Renzo Pariasca

Si me necesitas, llámame

"¿De qué hablamos, cuando hablamos de amor?’, hizo esta pregunta este famoso escritor, y del que hasta hoy no tiene respuesta, pero del que puede uno entenderlo al dejarnos enclaustrados en cantinas de mala muerte bebiendo por inacabables noches, escuchando las de Chacalón o de José Alfredo Jiménez. Descarnado, directo, y quien influenciaria a muchos escritores con su estilo como a Haruki Murakami, postulante eterno a los premios Nobel, y que tradujera todas sus obras al japonés. Hablo de Raymond Carver, y estas líneas son un pequeño homenaje."

Esta casita de cartón abre sus puertas leyendo el libro póstumo que se hiciera del minimalista y a su vez extraordinario escritor, Raymond Carver, ‘Si me necesitas, llámame’. Una colección de cuentos que da el sello final a un legado perdurable hasta el día de hoy. Por eso, la referencia de escritores de tallas tan grandes como Haruki Murakami, quien tradujera toda su obra en japonés. Y es que, el escritor nipón, al que siempre lo señalan como el próximo Nobel de literatura, mucho bebió del maestro como de otro beodo norteamericano, el romántico nostálgico de las letras, Scott Fitzgerald. 

Y fue gracias a Tess Gallagher, poeta y viuda de uno de los más grandes exponentes del realismo sucio, que tenemos este último alud del que supo ser el mejor cuentista de su época. Y que cuando llegara a tocar los primeros cristales de la fama, un cáncer de pulmón le despojara rápidamente del sendero de la vida como a sus lectores de muchas más obras, con apenas 50 años. Pero comencemos con su aparición en el mundo silencioso y sacrificado de la literatura. Y de esto se podría asimilar con su misma vida, y en que creciera en una familia muy pobre y con padre alcohólico, como su primer amor con 20 años él, y su compañera de 15, y que cuando ella cumpliera la edad en que lo conoció a Carver, 20, ya tener ambos dos hijos. O en los 70’s, cuando era profesor universitario, que emprende sus primeros relatos, llegando a la mitad de la década a tener reconocimientos con premios de notoriedad como el O. Henry, de relatos cortos. Pero del que se dice que en sí fue el que le tendió servido su estilo novedoso hoy reconocido, descarnado, parco, lacónico y exacto, es su famoso editor, Gordon Lish. Y es que con el tiempo se descubrió apuntes de corrección de una de sus obras más excelsas, ‘De qué hablamos cuando hablamos de amor’. Libro que ahonda por las turbulentas mareas existenciales con lo que abarca este sentimiento del que hasta el día de hoy no tiene respuesta, pero del que puede uno entenderlo al dejarnos enclaustrados en cantinas de mala muerte bebiendo por inacabables noches, escuchando las de Chacalón o de José Alfredo Jiménez. En sí, estos cuentos iban a tener el nombre de ‘Principiantes’, pero es por Gordon que cambia como mucho de aquellos textos, como sacando personajes o cambiando drásticamente la trama como los finales. Lo cierto es que tiempo después Carver se alejaría y haría dos de sus mejores libros: ‘Catedral’ y ‘Tres Rosas amarillas’, este último, que es sobre la muerte de su gran farol literario, Antón Chéjov. Y así desmarcándose completamente de la sombra de su editor.

Más allá de ser un insigne cuentista, también tuvo otra faceta aunque no muy conocida, y es como poeta. Del cual pude dar con dos grandes perlitas, para mi grata sorpresa, como ‘Lluvia’ o ‘Donde hayan vivido’, con estas conmovedoras letras que en reflejan puramente la esencia de su arte: ‘Fuera donde fuera,/ aquel día andaba por su propio pasado./ Dando puntapiés a jirones de recuerdos./ Mirando las ventanas que no hace mucho le habían pertenecido./ Trabajo, miseria y pocos cambios. / En aquella época vivían para sus deseos,/ decididos a ser invencibles. / Nada les detendría. / Al menos durante muchísimo tiempo. / En la habitación del motel aquella noche, de madrugada, abrió una cortina/. Vio nubes cubriendo la luna. / Se apoyó en el cristal. / Le traspasó un aire frío que puso la mano sobre su corazón./ Te amé, pensó. / Te he amado mucho./ Hasta que se me acabó el amor.

Esta casita de cartón cierra sus puertas con la felicidad de haber leído y escrito sobre uno de sus escritores favoritos de cabecera. Del que rememora mucho sus pasajes de juventud, y ahora entendiendo con el pasar de los años lo que sus personajes sufrían, es que el tiempo avanza y como la obra de Carver, no existe final, eternizada por sus cuentos imperecederos aún hoy, porque acaso la miseria, la esperanza muerta, el divorcio, el amor… son temas tan recurrentes en la vida de cada uno que nunca pierden su fulgor. El autor abrá muerto, pero si se lo necesita, se le puede ‘llamar’, y de la única manera que puede hacerlo un lector, es a través de sus obras, que traspasan el tiempo y la distancia, y he allí a su inacabable magia.

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