[El dedo en la llaga] José Ambrozic fue el primer sodálite que conocí, allá en el verano limeño de 1978, en el mes de marzo. Si me pusiera riguroso tendría que decir que el primero fue Rafo Martínez, pero éste todavía no había asumido plenamente el ser sodálite, y antes de terminar ese año dejaría la institución para buscar su vocación religiosa en los carmelitas, a los cuales también acabaría abandonando, perdiéndose después su rastro. Ambrozic —a quien llamábamos coloquialmente con el sobrenombre de Pepe— fue el primer sodálite de veras que conocí y que causó una fuerte impresión en el adolescente de 14 años que era yo entonces.

Pues fue en esa reunión de una agrupación mariana, realizada en la residencia de la familia Gastelumendi Dargent en la Av. La Paz en el distrito de Miraflores, donde se apareció Pepe. Era Felipe, el más joven de los hermanos Gastelumendi, quien nos había invitado a esa reunión a mí y a Miguel Salazar, donde los demás adolescentes participantes eran mayoritariamente del Colegio Santa María de los marianistas, ubicado en el distrito de Monterrico. Así describí ese momento en un texto que redacté en el año 2008, pero que recién publiqué en mi blog Las Líneas Torcidas el 18 de enero de 2013:

«Pues bien, nos habían invitado a una reunión de una Agrupación Mariana, donde se iban a tocar temas relacionados con la religión. Aunque la forma en que se planteó el tema principal no tuvo nada que ver con el discurso edulcorado de curita de parroquia o monja celestial con el cual asociábamos por entonces lo religioso. Toda la discusión giró en torno a una sola pregunta: ¿qué razones teníamos para no suicidarnos? La labor de Pepe era sabotear todas las respuestas que le dábamos, desmantelándolas hasta quedar en escombros. Ninguno de los motivos que teníamos era suficiente como para seguir en vida. Cada vez sentíamos más cerca la nube negra del sinsentido, y se despertaba en nosotros el deseo intenso de encontrar una razón poderosa que le diera un norte a nuestras mediocres existencias.

La conversación que mantuvimos con Pepe, en un lenguaje salpicado de palabras malolientes propias de la juventud limeña —lenguaje que yo recién estaba aprendiendo y al cual nunca llegué a acostumbrarme— resucitó en mí recuerdos de los cuestionamientos suscitados por [un extravagante profesor de religión del Colegio Humboldt], dándome el presentimiento de que se abría un nuevo camino en el cual podría por lo menos buscar respuestas a mis inquietudes y saber por qué valía la pena vivir, aunque en ese entonces aún no veía las dimensiones que llegaría a tomar ese camino».

No obstante lo dicho, he de reconocer que Ambrozic, a diferencia del común de los sodálites y sobre todo de las autoridades del Sodalicio, no era dado a utilizar palabrotas a diestra y siniestra, y más bien siempre me dio la impresión de que buscaba evitarlas. He aquí la descripción que hice de él en un texto del 3 de abril de 2016:

«José, a quien conocíamos coloquialmente como Pepe, de barba poblada, trato amable y gesto tímido, tenía una personalidad tranquila pero enigmática, como si continuamente estuviera contemplando un secreto que guardaba celosamente en lo más recóndito de su alma. Tenía una sonrisa franca, pero aún en conversaciones íntimas irradiaba una especie de distancia impenetrable, que me inspiraba a la vez respeto y admiración. Pero cuando se ponía al volante de un coche, que manejaba con la destreza de un Fittipaldi, era capaz de ponernos el corazón en la boca. O los huevos de corbata, como decíamos en nuestro coloquial y vulgar lenguaje adolescente.

No era extraño que condujera por avenidas de la urbe limeña a más de 80 kilómetros por hora. Dios sabe por qué nunca tuvo un accidente. Y si se trataba de conducir un coche en carretera, era a tal punto de temer, que el P. Armando Nieto S.J. llegó a decir que tuvo más miedo cuando Pepe lo llevó a un retiro por la Carretera Central que cuando una vez casi se cae la avioneta en que volaba sobre la selva peruana. Y lo más increíble es que Pepe era miope como una tapia y usaba lentes de contacto de gran aumento».

Y a esto habría que añadir lo que ya había escrito en mi texto de 2008:

«Pepe siempre me inspiró un profundo respeto, en especial por sus constantes esfuerzos de vivir siempre la reverencia, sus silencios que evidenciaban o bien su incertidumbre ante los misterios de la fascinante y ambigua realidad que nos acompaña en cuanto humanos, o bien su sufrimiento ante lo que intuía en el corazón de las personas a las que llegaba a conocer, su elevación de miras a la vez que una mirada compasiva ante la debilidad humana. Rara vez lo vi enojarse».

Debo añadir a su favor que, cuando fue superior de la comunidad sodálite de San Aelred, fue uno de los pocos líderes sodálites a los que vi someterse a una disciplina de ejercicios físicos. Los sábados, cuando madrugábamos para dirigirnos a La Parada a comprar verduras, y después al Mercado Mayorista de Santa Anita a comprar fruta en cantidades suficientes para alimentar a la comunidad toda una semana, Ambrozic se levantaba temprano con nosotros y era el que conducía la camioneta pickup. Nunca vi a otro superior hacer el mismo sacrificio. Era de asumir riesgos con un carácter tranquilo y paciente, sin importunar a nadie.

Y, sin embargo, el 21 de octubre de este año Ambrozic se convirtió en uno de los expulsados de alto rango del Sodalicio, en un comunicado donde también se expulsaba al cura Luis Ferroggiaro y al laico consagrado Ricardo Trenemann por partida doble —pues ya se le había expulsado en el comunicado del 25 de septiembre—, aduciendo «abuso del cargo y de la autoridad, particularmente en su forma de abuso en la administración de bienes eclesiásticos, así como de abuso sexual, en algún caso incluso de menores». Esto último se aplicaría a Ferroggiaro, que tendría denuncias por este delito en la arquidiócesis de Arequipa. Respecto a abusos sexuales de jóvenes mayores de edad, se sabe que hay denuncias contra Trenemann. Y Ambrozic, culpable de abusos del cargo y de autoridad, ¿ostenta también culpabilidad por abuso sexual? Supuestamente también, según nota periodística del 22 de octubre en el diario español El País, aunque no se mencione ningún detalle sobre los abusos. Otra fuente confiable me confirmó que esa información era cierta y que Ambrozic también habría cometido algún que otro abuso sexual.

¿Me sorprende? En parte sí, porque siempre le he tenido un cierto aprecio personal a Ambrozic y lo he considerado un hombre de conciencia recta y de gran calidad humana. Pero, por otra parte, no me sorprende en absoluto, pues sé por experiencia propia que la disciplina sodálite y su comprensión tan poco natural de la sexualidad humana puede desordenar las pulsiones sexuales de cualquiera que esté sometido a su férula. Y Ambrozic no sería la excepción.

Recientemente un amigo exsodálite que prefiere guardar el anonimato me comentaba:

«José Ambrozic. Hombre bueno, inteligentísimo y 100% sumiso a Luis Fernando Figari. Hace cerca de 40 años cuando Eguren no era mas que un sacerdote, Pepe era el superior de la comunidad donde ambos vivían. Eguren tenia tendencia a extender sus sermones por tiempos bastante largos y Figari le ordenó a Pepe que cuando se cumplieran diez minutos de la homilía, si el padre no había terminado, él debía ponerse de pie como señal de que Eguren ya tenía que cortarla. Recuerdo un domingo en que estaba estudiando con dos compañeros de universidad, los convencí de ir a misa conmigo. Pues bien, ese domingo el cura se pasó del tiempo y, en medio del silencio y la reverencia, Pepe se puso de pie cual resorte, se quedó parado un par de minutos —él solo, nadie más en toda la asamblea— y luego se sentó. Por un lado, los compañeros de universidad salieron de la misa como quien sale de un museo extraño. Yo, por mi parte —con el chip conectado y activado en el cerebro—, sentía orgullo por el nivel de obediencia de Pepe. Porque Pepe siempre supo obedecer. Era un ejemplo paradigmático. ¿Qué pasó con Pepe? ¿Qué puede haber hecho para que termine expulsado? Pues eso: ser obediente, ser un ejemplo paradigmático de obediencia.

Pepe Ambrozic, siendo tan inteligente como es, tiene que haber tenido el discernimiento totalmente trabado por los años de obediencia a Figari. ¿Iba el a negarse a firmar algún documento de algún negocio del Sodalicio? ¡De ninguna manera! No estaba dentro de sus posibilidades».

Eso nos lleva a la siguiente reflexión. La mayoría de los que han sido expulsados del Sodalicio son personas con cualidades humanas positivas. A excepción de Figari, no son personas malignas per se. Hay muchos que los recuerdan con cariño, porque han visto su lado luminoso. Pero eso no los excusa de haber contribuido con sus acciones y su complicidad a mantener funcionado el lado ominoso y terrorífico de la maquinaria sodálite, que, cual moledora de carne, ha arruinado la vida de por lo menos más de un centenar de víctimas. Al respecto, son muy atinadas las reflexiones con las que mi amigo anónimo culmina su comentario:

«Hay algunas de las personas expulsadas a quienes conocí hace muchísimos años atrás y sé que el tiempo en comunidades los deformó seriamente. Esto último lo se de oídas y por el libro “Mitad monjes, mitad soldados” y no lo pongo en discusión. Pero sí me da un inmenso pesar, porque los conocí bien, los conocí cuando aun eran buenos, los conocí antes de entrar a comunidad e incluso los visite recién entrados a comunidad. En mi opinión toda esta debacle se debe a la consabida obediencia sodálite.

¿Queda gente buena aun dentro del Sodalicio? En mi opinión, ya no. Si aún no te has salido es porque estás totalmente incapacitado para ver la realidad, o porque eres un cómplice de esta secta mafiosa que, como tumor canceroso adherido al cuerpo, vive adherido a la Iglesia. O tienen una ignorancia invencible, o tienen una conciencia voluntariamente ciega. Y a decir verdad, a estas alturas del partido ya no puede quedar nadie que aún tenga ignorancia invencible. Las pruebas son contundentes. El aluvión ha caído mas de una vez. Si no lo ves, es porque no lo quieres ver, excepto quienes son cómplices, muchos de los cuales están siendo expectorados por órdenes del Vaticano.

El Sodalicio es lo mas maquiavélico que he visto en mi vida, con fachada religiosa. Maquiavelo, a quien se le atribuye la frase “el fin justifica los medios”, parece ser el estandarte de los sodálites. Ellos quieren transformar el mundo y ponerlo a los pies del Señor Jesús. Ahora bien, para llegar a eso se van a tener que hacer algunas excepciones y tomarse licencias del carajo, pero es solamente porque al final todo va a ser bueno. Es por eso mismo que al Sodalicio nunca le ha importado verdaderamente el daño hecho a las personas. Para ellos los seres humanos son descartables y reemplazables, así que si no soportas la presión —tensión de santidad lo llamaba Germán Doig— y revientas, no es su problema. Que pase el siguiente a ver hasta dónde aguanta».

Miguel Salazar, el amigo con el que inicié mi recorrido en el Sodalicio, se quedó en la institución, ascendió en su jerarquía y puso todos sus talentos al servicio del monstruo. Mi hermano Erwin, a quien puse en contacto con sodálites para que le hicieran “apostolado”, siguió un camino similar. El primer sodálite hecho y derecho al que conocí, José Ambrozic, no obstante su inteligencia por encima del promedio, nunca tuvo la claridad y valentía para ver qué era en lo que estaba metido y abandonar a tiempo el barco. Los tres han sido expulsados de una institución que, por más bueno que uno sea, termina corrompiéndolo todo. Como un Rey Midas al revés: todo lo que toca lo convierte en mierda.

Tags:

Abusos, disciplina sodálite, Iglesia católica, josé ambrozic, obediencia, sodalicio de vida cristiana

[El dedo en la llaga] «Tienes que pasar la página» es un consejo que hemos escuchado repetidamente quienes hemos sido víctimas de abusos, consejo proveniente de personas que carecen de una comprensión de la vida más allá de sus costumbres burguesas y de sus aspiraciones a una existencia donde pasarla bien es el objetivo supremo, aunque el mundo y el entorno social se derrumben a su alrededor. Como decía Charles Bukowski, escritor estadounidense con fama de maldito: «La mayoría de la gente va de la nada a la tumba sin que apenas les roce el horror de la vida».

Y entienden ese “pasar la página” como un olvido de lo sucedido, que permite el inicio de de una nueva etapa en la propia biografía, sin influencias negativas del pasado, guardando silencio y dejando de hablar de las experiencias de abuso sufridas y de sus consecuencias. Como si esto fuera posible en la realidad.

Si bien creen que es necesario que uno “pase la página” por el bien propio de uno mismo, en el fondo son ellos los que no quieren escuchar esas historias, ya sea porque les resultan incómodas, ya sea porque no sabrían cómo lidiar con ellas, ya sea porque desestabilizan su percepción de la realidad y resquebrajan sus frágiles seguridades. Como, por ejemplo, su creencia de que la Iglesia católica, por definición, no puede dejar de ser “santa”.

A decir verdad, uno nunca pasa la página. Porque ello es imposible. Porque nuestro historial de abusos forma parte de nuestra identidad. Porque pasar de ser víctima a sobreviviente es un triunfo encomiable. Porque queremos tener siempre la libertad de poder relatar a qué hemos sobrevivido, sin que la gente promedio sienta que tenga que taparse los oídos o te pida que no hables de “eso”, de aquello de lo cual no se debe hablar, como si se tratara de una cosa obscena. Porque seguimos luchando y tenemos una responsabilidad hacia otros que han sufrido abusos y todavía no se atreven a hablar. Porque no hay página a la que darle la vuelta mientras sigan existiendo las condiciones que permiten los abusos. Porque nuestra historia no es sólo nuestra, sino que debe formar parte de la memoria colectiva de la humanidad, para que no se vuelva a repetir aquello por lo que dolorosamente hemos pasado.

Y a fin de cuentas, porque dejar el libro abierto para narrar las transgresiones contra nuestros derechos fundamentales es también una vía terapéutica que nos permite sanar y cicatrizar las heridas. Heridas que ciertamente tenemos, pero que ya no constituyen el núcleo de nuestras vidas desde el momento en que decidimos salir adelante, enfrentarnos a los retos que afrontan los mortales comunes y corrientes, y experimentar gozos y alegrías en compañía de las personas a las que queremos y que nos aprecian. El aprender ha vivir ha sido duro, pero lo estamos logrando o lo hemos logrado, sin tener que pasar la página. Aunque para algunos la experiencia haya sido como lo que alguna vez señalara Charles Bukowski: «Hay veces que un hombre tiene que luchar tanto por la vida que no tiene tiempo de vivirla».

Hace poco he terminado de leer el libro “Verdades silenciadas: De los miedos y los pecados” de un tal Ángel Campos, autopublicado en noviembre de 2023, donde narra su infancia y adolescencia —desde los 2 hasta los 18 años de edad— en instituciones para huérfanos administrados por órdenes religiosas de la Iglesia católica en la España de los años 70 y 80. Su madre lo entregó desde pequeño a un orfanato gestionado por las Hijas de la Caridad, solamente porque había nacido fuera de una relación matrimonial. Según la mentalidad católica tradicional en la sociedad española de los 60, había sido concebido “en el pecado” y se había convertido en un lastre para su joven madre y sus abuelos, temerosos del “qué dirán” y de la discriminación que sufriría su joven hija por ser madre soltera.

El mismo Ángel resume así su historia:

«Crecí en un orfanato desde los 2 años hasta los 18, y quiso el azar de la vida que fuese en un colegio donde además de educado, también fui maltratado física y psicológicamente, sufriendo abusos sexuales por parte de curas, alguna monja y gestores del colegio con cargos públicos».

Los abusos, más que nada físicos y psicológicos —aunque también en ocasiones sexuales—, que narra el autor en las más de 200 páginas del libro son estremecedores y configuran una historia de terror con varios remansos de paz que, sin embargo, no impiden que se originen traumas que le acompañaran por el resto de sus días.

¿Por qué a los 56 años de edad, cuando ya han pasado varias décadas desde los hechos ocurridos, decide Ángel Campos contar su historia? Él mismo lo explica:

«Durante años me he mantenido en silencio debido al miedo y la vergüenza, hasta que he conocido a personas que, al igual que yo, han experimentado el mismo sufrimiento. A ellos les estoy muy agradecido por darme la fuerza necesaria para dar el paso y hablar de ello.

Actualmente, estoy sumando fuerzas para seguir adelante y no volver a callar frente a ningún pederasta que cometa abuso sexual infantil y dañe de forma permanente la vida de menores en este país.

Escribir este libro ha sido la única forma que he encontrado de liberarme un poco de la pesada carga que durante décadas arrastro en una mochila que yo no pedí colgar a mis espaldas».

Cómo Ángel Campos, muchos de los sobrevivivientes del Sodalicio hemos vencido el miedo y nos hemos atrevido a contar nuestras historias. Tenemos el derecho a hacerlo, pues narrar lo sucedido es una forma de sanación, de superar los traumas y cicatrizar las heridas. Afortunadamente, el Papa Francisco en su carta apostólica “Vos estis luz mundi” (25 de marzo de 2023) prohíbe que se obligue al silencio a quienes denuncian abusos en la Iglesia católica y a las víctimas:

«Al que presenta un informe, a la persona que afirma haber sido ofendida y a los testigos no se les puede imponer alguna obligación de guardar silencio con respecto al contenido del mismo».

Pues obligar a callar a las personas afectadas es restringir no sólo su derecho a la libertad de expresión, sino también cerrarles un camino que lleva a la curación. Y eso resulta evidente en la experiencia de Ángel Campos, quien nos dice:

«Necesito compartir mi historia, liberarme de este peso invisible que he cargado desde niño. Aunque la voz tiemble y las lágrimas fluyan, debo sacar afuera el dolor construido palabra a palabra, golpe a golpe, abuso tras abuso. […]

Me rodearé de amor, perdonaré setenta veces siete, me levantaré las veces que haga falta. Volveré a confiar, a reír, a abrir los brazos sin miedo ni vergüenza. Y cuando mire atrás, ya no con ira, sino con compasión, me sentiré orgulloso del largo trecho recorrido. Y sabré que mi lucha no fue en vano, porque ayudará a otros a encontrar el camino para salir del oscuro pozo en el que un día otros nos arrojaron».

Vos estis lux mundi” del Papa Francisco señala que «la legítima tutela de la buena fama y la esfera privada de todas las personas implicadas, así como la confidencialidad de sus datos personales, se deben salvaguardar de todas formas». Es decir, las entidades y organizaciones de la Iglesia católica que reciben denuncias de abusos tienen ese deber de confidencialidad. Pero esa confidencialidad no obliga a denunciantes, víctimas y testigos —como ya se ha señalado—, que siempre gozarán del derecho a hacer públicos los abusos denunciados. La razón la señala muy bien un aforismo con el que Ángel Campos inicia su libro:

«El silencio sólo permite al abusador que abuse».

Por eso necesitamos seguir hablando y narrando historias, sin callarnos jamás. Pues quien pasa la página y se olvida de todo lo leído hasta ese momento, nunca logrará comprender en su totalidad el sentido del maravilloso libro de su vida.

Tags:

Abusos, ángel campos, Iglesia católica, Libertad de expresión, Sanación, sodalicio de vida cristiana

[El dedo en la llaga] El 25 de septiembre de 2024 el Papa Francisco ordenó la expulsión del Sodalicio de diez miembros de alto perfil. Un paso necesario pero que a mí, como víctima del Sodalicio, me deja un sabor amargo, pues la historia pudo haber sido distinta. Pero no lo fue.

Debo admitir se trata en gran parte de personas con las cuales viví bajo el mismo techo y con las cuales compartí momentos importantes de mi vida. No voy a negar que hubo tanto situaciones gratas como ingratas, pues tanto en las sectas como en las organizaciones criminales sus miembros también tienen momentos de camaradería, solidaridad y gozo compartido como en cualquier familia. Y siguen siendo tan humanos como cualquiera.

Al único que no conozco personalmente es al P. Daniel Cardó. Mi relación con Eduardo Regal, con quien nunca compartí techo, también es lejana. Pero en la lista está mi hermano Erwin, a quien personalmente sólo puedo reprocharle no haber escuchado las advertencias que oportunamente le di en el año 2010 sobre lo que podía pasar en el Sodalicio y que trató de convencerme de que sufría el síndrome de Asperger —un cuadro de autismo— para que dejara de publicar los textos que comencé publicar en mi blog Las Líneas Torcidas en noviembre de 2012. Eso no quiere decir que yo niegue los abusos y delitos que se le imputan.

Está Mons. José Antonio Eguren, quien me casó el 29 de noviembre de 1996 cuando aún era párroco de Nuestra Señora de la Reconciliación.

Está Miguel Salazar, quien fuera mi mejor amigo, con el cual iniciamos juntos el recorrido dentro del Sodalicio de Vida Cristiana en diciembre de 1978, siendo los dos menores de edad, y quien me apoyó durante los últimos siete meses —de diciembre de 1992 a julio de 1993— que viví en comunidades sodálites —esta vez en San Bartolo— para que pudiera salir de comunidad y pudiera poner poner pie en el mundo y así iniciar una nueva etapa de mi vida. Para él va un agradecimiento al final de mi libro aún inédito: «A Miguel Salazar, por su amistad y comprensión, sin las cuales no hubiera podido salir del hoyo en que me encontraba».

Más aún, en la etapa posterior a mi salida de comunidad, también conté con su apoyo, tal como lo describo en una parte de mi libro mencionado:

«Pasaría mucho tiempo antes de que me diera cuenta de que para ellos yo era solamente un fracasado, alguien que había abandonado el camino para el cual estaba originalmente llamado, una especie de “traidor” arrepentido, y como adherente sodálite mi compromiso era de segunda categoría y no ostentaba la radicalidad y entrega del compromiso de los sodálites de vida consagrada. Sólo Miguel Salazar seguiría confiando en mí, aconsejándome en mi vida espiritual y permitiéndome ayudar en algunas tareas de formación de comunidades sodálites, hasta que las circunstancias de la vida impidieron que siguiera prestándome ese apoyo. Fue enviado posteriormente a Colombia, y la distancia física junto a las obligaciones contraídas hicieron que nuestros caminos se separaran y la comunicación fuera cada vez más rala y distante. Aún así, si hoy me preguntaran a quien considero el sodálite mas honesto, sensato y generoso que haya conocido y que todavía forma parte de las filas del Sodalicio, no dudaría ni un solo momento en mencionar su nombre. Aunque Rafael Ísmodes y Manuel Rodríguez también estarían entre mis candidatos».

Y también debo mencionar que el P. Rafael Ísmodes —cuando aún no era cura— estuvo conmigo, junto con el ahora exsodálite Francisco Rizo-Patrón, bajo el mismo régimen disciplinario en esa última etapa que pasé en una casa de formación en San Bartolo. Debo acotar que las casas de San Bartolo no sólo eran centros de formación, sino también de re-educación para sodálites que estaban pasando por momentos de crisis, que eran puestos bajo un régimen especial con el fin de “sanear” su vocación sodálite.  En otra palabras, para profundizar el lavado de cerebro y lograr un formateo mental perfecto. Por eso también eran conocidas coloquialmente como la “Siberia”. Por ahí pasaron en su momento el abusador sexual Jeffery Daniels y el ahora adherente sodálite (asociado del Sodalicio con vocación matrimonial) Julián Echandía.

Está Humberto del Castillo, a quien recuerdo como un sodálite de mentalidad primitiva, capaz de asimilar las máximas de la ideología sodálite sin mayor reflexión y aplicarlas en las personas a su cargo de manera tosca y grosera. Una vez en San Bartolo lo escuché decirles a algunos hermanos de comunidad que dormían la siesta tendidos bocabajo en su camas: «Cuidado, que el aire es macho».

También está Óscar Tokumura, de ascendencia japonesa, quien algún de momento de 1990 me pidió que lo acompañara al cine a ver “Los sueños de Akira Kurosawa”, entonce la última película del cineasta japonés, el mismo día en que su hermano menor sufrió un secuestro express, de lo cual nos enteramos cuando regresamos a la comunidad.

Está también Ricardo Trenemann, con quien —junto con Mario “Pepe” Quesada y Alejandro Bermúdez— iniciamos el grupo musical Takillakkta. De él escribí lo siguiente en mi primer blog, La Guitarra Rota:

«Con su carácter sereno y conocimiento musical, le dio medida y orden a los temas interpretados por el conjunto, a la vez que contribuía con arreglos musicales que le daban más lustre a mis composiciones. Cuando tocaba el charango, desataba la energía interior que, por lo general, mostraba de manera contenida. Gracias a su crucial aporte, Takillakkta se libró muchas veces de caer en la anarquía musical. Sin su colaboración, muchas de mis canciones no tendrían la forma que revisten actualmente».

De Alejandro Bermúdez sólo tengo que decir que lo sufrí personalmente cuando viví con él en comunidades. Con una personalidad irascible, violenta y agresiva, era capaz de dejar heridas del alma en quienes tenían trato con él. Recuerdo que en algún momento de los años 80, cuando yo vivía en la  comunidad sodálite de San Aelred en Magdalena del Mar y el superior era José Ambrozic, había un hermano de comunidad que había iniciado, con un producto estrella que era un pan integral de fabricación casera, un negocio de panadería, cuyos ingresos iban destinados al proyecto de ayuda social iniciado por él que se llamaba “Pan para mi hermano”. Un día en la noche sonó el teléfono en la comunidad. Era un vecino que avisaba que estaban intentando robar en la panadería. Inmediatamente salieron hacia el local Alejandro Bermúdez y Alfredo Ferreyros, logrando atrapar a uno de los delincuentes. Según nos contó José Ambrozic al día siguiente durante el desayuno, en presencia de un Bermúdez y un Ferreyros de caras compungidas, le habían dado tal paliza al ladrón, que tuvieron que hospitalizarlo.

No obstante, aún así escribí lo siguiente sobre Bermúdez en La Guitarra Rota:

“De carácter enérgico, temperamento fogoso y verbo florido, supo insuflarle fuerza a nuestras presentaciones y hacer que el público vibrara intensamente con nuestras interpretaciones. A la vez dio espacio a cada uno de los demás miembros del grupo para que pudiera brillar personalmente, dentro de un aliento colectivo marcado por una compenetración mutua. No se trató nunca del Takillakkta de Alejandro Bermúdez, sino del Takillakkta de todos nosotros con Alejandro Bermúdez como su motor interno”.

Hay quienes me dirán que estoy defendiendo a abusadores. O quizás humanizándolos. Acusación que me parece del todo absurda, pues a quienes han cometido faltas y delitos no es necesario humanizarlos. Se trata de seres humanos como cualquiera. Hay que recordar que la filósofa judía Hannah Arendt describió al criminal Adolf Eichmann, colaborador responsable en la ejecución del Holocasuto judío, como una persona muy normal. «A pesar de todos los esfuerzos de la fiscalía, todo el mundo podía ver que este hombre no era un monstruo». El concepto de Arendt de “la banalidad del mal” también es aplicable al Sodalicio. Se trata de personas normales que han sucumbido a las exigencias de un sistema de abusos regido por la obediencia absoluta, y han colaborado entusiastamente con él, sin tomar conciencia del formateo mental a que han sido sometidos. «Las condiciones del terror llevan a que la mayoría de la gente cumpla con lo esperado», concluye Hannah Arendt. Por eso mismo, siempre ha abrigado el temor de que, si yo hubiera permanecido en el Sodalicio, me habría convertido probablemente en otro abusador más.

Sin embargo, eso no disminuye la responsabilidad de los diez expulsados, pues hay quienes hemos logrado superar con mucho esfuerzo y al precio de un alto costo personal el control mental a que hemos sido sometidos. La negativa a aceptar criterios y razonamientos externos al Sodalicio y su insistencia en que tienen la conciencia limpia y habrían hecho lo correcto sería la prueba palpable de que los expulsados no han logrado superar ese control mental, requisito indispensable para formar parte del Sodalicio. A decir verdad, no se puede ser sodálite sin avalar el sistema de abusos propio de la institución, sin ser cómplice de encubrimiento, más aun cuando poco se ha hecho para reparar a las víctimas y otorgarles justicia. Quienes en el Sodalicio, por obra de esos resquicios de libertad que siempre quedan, se han resistido a participar de estas características han terminado a la larga fuera de esta institución sectaria.

Por todo lo dicho, no puedo leer esta expulsión colectiva desde una perspectiva maniquea como un triunfo de los buenos sobre los malos. Ciertamente, ha sido un paso necesario e ineludible. Pero en esta historia no hay buenos intachables contra malos irredentos, sino simplemente seres humanos arrastrados por esa vorágine tóxica llamada Sodalicio, donde sólo hay vencidos: las víctimas evidentemente —que han perdido lo mejor de sus vidas gracias a ese sistema corruptode fachada religiosa hipócrita y que aún siguen esperando que se haga justicia — y los victimarios, que han pervertido sus mejores flores de humanidad para ponerlas al servicio de un sistema violador de derechos humanos básicos. Un sistema sectario maligno, que ha arruinado la vida de muchas personas.

Tags:

Abusos, expulsión, Iglesia católica, Papa Francisco, sodalicio de vida cristiana

[El dedo en la llaga] Querido Alfonso:

Tras ver la entrevista que Pedro Salinas te hizo a ti y a tu hermana, Rocío Figueroa, en su programa Rajes del Oficio, publicada el 13 de septiembre, me han venido a la memoria recuerdos de la época que has descrito tan vivazmente. Como, por ejemplo, los rosarios en el Colegio Santa Úrsula frente a la pirámide trunca de la huaca Huallamarca (San Isidro), después del cual nos íbamos al cine, o en otras muchas ocasiones a la comunidad sodálite de San Aelred, ubicada en la Av. Brasil 3029, en Magdalena del Mar, en el Volkswagen escarabajo color naranja de Germán Doig. Una vez nos metimos en el carro unas diez personas, y cómo estábamos apachurrados dentro del vehículo, Germán no podía accionar la palanca de cambio y eras tú, sentado a su lado, el que lo hacía cuando él te lo indicaba. A nosotros adolescentes la situación nos parecía cómica, inconscientes del peligro que corríamos con esas maniobras. Pero igual de inconscientes fuimos de los riesgos de la vida en comunidades sodálites, donde pasamos por situaciones peligrosas para nuestra integridad física y moral con una inocencia que confiaba absolutamente en los miembros de la generación fundacional del Sodalicio, sin percatarnos jamás de que se nos había lavado el cerebro y nuestro verdadero yo había sido secuestrado, arrojado a las profundidades del océano del subconsciente, esperando prisionero para volver algún día a aflorar nuevamente y ver la luz.

Yo también, como tú, participé del Organismo de Promoción y Publicaciones (OPP) del Sodalicio, que con el tiempo se convertiría en el Área de Comunicaciones de la institución. A mí se me encomendaba corregir las pruebas de esos folletos conocidos como las Memorias de Luis Fernando Figari y de los primeros libros que se publicaron en el Sodalicio. Fui elegido para esa tarea porque, además de ser muy leído, tenía excelentes notas en el colegio en el curso de castellano y conocía muy bien las reglas ortográficas. Pero a Figari no le gustaron algunas de las correcciones que hice, y muchos de sus escritos salieron con errores de puntuación porque el señor siempre se empecinó en que él era la suprema autoridad no sólo en cuestiones espirituales y doctrinales, sino también en la manera cómo se escribe correctamente el castellano. Y a eso no se reducía el asunto, pues Figari tenía la última palabra respecto a los libros y películas que debían gustarles a los sodálites, las comidas que debían agradarles, la ropa que debían usar, la música que debían oír, las ideas que debían tener y hasta las palabras que debían emplear.

En diciembre de 1981, teniendo 18 años cumplidos, ingresé a la comunidad sodálite Nuestra Señora del Pilar, ubicada entonces en la calle Alfredo Silva en Barranco, cerca del Museo Pedro de Osma y del malecón que lleva el mismo nombre. Fue en esa misma casa donde nos encontramos años más tarde —si la memoria no me falla— en 1985 ó 1986. Ya habías pasado antes por esa misma casa en 1983, cuando yo ya había sido traslado a la comunidad de San Aelred, antes de que fueras asignado a a la comunidad Nuestra Señora de Guadalupe en la Ribera Sur de San Bartolo para integrar la primera hornada de sodálites que se formaban en esos centros de —¿cómo llamarlos realmente?— abuso sistemático, torturas psicológicas y lavado profundo de cerebro. Pues en eso consistía la “formación”, efectuada en un lugar aislado donde se creaba una ilusión de familia, pero que en realidad era un centro de reclusión incomunicado del mundo real, sin paredes ni muros circundantes, ya que las jaulas eran invisibles, construidas en nuestras almas, con barrotes psicológicos difíciles de romper.

Durante el tiempo que compartimos techo en la comunidad de Barranco, recuerdo que algunos de nosotros ya estábamos componiendo canciones, que debían reflejar la espiritualidad sodálite —o, mejor dicho, la ideología fundamentalista de Figari—. En ese entonces tomábamos a veces himnos del breviario y les poníamos música. Una de esas noches Germán Doig nos ordenó componer canciones y me formaron en pareja contigo para pergeñar una de esas melodías para el texto de un himno. Todavía recuerdo la primera estrofa de esa canción:

«Porque anochece ya

y se nubla el camino,

porque temo perder

las huellas que he seguido,

no me dejes tan solo

y quédate conmigo».

Era un texto que calzaba perfectamente con lo que te había sucedido en esa comunidad durante tu primera estadía, sin que fueras consciente de lo que ello significaba ni estuvieras entonces en capacidad de categorizar los hechos como lo que eran. Habías sido abusado sexualmente por Germán Doig, y ninguno de nosotros lo sabía ni nos imaginábamos que pudieran ocurrir esas cosas. Pues entonces se comentaba entre nosotros que Germán, a quien considerábamos un ejemplo a imitar, había alcanzado la castidad perfecta, al punto de que ya ni siquiera tenía poluciones nocturnas. Y eso me resultaba entonces plausible, pues yo mismo había experimentado ese estado durante mi primer año en comunidad. Mucho después supe, a través de algunos libros, de experiencias similares que otras personas habían tenido en un determinado contexto, saber, el de las sectas destructivas.

Cuando al final le pusimos melodía al himno, te vi en ese momento entusiasmado por el logro musical, aunque yo no estaba satisfecho con los resultados, pues la melodía —inspirada en tonadas andinas— me parecía pobre musicalmente, por lo cual nunca incluí este canto entre mis composiciones.

Aunque siempre fuiste pequeño en tamaño, tu entusiasmo y compromiso fue siempre grande. Tu entrega optimista a los ideales falsarios del Sodalicio era evidente, por lo cual te vimos avanzar rápidamente en los niveles de formación, ascendiendo en la jerarquía de compromisos hasta convertirte en un profeso, que es cuando se alcanza el compromiso de pertenencia plena a la institución. Yo, en cambio, ascendí muy lentamente en esa escala, y quizás eso se debía a que logré mantener islotes de pensamiento crítico aun cuando mi espíritu también había sido tomado interiormente por el monstruo.

Lo cierto es que pocos años más tarde, cuando la comunidad Nuestra Señora del Pilar se había trasladado temporalmente de Barranco a una casa en la calle Juan José Calle en la urbanización La Aurora (Miraflores), volvimos a compartir techo. Pero esta vez tu situación era muy distinta. Te habían traído de la comunidad de Chincha (Ica) porque —según se nos dijo— estabas pasando por una crisis vocacional y corrían rumores de que te habías enamorado de una chica. Sea lo que sea que hubiera pasado, se nos advirtió que no debíamos hablar contigo más que lo estrictamente necesario y evitar cualquier conversación larga y tendida contigo. Para nosotros te convertiste en un zombi, en una especie de condenado a muerte que esperaba la ejecución de la sentencia. Pues —según lo que nos habían inculcado— quien abandonaba una comunidad sodálite debía ser considerado un muerto por nosotros, alguien de quien no se podía esperar que fuera feliz ni este mundo ni en la otra vida.

No sabíamos entonces todo aquello a lo que habías sobrevivido y —si la memoria no me traiciona— ya había entonces atisbos de felicidad en tu mirada, por más que nosotros te veíamos como alma errante en pena.

Al igual que tú, también sufrí una especie de síndrome de Estocolmo después de dejar de vivir en comunidades sodálites en julio de 1993. Cuentas que tú y tu hermana, tras el fallecimiento de Germán Doig, iban a visitar su tumba para dejarle flores. Te confieso que, un mes después de su hasta ahora inexplicable muerte el día 13 de febrero de 2001, terminé de componer una canción dedicada a su memoria. Afortunadamente —lo digo ahora— esa canción nunca fue acogida ni encontró difusión, pues yo también me había convertido —sin que fuera realmente consciente de ello— en un apestado para el Sodalicio.

Ahora te he visto, ya frisando los 60 años de edad, hablando con valentía y dándole cara al pasado, que ha dejado profundas huellas en tu ser y consecuencias médicas que te acompañarán hasta tu muerte. Pero eso no ha podido apagar tus ganas de vivir, tu amor y solidaridad con todos aquellos que hemos sido víctimas de ese sistema sectario llamado Sodalicio, tu chispa de fe que te hace creer —al igual que yo— en una realidad plena más grande que las miserias de esta vida, tu alegría de colores que no ha podido disipar las depresiones que te asaltan como fantasmas de una pesadilla recurrente, tu límpida hermosura de ser humano comprometido con la justicia, los derechos humanos y la libertad de los hijos de Dios.

Sé ahora que tu fuiste el primero que habló con Pedro Salinas y que la investigación sobre el Sodalicio que se plasmó en “Mitad monjes, mitad soldados” se inició contigo.

Gracias, Alfonso, gracias por este regalo que nos hiciste desde tus heridas del alma, desde tu vida quebrada por el Sodalicio, desde tu voluntad nunca vencida de no someterte a un destino aciago que has superado con una existencia que es un canto a la belleza de formar parte de lo mejor de la humanidad. Gracias, hermano.

Tags:

Abusos, germán doig, Iglesia católica, sodalicio de vida cristiana

[El dedo en la llaga] Salir del clóset suele ser un acto individual por el cual una persona declara abierta y voluntariamente su orientación sexual y/o identidad de género, diversa a la orientación sexual más frecuente: la orientación heterosexual. Las personas que optan por dar este paso adoptan muchas veces una postura valiente a contracorriente de opiniones prejuiciadas en las sociedades en las que viven y suelen sufrir consecuencias indeseables a raíz de esta decisión.

Sin embargo, también hay países donde ha habido avances notables en el reconocimiento de los derechos de las personas no heterosexuales. Uno de ellos es Alemania, donde se han dado incluso las salidas de clóset colectivas —ya no tanto personales— más numerosas de la historia.

El 5 de febrero de 2021 la iniciativa #ActOut publicó en el suplemento del Süddeutsche Zeitung, uno de los periódicos más importantes e influyentes de Alemania, un manifiesto que a la vez constituía una salida del clóset de 185 actores y actrices que se declaraban gays, lesbianas, bisexuales, transgénero, queer, intersexuales o no binarios.

El manifiesto #ActOut comienza con una autoafirmación:

«¡Aquí estamos y somos muches!Nosotres somos actores y nos identificamos como lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, queer, intersexuales y no binarios. Hasta hoy no podíamos ser totalmente transparentes sobre nuestra vida privada sin temer consecuencias en nuestra vida profesional. Muches tenemos la experiencia en la que agentes, jefes de reparto, colegas, productores, redactores, directores, entre otres, nos aconsejaron mantener nuestra orientación sexual, identidad y género en secreto para no poner así en riesgo nuestras carreras.

Esta narrativa llega a su final».El motivo principal del manifiesto son las experiencias negativas que muchos actores y actrices han tenido durante sus carreras en relación con su propia identidad u orientación sexual o con su identidad de género. Por eso el manifiesto subraya lo siguiente:

«Hasta ahora se suponía que cuando nosotres hablamos abiertamente sobre ciertas facetas de nuestra identidad, concretamente nuestra identidad sexual así como nuestra identidad de género, automáticamente perdemos la capacidad de interpretar ciertas figuras o relaciones. Como si la representación de estos roles fuese inconciliable con nuestra capacidad de personificar la complejidad y credibilidad necesaria de los mismos.

¡Esta supuesta incompatibilidad no existe!

Somos actores. No tenemos que ser las figuras que interpretamos. Nosotres actuamos, como si fuésemos esas figuras — ésa es nuestra profesión».

Los firmantes indican que no podían hablar abiertamente sobre su vida privada en el entorno laboral sin temer repercusiones profesionales. Y a eso había que ponerle punto final.

Lo que no se sabía entonces es que esta iniciativa inspiraría otra, menos numerosa pero más audaz y riesgosa. Y sorprendente, porque tuvo lugar precisamente en la Iglesia católica alemana. Se trata de la iniciativa #OutInChurch – Por una Iglesia sin miedo.

El 24 de enero de 2022, 125 personas no heterosexuales que trabajan profesionalmente o como voluntarios en la Iglesia Católica en Alemania, tanto laicos como clérigos, salieron conjuntamente del clóset y se reconocieron públicamente como lesbianas, gays, bisexuales, transgénero, intersexuales o no binarias, con el objetivo de «contribuir a la renovación de la credibilidad y la solidaridad hacia lo humano de la Iglesia Católica». Simultáneamente, se propaló un documental en la televisión (Wie Gott uns schufComo Dios nos creó) y se abrió una petición en línea con demandas relacionadas con el derecho laboral de la Iglesia católica alemana. Al mismo tiempo, la iniciativa publicó un manifiesto detallado en 14 idiomas en Internet. Además de las 125 personas mencionadas, firmaron el manifiesto 35 asociaciones e iniciativas católicas, entre ellas el Comité Central de los Católicos Alemanes (Zentralkomitee der deutschen Katholiken – ZdK). Para mediados de febrero, más de 70 organizaciones se habían unido a la iniciativa.

El manifiesto #OutInChurch – Por una Iglesia sin miedo —a semejanza del manifiesto #ActOut—comienza con una autoafirmación:

«Nosotros, que somos empleados, voluntarios, potenciales y antiguos colaboradores de la Iglesia católica romana. Trabajamos y nos comprometemos, entre otras cosas, en la educación escolar y universitaria, en la catequesis y la educación, en el cuidado [de ancianos y enfermos] y su tratamiento, en la administración y organización, en el trabajo social y caritativo, como músicos de iglesia, en la dirección de la iglesia y en la pastoral. Nos identificamos, entre otros, como lesbianas, gays, bisexuales, transexuales, intersexuales, queer y no binarios. […] Todos hemos sido siempre parte de la Iglesia y hoy la modelamos y y le damos forma. La mayoría de nosotros ha tenido múltiples experiencias de discriminación y exclusión, incluso en la Iglesia».

El manifiesto menciona algunas citas homófobas de documentos oficiales de la Iglesia —los aludidos «fracasarían en cuanto a su humanidad»— y toma posición:

«Exigimos una corrección de las declaraciones doctrinales que son contrarias a los derechos humanos, especialmente en vista de la responsabilidad mundial de la iglesia hacia los derechos humanos de las personas LGBTIQ+. Y exigimos un cambio en el derecho laboral discriminatorio de la Iglesia, incluida la eliminación de todas las formulaciones degradantes y excluyentes en la normativa básica del servicio eclesiástico».

Se hace referencia a la normativa básica del servicio eclesiástico católico en Alemania, que menciona como contrarias a la obligación de lealtad a la doctrina y moral católicas ciertas transgresiones sexuales y permite el despido de los supuestos infractores por estos motivos. Esta normativa es la base legal para unos 90,000 empleados que trabajan para la Iglesia católica y 700,000 empleados en su organización benéfica Caritas. En total, alrededor de 1.3 millones de personas trabajan en Alemania para las iglesias cristianas y sus instituciones. El manifiesto señala al respecto:

«Hasta ahora, muchos de nosotros no pueden manifestarse abiertamente sobre su identidad de género y/o su orientación sexual en su entorno laboral o eclesiástico, sin temer consecuencias laborales que pueden llevar hasta la aniquilación de la subsistencia profesional. […] Se ha establecido así un sistema de silencio, doble moral y falta de honestidad».

Dos de las principales demandas de la iniciativa son las siguientes:

«La orientación sexual o la identidad de género, así como la declaración de la misma, o el establecimiento de una relación o matrimonio no heterosexual, nunca deben considerarse como una violación de la lealtad y, en consecuencia, como un obstáculo para la contratación o como un motivo de despido. Las personas LGBTIQ+ deben tener acceso libre a todas las profesiones pastorales. Además, la Iglesia debe expresar en sus ritos y celebraciones que las personas LGBTIQ+, ya sea que vivan solas o en pareja, son bendecidas por Dios y que su amor produce frutos diversos. Esto incluye, al menos, la bendición de parejas del mismo sexo que soliciten tal bendición».

La solidaridad es la principal motivación que guía a los firmantes del manifiesto:

«Hacemos esto por nosotros mismos y lo hacemos en solidaridad con otras personas LGBTIQ+ en la Iglesia católica romana, que todavía no tienen, o ya no tienen, la fuerza para hacerlo. También lo hacemos por la Iglesia. Porque estamos convencidos de que sólo actuando con veracidad y honestidad puede cumplir con el propósito para el cual la Iglesia debería existir: proclamar el mensaje alegre y liberador de Jesús. Una Iglesia que en su núcleo lleva la discriminación y la exclusión de minorías sexuales y de género, debe preguntarse si realmente puede considerarse fundamentada en Jesucristo».

El manifiesto termina con un llamado a las autoridades eclesiásticas:

«Con este manifiesto, defendemos una convivencia y colaboración libres y basadas en el reconocimiento de la dignidad de todos en nuestra Iglesia. Por eso invitamos a todos, especialmente a los responsables y líderes de la Iglesia, a apoyar este manifiesto».

Los firmantes del manifiesto eran conscientes de que corrían el riesgo de ser despedidos o separados de sus funciones. Sin embargo, eso no ocurrió. 

A finales de enero, el Südwestrundfunk (SWR), una cadena de radio y televisión de los estados de Renania-Palatinado y Baden-Wurtemberg, contactó a los 27 obispados de Alemania para conocer su postura: 22 de ellos declararon que no considerarían tomar medidas contra los participantes de la iniciativa #OutInChurch; los obispados de Augsburgo y Colonia respondieron de manera evasiva, y 3 no respondieron. Puede afirmarse que, en general, la mayoría de los obispos alemanes manifestaron su apoyo a la iniciativa.

 
A mediados de febrero, once vicarios generales de diócesis alemanas (Berlín, Essen, Hamburgo, Hildesheim, Limburgo, Magdeburgo, Münster, Paderborn, Espira y Tréveris, así como el vicario general militar de Alemania) publicaron una carta abierta dirigida al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, el obispo de Limburgo Georg Bätzing. En esta carta, exigieron que no se tomaran represalias laborales contra los empleados queer de la Iglesia Católica, incluso en ocupaciones vinculadas al anuncio del Evangelio, como el personal pastoral o los profesores de religión. Varios obispados ya habían emitido declaraciones similares o informado a sus empleados de que no tomarían medidas en su contra. Otros obispados anunciaron que, en el futuro, no despedirían a empleados debido a su identidad de género u orientación sexual o en caso de volverse a casar tras un divorcio. Estas declaraciones no se quedaron solamente en palabras, sino que llevaron a una reforma del derecho laboral de la Iglesia católica alemana aprobada con voto mayoritario en la asamblea del episcopado alemán y hecha oficial el 22 de noviembre de 2022. La causal de despido de empleados católicos debido a un matrimonio tras un divorcio o una relación entre personas del mismo sexo quedó eliminada. El «núcleo de la vida privada, especialmente la vida en pareja y la esfera íntima» ya no serán objeto de evaluación legal respecto al orden laboral.

El 1 de enero de 2023 entró en vigor la versión liberalizada de la normativa básica en el derecho laboral eclesiástico en 21 de los 27 obispados. Los otros 6 obispados anunciaron que adoptarían la nueva normativa básica durante el primer trimestre de 2023.

Mientras tanto, la iniciativa #OutInChurch ha seguido creciendo y reúne actualmente a más de 650 miembros. Hasta ahora los logros son parciales, pues no se ha conseguido que la Iglesia católica inicie un proceso para reformar su moral sexual y la adapte a las exigencias que se desprenden de los conocimientos científicos, psicológicos y sociológicos, y de los derechos humanos que deben ser respetados en toda persona. Y probablemente no se avance nada en este campo, pues la moral sexual católica, tal como está planteada hoy, sigue sirviendo de instrumento para mantener dominadas las conciencias de los fieles.

Tags:

Alemania, Discriminación, homosexualidad, Iglesia católica, transexualidad

[El dedo en la llaga] Apulia es una árida región del sureste de Italia, a orilla del Mar Adriático, de anchas llanuras y onduladas colinas. Allí se encuentra el pueblo de San Giovanni Rotondo, una pintoresca localidad de poco más de 27,000 habitantes, recordada por haber sido el lugar de residencia entre 1916 y 1968 de San Pío de Pietrelcina (1887-1968) —más conocido como el Padre Pío—, un sacerdote capuchino que llevaba en su cuerpo los estigmas de Cristo, al cual se le atribuían curaciones milagrosas y que tenía el don de ver los pecados de aquellos que se acercaban a él para confesarse sacramentalmente.

Pero actualmente sería el lugar de residencia de alguien mucho menos santo, a saber, Luis Fernando Figari, fundador del Sodalicio de Vida Cristiana, quien, como señala un decreto del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica del 9 de agosto de 2024 —que lleva la firma del mismo Papa Francisco además de las firmas de oficio— ha sido expulsado de la institución que él mismo fundó. Sin embargo, este decreto presenta muchas ambigüedades.

Se señala que la expulsión se efectúa «por causa de circunstancias distintas de las previstas en el can. 695 y can. 696», por lo cual quedan excluidos «el descuido habitual de las obligaciones de la vida consagrada; las reiteradas violaciones de los vínculos sagrados; la desobediencia pertinaz a los mandatos legítimos de los Superiores en materia grave; el escándalo grave causado por su conducta culpable; la defensa o difusión pertinaz de doctrinas condenadas por el magisterio de la Iglesia; la adhesión pública a ideologías contaminadas de materialismo o ateísmo» (can. 696).

El canon 695 señala «los delitos de los que se trata en los cc. 1397, 1398 y 1395» como posibles motivos de expulsión. Los delitos señalados en el canon 1397 no son evidentemente aplicables a Figari, pues se refieren a «quien comete homicidio, o rapta o retiene a un ser humano con violencia o fraude, o lo mutila o lo hiere gravemente» o a «quien procura el aborto», pero sí podrían aplicarse delitos señalados en el canon 1395 —el «que, con violencia, amenazas o abuso de su autoridad, comete un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo u obliga a alguien a realizar o sufrir actos sexuales»— o en el canon 1398 —el «que comete un delito contra el sexto mandamiento del Decálogo con un menor o con una persona que habitualmente tiene un uso imperfecto de la razón o a la que el derecho reconoce igual tutela»—.

Sin embargo, cómo señala el decreto de expulsión, no son éstos los motivos que fundamentan la medida sino circunstancias distintas, «en cualquier caso incompatibles y por tanto inaceptables en un miembro de una institución de la Iglesia».

¿Se indica cuáles son esas circunstancias? Por ningún lado. Es decir, no sabemos cuál es el verdadero motivo de la expulsión, pero se deja en claro que no es por los abusos sexuales cometidos.

Una interpretación plausible de este proceder sería que en 2017, cuando Figari fue sancionado por primera vez por el Vaticano, no había una norma en el Código Derecho Canónico que permitiera sancionarlo por un delito grave, dado que este tipo de delitos —incluidos los abusos sexuales— se castigaban sólo cuando eran cometidos por clérigos. Y Figari no lo es: es un laico. Consagrado, pero laico al fin y al cabo. Inimputable, por así decirlo.

Esto ha cambiado con las reformas del derecho eclesiástico introducidas por el Papa Francisco en los años 2021 y 2022, de modo que ahora un miembro de un instituto de vida consagrada puede ser sancionado por esos delitos. Sin embargo, esas nuevas leyes no se pueden aplicar retroactivamente a Figari. Ésta es la razón por la que no habría sido expulsado por abusos sexuales, sino por algún otro delito que el Vaticano ha indagado y encontrado para sancionarlo.

El segundo motivo es «por causa de escándalo y grave daño al bien de la Iglesia y de cada uno de los fieles». Como de costumbre, la Iglesia está protegiendo su imagen y omitiendo cualquier mención de las víctimas. Si los delitos de Figari hubieran permanecido en secreto, este motivo de expulsión no aplicaría, pues no habría escándalo. Téngase en cuenta que la justicia no es una prioridad para el derecho eclesiástico, sino “la salvación de las almas”, aunque se tengan que cometer injusticias en el camino.

Por otra parte, queda claro que se trata de una decisión del Papa Francisco, expresada en una carta del 6 de agosto de 2024 al dicasterio en cuestión. La decisión se toma pro bono Ecclesia, por el bien de la Iglesia. ¿Por qué se requería una intervención del Papa Francisco? Simplemente porque quien tenía la potestad —otorgada por la ley eclesiástica— de expulsar a Figari —a saber, el Superior mayor del instituto— nunca lo hizo. De este modo, Eduardo Regal, Alessandro Moroni y José David Correa, superiores generales del Sodalicio después de la dimisión de Figari en diciembre de 2010, tienen responsabilidad en no haber tomado las medidas del caso y haber protegido a un miserable que tiene en su haber delitos graves.

No queda claro cuál será la situación de Figari de ahora en adelante. El decreto no lo aclara. ¿Seguirá viviendo en San Giovanni Rotondo u otra localidad italiana con todos los gastos pagados por el Sodalicio? ¿Se le seguirá prohibiendo hablar con los medios? ¿Y qué pasará con todos aquellos que lo protegieron y encubrieron, comenzando por las autoridades del Sodalicio?

Por otra parte, ¿es esto un paso más hacia la supresión del Sodalicio? ¿O se trata de una operación quirúrgica que buscará rescatar la institución, aduciendo que el tumor ya ha sido extirpado y que todo el cuerpo restante está sano? Esperamos que sea lo primero, pues el Sodalicio sin Figari en su conducción ha seguido cometiendo diversos abusos, siendo el principal el maltrato de las víctimas y la falta de una reparación simbólica y pecuniaria justa y adecuada.

Una muestra de este maltrato es el “Comunicado sobre la expulsión de Luis Fernando Figari del Sodalicio de Vida Cristiana” del 14 de agosto de 2024, firmado por José David Correa, el actual Superior General. Se trata de un comunicado lleno de mentiras y omisiones. Dice que «las autoridades del Sodalicio hemos colaborado estrechamente con la Santa Sede en la búsqueda de la verdad y la justicia», cuando en realidad lo que hizo el Sodalicio desde un principio es aplicar una estrategia de control de daños, obstaculizando que toda la verdad sobre las víctimas salga a la luz, persiguiendo judicialmente a los periodistas que destaparon el escándalo directamente —mediante querellas interpuestas por Mons. José Antonio Eguren— o a través de terceros, mintiendo descaradamente en la Fiscalía, moviendo influencias en el Ministerio Público a través del Estudio de Abogados Hauyón & Hauyón a fin de que se archiven las denuncias contra miembros y exmiembros del Sodalicio y se mantengan abiertos las denuncias interpuestas contra los periodistas Pedro Salinas, Paola Ugaz y Daniel Yovera. Se ha de suponer que la “colaboración” con la Santa Sede ha ido en la misma línea, haciendo necesarias las intervenciones de Mons. Charles Scicluna y Mons. Jordi Bertomeu para que comience a haber justicia y se reconozca a varias víctimas deliberadamente ignoradas, además de reconocer lo insuficiente y ofensivo de las reparaciones ofrecidas por el Sodalicio a las 67 víctimas que hasta ahora han admitido oficialmente.

También miente José David Correa cuando dice lo siguiente:

«En 2019, la V Asamblea General del Sodalicio en Brasil expresó el pedido de perdón institucional a todas las víctimas que han sufrido algún tipo de abuso de parte de Luis Fernando Figari y me encargó, como Superior General, que examine la pertinencia de iniciar un proceso canónico para su expulsión. Después de mucha reflexión y diálogo, en diciembre de 2019 solicité a la Santa Sede la expulsión del Sr. Figari».

El pedido de perdón institucional fue puramente declarativo —pues en ese entonces nunca se comunicaron personalmente con las víctimas para pedirles perdón— y tampoco tuvo ningún efecto en las reparaciones. Por otra parte, recién nos venimos a enterar que habían decidido la expulsión de Figari. ¿Por qué no lo comunicaron en su momento? ¿Por qué no hicieron efectiva la expulsión ellos mismos, considerando que el Superior mayor de un instituto, después de haber consultado a su consejo, tiene la facultad de expulsar a un miembro, sin tener que pedirle permiso previo a la Santa Sede?

No satisfecho con mentir descaradamente, José David Correa nos relata el siguiente cuento de hadas:

«El Sodalicio cuenta con una Oficina de Escucha y Asistencia, que desde el año 2016 recibe a personas que han sido víctimas de diversos tipos de abuso por miembros y ex-miembros del Sodalicio desarrollando procesos de reparación».

El informe sobre abusos del Sodalicio de los expertos Ian Elliott, Kathleen McChesney y Monica Applewhite de febrero de 2017 señalaba como completada la siguiente recomendación:

«Publicar la información de contacto de la persona que recibirá los reportes de abuso en varios medios y en el sitio web del SCV».

Hasta el 4 de noviembre de 2019, cuando me comuniqué telefónicamente con la Oficina de Comunicaciones del Sodalicio para preguntar por estos datos —pues no se hallaban en el sitio web del Sodalicio ni en ningún otro medio— no había manera de contactar esta oficina. El 7 de noviembre me respondieron y ¡oh maravilla! apareció un link en el sitio web con el título de “Ambientes seguros”, indicando la dirección de correo electrónico con la cual se podía uno comunicar para reportar casos de abusos. Sin embargo, no había dirección física ni número telefónico, pues esta oficina no dispondría propiamente de un local. Además, no se tiene conocimiento de que el Sodalicio haya admitido posteriormente más casos de abusos que los que reconoció oficialmente cuando se publicó el informe de los expertos internacionales.

Por todo lo dicho resulta ofensiva y alejada de la verdad una frase como:

«Reconocemos profundamente el dolor de las víctimas y reiteramos nuestra solidaridad con ellas».

Quisiera concluir con una frase del comunicado capaz de suscitar una sonrisa irónica en cualquiera:

«Como hemos declarado anteriormente, Luis Fernando Figari es el fundador histórico del Sodalicio de Vida Cristiana, pero no es un referente espiritual para nuestra comunidad ni para la Familia Sodálite».

Y si Figari no es un referente espiritual, ¿por qué siguen manteniendo en pie la misma ideología inculcada por el fundador? ¿Por qué muchos de los textos que escriben algunos sodálites podrían haber sido escritos por el mismo Figari, pues contienen su misma doctrina y su mismo estilo? ¿Por qué el supuesto carisma que dicen tener es el mismo que inculcó Figari a sus incondicionales seguidores?

A decir verdad, el único pensamiento admitido en el Sodalicio desde sus inicios fue el de Figari. Nunca hubo lugar para una pensamiento o doctrina distintos. Sin Figari, el Sodalicio no es nada. No tiene ideología, espiritualidad ni carisma, pues todo lo que había quedado de eso después del destierro de Figari en Italia se basaba sobre lo que este les había inculcado a sus leales discípulos. El siguiente paso lógico sería que el Sodalicio fuera suprimido.

Llegó la hora de bajar el telón. Y que el último apague la luz.

Tags:

Abusos sexuales, fernando figari, Iglesia católica, Papa Francisco, sodalicio de vida cristiana, víctimas

[El dedo en la llaga] En el año 2023 se publicó Alemania el libro “Machtmissbrauch im pastoralen Dienst – Erfahrungen von Gemeinde- und Pastoralreferent:innen” (Herder), que puede traducirse como “Abuso de poder en el servicio pastoral – Experiencias de agentes pastorales”, el cual refleja los resultados de una encuesta en la que participaron 936 agentes pastorales de los cerca de 7,500 que hay en Alemania.

Hay que precisar que en Alemania la de agente pastoral es una profesión remunerada regida por leyes, que se ha hecho cada vez más necesaria debido al descenso de las vocaciones sacerdotales. Se trata de laicos y laicas que asumen laboralmente funciones pastorales que no son exclusivas de los sacerdotes y obispos.

Los agentes pastorales son de dos tipos: referentes pastorales y referentes de comunidad, que pueden ser tanto hombres como mujeres. Los referentes pastorales suelen tener un diploma o un máster en teología católica y una formación eclesiástica, generalmente intradiocesana. Los referentes de comunidad suelen tener un título universitario en pedagogía religiosa o teología práctica. Las áreas de trabajo y los perfiles de actividad se superponen en gran medida; sin embargo, la formación académica marca la diferencia.

Referentes de comunidad sólo hay en Alemania, mientras que referentes pastorales existen en Alemania, Austria, Suiza y los Países Bajos. Trabajan en la pastoral de una parroquia, una asociación de parroquias, un decanato u otra unidad pastoral. Por lo general, están subordinados a un párroco o a un decano. Además, pueden trabajar en áreas específicas como la pastoral hospitalaria y de hogares de ancianos, la pastoral universitaria, el sistema educativo, la educación de adultos, el trabajo juvenil, la administración eclesiástica, etc.

Un problema frecuente son las cláusulas de lealtad en los contratos de trabajo, que requieren de los agentes pastorales que lleven una vida conforme a los valores y principios de la Iglesia católica. En otras palabras, cualquier discrepancia con esos valores podría ser motivo de despido. Y esto también abre la puerta a abusos de poder, pues son los superiores jerárquicos de los agentes pastorales, en su mayoría clérigos, quiénes deciden qué hechos o conductas infringen la obligación de lealtad.

Pero lo que revela la encuesta, encargada por la Asociación Federal de Agentes Pastorales de Alemania (Bundesverband der Gemeindereferent*innen Deutschlands e.V.) va más allá de eso y presenta resultados estremecedores y preocupantes. A la pregunta «¿Ha tenido usted personalmente experiencias en el ámbito laboral que haya percibido como abusivas y/o como abuso de poder?», 70% responden con SÍ, 24% con NO y 6% con NO SABE. Cuando se desglosa la respuesta según el sexo de los participantes, con SÍ responden 60% de los hombres y 75% de las mujeres.

Cuando se pregunta por el tipo de abusos sufridos, un 72% señala el menosprecio u obstaculización de las propias competencias profesionales, 54% señala minusvaloración por no tener el sacramento del orden sacerdotal, el 44% señala bullying de parte de los superiores jerárquicos. Otros abusos mencionados son la inobservancia de derechos laborales, minusvaloración en razón de la identidad sexual (generalmente femenina), coerción de la libertad de opinión, insultos, acoso sexual verbal, minusvaloración debido al estilo de vida.

Cuando se pregunta quién comete mayormente los abusos, la respuesta en un 88% de los casos señala al sacerdote que ocupa el puesto de superior jerárquico inmediato del agente pastoral, aunque también se señalan a otras personas dentro de la estructura jerárquica eclesiástica con mucho menores porcentajes.

Cuando se pregunta por las consecuencias de los abusos sufridos, el 72% de los afectados señalan estrés psicológico o enfermedad mental; un 62%, insomnio; un 41%, angustia o ansiedad. Aunque también hay, en menor grado, afectados que adquieren enfermedades corporales, problemas familiares y sufren de ataques de pánico.

El informe presenta también ocho testimonios narrados, cuyos autores prefieren mantener el anonimato. He elegido uno para que se vea a qué extremos puede llegar el abuso de poder en la Iglesia católica.

Hace más de 30 años me casé y quería vivir una vida como esposo y padre de varios hijos. Cuando el más pequeño de nuestros cuatro hijos comenzó a ir al jardín de infancia, mi entonces esposa inició una relación sentimental con un sacerdote. Ella quedó embarazada, pero perdió al bebé. No pude consolarla en su duelo, simplemente no me era emocionalmente posible. Nos separamos y poco después fui llamado donde el vicario general. El sacerdote en cuestión ocupaba una posición destacada, y se me exigió que mantuviera todo el asunto en secreto. Sólo cumpliendo con esta condición se me permitió vivir en un pequeño apartamento cerca de mis hijos. Dado que dos de los niños tienen discapacidades, era necesario que me ocupara de muchas cosas. La indicación clara fue que si le decía a alguien por qué me había separado de mi esposa, sería trasladado a otra zona de la diócesis. También se me dio a entender que probablemente era culpa mía, que yo tenía una incapacidad relacional y que mi esposa había seducido al sacerdote. El sacerdote en sí fue protegido, y no pasaron dos años antes de que fuera reducido al estado laical, aunque aún se le permitió obtener un doctorado y hacer carrera. Es posible que esto haya estado vinculado al hecho de que era compañero de estudios de un clérigo en la dirección diocesana. En el moneto en que él dejó el sacerdocio, yo me encontraba muy mal psicológicamente. Y luego me enteré de que los representantes del empleador habían declarado abiertamente que todo el asunto giraba en torno a mi esposa y a mí. Yo había mantenido la obligación de mantener secreto, pero para la otra parte no se aplicaba. Me sentí traicionado. Había perdido tanto y al mismo tiempo se me transmitía que yo no estaba bien, que no encajaba en el sistema Iglesia.

Durante el tiempo de la separación, el obispo visitó nuestra parroquia debido a una confirmación, y en un receso vino a mi pequeño apartamento, donde a veces tenía que acomodar a todos mis hijos. Él vio cómo vivía yo, pero no dijo nada. Solo preguntó si me había reconciliado con mi esposa o si podría reconciliarme. Ninguna palabra sobre que él sabía lo difícil que era todo para mí. Ninguna pregunta sobre lo que podría ayudarme. Ninguna compasión. Hoy en día, en una situación así, hablaría con franqueza, pero en aquel entonces no me atreví. El sacerdote que era mi superior jerárquico en ese momento vivía en una relación sentimental con una mujer, y cuando se le iba a trasladar en secreto, intentó instrumentalizar a sus seguidores en la parroquia para quedarse. Tuve que hablar con él para evitar una división en la comunidad. Él fue protegido, como se protegía a los sacerdotes. Yo no recibí ninguna protección. Se me impuso que no podía iniciar una nueva relación sentimental. Tuve relaciones sentimentales, pero siempre en secreto, siempre tenía que ingeniármelas. Era como un virus que brotaba una y otra vez y me hacía sufrir, sintiendo que, tal como soy y como vivo, nunca podría volver a formar parte de todo eso en plenitud.

Aproximadamente 20 años después de la separación, finalmente nos divorciamos. Habíamos esperado tanto tiempo debido a razones financieras. Un año después, comencé una relación con mi actual pareja. Ella también trabajaba para la Iglesia católica. De nuevo tuvimos que ingeniárnoslas. Más de 10 años después, compramos una casa juntos. Tuvimos que cumplir con la condición de que debían ser dos apartamentos separados. Tuve que presentar al obispado un certificado de separación de viviendas en una misma edificación. Mi superior en el trabajo tuvo que visitarme y preguntarme: “¿Realmente vives en la planta alta?” Si alguien me preguntaba cómo habían sido mis vacaciones, tenía que contarlo como si me hubiera ido solo de viaje. Y aún así, el sentimiento predominante no era la ira por este trato, sino el sentimiento de estar de alguna manera equivocado. Desde joven me habían inculcado las normas sexuales de la Iglesia. No las había seguido, pero no en libertad, sino siempre acompañado de una mala conciencia.

Y luego llegó “#OutinChurch” [una iniciativa en la cual, el 24 de enero de 2022, 125 personas vinculadas a la Iglesia católica —incluidos algunos sacerdotes— salieron públicamente del clóset]. ¡Tantos aspectos que los afectados mencionaron también se aplicaban a mí! Muchas cosas salieron a la superficie cuando empecé a enfrentar esto. Caí en una depresión y estuve de baja por enfermedad durante un largo período, incluso más allá de la fase realmente difícil.

El derecho laboral eclesiástico en sí mismo causa un gran daño —no solo a las personas con identidad de género diversa, sino también a vidas como la mía—. Y estoy seguro de que no soy el único. Detrás de ese derecho se encuentran ideas espirituales y hasta enseñanzas escatológicas que ponen estas normativas por encima exageradamente. Se supone que deben protegerme y ayudarme a llevar una vida agradable a Dios. No sólo el derecho en sí es problemático, sino también su manejo, especialmente el uso de un doble rasero. Se protege a los sacerdotes y se afirma que una ruptura del celibato no afecta el derecho divino, mientras que divorciarse y volverse a casar, sí lo afecta. Lo peor de todo es la justificación de las normas sobre la base de una supuesta voluntad divina reconocida por la dirección de la Iglesia. Este elemento me muestra que también en las normas legales puede haber abuso espiritual.

¿Qué fue lo que me destruyó tanto? Eso es algo que una y otra vez me he preguntado. Creo que estoy muy cerca de encontrar la respuesta.

Problemas similares pueden haber también en otras latitudes donde se halla presente la Iglesia católica y cuenta con colaboradores remunerados o voluntarios, pues la raíz del problema estaría en un verticalismo que favorece el abuso de poder. Ya me lo decía en los años 90 un adherente sodálite (persona casada con vínculo institucional con el Sodalicio de Vida Cristiana), que alguna vez trabajó en una de las tantas empresas del Sodalicio: “Puedes colaborar apostólicamente con ellos, pero nunca trabajes para ellos”.

Tags:

Abusos, agentes pastorales, Alemania, Iglesia católica

El 26 de mayo de 2023 fue presentada en el Festival de Cannes la película francesa “L‘Abbé Pierre – Une vie de combats”, un biopic dirigido por Frédéric Tellier que narra la historia del sacerdote católico Henri Grouès (1912-2007), más conocido como el Abbé Pierre. Este ambicioso film con un presupuesto estimado de 15 millones de dólares busca abarcar la biografía entera de un personaje icónico no sólo para la Iglesia católica gala, sino también para la nación francesa, pues fue distinguido por el Estado francés en el año 2004 con la Gran Cruz de la Legión de Honor en reconocimiento a su labor.

¿Qué labor? Durante la Segunda Guerra Mundial se unió a la Resistencia francesa y ayudó a muchos judíos y políticos perseguidos a escapar a Suiza, España y Argelia, suministrándoles documentos de identidad y salvoconductos falsificados. Con frecuencia era el mismo Abbé Pierre —sobrenombre que utilizó entonces para ocultar su verdadera identidad— quien guiaba a los fugitivos a España a través de los Pirineos o a Suiza a través de las montañas de Chamonix.

Desde su sede en la ciudad de Grenoble en el sureste de Francia, creó el primer refugio para acoger a aquellos que buscaban evadir el Servicio de Trabajo Obligatorio impuesto por el régimen colaboracionista de Vichy en la Francia ocupada al mando del mariscal Philippe Pétain, que cooperaba con el régimen nazi de Alemania. 

El mismo Abbé Pierre relataría posteriormente:

«Comencé por ayudar a esconderse en refugios de la montaña a jóvenes a los que querían mandar forzados a trabajar a las fábricas alemanas. No sólo fueron los nazis, sino los gendarmes del gobierno colaborador de Vichy los que llegaban con los camiones para llevar por la fuerza a la gente […] Personalmente no maté a nadie, pero participé con todas mis energías en crear la red que permitía abastecer de alimentos, medicamentos y municiones a los grupos armados de la Resistencia que comenzaron a operar en las montañas de Grenoble».

Pero por lo que más se le recuerda al Abbé Pierre es por la fundación del movimiento Emaús, destinado a aliviar el sufrimiento y las necesidades de los más pobres, sobre todo aquellos que vivían en las calles y les faltaba lo necesario: alimento, vestido y vivienda. En 1947 el Abbé Pierre alquila una casa deteriorada en Neuilly-Plaisance, 14 km al este de París, la reconstruye y abre un albergue juvenil internacional al que da el nombre de Emaús, como símbolo de la esperanza renovada. En 1949 invita a Georges Legay, un asesino y expresidiario con intenciones suicidas, a construir alojamientos para las familias sin techo. 

«Conocí a Georges, que había tenido una vida terrible y sólo pensaba en suicidarse, entonces le dije: “Eres libre de suicidarte si quieres, pero antes de hacerlo ¿por qué no me ayudas a montar una casa para los desesperados, para la gente sin techo, sin trabajo?”»

El Abbé Pierre quiso que desde su origen Emaús fuera un movimiento abierto a todas las nacionalidades y orígenes étnicos, sin distinción alguna por motivo de las convicciones políticas, espirituales o religiosas de sus integrantes y de las personas a las que acoge.

En un momento, a falta de financiamiento, el Abbé Pierre comenzó a mendigar por las calles de París, y los otros miembros del grupo propusieron que todos se dedicaran a buscar en la basura para recuperar y vender todo aquello que todavía fuera útil, lo cual hizo que fueran conocidos como los Traperos de Emaús.

El 1 de febrero de 1954 el Abate Pierre irrumpió por sorpresa en Radio Luxemburgo y consiguió que le permitieran hablar en directo, con un discurso en el que proclamó “la insurrección de la bondad”:

«Una mujer acaba de morir congelada esta madrugada en la acera del bulevar de Sebastopol, manteniendo aún aferrada a su mano la notificación judicial de expulsión de su domicilio. No podemos aceptar que sigan muriendo personas como ella. Cada noche son más de 2000 personas soportando el hielo, sin techo, sin pan, más de uno casi desnudo; para esta misma noche es necesario reunir 5000 mantas, 300 grandes tiendas de campaña, 200 ollas. Venid los que podáis con camiones para ayudar al reparto. […] Al Hotel Rochester, calle Le Boétie 92. Imploro, frente a los hermanos que mueren de miseria, aumente en nosotros el amor para hacer desaparecer esta lacra. ¡Que tanto dolor despierte el alma maravillosa de Francia!»

De esta manera, generó una ola de donaciones que alcanzaron los mil millones de francos para aliviar las necesidades de los más menesterosos.

Desde entonces fueron surgiendo en diferentes países asociaciones que imitaban el ejemplo del Abbé Pierre, tomándolo como modelo. En 1969, en Berna (Suiza) setenta grupos provenientes de veinte países adoptaron el Manifiesto Universal del Movimiento Emaús, y decidieron crear una secretaría internacional de enlace. En 1971 el movimiento adoptó el nombre de Emaús Internacional. En el preámbulo del manifiesto mencionado se empieza diciendo:

«Nuestro nombre, Emaús, es el de una localidad de Palestina donde unos desesperados volvieron a encontrar la esperanza. Este nombre evoca en todos, creyentes o no, nuestra común convicción de que solo el amor puede unirnos y hacernos avanzar juntos».

Sobre la presencia del movimiento en el Perú, la página oficial de Emaús Internacional relata lo siguiente:

“En 1959 hay en Lima un sacerdote francés llamado Gérard Protain que ayuda a los traperos —vecinos de barrios desfavorecidos— a organizarse y cooperar entre ellos. Con su duro e ingrato trabajo en el vertedero de El Montón, consiguen sobrevivir y ayudar a otras personas aún más pobres, construyendo viviendas humildes y guarderías para niños abandonados. En 1961, esta comunidad se fusiona con los Amigos de Emaús en lo que pasa a llamarse Emaús del Perú, que recibe voluntarios extranjeros que contribuyen al funcionamiento de las guarderías».

Actualmente existen en el Perú siete organizaciones miembros de Emaús Internacional, cuatro de ellas activas en Lima: Cuna Nazareth y Emaús San Agustín, con locales en Chorrillos; Emaús Solidaridad y Apoyo, en Villa María del Triunfo, y Emaús Villa El Salvador. Las otras tres son Emaús Piura, Emaús Lambayeque y Emaús Trujillo.

La obra social a favor de los pobres del Abbé Pierre es innegable. Sin embargo, medio año después del estreno oficial de su película biográfica en Francia en noviembre de 2023, donde es presentado como un héroe de los tiempos modernos, han aparecido sombras que empañan considerablemente su figura. No se trata de las confesiones que hizo en 2005, dos años antes de su muerte, a la cadena France 3, donde admitió que en su vida cedió al sexo de manera pasajera, en relaciones efímeras, y que nunca permitió que el deseo sexual se arraigara y tomara el lugar y la disponibilidad que él había elegido para servir a Dios.

«Fue una experiencia insatisfactoria puesto que el placer implica un compromiso de duración. El compromiso que tenía con la Iglesia me impedía todo tipo de obligación», confesó.

Aún así, defendió que el celibato no debía ser obligatorio y reivindicaba que se pudiera ordenar a hombres casados. Hasta aquí ningún problema serio.

Lo que sí resulta problemático y devastador es lo que este miércoles 17 de julio acaban de comunicar oficialmente Emaús Internacional y Emaús Francia: que el Abbé Pierre abusó de por lo menos siete mujeres entre la década de 1970 y el año 2005, una de ellas menor de edad (16-17 años) en el momento de los hechos. Lo cual cierne dudas sobre si las relaciones sexuales efímeras que mantuvo el religioso en vida fueron de mutuo consentimiento o en un contexto de abuso sexual, o si hay más víctimas, pues quienes podrían haberlo sido antes de la década de los 70, deben tener una edad muy avanzada o haber fallecido.

“La noche de las estrellas fugaces” es el título que el controvertido cineasta español Jesús Franco quiso darle a su película surrealista de corte erótico-macabro de 1973 —estrenada como “Christina, princesa del erotismo” y reestrenada años más tarde, con escenas añadidas rodadas por el cineasta francés Jean Rollin, con el título de “Una virgen entre los muertos vivientes”—. En la versión original del director, la joven Christina, tras la muerte de su padre, viaja hacia la mansión en una zona rural que le tocaría como herencia y donde aún viven familiares suyos a los que no conoce, deviniendo la trama en una experiencia onírica y surrealista a más no poder donde la familia muestra un comportamiento extraño y parece ocultar secretos y depravaciones inconfesables, y cuyos integrantes estarían todos muertos y confabulados para arrastrar a Christina hacia la locura y la muerte concebida como un estanque de desesperanza.

La Iglesia católica parece estar viviendo su noche de las estrellas fugaces, con figuras que brillan un momento en el firmamento, como el Abbé Pierre, la Madre Teresa de Calcula, el P. Josef Kentenich —fundador del Movimiento Apostólico de Schönstatt—, el P. Josemaría Escrivá de Balaguer —fundador del Opus Dei—, o el laico Germán Doig del Sodalicio de Vida Cristiana, sólo por mencionar a algunos, para que luego se descubra que ellos o sus familias espirituales esconden, detrás de fachadas de santidad, abusos de diversos tipos y depravaciones que han llevado a más de uno a problemas de salud mental y a perder toda fe y esperanza. Y muchas autoridades eclesiásticas siguen sosteniendo que se trata de casos individuales, cuanto todo apunta a que es la estructura misma de la Iglesia la que favorece que se cometan y encubran abusos espirituales, psicológicos, físicos, laborales, económicos y, con menor frecuencia, como punta del iceberg, abusos sexuales.

Tags:

Abusos, Francia, Iglesia católica, sexualidad, violencia sexual

[EL DEDO EN LA LLAGA] Los abusos sexuales en perjuicio de niñas y adolescentes de las etnias awajún y wampi por parte de maestros de escuela, ¿se pueden considerar “prácticas culturales”, como han insinuado el Ministro de Educación Morgan Quero, la Ministra de la Mujer Ángela Hernández y el Presidente del Consejo de Ministros Gustavo Adrianzén? ¿Están tan deshumanizados que no han tomado conciencia de las trágicas consecuencias de por vida que puede tener un abuso sexual, sobre todo cuando se da en una relación asimétrica donde no puede haber un consentimiento plenamente libre de parte del menor frente a quien ostenta autoridad? ¿No será que señores y señoras como los mencionados han vivido rodeados de tantas otras “prácticas culturales” en torno al sexo, que ya no son capaces de distinguir entre la paja y el trigo, relativizando y banalizando el tema de la sexualidad humana, tema sobre el cual no se habla abiertamente con seriedad en un país donde anteriormente a 1996 apenas hubo educación sexual en los programas educativos del Estado peruano? Esa ignorancia parece ahora pasarles factura.

Sería bueno refrescarles la memoria sobre algunas “prácticas culturales” de la sociedad limeña en la cual crecí y que ahora serían consideradas abusos, e incluso hasta delitos. Una sociedad limeña conservadora que, en cuestiones de sexualidad, siempre ha estado muy lejos del ideal de decencia que ella misma proclamaba. Como decía una tía abuela mía refiriéndose a la Lima antigua, «la mujer tiene que estar contenta con ser la catedral, aunque el marido tenga muchas parroquias». O como alguna vez me dijo mi padre, no obstante un hombre bueno, la única vez en que mencionó algo sobre sexualidad: “Hay mujeres para casarse y mujeres para lo otro”.

¿Es una práctica cultural que un profesor peruano de geografía, contratado en el colegio alemán, se ponga al lado de la escalera para poder mirar debajo de las faldas de las alumnas cuando éstas sube corriendo a la planta alta una vez terminado el recreo? Se trata de una práctica que nunca tuvo consecuencias para este docente, por lo menos mientras yo estudié en ese colegio

El cineasta español Eloy de la Iglesia retrató en 1983 en su película “El pico” —término con el que se designa en España el pinchazo con una jeringa de heroína— el descenso del hijo de una familia católica conservadora de Bilbao en el infierno de las drogas. El padre, un comandante de la Guardia Civil, le hace un regalo insólito a su hijo por su cumpleaños: lo lleva a un burdel de lujo para que se inicie en el sexo con una prostituta refinada. Le dice a su hijo que su padre había hecho lo mismo con él. Práctica cultural que también se daba en algunos casos en la Lima que conocí de adolescente, lo cual aparece también escenificado en la película peruana “No se lo digas a nadie” (1998) de Francisco J. Lombardi. Sólo que esta vez la ocasión para esta recompensa es la graduación escolar del protagonista.

¿Es una práctica cultural lo que se escuchaba y se veía de los hombres maduros que rondaban en sus automóviles las inmediaciones del Parque Kennedy en Miraflores para recoger a algún muchacho con el cual tendrían una noche de placer? ¿Es una práctica cultural que un hombre mayor aborde a un muchacho de quince años de edad para invitarlo, en tiempos en los que no había Internet, a ver pornografía en su departamento? Cómo me ocurrió a mí en el año 1978 cuando salía un domingo del desaparecido Colegio Marcelino Champagnat, en cuya capilla el Sodalicio celebraba sus misas dominicales. El sudoroso cuarentón huyó cuando lo llamé “pervertido” a gritos. ¿O debí aceptar la invitación y ver lo que pasaba después, pues podría tratarse solamente de una inocente práctica cultural?

¿Es también una práctica cultural que las empleadas domésticas fueran utilizadas en ocasiones como conejillos de indias para la iniciación sexual de los hijos varones de la casa? ¿Han habido jamás denuncias por hechos como éstos?

¿Es una práctica cultural que la iniciación sexual se realice a través de relaciones incestuosas, mayormente entre primos? ¿O que la familia sea uno de los lugares más peligrosos para la integridad sexual de los menores, pues allí ocurren una gran parte de los abusos, donde el abusador puede ser el padre, el padrastro, el tío, el primo o inclusos familiares de sexo femenino?

El problema es similar en Alemania. Hay y han habido prácticas sexuales ocultas durante un tiempo en que no se hablaba abiertamente de de esos temas. Y eso se puede graficar a través del caso del pseudodocumental “Schulmädchen-Report” —en traducción literal “Reporte de colegialas”, aunque en español se conoce como “Las colegialas se confiesan”—, basado en un libro homónino de Günther Hunold, publicado ese mismo año, que presentaba entrevistas con doce chicas y mujeres jóvenes de entre 14 y 20 años sobre su sexualidad. “Schulmädchen-Report” tuvo más de 6 millones de espectadores en Alemania, y seguirían doce secuelas, mostrando el interés y la curiosidad que había sobre la sexualidad, una especie de “terra incognita” en esa época. Sin embargo, no sólo algunas escenas que involucraban a menores de edad o que relativizaban la violación y el incesto eran cuestionables —motivo por el cual las versiones completas de los filmes están actualmente censuradas en Alemania—, sino que el mismo reclutamiento de la jóvenes mujeres que aparecen en los filmes tienen apariencia de “prácticas culturales”. Las jóvenes actrices, generalmente desconocidas, que interpretaban a las “colegialas” del título, no eran las “niñas de escuelas secundarias y superiores, y sus amigos” que aparecían en los carteles de la película como “participantes”, sino principalmente vendedoras de tiendas por departamentos de entre 16 y 19 años, a quienes se les ofrecía una paga diaria de 500 marcos (en comparación con un salario mensual aproximado de 600 a 800 marcos en la tienda).

Regresando a Lima, también existe en muchos una visión ambigua de la violación y no hay plena conciencia de que se trate de una vulneración del derecho a la autodeterminación sexual y a la libertad de las personas involucradas. Como decía una padre de familia que tenía un hijo sodálite: «Cuando la violación es inminente, relájate y disfruta». El placer nunca justifica ni redime un acto que es manifestación de violencia, y que en el futuro puede traer consecuencias nefastas en la vida de una persona, incluyendo en algunos casos el suicidio.

Antes de llamar “prácticas culturales” a hechos de violencia sexual que han sido debidamente denunciados, los ministros de Estado deberían volver sus ojos hacia las “prácticas culturales” que todavía subsisten en una Lima que ellos consideran más desarrollada que las localidades de los pueblos amazónicos. Antes que mirar la paja en el ojo ajeno, hay que mirar la viga en el propio ojo y comenzar por casa. Sería un primer paso para combatir la plaga de los abusos sexuales sin minimizarlos ni relativizarlos.

Página 4 de 14 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14
x