Esta casita de cartón abre sus puertas un día lluvioso en Buenos Aires, mirando por las ventanas el cantar de las lluvias que caen sobre la ciudad con furia, destendiéndose lleno de magia. E inevitablemente se me hace imposible no poner aquella memorable canción ‘Purple Rain’, en Syracuse (1985), de Prince, mientras releo ‘Nunca me abandones’ de Kazou Ishiguro, escritor asiático ganador del Nobel de Literatura en 2017. Pero por una razón en especial. Y es por una frase de ese libro que resonó en mí al terminar de ver ‘Vidas Pasadas’, uno de los filmes nominados al Óscar recientemente como mejor película, pero que no llegó a llevarse la preciada estatuilla.
De Oppenheimer, el ganador, hay inumerables ríos de tintas escritos. Era la favorita. Y mientras se celebrabra este magnánimo evento, me fui al cine más cercano a casa a ver esta película coreana- americana, por el trailer que me conmovió. Es que en sí, ya mucho no me llama la atención los premios de la academia, viendo el menú de sus nominaciones, que en muchos rozan lo superficial de lo efímero o en el peor de los casos, cuando son llevados al terreno de lo político y se soslaya la esencia, a priori, de lo que llevaba esta distinguida gala en antaño, asi como el Nobel, y es el arte per se. Debo confesar que en algún momento pensé que podria haber de eso en esta cinta, como muchas veces me ha pasado. Pero nada más alejado que eso, felizmente. Justo hablaba con una amiga este fin de semana, sobre el amor y como el ‘amor’ de Hollywood nos ha obnubilado con sus cansinos ‘happy end’. Y por suerte, este filme no incurre en eso. Por el contrario, uno halla el arte de lo simple, en lo cotiano. El exceso de positividad (Byung-Chul Han) envuelto dentro de la monotonía, en la cual estamos prefijados como la del personaje principal, Nora Moon, quien para lograr su aspiración de ganar el Nobel de Literatura algún día ( ‘los coreanos no ganan el Nobel’), se traslada con su familia a Canadá de niña, para ya de joven estudiar en Usa. Pero a medida que va creciendo, ve a sus anhelos volverse más terrenales, viviendo prácticamente para sobrevivir en una sencilla morada. Y es que la vida dista mucho con la que uno cree de niño. Y la realidad con sus experiencias nos cambia, hasta los sueños se van mirando cada vez más a lo lejos, cada vez más inalcanzables y hasta olvidados con el tiempo. Quién no se ha sentido alguna vez especial o tocado por ‘algo’ mágico de joven, pero que, justamente, al dar el salto a la adultez, uno se ve engullido en el mecanismo en el que vivimos, tragicómico y muchas veces patético.
Cuando has visto una buena película, te quedas pensando durante el recorrido a casa o charlando con los que viste, para luego volver a aparecer en los últimos minutos de la noche antes de dormir, y es acá donde brotó la frase del libro que menciono: ‘No hago más que pensar en ese río de no sé qué parte, con unas aguas muy rápidas. Y en esas dos personas que están en medio de ellas, tratando de agarrarse mutuamente, aferrándose con todas sus fuerzas el uno al otro, hasta que al final ya no pueden aguantar más. La corriente es demasiado fuerte. Tienen que soltarse, y se separan, y se los lleva el agua’. Como es natural, la corriente no nos atreviesa dos veces con las mismas aguas, nos lleva por otros senderos, bifurcados, como cuando se despiden de niños Nora y Hae Sung, subiendo a distintos escalones, o cuando se dividen los buses que llevaban a dos niños también predestinados por el amor, Kevin Arnold y Winnie Cooper: ‘Quería decirle que ella era la única, que siempre había sido la única desde que eramos niños, desde que vivía cruzando la calle (…) Al llegar al asiento vacío en el que viajaría a casa, encontré el anillo que le había dado a Winnie, el anillo que me estaba devolviendo, la busqué en el otro autobús pero no pude verla ya estaba perdida entre la multitud,y entonces supe se habia ido, y que mi vida no volvería a ser la misma jamás’. Con ‘God only knows’ sonando de fondo en la mejor serie que vi, ‘Los años maravillosos’, o como se llamó en España, ‘Aquellos años maravillosos’, con los vientos del pasado entonando lo latente.
O también, como en el capítulo 66, cuando Kevin entiende que ‘era parte del pasado de Winnie, un pasado que ella quería olvidar”. Como Nora Moon con Hae Sung, cuando por la distancia ella decide alejarse de él. Pero aún pasado los años, y ya siendo un adulto con oficio y pareja, Hae Sung no puede desprenderse de su ilusión, y viaja hacia la otra parte del mundo para ‘verla una vez más’, aunque ella esté casada. Y como a Kevin, cuando los padres de su amada le prohibían verla. Y es cuando decide subir a escondidas por un árbol, a la habitación de una convalicente Winnie, quien estaba en cama después de haber sufrido un accidente. Viéndose el uno al otro a través de la ventana, con las miradas traspasando lo que las palabras pueden decir de alma a alma: un te amo en ambos, y al final de la escena la foto de ellos de niños, acompañados de estas enternecedoras palabras: ‘Hay cosas en la vida que son importantes, cosas del pasado que no se pueden negar; Winnie Cooper era parte de mí y yo era parte de ella, y no importaba cómo, mientras viviéramos sabía que nunca podríamos olvidarnos’. Con el tema de Bob Seger, ‘We’ve Got Tonight’. Alguna vez oí que el amor para toda la vida es uno, lo demás son espejos o búsqueda de espejos de aquel recuerdo. El final de esta apoteósica serie como de la película es un canto a la vida y a la nostalgia. Y debo confesar que por más pétreo que uno pueda ser o que aparente, unas pequeñitas lagrimitas cayeron de mis ojos silenciosamente por el desenlace en ambas historias, como me sucediera con ‘Puedo escuchar el mar’, de Ghibli, otra oda al amor y al pasado. Y es que todos tuvimos alguna vez nuestra Winnie Cooper como nuestra historia de amor con alguien de alguna vida pasada, nuestro In-Yun, porque eso es lo que sentimos cuando amamos. Pero que en esta vida no tuvimos la suerte de estar siempre a su lado.
Esta casita de cartón cierra sus puertas descubriendo que para el amor no hay mejor fondo musical que la lluvia, por lo menos en la ‘ciudad de la furia’. Y que la melancolía tiende a hacernos perfeccionar lo que vivimos, o es que nosotros mismos somos los directores de esa película y le damos el mejor recuerdo para atesorarlo siempre en aquellos rinconces donde la vida y su tristeza no pueda dañarlo. Y más sobre un amor. Esas que ‘nos hace llorar cuando nadie nos ve’, sea de felicidad o no, pero con la mirada al cielo por todo lo vivido. Al final creo que somos una mota en el universo escribiendo una historia en paralelo a nuestros sueños, maia, buscando encontrarse dentro del sendero de la eternidad y de lo inexplicable. Y es por estas obras de arte, que vale la pena vivir.