Generación Equivocada

Esta casita de cartón abre sus puertas rememorando días de antaño en estas fechas, cuando en la quinta donde crecí mis primeros años de vida, Enrique Palacios, todavía aludes de fe brotaban de algunos vecinos, como la familia de mi gran amigo, el ‘pumita’ Andy (apodo que le pusieran por el famoso cantante del grupo Génesis), que lo llevaban a regañadientas a la iglesia o lo encerraban para hacerle ver la vida de Jesús en películas que se emitían por canales de señal abierta, como a varios alguna vez nos pasó, o como también cuando los niños teníamos la excusa al no tener clases para hacer ‘diabluras’ y media por el barrio, como jugar hasta altas horas de la noche fútbol en las veredas o las pistas, a las canicas, al trompo, a los ‘chipitaps’, a las escondidas, chapadas, etc. Pero a su vez, justamente entre esos recuerdos está uno en especial, porque descubría el otro lado del pueblo y del que era parte inevitablemente al ser hijo de provincianos emigrados a Lima. Y es que en aquellos tiempos mis padres se encontraban en separaciones y por eso me iba por temporadas a vivir al cerro San Cristóbal, donde mi tío Felix, en aquellos años donde los celulares no tenían cámaras que pudieran registrar al momento, o con un ‘live’ compartirlo o subirlo al Tik Tok, sino por el contrario, eran unos ladrillos que pocos tenían, y entre eso estaba un acontecimiento extraordionario, por el sentimiento popular entrañable que vería. Era el funeral de un vecino y quien lo despedía era el famoso ‘cantante de los muertos’ o de los ‘funerales’, como así también lo conocían a William Palomino, el popular ‘Chacalín’.
Cuenta la historia, que aquel chico humilde, ‘crema’ de corazón, tendría su primera oportunidad en un escenario por el recordado Tongo, quien lo conoció cuando vendía caramelos y cigarros, y en una presentación le invitaría a subirse en el escenario, y de allí no pararía con el estilo ‘chacalonero’ que lo distinguiría. Compartiendo escenarios con grandes de la chicha como ‘Papá’ Chacalón o el ‘Rey’ Vico. Y es que se dice que despidió a más de diez mil muertos en los cerros y barrios fervorosos de la Lima profunda. Curiosa y tristemente, quien lo hacía en despedida para los que están arriba, ahora lo hace presencialmente. Y es que todos lo que alguna vez éramos ‘patas de perro’ o hemos vivido en algún cono o calles o cerros candentes donde los vientos populares se respira, ha oído ‘Diabetes de amor’ (en relación a la penosa enfermedad que tenía) o aquella memorable interpretación allá por finales del 2016, un lunes aparentemente cualquiera y en un cumpleaños, en la ‘sabrosa’ Santa Anita, con los ‘herederos’ de los ‘bravos’ de la carretera central, Pity Coronado y Richard Navarro. Y los temas eran ‘Vasito de Licor’ y ‘Virgen de las Mercedes’, ésta última, canción emblema para las personas recluidas. Y de esto y en sí, en la búsqueda de ese palpito y sentir único que tiene el pueblo, del que no se puede describir pero que late en cada cerro o barrio profundo, escribiría en mi libro ‘Generación Equivocada’ este episodio real. He aquí a un párrafo:

«Allá en el cielo se escucha un canto/ Aquí en la tierra, / lamento y llanto. / De tus amigos/ que te extrañan tanto/ Y tu familia/ que llora por ti… La canción era parte del repertorio de despedida que infaltablemente en cada cerro de Lima se escuchaba. Nunca te olvidaré y para otros Se Fue, eran los nombres, aunque más conocido era por el último. Y el féretro saldría cargado con mi primo de uno de sus lados delanteros. Veía llorar a sus amigos y familiares penosamente. “Se fue…/ se fue…/ Y no volverá jamás / Carlos se ha ido / Para la eternidad…/ Carlos – era el nombre de la persona fallecida – se ha ido / para la eternidad. Lo bañarían de cervezas. Allí vería a mi otro primo, Fidel, con el rostro caído mientras que Pool lloraba insondablemente como la novia que dejaba al igual que su hija. La madre sería auxiliada, estaba ahogándose entre llantos y penar. Al fondo de la sala vería una gigantografía de su foto con las siguientes palabras: “Carlos Alberto Ruiz Paredes. El adiós del amigo del barrio. ¡Hasta siempre hermano!”. Dentro de mí un suspiro conceptualizó el momento: ojalá alguna vez me despidan así, con esa muestra tan afectiva llena de pasión y sentimiento. Del suelo se alzaba el polvo y las casitas de estera eran empapadas por éstas, y las gentes lanzaban flores mientras los fuegos artificiales al cielo le daba un hermoso marco. Fue la mejor despedida que le pudieron dar, estoy seguro. Me uní a las voces que coreaban: “¡Carlos, presente! ¡Carlos, por siempre presente!”.
Con los años este artista volvería a mi vida y justamente con aquella ya lengendaria presentacion de ese himno que todo carretero ha oído, ‘Vasito de Licor’. Pero curiosamente ya no por aquellos lugares, sino en el corazón de la capital, el Centro de Lima, y con aquellos bellos y jóvenes locos que suelen reunirse, como el ‘Chato’ Alex o Crisor y los grupos urbanos que invaden con sus diferentes modas extranjeras, pero del que cuando llegan a sus puertas el desamor, desprenden lágrimas y cantos profundos con estos temas. Pues así como el amor tiene una pasión indescriptible al amar, al desamar no hay respuesta, por igual. Se dice que el ‘cantante de los muertos y los entierros’ murió a consecuencia de la diabetes que acarreaba. Yo creo que allá arriba, ahora, con su voz quebrada y ‘aguardientosa’, como lo tienen aquellos artistas destinados a cantar al alma, está ahora cantando esas canciones que dan una ‘sed’ inacabable y a puro baile. Esta casita de cartón cierra sus puertas evocando aquel día en homenaje a este cantante popular de ese otro Perú o Lima que se desconoce pero que existe, y del que también va para ellos este reconocimiento. Con esa música que nos acompaña en el sentimiento al perder un
amor y hasta un familiar. ‘Allá en el cielo se escucha un canto’… seguramente. Hasta volvernos a encontrar, maestro.

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[CASITA DE CARTÓN] No sé la razón ni en qué momento pasó, pero la palabra muerto ya estaba escrita en esta hoja antes de empezar a escribir esta columna. Acabo de entrar al Inicio de Facebook. Dicen que murió un padre. Alguien quien lo fuera cuando mi padre brillaba por su ausencia y negligencia, porque muchas veces la presencia no quiere decir presencia como la ausencia tampoco ausencia. Ha muerto, dicen los estados de la gente. Ha muerto, un lunes 26 de junio. Todos se lamentan con mucho penar. Pero cuando estaba con vida, ¿qué tanto lo valoraron como apreciaron?

Me desconozco ahora, me veo en el espejo. Soy un hombre frívolo, otro miserable. Pero yo no era así, en qué momento me convertí en esto… Las gentes transcurren, acaban de bajar decenas de personas en la 9 de julio. Caminan siguiendo su paso. Parece una pintura que alguna vez vi, la gente desfilando dentro de sus pasos cotidianos cuando alguien en un costado horrorizado los ve. Ese reflejo soy yo. Ese ser horrorizado, espantado y triste soy yo.

Dicen estación “Catedral, final del recorrido”. De nuevo soy yo bajando y caminando por el desfiladero donde todas las animas van. Una comparsa hermosa de tristeza en el desfiladero de la humanidad. Ahora soy yo el que va con ellos. Me han encaminado. No vivo. Así iré a parar al Cocito… con una moneda al infierno.

Aborrezco los pésames, son tantas veces las palabras básicas de la hipocresía. No pondré un pendón ritualistico de muerte. Seré sincero conmigo y con él. Y me pondré a oír las cumbias, rock o huaynos que me lleven a esos días en que íbamos hablando sobre fútbol a su casa. En esas noches en que desde su kiosco nos íbamos hacía los Olivos, allí esperan mis primos. Y que en noches tan desoladas como ésta, cuánto quisiera tener la dicha de volver a oírlas.

Porqué será que la muerte no tiene tiempo, se sostiene  entre los vientos de un pasado que pareciera ayer. Ayer, hoy y mañana. El presente eterno.

Por estos días estoy leyendo Pedro Paramo. Y sé que estoy yendo en paso lento a Comala. No sé si lo veré a él, pero mañana iré al Monumental y gritaré un gol y lloraré, probablemente. Porque parte de este fanatismo futbolero nacieron de esos días.

“Me retraía a los años en la casa del tío Tomás, que quedaba al límite de San Martín de Porres y Los Olivos, a pocas cuadras del cruce entre las avenidas Alisos y Universitaria. Cada vez que llegábamos se levantaban las arenas como centenares de escarchas al voltear por el jirón Los Jaspes, dejando atrás hoteles con luces de neón y ventanas sombreadas, las cuales siempre me causan nostalgia al pasar por alguna avenida con hoteles de la Lima profunda. Es un poco raro, quizá, pero cierto. Y en menos de dos minutos llegábamos a su pacífica casa. Eran la familia ejemplar. En su vivienda, de piso y medio de construido, esperaba mi tía Meche con una amabilidad beatifica, y con mis primos Robert, Abel y Junior.  Por esos años me acogían todos los fines de semana como en vacaciones. Eran mi segunda familia, después de mis amigos de la quinta”. **

Hoy acabo de descubrir que la muerte vence al amor. La hace polvo, piedras, arena. El vivir cuesta una vida, pero el morir no. El amor, que hasta ayer sentía, ha muerto.

“Y en el que no pudo evitar soltar unas lágrimas al despedirnos. Él fue como un padre, y me veía ahora con veintidós años encima. Recordaría seguramente cuando iba a repartir los periódicos de niño. Cuando sacaba y empalmaba a regañadientes cuando El Comercio salía grueso (como así le decíamos los canillas cuando llegaba con varias publicidades). Cómo aborrecía en esos momentos este oficio como a ese diario, ya que eran muy pesados llevarlos. Una y otra vez se tenía que regresar, y peor en épocas de lloviznas, por lo friolento que eran esas cuadras en las madrugadas”. **

Espero que mañana su Sporting Cristal le dé una alegría en el cielo, porque allá debe de estar. Porque él creía en ese Dios y porque Dios debe darle por obligación y por un mínimo de misericordia ante tanto sufrimiento que le hizo pasar en esta vida, una última alegría. Ojalá que ganen, ojalá para darle un poco de emoción a la vida. Te amo, tío. Y perdón.

 

*Esta columna fue escrita el lunes 26 de junio.

**Párrafos de la novela Generación Equivocada del presente autor.

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