alguna vez en Buenos Aires, siempre lo llevamos a cualquier parte del mundo que vayamos. Y para entonces, sin duda los ‘buenos aires’ les estará esperando. ¡Hasta la próxima, vates!

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