La primera parte de este círculo virtuoso se trata de crear condiciones atractivas para la inversión privada, ya sea nacional o extranjera. Esto suele lograrse a través de reglas claras y poco cambiantes, legislaciones laborales y tributarias competitivas, menor burocracia, tratados de libre comercio que inserten a un país en el mercado internacional, y por supuesto escenarios políticos estables y manejos macroeconómicos responsables.

Pero el crecimiento económico no es un fin en sí, sino un medio. A más inversión en un país, mayor generación de empleo y riqueza, y por ende los Estados recaudan mayor dinero a través de los impuestos. Aquí viene la segunda parte de este círculo virtuoso: invertir este dinero en crear “Estados de bienestar”, con buenos servicios públicos como sistemas de salud, educación, justicia y seguridad que aseguren que sus ciudadanos cuenten con un mínimo de garantías para poder desarrollarse, y más adelante competir en base a su propio esfuerzo.

Contar con ciudadanos con buenos niveles de educación, a su vez, hace a un país más atractivo para los inversionistas, pues estos saben que contarán con capital humano capacitado para desarrollar sus negocios, cerrando así este círculo virtuoso. En el Perú, por ejemplo, existe hoy un déficit de 17mil profesionales especializados en carreras tecnológicas. Increíble que esto suceda cuando la tasa de desempleo ha llegado a más del 10% producto de la pandemia.

Escribo estas palabras desde Suiza, el tercer país con mayor libertad económica, y a la vez de los menos desiguales del mundo. Aquí, las empresas pagan en promedio 15% de impuestos (la mitad que en Perú), y la legislación laboral es de las más flexibles del mundo, siendo así uno de los países más atractivos para invertir en Europa. Al mismo tiempo, el Estado garantiza a todos sus ciudadanos educación de muy buena calidad, al igual que seguridad y excelente infraestructura. Por si no fuera poco, Suiza lidera los rankings de menor corrupción en el globo.

A los suizos ni se les ocurre la posibilidad de tener que elegir entre una economía de mercado competitiva y un Estado que les asegure tener una alta calidad de vida. Existen partidos de izquierda y de derecha, liberales y sociales demócratas, pero todos parecen estar de alienados en mantener este círculo virtuoso que tanta prosperidad les ha traído. No se tiene que elegir entre: sector público o sector privado, libre mercado o Estado, empresarios o ciudadanos. Todos estos actores son simplemente complementarios.

El Perú puede, y debe, seguir este modelo de círculo virtuoso. El próximo gobierno deberá tanto reactivar la economía, y volver a crear las condiciones para que las inversiones confíen en el país, como por fin reformar nuestros sistemas de salud y educación, prioridades sin las cuales jamás podremos aspirar a ser el país viable y con igualdad de oportunidades con el que la mayoría de nosotros soñamos.

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece.

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Inversión privada, Libertad económica

Hoy celebramos el día internacional del orgullo LGTBIQ+, un buen día para recordar uno de los principales pilares de la lucha liberal. En las palabras de Friedrich Hayek: “La lucha por la igualdad formal y contra toda discriminación basada en el origen social, la nacionalidad, la raza, el credo, el sexo, etc. sigue siendo una de las características más importantes de la tradición liberal”.

Hay que decirlo: no se puede ser liberal sin abogar por los derechos de las personas de la comunidad LGTBIQ+. Llamarse a sí mismo liberal, pero negar los principales pilares del liberalismo como son el respeto por la igualdad ante la ley y por los proyectos de vida de los demás, no tiene ningún sentido. Y en el Perú, estamos muy lejos de cumplir estos dos los pilares:

  • Por un lado, las parejas LGTBIQ+ no cuentan con igualdad ante la ley. El Estado peruano no reconoce a parejas conformadas por personas del mismo sexo a través de las figuras legales del matrimonio o concubinato. Esto quiere decir que una pareja de la comunidad LGTBIQ+ no goza de los mismos derechos que una pareja heterosexual que les permitan casarse, formar un patrimonio común o heredar en caso de que uno de los dos fallezca. En esto, además, nos encontramos bastante rezagados versus otros países de la región como Brasil, Argentina, Ecuador, Uruguay y Colombia.
  • Por otro lado, existe una vulneración sistemática al proyecto de vida de los individuos de la comunidad LGTBIQ+. Aun cuando la Constitución peruana indica que nadie debe ser discriminado por ningún motivo, según el INEI un 44% de los jóvenes LGTBIQ+ peruanos ha sufrido bullying u hostigamiento en la escuela, 62% afirmó haber sido víctima de violencia (en EE. UU. la cifra es 25%), y 3 de cada 10 peruanos declara que no contrataría a una persona homosexual para un puesto en su empresa. Estas cifras demuestran una vulneración de los derechos de cualquier ciudadano peruano establecidos en la Constitución.

El liberalismo aboga por todas las libertades individuales del ser humano, incluyendo la libertad de amar a quien uno quiera. Por eso, es necesario que los liberales nos separemos de los grupos conservadores, cada vez más presentes en el escenario político, para levantar la que siempre ha sido nuestra principal bandera: la defensa de la libertad de cada individuo a vivir su proyecto de vida como mejor le parezca. La libertad será para todos, o no será.

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece. 

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feminismo

Muchos jóvenes nos sentimos identificados con las ideas liberales y de derecha. El crecimiento económico que logró sacar a millones de peruanos de la pobreza en los últimos quince años, así como la evidencia clara de que hoy los países más prósperos, menos desiguales y más democráticos son aquellos con mayor libertad económica (Suiza, Australia y Nueva Zelanda encabezan el ranking), nos hace pensar a muchos que el camino a seguir es mundialmente conocido y no es necesario reinventar la pólvora. 

La derecha que muchos quisiéramos ver liderar en nuestro país no es una derecha autoritaria, prepotente, discriminadora e incapaz de tender puentes, sino todo lo contrario. Lo que necesitamos es una “Derecha Inteligente y Democrática” (DID).

Inteligente en el sentido de que sea capaz de seguir uno de los principales pilares del liberalismo clásico: basar sus opiniones y decisiones en datos, y no en relatos. Las redes sociales han abierto la puerta para una lluvia de información falsa que muchos comparten sin verificar. Necesitamos, entonces, esfuerzos inteligentes como los de Ale Costa, Pablo Lavado e Ipsos Perú (pueden encontrar todos estos en Twitter), que han publicado diversos análisis sobre el presunto intento de fraude electoral basados en evidencia o estadística (todos concluyendo que no existen indicios de uno). 

Democrática porque, para un liberal, antes de cualquier ideología está el compromiso con la democracia. El liberalismo y el totalitarismo son simplemente polos opuestos: no existe un concepto tal como “hacer un golpe de estado para salvar la democracia”. Tampoco existe plena libertad económica en un sistema totalitario. La democracia implica aceptar los resultados de una elección, aun cuando estos no nos gusten, aun cuando sepamos que el camino hacia la izquierda probablemente nos traiga muchos problemas. Existen vías democráticas para controlar el poder de un presidente, así como la necesaria posibilidad de tenderle puentes a quien salga elegido para exigir consensos y alejar al país de propuestas radicales. 

Existen voces representantes de una DID en varios partidos políticos, medios de comunicación y sociedad civil. ¿Qué esperamos entonces?

*Las opiniones expresadas en este documento son de exclusiva responsabilidad del autor y pueden no coincidir con las de las organizaciones a las cuales pertenece. 

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Extrema derecha, liberalismo clásico
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