No es un recurso sensacionalista señalar que la vida del ex sodálite arequipeño Martín López de Romaña está plagada de exageraciones, no inventadas sino reales. Pues no puede ser de otra manera para quien ha vivido más de una década en el seno del Sodalicio de Vida Cristiana, la secta católica fundada y liderada por Luis Fernando Figari.
López de Romaña relata su experiencia en un potente libro de reciente aparición: “La jaula invisible” (Penguin Random House, Lima 2021). Al principio se advierte al lector que «Todos los hechos narrados son reales».
El libro, que tiene como acápite “Mi vida en el Sodalicio: Un testimonio”, no sólo es una radiografía minuciosa de la institución, sino a la vez el retrato más vívido y detallado de Luis Fernando Figari que jamás se haya publicado, dado que el autor convivió varios años con él en la ahora inexistente comunidad de San José en Santa Clara (Ate-Vitarte, Lima) y perteneció a su círculo más cercano.
Con un estilo literario cautivador, López de Romaña nos relata cómo fue seducido desde los 12 años de edad por los sodálites, que habían fundado una comunidad en Arequipa, los cuales le hicieron sentir valioso después de que como adolescente hubiera experimentado varios fracasos escolares. El único éxito escolar que disfrutaría fue ganar el primer puesto de cuento en los juegos florales del Colegio San José, para sorpresa de varios profesores y alumnos, recibiendo como premio un ejemplar de la novela “La vida exagerada de Martín Romaña” de Alfredo Bryce Echenique. Pero fueron los sodálites quienes le elevaron la autoestima, haciéndole sentir muy especial. Según cuenta, Figari lo consideraba un “esper”, es decir, un individuo supradotado con habilidades paranormales. Lo que entonces no sabía el joven adolescente era que estaba siendo objeto de una táctica utilizada por las sectas para captar adeptos: llenar de elogios al candidato.
Lo que encontramos a continuación es una descripción de las estrategias proselitistas aplicadas en el Sodalicio para reclutar nuevos miembros. Con métodos intrusivos y lesivos de la privacidad, que paulatinamente iban generando una sustitución de la personalidad del sujeto por otra personalidad impuesta, manipulable, dispuesta a obedecer hasta las últimas consecuencias, el individuo era preparado para unirse al Sodalicio apenas alcanzara la mayoría de edad. Todo este proceso se llevaba a cabo sin conocimiento de los progenitores, más aún, con la indicación expresa de no contarles nada al respecto. En el fondo no era otra cosa que una especie de control mental o lavado de cerebro, por el cual también uno mismo terminaba generando sentimientos de culpa ante cualquier duda respecto al líder, la doctrina o el sistema institucional. Y al igual que en la novela “1984” de George Orwell el personaje de Winston Smith termina amando al Gran Hermano, a pesar de todos los maltratos y vejaciones, de manera similar López de Romaña terminará en un momento amando a Figari y poniendo su vida entera al servicio de sus caprichos y deseos.
Muy interesante es el relato de su paso por varias comunidades sodálites, entre ellas las ubicadas en San Bartolo y la comunidad de San José donde vivía el fundador. El día a día —las exigencias a veces inhumanas, la presión constante, la sustracción de sueño, la falta de libertad, la anulación de la vida privada— es narrado con una sinceridad brutal que a ojos extraños puede parecer insólita y poco creíble. No para mí, que viví en comunidades sodálites entre 1981 y 1993, y pasé por experiencias semejantes a las que López de Romaña tuvo entre 1994 y 2008. Y aunque haya quienes me hayan asegurado que para entonces ya se habían iniciado cambios en el Sodalicio, lo que describe el ex sodálite arequipeño indica que siguió funcionando como una secta destructiva.
Varios de los personajes que describe minuciosamente López de Romaña también jugaron un rol en mi historia personal, comenzando por Figari, aunque yo nunca pertenecí a su círculo íntimo. Los retratos escritos de Germán Doig, Jeffery Daniels, Jaime Baertl, Alejandro Bermúdez, Alessandro Moroni, entre otros, y de quienes son designados con los sinónimos de Manuel Alcázar y Julio Goyeneche son exactos y corresponden a la realidad.
Si bien López de Romaña nunca llegó a sufrir abusos sexuales con contacto genital en el Sodalicio, sí hubo por parte de Jeffery Daniels primero y después del mismo Luis Fernando Figari tanteos en la linea de lo sexual a través de caricias corporales incómodas, solicitudes de desnudarse o preguntas íntimas sobre su vida sexual. Como el depredador que está acechando a su presa, esperando el momento en que muestre un signo de debilidad para morderla en la yugular. Lo cual, en su caso, nunca llegó a ocurrir.
Lo más sustancioso del libro está en el relato de los continuos maltratos que han tenido que padecer los miembros de las comunidades sodálites, con el fin de doblegar sus voluntades y someter sus mentes. Las humillaciones que varios hemos sufrido en el Sodalicio han sido espectaculares, y López de Romaña cuenta varias de ellas. Aquí un ejemplo de una vejación no tan espectacular:
«Una noche había ido el padre Jaime Baertl a San José para conversar con el fundador. Parece que su reunión versó sobre buenas noticias porque éste nos llamó luego, a unos cuantos, a compartir con Jaime en la sala de televisión. Sus bromas eran hilarantes y el ambiente muy distendido. De pronto, el sacerdote se inclinó hacia su lado izquierdo en el sillón y se tiró un sonoro pedo. Todos reímos, un poco escandalizados. Luis Fernando me señaló y me ordenó: “¡Tú! ¡Huélele el pedo!”. La pura verdad es esta: sin oponer resistencia acerqué mi nariz a las posaderas del padre Jaime e hice como que olía los gases que habían salido con tanta parafernalia de su cuerpo. Salí del paso con una broma y todos se rieron. En ningún momento dejé que se manifestase mi dignidad menoscabada. Continué participando del jolgorio comunitario, hasta que el padre Jaime se fue a tirarse pedos a su comunidad».
Me hace recordar una anécdota ocurrida en los años 80, cuando en plena Misa en la estrecha capilla de la comunidad de San Aelred en Magdalena del Mar (Lima), donde el altar entraba a lo largo y los miembros de la comunidad alrededor de él, el P. Baertl despidió uno de sus sonoros y pestíferos cuescos, y todos los presentes tuvimos que aguantar el desagradable lance con cara de piadosa devoción. Como de costumbre, nunca se disculpó.
¿Cómo pudo librarse López de Romaña de eso que él llama la “jaula invisible”, donde los barrotes no son físicos sino que están puestos en lo más íntimo de uno mismo? Constreñida a los límites de un celibato inviable, su sexualidad, que no encontraba cauces para desarrollarse sanamente y que siempre se manifestaba como un secreto solitario, terminó generando en él una especie de doble vida, que incluía no sólo revistas pornográficas, sino también literatura de autores no permitidos en el Sodalicio y películas artísticas. Y aquello que le generaba angustia dentro de los parámetros impuestos por el Sodalicio fue a la vez su vía de salvación, no sin que tuviera que apurar el trago amargo de pensamiento suicidas y la frustración de sentir que había fracasado. El arte le abrió los ojos. Es la misma vía que, en otras circunstancias, tuve que recorrer yo mismo para alcanzar la libertad.
¿Cómo explicar que algunos no lo hayan logrado todavía y sigan prisioneros en sus jaulas invisibles? ¿O que aquellos que hemos logrado escapar nos hayamos demorado tanto tiempo en hacerlo y hasta ahora tengamos secuelas producto de lo vivido? López de Romaña lo explica muy bien:
«…el fundador, casi sin que te dieses cuenta, desde que eras prácticamente un niño, había ocupado por completo el lugar que tu sistema emocional tiene reservado para tu padre y tu madre. Tarde o temprano, un hijo tiene que independizarse. En eso consiste, entre otros factores, su maduración como ser humano. Pero en el SCV no te podías rebelar contra tu padre putativo. No solo porque era poderosísimo e inspiraba temor, sino porque rebelarte equivalía a ponerte en pie de guerra contra toda tu nueva familia y, presuntamente, contra ti mismo y contra Dios. Esto, sumado a la promoción de la obediencia ciega, el servilismo y la vigilancia permanente en un microcosmos que reemplazaba la realidad, hacía que, más allá de tu edad biológica, continuases siendo “como un niño”. […] Me refiero a que se atrofiaba tu capacidad de ser independiente y te volvías incapaz de responsabilizarte de ti mismo, de tomar decisiones sobre tu destino, de abrazar tu libertad y sus consecuencias».
“La jaula invisible” se lee como un thriller psicológico de suspenso, donde los horrores narrados superan ampliamente lo que otros han intentado plasmar en la ficción, como, por ejemplo, Santiago Roncagliolo en su fallida novela “Y líbranos del mal” (Editorial Planeta, 2021). Nos hallamos, pues, ante un libro indispensable para entender ese fenómeno perverso de fachada angelical conocido como Sodalicio de Vida Cristiana.