Renzo Pariasca

‘El ruido y la furia’

"Es el escritor que más influenció a Gabo, MVLL, entre otras grandes plumas. Premio Nobel y abuelo del Realismo Mágico. He aquí a un pequeño homenaje"

Esta Casita de Cartón abre sus puertas escribiendo, a días de un año más de su fallecimiento, al extraordinario y notable exponente de las letras norteamericanas, y la mayor fuente de influencia e inspiración de los escritores del ‘realismo mágico’, William Faulkner. Y es que si alguna vez nuestras letras fueron estrellas luminosas de la literatura mundial, fue gracias a aquel movimiento que Alejo Carpentier lo ‘revistió’ en palabras como lo ‘real maravilloso’, y al legado literario que dejó para la posteridad el maestro del ‘gótico sureño’. Es que todo lo que acontece en los rinconcitos de aquel mundo perdido en el tiempo, que respira en cada espacio nostalgia, de Yoknapatawpha, es como un multiverso de otros mundos bañados también por lo fantástico, como el recordado Macondo o Comala (aunque este último existe en lo terrenal pero no con los bríos mágicos que nos dejó otro grande como Juan Rulfo). Y es que el Premio Nobel de 1949, fue una de las mentes más maravillosas como farol resplandeciente de mucho de esos muchachitos de esta parte del globo terráqueo, cuando eran ‘tan pobres pero tan felices’ por aquel entonces, cuando ‘devoraban’ sus impresionantes libros, como las que acompaña el título de esta columna, ’El ruido y la furia’. Y es que como señalaría nuestro Nobel en más de una ocasión: ‘sin la influencia de Faulkner no hubiera existido novela moderna en Latinoamérica’.

Aquella voluminosa edición que leería (y del que por primera vez en me enamoraría de un personaje de un libro, Caddy), según contaría el mismo Faulkner, lo escribiría de 5 maneras distintas antes de ser publicada. Novela que trascendió los tiempos y que tendría por título una de las parte más famosas de los versos de ‘Macbeth’, exactamente en el acto 5.º, escena 5: ‘La vida es un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que nada significa”. Al comienzo, la historia es contada por una persona con discapacidad mental, Benjamín Thompson, o ‘Benji’, dejando a más de uno lelo, como también un poco confundido, para luego cambiar a las voces de sus hermanos. Al pasar de sus hojas, uno se daría con el retrato de la decadencia de una familia tradicionalmente sureña por 30 años, que es de donde proviene el linaje del autor y donde vivió la mayor parte de su vida. Ya que el maestro nació en Ripley, Misisipi, pero vivió en las cercanías de Oxford. No llegó a terminar la escuela, ni estudiar en alguna universidad. Más sí intentó participar en la guerra pero por su baja estatura no podría ser partícipe y eso lo frustraría. Es entonces donde se dedicaría a cualquier trabajo para sobrevivir y tener algo para ‘comer, como unos cigarrillos y unos whiskys’ como a la literatura, teniendo de ‘baluarte’ a Dostoievski, del que leería y releería cada libro de él por año como el ‘Quijote’, o al que consideraba como ‘el padre de la literatura norteamericana’, Mark Twain. Y sería por el brillante cuentista, amigo de él y que sería de los mayores eslabones para los escritores de esa época, Sherwood Anderson (‘el padre de los escritores de su generación’, afirmaría), quien le incentivaría a que vaya por el sendero de la narrativa en vez de la poesía, que era donde se veía talento. Después de tres semanas sin verlo, le iría a visitar a Faulkner por primera vez a su morada, preguntando si éste andaba molesto con él, ya que a diario se veían. ‘No, estoy escribiendo una novela’, le respondería. Harían un trato: le presentaría su novela a su editor, con la única condición que no le haga leer. Y así sería.

‘El pasado nunca se muere. Ni siquiera es pasado’, esta máxima de índole casi filosófica que expresara, pareciera ser parte del latido de su obra. Tomaría de ese innovadora narrativa del ‘monólogo interior’, que James Joyce había sabido tan magistralmente exponer tiempo atrás con ‘Ulises’. En sí Faulkner era un eterno decadente del sur, que después de la guerra de la secesión cambiaba, como su tradición, su expresión. Se podría decir que escribía desde la derrota de su pueblo, del territorio donde creció, del mundo que se había perdido. Debe ser por eso que en estas latitudes tantos autores se nutrieron y escribieron concibiendo la literatura con la misma mirada, de la derrota la magia intrínseca pueblerina. También vibraba sus textos dentro del tiempo circular, como el eterno retorno de Nietzsche. Diría sobre el ejercicio literario: ‘El novelista nunca debe sentirse satisfecho con lo que hace. Lo que se hace nunca es tan bueno como podría ser. Siempre hay que soñar y apuntar más alto de lo que uno puede apuntar. No preocuparse por ser mejor que sus contemporáneos o sus predecesores. Tratar de ser mejor que uno mismo. Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo’.

Mujeriego, alcohólico, como su enemigo número uno, otro ‘peso pesado’ pero desde la otra orilla en la forma de escritura, Ernest Hemingway (del que curiosamente al perecer ambos, encontrarían en sus bibliotecas todas las obras completas de cada uno, demostrando una especie de amor y odio silente). Alguna vez, el extrovertido Truman Capote lo describiría como un ‘obsesionado por las lolitas, habitualmente serio y elegante, bajo el doble de peso de una incierta gentileza y una resaca de Jack Daniel’s’. No viajaría mucho por el mundo. Harold Bloom diría que era el mejor escritor de su época, superando incluso a  Hemingway, Fitzgerald o Dos Passos. Aunque el creador de ‘Luz de agosto’, diría, a pesar de su rebosante orgulloso, que realmente el mejor fue Thomas Wolfe y él era el segundo. Moriría de alguna manera en su ley, cayéndose de un caballo para posteriormente sufrir un infarto. 

Esta Casita de Cartón cierra sus puertas ocultándose entre los follajes de los árboles y vientos de aquel mundo que sintió revivir al leer las páginas de este genio, en Yoknapatawpha, dentro de los mitos del sur asombroso y mustio, con el cual crecí con sus páginas y al volver a escribir sobre él, rememoro, en donde seguramente reposa sus restos y donde le darán una celebración como merece, con abundante whisky y cigarros. Reviviendo entre carcajadas el pasado eterno. Entre la nostalgia del tiempo y de los vientos venideros.

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casitadecarton, William Faulkner

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