Desde octubre de 2015, cuando se destaparon casos de abusos mediante el libro “Mitad monjes, mitad soldados”, el Sodalicio nunca ha admitido ninguna responsabilidad institucional en las fechorías cometidas. Las declaraciones públicas de algunos de sus representantes pidiendo perdón se han limitado a disculpas por los abusos cometidos por algunos sodálites, que supuestamente habrían cometido actos incompatibles con los fines y el espíritu de la institución. Porque — repitiendo el esquema que se ha solido aplicar en toda la Iglesia católica ante la proliferación de casos de abusos— la institución siempre se ha considerado a sí misma como impecable y santa, y sólo algunos de sus miembros —cual “manzanas podridas”— habrían cometido actos repudiables, atribuibles a que “ también son humanos” y designados generalmente no como delitos sino como errores, faltas, deslices o simplemente pecados debidos a la fragilidad de la carne.

A fin de sellar y certificar esta impecabilidad institucional, el Sodalicio convocó a una comisión de tres expertos internacionales (Ian Elliott, Kathleen McChesney y Monica Applewhite) supuestamente para investigar los abusos y resarcir a las víctimas, pero que en realidad sólo sirvió para lavarle las manos a un sistema enfermo que muestra señales de putrefacción en su organismo.

Eso se hace evidente en la carta de Alessandro Moroni, entonces Superior General del Sodalicio, del 14 de febrero de 2017, que sirve de presentación a los informes de los expertos del 10 de febrero del mismo año.

Cuando habla de la «investigación completa de las acusaciones contra miembros o exmiembros del Sodalicio llevada a cabo por un equipo de expertos internacionales», resalta que «se trata de hechos en su mayoría ocurridos en un pasado distante», lo cual «hace difícil poder sustentarlos con una evidencia probatoria irrefutable y señalar concluyentemente la responsabilidad penal de los agresores», aunque «la consistencia de los testimonios recibidos y el rigor metodológico de los investigadores nos permiten reconocer frente a las víctimas la verosimilitud de sus testimonios».

Moroni se atreve a decir que «el último presunto acto de abuso de un menor de edad por un sodálite ocurrió […] en el año 2000», aunque poco antes ha señalado que «en 2007, un sodálite [Daniel Murguía] fue arrestado por el abuso sexual de un menor, y fue inmediatamente expulsado del Sodalicio». ¿Por qué no incluye este caso en su estadística? ¿Porque fue absuelto por el Poder Judicial debido a un tecnicismo judicial? ¿O simplemente porque ya no es sodálite? Los hechos que se le atribuyen son verosímiles y aparecen como comprobados en la misma sentencia absolutoria: llevar a un niño de la calle, un menor de 11 años, a un cuarto de hotel, hacer que se desnude y tomarle fotografías. Esto ya constituye un abuso sexual, aunque la ley no lo tipifique. Lo que adicionalmente habría ocurrido y que no se llegó a aclarar sólo lo saben el menor y el mismo Murguía.

De manera estratégica, Moroni soslaya el tema de los abusos psicológicos y físicos que habrían sufrido personas mayores de edad en la institución, las cuales se hallaban en situación vulnerable debido al control mental que se habría ejercido sobre ellas gracias a un régimen disciplinario característico de las sectas y el ejercicio de una obediencia absoluta que restringía su libertad personal y su capacidad de decisión. Y aunque abusos sexuales en perjuicio de adultos también los hubo en el Sodalicio, Moroni sólo considera los abusos contra menores de edad para poner una fecha límite, con una certeza de visos cuasi-proféticos.

Si bien admite que «los expertos identificaron ciertos elementos dentro de la cultura del Sodalicio que, de alguna manera, permitieron que estos reprobables hechos hayan podido ocurrir», a la vez señala que en la última década ha habido mejoras significativas.

En resumen, los abusos en el Sodalicio pertenecerían a un pasado ya remoto; la responsabilidad respecto a ellos recaería únicamente sobre unos cuantos sodálites y exsodálites que habrían cometido estas acciones. Las razones para dar a conocer el informe, según Moroni, serían «para poder reparar adecuadamente a las personas que han sufrido a causa de lo que aquí se relata, para que hechos como esos no se repitan y para hacer justicia a los sodálites y miembros de nuestra familia espiritual que son personas de bien, íntegras y comprometidas con el anuncio del Evangelio y el servicio a los demás».

En fin, la perfecta lavada de manos para una institución que tendría unos cuantos miembros sucios pero mantendría el cuerpo limpio e impecable. Y donde ya se habrían tomado todas las medidas a través de «un programa permanente para contribuir a la sanación y reconciliación de las personas que han sido víctimas de cualquier abuso o maltrato relacionado con nuestra comunidad y trabajar para que nunca vuelvan a ocurrir hechos de esta naturaleza».

Todo muy bonito, a no ser por que ese “programa permanente” prácticamente no existe. Con el informe de los expertos internacionales el Sodalicio habría considerado cerrado y concluido el proceso de reparación de las víctimas, sin evaluar la posibilidad de que haya muchas más de las que la institución ha reconocido oficialmente. Además, el proceso no parece haber sido tan limpio y justo como pretende Moroni.

El informe preliminar (julio de 2019) de Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde, recoge algunos testimonios sobre el proceso de reparación encargado por el Sodalicio, que estuvo a cargo del irlandés Ian Elliott.

Félix Neyra, por ejemplo —de cuya herencia materna se apropió el Sodalicio—, declaró que Elliott

«me citó para una segunda reunión. Me dijo que era una víctima del Sodalicio. Me garantizó que podían devolverme lo de mi herencia. Eran veinte mil dólares. […] Demoraron como 2 meses y nunca llegó el abono. Hubo correos con idas y vueltas con Ian y [José] Ambrozic. […] Después de estos dos meses me llamó Carlos [Neuenschwander], que era el encargado de la plata. Me citó a una reunión. También citó a Elliott. Me comunicó con ellos por Skype y me dice [Carlos] que han evaluado mi caso y que han llegado a la conclusión que no soy víctima en ningún aspecto. No hay pruebas de ese dinero ni voucher de depósitos. No me van a reparar con nada».

Algunos de las víctimas que quisieron negociar con Elliott el monto de su reparación se toparon con la barrera del idioma, pues Elliott se comunicaba en inglés y no manejaba la lengua castellana. El testimoniante “Arturo” cuenta:

«Yo pedí traductora la segunda vez que hablé con él, y la traductora nunca llegó. Tuve que traer a mi hermana para poder conversar. […] Me dio un monto y me dijo que no era negociable, pero que si quieres puedes ir por la vía judicial, aunque no me iban a dar mucho».

Del carácter no negociable de la reparación ofrecida por el Sodalicio también da cuenta “Mario”:

«Ian [Elliott] te escuchaba y luego el Sodalicio te hacía una oferta de “tómala o déjala”».

A “Mario” se le ofreció sólo el 12% de lo que en justicia pedía y le correspondía, por lo cual concluye que el proceso fue una «burla absoluta hacia las víctimas, porque te hacen ir a contarle tu vida privada a un desconocido con la esperanza de cerrar un capítulo de tu vida y no les interesa lo que tienes por decir».

Martín Balbuena, víctima de abusos no sexuales, describe un trato parecido:

«Ian [Elliott] me trató muy mal. Fue muy mala experiencia. Me hizo ir dos veces, me prometió muchas cosas que nunca me las dio. Me manipuló».

“Santiago”, por su lado, declaró:

«También estuve en la comisión Elliott. No hubo negociación, no estuve satisfecho. Ha sido una maldad lo que han hecho. La segunda comisión no le hace caso a las recomendaciones de la primera, contratan a unos gringos religiosos. Me entrevistó Elliott. Él considero que mi historia era creíble y me indemnizó. No puedo decir el monto. No me sirve ni para pagar buenas terapias. Me pareció autoritaria e insuficiente. Me dijeron: “tenemos esto, si quieres lo recibes, sino está ahí guardado para ti, cuando quieras vuelves”».

El testimoniante “Silvio” explica el motivo por el cual acepta una reparación que no le parece justa:

«Yo acepto esa reparación cuando llego a entender que no va a haber justicia, y que lo que debo hacer, además siendo manipulado por Elliott, es de que es mejor algo que nada. Eso, además, me lo escribe el mismo Elliott en un e-mail que me manda en este proceso, donde yo intento negociar, pero no hay ninguna negociación en el fondo».

El testimoniante “Sergio” tampoco estuvo satisfecho con la reparación ofrecida:

“Me dijeron que me pagarían unas terapias. Yo hasta ahora le pido al psicólogo que me dé el informe y no me lo ha dado. Fue un chiste. Yo creo que ellos revisaron mi sistema financiero. Yo tenía deudas. Eran bastante agresivos. Yo llegue a la Notaría Rivera creo, firmé y me dieron el cheque”.

Rocío Figueroa, víctima de abusos sexuales por parte de Germán Doig, también recibió una reparación. Su papel clave en el develamiento de los abusos sexuales en el Sodalicio fue convenientemente omitido en los informes de los expertos internacionales. Al respecto, comentó lo siguiente:

«También hablé en la segunda comisión, pero se portaron pésimo, no pusieron mi historia, pusieron que ellos hicieron todo. Me dijeron: “Debes estar molesta”. Les dije que sí, que los habían comprado. No esperaba mucho, recibí una reparación. Me ofrecieron una porquería y me dieron el doble. A mí me tienen miedo. Me hicieron firmar un acuerdo de confidencialidad, pero me importa un pepino. Nadie te puede callar».

“Rodrigo”, uno de los pocos que se manifestó relativamente satisfecho con la reparación que recibió, manifiesta sin embargo lo siguiente:

«A mí me indemnizaron, me pagaron los años de terapia que yo había usado, me lo reconocieron y me pagaron un año de psicoanálisis. Pero a mí me trataron como rey, comparado a otros que han sufrido muchísimo más y han sido muchísimo más abusados».

Cabe resaltar que una condición para conceder una reparación era la firma de un acuerdo de confidencialidad, por el cuales la víctima debía comprometerse «a mantener absoluta reserva y confidencialidad sobre las conversaciones y negociaciones sostenidas para arribar a esta transacción, sobre el contenido del presente acuerdo, incluyendo los montos indemnizatorios comprendidos (asistencia e indemnización), los hechos que lo motivan y las personas involucradas en ellos» (texto tomado de de uno de esos acuerdos de confidencialidad), además de renunciar a cualquier demanda futura y a reclamar ningún monto adicional.

José Enrique Escardó, el primer denunciante del Sodalicio en el año 2000, comentó al respecto ante la Comisión De Belaúnde:

«[…] muy orondamente salieron una vez a decir que creo que habían utilizado dos millones de dólares, ¿no? Para reparación, dijeron ellos. En realidad no lo han utilizado para reparación; lo han utilizado para silenciar víctimas con manipulaciones, con mentiras, con falsas promesas. Han hecho firmar a varias víctimas —en condiciones muy vulnerables, en depresión, con situaciones económicas muy lamentables, muy tristes— acuerdos extrajudiciales en los cuales han exigido el silencio de la persona y han pagado dos mil, tres mil, cuatro mil, cinco mil dólares por ese silencio de toda la vida, y para que no les vuelvan a pedir nunca nada, ni un centavo».

Lo que finalmente hizo el Sodalicio es conceder a las víctimas que les dio la gana de reconocer —entre las cuales no me incluyeron a mí— una compra mafiosa de su silencio, a fin de limpiar su imagen institucional. De este modo, se ha lavado las manos utilizando las estrategias de una nada santa organización criminal, de un organismo pútrido hasta la médula.

 

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El cardenal Ratzinger, quien como Papa asumió el nombre de Benedicto XVI, tiene fama entre los círculos conservadores de haber sido quien comenzó a tomar medidas severas para enfrentar el problema de la pederastia clerical. El informe sobre abusos sexuales en la arquidiócesis de Múnich-Frisinga del 20 de enero de 2021, elaborado de manera independiente por el bufete de abogados muniquense Westpfahl Spilker Wastl, echa una sombra sobre ese prestigio. Pues Ratzinger estuvo a la cabeza de esa arquidiócesis de marzo de 1977 a febrero de 1982, y el informe documenta cuatro casos en que protegió y encubrió a abusadores sexuales.

 

Para quienes están debidamente informados, esto no constituyó ninguna sorpresa. Pues ya en el año 2021 la teóloga Doris Reisinger —ella misma víctima de abusos en una congregación que contaba con el beneplácito de Ratzinger— y el cineasta y documentalista Christoph Röhl habían publicado un libro desmontando el mito de un Ratzinger que habría combatido de manera efectiva los abusos sexuales dentro de la Iglesia católica. El libro lleva el título de “Sólo la verdad salva: El abuso en la Iglesia católica y el sistema Ratzinger” (“Nur die Wahrheit rettet: Der Missbrauch in der katholishen Kirche und das System Ratzinger”, Piper, München 2021).

 

Basta con conocer, a manera de ejemplo, cómo Ratzinger manejó el caso del P. Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, para darse cuenta de la leyenda que se ha creado en torno a un Papa incompetente que se vio obligado a renunciar a su cargo.

 

Existe evidencia de que cuando Ratzinger aun era Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, tomó conocimiento de las acusaciones que había contra el P. Marcial Maciel, pero se negó a abrirle un proceso canónico.

 

A dos de las víctimas de Maciel, José Barba y Arturo Jurado Guzmán, se les presentó el 17 de octubre de de 1998 la oportunidad de declarar en la misma Congregación de la Doctrina de la Fe, solicitando la apertura de un proceso canónico contra el P. Maciel, siendo acompañados por la abogada canonista Martha Wegan, de nacionalidad austríaca. Quien los recibió no fue Ratzinger, sino su secretario Gianfranco Girotti. El principal delito del cual se acusaba a Maciel, a diferencia de los abusos sexuales, no había prescrito: se trataba de la absolución del cómplice en un pecado contra el sexto mandamiento, dado que después de abusar de sus víctimas, Maciel solía confesarlas y darles la absolución sacramental. No obstante, Ratzinger decidió archivar el caso por presiones del cardenal Angelo Sodano, protector de Maciel, según llegó a averiguar la abogada Martha Wegan.

 

A principios del año siguiente, Carlos Talavera, obispo de Coatzacoalcos (México), le lleva personalmente a Ratzinger una carta del P. Alberto Athié, redactada por recomendación del nuncio apostólico en México, Mons. Justo Mullor. En ella Athié relataba el caso del sacerdote legionario Juan Manuel Fernández Amenábar, quien antes de morir le confesó que había sido víctima del P. Maciel. Una de las cosas que le dijo el moribundo fue la siguiente: «te pido que en mi funeral les digas que yo he perdonado, pero que pido justicia».

 

El mismo Alberto Athié, en una entrevista que concedió para el libro “Marcial Maciel: Historia de un criminal”, de la periodista Carmen Aristegui (Penguin Random House Grupo Editorial México, 2010), cuenta lo que pasó después:

 

«El caso es que Talavera se va a Roma y de regreso lo busco para preguntarle cómo le había ido y si había podido entregar la carta. Le respuesta de Talavera es muy importante, tanto por el contenido de la respuesta de Ratzinger como por la actitud del mismo Talavera. Talavera es un obispo cien por ciento institucional, un hombre que además me enseñó o trató de enseñarme la obediencia como el valor más importante de un sacerdote. Me dijo dos frases que encuadran exactamente lo que vivió. La primera fue: “Alberto, me quedé helado”. Y entonces me cuenta lo que pasó: le entregó la carta y Ratzinger la leyó delante de él. A continuación viene la respuesta del cardenal: “Monseñor, lo lamento mucho pero el padre Maciel es una persona muy querida del Santo Padre y ha hecho mucho bien a la Iglesia. No es prudente abrir el caso”. Y Talavera me dice su segunda frase: “¡Se me cayó Ratzinger!” Que él diga eso es tremendo».

 

Lo cierto es que el caso del P. Maciel estaría más de cinco años en stand-by, sin que Ratzinger hiciera absolutamente nada, hasta que el 2 de diciembre de 2004 José Barba y Arturo Jurado reciben una carta de la doctora Martha Wegan preguntándoles si querían continuar con el caso en contra de Maciel. Así lo cuenta José Barba en una entrevista para el libro “Marcial Maciel: Historia de un criminal”:

 

«Le respondimos que sí, que por supuesto, admirados de que nos lo preguntara. Aquí es muy importante el análisis de las fechas. Piensen en los tiempos: Maciel organiza los festejos de los 60 años de su ordenación sacerdotal, que se cumplen el 24 de noviembre de 2004. Preparan todo a la manera legionaria; es un homenaje verdaderamente faraónico en San Pablo Extramuros, Santa María la Mayor y San Pedro. La logística fue impresionante. Lo impío de Maciel en todo esto es que quiso aprovechar los últimos días de vida del Papa, ya tan en decadencia, para que le diera el último espaldarazo público; porque él calculaba que si lograba esto, después ya no habría quien moviera una piedra en su contra. Yo creo que invitaron al cardenal Ratzinger, así como invitaron a Angelo Sodano y a otros muchos que encubrieron a Maciel durante años, y que él debe haberles dicho: “No lo hagan”, porque tenía conocimiento de las denuncias, y me parece que aquella ceremonia tan fastuosa tiene que haberle parecido indignante en grado absoluto. La carta de la doctora Wegan está fechada días después. Ella nos contó posteriormente, al doctor Jurado y a mí, en su propio departamento, que el día 8 de diciembre, en el encuentro que tiene todos los años en el Cementerio Teutónico la comunidad de habla alemana en Roma, el cardenal Ratzinger —que era el invitado de honor— se le acercó a Martha Wegan y le dijo: “Esta vez, doctora, sí vamos a ir a fondo en el caso de Marcial Maciel”. Ahí fue el quiebre de Ratzinger con Maciel. De ahí vienen los visitadores y la investigación de Scicluna, que después condujo a la decisión del Vaticano de enviar a Maciel al retiro, para llevar una vida “de oración y penitencia”.”

 

La celebración del 60° jubileo sacerdotal del P. Maciel ciertamente había sido fastuosa. 37 jóvenes legionarios recibieron la ordenación sacerdotal en la Basílica de San Pablo. El Vaticano aprobó los estatutos de la congregación. Maciel participó de la audiencia pontificia en la Plaza de San Pedro y le fue permitido dirigirse a la multitud, donde enfatizó su convicción de que la unidad con el Vicario de Cristo era unidad con Cristo mismo y que los Legionarios de Cristo ponían toda la energía de su carisma al servicio de la Iglesia. El anciano y enfermo Papa Juan Pablo II le dijo a la multitud allí reunida que la obra de Maciel estaba llena del Espíritu Santo. Maciel fue aclamado como “nuestro Padre” por unos 4000 Legionarios y miembros del Regnum Christi, que habían viajado a Roma expresamente para la ocasión.

 

Por ese entonces Ratzinger estaba preocupado, pues los testimonios de las víctimas en Internet se multiplicaban y él mismo era acusado de encubrir al P. Maciel, motivo por el cual encargó una investigación preliminar a Mons. Charles Scicluna, un prelado que hasta el día de hoy sería clave en la investigación de abusos sexuales cometidos por clérigos y religiosos.

 

Pero quizás lo decisivo fue un acontecimiento escandaloso ocurrido en el Irish Institute en Roma, el mismo día del jubileo sacerdotal del P. Maciel. Ahí se habían reunido unas 300 mujeres consagradas del Regnum Christi, algunos pocos varones y el secretario privado de Maciel, Rafael Moreno. Durante el evento una joven muchacha de apenas 20 años bailó la jota para Maciel. La sensualidad del baile ya era suficiente para escandalizar a las consagradas presentes. Pero cuando la joven se sentó sobre las piernas de Maciel y lo abrazó, el escándalo fue perfecto. Los presentes estaban atónitos, no obstante Maciel les hizo un señal, indicándoles que todo estaba en orden. Pero quien estaba particularmente alarmado era Rafael Moreno, pues él sabía exactamente quién era la muchacha: le decían Normita y era la hija carnal de Maciel. También se hallaba presente la madre de la muchacha.

 

Esto ya fue demasiado para Moreno, quien ya había intentado infructuosamente en el año 2003 informar al Vaticano sobre la verdadera vida del fundador de los Legionarios de Cristo. En esta ocasión sí tuvo éxito. Fue donde el cardenal Franc Rodé, Prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, y le contó lo que sabía, presentando como pruebas varias fotografías y amenazando con ir a la prensa si no se tomaban las medidas correspondientes. El cardenal Rodé habría hablado posteriormente con Ratzinger, el cual ordenó hacer las investigaciones que devendrían en mayo de 2006, cuando Ratzinger ya se había convertido en el Papa Benedicto XVI, en la orden de que Maciel se retirara a una vida de oración y penitencia, aunque sin indicar claramente los motivos. Más aun, recién en febrero de 2009, un año después de la muerte de Maciel en enero de 2008, los Legionarios de Cristo harían público que el P. Maciel había tenido una doble vida y cometido abusos, como reacción a una nota periodística publicada el 4 de febrero de 2009 en el New York Times.

 

En resumen, Ratzinger se habría visto forzado por las circunstancias a tomar medidas contra el P. Maciel. No parece haber tenido conciencia del sufrimiento de las víctimas, pues ello no le motivó nunca a abrir un proceso contra uno de los mayores abusadores sexuales que ha tenido la Iglesia católica en su historia reciente. Pero el escándalo que podía afectar la imagen de la Iglesia por el hecho de que se supiera que un sacerdote prestigioso y admirado por el el Papa Juan Pablo II tenía mujer y progenie parece haber pesado más en su ánimo. Finalmente, las medidas que se tomaron fueron tibias, pues Ratzinger habría pensado siempre que en el abuso sexual clerical se trataba de casos individuales y nunca admitió hallarse ante un problema estructural y sistémico de la Iglesia católica. Nunca se le abrió un proceso canónico al P. Maciel, arguyendo su edad avanzada. De esta manera, la justicia que se pretendió dar a las víctimas fue parcial e insuficiente.

 

El problema de la pederastia clerical ha seguido avanzando sin solución a la vista y al final, como un boomerang, le ha regresado aparatosamente al anciano Ratzinger a través del informe de Múnich, evidenciándolo como un encubridor más.

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Religión

El “estilo sodálite” era uno de los lugares comunes que continuamente repetía Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio, insistiendo en él como si debiera ser una segunda piel que debían tener todos los sodálites, algo por lo cual se les pudiera identificar con sólo verlos. Y había algo que le gustaba resaltar cuando mencionaba “ese estilo viril que nos caracteriza”: que era un asunto para hombres hechos y derechos, no para débiles, sentimentales y susceptibles que ante cualquier dificultad se echaban para atrás y se comportaban como “hembritas”.

La comparación refleja también la misoginia de Figari, que marcó también desde dentro el estilo sodálite. Tenemos el testimonio de Rocío Figueroa, una de las iniciadoras de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación, asociación religiosa femenina vinculada al Sodalicio. Ante la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde, declaró que cuando le solicitó a Figari que fundara oficialmente el grupo, constituido entonces por cinco jóvenes mujeres que querían dedicarse a una vida consagrada al servicio de Dios y de la Iglesia, éste le dijo:

«“Yo no las voy a fundar. Son unas brutas. Son menos inteligentes que los hombres. Sólo se llevan por las emociones. Viven en una casa de porquería en Maranga. Ustedes no tienen vocación ni chicas que las sigan”. Éramos bajo cero. Lo peor de todo era que nos la creíamos. Lo único que hacían era bromear y basurearnos. Era el vacilón: ridículas, sensiblonas y lloronas».

Similar era la concepción que se tenía de los varones gay, a los cuales se les atribuía afeminamiento, cobardía, debilidad y una susceptibilidad extrema. Cualquiera pensaría que eso hubiera llevado a no admitir homosexuales en el Sodalicio, de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia católica, que considera la homosexualidad como una anomalía, una desviación moral. Así lo expresa ya un texto oficial de 1975:

«…esas personas homosexuales deben ser acogidas en la acción pastoral con comprensión y deben ser sostenidas en la esperanza de superar sus dificultades personales y su inadaptación social. También su culpabilidad debe ser juzgada con prudencia. Pero no se puede emplear ningún método pastoral que reconozca una justificación moral a estos actos por considerarlos conformes a la condición de esas personas. Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su ordenación necesaria y esencial. En la Sagrada Escritura están condenados como graves depravaciones e incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios. Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen esta anomalía por esta causa incurran en culpa personal; pero atestigua que los actos homosexuales son por su intrínseca naturaleza desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso.» (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración acerca de ciertas cuestiones de ética sexual, 8).

Lo que sucedió en la práctica es que los autoridades del Sodalicio no tuvieron ningún problema en admitir homosexuales, mientras esta condición del candidato se mantuviera en secreto. De hecho, yo que estuve casi 30 años vinculado institucionalmente al Sodalicio y viví más de 11 años en comunidades de sodálites de vida consagrada, nunca supe de algún sodálite que fuera homosexual, aunque posteriormente he sabido que lo eran algunas personas con las cuales compartí techo y comida, además de otro número considerable de sodálites. Como también se ha acostumbrado en la Iglesia católica respecto a candidatos al clero sospechosos de ser homosexuales, el secreto estuvo bien resguardado bajo la ley del silencio.

Sin embargo, a pesar de que muchos no supimos de su orientación sexual, estos compañeros de camino, debido a hallarse en un entorno ideológicamente homofóbico, se hallaron en una situación particularmente vulnerable y varios fueron objeto de abusos psicológicos y físicos, y algunos incluso de abuso sexual.

La Comisión De Belaúnde ha recogido algunos testimonios con seudónimos —a fin de proteger a los declarantes— en su informe preliminar.

“Mario”, quien estuvo 15 años vinculado al Sodalicio, cuenta que en 1995 la primera persona en enterarse de su orientación sexual fue su consejero Alfredo Garland, miembro de la generación fundacional del Sodalicio:

 «A la primera persona que le digo fue a mi consejero, le dije que me gustan los hombres. Pensé: “ahora me descalifican, me sacan por mentiroso, por haber entrado como aspirante sin haber hablado de esto antes”. Alfredo Garland lo tomó con la mayor naturalidad, me dijo: “No, no te gustan los hombres, tú eres una persona tímida, estás confundido. Lo que pasa es que tienes una figura paterna débil y una figura materna dominante. No te preocupes, esto se te irá pasando según madures y tiramos para adelante”. Me sentí acogido, se compró mi fidelidad. Mi temor más grande era que me botaran y no lo hizo».

Aún así, se le fue induciendo un sentimiento de culpa por ser homosexual, y en el año 1998 Alejandro Bermúdez, actual director de ACI Prensa, lo remitió al psiquiatra Carlos Mendoza para curarle la homosexualidad. Éste le recetó diversos fármacos. 

 «No me estaba “tratando”, me estaba castrando químicamente. Experimentó conmigo. No hay otra manera de describirlo. Mendoza iba cambiando las pastillas para ver cuál me afectaba menos porque todas me daban sueño, me dejaban hecho zombie, me anulaban, no sentía nada. Ir cambiando de receta de pastillas para tratar enfermedades que ni siquiera tenía con el único fin de ver cuál disminuía mi libido, afectando lo menos posible mi comportamiento, es la definición de experimentar con un paciente».

Carlos Mendoza, quien ha tenido una gran cercanía al Sodalicio gracias a su fervorosa participación  en el Movimiento de Vida Cristiana (MVC), ha negado ante la Comisión De Belaúnde que haya aplicado tratamientos para curar la homosexualidad, no obstante que hay otro testimonio que también lo implica, el de “Manuel”, quien, después de confesarle a Figari que había tenido un encuentro sexual con otro hombre, fue enviado a tratamiento psiquiátrico donde Mendoza, el cual le diagnosticó trastorno bipolar y le recetó hasta siete pastillas diarias.

También Mauro Bartra, ex-emevecista, aun no siendo gay, fue enviado a tratamiento donde Mendoza cuando Jeffery Daniels le hizo dudar de su identidad sexual para confundirlo y hacerlo dudar de que realmente hubiera visto un abuso sexual que el mismo Daniels había cometido.

Otro caso distinto es el de “Héctor”, quien tomó contacto con el Sodalicio cuando a fines de los 70 estudiaba en la desaparecida Escuela Superior de Educación Profesional (ESEP) “Ernst Wilhelm Middendorf”. Cuando a sus 16 años le cuenta a Virgilio Levaggi, su primer consejero espiritual, la angustia que le ocasionaba su homosexualidad, éste lo deriva a Figari, quien termina echándole la culpa a la madre de Héctor de que él hubiera desarrollado una tendencia homosexual. En dos ocasiones Figari le pide que se desnude, a lo cual “Héctor” accede debido a la confianza que le tenía.

“Una vez me tuve que desnudar. Mientras me estaba mirando, me dijo: “¿Qué parte del cuerpo es la que más te gusta?” Y yo estaba pensando: “¿Cuál será la respuesta correcta? ¿Será que tengo que decir el pene? ¿Será otra parte? ¿Cuál es la respuesta correcta?” Y ahí quedó este incidente”.

“Me dice: “Échate en un sofá y piensa que estás echado encima de un hombre”. Yo estaba pensando: “¿Y ahora? Qué raro todo esto. ¿Qué tengo que hacer: tener una erección? ¿Qué tendría que pasar: tener una erección?” Y nada pasa y ahí quedó la cosa”.

“Héctor” dio testimonio de que en el Sodalicio había una dinámica de manipulación y abuso que  creaba dependencia.

«Nos decían: “eres lo máximo”, se rodeaban de blanquitos, inteligentes, todos nos vestíamos bien, teníamos buen físico».

Tras tener un encuentro sexual con un joven de su edad, Luis Fernando Figari lo castiga con un encierro —es decir, le ordena no salir y rezar continuamente—, el cual duraría unos cinco años. Se le impidió continuar con sus estudios. Le dijeron que tenía que ser un monje contemplativo. Durmió dos años en una cama con tablas para “controlar la lujuria”. No participaba de ninguna celebración, no podía salir ni hablar con ninguna persona fuera de la comunidad.

«Te vas adaptando, pero por otro lado sentía: “me estoy volviendo loco”. Pensaba en sexo, me enamoraba de todos los actores de cine, pensaba: “¿Qué hago aquí?” Además tenía mucho miedo de volverme esquizofrénico como mi hermano. No tenía ninguna ayuda psicológica, me sentía totalmente abandonado y solo».

Ante la presión interior, el dolor y el deseo sexual hacia hombres que no disminuía, “Hector” sale de la comunidad e inicia un viaje para ver si podía ser monje de clausura en España, con los Cartujos. Este viaje le sirvió para encontrarse consigo mismo y aceptar su homosexualidad.

Otra experiencia similar la cuenta “Juan”, quien en 1979 conoció el Sodalicio a los 15 años cuando estudiaba en el Colegio Santa María de Monterrico. Tras pasar por varias etapas de formación, a los 26 años, cuando formaba parte de la comunidad sodálite de Rio de Janeiro (Brasil), tuvo un encuentro sexual con otro hombre. Cuando un año después se le contó al superior Raúl Masseur, fue castigado con aislamiento, como el mismo relata:

 «A mí me encerraron, no solamente no podía abandonar la casa, sino que no podía acercarme a la terraza, pues no podían verme afuera. Se turnaban con las humillaciones, me humillaron en público, no podía escuchar música, me tenían a pan y agua una semana, a lechuga y agua la semana siguiente, no podía hacer absolutamente nada sino rezar y estudiar la Biblia».

Está también el caso de “Manuel”, quien conoció al Sodalicio aproximadamente en 1983, cuando estudiaba en el Colegio Alexander von Humboldt. Que era homosexual se lo confesó a los tres animadores de agrupación mariana que tuvo: Alberto Gazzo, Héctor Velarde y Germán Doig. Este último lo nombró su secretario y, a sus 15 y 16 años, asumió funciones como leer y redactar cartas y apoyar a la agencia de noticias que promovía el Sodalicio, conocida entonces solamente como ACI (Agencia Católica de Noticias).

Doig, quien se convirtió también en su consejero espiritual, le mandó ciertas prácticas que debía aplicar para curarse de su homosexualidad: «no mirar hombres, no masturbarse, usar la técnica del silencio de mente. Significaba aprender a controlar los pensamientos y botar los malos [pensamientos] …un problema que yo tenía era que una actitud afectuosa de un hombre me producía una erección. Eso era un conflicto interior fatal».

En una sesión de consejería Doig trabajó con “Manuel” la dinámica de “la aceptación del cuerpo”. Para esto le plantea un ejercicio y lo lleva a un cuarto donde no había ninguna posibilidad de que entrara nadie.

«Germán me dice: “Tú necesitas trabajar en la aceptación de tu cuerpo, porque todo esto [la homosexualidad] también tiene que ver cómo tú te percibes a ti mismo. ¿Cuál es la parte de tu cuerpo que más te gusta?”, me dijo. Yo le contesté que mis piernas […] Luego me pregunta: “¿Cuál es la parte de tu cuerpo que menos te gusta?”, y le digo mi pene […] “Para ayudarte tengo que ver si es que verdaderamente tienes un problema […] Enséñame una erección […]” No recuerdo si simplemente en ese momento tenía una erección o si tuve que masturbarme. Luego me hizo echarme en el piso y quitarme la ropa. Yo a él no lo miraba, él me estaba mirando a mí. No sé cuánto habrá durado. Me miró y se rio quitándole importancia al tema. Me dijo que me vistiera. No me tocó».

En esos momentos “Manuel”, por la confianza que le tenía a Doig, no consideró lo ocurrido como un abuso sexual.

«Yo nunca me sentí abusado, yo nunca tuve conciencia de ser abusado, sino hasta después de muchísimos años, cuando ya no pertenecía al Sodalicio».

Todo este sistema que favorecía el abuso de personas homosexuales tendría su origen en el mismo Figari, quien parecía tener una homosexualidad no confesada, si se tiene en cuenta que los abusos sexuales que se le atribuyen fueron siempre con varones. Y no tenía ningún reparo en admitir homosexuales en el Sodalicio, no obstante que manejaba un discurso teórico explícitamente homofóbico en consonancia con la enseñanza oficial de la Iglesia católica. El testimonio de “Lucas” sobre Figari ante la Comisión De Belaúnde es revelador:

«Varias veces comentaba que esto se podía controlar y él sentía como que podía encaminar a la gente. Podía incluir a gente con experiencias homosexuales. Él tenía cuidados especiales con homosexuales».

A pesar de esto, la mentalidad homofóbica impregnaba el día a día de los sodálites, según relata “Pedro”: «Te jodían de maricón por cualquier cosa: “cabro, tragasables’”, todos los curas, obispos, ellos más todavía».

De este modo, los varones homosexuales que se vincularon al Sodalicio de Vida Cristiana se encontraron con una institución que, a la vez que los admitía como miembros no obstante conocer su orientación sexual, los obligaba a reprimirla —como si se tratara de una enfermedad vergonzosa— y mantenerla en secreto, colocándolos en una situación vulnerable. Una situación que habrían aprovechado perversamente algunos de los líderes espirituales —entre ellos Luis Fernando Figari, Germán Doig y Virgilio Levaggi— para dar rienda suelta a apetitos sexuales inconfesables y a sus ansias de poder sobre jóvenes incautos.

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El 8 de diciembre de 2010 Luis Fernando Figari renunció al cargo de Superior General del Sodalitium Christianae Vitae (SCV), cargo que había ocupado durante más de tres décadas.

¿Qué circunstancias lo llevaron a renunciar? Al respecto hay distintas versiones.

La primera versión es la que dio el mismo Figari en su discurso de renuncia:

«En este momento de mi vida les comparto la experiencia de que voy sintiendo el peso de los años. Además, las gravosas limitaciones que se han ido presentando en mi salud, luego de la operación de hace ocho meses, han mostrado ser un creciente obstáculo para un servicio en la autoridad adecuado a los intereses de la Sociedad. […] Luego de discernir ante el Espíritu y de escuchar numerosos consejos he llegado al convencimiento de que esta nueva etapa implica pasar la posta de la carga del gobierno y la administración a una siguiente generación, a un hermano que con juventud y mejor salud pueda llevar adelante las responsabilidades de responder al Plan de Dios guardando el día a día de la marcha del Sodalitium».

Esta versión piadosa sería desmentida años más tarde cuando el 10 de febrero de 2017 se publican los dos informes de la comisión Elliott-McChesney-Applewhite, expertos internacionales convocados por el Sodalicio para investigar los casos de abusos perpetrados en la institución.

Allí se cuenta que quien sería el sucesor de Figari en el puesto de Superior General, Eduardo Regal , cuando todavía era Vicario General del Sodalicio, había escuchado de uno de sus confráteres sodálites que había sido abusado sexualmente por Figari. Sin embargo, la víctima no estaba dispuesta a hacer una denuncia formal y Figari negó los hechos cuando Regal lo confrontó con ellos. 

«Para esa fecha, Regal y otros en el Consejo Superior se encontraban extremamente preocupados por el comportamiento y las acciones de Figari, particularmente por su maltrato y abuso de los hermanos en la comunidad y personas en la familia espiritual del SCV. Ellos creían que la conducta de Figari, que era bien conocida por muchos de los miembros, era totalmente incompatible con la vida de un sodálite. Como resultado, Regal tomó el paso radical y sin precedentes de pedir a Figari que se retirara de la vida pública para llevar una vida de conversión, retiro y oración. Le prohibió aparecer en actividades públicas del SCV, del Movimiento de Vida Cristiana o en los eventos de la familia SCV, le prohibió presentarse a sí mismo como autoridad del SCV o en representación de la misma, así como asistir a Misas de aniversario o Misas públicas, publicar libros nuevos y participar en el Consejo Pontificio de Laicos. Pero los demás miembros de la comunidad no conocían estas medidas y creían que su retiro obedecía a motivos de salud».

En mayo de 2011 Regal se enteraría de manera informal que en el Tribunal Eclesiástico Interdiocesano de Lima había ingresado una denuncia contra Figari por abusos sexuales. En septiembre de 2011 se presentaron dos nuevas denuncias contra Figari ante el mismo tribunal. Ante esos hechos, «en noviembre de 2011 y nuevamente en octubre de 2012, Regal viajó a Roma a entrevistarse con la CIVCSVA [Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica] y con canonistas en referencia al caso canónico contra Figari. También continuó tratando el asunto con la Arquidiócesis [de Lima] y el Tribunal».

En diciembre de 2013 es elegido Alessandro Moroni como sucesor de Regal en el puesto de Superior General. Sabiendo de cuatro nuevos casos incluidos en una sola denuncia canónica presentada ese mismo año, Moroni, después de consultar al Consejo Superior y a las autoridades vaticanas, le ordena a Figari abandonar Lima y residir mientras tanto en una comunidad sodálite en Roma en completo aislamiento. Lo demás es historia conocida.

Esta segunda versión de la caída de Figari presenta inconsistencias, sobre todo porque fue el mismo Sodalicio encabezado por Regal el que avaló la idea de que Figari se había retirado por motivos de salud, y así fue comunicado oficialmente por ACI Prensa, agencia de noticias dirigida por el sodálite Alejandro Bermúdez, en una nota del 21 de diciembre de 2010.

Años más tarde el mismo Regal insistiría en esta misma versión en sus declaraciones del 15 de julio de 2016 ante la Fiscalía de la Nación:

«PREGUNTADO DIGA: Indique usted si conoce el motivo de por qué Luis Fernando FIGARI RODRIGO dejó de ser Superior General.

Dijo: Que sí, conozco. En el año 2010 FIGARI sufrió una operación médica complicada al abdomen, luego de dicha operación se le presentaron infartos cerebrales múltiples que lo dejaron incapacitado para el gobierno, sus capacidades intelectuales y físicas quedaron disminuidas y por lo tanto era indispensable poder contar con un Superior general en ejercicio, es así que varios sodálites, entre ellos yo, le recomendamos encarecidamente que deje el puesto de servicio de Superior General para poder tener un gobierno efectivo».

Cuando Regal hizo estas declaraciones, ya se había publicado el libro “Mitad monjes, mitad soldados” de Pedro Salinas y Paola Ugaz, y los abusos de Figari eran ya de conocimiento público. Según Regal, a él nunca le constó que Figari hubiera cometido abusos, pues aunque recibió denuncias, las desestimó por no encontrarlas consistentes. Y así lo declaró en el Ministerio Público:

«PREGUNTADO DIGA: Indique usted si en el periodo que fue usted Superior General, recibió denunciados por miembros del SCV por abusos cometidos contra ellos por Luis Fernando FIGARI.

Dijo: Que recibí denuncias y en cada caso procedí según el debido proceso en el marco ya explicado de las atribuciones del Superior General en el que debe existir verosimilitud, pruebas suficientes para, según eso, verificar si hay delito tipificado y vigente y abrir proceso o descartar dichas denuncias o proceder a medidas disciplinarias o administrativas. En ninguna de las denuncias que recibí, luego de investigar, encontré los elementos señalados».

Eso nos lleva a la tercera versión sobre la caída de Figari, la más verosímil de todas, que es detallada en el informe preliminar de la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde.

Todo comienza con el encargo que había recibido Rocío Figueroa, entonces fraterna —es decir, integrante de la Fraternidad Mariana de la Reconciliación—, de investigar la vida de Germán Doig —segundo en la cadena de mando del Sodalicio, fallecido en el 2001 en circunstancias aún no aclaradas—, a fin de escribir una biografía para su causa de beatificación. En el transcurso de esta investigación, Rocío llega a saber que otra fraterna había sido objeto de tocamientos indebidos por parte de Doig, ella misma toma conciencia de haber sufrido los mismos abusos, y finalmente obtiene el testimonio de un joven que afirmaba haber sido víctima de abusos por parte de Doig en los años 90. Asimismo, un amigo cercano le confiesa haber sido objeto de abuso sexual por parte de Virgilio Levaggi —el tercero en la cadena de mando de la institución en los años 80—. Con la ayuda de Cecilia Collazos, otra fraterna, Roció investiga más a fondo estos casos y llega a la conclusión de que debía enfrentar a Figari para detener todos las iniciativas orientadas a lograr la beatificación de Germán Doig. Así relata ella misma este encuentro:

«Luis Fernando me llama: “¿Has hecho la biografía?” “No”, le respondí. “No puedo hacer la biografía. Germán Doig no es santo, tengo noticias de que ha abusado de gente”. Me dijo que vaya a su casa. Yo temblaba. Llegué a su casa y estaba como loco. Los dos estábamos en Roma. Le conté primero lo mío. Me respondió: “Tú seguro lo sedujiste. Además, que te haya toqueteado no es nada. Porque lo que tú quieres hacer es un complot contra el Sodalicio. El movimiento necesita un santo y eso no es para tanto. Además, cuando yo me muera también van a decir que soy un abusador”. Yo le dije: “Cuando yo me muera nadie va a decir que he sido una abusadora. Yo no soy abusadora”. Me dio dos apellidos y dijo: “Estos dos hermanos van a decir que he abusado de ellos. Éste está loco”. No se dio cuenta que me estaba diciendo sus víctimas. Casi me muero”.

La reunión quedó allí. Por supuesto, no se interrumpieron las acciones conducentes a la beatificación de Doig. Rocío sería entonces objeto de una campaña de desprestigio y difamación orquestada por Figari dentro de la organización, que terminaron haciendo mella psicológica en ella. Se rumoreaba que había sido amante de Doig y le pusieron la chapa de “la viuda de Doig”. Posteriormente, por problemas de salud tuvo que ser operada en Milán. A mediados de 2010 logra tener una reunión con Eduardo Regal, Vicario General del SCV, y le comunica lo que sabía.

«Le digo dos cosas a Regal: 1. La causa de Doig tienen que cerrarla. 2. Figari no puede seguir siendo superior y tiene que ser investigado. No tiene la calidad moral, ha encubierto los crímenes de Doig y ha abusado de mí psicológicamente. Le dije: “Si tú no lo haces, lo voy a hacer yo sola. Voy a ir a la prensa, al Vaticano. O lo haces conmigo o lo hago sola yo”. A los tres meses Figari renuncia. Ellos dicen que hicieron todo. Mentira, fue por amenaza mía. Entonces regreso a Lima y ya habían cerrado la causa de beatificación. Le pregunté a Eduardo sobre Figari. Me dijo que era inocente, que no sabía nada de Germán. Le dije “Eduardo, pero esos ejercicios de yoga, ¿quién se los enseñó a Germán Doig?” Respondió: “Ah no, tú no puedes confundir ejercicios de yoga con abuso”».

El 22 de agosto de 2011 aparece en Diario16 la primera noticia sobre abuso sexual cometido por Figari, relatando cómo obligó a un joven a sentarse sobre un palo luego de que éste le revelara su orientación homosexual. Ésta fue una de las tres denuncias presentadas ese año ante el Tribunal Interdiocesano de Lima. De la reacción de las autoridades sodálites da testimonio el sacerdote exsodálite Jean Pierre Teullet, indicando que el P. Jaime Baertl, «que era muy amigo mio, me dice después [de la publicación en Diario16]: “Mira, lo hemos sacado de Lima ahorita sabiendo esto, porque no sabemos si esta cuestión se ha judicializado y le van a hacer impedimento de salida”. Entonces tú dices, oye, pero si a mí me dicen mañana que yo me he violado a alguien, que me digan lo que quieran, yo voy a pasearme por acá porque no tengo nada que ocultar. Y el segundo hecho que genera suspicacia es que Regal se va a Roma, regresa por mayo un poco más probablemente y nos junta —creo que era septiembre de 2011—, nos junta a los sodálites: “Miren, chicos, han salido estas denuncias, todo, pero ustedes no tienen que preocuparse porque yo he ido a hablar con los mejores canonistas de Roma y me han dicho que estas cosas ya prescribieron y en todo caso, como Figari es laico, no tiene jurisdicción”. Con lo cual, en buen lenguaje, te estaba diciendo: son verdad y es culpable».

El mismo P. Teullet también tuvo conocimientos de abusos cometidos por Figari y, no obstante la resistencia que experimentó dentro de la organización, hizo lo que estuvo de su parte para que fueran investigados, tal como lo relata en una carta aclaratoria a Fernando Vidal, Asistente General de Comunicaciones del SCV, fechada el 20 de octubre de 2015:

«En mayo del 2012, luego de varios meses de dialogo infructuoso con las autoridades, 4 sodálites presentamos formalmente “pedidos de investigación” contra el Hno. Luis Fernando Figari por actos graves e inmorales cometidos por él […]. Estos pedidos fueron desestimados, primero por el superior general de entonces, el Hno. Eduardo Regal, y luego, al ser presentados nuevamente por mí de modo formal en abril del 2013 al nuevo superior general, el Hno. Alessandro Moroni, fueron también desestimados por él. En ambos casos, nunca se realizó una investigación formal […]. Nunca se erigió un jurado, nunca se nos solicitó el testimonio formal, nunca hubo actas, nunca se dio un dictamen, y menos se nos respondió de modo formal la conclusión de dicho proceso».

Finalmente, el P. Teullet decide presentar la denuncia canónica correspondiente ante el Tribunal Eclesiástico Interdiocesano de Lima el 25 de octubre de 2013, no obstante que el P. Jaime Baertl, Eduardo Regal, Alessandro Moroni y otros habrían estado en desacuerdo con esta medida.

De todo lo dicho se concluye que en el Sodalicio nunca se inició ninguna investigación interna contra Figari, a pesar de que habían indicios suficientes para hacerlo. La renuncia de Figari fue un acto forzado por las amenazas de Rocío Figueroa de que si no lo hacía, iba a acudir a la prensa y a las autoridades vaticanas para revelarles todo lo que sabía. Eduardo Regal, una persona muy cercana a Figari, no investigó nada a fondo y terminó desestimando las acusaciones contra Figari por abusos de diversa índole —incluidos sexuales— que, antes de la publicación del libro “Mitad monjes, mitad soldados” en octubre de 2015, ya eran de su conocimiento y de otras personas con autoridad en el Sodalicio. Hubo tres denuncias canónicas individuales contra Figari en el año 2011 y una más en el año 2013 que incluía a cuatro víctimas más. Ninguna de estas denuncias fue presentada por algún representante oficial del Sodalicio. Más bien, los esfuerzos de las autoridades sodálites estuvieron dirigidos, no a a averiguar la verdad, sino a ver de qué manera podían librar a Figari de los cargos y de cualquier sanción que se le impusiera. Y cuando eso fue prácticamente imposible, se habría buscado la manera de minimizar el número de casos y obtener una sanción benévola para el fundador del Sodalicio. De paso, la comisión Elliott-McChesney-Applewhite, convocada por el Sodalicio y jugosamente remunerada, le practicaba una lavada de cara a Regal y a Moroni, entre otros tantos de los servicios de control de daños que prestó a beneficio de la institución.

Por lo demás, el P. Jean Pierre Teullet declaró ante la Comisión De Belaúnde que los casos conocidos de Figari a través del libro “Mitad monjes, mitad soldados” serían sólo algunos de los varios casos de abuso sexual que habría cometido el fundador del Sodalicio:

«…muchas de las víctimas de estas cosas de verdad no salen. No quieren decir cosas. Sí, por varias razones. Además, porque si tienes todo un aparato mediático que te van a perseguir… y a veces no sólo estás tú, dices: oye están mis hijos, mi familia ¿no?»

En la iconografía sodálite se resalta la figura de la Virgen María pisándole la cabeza a la serpiente. En nuestra historia es un símbolo profético, pues quien dio inicio a la caída de ese reptil llamado Figari fue precisamente una mujer, valiente y arriesgada, que no tuvo miedo de enfrentarse a ese monstruo, aunque ello le significara un alto costo personal. Algo que también hemos sufrido de una u otra manera todos los que hemos salido a dar la cara para desenmascarar a esa presunta organización criminal llamada Sodalicio de Vida Cristiana.

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Abusos sexuales, Figari, Sodalicio

En Alemania la soledad es un problema social. Con una población de unos 83 millones de habitantes, hay 17.6 millones que viven en hogares unipersonales, es decir, solos. Unos 9 millones son mujeres, la mayoría de ellas por encima de los 80 años de edad, lo cual es de esperarse dado que la esperanza de vida femenina —en promedio 83.4 años— es mayor que la de los varones —en promedio 78.6 años—. Si tomamos en consideración sólo a las personas mayores de 65 años, un tercio de ellas —unos 5.9 millones— viven solos entre sus cuatro paredes. En total, más del 20% de los varones viven solos, siendo el grupo mayoritario el de quienes están entre los 20 y los 39 años, lo cual incluye a estudiantes, a personas que recién se inician en el mundo laboral, pero también a solteros por otras razones, a divorciados y a separados.

Los hogares unipersonales constituyen la forma de vida más común en Alemania, seguida de los hogares bipersonales. En Berlín, la capital, la cosa es extrema, pues uno de cada dos hogares es unipersonal. Según las estadísticas, entre 1991 y 2019 el porcentaje de hogares unipersonales en Alemania se elevó de 34% a 42%, mientras que los hogares donde viven 5 o más personas se redujeron de 5% a 3.5%.

Sin embargo, eso no quiere decir que los alemanes que viven solos suelan estar satisfechos con su soledad. Frecuentemente buscan compañía o momentos de encuentro con otras gentes ya sea a través de actividades recreativas o iniciativas de ayuda social, ya sea participando en las diversas festividades colectivas que tachonan la geografía regional germana. De ahí la importancia que revisten en este país los mercados navideños, que no son sólo escaparate de objetos artesanales y utilería navideña de calidad, sino también espacios donde la gente acude para socializar, para conversar con amigos y vecinos, para escuchar eventualmente melodías navideñas interpretadas por grupos de música regional, mientras disfrutan de un pan con salchicha o con pescado frito apanado, entre sorbos de vino caliente aromatizado con especias. Lamentablemente, los mercados navideños que habían abierto entre fines de noviembre e inicios de diciembre han tenido que ir cerrando sus puertas debido a la crítica situación de contagios por la pandemia de coronavirus.

Por otra parte, ir de compras actualmente puede convertirse en una molestia continua, pues existe la obligación de mantener la distancia y llevar mascarilla médica, además de presentar un certificado de vacunación completa —por lo menos dos dosis— o de estar recuperado de la enfermedad. En algunos locales públicos, como restaurantes, es requisito también presentar el resultado negativo de un test rápido que no tenga más de 24 horas de antigüedad. Sólo en negocios de víveres —como supermercados— y farmacias puede entrar cualquiera cumpliendo el único requisito de guardar distancia y usar la mascarilla de precepto.

Hay que tener en cuenta que en Alemania la Nochebuena transcurre en el pequeño núcleo del hogar, lo cual significa que millones de alemanes pasan ese momento completamente solos. Aunque han habido anteriormente iniciativas de los municipios, sobre todo en grandes ciudades, para congregar en una celebración navideña pública a quienes no tiene otra compañía que la soledad, la pandemia ha echado por tierra esta posibilidad.

Y aunque por motivo de las celebraciones navideñas se van a realizar servicios religiosos, éstos también se ven amenazados de realizarse a la sombra de la desolación. Habrá un aforo máximo de pocas personas, no estará permitido prender la calefacción en una época en que el frío penetra la piel hasta el alma, no se podrá cantar y, por supuesto, la distancia y la mascarilla serán obligatorias. Además, hay que inscribirse previamente para poder asistir a un servicio religioso y llenar un formulario con los datos personales, a fin de poder hacer un seguimiento en caso de que alguien resulte infectado.

Aún así, lo peor parece estar por venir, pues el actual gobierno alemán ha decidido posponer medidas más severas hasta después de la Navidad, lo cual ha generado críticas, pues el virus no descansa nunca, ni siquiera cuando todos ansían tener un remanso de paz en estas fiestas de fin de año. A partir del 28 de diciembre sólo podrán reunirse máximo 10 personas si todos están vacunados o se han recuperado de la enfermedad. Una persona que no cumpla con por lo menos uno de estos dos requisitos sólo podrá reunirse con las personas de su propio hogar más dos personas de otro hogar privado. Podrán usar el transporte público sólo vacunados, recuperados o personas con un test rápido no más antiguo de 24 horas. Clubs y discotecas deberán permanecer cerrados; otros locales sólo podrán admitir a vacunados o recuperados, con la excepción de negocios de productos de primera necesidad. La venta de fuegos artificiales estará prohibida.

Aunque la mayoría de los alemanes se muestra a favor de una vacunación obligatoria, ya han habido en varias ciudades manifestaciones no autorizadas —y, por lo tanto, ilegales— de paseantes “espontáneos” —convocados por grupos antivacuna a través de las redes sociales— que han mostrado una agresividad pocas veces vista, agrediendo incluso a policías que sólo buscaban hacer cumplir las normas de higiene vigentes durante la pandemia.

En medio de tanta desolación siempre hay iniciativas creativas que buscan mantener vivo el espíritu navideño, tan apreciado por los alemanes, tanto creyentes como no creyentes. Una de ellas han sido los desfiles de tractores navideños en regiones rurales. Y yo he tenido el privilegio de ser testigo de unas estas caravanas motorizadas. El día sábado 19 de diciembre, a eso de las 5 y media la tarde, cuando ya había oscurecido, escuché ruido en la calle principal del pueblo de Kleinfischlingen, donde vivo. Me asomé a la ventana y vi tractores y algunos camiones —unos 50 vehículos en total— pasar adornados con luces de colores, arboles de Navidad, algunos con figuras de Papa Noel o con algún paisano que se había vestido como tal, acompañados de sonidos de bocinas entre música navideña que salía de algunos altavoces, mientras alguna familias con niños pequeños saludaban al borde de la calle y todo el aire se llenaba de una alegría que alejaba cualquier sombra de desolación, alegría que se prolongaría a lo largo de las horas que duraría el desfile en su paso a través de los pueblos. Así como yo, supongo que varios habrán llorado de emoción al sentir en estas épocas aciagas la solidaridad de los agricultores y granjeros alemanes con este gesto que muestra cuán hermoso puede ser el corazón humano.

Pasé el 22 de diciembre con los vejitos y viejitas de la residencia de ancianos donde trabajo, en una celebración pre-navideña, al lado de una señora que lloraba recordando las celebraciones navideñas en familia, un pasado que ya fue. Porque los moradores de este asilo también son sobrevivientes de otras épocas más felices, cuando todos los miembros de la familia aún estaban vivos y los hijos no se habían marchado del hogar. Ahora sólo queda una soledad que comparten con otros residentes, y que puede ser mitigada en algo gracias al cariño y la dedicación de los que trabajamos allí.

Sea que se celebre el nacimiento del Niño Jesús en Belén —aunque históricamente no pueda determinarse en qué fecha nació ni tampoco dónde—, sea que simplemente uno se deje llevar por el espíritu particular que se vive en estas épocas con una mitología nacida de la fantasía literaria en torno al personaje de Papá Noel, sea que se experimente este tiempo como un momento mágico de encuentro familiar, de paz y de reconciliación, la Navidad suele ser tanto para creyentes —algunos de los cuales reivindican fanáticamente sus derechos de propiedad sobre esta fiesta— como para no creyentes un espacio de luz, donde aflora una sensibilidad que suele estar dormida el resto del año y qué se expresa en unas líneas utópicas de la canción “Bienvenida Navidad” (1967) de Palito Ortega:

«La gente se quiere mucho el día de Navidad,

qué lindo que todo el año la gente se quiera igual».

Esto es quizás lo más importante en esta desolada Navidad. Aunque, ante las decepcionantes miserias que caracterizan la condición humana, se trate sólo de un deseo y una esperanza.

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Navidad

A fines de 1997 el sodálite Jeffery Daniels fue enviado por órdenes superiores a una de las casas de formación que tenía el Sodalicio en San Bartolo, un balneario al sur de Lima, para que realizara ejercicios espirituales. Sólo un grupo de personas sabía cuáles eran los motivos de esta medida, que pronto se convertiría en una suerte de reclusión que duraría casi tres años. A la mayoría de los miembros de la Familia Sodálite que tomaron conocimiento de estas circunstancias, el régimen les parecía raro e inusual, pero pocas veces se preguntaba por los motivos y comenzó a circular el rumor de que Jeffery estaba discerniendo su vocación de monje.

Alessandro Moroni, ex Superior General del Sodalicio, quien entonces tampoco sabía nada del porqué de esta situación, declaró lo siguiente al respecto el 22 de noviembre de 2018 ante la Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde:

«…nosotros dijimos, literalmente: “algo habrá pasado”. Y eso refleja, un poco, la idiotez, porque yo sé que hay cosas que son del fuero interno, y uno no tiene por qué saberlas. Pero ya la idiotez completa de que alguien viva enclaustrado como si fuese el hombre de la máscara de hierro […] terminaba siendo bizarro, y fue así. Él vivía en la casa del centro de formación y estaba recluido en una parte y creo que salía de ese lugar, e iba a las misas dominicales del pueblo, y regresaba, comía solo, desayunaba solo, almorzaba solo».

Jeffery no fue el primero ni el único de quien se afirmó que podría tener vocación de monje. San Bartolo no era solamente un centro de formación, sino también la Siberia adonde se enviaba a los sodálites que estaban en crisis, y la explicación usual que se daba era de que estaban discerniendo para monjes. Entre diciembre de 1992 y julio de 1993 yo también estuve en San Bartolo bajo ese régimen —aunque no tan estricto como el de Daniels—, junto a Rafael Ísmodes —ahora sacerdote sodálite— y Francisco Rizo-Patrón —actualmente exsodálite—.

¿Cómo es que Jeffery Daniels llegó a esa situación, después de haber estado trabajando ese año en el Colegio San Pedro, administrado por sodálites, como auxiliar en la pastoral de menores, en clases de religión y catequesis, entre mayo y agosto de 1997? ¿Cómo es que el “apóstol de los niños” —cómo se le conocía— terminó recluido llevando una vida de ermitaño dentro de una comunidad sodálite alejada de la ciudad de Lima?

El informe preliminar de la Comisión De Belaúnde reconstruye los hechos partir de varios testimonios, entre los cuales es decisivo el del exsodálite Germán McKenzie, quien entonces era Superior Regional del Perú y que reside actualmente en Canadá. Este testimonio fue enviado como respuesta escrita a un pliego que le hiciera llegar la comisión.

Lo cierto es que es que en algún momento de la segunda mitad del año 1997 un sodalite de rango inferior le comunica a otro sodálite del mismo rango que durante un viaje de misiones al interior del país había sufrido abuso por parte de Jeffery, quien lo había masturbado y luego había hecho que él lo masturbara. No fue la víctima sino este otro sodálite quien le contó el incidente al encargado de su comunidad, José Sam —el mismo que es conocido actualmente como el “rey de los casinos” y que habría hecho aportes irregulares de campaña a la candidata presidencial Keiko Fujimori—. José Sam le comunica el hecho a Germán McKenzie, y éste se lo comunica a Germán Doig, Vicario General del Sodalicio, quien en ese momento se encontraba en Roma, el cual le informa al respecto a Luis Fernando Figari.

McKenzie confronta a Daniels con los hechos y, si bien «el hermano Jeffery no dio toda la información relevante desde el principio de los diálogos [e] intentó incitar a algunos involucrados a restringir la información», admitió tres casos de abusos, que McKenzie puso por escrito en una “Relación de Hechos” fechada el 19 de noviembre de 1997, una copia de la cual fue remitida por Alessandro Moroni a la Comisión De Belaúnde. Las víctimas eran un aspirante y antiguo agrupado mariano de 17 años, con el cual Daniels habría tenido durante tres años relaciones homosexuales casi semanalmente, además de masturbaciones mutuas, tocamientos y besos en la boca; otro aspirante de 17 años y huésped temporal de una comunidad, con quien habría tenido 12 masturbaciones mutuas, además de tocamientos y besos en la boca; un aspirante y antiguo agrupado mariano de 18 años, con quien habría tenido sólo tocamientos y besos en la boca.

Cuando Germán Doig regresa de Roma, dispone que Mckenzie se ocupe del proceso de “rehabilitación” de Daniels, mientras él se ocupaba de las víctimas, de averiguar si había otras y del asunto legal. McKenzie añada que en una segunda conversación que tuvo con Doig, éste «dispuso mantener al Sr. Daniels en un retiro estricto y con ayuda psiquiátrica, buscando su rehabilitación. También dispuso que él atendería a las víctimas y hablaría con los padres de las mismas sobre lo sucedido, pidiéndoles a éstos su autorización para manejar el asunto de este modo. Ambas medidas, me explicó, eran compatibles con lo que la ley mandaba en estos casos. Como el Sr. Doig era mi autoridad inmediata, acepté, insistiéndole en mi opinión de que se consiga la anuencia de los padres de las víctimas para proceder así». Luego, en reunión del Consejo Superior se decide mantener a Daniels en un régimen de aislamiento, no en la casa de retiros de Santa Anita donde vivía Figari, porque éste se opuso, ya que «no quería tener a alguien como el Sr. Daniels en la misma comunidad que él», sino en San Bartolo. Durante este tiempo Jeffery también recibiría tratamiento a cargo del psiquiatra Carlos Mendoza.

Según McKenzie, la finalidad del «retiro estricto del Sr. Daniels era para buscar su rehabilitación. […] La idea era que luego del tiempo que fuera necesario, el Sr. Daniels pudiera reintegrarse de alguna manera a la vida del Sodalicio, alejado de personas jóvenes. Lo más importante era ayudarlo a que haga los cambios personales necesarios para que no abuse de nadie en el futuro».

Lo que habría constituido motivo para expulsar a Daniels del Sodalicio y denunciarlo ante la justicia por delitos sexuales, al final quedó en nada, pues quienes sabían del asunto guardaron estricto silencio. Ciertamente, habría habido un motivo de peso. El 8 de julio de ese mismo año el Sodalicio había recibido la aprobación pontificia, erigiéndose como sociedad de vida apostólica de derecho pontificio, y que se hiciera público el caso de Jeffery Daniels podía poner en riesgo el espaldarazo que la institución había recibido de la Santa Sede. Como de costumbre, la imagen institucional era un bien que había que resguardar a toda costa, un fin que justificaba todos los medios.

Además de los ya mencionados, sabían de lo ocurrido los miembros del Consejo Superior que estuvieron en funciones entre noviembre de 1997 y septiembre de 2001, cuando Daniels sale por fin de su retiro. ¿Quiénes formaron parte del Consejo Superior en ese lapso? Pues nada menos que el P. Jaime Baertl, Óscar Tokumura —quien, además, era superior de la casa de formación en San Bartolo donde se había ubicado a Daniels—, Miguel Salazar, el P. Jürgen Daum —ya fallecido—, Erwin Scheuch, Eduardo Regal, Juan Carlos Len, Alfredo Garland y José Ambrozic. Todos encubrieron a Daniels y omitieron presentar denuncia ante quien correspondía, que es el Ministerio Público.

El encubrimiento fue de tal magnitud, que se habrían tomado incluso medidas para que las víctimas no hablaran. Una de ellas había nacido en el extranjero e iba a visitar su ciudad natal para estar algunos días con su familia. Óscar Tokumura le ordenó al sodálite a quien la víctima le había contado los abusos que viajara con él para asegurarse de que volviera, cosa que cumplió el susodicho a cabalidad, razón por la cual fue felicitado expresamente por Germán Doig (“te quiero felicitar por lo que has hecho, por haber traído a este tipo”). Es de hacer notar que recibir una felicitación en el Sodalicio era algo muy inusual. «Eso era como recibir una estrellita en la frente, porque habías hecho algo bien. No me di cuenta que había sido utilizado para traer a la víctima al matadero o, por lo menos, para que no siga hablando».

Según un testimonio, recién después de la muerte de Germán Doig en febrero de 2001, quien habría hecho esfuerzos para mantener a Daniels en el Sodalicio, es que se presenta vía libre para que el abusador pueda dejar la institución.

McKenzie, quien estuvo a cargo de la gestión, le escribió a Figari en una comunicación del 11 de septiembre de 2001, lo siguiente:

«Tengo la plena conciencia de que, dada la gravedad de los hechos, propiamente correspondería la separación, según los Arts. 65 y 66 de las Constituciones. Sin embargo, me permito sugerir que optando todavía más por el camino de la caridad, en nuestro proceder nos inclinemos más bien a conceder a este hermano el indulto de salida, de acuerdo al Art. 63 de las mencionadas Constituciones, en vistas al bien de la persona de cara al futuro».

McKenzie ha confirmado el contenido de esa comunicación y comentado al respecto:

«Por un lado, el psiquiatra que lo atendía determinó que el Sr. Daniels presentaba dificultades serias para la vida consagrada. También afirmó que el tiempo de retiro estricto lo había ayudado a tomar más conciencia de la gravedad de los abusos que cometió, y a mejorar su conciencia moral, y que el tratamiento recibido por tres años lo había ayudado a establecer ciertos límites a su conducta. Por otro lado, el Sr. Daniels mismo no se veía siguiendo una vida retirada como la que venía viviendo en el futuro. Él mismo solicitó dejar el Sodalicio».

Otro motivo para darle indulto de salida en vez de expulsarlo fue

«para respetar la confidencialidad de la identidad de las tres víctimas que yo había identificado, ya que estaba seguro que no hubieran querido que sus nombres se hicieran públicos si se tenía que explicar una eventual expulsión del Sr. Daniels. Además, me pareció que ese camino era mejor para tener un canal de comunicación con el Sr. Daniels luego de su salida, saber dónde se encontraba, y disminuir lo más posible el riesgo de que el Sr. Daniels volviera a abusar de alguna persona».

Lo que no sabemos es qué medidas se iban a tomar para cumplir esos objetivos y cómo se iba a controlar a Daniels para evitar que cometiera otros abusos una vez que ya no estuviera bajo la férula del Sodalicio y se hallara suelto en cancha, según el dicho popular.

McKenzie dijo no saber de ninguna víctima más de Daniels que las tres que él mismo admitiera, aunque, según un testigo ante la Comisión De Belaúnde, se llegó a identificar a una cuarta y a una quinta víctima. Entre ellas no estaba Álvaro Urbina.

En la denuncia contra Luis Fernando Figari, Germán Doig, Jeffery Daniels, Virgilio Levaggi y Daniel Murguía por abusos sexuales contra menores de edad, que presentó Alessandro Moroni en su calidad de Superior General del Sodalicio junto con su abogado Claudio Cajina el 17 de febrero de 2017 en el Ministerio Público, doce de los veinte casos allí consignados son atribuidos a Daniels. Éstos son los casos que logró identificar la comisión Elliott-McChesney-Applewhite de expertos internacionales convocada por el Sodalicio. Casi todos los casos incluidos en la denuncia ya habían prescrito, y Daniel Murguía ya había sido absuelto por el único caso que se le reconoce. A pesar de que la Fiscalía solicitó los nombres de las víctimas, fue en vano, pues según el abogado no había autorización de los agraviados para comunicar sus nombres. En fin, todo fue nada más y nada menos que un premeditado saludo a la bandera.

Los abusos de Jeffery Daniels habrían ocurrido entre 1991 y 1997, teniendo la víctima de menor edad sólo 10 años, mientras que la edad de las otras fluctuaba entre los 14 y los 17 años. En siete de los casos sólo hubo manoseo y tocamientos indebidos; en otro caso hubo sexo oral con intento de penetración anal; en otro, repetidas penetraciones anales; en otro, relaciones homosexuales varias veces por semana durante dos años; en otro, masturbación mutua con la víctima; el último caso es descrito de manera un poco más detallada: «Repetidamente Daniels trató de hacer que la víctima tocara sus genitales; Daniels hizo que la víctima lo observara a él y a un varón menor de

edad desnudos y jugando con sus penes; y se acercó a la víctima mientras se ponía su ropa interior después de una ducha y lo invitaba a unirse al “juego sexual” con otro menor». No se descarta la posibilidad de que hayan habido más víctimas, considerando que en enero de 2013 alguien que usaba el seudónimo de “La Ciudad te Habla” comentó en el blog Las Líneas Torcidas que Daniels había abusado de casi todos los integrantes de la agrupación mariana a la que él pertenecía.

Finalmente, Daniels obtuvo la dispensa de salida del Sodalicio y se mandó mudar a Estados Unidos para iniciar una vida nueva, aprovechando que, además de la nacionalidad peruana, tenía también la estadounidense. No fue expulsado del Sodalicio, aunque sus fechorías así lo ameritaban. Paradójicamente, el primer expulsado del Sodalicio en toda su historia, y de manera pública, sería Germán McKenzie, por motivos que aún no se han llegado a dilucidar.

NOTA: En mi anterior columna “Sodalicio: El caso Murguía” del 11 de diciembre de 2021 afirmo que Erwin Scheuch era oficialmente Superior de la comunidad sodálite Madre de la Fe y que se encontraba en Roma cuando Daniel Murguía fue detenido por la policía. Según información que me ha proporcionado Óscar Osterling, el Superior oficial de la comunidad Madre de la Fe era Javier Leturia, quien en ese momento se habría encontrado de gira con el conjunto musical Takillakkta, que él mismo dirigía. Asimismo, Osterling cree que Erwin Scheuch ya había regresado a Lima cuando estalló el escándalo

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La Comisión Investigadora de Abusos Sexuales contra Menores de Edad en Organizaciones, del Congreso de la República del Perú, presidida por el congresista Alberto de Belaúnde, que estuvo en funciones desde mayo de 2018 hasta junio de 2019, elaboró un extenso informe preliminar de más de 1500 páginas. Si bien los análisis, conclusiones y recomendaciones allí incluidos no tienen aún valor oficial, dado que hasta ahora ningún Congreso ha debatido el tema en el Pleno, las declaraciones de testigos y víctimas permiten un conocimiento más detallado de los hechos en los casos allí abordados. Y en el caso del Sodalicio permiten, por ejemplo, conocer más detalles sobre el primer caso de pederastia que fue revelado a la opinión pública a través de medios de prensa, a fines de 2007: el del sodálite consagrado Daniel Murguía Ward.

La acusación fiscal contra Murguía aparece descrita así en la sentencia definitiva sobre este caso, emitida por la Sala Permanente de la Corte Suprema el 30 de junio de 2011:

«…el veintisiete de octubre del dos mil siete, a las ocho horas aproximadamente, se intensificó el accionar policial en las inmediaciones de la Plaza San Martín, toda vez, que se tuvo conocimiento que una persona de aspecto extranjero estaría dedicándose a la captación de menores de edad ofreciéndoles dinero, a fin de llevarlos a hoteles de la zona, desnudarlos, hacerles tocamientos indebidos, fotografiarlos y sostener relaciones sexuales, en tales circunstancias se percatan que el encausado Daniel Bernardo Murguía Ward se encontraba conversando con el menor agraviado en actitud sospechosa, para luego dirigirse ambos al hotel Las Palmeras, ubicado en el jirón Carabaya número diez diecisiete Cercado de Lima, procediendo a seguirlos; es así que al ingresar al hotel antes mencionado, fueron atendidos por el procesado Lucio Alania Alcedo, en su calidad de cuartelero del hotel en referencia, quien manifestó que Daniel Bernardo Beltrán Murguía Ward se encontraba con el menor agraviado, en el interior del cuarto signado con el número ocho; por lo que al irrumpir los efectivos policiales en la habitación encontraron al procesado Daniel Bernardo Beltrán Murguía Ward con una cámara digital en la mano y al menor agraviado semidesnudo con los pantalones abajo, señalando éste que Murguía Ward lo llevó con engaños al hotel Las Palmeras, lugar donde le practicó el sexo oral».

El parte policial señala adicionalmente que en la cámara fotográfica se encontraron, además de las fotos del niño involucrado, las fotografías de otros dos menores de edad.

El Sodalicio reaccionó raudamente, emitiendo un comunicado el 29 octubre, donde decía, entre otras cosas:

«Como consecuencia de esta situación hasta ahora totalmente desconocida para nosotros, que consideramos completamente inaceptable, y que ha sorprendido y golpeado dolorosamente a toda nuestra comunidad, habiendo examinado la seriedad de la denuncia, queremos comunicar que el Sr. Murguía ha sido INMEDIATAMENTE EXPULSADO de nuestra institución».

¿Asunto arreglado? Aparentemente sí. Pero ¿qué es lo que sucedió entre que se dio conocer la captura de Murguía y se emitió el comunicado?

El P. Jean Pierre Teullet, exsodálite, declaró ante la Comisión De Belaúnde que en ese entones se habían reunido Erwin Scheuch, Superior Regional del Perú; el P. Jaime Baertl, miembro del Consejo Superior en calidad de asistente de espiritualidad; el mismo Teullet, miembro del Consejo Regional del Perú, y otro miembro más del consejo Superior para ver que decisión tomaban. Si mal no recuerdo, mi hermano Erwin Scheuch se encontraba en ese momento en Roma después de haberme hecho una visita relámpago en el pueblo de Kirrweiler en Alemania, donde yo residía entonces, por lo cual su participación en la reunión debe haber sido vía teléfono o a través de algún otro medio a distancia. Confirma este dato que el P. Teullet estaba encargado temporalmente de la comunidad sodálite Madre de la Fe, en la calle Marconi en San Isidro, pues oficialmente el Superior de esa comunidad era Erwin Scheuch.

Retomando el hilo del relato, mientras que los “reunidos” estaban a favor de expulsar a Murguía, Luis Fernando Figari, entonces Superior General del Sodalicio, a través del teléfono se manifestaba en desacuerdo con la decisión. «Al final evidentemente no quedó otra —señala Teullet—, porque claro, ya había un bien superior que se llamaba “la fama de la institución”, que para Figari era importante. Entonces él accede a esa cuestión, pero por Figari no lo hubiéramos botado».

Es en la comunidad sodálite Madre de la Fe donde estaba alojado Daniel Murguía, pues éste residía entonces habitualmente en una comunidad sodálite en Santiago de Chile. Teullet asegura que no se dio cuenta de que el día 27 de octubre en la noche Murguía no había llegado a la comunidad y recién se enteró cuando el P. Jaime Baertl lo llamó al día siguiente al mediodía para informarle que Murguía estaba preso. Teullet daba por hecho que Murguía se había ido temprano a la Misa del Señor de los Milagros en el centro de Lima y por eso estaba ausente de la comunidad.

Fue entonces que entra a tallar Eduardo Regal, entonces Vicario General del Sodalicio, el segundo en la cadena de mando después del Superior General, que era Figari.

Según el exsodálite Renzo Orbegozo —quien en ese momento se encontraba en proceso de salida del Sodalicio—, Regal llamó al Superior Regional de Chile, que era entonces Alessandro Moroni, y le dio la orden de eliminar cualquier material audiovisual de Daniel Murguía que encontrara. La orden iba también dirigida a Gustavo López y a José Salazar —ambos exsodálites que entonces se encontraban a cargo de otras dos comunidades en Chile— «porque aparentemente este señor [Murguía] tenía manejo de pornografía a nivel internacional… “Destruyan todo”, ésa fue la orden», comenta Orbegozo, quien afirma haber recibido esta información de José Salazar.

Sobre estos acontecimientos, Alessandro Moroni declaró el 22 de noviembre de 2018 lo siguiente ante la Comisión De Belaúnde:

«Yo no tengo el recuerdo de que me hayan dado esa orden, o esa disposición. Lo que sí me acuerdo, perfectamente, es que revisamos sus cosas como para devolverlas, y en ese revisar sus cosas para devolverlas no encontré nada raro, ni eliminé nada. […] No había ninguna computadora, porque como él había viajado al Perú se llevó su laptop, su notebook a Perú y no había ni computadora, ni disco duro, nada».

Pero en Lima si se había encontrado algo. Y ese algo era material sumamente comprometedor. Según relata el P. Jean Pierre Teullet, entre las pertenencias de Murguía en la comunidad Madre de la Fe había una computadora portátil, una memoria USB y la tarjeta de una cámara fotográfica. Antes de entregar estos objetos a Eduardo Regal, quien los había solicitado e iba a pasar por la comunidad a recogerlos, Teullet decidió revisar el contenido de la memoria. Según declaró ante la Comisión De Belaúnde, «con lo que hay ahí, que se lo entregué a Regal, efectivamente Murguía probablemente debería ir al paredón. Eran cosas muy, muy complicadas». Teullet tuvo la tentación de sacar una copia, por si acaso, pero finalmente la desechó. «..dije pucha, sabes que era tan escabroso que dije: mira, al final ya está en la cárcel. Sabe Dios lo que pasará», asegura.

¿Se trataba de fotos que Murguía solamente tomaba o se veía también a Murguía participando de los actos? Teullet confirmó que también se veía a Murguía participando de esas turbias y oscuras acciones.

A Renzo Orbegozo el P. Jaime Bartl le sugirió posponer su salida para que no se vinculara con el caso de Murguía. Medida prudente, pues el mes anterior se había expulsado del Sodalicio a Germán McKenzie, Superior Regional del Perú, por “falta grave reiterada”, sin que hasta ahora se haya hecho público en qué consistió esa falta. De hecho, en los meses siguientes a la detención de Murguía, varios miembros de la Familia Sodálite comenzaron a sospechar que se trataba también de un caso de abusos sexuales, hipótesis improbable dado que no existe ningún indicio que apunte en esa dirección y tampoco ha aparecido ninguna víctima que señale a McKenzie como abusador sexual.

Lo cierto es que Orbegozo recuerda que el P. Jaime Baertl le dijo entonces: «Nosotros [refiriéndose a él, al P. Gonzalo Len y a Eduardo Regal] hemos tomado el computador de Daniel Murguía. Lo que hemos encontrado es material suficiente como para que él no vuelva a ver la luz del sol nunca más en su vida».

En cuanto a Eduardo Regal, que nunca acudió a la Comisión De Belaúnde aunque se hicieron todos los esfuerzos por citarlo, el 15 de julio de 2016 fue interrogado en el Despacho de la Vigésima Sexta Fiscalía Provincial de Lima en el contexto del caso Sodalicio. En un momento le preguntan:

«Indique usted si cuando tomó conocimiento que Daniel Murguía Ward fue encontrado en un cuarto de hostal con un menor de edad ordenó a Moroni, José Salazar y Gustavo López, quienes eran superiores en Chile, lugar donde vivía Murguía, para que capturen sus bienes y qué destinos se les dio a los mismos».

La respuesta de Regal es reveladora:

«No. En ningún momento ordené o pedí a los mencionados que destruyan los bienes del Sr. Murguía, todo lo contrario, solicité que todos sus bienes se envíen a su madre a través del Sr. Alessandro Moroni, y así se hizo…»

Lo interesante es que a Regal no se le preguntó si esos bienes habían sido destruidos. Termina respondiendo a una pregunta que no se le ha formulado con algo que parece una confesión subconsciente de parte, aunque niegue los hechos.

Sobre los bienes de Daniel Murguía, que debieron ser puestos a disposición de la Fiscalía pero que supuestamente fueron entregados a la familia, Patricia Murguía, hermana del susodicho, relata lo siguiente en un video que fue mostrado el 22 de octubre de 2015 durante la presentación del libro “Mitad monjes, mitad soldados” de Pedro Salinas y Paola Ugaz:

«El Sodalicio también confiscó sus pertenencias, las pocas que tenía. Cuando mi madre fue a reclamarlas, no se las quisieron dar. Tiempo después le devolvieron algunas de ellas, pero eso sí, no sin antes usar el cajero electrónico para sacar dinero de la cuenta familiar. Pero a pesar de que de la boca para afuera no querían saber nada de Daniel, no dejaron de visitarlo, llamarlo e ir a verlo en la cárcel. Inclusive cuando salió de la prisión lo siguieron buscando, lo siguieron contactando. A mí esto me queda muy claro: era para un ajuste de lavado cerebral y asegurarse de que él no fuera a decir nada».

Ese ajuste de lavado cerebral habría sido logrado también gracias a la colaboración de José Pflucker, abogado que le asignó el Sodalicio a Daniel Murguía y que estaba vinculado a la institución sodálite, aunque las cuentas por honorarios profesionales —como asevera Patricia Murguía— le fueron remitidas a la madre del acusado.

Finalmente, Murguía fue absuelto unánimemente por la Sala Permanente de la Corte Suprema, cuyo ponente en el caso fue nada menos que por el magistrado Javier Villa Stein, tío carnal de Eduardo Regal Villa. En la resolución que resolvió el recurso de nulidad planteado por el representante del Ministerio Público contra la decisión de segunda instancia que absolvió a Murguía del delito de violación sexual de menor de edad, se argumenta que «el menor de modo reiterado, ante el juez de la causa y luego ante el Colegiado Superior, así como en las evaluaciones psicológicas y psiquiátricas, sostuvo de modo uniforme que no fue víctima de tocamiento o agresión sexual; encontrándonos frente a una imputación que no ha persistido en el tiempo, que tampoco ha sido corroborada con prueba idónea; de otro lado, es de relievar que el menor agraviado fue sometido al reconocimiento médico legal número cincuenta y seis trescientos cincuenta y dos – CLS, el cual concluye; que el menor no presenta signos de actos contra natura ni huellas de lesiones traumáticas recientes en sus zonas genitales».

No sabemos las circunstancias que rodearon las evaluaciones e interrogatorios al menor realizadas por el Poder Judicial, ni los motivos que pudieron haber llevado a que el menor dijera en el momento de la intervención policial que se le había practicado sexo oral para luego decir posteriormente en las investigaciones del caso: “No me tocó el poto, no me hizo nada, sólo me tomó las fotos, él tampoco se bajó el pantalón, no me besó”.

Lo que es indiscutible y nadie pone en cuestión es que Murguía hizo que el menor agraviado se bajara el pantalón y le tomó fotos. De este modo, esta resolución del Poder Judicial termina normalizando el abuso, al dar a entender que un desconocido puede llevar a un niño a una habitación cerrada, hacer que se desnude y tomarle fotos, pues mientras no haya contacto físico, ese desconocido podrá ser declarado inocente de delito, aun cuando el sentido común nos dice que allí ha habido abuso sexual de un niño. Daniel Murguía podría haber sido también acusado del delito de pornografía infantil sólo por el hecho de tomar los fotos, pero esa vía no fue seguida ni por la Fiscalía ni por los magistrados del Poder Judicial.

Asimismo, no se tiene información de que se haya investigado el contenido de la cámara para tratar de identificar a los otros dos menores de edad que figuraban en las fotos. Tampoco se sabe que el Sodalicio haya hecho nada para atender al menor agraviado, al contrario de la manera en que sí hubo interés en destruir las pruebas digitales de otros actos similares que habría realizado Murguía, por lo cual nunca sabremos cuántas podrían haber sido sus víctimas ni quiénes eran.

El de Daniel Murguía puede considerarse un caso aislado dentro del Sodalicio, pues, a diferencia de los otros abusadores cuyas víctimas fueron adolescentes o mayores de edad, Murguía habría abusado sólo de niños que, además, no mantenían ninguna vinculación con el Sodalicio. Pero sí hay algo en común que Murguía tenía con otros abusadores: su cercanía a Luis Fernando Figari, capaz de pervertir a sus más allegados, como lo hizo probablemente con Germán Doig. Como señala Patricia Murguía: «Doy fe de la persona que [Daniel] era en el colegio, antes de que fuera capturado por el Sodalicio. Y también doy fe de la persona que es hoy en día. Cualquier cochinada o porquería la aprendió y la acató mientras estaba en el Sodalicio».

Más que las supuestas fechorías de Daniel Murguía, quien era un personaje de segunda fila en el Sodalicio sin puesto de autoridad alguno, lo que resalta en esta historia es el proceder de la organización, que ya desde entonces se manifiesta como una organización criminal, dispuesta a obstruir los esfuerzos de la justicia a como dé lugar a fin de resguardar su imagen institucional.

 

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Murguía, Sodalicio

«Ni la vegetación ni las gentes de este libro son enteramente ficticios. Pero, lector, ninguna persona retratada aquí es usted. Con una sola excepción. Usted, señor, señorita o señora —sea cual sea su país o su situación— es Albert Weener. Tanto como yo soy Albert Weener».

Así comienza el escritor norteamericano Ward Moore (1903-1978) su novela de ciencia ficción “Más verde de lo que creéis” (“Greener Than You Think”), una obra maestra de sátira social, lamentablemente desconocida para la gran mayoría de la crítica literaria y del público en general.

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Ward Moore

La moral sexual de la Iglesia católica, caduca en muchos de sus aspectos, no parece haber tenido nunca la finalidad de contribuir al sano desarrollo de las personas a través de una sexualidad vivida placenteramente y con dignidad. Más bien, se convirtió a lo largo de los siglos en un instrumento de manipulación y dominación de los fieles. Pues, tal como está, resulta casi imposible de cumplir, y sólo puede generar sentimientos de culpa, angustia, miedo y discriminación de personas por sus prácticas sexuales, por su orientación sexual, por su modo de vida.

Curiosamente, en las enseñanzas de Jesús consignadas en los Evangelios casi no se toca el tema de la moral sexual, ni tampoco sabemos cómo experimento Jesús su propia sexualidad. Es un tema que, aparentemente, debería quedar protegido dentro de la intimidad de las personas involucradas. Jesús mismo se negó a condenar a una mujer que le presentaron como adúltera y que, según la Ley de Moisés, debía ser apedreada. «Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra” (Juan 8,7). Hemos de suponer que eran pecados en la misma línea que la de la adúltera, es decir, referentes a lo sexual. Todos los presentes se retiraron, comenzando por los más viejos, pues todos parecen haber tenido alguna experiencia de la cual se avergonzaban. Y así como Jesús no condenó a la adúltera, no habría condenado a nadie por acciones que deben quedar resguardadas en la intimidad personal.

En consonancia con esto, a lo largo de la historia del cristianismo el sexo ha sido un tema del que, por lo general,  no se ha hablado en público. Ni siquiera el Magisterio de la Iglesia —la máxima instancia doctrinal de la Iglesia católica conformada por las enseñanzas oficiales de los Papas, los Concilios y los obispos leales al Sumo Pontífice— se atrevió a emitir alguna enseñanza vinculante al respecto hasta el año 1931, cuando el Papa Pío XI publicó su encíclica Casti connubii sobre el matrimonio cristiano, donde enseñaba que el acto sexual sólo era moralmente legítimo cuando se efectuaba dentro del matrimonio y estaba orientado a la procreación, prohibiendo cualquier método anticonceptivo. La Iglesia oficial se metía por fin en las alcobas, prescribiendo lo que estaba permitido y lo que estaba prohibido.

Anteriormente esta intromisión se dio a través de teólogos —generalmente clérigos célibes— que  sistematizaron las normas morales sobre el sexo en escritos destinados a a seminaristas y clérigos que, al igual que ellos, debían renunciar en teoría a la práctica activa de la sexualidad. Ninguna de estas enseñanzas se transmitía en público a los fieles cristianos, sólo en privado si éstos accedían a tener una conversación sobre estas cosas, generalmente en el confesionario. Algunas frases memorables de estos escritos, donde se tiende a encasillar la sexualidad dentro del concepto de “actos impuros” y se la justifica sólo como algo necesario e inevitable para la procreación de la raza humana, merecen ser citadas por su absurdo surrealismo:

«No se comete pecado si los esposos realizan el acto sexual sin tener placer».

«Si durante el coito uno de los dos esposos desea ardientemente al otro, éste comete un pecado mortal».

«No es lícita la petición del débito conyugal en los días festivos, en domingo y en día que se ha de comulgar».

«Puesto que el hombre se debilita antes, la mujer comete pecado si pretende dos prestaciones consecutivas».

«Dado que el dormir sobre la espalda es contra naturaleza, con el fin de no cometer pecado, la mujer debe efectuar el coito mostrando al hombre su parte posterior».

«Pecado mortal introducir la lengua en la boca del otro o besar partes distintas a las tenidas por honestas».

«Pecado mortal retirarse a destiempo sin inseminar el “vaso” (eufemismo por vagina)».

«En general las mujeres más ardientes y lascivas son menos fecundas que las que tienen repugnancia al coito».

«Es necesario considerar pecado muy grave la masturbación, ya que ésta, según a quien va dirigido el pensamiento, corresponde al adulterio, al incesto y a la violación».

«La masturbación se convierte en un horrible sacrilegio si el objeto del deseo es la virgen María» (téngase en cuenta que en siglos pasados los pintores usaban como modelos para sus cuadros a jóvenes doncellas bien dotadas físicamente).

«La masturbación femenina, considerada venial si es efectuada sobre la parte externa de la vagina, se vuelve pecado mortal si es practicada con introducción de los dedos o de cualquier otro instrumento» (dado que un pecado venial no requiere ser mencionado en el confesionario, estamos ante una velada invitación al autoerotismo femenino).

Las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia a partir del siglo XX —sobre todo las del Papa Juan Pablo II—, si bien no tan gráficas como las de los moralistas de épocas pretéritas, pusieron cada vez más el énfasis sobre temas de sexualidad, dándoles una relevancia como nunca habían tenido en siglos pasados, hasta el punto de configurar el perfil por el cual se definen muchos católicos hoy en día: rechazo de toda forma de sexualidad fuera del matrimonio, de los métodos anticonceptivos, del aborto en cualquier circunstancia, de la homosexualidad, y defensa a rajatabla del celibato obligatorio para los clérigos, de la castidad como supremo estilo de vida y de la discriminación de las mujeres en la vida eclesiástica, negándoles poder de decisión y acceso a las órdenes sacerdotales.

Pero precisamente esta moral sexual —ajena a cómo viven la mayoría de las personas su sexualidad en la vida cotidiana, incluso los católicos— se ha convertido en un sistema que facilita los abusos en la Iglesia católica. Es un secreto a voces que la soltería, el estar casado o ser clérigo o religioso no impiden que se practique la sexualidad fuera de contextos matrimoniales. La mayoría de las parejas matrimoniales ignoran sistemáticamente la prohibición de anticonceptivos. Hay casos de clérigos o religiosos que han organizado abortos para sus amantes que quedaron embarazadas. Y los homosexuales están sobrerrepresentados entre sacerdotes y obispos, según algunos cálculos siendo gays el 30% o más del clero, y no precisamente de manera angelical. La castidad es, para la mayoría, un ideal irrealizable. Y no hablemos de la explotación de las mujeres que hay en la Iglesia, sobre todo en órdenes religiosas,  manifestándose en abusos laborales, psicológicos y sexuales. Pero la Iglesia sigue manteniendo este sistema que le permite ejercer un poder profundo sobre sus fieles, fomentando sentimientos de culpa y permitiéndole mantener sometidas las conciencias. No hay sanciones para las infracciones contra la moral sexual, pues todo se perdona, mientras se mantenga en secreto. Sólo quienes rompen este código de silencio son sujetos de sanciones, según la máxima de que «Dios perdona el pecado, pero no el escándalo».

La Iglesia siempre se ha presentado a sí misma como institución santa, con argumentos que no resisten un análisis serio. Esta imagen de santidad, que en realidad es sólo una estrategia para mantener el poder, se ha resquebrajado hace tiempo. Yo, como católico, ya no creo en ella. La Iglesia pretende así blindarse, defendiéndose de cualquier crítica legítima con el argumento de que se trata de ataques a una institución que sólo quiere el bien espiritual de los hombres mediante una moral que lleva a la pureza y la perfección. Pero precisamente esta pretensión es la que crea un ámbito propicio para los abusos, y para la consiguiente impunidad.

No es signo de santidad darle la espalda a un mundo al que se considera malo por definición y aislarse de él en una burbuja de fantasía. No es signo de santidad recluirse en mundos paralelos de santa apariencia y ajenos a todas las cosas mundanas. No es signo de santidad someterse acrítica y sumisamente a la jerarquía eclesiástica y al Magisterio de la Iglesia. No es signo de santidad dejar que guías espirituales determinen la propia vida, prestándoles obediencia incondicional. No es  signo de santidad celebrar misas y liturgias larguísimas y aburridas, plagadas de ritos solemnes y pomposos, como tampoco es signo de santidad llenar el tiempo con abundantes prácticas devocionales y piadosas. No es signo de santidad llevar una vida de extremo ascetismo para reprimir las naturales y legítimas tendencias humanas.

Y no es signo de santidad condenar la sexualidad, para nosotros creyentes creada buena por Dios y dada el ser humano como un regalo, y reprimirla, propagando una moral sexual rigurosa y mediante ella manipular, someter y controlar a las personas, tratar a las mujeres peor que a los hombres, ponerles la etiqueta de “asesinas” sin excepción a las mujeres que han abortado, generarles a las personas una mala conciencia sólo porque se han masturbado, aplican métodos anticonceptivos o han tenido sexo sin estar casados, discriminar a parejas de hecho no unidas en matrimonio, a divorciados vueltos a casar, a gays, lesbianas, bisexuales, transexuales o a cualquier persona con una identidad sexual distinta a la heterosexual.

Una moral tan obsesionada con el sexo y a la vez enemiga de la sexualidad humana en toda su diversidad no puede sino ser inmoral, funesta y alejada de la santidad que predicó Jesús. Una cosa ha quedado clara con el escándalo de los abusos sexuales que ha estallado en la Iglesia católica: su moral sexual no es la solución, sino una parte esencial del problema. No son pocas las voces que piden un replanteamiento de la moral sexual de la Iglesia, en gran parte formada históricamente gracias a influencias filosóficas ajenas al cristianismo de los orígenes. Ello no significa que todo vaya a estar permitido, pero la moral sexual no puede basarse en una reprobación masiva de la sexualidad humana, sino en una vivencia positiva de ella según los principios de respeto, autodeterminación y mutuo consentimiento. En otras palabras, según los principios del verdadero amor.

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Iglesia católica, sexo, sexualidad
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